Apostilla
Debería ponerme un buen traje de loca
de llorona norteña en un velorio
y derrapar miserias por el verso
que es evidente que dan buen resultado.
Debería quebrar tanta mañana
de este otoño dulzón de sol entero
y hacerme con la lluvia de la vida
para llenar papeles con dolores.
Lo puedo hacer si quiero porque dolores sobran
y si fuera a contarlos
podría rellenar tres libros con poemas
de doscientas mil hojas cada uno.
Las penas no me faltan, me acompañan,
vienen a mí, despacio, como perros
enormes pero dóciles al riesgo de mi mano
que aprendió a acariciarlas, suavemente.
Las penas no me faltan, como a nadie le faltan.
Husmean mis cajones de doler
se sientan a mi mesa
y me trenzan el pelo de los sueños
con flores que he guardado
en libros de aventuras.
Pero no soy así.
Y tampoco me sale ser así
ni aún de vez en cuando ni para darme el gusto
de estar en el centro de un capítulo
y no ser
una nota en el margen de Las Gracias.
Contrapostura
Me sigues, claridad, a todas partes
dorándome los bordes
como si fuera un pan recién horneado
desmigado en las mesas
olvidador del hambre.
Me sigues, claridad, como una espiga
de la luz de diciembre
perfumada de lluvias en mi trigo sonoro,
tela de araña clara que me envuelve
repitiendo su vértigo concéntrico.
Me sigues claridad, como una gota
de mis lagos del alma
mojadora de todos mis papeles
del hábito de vida de mis ojos
de esta ancha sonrisa fascinada
por el doliente acto de vivir.
Me sigues, claridad, cascabelera
como una fiesta patronal antigua
con tu disfraz de sol sobre la sombra
y tu candela alzada
y tu arcoíris.
Le respondo a tu nombre con mi sino
de no entregarme nunca a los “no puedo”
y rearmo tus formas en mis manos
como un puzzle de espejos prodigiosos.
Estallo en el umbral del imposible
como un fénix de frutas nacaradas
y lloro luz a veces
cuando venzo
en los charcos con luna a la ancha noche.
Paisajes de mí
Al borde de la piel hay un aroma
de palo santo dulce
y un vigoroso espliego entre la ropa
que al viento se sacude.
Cae el atardecer y es todo pájaros
el cielo. Se produce
un movimiento pálido y terrestre
dibujado con luces.
Queda apenas la boca demorada
como en un canto fúnebre
y todo se amarrona y subdivide.
La vida se diluye.
Lejos de la ciudad existe el mundo
en el que yo no existo y al que acude
mi corazón universal. Palpito
con mi temblor de caña, en mansedumbre.
Frente a la adversidad del día a día
soy un metal precioso que se funde
en un sol cardinal, luz demorada,
un temblor ancestral, agreste y dúctil.
Pienso en mi paz y voy a mis fronteras
para verme llegar, extraña y múltiple.
Soy ese ser vital hecho de especias
que nace del derrumbe.