Selección de poemas de Orlando Estrella

Mi Dios de niño

Crecí escuchando sobre su poder,
imaginaba lo majestuoso de su regencia
y una luz de blancuras que temía manchar.

¿Quién no soñó rondar por los paisajes místicos
que nos vendían en libritos blancos?
¿Quién no se impresionó al entrar a los templos?
Eran ambientes para no olvidar.

Pero nunca faltó un temor escondido
en escenas de fuego y un ser que no entendí
porque se interponía entre tanta belleza.
También logré ver ángeles guardianes
armados con espadas y así pude indagar
que eran los buenos frente a los malos y lo creí.

En verdad lo pensé, guardaba estampas.
Me gustaba Gabriel, un ángel héroe
y la imaginación siguió su curso.

Pero el orbe de grandes echó al suelo
ese mundo de Dios que de niño soñé.
Nadie me lo contó, las fantasías
se esfumaron, ahora son historias.

Si me hubiesen pintado a ese Dios menos grande,
más frágil, con defectos, más cerca de los hombres
quizás lo hubiese visto
como más verdadero.

El suceso de Cristo fue una revelación
de un mundo más cercano.


Ríe, payaso

Me río del payaso que aparento
-o quizás eso soy-
tratando de atraer miradas con mis versos.

No ando detrás de las sonrisas blancas
de los prójimos lentos
que se pierden en rutas de soledad y muerte.

Fracaso en el motivo y no convenzo,
me quedo solo y turbio,
un idiota que ríe sobre su propio estiércol.

Les pinto el enemigo que los hiere,
desnudo su bosquejo
y en los versos finales, dibujo su currículo.

Pero no captan al poeta necio
y su labia incendiaria
que sólo busca leña para alumbrar sus predios.

Mi máscara no llega, luce tosca,
antifaz obsoleto,
un arlequín que gime a carcajadas mudas.

Así, Ruggero tiene su remedo
con ausencia de público,
un títere que llora y ríe su lamento.


El poeta jardinero

Recuperemos las musas del hueco
donde quedó entrampado el poeta
que cultivaba las rosas del huerto
cuyo terreno lucía sin vida.

Nadie creyó que pudiese con versos
dar vida al hoyo podrido, marchito.
Surgieron brotes hermosos, serenos
que dieron paz y alegría a la grieta.

Pero en la casa del pobre el anhelo
es letra muerta en la boca del vate
si sólo tiene palabras con metros
y rimas muertas, por más efectivos
y contundentes resulten sus vuelos.
Serán tristezas con alas torradas
y volverá la sequía, el lamento.

Hay que ir blindado, no sé con qué armas
y rescatar al juglar jardinero
y prevenir que la infamia lo entierre
en el edén que forjó con ingenio.

EDITORIAL

El escritor y su herramienta

por Gavrí Akhenazi

Imagen by Marcel Langthim

Me pregunto, cuando leo o escucho ciertas posturas o participo de algunas formas de debate, dónde ha quedado realmente la lengua que nos fuera cercana y accesible.

Siento, en muchas ocasiones, que toda esa riqueza intrínseca que tiene el español ya no queda en ninguna parte. Se ha perdido en medio de todo lo que se ha perdido o degradado o transformado en una mutación extravagante acorde a la época, como si sobre el idioma hubiera caído una verdadera batería de misiles de cabeza nuclear que crearan esa gestación de deformidades en los humanos sobre los que caen.

Quizás la lengua está perdida en los laberintos de quienes la hablan cada vez más a su modo, y no será posible su rescate, a pesar de todo lo que algunos nos esforcemos en conservar el código que nos equipara y nos iguala.

A esta altura del siglo, parece destinada, tal vez, a atravesar el desierto del enmudecimiento en pos de la tierra de los emoticones, atravesar las brumas tenebrosas y sórdidas de un discurso que la mutila y la descoyunta casi con afán asesino para salir de esos lugares transformada en un adefesio irreconocible.

He regresado tardíamente al español y a reaprenderlo en su vastedad y también a redescubrirlo como un código cuasi infinito de posibilidades en las que todo puede ser escrito y todo puede ser dicho, porque cada vocablo encierra un matiz único e irremplazable y para un escritor que se precie de tal, nada hay más sustancioso que la enorme herramienta de su lengua. Muchos deberían acceder a este último concepto.

La lengua es algo atemporal y nos plantea una exigencia de infinito, porque se abre paso como un acto vivo que siempre es capaz de interpelar y de ofrecer resultados inefables. Unifica, reunifica, explica, relaciona, comunica, habla.

