ROMANCES DE OTOÑO

POESÍA CORAL

Rosario Alonso – España

El cuerpo de la hojarasca
por el otoño y sin vida,
como una serpiente inquieta
a mis pies se arremolina,
y entre el crujir de las hojas
que anuncian la despedida
se inunda el campo y me mojas
el pelo con tu llovizna.
Hueles a tierra mojada
perfumando el nuevo día,
a calma que se apodera
–con su semblanza tranquila–
del corazón que se mece
en tus manos sanativas..

Disfruto tanto del agua,
de la tierra, de este día,
disfruto porque estás cerca
entre mis cosas sencillas.


Eva Lucía Armas – Argentina

El otoño busca breve
el día que se desliza
con su diapasón de herrumbre
sobre calles de llovizna.

El otoño, por aquí,
muda su piel, la hace tibia,
y en un carrillón de pájaros
la luz huye, fugitiva.

Amo el otoño y su mundo,
su acuarela de amatistas,
su mansedumbre de cobre,
el fuego de su hornacina.

Soy un otoño que late.
Mi latir no tiene prisa.


Isabel Reyes – España

Vuelve el otoño de nuevo
a ensombrecer la palabra
pues la tristeza aparece
y en mis adentros se instala.

El septiembre veraniego
ha vuelto a mutar su cara
y en este invierno precoz
por nuestro rostro resbala
el dolor de lo caótico
que agresividad desata
sucediéndose las guerras
que algún orate proclama
con el dolor que producen
en las gentes indignadas
inocentes e indefensas
y en el centro de sus almas.

No puedo escribir, no puedo
con la angustia que me mata
ni siquiera un buen romance
con lo bien que se me daban.

En este otoño baldío
Isabel, en retirada,
sigue intentando expresar
lo que le duele con rabia
pero se siente incapaz
de dar a luz la palabra.


Solange Schiaffino – Chile

De pronto, hasta el cielo arde
en rumor estremecido
el alma estallando en rojo
como recuerdos de niños
que en sus rostros atardecen
con el llegar del rocío.
Es el tiempo en su inminencia
alargado en un suspiro,
la sombra de un banco viejo
donde abracé mi destino.

Hoy son ecos, los Otoños
del caminar desprovistos,
tan desnudos en las ramas
de cuanto pretenda abrigo
en lo vano y material.
Que no importe si deslizo
los residuos del café
en los márgenes del libro.
Anhelar respiración
sin sentir ya que me fijo
cada vez que avanzo un paso
por temor al amarillo.
Simplemente oír descalza
cuando el ocre se hace añicos
y querer ese perderse
de ir muriendo estando vivos.


María José Quesada – España

Las hojas tiernas que un día
en los árboles brotaban,
compitiendo con el verde
de la hierba más lozana,
han cambiado de color
sin moverse de la rama.
El otoño viste al bosque
con trajecito de gala
hecho de tinte marrón,
amarillo y color grana.

Pero queda otra sorpresa:
en cajitas bien cerradas
el otoño trae tesoros
-es un fruto y lleva cáscara-
¿qué será ese gran secreto?
¡Nuececitas y avellanas!

Esta estación cierra pronto
las dos cortinas del cielo
para que todos los niños
también jueguen en sus sueños.


Orlando Estrella – República Dominicana

En un otoño se fue
huyendo de los dorados.
Se abrazó de los inviernos,
prefería suelos blancos
esos que inspiran pureza.
Se enamoró de los cantos
que anunciaban fantasias
como de esos reyes magos,

pero el hielo sorprendió
su alma tropical, causando
malestar en su indefensa
dermis de otoño y verano.
Cuando quiso regresar
era tarde para el salto.


Ana Bella López Biedma – España

Llega el otoño despacio
a cubrirme las aceras
con su corazón de noche
y su abrazo de tristeza.
Toca mis sienes de luna
y en mis párpados recrea
la estatura de los sueños
cuando la vida era eterna.
Camina el tiempo descalzo
sobre mis costuras nuevas,
me sepulta entre las hojas,
soledad de las afueras.
Hay un cansancio de pájaro
sobre mis noches en vela.
Pero aún en lo profundo
me late la primavera.


Milagros Morales – España

Con sigilo y con cuidado
vas cambiando los colores:
el verde por el dorado.
Menos el verdor del pino
que te desafía ufano,
mirando desde su copa
su victoria y tu fracaso.

¡Ay, otoño! ¿ Te creías
que tenías en tus manos
la destrucción absoluta?

