Ana Bella López Biedma – España

Poemas escogidos

Pájaro dormido

Un pájaro de sal se posa a veces
en el tibio brocal de la mañana
y me revuelve el pelo y la tristeza
con sus alas de luz y de metralla.

Lleva la muerte escrita entre las plumas
y entre las plumas lleva una guadaña,
y sin embargo con su picofuego
hace añicos las sombras cuando canta.
Sortea los balcones y las ruinas,
doblega con su trino las murallas,
retuerce el mismo aire, y luego deja
una piedra de ausencia a sus espaldas.

Es un pájaro oscuro como el hambre,
con hambre de verdad y de palabra,
que clava uñas y dientes en los cuerpos
de los que domestican su garganta.
Puede volverse aliento diminuto
y abandonarse apenas en las palmas
de mis manos. Después, apenas siempre
desvuelará de nuevo la esperanza.

¿Cómo no ser feliz cuando en su vuelo
dibuja verde y viento con sus alas
y llueve inexorable los tejados
derramando su trueno-voz de aljaba?

El pájaro no viene hace unos días
y las paredes crujen en mi casa.
Quizás esté dormido, quizás sueña
con otro cielo de banderas blancas.
Y duelen los jardines con esquirlas,
los árboles no quieren tener ramas,
tiritan los aleros con el frío
del roto que ha dejado en la mañana.

Qué solos van los días por la cuesta,
qué sola se ha quedado mi ventana.



Amor de bruma

En viaje circular a mi memoria
tu boca de paisaje costalar
horada el agua triste y los silencios,
y nos vuelve vaivén. De arena y sal,
no nos tocamos nunca, y sin embargo
somos caricia en esta realidad,
desnuda y tibia como flor de otoño
que sahuma su ocaso a leña y pan.

Y rozo suavemente con mis manos
la bruma que te aleja en su cristal.
Aquellos que no somos sino en sueños
se acercan por los labios. La verdad
es solo ese momento, una cometa
que tiembla con sus ganas de volar,
una niña sin sombras en los ojos
vestida de sonrisa y tafetán.

Me acojo a la ternura de tu nombre
que me muerde por dentro, ese fugaz
destello de locura que tu aliento
siembra al reverso de mi piel. Frutal,
tu sol restalla entre mis noches rotas
luminoso y feliz. Quietud lunar,
me duermo entre tus brazos de quimera
como si el mundo no existiera más.



Despedida a las 12

Toco tu boca, rozo con mi dedo
ese perfil amargo que derramas
con tu saliva tibia, mientras cedo
a la fragilidad con que me llamas

de astillas y de sal, prendido el miedo
de tu perfil escuálido y sin llamas
hecho madera húmeda. Trasgredo
mi propio yo, y aunque jamás reclamas

acuno tu silencio entre mis brazos
y te anudo a mi pecho, ronco grito
de tuétano y temblor. Te haces pedazos,

te disgregas de azul, te recompones
desde el adentro de tus emociones
de lágrimas y sol en sangre escrito.

Ana Bella López Biedma – España

Prosas escogidas

Pagoda

Me llega este silencio como un viejo amigo y se queda aquí, entre mis costuras, en los huecos que deja el sol, en esta soledad de pagoda y frío. Se instala y lo llueve todo como un niño triste de peces, como un lunes sin olas. Hay un canto oscuro de grillos que me carcome por dentro y no respiro. Sé que no respiro.

No soy de nadie, no soy de ningún sitio, no pertenezco. No pertenezco. Nunca pertenezco.

Habito en esta soledad sin pliegues, donde todos los libros están cerrados y el mar no llega. Dejo crecer mis manos de escarcha. Apenas soy un abrazo a solas.

En mi pagoda.


Negro vinilo

Cristina sale del colegio deprisa. Cuando se aleja lo suficiente, se arremanga la falda para que se le vean las rodillas. Así no parece tanto que lleve un uniforme. Odia ese disfraz de colegiala casi tanto como a las monjas. No importa. Pronto llegará el verano y después el instituto, y con él poder ir vestida como quiera y tener por fin compañeros y no solo ese rebaño de niñas ruidosas que tan poco tienen en común con ella. Con alguna excepción prefiere rodearse de chicos, con los que comparte más aficiones y la simplicidad de lo directo.

Ella aún no lo sabe pero se mueve con la cadencia de un cisne a medio hacer. En su cuerpo se adivina la mujer que será, toda hecha de redondez. Redondos sus ojos de asombro, redonda su cara y sus senos menudos, redonda ella en su andar resuelto de inocencia.

Hoy vuelve sola. Yolanda tenía que irse a comprar con sus padres pero ella no quiere faltar a su cita diaria aunque sea sin compañía. Camina deprisa por la acera, sin mirar a ningún lado, solo pensando en llegar a su tienda favorita. De allí son los pocos discos que ha podido adquirir con su paga de domingo. Todos salvo el primero, que le regaló JR, el dueño de la tienda, Local Hero de los Dire Straits. Sueña con tener algún día un tocadiscos donde poder escucharlos.