La literatura es la forma más pura de la manifestación de la lengua, y por su naturaleza posee una fundamental esencia interpelativa, ya que está dirigida a otro alguien que completará el círculo de la comunicación y recogerá el germen de sus preguntas, porque el código participa al receptor con el emisor del mensaje y resultará nutricio ese intercambio de realidades ficcionales o no, líricas o no, pero que siempre inducirá a un sentido de amplitud reflexiva, tan necesaria a los seres humanos.

La lengua es riqueza.

¿Por qué, entonces, arrojar la riqueza a los chanchos, siempre bien alimentados por el postureo de moda?

Selección de poemas de Jordana Amorós

Mujer tenías que ser

Dios te creó, mujer, tan sensitiva
que se te transparenta el sentimiento
por los ojos y un alma comprensiva
pone en tus labios su risueño acento.

Y al tiempo te ideó tan combativa
que haces de tus manos el sustento
de la fuerza del hombre y lo motiva
para sobreponerse al desaliento.

Contradictorio ser, hecho de seda
y diamante a la vez, de confitura
y de sal, que a la Tierra dan sabor.

Corazón de leona, en que se hospeda,
desde que el mundo es mundo, la más pura
e incombustible llama del amor.


Antiguos desconocidos

Mi idolatrado cuerpo, conocido
-eso creía yo- al que me ata
con cada vicio antiguo mi insensata
afición de apegarme a lo sabido.

Después de tanto tiempo compartido,
sentirlo, sangre y piel, es una grata
sensación, aun si a ratos me maltrata
su esqueleto de hueso dolorido.

Por eso ha resultado una sorpresa
mirarlo hoy con distancia, no sabía
que apenas, poco y mal, lo conocía.

Que solo es esa cáscara que apresa
un alma que viviendo se enriquece
mientras que él se arruina y envejece.


Reconciliación

Duele vivir.
Y da pavor no hacerlo…
Respirar, aunque ya no esté la rosa
por regalarnos su mejor fragancia ,
se ha vuelto para el pecho una costumbre.

Y no hay corazón que no desee
presenciar con placer cómo se rinde
el rigor del invierno y sin recato
reverdece una nueva primavera.

Toca reconciliarse con la vida,
buscar esperanzado en la textura
del alba algún acento cristalino,
capaz de devolverle el brillo al aire.

Y aprender a exprimirle a tu sollozo
incandescentes rimas cada noche.

Selección de poemas de Eugenia Díaz Mares

Imagen by Tower Art

Un cigarro, oídos sordos

Qué ganas con ser pasiva,
si las tormentas te pegan
y las alas te las pliegan
de manera primitiva.
Buscas una alternativa
que apacigüe el vendaval
tener un día normal,
un cigarro, oídos sordos,
o el gorjeo de los tordos
para la salud mental.

O bien cedes en tu mente
y a tus miedos te regresas,
o marcando tus promesas
a tu pavor le haces frente
sin dejar que se alimente,
ni que esparza su amargura,
tan violenta y tan oscura,
que con sus demonios trate
y con ellos el desate
toda su furia futura.


Cerrojos sin combinación

Se me perdió el amor, y solo me ha quedado
el remanso de haberlo conocido.
Se me quedó impregnado ese aroma a maderas,
sabor a menta fresca que probé en su sonrisa,
la sensación del mundo entre mis manos
y su mirada fija agitando mis entrañas.

Con mi cuerpo de agua he mojado las calles
siguiéndole las huellas.
Él no me quiso gris, me quería fresca y verde,
me dejó con mis sombras en la oscura parada
del tranvía que partió.

¿Qué voy a hacer conmigo?
sí ha dejado cerrojos sin la combinación,
a mi piel con escarcha, mis voces silenciadas
con labios moribundos cómo las golondrinas
perdidas que no migran.


Ofrenda en el día de muertos

La gente dice que has muerto.
Nena mía, ellos no saben
que resplandeces y vives
como el sol todas las tardes,
que sigues siendo murmullo
de amanecer en los mares,
eres música y el ruido
alejando oscuridades.

Que ansiosa espero noviembre
invadida de saudades,
en un altar con ofrendas
flores, velas esenciales,
tu platillo preferido,
con mis lágrimas fugaces.
Celebrando el día de muertos
llorar es inevitable.

Ven a casa, mi pequeña,
te dejare las señales
que te indiquen el camino,
abriré los ventanales
para sacar el silencio,
la tristeza y soledades
hay mucha muerte en el mundo.
Perdona las novedades.

Yo sigo en recogimiento
esperando tu mensaje,
con maleta preparada,
y en mi corazón, finales.
En mi mirada el anhelo
de atravesar los zaguanes
feliz contigo del brazo,
muy lejos de los mortales.

