Morgana de Palacios
ISBN 9780244214265
Copyright Morgana de Palacios (Standard Copyright License)
Edition Segunda edición
Publisher Morgana de Palacios
Published September 20, 2019
Language Spanish
Pages 218
LA REVISTA
ISBN 9780244214265
Copyright Morgana de Palacios (Standard Copyright License)
Edition Segunda edición
Publisher Morgana de Palacios
Published September 20, 2019
Language Spanish
Pages 218
Sitio web: http://www.dualidad101217.com
Cuando la mística y la realidad se conjugan, una como explicación de la otra o una como justificación de la otra, nace el enigma.
Silvio Manuel Rodríguez Carrillo es el cazador de lo imposible, el buscador de la piedra filosofal, el que se ha hecho todas las preguntas que no tienen respuestas y el que ha respondido todas las respuestas que aún no tienen preguntas.
Como autor es impetuoso, sonoro, agresivo cuestionador, diría que casi es cientificista en su criterio de indagación, porque sus textos, ya sea su poesía, ya sea su prosa, son una indagación constante, un requerimiento exigente –y hasta por momentos irrespetuoso– de la explicación de todas las cosas o de la fe que hay que tener frente a la inexistencia de explicaciones.
Más que un autor es un alquimista que conjuga la mística con el agnosticismo, la partícula divina con la carnalidad extrema, pero por sobre todo, conjuga el debate humano frente a la inexplicable relación de la criatura con el universo y sus leyes, como una parte esencial del todo que debe llevar inexorablemente a la armonía.
Su identidad cabalística lo demuestra como un espíritu inquieto a la vez que inquietante, cosmogónico y demiurgo de los paralelismos entre el mundo místico y sus innumerables puertas al mundo real.
Anárquico y avasallante, matemático y perfeccionista, coloquial o hermético, aventurarse en este autor es arribar a una isla de tesoros incalculables, movidos por la intrepidez de las preguntas.
Sitio web: https://anforayagua.blogspot.com/
Dadas las condiciones actuales, dado el “cómo anda el mundo hoy en día”, Eva Lucía Armas es una especie de mundo aparte. No porque ella sea de esas personas introvertidas que habitan en una burbuja encerrada en su propio juego, mucho menos porque a la hora de escribir elija construir textos cargados de claves personales, o de un hermetismo propio de doctos, sino exactamente por lo contrario.
El dominio que tiene sobre la lengua española le permite, justamente, no sólo expresarse con precisión, sino también leer con exactitud cualquier texto -espíritu y letra-, generando así un ida y vuelta entre lectura y escritura que explica la sustancia de su quehacer literario: una reflexividad activa acerca de la realidad.
En poesía, suele alternar la suavidad sin afectaciones con la firmeza tajante sin excesos, a veces, incluso una melancolía breve y serena con un entusiasmo maduro como envidiable. No es la suya una poesía de indagación, sino más bien de manifestación de lo sabido, no es una poética de alguien que “busca”, sino la de alguien que “construye”. Así, como particularidad no cabe ahondar en aquello de que “maneja cualquier estilo”, es mejor remarcar que es del tipo de poetas que consigue brillar con o sin métrica.
En prosa, ya sea en ficción o no ficción, logra presentar tanto lo espacial como lo temporal sin esa tradicional herramienta de las descripciones excesivas, por lo que el lector entra en la piel de los personajes y en el ámbito de las circunstancias sin el menor esfuerzo. Es notable aquí cómo consigue, por decir un detalle, con un diálogo y un par de acotaciones durante el mismo, exponer todo un rango de emociones vivenciales.
Mencionado lo de “vivencial”, y con ello la labor que ella realiza en favor de otros día a día, queda decir que Leer a Eva Lucía Armas es leer integridad, dación fraterna y raciocinio vigoroso. Mas, así como acceder a su escritura -que no es otra cosa que su esencia convertida en grafías-, resulta en premio para quien es fiel a los principios que erige, no deja de ser castigo severo para quien no sabe ser honesto consigo mismo. Porque ella es la hermana que sabe todos los juegos y disfruta enseñando a jugarlos, y por eso, no admite trampas.
Si lees a Eva, lees la vida. ¿Te animas?
