ROMANCES DE OTOÑO

POESÍA CORAL

Rosario Alonso – España

El cuerpo de la hojarasca
por el otoño y sin vida,
como una serpiente inquieta
a mis pies se arremolina,
y entre el crujir de las hojas
que anuncian la despedida
se inunda el campo y me mojas
el pelo con tu llovizna.
Hueles a tierra mojada
perfumando el nuevo día,
a calma que se apodera
–con su semblanza tranquila–
del corazón que se mece
en tus manos sanativas..

Disfruto tanto del agua,
de la tierra, de este día,
disfruto porque estás cerca
entre mis cosas sencillas.


Eva Lucía Armas – Argentina

El otoño busca breve
el día que se desliza
con su diapasón de herrumbre
sobre calles de llovizna.

El otoño, por aquí,
muda su piel, la hace tibia,
y en un carrillón de pájaros
la luz huye, fugitiva.

Amo el otoño y su mundo,
su acuarela de amatistas,
su mansedumbre de cobre,
el fuego de su hornacina.

Soy un otoño que late.
Mi latir no tiene prisa.


Isabel Reyes – España

Vuelve el otoño de nuevo
a ensombrecer la palabra
pues la tristeza aparece
y en mis adentros se instala.

El septiembre veraniego
ha vuelto a mutar su cara
y en este invierno precoz
por nuestro rostro resbala
el dolor de lo caótico
que agresividad desata
sucediéndose las guerras
que algún orate proclama
con el dolor que producen
en las gentes indignadas
inocentes e indefensas
y en el centro de sus almas.

No puedo escribir, no puedo
con la angustia que me mata
ni siquiera un buen romance
con lo bien que se me daban.

En este otoño baldío
Isabel, en retirada,
sigue intentando expresar
lo que le duele con rabia
pero se siente incapaz
de dar a luz la palabra.


Solange Schiaffino – Chile

De pronto, hasta el cielo arde
en rumor estremecido
el alma estallando en rojo
como recuerdos de niños
que en sus rostros atardecen
con el llegar del rocío.
Es el tiempo en su inminencia
alargado en un suspiro,
la sombra de un banco viejo
donde abracé mi destino.

Hoy son ecos, los Otoños
del caminar desprovistos,
tan desnudos en las ramas
de cuanto pretenda abrigo
en lo vano y material.
Que no importe si deslizo
los residuos del café
en los márgenes del libro.
Anhelar respiración
sin sentir ya que me fijo
cada vez que avanzo un paso
por temor al amarillo.
Simplemente oír descalza
cuando el ocre se hace añicos
y querer ese perderse
de ir muriendo estando vivos.


María José Quesada – España

Las hojas tiernas que un día
en los árboles brotaban,
compitiendo con el verde
de la hierba más lozana,
han cambiado de color
sin moverse de la rama.
El otoño viste al bosque
con trajecito de gala
hecho de tinte marrón,
amarillo y color grana.

Pero queda otra sorpresa:
en cajitas bien cerradas
el otoño trae tesoros
-es un fruto y lleva cáscara-
¿qué será ese gran secreto?
¡Nuececitas y avellanas!

Esta estación cierra pronto
las dos cortinas del cielo
para que todos los niños
también jueguen en sus sueños.


Orlando Estrella – República Dominicana

En un otoño se fue
huyendo de los dorados.
Se abrazó de los inviernos,
prefería suelos blancos
esos que inspiran pureza.
Se enamoró de los cantos
que anunciaban fantasias
como de esos reyes magos,

pero el hielo sorprendió
su alma tropical, causando
malestar en su indefensa
dermis de otoño y verano.
Cuando quiso regresar
era tarde para el salto.


Ana Bella López Biedma – España

Llega el otoño despacio
a cubrirme las aceras
con su corazón de noche
y su abrazo de tristeza.
Toca mis sienes de luna
y en mis párpados recrea
la estatura de los sueños
cuando la vida era eterna.
Camina el tiempo descalzo
sobre mis costuras nuevas,
me sepulta entre las hojas,
soledad de las afueras.
Hay un cansancio de pájaro
sobre mis noches en vela.
Pero aún en lo profundo
me late la primavera.


Milagros Morales – España

Con sigilo y con cuidado
vas cambiando los colores:
el verde por el dorado.
Menos el verdor del pino
que te desafía ufano,
mirando desde su copa
su victoria y tu fracaso.

¡Ay, otoño! ¿ Te creías
que tenías en tus manos
la destrucción absoluta?

Siempre habrá pinos más altos
que harán inútil tu lucha.


Eugenia Díaz Mares – México

Una alfombra azafranada
resguarda las experiencias,
con horas y con minutos
casi como la conciencia.
La fina lluvia humedece
los recuerdos con urgencia,
envueltos en tonos rojos
del otoño y su presencia,
cuando apenas es verano
en mí lo hace por prudencia,
para no teñir de oscuro
al sol con su diligencia
sabe que quiero emigrar
lejos de la penitencia,
o buscar muy dentro mío
manos con independencia
suelo mojado al andar
descanso de tanta pérdida,
besar la tierra en mis pies
con la semilla y su esencia
ya carente de rastrojo,
darle luz a mi existencia.


