¿Ves, te lo dije! Aquí, tras el invierno,
tras este invierno tan herido y tan hermoso,
otra vez reviven los colores, la mar
se hace un sínodo de carnes a la intemperie,
un reducto suntuoso de lascivia,
un canto universal a la belleza.
Sí, te lo dije, tras un invierno de pálidos
helores, tras nacernos oscuras las palabras,
revivirán las luces y los festejos
exigirán su sitio en las ciudades,
en los pueblos, en las aldeas y las gentes
afectas de fábricas y de asfaltos,
de cinc y de cristal y de cementos, de grises
paisajes indestructibles,
regresaremos, te lo dije,
al aire bruñido y a los azules,
al cántico-alborozo de las olas,
al olvido transitorio de sus males,
a vivir como único remedio,
a imbuirse de tus versos y a recordarte,
en este caso.
Jota Azimut
Llevo el peso de mi tigre abrochado a la noche
matarife inocente recortándome el vino
que amable me devora amadas luminarias
poblándome en sus dientes nacarados
el oscuro.
Es su calma, digo,
el tigre
todo el barro violento
de la paz nueva que clama en advertencia,
sangre sobre la nieve,
luz gacha.
Así, en la noche,
me siento de sus fauces inmersas de animal
y baldeo mi pánico con cantos melodiosos
quedando, de esa burla, contándome la boca,
borracho de su número, agitado, tranquilo.
Con ello, confío haber logrado
en aquellos momentos robados a la piel
anaquelar el brillo, capturar los afeites,
los giros de justicia de los que el caos se nutre.
Miradlo. Ya me ruge. Hoy toca hacer llanura
de nuevo está esa boca en boca de mis faldas
nacarando la senda que trazan sus colmillos.
El tigre
tiene la noche hoy lejos
por poner mi boca en cruz
el alba en amenaza.
Doblo mi cordobán, y espero
al cazador, al vino
violento de la noche, a la música
opaca de mis balas.
Esta noche ha de llover
a filo.
Federico Ruibal
Sé que estás…
aquí en tus palabras,
en tus poemas y sus finuras
y en la mano tendida a compartir tus sabidurías,
por eso sólo puedo agradecer a Dios tu presencia
y el regalo de tus versos.
Con pesar, por saberte ya del otro lado,
tan lejos nuestro,
pero con la fe de que vives y viven tus poemas,
un abrazo, señor, caballero de las letras.
Solange Schiaffino
como un andén a medianoche que se vacía
mientras los viajes continúan
y los amantes miran las rutas de los mapas
tomados de la mano
y los que aún no tienen casa
duermen sobre un bongó envuelto en nylon
pasa este día sin haberte alcanzado
sintiendo que llegué tarde de nuevo
(y que sabías bien de mis defectos)
me queda la sensación de amor de hermano
que se posó en mis poemas cabizbajos
con la ternura de quien todo lo comprende
esos instantes en que tu voz llegaba al cuenco
y se volvía de vino o de agua
eran un día de campo
eran de noche con luz
de pueblo nuevo
probablemente a donde te diriges
no te alcancé
–ni con esta alma que suspira—
mas dejaste en nuestra banca tus dorados
tu letra en los umbrales hacia el triunfo
tu piel entretejida en las palabras
tu libertad
tu vuelo
a lo lejos se escucha un aleluya
mientras abrazo un hasta pronto
en tus cuadernos
Sabeli Ceballos Franco
Y aire y tiempo cubren lo espantable,
para que ni uno demasiado lo ame con oraciones
o el alma. Hölderlin -Grecia
Llenas de cosas confiadas,
alegremente extendidas las manos
hacia el caos en que eres memoria de fuego,
traen, desde una imposible primavera,
a este vuelo de aves tu asombro monosílabo:
ah no a esta hora,
no esta tarde de grullas y heliotropos,
cordilleras divinamente verticales
oh Dios, el pan recién tostado en la mesa
y mira: tronco adusto de acebos
y riachuelos de dulce resina.
Amable fue, tal vez, el silencio
al empuñar su cuchillada de negruras:
no viven ya, en tu corazón, los dioses de este mundo.
Panderos y címbalos de una canción poderosa
maduran el arroz y doblan las montañas,
mas tú, en la inocente paradoja de su ritmo,
traes los sones del amanecer
y un regio olor a madera florecida.
Antonio Rojas
salí
con la mente hirviendo de promesas
y el corazón atado con tres nudos
cercano el río despeñaba ausencias
y el aire respiraba masculino
sobre mi boca
su hálito desnudo
salí de mí rompiendo las paredes
y su cerco de trémulas visiones
crucé el umbral del rostro de Caronte
y desbrocé la hierba que gritaba
bajo mis pies
todos tus nombres
cómo no amar el pulso de la vida
si late en la corriente de la muerte
tú eres Octubre Rojo y estás vivo
yo sigo muerta
indefinidamente
Morgana de Palacios
Has galopado, amigo,
por la intemperie inmensa de los versos
sangrándote las manos,
sangrando la palabra que penetró tu carne
y te erigió poeta.