Selección de poemas de Rosario Vecino

Imagen by Wolfgang Hasselmann

A pesar, quizás, aún

castradora de aguas santas
mis fluidos
mi llanto

la sagrada humedad de dos cuerpos
trenzados
amándose

cadena de mis manos impidiéndome
el tacto
la caricia

traidora de mi esencia
has congelado mi lengua junto con mi corazón

pero no recordaste -rosarito-
que yo respiro por el estómago
me escondo en el estómago
me muestro en el estómago

y
resucito a otras vidas
-adiviná-

regurgitando


Duermevela

Duérmete mi niña.
Duérmete,
te dejo libre porque al fin te encontré y ya estabas curada,
yo dramatizando, siempre, con mi escasez de rosa,

quédate así, dulzona, despeinados los rulos
andrajosa y traviesa,
pobre, con cama compartida con tus hermanas duendes,

y tan bonitas
y tan felices.

Soy yo, la adulta, quien tiene que arreglar sus puteríos,
no debieron mis mentirosos traumas ponerte como excusa.

Pasó lo que pasó porque debía pasar,
todas las cosas, en todas mis edades,

vamos, duérmete niña,
que yo ya desperté.


Con otro palpitar

enviciada despersonalización
de una persecución inagotable
circular
insoslayable ya
para encontrar al que apagó la luz

una sensación de nada
pero no de una buena
absoluta
nada
nada

solo una ridícula
caricaturesca nada con palabras

las palabras son solo hologramas mentirosos
jamás llegan hasta el fondo

fondo
fondo
fondo

de alguien que detesta las alturas

Selección de poemas de María José Quesada

Imagen by Anke Sundermeier

Pensamiento

Quiero asirme de tu mano,
ser el eco de tu risa,
cobijarme en tu regazo
hasta sonrojar al día.
Formar parte del misterio
que en tu esencia resplandece,
tomar aire de tus besos
y nadar contracorriente.

Y después, qué se me daba
morirme con tu recuerdo
en la celda sin ventana
de un castillo de silencio,
si colgada de tu brazo,
aunque solo sea un momento,
si en tu fondo de ojos claros,
ya he sentido el Universo.


Canción interna

Yo canto por las canciones
solapadas de alegría
y canto por las raíces
que no ven la luz del día.
Canto por esas entrañas
que retumban de agonía,
y canto por el pasado,
fruto de melancolía.

Los calabozos del miedo
tienen cerraduras frías.

Si me adolezco cantando
eso solo es cosa mía.

Selección de poemas de Idella Esteve

magen by Enyin Akyurt

Figúrate, si puedes

Figúrate, si puedes,
lo que el rostro te esconde.
¿Qué te voy a decir de los silencios?
¿Qué te voy a contar de los internos gritos?
¿Qué de las esperanzas ya perdidas?

Ampárate en mi sombra, que no hay otra.
Cógete de mi mano
y camina conmigo hacia el poniente;
ya no te importe el norte, ¿para qué?,
llegamos al final de nuestro viaje.

El mañana vendrá
pero nosotros… ¿Cuándo?… ¿Cuándo?… ¿Cuándo?

Todo tiene un final.
Oriente quedó atrás. Todo es Ocaso.


Cuándo

Cuándo saldremos de esta hibernación
en un sueño fatal aletargados.
Cuándo dejar atrás nuestros cuidados,
las cuitas empañando el corazón.

Cuándo, si no me falla la razón,
estarán mis anhelos reafirmados,
aquellos que se han visto refrenados
por esta interminable situación.

Cuándo. Se hace tan larga esta agonía
que traspasa la luz y son penumbra
los rayos que me llegan desde el cielo

y ya no puedo ver brillar el día.
Sólo al llegar la noche se vislumbra
lo real o irreal en mi desvelo.



Divagando

Ejercí de feminista
sólo en casa, coherente.
Hoy la cosa es diferente,
nada hay que se resista.

Para el hecho de cambiar
yo me apunto la primera
cuando me entra la tontera
de cosas tergiversar.

A los hombres llamo nueros,
yernas nombro a las mujeres.
Así lo llevo ¡Qué quieres,
si no me cuesta dineros!

Y me paso por el forro
la gramática castiza
y nada me escandaliza
pues soy más lista que un zorro

No todo en «a» terminado
se refiere al femenino
y es un tema ya cansino
que ha de ser eliminado.

No hay un hombre que se niegue
a que le llamen tenista,
violinista, ajedrecista…
en lo que toque o que juegue.

Lo que finaliza en «ante»
se quiere acabar en «anta»
cosa, pardiez, que me espanta
y no le encuentro atenuante.

