Mi Dios de niño
Crecí escuchando sobre su poder,
imaginaba lo majestuoso de su regencia
y una luz de blancuras que temía manchar.
¿Quién no soñó rondar por los paisajes místicos
que nos vendían en libritos blancos?
¿Quién no se impresionó al entrar a los templos?
Eran ambientes para no olvidar.
Pero nunca faltó un temor escondido
en escenas de fuego y un ser que no entendí
porque se interponía entre tanta belleza.
También logré ver ángeles guardianes
armados con espadas y así pude indagar
que eran los buenos frente a los malos y lo creí.
En verdad lo pensé, guardaba estampas.
Me gustaba Gabriel, un ángel héroe
y la imaginación siguió su curso.
Pero el orbe de grandes echó al suelo
ese mundo de Dios que de niño soñé.
Nadie me lo contó, las fantasías
se esfumaron, ahora son historias.
Si me hubiesen pintado a ese Dios menos grande,
más frágil, con defectos, más cerca de los hombres
quizás lo hubiese visto
como más verdadero.
El suceso de Cristo fue una revelación
de un mundo más cercano.
Ríe, payaso
Me río del payaso que aparento
-o quizás eso soy-
tratando de atraer miradas con mis versos.
No ando detrás de las sonrisas blancas
de los prójimos lentos
que se pierden en rutas de soledad y muerte.
Fracaso en el motivo y no convenzo,
me quedo solo y turbio,
un idiota que ríe sobre su propio estiércol.
Les pinto el enemigo que los hiere,
desnudo su bosquejo
y en los versos finales, dibujo su currículo.
Pero no captan al poeta necio
y su labia incendiaria
que sólo busca leña para alumbrar sus predios.
Mi máscara no llega, luce tosca,
antifaz obsoleto,
un arlequín que gime a carcajadas mudas.
Así, Ruggero tiene su remedo
con ausencia de público,
un títere que llora y ríe su lamento.
El poeta jardinero
Recuperemos las musas del hueco
donde quedó entrampado el poeta
que cultivaba las rosas del huerto
cuyo terreno lucía sin vida.
Nadie creyó que pudiese con versos
dar vida al hoyo podrido, marchito.
Surgieron brotes hermosos, serenos
que dieron paz y alegría a la grieta.
Pero en la casa del pobre el anhelo
es letra muerta en la boca del vate
si sólo tiene palabras con metros
y rimas muertas, por más efectivos
y contundentes resulten sus vuelos.
Serán tristezas con alas torradas
y volverá la sequía, el lamento.
Hay que ir blindado, no sé con qué armas
y rescatar al juglar jardinero
y prevenir que la infamia lo entierre
en el edén que forjó con ingenio.