Silvia Heidel – Argentina
Postales del instante
III
Podría suceder que el mar fuese devorado por las dunas .
Que abra sus compuertas y mis pasos atraviesen el desfiladero
hasta desenrollar el ovillo de resplandor encantado con médula de miel.
Es tan clara mi voz desde este lado de la ilusión .
Tan suficiente para hipnotizar a la cascabel de siete cabezas
tatuada en mi espalda. Instante,
canta tu bossa nova.
Cómo imaginarte?
Inmortal, pese a que sos fuego?
O, apenas y a penas, infinito mientras dures.
IV
Igual que yo, esta bahía y su calendario
se han desprendido de los inviernos.
Aquí un sol atemporal desliza brillos sobre
cuerpos inmersos en gradaciones de aguamarina.
Una gaviota inmóvil despliega su fuselaje.
Un cardumen quiebra iridiscencias en juegos sin guión previo.
Hay un batir de oleajes que vienen, van y regresan a la misma playa.
Ecos de risas que erizan la dermis con escalas de garganta salobre.
Sobra tanta placidez bajo estas hojambres de redondez imperfectible.
Vibra una energía expansiva en la atmósfera:
desmesura que desborda la palabra y rebasa los contornos.
Es mi corazón acurrucado en tu palma.
Descalzo, el tiempo se detuvo en mi portal.
No sabe adónde ir.
William Vanders – Venezuela
Parco
Narrar con sombra el fantasma de la sangre.
Fugarme del otro cuando la mente se asusta.
Caminar descalzo sobre los cardos de una lágrima.
Sospechar de la violencia dormida en la derrota.
Ser ángel descosido en la raíz del árbol.
Entrar en el ojo de Dios y extraer origamis de fuego.
Palpar la ceniza oculta en el archivo de la piedra.
Reconocerme.
Saberme.
Hablarme.
Evocar a la muerte que me aviva.
Transcribir mi naufragio.
Volver.
Mudar este silencio a la pausa habladora.
Transferir mi alma a un pez milenario.
Quedarme quieto en la parquedad de su espíritu.
En fin:
Volcar la aurora en mi frente.
Desplazar el infinito a mi nariz oceánica.
Colocar azúcar sobre la sal derramada.
Arrojar esqueletos maniatados por la memoria.
Cincelar.
Olvidar.
Desmarcar.
Partirse desde adentro.
Reunirse.
Beber.
Zigzaguear.
Habitar la locura del sol tragamundos.
Andar.
Mirar.
Callar.
Reconocer al magma en la lengua.
A las anclas incrustadas en la espalda.
Al barco hundido en el pecho.
Dormir.
No despertar.
Descansar.
Lamer la dulzura salobre del destino.
Viajar siempre viajar adonde habita mi ternura.
Jesús M. Palomo – España
Poema de amor
No te escribo poemas de amor.
Y te podría decir que tengo las palabras rotas,
pero sería como ladrar en una comisaría.
No te escribo poemas de amor
porque al amor no lo entiendo.
Te llegué con batallas de más
y dejé los adjetivos grandes
esparcidos por los campos,
los tequieros desterrados, al sol.
No te escribo poemas de amor.
Desisto de usar las manos
para aplaudir a mi propio ego.
He dejado aquello atrás también.
Prefiero callar, escuchar la vida
mecido en tu regazo
y dejar que sea el silencio
quien marque el compás
de este corazón adormeciente.
Rosario Vecino – Uruguay
A pesar, quizás, aún
castradora de aguas santas
mis fluidos
mi llanto
la sagrada humedad de dos cuerpos
trenzados
amándose
cadena de mis manos impidiéndome
el tacto
la caricia
traidora de mi esencia
has congelado mi lengua junto con mi corazón
pero no recordaste -rosarito-
que yo respiro por el estómago
me escondo en el estómago
me muestro en el estómago
y
resucito a otras vidas
-adiviná-
regurgitando