Mas pongo trabas, no creas,
si me hacen usar la arroba,
es algo que me joroba,
me causa flato y disneas.

Dejemos las tonterías,
vayamos a lo concreto:
tratémonos con respeto
y acaben las chulerías.

Selección de poemas de Eva Lucía Armas

La rosa de Buscemi

Quiero decirte
-ahora que estás triste y antologando karmas-
que el tiempo (sinalefa ridícula en queel)
jamás
(así, jamás )
jugó a nuestro favor.

Yo vengo muy gastada de ilusiones
(y por lo tanto, ya no me ilusiono).

Y vos no sé.

Eras amor sangrante que sangraba demasiados amores.

A veces me pregunto

si no quise
no supe
o.ni quise ni supe la verdad.

Una se queda sola con sus miedos
para combatirlos de por vida.

Ni siquiera
ahora
en esta indescriptible soledad
sabemos cómo acompañarnos.

No nos alcanzan bergantines ni sueños.

Siempre seremos

(tan solo)

dos amores solos que no saben amarse.


Toma 1

Yo he nacido de pie, como la fuerza,
y no a merced del viento.
Soy un quebracho de raíz profunda,
no un pino blando
que no propicia calor cuando se quema.
Yo te quemo la cara, las pestañas,
soy brasa firme y esplendor sonoro.
No soy queja ni llanto ni suplicio,
soy toda libertad, toda talante,
y vendaval de aguas y de musgos.

Me río de la histeria y los histéricos.
Me río de las pálidas bacantes
que cantan a Dionisos travestidos.

Yo renací de muertes y de furias
como un Fénix de intrépidos cristales
y no me pueden venir con pantomimas
ni con besos de lengua que no existen.

Soy mi propio fantástico deleite,
mi soledad apócrifa,
mi aguerrida e incuestionable Lisa Simpson.

Y decido qué hago con mi vida,
le pese a quien le pese; incluso a Dios
que me mandó en pelotas a este mundo de diablos
y arreglate.

Mi espíritu está viejo de universo y soy la libertad,
la independencia.

Nada tengo de frágil, ni muriendo.


Existencias

Ahora que estás ebrio de mar
como un contramaestre melancólico
que desposa sirenas de espuma por el mundo,
escucho tu voz.

Canta desde el fondo de un suspiro
y murmura mil nombres con su tinta salina
atrapado en el engarce del hombre solitario.

Cuenta tu voz, atadas al relato de tu piratería caribeña,
las bocas y las manos que cosechó por tantas noches blancas
en la vertiginosa copa de la luna
y sobre la desesperanza y el calor.

Un tesoro de pieles y perfumes que se van apagando
en el profundo arcón de la memoria
como se apaga suavemente una plegaria
en una catedral
te obliga a regresar a los regresos
y a buscar a tus búsquedas.

El Viejo Relicario vaga con su Cubano Errante
proponiendo palomas, disparos y palmeras
y seduciendo ninfas, ondinas y bañistas
atrapado en la red de pescar versos.
Es su contramaestre melancólico
que intenta, mientras canta, ser feliz.

Yo soy de las que bailan de sol a sol la vida
en una playa ignota
hecha toda con esqueletos de cangrejos y de estrellas fugaces.

Diría que no existo.

Selección de poemas de Morgana de Palacios

El tiempo pasa

El tiempo pasa, vida,
se asoma precavido a mi intemperie
por intuirte páramo a lo lejos
y se nos va nublando
a medida que avanza sin mucha convicción.

El tiempo-incertidumbre-holocausto-pandemia
como un virus
dubitativo y frágil
se persigna al rozarnos, murmura vade retro
como si nos temiera

porque dejamos de reivindicarlo
porque dejamos de pensar en él

y hasta de esperanzarnos en sus ojos de lluvia.

Ya sólo creo en ti y en tu no-tiempo
adicta al sinfuturo de tus labios
que todos mis silencios justifican.

El tiempo pasa, vida, y no me importa.
Con esta terca voluntad de amarte,
me olvido de que existe
día a día.



Un mundo de metáforas

A veces, junto a ti, me ataca el desconcierto
por esa diferencia de tu tacto y mi tacto
e invento la caricia y el golpe y el exacto
instante de atraerte a puro cielo abierto.

Por esa diferencia de tu boca y mi boca
es que gestas las guerras que enamoran al labio
y el verso que seduce, enardecido y sabio,
de tu lengua a mi lengua se agita y descoloca.

Porque somos distintos de palabra y de gesto,
de ojos y mirada, el instinto me apuesto
para desentrañarte sin un roce de piel.

