El amor en los tiempos del Covid

Eva Lucía Armas & John Madison

Soy esa vieja luz que intenta algo
entre la sombra que lo ocupa todo
y sin embargo, priman otros ritmos
sobre mi pulso antiguamente sabio.

Estoy acostumbrada a las historias
que no terminan bien.

A veces me aproximo hasta el ribete
de los nudos oscuros de los fosos
pero nadie me ve
o el que me ve, desvía la mirada
hacia otro fulgurar no compasivo

y se aparta de mí.

Me deja sola en la premonición del universo.

Quizás no soy fragor ni calentura
de hoguera despertada a contralumbre
pero conozco el verde como nadie
y el marrón de la tierra y sus crepúsculos
como un poco de sol que vocifera
que el canto habita siempre en las semillas.

Vuelo sola.

Quisiera compañía, pero todos se cansan de este cielo
hecho de cosas extrañamente místicas
y de verdades duramente humanas.

No he aprendido a callarme lo aprendido.

La fe me dura porque yo le exijo que dure para siempre.
Y es que conozco el rumbo
aunque me sigan pocos navegantes del mapa constelar.

Porque yo sé volar a contraviento
navego en otro mar, vivo otras olas

y te espero en silencio, por si acaso
lo que vas hablando de mí sea posible…

Si querés caminar
puedo llevarte a conocer los duendes

todavía.

Eva Lucía Armas

Anoche los arkontes llegaron a tu mundo.

Todo se ensombreció.
Llevabas armadura y cimitarra
y peleabas conmigo.
Algo me derribó. No alcancé a ver su forma,
pero te oí gritar desde la multitud:

¡Qué cierren el portal! ¡protejed al heraldo!

Y una horda de hombres tan altos como muros
cerró filas urgente sobre mí.

Me desperté llorando
y no por la premura de la muerte,
lloré por la belleza de aquel mundo y su reina.

El cielo era un festín de llamaradas.
(A Octavia siempre, solo Dios sabe en secreto)

John Madison

Alguna vez quizás, tiempo de ríos,
mi corazón atrajo tus derivas,
mi férrea vocación de acuartelada
dibujó encrucijadas en tu esquina
y con algún porqué, nuestras historias
huyeron sin que hubiera despedida.

Una vez fue que el puerto estaba lejos;
otra vez, había guerras en la orilla;
un día entre la niebla te atraparon
mejores arabesques que las mías
y paralelamente a los espejos
se reflejó total la asincronía.

Tuve que acostumbrarme a lo de siempre.

Amazona se nace con la herida
sobre el costado izquierdo, todo un símbolo
que te indica a qué gremio estás adscripta.

Imponente tu río cruza el bosque,
con sus voces galácticas y antiguas.

Acabo de llamar a mis ejércitos.
No me nombres Octavia… todavía.

Eva Lucía Armas

El mundo va a acabarse y ella quiere
llevarme a navegar, a ver los elfos.
Los peces voladores de su armario,
su cónclave de perlas en estéreo.

El mundo se nos rompe y yo contrato
Arturos y Merlines que a buen sueldo.
practiquen misas blancas y conjuros:
¡Qué surzan esa nube, hagan remiendos!

El mundo va a morirse y nunca pude
llevarla de mi brazo, mas que en sueños.


***



Siempre fui marinero, eso lo sé.
Siempre fui del salitre y de los puertos.
El precio de encarnar es entregar
la memoria a esa red que teje el tiempo.

Siempre fui marinero, no lo dudo.
Fui un hombre del parnaso, un faenero,
un buscador de ostras, mercader
polizonte, fui carne de pesqueros.
Pero si le pregunto al corazón
en qué puerto te vi, no lo recuerdo.

No recuerdo tus senos ni tu olor,
tus ritos de sudores con mi sexo.
Lo único que tengo como dato
de esas vidas pasadas en tu reino
es este abecedario, este amor,
este sansara hermoso que tu verbo
retorna a mi saliva. Etéreo aroma
a bandoneón que siembras en mi pecho.

Ya no pregunto a Dios, extraño idilio,
qué Nautilo de dos guardó en sus templos.
Yo ya no le pregunto a mi razón
por qué este jubileo, este misterio
de pasión desbocada cuando llegas
y levantas de golpe mis requiebros
y me haces desear ser un gran tipo,
ser un hombre de bien, tu Canserbero*

Ser un hombre de bien, a mí que nunca
me ha interesado el reino de los cielos.

John Madison

Yo estoy… ¿cómo se dice…? metafísica,
una espiral de paz que es todo intento,
una frecuencia azul que aturde el día
con ladridos dispares de silencio.

En la playa del mundo donde anida
toda su soledad mi Clavileño
mi Barataria ya no es una isla
y el faro no intimida al mar abierto.

Yo soy un pez cansado, un ave acuífera,
desteñido color, hoja del tiempo,
un almanaque apático sin rima.

No sé si te seduce, marinero,
internar a tu nave en la marisma
y acabar encallado entre mis sueños.

Eva Lucía Armas

Hace mucho que estoy en tu cornisa
como un concorde al que los aeropuertos
le niegan el visado. Octavia mía,
mi Octavia hoy y siempre en desafuero.
No me leves el puente todavía
que antes quiero besarte por entero
con mi streptease valiente. Octavia mía,
si estoy vivo y coleando es por tu verso.

Está escrito en mi libro, mi osadía
de aceptar la propuesta de tu reto
me salvó de la muerte por desidia.
Mi Octavia, solo Dios sabe el secreto
de esta causalidad que nos domina.

John Madison

Un comentario en “El amor en los tiempos del Covid”

  1. Maravilloso contrapunto d dos grandes poetas, es un rayo de luz en esta oscuridad que nos ha traído el Covid-19

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