Siempre habrá pinos más altos
que harán inútil tu lucha.


Eugenia Díaz Mares – México

Una alfombra azafranada
resguarda las experiencias,
con horas y con minutos
casi como la conciencia.
La fina lluvia humedece
los recuerdos con urgencia,
envueltos en tonos rojos
del otoño y su presencia,
cuando apenas es verano
en mí lo hace por prudencia,
para no teñir de oscuro
al sol con su diligencia
sabe que quiero emigrar
lejos de la penitencia,
o buscar muy dentro mío
manos con independencia
suelo mojado al andar
descanso de tanta pérdida,
besar la tierra en mis pies
con la semilla y su esencia
ya carente de rastrojo,
darle luz a mi existencia.


Raúl Muñoz – España

Escribo sobre la lluvia
que decora mi cabeza.
Amante de plataneros,
esposo de la chopera;
al abrigo de las nubes,
alimento con promesas
las miradas infantiles.
De lluvia mi teorema
corona melancolías,
con otoños de la métrica
escribo llenando copas,
y los árboles se alegran.


Jorge Ángel Aussel – Argentina

El veintiocho de julio
ocurre un suceso insólito:
«Han muerto el rey y la reina»,
se titulan los periódicos.

«¡No es posible! ¡Es imposible!»,
plañe la plebe en sus tópicos.

En el palacio Versal,
la Muerte toca en el órgano
Adagio for Strings de Barber,
mientras se reza el responso.
El clima se torna un túnel
tan oscuro y claustrofóbico
que comprime las gargantas
hasta el mismísimo ahogo.
Sin la reina y sin el rey
brindando guía y apoyo,
el pueblo llora elegías
en un reino, ahora, inhóspito.

Algunos autoexiliados
se enteran del necrológico
e imploran volver al reino,
atraídos por el morbo.

Otros vuelven por amor,
ese amor de darlo todo.

Los bufones de la corte
y sus claques accesorios
se asocian ilegalmente
deseando el protagónico.
Se comenta en el palacio
que algunos son alcohólicos
de los que beben delirios,
como borrachos anónimos.
Enmascarando el motín,
se fingen fieles devotos
mientras queman los jardines,
como pirados pirómanos,
para encender la discordia
y hacerse al fin con el trono.

Los protectores del reino
y nobles guardianes cósmicos,
se enfrentan a las calumnias
que persiguen el oprobio
y van reventando egos
igual que si fueran globos.

La reina envía señales
del más allá a sus custodios
y llama a la resistencia
para vencer a los monstruos.
«¡Solo ha cambiado de forma,
pero sigue con nosotros!»,
los guardianes se convencen
en medio de tanto engorro.
«¡Mi seudónimo de bruja
no es un seudónimo, tonto!»,
dice la reina a un guardián,
desde el propio purgatorio.
«¡Y cambien esa del Barber
que me va a dar un soponcio!»,
termina diciendo «ríome»,
y ríe y llora, psicótico,
el guardián que ve su voz
de un violeta metamórfico.

El rey desaparecido
reaparece ante los ojos
de los leales guardianes
que lo esperaban ansiosos.
«¡El rey es un cuervo fénix
que nunca nos deja solos!»,
grita un loco sin camisa
afuera del manicomio.
«Que la muerte no me quiere
es un hecho categórico»,
contesta con su humor negro,
el rey en un soliloquio.

Al final la luz triunfa
contra cualquier despropósito
y la Nueva Alejandría,
que es el último unicornio,
resurge, siempre resurge
gracias a aquellos bibliófilos
que la salvan de las llamas
protegiendo su tesoro.

***

Acabo de comprender,
con este relato corto,
por qué es tan distinto este
otoño de otros otoños.

***

El otoño es la estación
donde mi tren se hace polvo
cuando marchaba, por hora,
a seiscientos tres kilómetros.

Después de un julio fatídico
y de un despiadado agosto,
en septiembre los planetas
se ordenaron en el cosmos
de tal forma que formaron
varios aspectos armónicos
que obraron en nuestro bien,
con poderes milagrosos.

Pero el otoño ha llegado
a sentarse en mi escritorio
para reabrirme las llagas
corroídas por el óxido.

¿Se puede salir incólume
de la muerte y sus destrozos?
¿Cuando se tuercen los días
como los malos negocios?
¿Cuando el mundo se derrumba
justo encima de tu dorso
y respiras atrapado
debajo de tus escombros?
Maldito otoño que llega
con sus preguntas en ocho
y por mucho que me esmero
no desentraño el meollo.
Giro y giro, giro y giro
y giro en mí como un trompo.