Un mundo de metáforas con el rostro velado
no oculta la certeza de saberte a mi lado
el más hombre del mundo con carne de papel.


Armada

Tal vez desilusión, no aburrimiento.

Jamás me aburro yo conmigo misma,
me inauguro portátil, voy y vengo
y me sobra talento armamentista
para partir de cero en cualquier guerra,
al no soñar con tierras prometidas.

Mi territorio se abre en el presente
sobre el páramo azul de la inventiva.

No soy de las que lloran el pasado
negando la pasión de cada día,
porque lo que me gusta es el camino,
la huella de los pasos, la genista
en la cuneta donde duermen tantos
sobre sus cuerpos yertos invasiva.

A ninguno le debo un mal capricho,
ninguno me ha dejado malherida,
lo que me dieron di, siempre sobrada,
y al irse pasé página deprisa.

Mi lealtad se ajusta a lealtades
que no terminan más que con la vida,
el resto ni me mueve ni me importa
ni consigue borrarme la sonrisa.

¿Aburrimiento? No, ni estando muerta.
¿Desengaño? Quizás, por estar viva.

Pero es lo que estoy, viva y armada
hasta los dientes con la poesía.

Selección de poemas de Isabel Reyes Elena

El primer árbol que se quebró en mi pecho

Te adentraste en mis bosques,
trajiste el paraíso y el autobús del día,
las lanchas de tus labios y el corazón unánime.
Andas por mis pestañas sin exigirme nada.
Callo y anida el tiempo en mis ojos azules.

Tal vez no pueda nunca regresar al calor,
a la ribera suave de los pájaros
a la fruta de barro que taponó la aurora,
a esas iniciales grabadas en mis ojos.

Pero tú me escanciaste como un vaso de sol
y fuiste el primer árbol que se quebró en mi pecho.
Embalé mi destierro. Me lloraban las calles,
el camión con mis muebles traspasó la vendimia,
pero tú me conduces. A tus fuentes me llevas.

No me diste la luz.
Si la hubiese atrapado con mis manos entonces
yo sé que en mis retinas vería mariposas
y un ancla bajo el agua de mi cuerpo.

¿Y por qué no encontrarnos de nuevo en las murallas
de la noche los dos, rescatarnos el día,
ver si podemos juntos adelantar tormentas?

Por mi esperanza cruza tu recuerdo de música
al desvestirme selvas esenciales, y tengo
el dolor de la nieve, la madurez salobre
de quien atrapa barcos con sus manos de piedra.
Cuando pasen andenes te seguiré mirando.

Mi meridiano eres. Tanta melancolía
se albergaba en mi acento castellano.
Fuimos desmenuzando palabras interiores.
Por entre el diccionario con mi paraguas rojo
impediré que caiga la nieve en tus pupilas.

Yo ciega voy de amor, sé tú mi lazarillo.


Instante decisivo

Miradme aquí, en piedra convertida,
exhausta de silencios y ciclones,
coronada de inútiles razones
a causa de una nueva arremetida.

Observadme en el tiempo detenida
enlazando palabras a jirones,
sombras de soledad, crudas lesiones
que acunan el sabor a despedida.

Mas no lloréis la ausencia de mi viento
ni toquéis el poema que os escribo
bajo el soplo desnudo de mi acento.

Que en la nada de un verso sigue vivo
-con la sangre y la sal del desaliento-
el reloj del instante decisivo.


El arpa de mis ritmos

Os dejo la palabra en mi verso truncado
y este fulgor que intento mantener encendido
para que los senderos no se llenen de sombras
cuando la sombra venga a cebarse conmigo.

Os dejo un arcoíris de voces traspasadas
por el ardiente dardo del poema maldito
que se encona en el alma, madurando en la mente
y rompe las entrañas cuando quieres parirlo.

Os dejo cuanto tengo: mi alforja de palabras
y este viento que, a veces, me aúpa al infinito
con el ímpetu firme de sus alas amigas
para hurtar los azules que me fueron prohibidos.

Me marcho como vine, desnuda y sin apegos
pues no escalé montañas, pero sé de los riscos
que cercaron mis huellas con ortigas malignas
cuando aventé canciones por todos los caminos.

Recordadme si os place, y si no, silenciadme.
Sé todo cuanto os debo y cuánto he recibido
de este afán que me tiene atada y bien atada
al querencioso potro del verbo y su destino.

Si me queréis gritadlo frente al mar de mi tierra.
Os dono para siempre el arpa de mis ritmos
y el amor que me crece en los espejos mudos
del poema sangrante y mi triste delirio.