Al vuelo despeñado de tu pluma
me acostumbré callada,
bebiendo de tu verbo imaginario
a la sombra morena de tus dedos,
de tus lunas deslenguadas,
de tu mundo de cristal y soledades.
Por delante te has ido,
compañero,
para sembrar de versos el futuro
y no sabes, Villena, que me dejas
el sello de tu mito en las retinas
y un poema perdido en el papel
llorando tu vacío.
Luvia Kremel
Hay un hombre sepia
acurrucado
en la esquina de su dolor desnudo.
Es un ser sin rostro
tallado por Miguel Ángel
en el diván de la ceguera.
Séneca caligrafió su corazón
para la vida breve,
para el camino del sabio
que vence al tiempo
porque conoce el pasado
y responde al futuro.
Hay un hombre sepia
que sabe todo lo que no sabe
y que disimula el ingenium
tras un malabar de mariposas azules.
Este hombre serigrafiado
me enseñó los aquafortes
del silencio
y se hizo pasar por rico
cuando mendigué una palabra.
Está en la memoria del agua
que viaja al mar,
se evapora
y retorna a la montaña…
es un ser cíclico
que se conduce entre hados
para llegar con un acento de rocío
al recuerdo
de las horas de poesía.
Este hombre, amigos,
dejó en la mesa de todos nosotros
una taza de café
que jamás se enfría.
Ricardo Sayalero García
Justo. Llegó Octubre con su actitud de escudo,
noble como un caballo con crines de tormenta,
manos gigantes de coloso roto
y reciedumbre verde de acorazados tilos
a colgar su precisa lágrima
de víctima.
No quiso ser el mes, le fue impuesto.
Llegó desprotegido, con la angustia
creciendo
como crecen las sombras en la tarde
y el polvo en el camino. Y así, triste,
inmensamente triste, abrió su puerta grande,
porque grande es el alma en el umbral
y grande su equipaje de poemas.
¡Ay! ¡Triste Octubre!
Desgraciada tarea te fue impuesta.
¿Puedes darnos, Octubre,
los versos
que viven como alondras tiritando
en el asombro?
¿Los versos con sabor del hombre parco
de alma buena?
¡Ay! ¡Triste Octubre!
Desgraciada tarea te fue impuesta.
Enrico Espino
La luna se deshoja plateada
sobre el luto mortal del cementerio;
los cipreses murmuran un misterio
que se extiende en el mármol de la nada.
La noche no es tan noche, ni es callada,
ni sirve de mortaja al cautiverio
de esos huesos que yacen sin criterio
sobre el lecho ancestral de su morada.
Noche y luna se funden en quimera.
El hombre se estremece, siente pánico,
cuando del alma el miedo se apodera;
es un miedo feroz, casi volcánico,
plasmado en pesadilla, larga espera,
con un poder fatal, casi tiránico.
Vicente Mayoralas
No hay lágrimas que inunden tu latido
no hay voz, ni amor, ni besos en tu esquela,
no hay nada, nada -amigo, centinela-
ni un solo verso más ¿Por qué te has ido
dejándonos el cielo sin tu estela?
¿Por qué razón? ¿Acaso no he sabido
rezarle a Dios? ¿Por qué lo ha consentido?
Y ahora te vas, y sé que, aunque me duela,
aunque sufra en mi ser tu desventura
jamás podré encontrarte nuevamente
llenándonos el alma con tus gozos.
No hay lágrimas que apaguen mis sollozos
ni hay nadie que te alcance en estatura.
Lo sabemos los dos, perfectamente.
Vicente Vives
En cada madrugada, en cada ausencia,
se queda el corazón desangelado
y siente que por mucho que ha llorado
el llanto no ha borrado la impotencia.
El tiempo nos castiga sin clemencia,
el que pronto llegó ya ha descansado
pero el de aquí espera anonadado
mascullando su pena, su dolencia.
Y en cada atardecer vuela en el rojo
ennubecido cielo el corazón
que busca sin creer que te hayas ido
y se vuelve, y se afana y de reojo,
sin querer molestar, con aflicción,
ve tus letras y llora compungido.
Idella Esteve
Tanta belleza para vivir sólo
una vez compatriotas de la muerte;
cuán certero aquel hombre que desgasta
segundo tras segundo lo que tiene
de arena en la clepsidra del futuro.
El amor que se va será una uva
que el gusto del recuerdo catará
cuando afloren nostalgias del vivir.
El llanto es la gimnasia del dolor,
así como el paisaje, de los ojos.
Los momentos grandiosos de la vida
se convierten en sombras que refulgen
necias ante el acoso de los años.
Aquí nadie nos salva, sólo queda
aferrarse a la tabla del naufragio
y aguardar que aparezca tierra firme:
La tierra donde atraquen nuestros restos.
Héctor Michivalka