Patio de luces / Gusanitos de luz / En blanco y negro, por Juliana Mediavilla

Patio de luces

Mi vecina de enfrente
se ha dejado las canas
y el gris se abre camino tamizando su luz.
Su pelo leonado y pelirrojo
ya no enciende en los hombres
miradas clandestinas,
ni repican tenaces en el suelo
sus tacones de aguja.

Tiende sin entusiasmo la colada
los lunes, en un orden impecable
teñido de costumbre.

Tiene el marido en paro. Deambula
como un fantasma triste
de ventana en ventana y no sabe qué hacer
con la extensión del día.

Mi vecina de enfrente
—cascabel de otros tiempos—
se ha dejado las canas
y es mucho más pequeña a medida que crece
en gris y en dignidad.

Gusanitos de luz

Hago un alto a la sombra del camino
cada vez más estrecho,
me pesan las alforjas que ha cargado
sin compasión el tiempo.

Bien puedo en esta pausa
hacer breve recuento,
decir que ya he cumplido
y añadir, por ejemplo,
que planté más de un árbol
y que tuve dos hijos y he escrito algunos versos.

La vida cunde poco
—eso lo sabes luego—

En esa galería
esquiva del recuerdo
hay esquinas de luz
y tiempos muertos.

Caminos de la infancia:
luciérnagas al borde del sendero,
cuando solo teníamos
la libre libertad del campo abierto,
y el país arrastraba sus cadenas
y los padres rumiaban su silencio…

¡Qué derroche de estrellas en agosto!
En la noche preñada de misterio,
me perdí en el intento de contarlas
recostada en la grama, cara al cielo:
el Caminito blanco de Santiago
cruzaba el firmamento,
con su estela de gasa
prendida de luceros.

Tan huérfana de mar, me hundía en ese cielo.

Estrellas de la infancia,
gusanitos de luz en el recuerdo.

En blanco y negro

Hay una contención de amaneceres
tras las miradas niñas
que pugnan por salir del blanco y negro
austero de la foto.

Detrás está la vida y el instante:
sobrevuela la sombra de la guerra
que no vivimos
impresa en el ambiente,
en la calle, en la escuela y en las casas.
Un río de silencio entre los padres,
una herida de ausencias sin retorno,
una desmesurada cicatriz.

No nos vistieron de domingo,
y en el parco escenario
el pobre crucifijo que presidió la infancia
y una maceta humilde
que puso doña Ludi,
amante de las plantas y las flores.
El fotógrafo daba el dos por uno
en un censo abundante en familias numerosas.

Ya hace tiempo que enmarqué el retrato,
lo tengo bien visible,
es como una ventana del ayer
que me habla de la vida y sus caminos.

La fuerza en la mirada de las niñas
parece quebrantar el horizonte.

Acerca de Juliana Mediavilla

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