Metamorfosis, Eva Lucía Armas

Imagen by Camilo Contreras

Sobraba en todas partes.
Inclusive al humor de Tomás, que tuvo que prestarme un par de pantalones y una camisa ancha en la que entraba mi cuerpo varias veces.

Los pantalones me los arremangaba y los metía adentro de las medias, porque Tomás me llevaba más de una cabeza.
La camisa la dejaba suelta y me disfrazaba de fantasma.
Total, tampoco nadie me veía en esa casa.

Nos alojaron en la pieza de atrás, que daba sobre el huerto.
La abuela dejó dos juegos de sábanas que olían a mucho sol, pero que estaban duras, como plastificadas por el agua de pozo y el jabón.
Eran sábanas blancas, poderosamente blancas, de una tela dura, rígida, como la abuela.

Yo hice mi cama. Mi mamá se acostó sobre el colchón y se subió el acolchado hasta los ojos.
Supongo que lloraba debajo.
Era lo único que hacía últimamente.

En la habitación, había además una cómoda con un espejo en medialuna, enorme y un ropero de madera tan oscura, que parecía negro. También tenía un espejo en la puerta central.

Yo nos miré ahí, retratadas en ese espejo alto.
Mi mamá era un bulto, una apariencia, cubierta totalmente y aún así, no invisible.
Yo, no sé lo que era.
Las trenzas mal atadas dejaban escapar pelos de todos las medidas. Se notaba mucho que la camisa era la parte de arriba de un pijama que no pegaba con el pantalón. Estaba fea, como un pájaro que no acabó el emplume, todavía con el polvo que entraba por las desvencijadas ventanillas del tren, adherido a mis formas.

No podía imaginar un lugar más polvoriento que aquel en el que estábamos.

Otras veces habíamos llegado igual, como una imposición. Pero era la primera que no llevábamos valija ni bolso ni una muda de algo. Pensé si la gente se habría dado cuenta en el tren que yo viajaba vestida con pijama.

La abuela lo notó.

– Usted…vaya a bañarse.- me dijo, desde lejos, apareciendo como una sombra estricta en la suave penumbra del corredor que llevaba a nuestra habitación.
Esperó que pasara junto a ella, sin otro gesto que su dedo señalando el baño.
Después, se acercó a la puerta, para hablar con mi madre que seguía debajo del cubrecama.

—Podrías haber traído ropa —dijo, solamente.

Yo me encerré en el baño.
Pensé en las otras veces de mi tan larga historia de paquete.
Siempre terminaba vestida con la ropa de otro, contribuyendo a mi estilo de adefesio.

La abuela abrió la puerta y me miró todavía sin desvestir, de pie junto al lavabo.

—Báñese rápido, que no se desperdicie nada de agua. Acá tiene.

Dejó sobre el banquito de junto al bidet la ropa de Tomás.
Me tuve que desnudar delante de ella, para que se llevara la mía y la lavaran.

– Su madre tendrá que coserle alguna cosa. No va a andar siempre vestida de varoncito, pidiendo ropa ajena- comentó y volvió a cerrar la puerta mientras yo me metía bajo el agua.

Pero mi madre no salió durante mucho tiempo de debajo del cubrecama.
Y yo tuve que andar vestida de Tomás, que tampoco tenía más ropa sobrante que la que me había dado y que le hacía a él tanta falta como a mí.

La abuela le dijo varias veces a mi madre : Ocupate de tu hija, que para eso sos la madre.
Después, le encargó a Tomás que me cuidara.
Cuidar para Tomás era enseñarme a hacer lo que él hacía. Ser mandadero, peón de patio, andar entreverado con los otros peones, un poco acá un poco allá, aprendiendo el oficio de los hombres. También la libertad de andar tan suelto.
Lo fastidiaba hacerme de niñero pero no se animaba a traspasar el límite y transformarme en su propio peón.
Yo, más que su peón era su perro.
Andaba todo el día atrás de él, tratando de no molestar al único que me dirigía muy de vez en cuando la palabra, o me compartía una galleta, un pedazo de pan, un mate en el galpón, alguna broma, además de la única ropa que tenía yo para vestirme.

Cuando le preguntaban los jornaleros quién era yo , él se encogía de hombros. No lo tenía claro. Solamente obedecía el encargo de la patrona. “Una parienta”, murmuraba entre dientes sin conseguir asegurarme un rango de parentesco con los patrones. Y los peones farfullaban : “¿pero es hembra?”

Así fue que le pedí el cuchillo que llevaba cruzado sobre los riñones, una tarde.
Me lo alcanzó sin otro ademán que el de alcanzármelo ni otra recomendación que la de su gesto.
Yo me corté el cabello a cuchilladas delante de un pedazo de espejo que él usaba para afeitarse sus principios de bigote.
—Ya no soy más mujer —le dije a su mirada.
Él., como siempre, se encogió de hombros.