Sitio web: http://ultraversalia.blogspot.com/
Morgana de Palacios ha hecho de la vida y sus tormentas, su mejor oficio. Ha tomado la vida entre las manos y con ella fabricó un papel virtual y un teclado real y desde sus dedos sobre ese teclado, esparció como cabe a alguien que se precie de saber escribir, el rumor de una leyenda épica, hecha toda de versos como los de aquellos cantares heroicos que contaban la vida de otras vidas, donde todos los sentimientos son posibles.
Poeta por antonomasia o quizás porque transformó esa antonomasia en una forma de vida, Morgana de Palacios surge rotunda en infinitos planos y con matices sólidos y bravíos, abarcando con precisión de mujer culinaria los sabores más íntimos de los sentimientos humanos como si condimentar con especias ignotas se tratara y sin temer al verbo ni a la crítica que apareja desafiar al Parnaso establecido.
Ya se la ve salvaje como una enorme potra que ha montado en el viento, o fatalista, como una sacerdotisa abandonada en un templo sin dioses. Perdura allí, tan inerme a veces como armada otras, violenta o racional, furia o ternura, y siempre, como un largo dolor hecho de imponderables y belleza.
Su poesía es de una antigüedad inmemorial como lo es la sabiduría sobre el conocimiento humano y refleja una y mil mujeres, que aggiorna a su capricho, con vocación de intérprete del mundo.
Sería esperable en esta reseña indicar el baluarte que significa su técnica, trayendo desde el verso clásico la forma para darle la vitalidad del día a día correspondiente al siglo del cual es hija esta poeta, pero más allá de su vigor técnico y su arraigado conocimiento, lo verdaderamente poderoso es su capacidad para el idioma de hoy en una creatividad férrea y convocante, movilizadora y muchas veces hiriente como otras trágica.
Morgana de Palacios escribe de la misma manera en la que vive, de la misma manera en la que piensa, de la misma manera en la que es. Ella es lo que escribe y –como un aleph– es una coleccionadora de mundos interiores que reflejan el espectro humano y sus riquezas y sus miserias, porque no se puede decir que esta autora sea de una escritura complaciente o feble, apegada al imaginario femenino y portadora del canon de debilidades que muchas veces, otras poetas, manejan como su registro más productivo.
Por el contrario, Morgana no teme a los registros y la suya es una búsqueda incesante por expresar las innúmeras vibraciones profundas por las que pasa un corazón humano.
“No me queda más que reafirmarme en una de las definiciones más sólidas que he leído sobre esta poeta española con la cuál es imposible la indiferencia: Morgana de Palacios, la violencia que canta.”
La inteligencia se marca a la hora de resolver un conflicto y, cuando el conflicto radica en lograr un equilibrio estético y emocional en un texto, es cuando la inteligencia de Gerardo Campani se destaca. En sus textos siempre alguien percibe una parte de la realidad y la desmenuza desde su propia e íntima sensibilidad, para luego echarle una pizca de racionalidad, de manera que el color del sentimiento queda delineado por un atisbo de explicación del mismo. Explicación esta que suele adquirir el ropaje de cuestionamientos sin respuesta.
En su poética, hace gala de un profundo conocimiento de las reglas que norman este arte, lo que le permite no sólo desarrollar cualquier metro, sino también cambiar de fondo, forma, como también de tono. Bien puede escribir un poema blanco de carácter existencial, como decantarse por unos octosílabos si se lanza a un contrapunto divertido. Es también para remarcar que, en poética, no le cuesta trabajo distinguir o confundir al yo poético de cualquier sujeto que elija recrear. Cosa que a pesar de que dificulta llegar al fondo del escritor, permite el disfrute de cualquiera de sus poemas.
En cuanto a su prosa, la misma se caracteriza por un aliento tranquilo y ameno, con el cual logra proponer, partiendo de situaciones sencillas – o mejor dicho, comunes -, un montón de variables que deja a cargo del lector extrapolar. En su novela «Conrado está muerto», por ejemplo, sin mencionarlo jamás, realiza un juego extenso sin líneas divisorias precisas y enérgicas entre crueldad y maldad, nociones nada pequeñas.
A la hora de dar la mano a un compañero de letras, es de él tener la precisa, la frase que empatiza con el que busca aprender. Con el tono humilde del que sabe y busca transmitir lo que sabe, y no con la altanería del que conoce lo que no sabrá enseñar a nadie. En este aspecto, uno de esos profes que se sientan a tu lado y te muestran el cómo sin impaciencias.
