
Cincuenta y tres segundos, dos minutos,
un día y cuatro meses
es la porción de tiempo que resulta
cuando sumo tu nombre a mi memoria
y sin embargo,
la operación resulta equivocada.
Me pregunto por qué me sabes a infinito,
un ocho recostado que sonríe
burlón ante mi asombro.
¿Será que hemos vivido desde siempre
en líneas paralelas que se insubordinaron?
Ante la geometría, formaron una equis
y ahora multiplican.
Mi condena
Me acompaña la culpa a todas partes
enquistada en la espalda y en el vientre
con la incomodidad de un viejo huésped
que gruñe y se lamenta de su hambre.
Tiene la facultad de desdoblarse
y aun sintiendo su peso se aparece
en medio del camino en pequeñeces
que envuelve y se me incrustan como sables.
Aunque hieren los rostros de los niños,
los bosques, los bullicios, las mareas
y el canto mañanero de los mirlos,
solo podré acabar con mi dolencia
cuando me harte de ver como egoísmo
la imagen del final de esta condena.