Cuando mueren los que amas
también te mueres un poco
y aunque seas el que eras
nunca más verás el rostro
del que en otros tiempos fuiste
cuando eras con el otro.

Con su marrón y su gris,
el otoño es un cronómetro
corriendo en contra del tiempo,
pintando un lúgubre óleo
dedicado al Dios Anubis
que, con unos ojos torvos,
nos observa y nos cuestiona
en el drama tragicómico
del funeral de la patria
donde es posible lo utópico
de dar por amor al arte
sin falsedad ni autobombo,
a la vez que el egoísmo
pretende subirse abordo
y actuar como siempre actúa,
en su beneficio propio.

Después de un julio nefasto
y del más nefasto agosto
donde mostraron la piel
los corderos y los ogros,
las turbulencias siguieron,
y a pesar del mal pronóstico,
reflotamos nuestra nave
descabezando demonios.

Recién entrando en octubre,
por mucho que filosofo,
no logro desentrañar
el sentido filosófico
que debe tener la vida
en este planeta tosco,
donde todo es tan ridículo
que resta hacerse filósofo…

Este otoño es más difícil
que muchos otros otoños
porque de nuevo sentí
lo poquitito que somos
cuando la vida me hachó
una vez más en el tronco;
porque aquí los que se quedan
se van al fondo del fondo
de las cosas que no tienen
ni remplazo ni retorno;
porque estamos los que estamos,
pero ya no estamos todos.

«Cancelación de lo desierto», Gavrí Akhenazi – Morgana de Palacios

Imagen by Enrique López Garre

Improvisación en tiempo real – Contrapunto

Yo sé que a veces hinco la rodilla en la tierra
y que entierro en el pecho la cabeza afiebrada
por imaginar cosas que podría decirte
a solas y en la umbra, como alguien sin mañana.

Pero soy un silencio que se remuerde solo
con vocación inhóspita. Una bestia esteparia
que busca entre las cuevas secretas de tu especie
la especie que ha perdido su espíritu de llama.

Aúllo y te reclamo con mordiscos de lumbre,
tu acerico de ausencia se me clava en las plantas
y soy el caminante que ha extraviado un desierto
y rebusca en su sed el agua de la lágrima.

Al fin y al cabo, a solas, sin tantos artilugios
asesino entre verbos mis mundos de metralla
y, como ves, inclino mi arrogancia señera
a la rienda de seda de tus manos extrañas.

No me acaricies, hembra, que la melancolía
de no haberte tenido, me llena de nostalgia.

Gavrí Akhenazi


A veces soy su fe si, de repente,
le arranco la espoleta a una granada
y detona al chocar contra mi boca
y me llena de esquirlas la garganta.

Otras veces no soy más que el colapso
de la buena intención y su mirada
se pervierte en la sádica tortura
que quisiera infligirme en la distancia.

Se ha vuelto vulnerable con el tiempo,
quizás por sus insólitas jugadas.

Aún prefiere andar bajo mi lluvia
sin pedir el cobijo de un paraguas,
porque le gusta amanecer mojado
cuando son secas otras circunstancias.

Yo soy el putching ball que absorbe el golpe
cuando su corazón se desbarranca,
pero crece en el verso si me nombra
y se excita, varón, si me
descalza.

Morgana de Palacios


A veces soy así y a veces lento,
gravito en tu pasión como la escarcha
que te nieva entre enero los azules
y desde tus azules desbarranca
su ligereza inútil y su nimbo
de insospechada claridad humana.

Estás de pie en el mundo como el tiempo
recorre el universo y lo equipara
y nos volvemos hitos planetarios
que van ajusticiando las palabras
porque tu boca clara marca el rumbo
del que se aleja hostil, mi boca amarga.

Que he cambiado, lo sé. Sé que he cambiado.
Que ya no soy aquel que sí mataba
al enemigo y luego, victorioso
alzaba la cabeza cercenada
y la echaba a los pies de tus trofeos
en la vieja cuneta de las ansias.

Cambié. Me puse bueno y metafísico,
contemporizador y mano blanda,
pero si alguien te toca, te aseguro
que la bestia me habita aquí en la rabia
y me vuelvo aquel malo ingobernable
que doblegó tu mano, sana y salva.

Gavrí Akhenazi


En tu mapa vital las cicatrices
marcan los aspavientos de la suerte,
los dolores y los retorcimientos
que tocan las mujeres
con dedos temerosos y labios indecisos
cuando aún no penetran en tu mente.