Gerardo Campani es un escritor que pisa firme en territorios difíciles, como lo son la densidad del absurdo o la milimétrica consistencia de la ironía. Un tipo capaz de decir «el mejor resultado es el empate», y ya el que tenga capacidad para sopesar, que lo haga.
Yo hablo con el viento. Algunas veces
aparece de pronto, en una ráfaga
de polvo y de tristeza. Solo espero,
mientras posa su aliento de metralla
encima de mis hombros, como lumbre
que acaba consumiéndose en sus ascuas.
Yo hablo con el viento en los veranos
que conservan el frío en la mañana,
abriéndole mis brazos sin reservas
se enreda en mi cintura, y con sus palmas
revuelve mil corales por mi pelo
bajando la marea de mi espalda,
y escribe con sus dedos de siroco
mis muslos de papel. Tiembla de ganas
el agua de mi centro, y el silencio
se vuelve soplo y grito que restalla.
Y puedo distinguir si no aparece
o si se queda quieto, boca amarga,
por no sembrar dolor sobre los campos
de mis días de siega y esperanza.
Yo hablo con el viento mientras sube
por el calvario oscuro de su alma
y hablo sin hablar cuando tropieza,
y abrazo el vuelo gris con que levanta
las hojas del otoño de sus días
como levanta el peso de mis lágrimas.
Y en las noches que el aire huele a pólvora
y no sopla la brisa, una palabra
se escapa de mis labios, y se queda
temblando sola igual que una plegaria.
El relato está presente en todos los tiempos y en todas las sociedades. No existen los pueblos sin relatos y podemos hablar de él como una «repetición» de acontecimientos o «la representación» de dichos acontecimientos (imitación a través del lenguaje –la mimesis–) amparados en el arte o talento del autor (narrador) que refiere a la capacidad de crear mensajes diferentes a partir de un mismo código.
No creo que sea posible definir la literatura fuera del marco de la situación comunicativa.
El carácter «literario» de un texto tiene, no solamente relación con el esquema discursivo, sino que la referencia insoslayable se halla en el «metatexto» que codifica al discurso en base a un determinado «código estético».
Este «código estético» debe analizarse desde el punto de vista tanto emotivo como cognoscitivo y no puede pensarse la literatura como un arte que se desinterese de su estrecha relación con el lenguaje, puesto que es este el instrumento mediante el que las ideas se expresan.
Para el análisis de un relato podrían proponerse dos instancias o niveles básicos:
–la «historia» o sea, el argumento que emana de las acciones y su lógica
–el «discurso», casado en los aspectos nodales del relato.
Por ende, el análisis o comprensión de los relatos, no se basa solamente en comprender la historia, sino determinar y visualizar los distintos encadenamientos del hilo narrativo que se desprenden de ese hilo direccionado por la anécdota de base.
No debemos olvidar que el verdadero sentido de un relato no es algo que se devele al final, sino que subyace en toda la extensión del mismo.
Todos los detalles de un relato tienen un sentido.
Todo tiene alguna significación o función, aun cuando resultara insignificante y ésto no es una referencia al mayor o menor arte del narrador sino que obedecería a una cuestión estructural.
Sin embargo, dentro de lo estructural, existen diferentes jerarquías para diferentes aspectos contenidos en la generalidad del relato, por lo cual varía la importancia de acuerdo a cómo juegue cada unidad narrativa que compone el corpus.
Básicamente podemos determinar dos grupos de unidades narrativas que funcionan integradas en la constitución del relato:
–los nudos o núcleos, que forman las claves para que el relato avance y continúe hasta acabar (secuencias elementales)
–los complementos, que abarcan el «relleno» entre dos núcleos y que no tienen la función de modificarlos sino que obran como aportes subsidiarios correlacionados con el núcleo al que se enlazan pero sin el poder de alterarlo como tal, sino que, más bien, aportan una necesaria tensión semántica entre los polos nucleares que dicho complemento relaciona en determinada secuencia narrativa.
Tenemos, entonces, que combinando las «secuencias elementales» obtenemos su complejización o sea que de su combinatoria surgen las «secuencias complejas» que son las verdaderas conformadoras del relato.
El enlace entre las elementales crea el «planteo narrativo».
Una vez establecidas las secuencias y sus complementos, el relato avanza como el narrador decida, siempre que se dirija hacia un proceso de mejoramientos del planteo desde el que parte, hasta alcanzar un punto en que la secuencia elemental inicial alcanza el equilibrio resolutivo en la secuencia elemental final.
