El hombre que no tiene la costumbre de leer está apresado en un mundo inmediato, con respecto al tiempo y al espacio. Pero en cuanto toma en sus manos un libro entra en un mundo diferente. Ling Yu Tang
Pese a que las nuevas tecnologías han hecho de los libros algo cercano, al alcance de todos, y que existen muchas formas gratuitas de acercarse a ellos desde infinidad de plataformas o bibliotecas virtuales, la lectura ha mutado extrañamente hacia el aspecto inverso.
El lector, antes, era un animal selectivo y reconocía a qué llamar literatura, independientemente de si fuera un clásico o un innovador a quien leía. La literatura, desde la perspectiva del lector aquel, sometía su apetencia a la búsqueda de mundos diferentes y trabajaba sobre los pensamientos y su libertad ya sea desde la proposición o desde la oposición.
Un lector, entonces, podía apartarse del presente inmediato para observarlo desde un ángulo distinto, con el que dialogar e intercambiar perspectivas acerca de lo pasado, lo presente y lo futuro, porque ese intercambio y esa interpelación entre enfoques, creaba pensamiento y trabajaba sobre las ampliaciones de otras facetas y criterios menos ponderables de lo real y de lo irreal.
Daba la posibilidad de acordar o cuestionar, porque la verdadera literatura no existe vacía de contenidos y están entre sus funciones tanto el consenso como el disenso con su potencial consumidor.
Este feedback o esta interpelación diferente, separa las partes del hombre que, mediante la lectura, abandona lo corporal para darle verdadera entidad a la capacidad intelectual de la que está dotado y resumirse a ella como un viajero capaz de transportarse a lo desconocido o a lo ya conocido de otra manera y obtener de ello otras sensaciones, otras reflexiones y otras confrontaciones más allá de las propias.
Es algo que la lectura hace sin que el lector lo advierta.
Provee al lector de otro mundo, hecho a la cavilación y al pensamiento. Ensancha las fronteras y obliga a la imaginación y a la razón por igual. Edifica hombre.
El problema, creo yo, radica en que la literatura y quienes la producen, olvidan su función en este asunto y entran en la vulgaridad y el pasatismo del todo vale, todo sirve, todo está bien, todo es bueno.
No digo, entiéndaseme bien, que la literatura debe ser un hecho solemne y elitista, sino justo lo contrario. Debe aproximarse al lector y a su vez, aproximar a este a la reflexión, a la medición, a la duda, la pregunta y a la repregunta.
Es función de la literatura hacer aportes sobre sí mismos a los lectores que se descubren como entidades participantes de un dialogo interpelativo en el cual poseen la capacidad de formular opinión propia sobre lo que les es ofrecido. Pueden ser creyentes, incrédulos o ambas cosas: incrédulos creyentes que buscan respuestas tanto a la creencia como a la incredulidad.
La función de la literatura, creo yo, va más allá de lo estético de otras artes porque, no olvidemos, la literatura también es un arte.
No es la estética sino la razón, su principal punto de apoyo. Necesita de un hecho intelectivo eficaz para hacer sus propuestas y por eso, el buen lector es el que determina qué es literatura y qué no pasa de ser apenas una moda para claqueros sin otra pretensión que estar a la moda esgrimiendo la superficialidad que toda moda tiene en su momento de auge.
No hace falta remontarse en el tiempo –porque las vacas sagradas por algo lo son y nacen en todos los tiempos y en todos los espacios– para encontrar verdadera literatura de fragua actual y contextual a la época, que maneje a su vez lo universal del siempre que posee la condición humana y que, leída en cualquier momento de cualquier siglo, se aplicará a los hechos y a las sociedades con exactitud matemática, independientemente del momento en que viera la luz.
Los hombres repiten la monotonía de su Historia con mayor o menor grado de sofisticación, pero en la base, solo hay una Historia que el buen lector recoge a través de la verdadera literatura, ya que la verdadera literatura, cuente lo que cuente, siempre será un testigo, un espejo, un relator constante de los hechos de la especie humana sobre la tierra.
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