Al entrar suena la campanita y la envuelve una vez más ese olor a vinilo, a papel antiguo, y la carraspera de un blues sonando bajito. Inspira despacio y luego aguanta el aire. Hay algo mágico en esa primera bocanada que reposa en sus labios, en su garganta, en sus pulmones. Allí se siente como en casa, como no se siente en su propia casa. Es su lugar, su cajita de cristal, su abrigo.

JR sale de la trastienda. Lleva su eterno traje gris y esa corbata mal puesta, hoy de rayas azules. Es un tipo mayor, seguramente andará ya cerca de los cuarenta. Parece un padre elegante pero sin niños. Siempre sonríe, con una sonrisa que abarca toda su cara. Tiene las manos grandes y se mueven inquietas como animalillos. Y su voz suena como si estuviera lejos, dentro de algún pozo oscuro.

Cristina le devuelve la sonrisa. Es como el guardián del tesoro, el dragón de sus libros de Tolkien, el amo del calabozo. Él la mira con esos ojos azul vidrio y parece que no parpadea. La mira intensamente, extrañamente y le pregunta si está sola. Ella asiente. Entonces él levanta de pronto aquella mano enorme y la pone en su hombro. Un gesto casual.

–Podrías venir a la trastienda, acaban de traerme las últimas novedades del mercado.

Nunca ha estado en la trastienda. Yolanda y ella recorren durante horas los pasillos y estantes de la tienda cada día al salir del colegio, pasando discos con sus dedos. Pero no van nunca a la parte de atrás.

Ella le mira y no sabe si es esa mano, que aferra su hombro ahora con fuerza, si son esos cristales opacos de su mirada, si es esa sonrisa que de pronto parece pintada en su rostro, si es la mano que ahora baja por su brazo y sigue bajando y roza su cadera. No sabe aun lo que es pero sabe que no, que no debe ir a la trastienda. JR da un paso hacia ella, se coloca más cerca, tanto que bizquean sus ojos, que su aliento le llega caliente y pegajoso, tan cerca…

Suena la campanita y de pronto están más lejos, aún frente a frente. Ella balbucea algo que quiere ser una despedida pero se convierte en un gorgoteo ininteligible. Después se da la vuelta y se va.

No supo por qué hasta mucho más tarde pero nunca más quiso tener un tocadiscos.

Ana Bella López Biedma – España

Ana Bella López Biedma es de Madrid, ingeniera técnica industrial, aunque nunca ha ejercido como tal. Empezó a escribir hace unos ocho años por pura necesidad. Ha colaborado en la revista Alaire, en el Sexto Continente, colabora habitualmente en la revista La Hoja Azul en Blanco de la Asociación Literaria Verbo Azul y en las publicaciones de La Espiral Literaria, asociaciones a las que pertenece.

Canta desde que tiene uso de razón, aprendió lo mínimo de guitarra a los catorce y desde entonces ha seguido haciéndolo aunque a nivel público lo abandonara durante mucho tiempo. Ha vuelto a retomar las actuaciones musicales hace unos tres años.

Compagina la faceta de poeta con la de cantautora y cantante de versiones en acústico. Este año ha publicado el libro de poemas «En clave de mí» acompañado por el CD de poemas musicados «En clave de Do-s», con música de José Luis Hinojosa.

Ad ventum

Ana Bella López Biedma – España

Yo hablo con el viento. Algunas veces
aparece de pronto, en una ráfaga
de polvo y de tristeza. Solo espero,
mientras posa su aliento de metralla
encima de mis hombros, como lumbre
que acaba consumiéndose en sus ascuas.

Yo hablo con el viento en los veranos
que conservan el frío en la mañana,
abriéndole mis brazos sin reservas
se enreda en mi cintura, y con sus palmas
revuelve mil corales por mi pelo
bajando la marea de mi espalda,
y escribe con sus dedos de siroco
mis muslos de papel. Tiembla de ganas
el agua de mi centro, y el silencio
se vuelve soplo y grito que restalla.

Y puedo distinguir si no aparece
o si se queda quieto, boca amarga,
por no sembrar dolor sobre los campos
de mis días de siega y esperanza.

Yo hablo con el viento mientras sube
por el calvario oscuro de su alma
y hablo sin hablar cuando tropieza,
y abrazo el vuelo gris con que levanta
las hojas del otoño de sus días
como levanta el peso de mis lágrimas.

Y en las noches que el aire huele a pólvora
y no sopla la brisa, una palabra
se escapa de mis labios, y se queda
temblando sola igual que una plegaria.

El mundo, el demonio y la carne, por Ana Bella López Biedma

Dices que hable del mundo.

El mundo era un desierto y yo desnuda.
Eso fue ayer… Ayer e incluso antes.

Y ya no es más.

Como una herida azul, de orillas anchas,
una grieta cansada y sin esquinas
no deja sin embargo
de mirar hacia el sol
entre las sombras de las catedrales
y las esquirlas de fuego.

Yo no soy nada apenas,
un reducto de carne diminuto
que no pide perdón por estar viva.

Pero creo en la piel y en el asombro,
en el hombre mejor porque se sabe.

El mundo tiene manos de poeta
y sigue siendo un pájaro sin miedo.