Son tantas las grabadas en el tiempo
de las escaramuzas en los frentes,
que casi no recuerdas ni tú mismo
si son un tatuaje en las paredes
de la piel maltratada por la vida
o es la propia vida quien dibuja vaivenes
sobre tu cuerpo enjuto acostumbrado
a engañar a la muerte.

Yo que guardo las mías donde nadie las ve,
sé que las invisibles en ti son las más fuertes,
las que nadie sospecha que puedan existir
y las que más te duelen.

No has cambiado tanto, sigues siendo el soldado
que camina en la sombra con el alma en los dientes.
Sentirte solo es parte de la ferocidad
que te nace en el vientre
cuando la indiferencia ajena por el mundo
se te vuelve un parásito evidente.

Al final no eres ese ni el otro, eres tú,
exactamente
tú, profundo y breve.

Morgana de Palacios


En el rito vital la coincidencia
nos devolvió a rutinas despiadadas
y en un desequilibro, desvariadas,
nos atrapó su suave incandescencia

Podemos resumir nuestra indecencia
en las imaginarias desaladas
de dos extravagancias extraviadas
al mundo peculiar de su inconciencia.

A veces vos sos fénix, yo soy cobra.
Para llevar la identidad del sino:
míticos bichos presos en la obra.

Existen, más allá de ese destino
con que enfrentan el pecho a la zozobra,
tu corazón de miel y mi asesino.

Gavrí Akhenazi


Mala para tus ojos, porque te gusto mala,
mala de malitud, de naturalescencia,
mala por revolverte, por disparar la bala
que te acierta en el centro de la circunferencia.

Mala por alumbrarte, malérrima bengala
con fuegos de artificio los días de abstinencia,
por no rendirme nunca al Coronel de gala
y excitarte los ojos con mi concupiscencia.

Mala por estar viva y provocar tu celo,
por servirte en bandeja la erótica del velo
que enigmático cubre mi voz que se regala.

Por aguzar tu ingenio para los desvaríos
y hacer que de tu boca promiscua fluyan ríos
de poesía libre, me has bautizado Mala.

Morgana de Palacios


Después, para tu boca, el vendaval del hambre
que te estalle en los senos de prédica madura
y que tu vientre curve la fuerza de la sangre
sobre el vértice inerme de mi fiera premura.

Cabalgar en el tiempo de la boca sonora
como en una marea de ansiedad matutina
sobre el sabor antiguo de la primera hora
en que la piel se vuelva desnortada y canina.

Que el hambre me revuelve la lengua del deseo
y me imagino intensa la curva en la que encallo
mi percepción del día verdeciendo en tus ojos

de mar alucinado, de fiera y el desmayo
de tu labios lamiendo la sed de mis despojos.
Así es como en mis sueños tu corazón poseo.

Gavrí Akhenazi


Despedirme de ti no entra en mis cabales.
Lo que me das no hay oro que lo pueda pagar.
Contigo soy la monja que mira el lupanar
con ojos de pecado y lengua de abrojales.

Ríes el tour de forçe en los ceremoniales
con que me incitas lúdico para poder llegar
a la carta más alta que se pueda jugar
en el juego asesino de las reglas morales.

Te empecina saber que no me entrego
como tantas, sin lucha. Tu estratego
inventa escaramuzas cada día.

Pero yo no claudico ante tu trato
pues sé que sale caro lo barato.
Lo nuestro es una hermosa guerra fría.

Morgana de Palacios


Y es una guerra al fin y en toda guerra
como aquellas que
-alzadas en tu nombre de maga impenitente
que colecciona a sus amantes muertos en cunetas sin agua-
han emprendido viejos caballeros de armaduras inermes
(y de lenguas rabiosamente trepadoras),
nos debatimos el judío amargo que sobrevivió a Masada
porque le resultó una afrenta suicidarse
y la hija del vértigo profundo sobre el peñón de Avalon.

Te bulle el África caliente en la saliva
y en la sangre hay derbakes milenarios que te agitan el tiempo
y la indocilidad
y esa hembra chita que camina sola y devora a sus presas
con una lengua suave y seductora y unos dientes de presumir sonrisas.

No sé si me elegiste porque no había otro bicho más extraño a la mano
-ya que este reino
siempre tuvo su colección de fáciles rarezas intentado subirse por tus muslos-

pero yo sigo, perduro, persevero

porque,
en realidad,

tengo un espíritu de Cancerbero insobornable,
capaz de enfrentar hasta a sus propios muertos si se acercan curiosos
a presenciar la historia que vivimos.