«2015 – Año del transplante», Gerardo Campani

Imagen by Brian Sarubi

Rosa Sarmiento

La tengo. Ahora la tengo. Había estado buscándola toda la vida sin darme mucha cuenta de que lo hacía, y al fin ahora la tengo. Mi mente está despoblada de recuerdos, de planes, de pretensiones. Solamente la tengo a ella, recobrada y a la vez novedosa. Es la tía Mery, Juana de Ibarbourou y Chiqui, a la vez. Por lo pronto ellas tres, pero también otras más que no consigo determinar. Su nombre es Rosa Sarmiento, lo sé; no tengo claro si me fue revelada, como un título anunciado a través de un altavoz, o es una convicción íntima que tengo desde siempre y recién ahora se me hace actual. Viene de mis tiempos remotos, totalmente olvidados y de golpe presente. Rosa Sarmiento, santo cielo, nunca la hubiera sospechado, y sin embargo es ella, estoy seguro ahora.

Me mira de una manera que no puedo definir, se me antoja como miraría una madre adoptiva a un hijo reencontrado. ¿Por qué la olvidé todos estos años? No sé, tampoco ahora recuerdo nada más que el hecho de que alguna vez estuvimos juntos. Y ahora ha vuelto.


Piedad

Abro los ojos. La veo a Ana, mirándome con una sonrisa compungida y tomándome suavemente del brazo derecho. Me dice, en broma, algo así como que por fin he engordado. Se refiere al grosor de mis brazos, que se ha duplicado por el edema. También las manos y los dedos. Es bastante terrible verse así. La piel parece querer explotar; los dedos están como chorizos y no puedo cerrar los puños, ni tan sólo un poco. Me miro las palmas de las manos, absolutamente moradas y con las líneas quirománticas muy marcadas. Resalta la eme de la muerte; lo percibo sin alarma porque no creo en esas cosas.

La herida duele, pero, extrañamente, no tanto como la de vesícula de veinte años atrás. Todavía no la vi, así que ignoro si tengo un costurón horizontal o vertical, o quizá en forma de y griega.

Hay dolores constantes: el de espalda el principal, y el de las piernas. Otros dolores van y vienen. Dos sondas a ambos lados del cuello me lastiman apenas muevo la cabeza. También las otras dos, a la altura del estómago, a la izquierda, y a la altura del vientre, a la derecha. Aunque más que dolor producen molestia importante. Como me han quitado la prótesis dental, apenas si me hago entender cuando respondo a alguna pregunta. En cuanto a mis dientes propios del maxilar inferior, los siento como de corcho petrificado, y pasarme la lengua por ellos es una sensación de lo más desagradable. Cuando no duermo me miro las manos sin poder evitar sentir piedad por mí mismo.


Calamidad

Uno no es el que supone ser sino el que los demás ven, y abandonar la suposición y enfrentarse con ese uno mismo objetivo (el que ven los otros) es un chasco. Percibo al mismo tiempo la doble realidad que se me presenta: el ámbito cerrado del padecimiento y el exterior del paciente que debe recuperarse. El registro es íntima y cabalmente una contradicción, paradoja, angustia.

No hubo en la frontera de la existencia la vertiginosa secuencia de mi vida pasada, ni el túnel de luz, ni ninguna experiencia de las que se cuentan. Nada más que despertar y encontrarme en este estado de calamidad.

«Timba y amor», John Madison

Eras un cigarro rubio apagado en mi lengua: la horrenda maravilla de poderte tocar hasta saberme vivo.
(Pedro Andreu)



Bobby me regaló un diario y ahora dedico parte de la mañana a escribir gilipolleces. Sí, me he cambiado al día. Las ideas están menos empañadas por el cansancio mental. La noche está, indiscutiblemente, asociada a todas esas cosas insanas que yo debo evitar. No te voy a mentir, bebo. Solo que he bajado la dosis y ya no consumo coca.

El día que celebramos el cumple de Giubi vino Franky. Bueno, es Franky; traía de todo lo habido y por haber en el reino para gozar sin reinas.

Los consumidores habituales no hacemos caso de las pibas cuando estamos de fiesta. La coca nos hace la putada Jekyll y relega la libido a un plano secundario. You know, eres el otro tú. La mente tarda lo suyo en aunar ambas versiones. No sirve una mierda para el sexo a quema ropa, pero es la hostia para el combate largo. Se expanden otras cosas menos físicas. Así que pasas del asunto por mucho que ellas revoloteen –y esa noche lo hicieron hasta el punto de proponerme una felación en los urinarios si me dejaba caer con una invitación–. Me puse tan al límite que no pude conducir de regreso a casa. Desde entonces no consumo más que CBD. Me ayuda a dormir.

