Quién pudiera
Quién pudiera ser viento que acaricia tu rostro.
Quién la hoja caída que te logra tocar.
Quién pudiera besarte como yo te besara
-como chispa que salta, como llama en el lar-
Quién pudiera ser río que tu cara refleja
y en sus aguas te mece con sutil suavidad.
O la luna plateada que te envuelve en la noche,
o este cielo de estrellas que te cubre al pasar.
Y quién fuera tu sombra aunque no puedas verme
y quedarme a tu lado sin dejarte marchar.
Quién la ola que llega a romper en la roca
y te besa los labios con espuma de mar.
La niña pescadora
Una niña pescadora
con su red se fue a pescar
donde descansan las olas,
en la orillita del mar.
En la cabeza un pañuelo,
en el talle un delantal
y en la cara lleva rosas
con destellos de coral.
Echa la niña las redes
sobre las aguas de sal
y la corriente las mece
como en un juego naval.
Cuatro peces ha encontrado
cuando las viene a sacar
y una blanca caracola
que entre ellos fue a parar.
Acercándola a su oído
un rumor cree escuchar,
piensa que dentro hay sirenas
que no dejan de cantar.
Lleva la niña a su casa
ese regalo sin par
y su madre le reclama:
llévala, niña, a su mar,
que las sirenas son almas
y solo pueden estar
bajo las aguas azules;
no las podemos guardar.
Y la niñita, apenada,
la vuelve al agua a lanzar
donde lanzaba sus redes,
en la orillita del mar.
Veinte años han pasado
en su rostro y en su hogar
y la joven, aún pescando,
con papá se ha ido a embarcar.
La calma vira a tormenta,
el viento leva la mar.
La muchacha cae al agua.
De poco sirve nadar.
Hasta el lecho submarino
su cuerpo ha ido a parar
pero acudiendo a su encuentro
de ella empiezan a tirar
cinco sirenas preciosas
que no dejan de cantar.
Y nadando la devuelven
en la orillita del mar.