Dos, porque somos dos y siempre dos
en un único, guerrero y épico país desconocido
que ha perdido su nombre de batalla
y conserva la esencia de su paz
tantísimas veces malograda

igual que un talismán
que llevo al cuello como si fuera mi primer medalla.

Gavrí Akhenazi


Te agradezco la noche sin pausa, la escritura,
la luna rielando en los mares de arenas
cuando sembramos juntos alegrías y penas
en el amplio desierto de la literatura.

Te agradezco la luz que alumbró mi ventana,
la amenaza de sol de tu lengua de sombras,
el sentirte reír cada vez que me nombras
y el empecinamiento en besar el mañana.

Nadie podrá decir que haya sido fácil
llegar donde tú estás, airoso y grácil,
tras avanzar a muerte abriendo brecha.

El objetivo es hoy tu cita con la vida.
Vivir en esa tierra prometida
todo lo no vivido hasta la fecha
.

Morgana de Palacios

«Brama», contrapunto, Ana Bella López Biedma – Gavrí Akhenazi

Respiro tu animal de boca suave
y tus dedos recorren mi tiniebla,
despejan, sin temor a los caminos,
las roncas sensaciones de mi bestia
y nos calan, profundamente vivas,
en su inmoralidad, nuestras mareas.

Desarmo el valle fértil de tu espalda,
y te siembro los dientes de mi huella
si tu voz se reclina en el susurro
cortada en el amor como una cuerda
que me salpica entero con tu nombre
al estallar vocales que se queman.

Hacemos del amor la indisciplina
que sacia sus orgasmos con violencia
en esta soledad bajo la noche
y en este bar de copas de la pena.

Así, juntos y solos, como siempre
ceñimos el vaivén de las caderas
y el mundo es este mundo interminable
en que somos un macho y una hembra.

Después vendrán de nuevo las distancias,
la prodigalidad de las ausencias,
el tiempo camaleónico del bien
donde no cabe el coito de dos fieras.

Cumplamos con nosotros esta noche.
Ya se verá después, qué nos espera.

Gavrí Akhenazi


Respiro de tu boca como el beso
que nunca ha sido beso. Te desvuelas
en la fragilidad que de mi nombre
llega a tu nombre. Urdes con tu lengua
ese verso puntal que se me clava
en el centro voraz de la contienda
de medirnos la sangre, siempre al borde
de cada oscuridad. En la marea
de tu playa me adentro como un barco
cansado de su piel, suave madera
abocada al naufragio de una noche,
vencida por el filo de la ausencia.

Tu mano seminal traza una ruta
que va desde tu hastío hasta mis huellas
y muerde con la urgencia de las ganas
los muslos de mi soledad. Te acepta
la mujer que se esconde entre mis pliegues,
lluvia sumisa, tempestad violenta,
hecha toda de agua en la palabra
que nunca pronunciamos. En tu puerta
he dejado la ropa y los despojos,
abiertamente sola a cielo abierta.

Ana Bella López Biedma


A mi costado, mansa, frágil, dulce
tu orografía es un planeta inmóvil,
una curva de luna atravesada
por la penumbra de la medianoche.
Llena y frutal, igual que un higo intenso
tu sabor de abrevar constelaciones
me ciñe sus perfumes a la boca
y me empapa la piel de tus olores.

Ahora estamos así, serenos, anchos,
gozados en el filo de otros soles
y pronto yo me iré, de madrugada,
gato fugaz que escapa a sus rincones,
mientras tú aquí, de pronto alunecida
guardarás en tu vientre sin temores
las voces de pasión con que no hablo
por no quedarme fiel, junto a tu nombre.

Gavrí Akhenazi


Agreste pergamino el de tu tacto
que vira en ámbar líquido si posas
la lluvia de de tu aliento por mi talle
escuálido de sol. Tus manos rotas
se acercan tan extrañamente lentas
que parecen sembrar piedras preciosas.

Igual te irás, si acaso es que estuvieron
cerca de mí tu sangre y tu derrota
o quizás era solo el espejismo
de la luna en el charco de mis botas.
Acaba el onanismo de las letras
dibujando humedad bajo mi ropa.

Y es que no me conformo con los dedos
de un hombre que me sepa más que sombra
o el sueño de una noche de verano
que me busca en invierno por la boca.

De espuma son las aves de mi vientre
y vuelan con la sed de las deshoras
cuando muerde el insomnio mis costuras
de mujer desoladamente sola.