Si el narrador, a pesar de conseguir que ambos pesos nodales entren en equilibrio resolutivo, decide continuar agregando secuencias, el relato suele entrar en un proceso de degradación conceptual por exceso de factores yuxtapuestos que requieren de aportes descontextualizados, obtenidos desde anteriores secuencias complejas ya resueltas. Esta «prolongación» por adición de factores anteriormente resueltos que aparezcan nuevamente irresueltos da idea de agregados no vinculados realmente al planteo original del corpus y da como resultado un forzamiento o una aparición de «segundo relato» con dependencias no resueltas en la resolución original que se obtuvo primariamente.
En un caso así, lo mejor es escribir otro relato «referencial» y no intentar prolongar digresionalmente el original hasta conseguir su degradación definitiva.
Mi mundo siempre tuvo mucho de papel más allá de su fragilidad. Había muchos libros en mi mundo.
Grandes bibliotecas había en mi mundo que tapizaban las paredes y la forma de ser.
Alguien que tiene tantos, tantos libros, no es como los otros.
Luego, estaban las bibliotecas públicas. Y mi padre con ellas. Era un hombre/ángel diseñado para habitar entre los libros.
En Córdoba, también, toda una habitación era una biblioteca.
En las dos casas, los estantes no daban abasto para sostener tanta afición por el conocimiento y los libros que no encontraban mundo quedaban apilados en la mesa, en el escritorio, en las sillas o en el suelo.
La geografía montañosa de mi vida estuvo hecha de sierras y de libros.
P or entonces sobraba en todas partes, inclusive al humor de Tomás que tuvo que prestarme un par de pantalones y una camisa ancha en la que entraba mi cuerpo varias veces.
Arremangaba los pantalones y los metía adentro de las medias porque Tomás me llevaba más de una cabeza. La camisa la dejaba suelta y me disfrazaba de fantasma. Total, tampoco nadie me veía en esa casa.
Nos alojaron en la pieza de atrás que daba sobre el huerto.
La abuela dejó dos juegos de sábanas que olían a mucho sol, pero que estaban duras, como almidonadas por el agua de pozo y el jabón.
Eran sábanas blancas, poderosamente blancas, de una tela dura, rígida, como la abuela.
Yo hice mi cama. Mi mamá se acostó sobre el colchón y se subió el acolchado hasta los ojos.
Supongo que lloraba debajo. Era lo único que hacía últimamente.
En la habitación, había además una cómoda con un espejo en medialuna, enorme, y un ropero de madera tan oscura que parecía negro. También tenía un espejo en la puerta central.
Yo nos miré ahí, retratadas en ese espejo alto.
Mi mamá era un bulto, una apariencia, cubierta totalmente y aún así, no invisible. Yo, no sé lo que era.
Las trenzas mal atadas dejaban escapar pelos de todos las medidas. Se notaba mucho que mi camisa era la parte de arriba de un pijama que no pegaba con el pantalón. Estaba fea, como un pájaro que no acabó el emplume, todavía con el polvo que entraba por las desvencijadas ventanillas del tren, adherido a mis formas.
No podía imaginar un lugar más polvoriento que aquel en el que estábamos.
Otras veces habíamos llegado igual, como una imposición. Pero era la primera que no llevábamos valija ni bolso ni una muda de algo. Pensé si la gente se habría dado cuenta en el tren que yo viajaba vestida con pijama.
La abuela lo notó.
-Usted… vaya a bañarse -me dijo, desde lejos, apareciendo como una sombra estricta en la suave penumbra del corredor que llevaba a nuestra habitación.
Esperó que pasara junto a ella, sin otro gesto que su dedo señalando el baño. Después se acercó a la puerta para hablar con mi madre que seguía debajo del cubrecama.
-Podrías haber traído ropa -dijo, solamente.
Yo me encerré en el baño.
Pensé en las otras veces de mi tan larga historia de paquete.
Siempre terminaba vestida con la ropa de otro, contribuyendo a mi estilo de adefesio.
La abuela abrió la puerta y me miró todavía sin desvestir, de pie junto al lavabo.
-Báñese rápido, que no se desperdicie nada de agua. Acá tiene.
Dejó sobre el banquito de junto al bidet la ropa de Tomás.
Me tuve que desnudar delante de ella, para que se llevara la mía y la lavaran.
