NARRATIVA PARA NIÑOS

Pelusa y el regalo de cumpleaños

por María Quesada

Estando yo en la cocina, de pie y pelando patatas delante del fregadero, ha llegado Pelusa. Se me ha subido a una pierna, ha continuado por el brazo y de ahí hasta mi oreja, donde se ha puesto a darle golpecitos con una pata al pendiente que llevo puesto, para después decir:
—Má.
—Qué —digo yo.
—Que mañana es el cumpleaños de Rafael.
—¿Y quién es Rafael? —pregunto intrigada y sosteniendo una patata a medio mondar.
—Rafael es un amigo que tengo. Como no me dejas tener perros… —responde Pelusa con voz blandita mientras le da vueltas con una pata a un mechón de mi cabello— me he buscado un amigo gato. Mañana cumple cuatro años y me ha invitado a una fiesta de sardinas en el tejado de su casa. No sé qué regalarle ¿Me das alguna idea?

Antes de contestarle he abierto la palma de mi mano indicándole que salte en ella y una vez ahí nos hemos sentado a la mesa para hablar mirándonos de frente.

—Pelusa, ¿pero ese gato es peligroso?
—Peligroso va a ser… Desde luego… ¿Cómo puedes ser tan miedosa? Pero si es así de pequeño —explica mientras muestra juntando dos patitas y haciendo un hueco en medio—¿Te crees que es un tigre? Lo único que tiene de tigre son la rayas. Por lo demás es más bueno que tú. Además, me ha dicho que a lo mejor estamos emparentados porque es gato y araña.
—Vale. Te creo. Pero lo del regalo no sé, chica. Regálale un cascabel para que se lo ponga en el cuello.
—No… que se queda sordo. Qué mala amiga sería ¿no? Eso descartado.
—Pues hazle un ovillo con tus hilos para que juegue.
—Eso me gusta más —dice Pelusa, sonriendo— pero pasa que no tengo ganas de trabajar.
—Bueno, Pelusa, tampoco lleva tanto trabajo. Tú vas sacando hilo y lo enrollas como si estuvieras haciendo una pelota y ya lo tienes.
—¿Y si le hago una mantita? ¡Eso está bien! Como hace mucho frío se puede envolver en ella y pasar la noche calentito.
—¿Pero no acabas de decir que no tienes ganas de trabajar? A ti no hay quién te entienda, cambias de pensamiento como cambia el viento en alta mar.
—Bueno, me voy a mi rincón a trabajar. No me molestes que me disperso y se me hacen nudos en el hilado —dice descendiendo de la mesa como un escalador del alta montaña.

Continúo con mis tareas mientras Pelusa teje que teje en un rinconcito al lado de la ventana. Pero no me queda otra que regañarle para que baje el tono de voz; está cantando y seguramente la estará oyendo hasta el vecino del quinto piso.

—«¡Pinocho fue a pescar al río Guadalquivir, se le cayó la caña y pescó con la nariz, naná naná naná, naná naná na náááááá..!»

—¡Shhh! Baja un poquito el tono, anda, que parece que estás loca.
—¿Y por qué? —me pregunta Pelusa soltando el hilo de entre sus patas.
—Pues porque hay vecinos y tal vez les molestas con ese escándalo.
—¿Tan mal canto? Peor cantas tú cuando imitas a Beyonce y encima como no sabes inglés vas y te lo inventas ¿y yo te digo algo? ¿te acuerdas de los vecinos? Sepas que cuando cantas, al día siguiente llueve, lo tengo más que comprobado.
—Oh, oh…¡mal andamos compañera! No me hables así que todavía veo que no vas al cumpleaños.
—Vale, perdona. ¿Me perdonas? Cantas muy bien, cantas como… ¡los ángeles! y pronuncias muy bien el inglés, mejor que Beyonce y Batman juntos. ¿Verdad que voy a ir al cumple de Rafael? ¿Verdad que me quieres, verdad, verdad? ¿Verdad que si fuera así de fea, mira ma —y se mete dos patas en la nariz, sacando la lengua y torciendo el gesto— me querrías también? ¿Verdad que…?
—¡Cállate ya! ¡Uf! me pones la cabeza como un bombo. ¡Qué cencerro! Sí, vas a ir a su fiesta, pero no debes ser tan contestona. Ni tan teatrera.

Pelusa levanta dos patas en símbolo de victoria, sonríe, y sigue con su labor cantando en voz bajita.

Pasado un buen rato ya sale con su trabajo hecho. Lo lleva puesto encima de la cabeza para no arrastrarlo por el suelo pero aun así lo arrastra porque es demasiado pequeña para que no le cuelgue por los lados.