He cerrado las puertas de este cielo
y vuelvo suavemente a mi pagoda.

Ana Bella López Biedma


Tu pagoda es aquí, junto a mi mano
que se extiende a tu mundo de humedales
tallando un huerto de árboles frutales
a filo de puñal.
Lento artesano
sobre el sancta santorum de tus males,
limpio tu soledad y los retales
de otros dioses ausentes.
Te profano
en tu actitud de ánfora sagrada,
con mi voracidad desvergonzada

y es tu estremecimiento un canto vivo
que libera la bestia con que escribo
esta letra callada.

Gavrí Akhenazi


Ronco bandoneón,
llega tu voz a mí pausadamente.
Del ombligo a la frente
me va desanudando de emoción.
Extraña tu canción
abre el brocal del alma. Puro viento
cuando tu boca brama el sentimiento
sin disfraz ni atadura.
Tiembla, pausa y premura,
la piel, breve el espacio en que te siento.

Me desarma tu canto, negro y luna,
calor de cielo rojo en primavera.
Vale la espera
el tiempo de sin ti, nada y hambruna.
Me juego la fortuna
sentada en el arcén, pasa la vida.
Y mi silencio al beso de tu herida
sobre la alfombra de la confidencia.
Dame la esencia
de tu lágrima honda y más prohibida.

Bebámonos el vino
que nuestra soledad nos brinda en el camino.

Ana Bella López Biedma

Ana Bella López Biedma vs Sergio Oncina, contrapunto

Imagen by Katya Guseva

Yo soy de Madrid y puerto,
dividida en mis amores.
Salitre y sol, los olores
de mi corazón abierto.
Solo en la mar me convierto
en un barquito de vela
que va siguiendo una estela
invisible a otra mirada,
la de una cometa alada
que me juega a la rayuela.

Yo soy de pueblo de mar.
En mis primeros abriles
de cantos y aguamaniles
con sus manos de volar
mi madre, clara y almar
tejía flores de luna
por las barras de mi cuna.
Y el hierro soñaba arena,
y el rebozo, yerbabuena.
Sus ojitos de aceituna

arrebolaban la tarde
entre coplas y la brisa
competía con su risa.
Que su luz la salvaguarde
allá donde esté. Cobarde
la muerte, que enamorada
se la llevo una alborada
del brazo, como un amigo.
Mi soledad, yo conmigo,
siempre dentro mutilada.

Ana Bella López Biedma


Mis muchos pueblos son uno
y el uno se encuentra en todos:
madres de lengua y de modos,
padres del pan y el ayuno.
Vívido el niño que acuno
sobre un páramo de fuego
con la nostalgia del juego
y el sabor de la inocencia.
Pueblos de niño y creencia,
pueblo de lucha y de ruego.

Abuelas de la labranza,
carros de vacas y cincha,
trazo reseco que pincha
y a las vísceras alcanza.
Rostros adustos. Semblanza
surgida del aire frío
y del paraje sombrío.
Fuerza de carnes morenas.
Atemperadas sus penas
a golpe de puro brío.

Bicicletas que en sus hierros
guardan sudor y trabajo,
bielas arriba y abajo,
esfuerzo en días de perros.
Tormentas en los entierros
con infiernos prometidos
para los que, descreídos,
no ven a Dios en la mina
cuando el grisú extermina
hijos, padres y maridos.

Sergio Oncina


La oscuridad, gota a gota,
se va filtrando en la tarde
mientras el cielo hace alarde
de su última derrota.
Vibra en el aire la nota
de un pájaro estremecido
y hasta la boca del ruido
se calla por un segundo.
En la cornisa del mundo
crece la sal. No ha llovido

y el paisaje cristaliza
suspendido en el destiempo.
No se pasa el pasatiempo
de esta no-vida postiza.
Quiero dibujar con tiza
una ventana en lo oscuro
y escapar de cada muro
que la realidad impone.
Busco la luz que emocione
esta piel de sinfuturo.

Invento una costa larga
toda tierra y sol, un puerto
de barquitos, mar abierto
mientras un quizás me embarga.
Pasará esta nube amarga
y en un banco, frente a frente,
nos sorprenderá el relente
entre historietas y guiños.
Alicia y Pan, siempre niños,
libres siempre en nuestra mente.

No más cartas amarillas
ni más sepia en nuestras fotos.
No astillaré besos rotos
para unir nuestras orillas.
Retrocedo en las casillas
de este juego improvisado
y dejo atrás el pasado
pintando un nuevo paisaje.
No traigo más equipaje
que un corazón desnortado.