-Su madre tendrá que coserle alguna cosa. No va a andar siempre vestida de varoncito, pidiendo ropa ajena -comentó y volvió a cerrar la puerta mientras yo me metía bajo el agua.
Pero mi madre no salió durante mucho tiempo de debajo del cubrecama. Y yo tuve que andar vestida de Tomás, que tampoco tenía más ropa sobrante que la que me había dado y que le hacía a él tanta falta como a mí.
La abuela le dijo varias veces a mi madre: Ocupate de tu hija, que para eso sos la madre.
Después, le encargó a Tomás que me cuidara.
Cuidar para Tomás era enseñarme a hacer lo que él hacía. Ser mandadero, peón de patio, andar entreverado con los otros peones, un poco acá un poco allá, aprendiendo el oficio de los hombres. También la libertad de andar tan suelto.
Lo fastidiaba hacerme de niñero pero no se animaba a traspasar el límite y transformarme en su propio peón.
Yo, más que su peón, era su perro. Andaba todo el día atrás de él, tratando de no molestar al único que me dirigía muy de vez en cuando la palabra o me compartía una galleta, un pedazo de pan, un mate en el galpón, alguna broma, además de la única ropa que te-nía yo para vestirme.
Cuando le preguntaban los jornaleros quién era yo, él se encogía de hombros. No lo tenía claro. Solamente obedecía el encargo de la patrona. “Una parienta”, murmuraba entre dientes sin conseguir asegurarme un rango de parentesco con los patrones. Y los peones farfullaban: “¿pero es hembra?”
Así fue que le pedí el cuchillo que llevaba cruzado sobre los riñones, una tarde.
Me lo alcanzó sin otro ademán que el de alcanzármelo ni otra recomendación que la de su gesto.
Yo me corté el cabello a cuchilladas delante de un pedazo de espejo que él usaba para afeitarse sus principios de bigote.
-Ya no soy más mujer -le dije a su mirada.
Él, como siempre, se encogió de hombros.
Ir al magosto del colegio con mi hija pequeña
y que coma castañas,
poner dos lavadoras sin mezclar los colores,
pedir certificado de la cuenta de ahorro,
mostrar más empatía con mis clientes,
comprarme chocolate: negro, con leche y blanco,
escribir un poema que me seque las lágrimas,
olvidarme de ti.
Lo que yo escribo repercute en ti
y cruza vidas con tu día muerto,
equilibra tu voz
y te transmuta el rostro
si te susurra algún verso prohibido.
Lo que tú escribes me imagina a mí
bailando en algún pub
fuera del mundo
-levísima distancia entre los cuerpos-
mientras hablan desórdenes los ojos.
Saja tu letra el aire del augurio
como un largo cuchillo
deseado
y mi sibila intuye cicatrices
para lamer despacio
cualquier noche
después de que te pierda mi mirada.
Sirve dos copas más
y haz que me importe un bledo
la desmesura de la mente ardida.
Sé nuevo para mí que yo
probablemente
si uno mis pedazos con tu verbo
nunca seré la misma.
No te pierdas todo lo que Revista Ultraversal trae para ti en su edición número 8 y léela online y/o descárgala gratuitamente haciendo clic aquí:
Editorial » Por Gavrí Akhenazi
Poesía » Buscando el azul / Renacimiento / El olmo / A mi yo poeta » Por Arantza Gonzalo Mondragón, con fotografía de la autora
Prosa » Polvo de yeso / Recuerdos de un inmigrante / Desequilibrios » Por Silvana Pressacco
Poesía » Me reconozco fiera / El ojo de Satán / En(carnadas) / Al fondo de los hombres » Por Morgana de Palacios
Reseña » Tierra: Un libro de Silvio Manuel Rodríguez Carrillo » Por Ruffo Jara
Novela » El brillo en la mirada (tercera entrega) » Por Eva Lucía Armas & Gavrí Akhenazi
Poesía » Lumínica / In-crédula / Pequeña infinitud / Nostalgia » Por Mariví González
Artículo » Praxis poética » Por Alejandro Salvador Sahoud
Poesía » Poeta no te calles / En remisión / Las tardes en espera / Solo sueños » Por Eugenia Díaz
Reseña » Asesinando a mi madre (y otros poemas violentos) » Por Silvio Manuel Rodríguez Carrillo
Poesía » Y si muero que no me repatrien / Anatema contra el mal versolibrismo / Hubo una vez una ciudad canalla / Décima sin nombre » Por Ricardo Fernández Esteban