Raúl Muñoz – España

Escribo sobre la lluvia
que decora mi cabeza.
Amante de plataneros,
esposo de la chopera;
al abrigo de las nubes,
alimento con promesas
las miradas infantiles.
De lluvia mi teorema
corona melancolías,
con otoños de la métrica
escribo llenando copas,
y los árboles se alegran.


Jorge Ángel Aussel – Argentina

El veintiocho de julio
ocurre un suceso insólito:
«Han muerto el rey y la reina»,
se titulan los periódicos.

«¡No es posible! ¡Es imposible!»,
plañe la plebe en sus tópicos.

En el palacio Versal,
la Muerte toca en el órgano
Adagio for Strings de Barber,
mientras se reza el responso.
El clima se torna un túnel
tan oscuro y claustrofóbico
que comprime las gargantas
hasta el mismísimo ahogo.
Sin la reina y sin el rey
brindando guía y apoyo,
el pueblo llora elegías
en un reino, ahora, inhóspito.

Algunos autoexiliados
se enteran del necrológico
e imploran volver al reino,
atraídos por el morbo.

Otros vuelven por amor,
ese amor de darlo todo.

Los bufones de la corte
y sus claques accesorios
se asocian ilegalmente
deseando el protagónico.
Se comenta en el palacio
que algunos son alcohólicos
de los que beben delirios,
como borrachos anónimos.
Enmascarando el motín,
se fingen fieles devotos
mientras queman los jardines,
como pirados pirómanos,
para encender la discordia
y hacerse al fin con el trono.

Los protectores del reino
y nobles guardianes cósmicos,
se enfrentan a las calumnias
que persiguen el oprobio
y van reventando egos
igual que si fueran globos.

La reina envía señales
del más allá a sus custodios
y llama a la resistencia
para vencer a los monstruos.
«¡Solo ha cambiado de forma,
pero sigue con nosotros!»,
los guardianes se convencen
en medio de tanto engorro.
«¡Mi seudónimo de bruja
no es un seudónimo, tonto!»,
dice la reina a un guardián,
desde el propio purgatorio.
«¡Y cambien esa del Barber
que me va a dar un soponcio!»,
termina diciendo «ríome»,
y ríe y llora, psicótico,
el guardián que ve su voz
de un violeta metamórfico.

El rey desaparecido
reaparece ante los ojos
de los leales guardianes
que lo esperaban ansiosos.
«¡El rey es un cuervo fénix
que nunca nos deja solos!»,
grita un loco sin camisa
afuera del manicomio.
«Que la muerte no me quiere
es un hecho categórico»,
contesta con su humor negro,
el rey en un soliloquio.

Al final la luz triunfa
contra cualquier despropósito
y la Nueva Alejandría,
que es el último unicornio,
resurge, siempre resurge
gracias a aquellos bibliófilos
que la salvan de las llamas
protegiendo su tesoro.

***

Acabo de comprender,
con este relato corto,
por qué es tan distinto este
otoño de otros otoños.

***

El otoño es la estación
donde mi tren se hace polvo
cuando marchaba, por hora,
a seiscientos tres kilómetros.

Después de un julio fatídico
y de un despiadado agosto,
en septiembre los planetas
se ordenaron en el cosmos
de tal forma que formaron
varios aspectos armónicos
que obraron en nuestro bien,
con poderes milagrosos.

Pero el otoño ha llegado
a sentarse en mi escritorio
para reabrirme las llagas
corroídas por el óxido.

¿Se puede salir incólume
de la muerte y sus destrozos?
¿Cuando se tuercen los días
como los malos negocios?
¿Cuando el mundo se derrumba
justo encima de tu dorso
y respiras atrapado
debajo de tus escombros?
Maldito otoño que llega
con sus preguntas en ocho
y por mucho que me esmero
no desentraño el meollo.
Giro y giro, giro y giro
y giro en mí como un trompo.

Cuando mueren los que amas
también te mueres un poco
y aunque seas el que eras
nunca más verás el rostro
del que en otros tiempos fuiste
cuando eras con el otro.

Con su marrón y su gris,
el otoño es un cronómetro
corriendo en contra del tiempo,
pintando un lúgubre óleo
dedicado al Dios Anubis
que, con unos ojos torvos,
nos observa y nos cuestiona
en el drama tragicómico
del funeral de la patria
donde es posible lo utópico
de dar por amor al arte
sin falsedad ni autobombo,
a la vez que el egoísmo
pretende subirse abordo
y actuar como siempre actúa,
en su beneficio propio.

Después de un julio nefasto
y del más nefasto agosto
donde mostraron la piel
los corderos y los ogros,
las turbulencias siguieron,
y a pesar del mal pronóstico,
reflotamos nuestra nave
descabezando demonios.

Recién entrando en octubre,
por mucho que filosofo,
no logro desentrañar
el sentido filosófico
que debe tener la vida
en este planeta tosco,
donde todo es tan ridículo
que resta hacerse filósofo…

Este otoño es más difícil
que muchos otros otoños
porque de nuevo sentí
lo poquitito que somos
cuando la vida me hachó
una vez más en el tronco;
porque aquí los que se quedan
se van al fondo del fondo
de las cosas que no tienen
ni remplazo ni retorno;
porque estamos los que estamos,
pero ya no estamos todos.

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