EDITORIAL

por Gavrí Akhenazi

Imagen by Ronald Wittek

Ilustres desconocidos

A poem is a city

a poem is a city filled with streets and sewers
filled with saints, heroes, beggars, madmen,
filled with banality and booze,
filled with rain and thunder and periods of
drought, a poem is a city at war,
a poem is a city asking a clock why,
a poem is a city burning,
a poem is a city under guns
its barbershops filled with cynical drunks,
a poem is a city where God rides naked
through the streets like Lady Godiva,
where dogs bark at night, and chase away
the flag; a poem is a city of poets,
most of them quite similar
and envious and bitter …
a poem is this city now,
50 miles from nowhere,
9:09 in the morning,
the taste of liquor and cigarettes,
no police, no lovers, walking the streets,
this poem, this city, closing its doors,
barricaded, almost empty,
mournful without tears, aging without pity,
the hardrock mountains,
the ocean like a lavender flame,
a moon destitute of greatness,
a small music from broken windows …

a poem is a city, a poem is a nation,
a poem is the world …

and now I stick this under glass
for the mad editor’s scrutiny,
and night is elsewhere
and faint gray ladies stand in line,
dog follows dog to estuary,
the trumpets bring on gallows
as small men rant at things
they cannot do.

Charles Bukowski


Cuando los lectores la liberen de la mediocridad que le imponen la falta de un mínimo buen gusto, la chatura de las copias al carbón repetidas hasta la persuasión, la ausencia de una voz definida por su creatividad y no por su simpleza (que no es lo mismo que sencillez) la literatura volverá a ser literatura y por ende, la poesía, poesía.

Debería evitarse el patético fenómeno de defender ciertos poemas porque sus  autores están bendecidos con el don de las empatías generales en su grupo de amigos/seguidores que, con tanto aplauso de favor, no hacen más que mantener con un respirador artificial  una ilusión que yace muerta en la tumba de la falta de sustento (léase talento, incluso talento para aprender el arte y obetener un producto si no creativo, al menos decoroso).

El camino es complejo y todo el que se interna por él debería saber que solo algunos pocos poemas trascienden la vida de un autor. De la mayoría de los que ese autor ha escrito, la gente no recuerda una palabra siquiera al terminar de leerlos. Y aunque pareciera una blasfemia, también sucede eso con los nombres que a nadie se le caen de la boca.

La misión natural es liberarse, si se quiere ser poeta o escritor, de las influencias en las que originalmente nos cimentamos. Liberarnos del peso costumbrista de mencionar a Borges, a Cortázar, a Neruda, a la Pizarnik y al resto de los que se nombran como si se tratara de una tribu de brujos y como si nadie más que ellos pudiera –luego de ellos– encontrar dentro de sí su voz creadora y expandirla sin tener que rendirles pleitesía.

Con algunos colegas no se puede siquiera decir media palabra de las figuras institucionalizadas a fuerza de que tanta repetición las ha instaurado como modelo literario único del que es imposible abjurar para dejar de obedecer sus sombras. Incluso autores con voz reconocida y propia, mantran con esos nombres y aspirarían a ser sus reencarnaciones en vez de ser ellos mismos, bendecidos con su propio don.

Entonces, ¿qué podemos esperar de todos los otros autores jóvenes y no tanto, que van escribiendo «sus sentimientos» por aquí y por allí, confundidos por la ausencia de un lector crítico y repantigados en la comodidad del amiguismo ineficiente?

Volviendo al comienzo de esta reflexión, lo que estos supuestos «autores» deberían tener claro primordialmente es que la poesía (y la literatura en general) va mucho más allá de una redacción de palabras más o menos bonitas engarzadas dentro de un ritmo más o menos agradable, expuestas al desconocimiento de un auditorio de lisonjeros que dan todo por bueno.

El problema aparece cuando esos «poetas/escritores» –que aunque nombran a la musa todo el rato no han conseguido una cita con ella– realmente se convencen  –y mucha culpa de esto la tienen los lectores acríticos–  de haber arribado a la profundidad de la escritura generando ruido y, en la mayoría de los casos, no han pasado —con más pena que gloria, a pesar de su esforzada campaña marketinera — del círculo viscoso que los rodea y los festeja.

Ni siquiera, en la mayoría de los casos,  consiguen dejar apenas, como caminito de su hacer recorrido, algunas páginas triviales que ni para sí rescataría el olvido.

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