Humanidades » La canción: fusión de música y poesía » Por Mercedes Carrión Masip
Poesía » ¿De qué presumes, Mayo? / Desmemoria / Lorquiana / La zarza y el tendedero » Por Juliana Mediavilla
Prosa » La ventana de Ione » Por Idoia Laurenz
Entrevista » Carmen Jiménez » Por Rosario Alonso
Artículo » Recursos literarios (octava entrega) » Por Enrique Ramos
Dirección general
Gavrí Akhenazi
Subdirección
Silvio Manuel Rodríguez Carrillo
Redacción
Arantza Gonzalo Mondragón
Eva Lucía Armas
Morgana de Palacios
Rosario Alonso
Diseño & diagramación
Jorge Ángel Aussel
Ilustración de tapa
Ovidio Moré
Sonata en amarillo: dedicado a Mirella Santoro |
Autores que aparecen en esta edición
Alejandro Salvador Sahoud
Arantza Gonzalo Mondragón
Enrique Ramos
Eugenia Díaz
Eva Lucía Armas
Gavrí Akhenazi
Idoia Laurenz
Juliana Mediavilla
Mariví González
Mercedes Carrión Masip
Morgana de Palacios
Ricardo Fernández Esteban
Rosario Alonso
Ruffo Jara
Silvana Pressacco
Silvio Manuel Rodríguez Carrillo
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Ni los escritores ni los poetas tienen que encerrarse en una torre de marfil, argumentando como clave exculpatoria, que una inmensa masa no los comprende ni interpreta, cuando, lo que deberían hacer, en realidad, es analizar el porqué de que no se los entienda. Es mi prédica constante, saturante, hartante y siempre a contracorriente de los mundillos que terminan trenzando intelectualidades de salón, apasionadas exclusivamente por robustecer su distancia del resto de los mortales.
Sostengo que las élites son tapones de basura en la boca de un caño público. Están ahí, entorpeciendo todo y sobre todo, impidiendo el acceso a su núcleo cerrado, a todo un público que termina clavándose con obras que son una verdadera porquería, escritas exclusivamente para satisfacción del ego personal y sus cuatro cultores que manejan la opinión crítica con el más absoluto descriterio.
Cuánto más se aleja el escritor del núcleo social, cuánto más complejiza el diálogo con su lector, más recalcitrante se vuelve, apoyado por una corte que hace de lo que ellos entienden por cultura, un Olimpo de cuatro iluminados que miran a los otros desde lejos, no sea que alguno tenga un talismán místico o algún conjuro cabalístico, que les quite sus prerrogativas de élite.
Se recocinan en su propio jugo y engordan con él esa idea difusa y casi mítica que se tiene de que los escritores reciben su poder emanado de Dios, como otrora los reyes.
Luego, está el marketing, que deviene de la misma circunstancia, porque en la actualidad todo es un comercio y sacando las revistas independientes que apuestan por las culturas de resistencia o dan espacio a los que lo necesitan, todo lo demás pertenece al circuito comercial y se maneja con dinero y no con talento.
Así, los bodrios que alcanzan el mercado y son publicitados hasta la insensatez por la opinión comprada de tres críticos de merchandaising.
Yo creo que hay movimientos literarios que se gestan en una convicción de transmitir determinadas vertientes sociales e históricas.
No se puede desvincular el arte de los cambios que la sociedad experimenta, como si fuera un objeto no representativo del hombre, sino de algún abstractismo ignoto al que se accede sólo por voluntad divina.
El artista debe ser un testigo de su siglo, de su núcleo, de su historia de raza, de su historia de humanidad.
En esa clase de movimientos creo yo. Los que marchan con el hombre y llevan sus banderas.
También es cierto que no todo el que ponga letra en un papel puede llamarse escritor. Ese es un fenómeno obsceno que sucede en internet, mediante el cual, gente que no tiene puta idea de lo que es un oficio real y concreto, llama «poeta excelso» a cualquiera que pegue (porque pegar no es rimar) mañana con campana, sin la mínima noción de lo que es un desarrollo artístico en cualquiera sea el texto literario que encare ni tenga la más elemental base gramática (ya no pido talento) como para una redacción —por lo menos— coherente.