Ana Bella López Biedma


Existen tantos modos de añorar el pasado
como hombres que sueñan con futuros mejores,
ayeres y mañanas que emborrachan el hoy,
utopías sin luces para evadir las sombras.
Me confieso culpable, reo de la nostalgia,
soldador de recuerdos que debieron morir
bajo el manto real de lo que veo y toco,
fabulador, infante, mi propio ilusionista
y lechera del cántaro que se rompió en añicos.
Espero veredicto sin miedo a la condena
pues no hay mayor castigo que obviar el presente.

El efímero paso para el grano preciso
que entre las estrecheces se abandona y decanta
minúsculo y medroso, sin mirar hacia arriba,
a un ineludible encuentro con el tiempo.
Qué sentir de camino, a merced de la fuerza
que me arrastre hacia abajo, gravedad insolente,
y no cese en el empeño de buscarme un lugar
sobre la alfombra poso donde el resto murió.
Cayéndome al vacío, cementerio de granos
en el que aglomerarse viendo a otros vivir.

En una tumba oscura seguiré siendo yo,
errante en el paisaje de la memoria viva
o soñador de encuentros salvajes y furtivos
con alguna mujer a la que no conozco.
Quizás logre aprender a pedir libertad
con los ojos cegados por las ausencias nuevas
y el ahora me haga más falta que el ayer,
y no importen los luegos porque todos me alivien.
Pero «quizás» no es término que asegure verdades
y yo soy un cazurro, viejo-niño romántico.

Sergio Oncina


Los días van pasando. Uno tras otro
se suceden inevitablemente
monótonos y eternos. Y se vierte
ese líquido espeso en cada roto
de lo que soy, sin un quizás o un pronto
que muerda esta mortal alegoría
de vida sin vivir. Y en estos días
de olvido, a mi lugar llega sereno
el eco de tu voz, igual que un péndulo
constante en su vital melancolía.

Hoy que me siento absurda, que mi voz
se quiebra en viento y sal por las esquinas
he vuelto al dulce añil de tu sonrisa
por sacudir de nieve al corazón.
Y se ha parado el tiempo en el reloj
mientras piso tus calles. Voy descalza,
con la tristeza a cuestas, que se ensaña
como un animal vivo y que me muerde
el vientre, el corazón y hasta la mente.
Te busco en las costuras de mi espalda.

Me llama el soñador que se despoja
de alardes y disfraz, y que en su mano
lleva tan solo el niño que ha quedado
después del qué dirán o a quién le importa.
Me llama cuando agrieta con su boca
el verbo soledad que hay en mis noches.
Quedan en pie una mujer y un hombre
y un mundo de papel en cada sueño.
Y queda el ancho mar del pensamiento
para inventar un mundo sin razones.

Ana Bella López Biedma


El hombre medía silencios y sílabas rotas
sin voz que entonase sus versos de vida vacíos.
Llegó la mujer. Desdoblándose parió con sus notas
los ecos del viento y un mundo sin días sombríos.

Entonces, el hombre callado miró a la mujer
atónito y firme, admirando sus luces y rayos,
tan cerca y tan lejos, sin ojos que mientan al ver
que brota las flores si duermen abriles y mayos.

Y, juntas sus voces, se agrandan rompiendo cadenas,
reúnen las aguas calmadas creando los mares
con pizcas de sal agrietada y lunas que llenas
agitan las olas y funden comunes glaciares.

Sergio Oncina

El amor en los tiempos del Covid

Eva Lucía Armas & John Madison

Soy esa vieja luz que intenta algo
entre la sombra que lo ocupa todo
y sin embargo, priman otros ritmos
sobre mi pulso antiguamente sabio.

Estoy acostumbrada a las historias
que no terminan bien.

A veces me aproximo hasta el ribete
de los nudos oscuros de los fosos
pero nadie me ve
o el que me ve, desvía la mirada
hacia otro fulgurar no compasivo

y se aparta de mí.

Me deja sola en la premonición del universo.

Quizás no soy fragor ni calentura
de hoguera despertada a contralumbre
pero conozco el verde como nadie
y el marrón de la tierra y sus crepúsculos
como un poco de sol que vocifera
que el canto habita siempre en las semillas.

Vuelo sola.

Quisiera compañía, pero todos se cansan de este cielo
hecho de cosas extrañamente místicas
y de verdades duramente humanas.

No he aprendido a callarme lo aprendido.

La fe me dura porque yo le exijo que dure para siempre.
Y es que conozco el rumbo
aunque me sigan pocos navegantes del mapa constelar.

