Lejaim: un libro de Gavrí Akhenazi, por Iosi Erdân

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El primero de mis recuerdos, si de Gaby Akhen se trata, es el de aquel Ulpán en el que todos los presentes le escuchamos decir con un convencimiento profético: Mi próxima novela la escribiré en hebreo.

Aclararemos que, por aquel entonces, su hebreo era nulo tal como lo era también el nuestro y nadie de nosotros podía imaginar que ese joven introvertido de aspecto esmirriado pero de actitud voluntariosa para todos los emprendimientos, cumpliría su objetivo sin apartarse un ápice de su decisión.

Sobre la producción literaria de Gaby puede uno explayarse en infinidad de aspectos ya que ha demostrado un temperamento poco usual y para nada convencional, dentro del ejercicio literario.

Desde aquellas Tiendas de Desierto, en que recopiló, en hebreo, anécdotas y percepciones durante el servicio militar, Gaby ha demostrado en todos los planos su dominio del objeto estilístico, su apasionamiento narrativo y una voz definida, potente, clara y nunca atada a convencionalismos ni prejuicios.

Ha sido un escritor descarnado, profunda-mente crítico, demostradamente incapaz de acomodarse a “lo que conviene decir” y de esa actitud en algún modo arrogante e inquebrantable, han surgido obras de un valor humano y poético que ejercen sobre los lectores una fascinación irremediable. Las voces de La Paradoja, aún hoy nos convencen por su estremecida voluntad humanista.

Por eso, quien no haya leído con anterioridad a Gaby, choca con Lejaim.

Esta novela parece apartarse de la estructura de su obra y a nadie recomendaría que la eligiera como el primero de los libros a leer de este autor si no se le conoce. Solamente conociendo ya al escritor detrás de la obra, Lejaim puede contabilizarse como “otra faceta más” en la que el autor despliega su narrativa.

Lejaim es una novela alborotada, por momentos brusca. Ofrece la sensación de una novela descuidada, mal redactada, con un manejo atolondrado del idioma que llega al punto de confundir a los lectores.

Lejaim parece efecto de un error, de un desorden, de un rapto, pero no de una improvisación.

Sin embargo, aunque esa pudiera ser la impresión de un desprevenido lector, es tan grande la intensidad emotiva volcada en sus páginas y tan desesperada la voz narradora, que todo eso que pudiera parecernos una forma poco criteriosa de tratar un texto, no es más que la forma elegida por el autor para transmitirnos el grito subyacente.

Lejaim, por tanto, con su formato anárquico, su adolescencia de puntuación, su nulo rigor estético, es una novela que habla, que nos habla, que nos grita, que nos golpea, escupe, sacude y busca nuestra complicidad a su alarido.

Lejaim es una mezcla de arbitrariedad ex-trema en la elección de la expresión sintáctica hermanada a una desconcertante música sinfónica.

El lector la recorre trabajosamente. Siente molestia, sensibilizado, fastidiado, dolorido, incómodo en sus párrafos, hasta que comprende la sustancia final de esa desproporcionada suma de errores y belleza, de des-compostura y poesía. Comprende que está leyendo la única forma que Gaby Akhen encontró para dar forma a esta novela.

Creo, ya para terminar, que Lejaim es una novela para pocos lectores, porque su contrapostura narrativa es evidente y necesita de un lector perspicaz, que comprenda los alcances del riesgo que el autor asume para darle un cuerpo visible a su desesperada necesidad de decir.

Escribir autobiográficamente requiere un equilibrio entre talento y razón que en el caso de Lejaim, padece de un desborde impensable por sus espacios de caos narrativo y su ruptura de todo criterio gramatical o estético. Sin embargo, superada la barrera de la violencia a la que Gaby somete a la estilística, compenetrados ya con la arbitraria sintaxis y atendiendo a la incuestionable vertebralidad que mantiene al texto en absoluta coherencia, podemos afirmar que estamos ante el talento innegable de un autor vehemente, convencido y poderoso, que cree en lo que escribe y que asume los riesgos de la impostura a la que somete su obra.

Ni más ni menos que aquel muchacho de poco más de 20 años, que sin pronunciar aún dos palabras en hebreo, afirmó que en hebreo iba a escribir su próxima novela y antes de cumplirse un año de esos dichos había escrito, derrotando toda nuestra incredulidad, sus Tiendas de desierto.

Acerca de Gravrí Akhenazi

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