Escribo mucho en relación al año pasado, aunque es solo para mí. Mis prosas no tienen la calidad literaria que me exijo. Pero estoy en paz. El diario me devuelve al fragor de aquellos días en los que comencé en Ultra y me tiraba todo el día con un bloc de notas batallando a brazo partido con la métrica. Aún conservo ese cuaderno. Fue mi mejor terapia para despertar. Ultraversal es sin duda una marca en mi carrera de fondo por entenderme todo.

Algunas noches vienes a mis sueños. Todo es muy colorido, suave en las escenas y en las conversaciones. Hacemos cosas tan sencillas como pasear por el jardín, beber té bajo el olivo…

Sí, es el efecto del CBD.

Asumir la muerte es el mayor problema que se impone en el diario del familiar directo del desencarnado; bregar con la costumbre. Hasta hace poco te llamaba por teléfono cada día, algunas veces no me cogías la llamada y cuando saltaba la contestadora yo aceleraba a doscientos por hora y te ponía de puta, de traidora y de todos esos infantilismos capciosos que cumplían el acto despreciable de llamar tu atención a lo Tangana.

Sí, siempre funcionaba.

Podría escribir la infinitud de cartas con la carga similar a una central nuclear en llamas amenazando toda vida. Pero la muerte lo cambia todo, me da igual si te follaste a Beni en mis narices, en la mesa de la cocina o en nuestra cama.

Ahora ya no me dedico al negocio de fabricar veneno, paso de las ofensas barriobajeras. Tu marido se está volviendo pijo y ahora te escribe cartas estáticas que nunca enviará. Todas de amor aunque hable de cosas tan corrientes.


Te quiero.

«Un desorden de fotos con tu nombre, Gavrí Akhenazi

En el color del té yace el silencio como yace la voz en la memoria.

Observo el té con un romanticismo infantil y casi desapegado, de la misma forma en que observo el mar cuando navego y me abstraigo en él hasta que siento cómo renacen las cambiadas alas de mi espalda. Porque un demonio no es otra cosa que un ángel con las alas cambiadas, dije o dijiste o dijeron para ahí y cada uno hizo de esa frase algo para reflejar su imagen/semejanza.

Miro fotografías como quien sigue un mapa. Han viajado conmigo en la caja de esconder polizones y cosas que ya no he de mirar.

El humo frágil ni siquiera consigue transformarse en fantasma sobre el pequeño vaso marroquí. Es un hilo tenaz que asciende un blend sin alas a mi nariz fanática del té.

¿Por qué te gusta el té? me repetías, como una incógnita insoluble. Pero yo nunca supe responder, así que respondía: «solo porque me gusta».

Solo porque me gusta, como todo aquello con lo que me comunico en un idioma que ni yo conozco pero en el que me es muy fácil habitar. Habitar, sí, como a salvo.

Las fotografías de aquel tiempo en que los dioses eran seres próximos y la esperanza un hábito, tienen en mi particular cartografía el mismo espacio extraño que este espejo de té. Son un espejo amarronado y lento, que devuelve, desde su quietud, otras imágenes. No las que se reflejan, sino otras.

No rozo su intensidad. Fue otra intensidad y ahora, solo es un espejo que devuelve una vaga sensación de haber vivido, hasta casi demás.

Hay tantos muertos hoy en este espacio, en este espejo. Hay tantos muertos hoy en este té que bebo a solas en un cuarto lleno de penumbras de mí.

Porque yo también me he vuelto una penumbra.

Después de tu silencio, una penumbra.

«Simplemente un romance», Gavrí Akhenazi

Imagen by Benou Mecharavy

Para el ramo de tu boca
y en el penal de mi carne,
escribo con estorninos
solas palabras de nadie.

Desembocadura y dique
del caudal de mi desastre,
sombra de luz en mis ojos
de acritud itinerante,
bebo de tu orilla calma
la hierbabuena y el aire.

Estás entre mis silencios
como una luna que arde
en un día anestesiado
hecho con dolor y arrastre,
para decirme que al cielo
tengo una vez de mi parte.

Viejo de mudez y áspero,
sin finales rutilantes
llego con la lengua rota
de prédica en los eriales
hasta tu recodo mágico,
donde acontecen tus árboles
y en el borde de tu mundo
obligo a que ardan mis naves
aferrado de tus costas
con mis palabras de sangre.