Lo más trágico es que, en la compulsa, todos entran en el mismo saco internetero y es muy difícil establecer parámetros con aquellos que tienen el convencimiento de que son grandes escritores, porque otros, que no entienden nada de literatura (no me pongo elitista sino que hablo en base a los años de oficio que tengo encima) los convencieron de eso, alabando engendros que no resisten siquiera el más elemental análisis sintáctico.
Como novelista, observo este fenómeno (el de internet) mucho más frecuentemente en poesía que en prosa, aunque ésta ya también vaya siguiendo el mal camino de otras circunstancias literarias, hasta que la literatura termine por convertirse en un subvertido arte menor (y no me estoy refiriendo precisamente a versos de «hasta ocho sílabas»). ◣
Hay gente que pasea el cuerpo y gente que pasea el alma. Unos corren por los andenes para no perder el tren de la primavera mientras otros esperan a que el invierno les estalle. Hay corazones que guardan billetes caducados en el fondo de un violín de tiempo, buscando un amor que les robe la memoria y así olvidar la soledad que borró días en el calendario. Quizás debamos restar a las estaciones los minutos en que las flores salen, arañar los perfumes y los colores dentro de un universo imaginario, esperar que regrese del baúl escondido el impulso definitivo hacia azules más intensos. Puedo perdonarlo todo, excepto que no me quieran.
Volviste de las cosas dormidas, del silencio podrido de las sienes y los instrumentos cubiertos de polvo. Volviste del desierto olvidado por los dioses, del tren fantasma donde nadie viaja y el sillón eterno donde yacen las flores. Tu patria era el éxodo donde morían los vinilos. Pero resucitaron en tu garganta las cuerdas adormecidas por el humo, las cuerdas momificadas de ausencia. Pero volviste, sereno, renovado, malherido por el talento. Llegaste a mí con el perfume que toca todas las cosas, con la elegancia con que miran tus ojos. Qué decirte, que me gusta el lugar que ocupas en el mundo, qué decirte, que me gusta el que ocupo yo, prisionera de tu encanto.
Una vez vi que un olmo dio una pera y me quedé atrapada en su prodigio, por eso vuelvo cada primavera a buscar en la rama algún vestigio. Por momentos parece que germina que quiere agradecer mi confianza pero pronto el amago se termina y vuelvo a mi normal desesperanza. Qué terca mi insistencia en lo imposible estando el campo lleno de perales. ¿Será la realidad tan insufrible que prefiero elegir mis propios males?
Te doy mi boca para que hables al mundo y te conviertas en domadora de relámpagos capaces de encender el fuego en los renglones. Esa que ves delante del espejo esconde la emoción de los perfumes que excitan el olfato buscando expectativas. Para hacer magia has de ser capaz de traducir el alma.
Fue oportuno estar ahí en el momento justo en el que la estatua se trituró contra el piso a raíz del empuje que le dio tu soberbia. Pude ser testigo de cómo se elevaba por el aire el polvo del yeso mientras moría definitivamente el brillo de tu imagen.
Nunca lograste conocerme —o tal vez nunca pudiste— porque caminabas frente a espejos recitando de memoria tu nombre. Te nutrías tan solo con los logros de tu propio huerto mientras una ciega con las rodillas lastimadas lo abonaba en los climas inadecuados.
Ahora es inútil que hables de regreso porque me llevó mucho tiempo limpiar la basura. Además debo confesarte que ya no tengo altares, ni siquiera religión.
Sinceramente —para qué mentir— no me seduce un dios craquelado. ◣
No podía saber cuántos momentos había borrado de su memoria con los años, pero el primer día en Argentina seguía intacto y lo revivía como si fuese esa misma tarde. Volvía a ser un niño en las calles grises del puerto, sintiendo cosquillas de incertidumbre y un miedo indescriptible comiendo su hambre mientras se sujetaba a la mano callosa de su papá como lo único seguro.
Dos días después de haberlo desembarcado el bergantín había vuelto a partir, y aún maldecía no haber seguido el impulso de subirse de nuevo olvidando lo que se esperaba de él. Comprendería después que por su cobardía había perdido la única oportunidad de volver a los brazos de su madre. Desde entonces, ningún barco se la trajo y ninguno lo regresó. El sueño de volver a Italia moriría con él, enterrado bajo una tierra que lo había cobijado pero en la que siempre se sintió un intruso. Una tierra en donde conoció temprano el abandono, la pobreza y el sacrificio.