—¡Ya la he terminado! —grita entusiasmada- Mira que chulada!
—¿A ver? Enséñamela.
—¿Qué te parece? ¿A qué es bonita? —dice poniendo dos patas en jarras.
—¡Uy, la verdad es que es una preciosidad! Pero… eso no le va a venir al gato. Es demasiado pequeña ¿no te parece?
—¿Muy pequeña? ¿Es que acaso tú has visto como está Rafael de gordo, o cómo es de largo? Rafael cabe aquí—contesta airada.
—No te pongas así, que no te lo he dicho para que te enfades, te lo digo porque en lugar de una mantita parece un posavasos.
—¡Jolin! ¡Jolin! ¡Jolin! —exclama ella, enfadada— ¿Ahora qué? Ya no me va a dar tiempo de hacer otra.
—Tranquila. No te alborotes ni te preocupes. Vamos a pensar un poco, algo se nos ocurrirá.

Después de quince minutos cavilando salta Pelusa con un «¡Eureka! ¡Ya tengo la solución!»

Acto seguido, y a mordisquitos, le hace dos agujeros a la prenda y, según ella, ya tiene un antifaz para Rafael.

Para asegurarse del todo de que funciona hace que me lo pruebe, pero evidentemente me queda chico así que miro a través de uno de los agujeros y le digo que se ve perfectamente y muy clarito a través del antifaz. Ella me contesta loca de alegría:

—¡Anda! ¿Tú quién eres? ¡Qué bien hecho está, no te conozco!

CUENTOS PARA NIÑOS

María José Quesada

Perrario

Somos muchos dentro de las celdas esperando que vengan a visitarnos. En la mía habitamos tres: una hembra de patas cortas, color canela, hocico puntiagudo y unas largas orejas que le caen por los lados y vuelan cuando ella salta. Es nerviosa como un tic y de todos la más chic. El otro compañero es negro y robusto como el tronco de un castaño, y tan serio como un General, por eso lo llamo así. Si algo le falta es altura porque de músculo va más que sobrado. Tiene los ojos saltones y la nariz chata, no aparenta lo buenazo que es. Y luego estoy yo que, dicen mis amigos, soy algo así como un enjambre de rizos con dos aperturas para los ojos, negra como el hollín, un poco más alta que ellos y, según el General, una descocada. Reconozco que de chica rasgué dos cortinas y roí las patas de una silla pero tampoco es para tanto, ¿quién de pequeño no ha hecho trizas un juguete? En fin, que aquí nos encontramos los tres, y muchos otros más, como si fuésemos delincuentes o malhechores.

La perrita canela, a la que llamo Campanilla, entró en prisión porque sus dueños vinieron a este pueblo de vacaciones y se les olvidó llevársela de vuelta a casa. Dice que el día que se marcharon ella estaba allí también, junto al coche y al lado de las maletas, y que antes de entrar al coche se alejó un poquito para hacer un pis y cuando volvió ya no estaban. Se quedó esperando allí quietita mucho tiempo porque sabía que se darían cuenta de que ella faltaba y darían la vuelta, pero no volvieron. Afirma que aún la estarán buscando y que un día aparecerán. Yo le digo que puede ser y el general le aconseja que no se engañe más.

El General no se anda con rodeos ni fantasías. Opina que está allí porque las personas no saben lo que es la responsabilidad ni el compromiso , que somos juguetes en sus manos y no seres vivos que necesitamos un mínimo de implicación y respeto por parte de quien nos alberga en su vida. Asegura que libres podemos buscarnos la vida pero que en un hogar dependemos del dueño y lo que es peor, nos acostumbran a ello. Asegura que el suyo lo traicionó pero el General no sabe, y no se lo diré nunca, que cuando duerme emite ladriditos de alegría y mueve las patas como si corriera. Éste aún sueña con su dueño, a mí no me engaña.

En la celda de enfrente están Roco y Pergamino. Roco es un San Bernardo que no sé qué pinta aquí en el Sur. Se lo trajeron de Los Pirineos como regalo para una niña, nos contó, pero que cuando fue creciendo y creciendo, y no tenía fin, acabó siendo más grande que la casa y que entonces sus dueños empezaron con los cartelitos de «Se regala…» No funcionó. El tamaño sí importa y la última opción, y promete que con todo el dolor de corazón de sus dueños, ha sido el albergue. Que sí, que aquí nos cuidan mucho, -uffff… cuando llegan los cuidadores esto es un alboroto, pero porque hemos tenido la suerte de que nos trajeran aquí y no «al corredor de la muerte», La perrera, y no me lo invento, porque dicen los que han salido de allí, que como en un mes no te quiera alguien, te chuflan un pinchazo que te quita de en medio y te quedas listo de papeles. San Antón tenga en su gloria a tantos compañeros.

Pergamino…ay el pobre Pergamino… es un galgo maltratado. Todos lo queremos con pasión pero nos tiene terror, en verdad le tiene pavor a la vida. No quiere salir de la celda ni en esos días tan maravillosos que nos sacan de paseo grupal por el campo. Se recoge hecho un ovillo en el fondo de la celda y si quieres arroz, Catalina. Y mira que estamos todos encima de él dándole ánimos y diciéndole que todo pasó… pero no hay forma. Me da tanta pena que viva en ese cautiverio que es más cautiverio que todos los cautiverios del mundo… Lo más gordo es que fue campeón de caza. Se me ponen los rizos de punta así que no voy a contar más.