Porque yo sé volar a contraviento
navego en otro mar, vivo otras olas

y te espero en silencio, por si acaso
lo que vas hablando de mí sea posible…

Si querés caminar
puedo llevarte a conocer los duendes

todavía.

Eva Lucía Armas

Anoche los arkontes llegaron a tu mundo.

Todo se ensombreció.
Llevabas armadura y cimitarra
y peleabas conmigo.
Algo me derribó. No alcancé a ver su forma,
pero te oí gritar desde la multitud:

¡Qué cierren el portal! ¡protejed al heraldo!

Y una horda de hombres tan altos como muros
cerró filas urgente sobre mí.

Me desperté llorando
y no por la premura de la muerte,
lloré por la belleza de aquel mundo y su reina.

El cielo era un festín de llamaradas.
(A Octavia siempre, solo Dios sabe en secreto)

John Madison

Alguna vez quizás, tiempo de ríos,
mi corazón atrajo tus derivas,
mi férrea vocación de acuartelada
dibujó encrucijadas en tu esquina
y con algún porqué, nuestras historias
huyeron sin que hubiera despedida.

Una vez fue que el puerto estaba lejos;
otra vez, había guerras en la orilla;
un día entre la niebla te atraparon
mejores arabesques que las mías
y paralelamente a los espejos
se reflejó total la asincronía.

Tuve que acostumbrarme a lo de siempre.

Amazona se nace con la herida
sobre el costado izquierdo, todo un símbolo
que te indica a qué gremio estás adscripta.

Imponente tu río cruza el bosque,
con sus voces galácticas y antiguas.

Acabo de llamar a mis ejércitos.
No me nombres Octavia… todavía.

Eva Lucía Armas

El mundo va a acabarse y ella quiere
llevarme a navegar, a ver los elfos.
Los peces voladores de su armario,
su cónclave de perlas en estéreo.

El mundo se nos rompe y yo contrato
Arturos y Merlines que a buen sueldo.
practiquen misas blancas y conjuros:
¡Qué surzan esa nube, hagan remiendos!

El mundo va a morirse y nunca pude
llevarla de mi brazo, mas que en sueños.


***



Siempre fui marinero, eso lo sé.
Siempre fui del salitre y de los puertos.
El precio de encarnar es entregar
la memoria a esa red que teje el tiempo.

Siempre fui marinero, no lo dudo.
Fui un hombre del parnaso, un faenero,
un buscador de ostras, mercader
polizonte, fui carne de pesqueros.
Pero si le pregunto al corazón
en qué puerto te vi, no lo recuerdo.

No recuerdo tus senos ni tu olor,
tus ritos de sudores con mi sexo.
Lo único que tengo como dato
de esas vidas pasadas en tu reino
es este abecedario, este amor,
este sansara hermoso que tu verbo
retorna a mi saliva. Etéreo aroma
a bandoneón que siembras en mi pecho.

Ya no pregunto a Dios, extraño idilio,
qué Nautilo de dos guardó en sus templos.
Yo ya no le pregunto a mi razón
por qué este jubileo, este misterio
de pasión desbocada cuando llegas
y levantas de golpe mis requiebros
y me haces desear ser un gran tipo,
ser un hombre de bien, tu Canserbero*

Ser un hombre de bien, a mí que nunca
me ha interesado el reino de los cielos.

John Madison

Yo estoy… ¿cómo se dice…? metafísica,
una espiral de paz que es todo intento,
una frecuencia azul que aturde el día
con ladridos dispares de silencio.

En la playa del mundo donde anida
toda su soledad mi Clavileño
mi Barataria ya no es una isla
y el faro no intimida al mar abierto.

Yo soy un pez cansado, un ave acuífera,
desteñido color, hoja del tiempo,
un almanaque apático sin rima.

No sé si te seduce, marinero,
internar a tu nave en la marisma
y acabar encallado entre mis sueños.

Eva Lucía Armas

Hace mucho que estoy en tu cornisa
como un concorde al que los aeropuertos
le niegan el visado. Octavia mía,
mi Octavia hoy y siempre en desafuero.
No me leves el puente todavía
que antes quiero besarte por entero
con mi streptease valiente. Octavia mía,
si estoy vivo y coleando es por tu verso.

Está escrito en mi libro, mi osadía
de aceptar la propuesta de tu reto
me salvó de la muerte por desidia.
Mi Octavia, solo Dios sabe el secreto
de esta causalidad que nos domina.

John Madison