Aún le dolía la mano gruesa y firme de su padre posada en el hombro, la presión del moño que acomodó en su cuello y la caricia fría sobre el flequillo para despejar los ojos que vencían a las lágrimas. Él tenía tan solo 8 años cuando lo vio partir dejándole un montón de mentiras como única esperanza, un patrón severo, una cama dura y por techo un galpón que competía en crueldad con las temperaturas exteriores.
El recuerdo venía acompañado siempre de los mismos dolores que validaban sus convicciones, no era bueno amar y mucho menos confiar.
Había logrado sobrevivir sólo y en su corazón nunca hizo espacio para nadie. ◣
El problema es que yo no ofrezco nada,
ni miel ni hiel ni carne de papel,
ni meta que alcanzar ni andarivel
ni siquiera una lengua amaestrada
en violencias virtuales, abocada
al más puro fracaso realista.
Si peco de algo es de fetichista
coleccionando versos asombrosos
que cambio por los míos venenosos
con quien no cree que me pasé de lista.
Me reconozco fiera. De telones
entiendo poco y nada. Boca adentro
carezco de pudor y salgo y entro
de mí sin timidez y a borbotones
sin pretender de nadie absoluciones
al pecado de serme en sinrazón.
Tú cuida, si peligra, el corazón
que conmigo te arriesgas al infarto.
Sé que acabo doliendo como un parto
y que termino siendo una adicción.
Y te estoy taladrando las neuronas
sin pose, sin teatro, sin divismo,
te estoy acompañando a ser tú mismo,
a definirte sin las bravuconas
consignas de la hombría cabalística.
Te estoy zarandeando con la mística
de una mujer que está en huelga de hombre
por motivos que no vienen al caso.
Tan rebelada estoy contra el Parnaso
como tú contra el filo de mi nombre.
Yo ya no me apaciguo ni en mis propias pulsiones
y escribo desvaríos por encontrarme el centro,
por transmitirme absurda desde el punto de encuentro
con otros ojos libres. Por amargas razones,
ahondar en el útero de las desilusiones,
les quita la coraza, el acero, la roca.
Catártico el instinto rebelde de una boca
que desnuda tragedia para vestir consuelo.
Yo uso la palabra como el largo escalpelo
que limpia las heridas que el amor me provoca.
El verso me conduce a falsas posiciones
y dejo que me roben lo que me pertenece
pero no soy culpable si el desengaño crece
como la mala hierba sobre los corazones.
Yo camino de vuelta de avernales razones
y no hay sitar que imite la voz de mi armonía
ni llama que se prenda en la noche vacía
para paliar mi ausencia del ojo de Satán.
Mi boca se rebosa de caliente champán
cuando le miro fría, fría, fría.
Será por algo, entonces, que las mujeres sangran
cuando se caen desnudas desde el aire translúcido
sin que las apuñalen.
Será por algo
que se derraman purpúreas
y no verdes biliosas o ámbares seminales.
Será por algo, digo, que como las mareas
se van de sí, volviendo a sus adentros
con la luna regente en los instintos
y desbordan los cántaros terrestres
de neuróticas aguas escarlatas.
Será que por sus venas corre el hombre
de atávicos cuchillos afilados
para la gran venganza de su génesis
grabada en la memoria colectiva.
Será que no hay amor sin sacrificio cruento
en el altar de Cronos
ni vida sin la muerte
de sus cárdenas rosas menstruales.
Será que se suicidan gota a gota,
criaturas de sangre
para el semen de un dios
muerto de rojos.
Al fondo de los hombres, yo siempre llego tarde.
A destiempo me gustan los que hubieran servido
para darle la vuelta a tanto amor fingido
y desmontar los tópicos sin excesivo alarde.
Yo no salgo de mí si inquietante no arde
la mente en una pira de surrealidad
y resulta evidente que, pasada una edad,
sin los inconvenientes que tiene la inocencia,
sólo un antiguo preso, ahíto de experiencia
puede acercarse un poco a mi exacta verdad.
En eso me distingo de cualquier hombre al uso
que sueña a los cincuenta con dos de veinticinco,
así que, siendo perra, no pego ningún brinco
por una galletita que morder, ni me excuso
por no ladrar eufórica ante el primer pituso
que me rasque la panza que muestro generosa,
con esa deferencia tan feble y cariñosa
de quien para el paseo, no te pone bozal.
Pero eso ya lo sabes. Soy esa fleur du mal
que llega siempre tarde, herida y sospechosa.