Lula es otra perrita que está puerta con puerta con la de estos dos ejemplares. Ésta es la monda lironda. En otra vida debió de ser soprano o como se diga que se dice. Ladra a todas horas, es un sinvivir. Hasta le ladra a las mariposas, ¿dónde se habrá visto semejante cosa? Está aquí por ladrina, y cuando hablamos con ella de eso… va y nos ladra.

¡Uh! Acaban de venir unas personas a vernos. Tengo que dejar de cotorrear y acicalarme un poquito que hay que mostrar buena presencia, a ver si entrando por los ojos, nos dejan llegarles al corazón.

Y no lo dije, pero yo estoy aquí porque, aparte de lo de los muebles -que fue cuando me estaban saliendo los dientes-, dejé fritas a dos cobayas – esto fue jugando- y le mordí en el culo a una persona, – ahí sí que fue a propósito porque casi no llegaba pero salté.

Pero prometo, con las patitas juntas, que ya he cambiado.


Esta tarde se han llevado a Brisca. Brisca es toda blanca exceptuando la nariz y los ojos, y tiene el pelo tan largo que cuando camina parece que flota. Es una cosa tan rara que si no lo ves no lo crees. Es, además, muy calladita. Estaba en la celda de la naranja. Es que nuestros departamentos no tienen número, tienen cada uno el dibujo de una fruta.

Brisca vivía con una mujer que un día se murió de lo vieja que era y entonces un policía la trajo aquí para que no estuviera sola en el mundo. Es muy educada y no pasa día sin que nos de los buenos días ni pasa noche sin que nos de las buenas noches. Cuando llegó estaba muy triste, normal, su dueña la crio a biberón y han vivido juntas ocho años, lo sé por Campanilla que lo oyó decir. Pero no hay nada que el cariño no arregle. La llevamos en palmitas y, esto que nadie lo sepa, El General le pone ojitos y luego disimula, pero a mí no me engaña.
Pues ya está, se la ha llevado una señora que olía de bien…olía a bondad y estamos todos muy contentos, hasta Lula, que siempre está protestando, le ha movido la cola a la señora cuando pasó por delante de ella.
Ay… de verdad, esto de estar a la espera no se lo deseo a nadie, muchas veces me pregunto qué algo tan malo habremos hecho; nada, divagaciones mías. Luego me da por pensar en los de La perrera y aún me pongo peor porque sé lo que hace una aguja. Dicen que los perros no pensamos pero no es cierto, pensamos en las cosas que puede pensar un perro, en la comida, en el paseo, en el dueño, y en el daño que nos puedan haber hecho pero no gestionamos los pensamientos. No planeamos ni imaginamos ni nada de eso, pero recordamos y entendemos las palabras y sobre todo nos dice mucho el tono de la voz que habla, y el olor de las personas y presentimos, aunque nunca distinguimos la mentira, ni siquiera sabemos qué es eso ni cómo se forma, por eso hacen con nosotros tantas cosas malas incluso las personas en las que hemos depositado toda nuestra confianza y por las que daríamos la vida. Yo, si digo la verdad, como tarden mucho en venir a por mi ya no me voy a querer ir.

En la celda del plátano, que no lo he contado aún, hay cuatro hermanos que tienen tres meses. Son todo pelusilla y redondos como ovillos. Se llaman Zeus, Gea, Sansón y Pan. Se pasan el día jugando, mordiendo los barrotes de la celda y haciendo la croqueta por los suelos. No les quitamos el ojo de encima y cuando vemos que el juego se les va de las patas les damos un ladrido y se ponen firmes, aunque les dura poco. Nos turnamos cada día para que uno de nosotros los vigile.

El que me preocupa es Pergamino, está muy delgadito aunque El General me dice que los galgos son así porque su naturaleza es correr, correr y correr y que por cosas de la aerodinámica (que no sé lo que es) tiene que ser y estar así de flaco y que todo el problema que tiene está en su cabeza. Yo le hago caso porque sabe mucho, pero aún así siempre olisqueo para saber si se lo ha comido todo. Por ahora come bien pero me gustaría verlo más gordito.

Mañana domingo vienen los voluntarios a echar una mano en la limpieza y esas cosas, para que no cojamos pulgas y todo esté limpito. Nos van a cortar las uñas, con la dentera que me da… pero es preferible porque una vez tenía una tan larga que se curvó y se me fue clavando en la almohadilla y duele… ayú cómo duele.

¡Quéeeee! Ays, que sí, que ya voy. Me toca vigilar a los ñacos que están haciendo escándalo con el plato de la comida.
Mis dulces galletiiitaaaas… ¡no metáis la cabeza ahí… grrrrrrrrr!

Una cosa tengo clara, nunca seré madre.

¡Zlassss! (lengüetazo de despedida)

La autora