Homenaje a Manuel Martínez Barcia

Querido Manuel:

hoy no puedo llegar hasta la cumbre
si es allí donde aguardas y contemplas al fin
la bahía del lado de los sueños
donde el mar te esperaba

y para mí se oculta en la vertiente
que tan solo iluminan los crepúsculos

mi camino se cierra en la espesura
ya cerca del lugar
que ahora te contiene

prometo que mañana intentaré
romper esa distancia con mis versos

retomaré el camino hasta el dolmen sagrado
que guarda entre sus losas las ausencias

desde allí la mirada
no entiende de confines

Mercedes Carrión

Emigras con tus alas más allá de los límites
y llegas a la altura del silencio.

Desde allí seguirás con nuestra historia
porque la vida no se ha dado cuenta
que siempre prescindimos de su mundo,
que nunca hicieron falta los sentidos.

Somos dos transgresores delirantes
que no aceptan las reglas de otro juego.

Tú sigue susurrándome palabras en las noches,
sigue con tu diluvio limpiando mi guarida
y habita en mi.

Juntos nos burlaremos otra vez
del destino.

Silvana Pressaco

El río de la vida

Flota su embrujo, fuego sobre el río;
llora el Guadalquivir, está llorando,
y me duelen sus lágrimas tan puras
que tan lejos de mí hielan mis manos.
Otro poeta duerme sobre el agua,
cruza la Estiguia solo, mientras tanto,
los lirios crecen altos en la noche
y un sol yace en sus libros sin amparo.
También mi lira tañe en la ribera
versos entre los sauces solitarios.
Sonetos a la ausencia de tu verbo,
poemas que se agarran a sus brazos.

Golondrinas oscuras de Triana,
comed mi corazón sobre la tierra,
mi rostro sin color, mis ojos blancos.
Mi esqueleto se niega a estar de pie
muriendo día a día sin descanso.
Cuándo se quebrará mi ser maltrecho,
porque el río me ahoga desbordado.

Mar García Romero

Un algo

Todo ocurre de ojos para adentro.

Un algo en el azul se nos opaca,
sin saber bien por qué , con ciertas pérdidas
y un poso de tristeza indefinible
gravita sobre el aire.

Hay modos de vivir,
al menos tantos
como vivientes , y cada cual estampa
—hosca o amable— su deleble huella
según su decisión sobre el camino.

Algunos, los benditos por la suerte,
nacieron para ser los paladines
de la palabra y defender su enseña
armados de belleza y poesía.

La muerte solo es una y nos iguala:
un mismo polvo para un mismo olvido.

Hay formas de morir y de quedarse
morando un poco más entre nosotros.

Cuando muere un poeta no se apaga
ningún astro ni tiemblan conmovidos
los pilares del cosmos .

Pero suspira un ángel
y se impregnan
de paz las cuatro esquinas del silencio.

Y algunos, los lunáticos de siempre,
nos quedamos un rato pensativos.

Jordana Amorós

El cuerpo tembloroso conmutó mis sonrisas
en lágrimas furiosas que no aceptan destinos
y se rebelan ante crueldades insumisas
que no saben de amores y que siegan caminos.

No habrá ningún adiós que pueda pronunciar
pues en mi corazón ya te alojé eterno
y los versos llorando solicitan volar
fugaces a tus manos con cariño fraterno.

Declino despedidas que te nombren ausente
y el alma se emociona de este dolor consciente
que desnuda callado mis profundas flaquezas.

Un poeta sin rostro dueño de lo versátil
enraizó sin querer de manera vibrátil
mis labios a los suyos que hoy respiran tristezas.

Carmen Jimenez

Escribir un poema
más allá de las sombras
y deshacer los nudos de silencios
que invaden y nos hieren las gargantas.

Deletrear tu voz muy poco a poco
como la deletrean tantas voces
e intentar ser semilla y ser cobijo
de esa mano que escribe
y acoge todo un cosmos con sus dedos abiertos

¿Acaso el infinito es suficiente
para este firmamento de poemas?

Salir y despertar a todas las ciudades
que siguen proyectando
la rabia y la tristeza en sus paredes
y recorrer las calles nuevamente
persiguiendo algún sueño.

Joan Cassafont Gaspar

Impro uan

Qué poco te entendieron, compañero.
Qué fácil y jodido era entenderte.

Agosto se agostó. Se hizo chiquito
como todo lo que se agosta, finalmente,
y me falta ese tul de tus poemas
y esa costumbre que instauraste en mí
de devanar mis sesos intentando hacerme a tus metáforas.

Nos enojamos mucho, compañero,
y nos gritamos mucho
o yo te grité mucho y vos pusiste esa cara de mártir
tan austera
que me jodía vivo y me hacía callar y repensar
«soy verdugo de un mártir».

Pero yo sé que nada nos debemos
`porque a pesar de todo, nos quisimos.

Te quise mucho. Para qué negarlo.
Te odié y te quise y te odié y te quise
y me hiciste enojar más de mil veces que siempre perdoné.

Te quise mucho y agosto se agostó como es agosto.
Costumbre de llevarse tantas cosas
que te llevó como un ladrón difícil
que encima, por robarte, te golpea.

Te golpea. Y te golpea mal. Y te golpea.
Sin piedad te golpea. Nos golpea.

Te quise mucho e igual te quise poco
y renegué de vos y renegamos, uno del otro, una y varias veces
en que nos insultamos
y terminamos en abrazos profundos y complejos.

Ahora me faltás, hijo de puta…
Que mal tan necesario te volviste.

Gavrí Akhenazi

Todo pasa y todo queda,
porque lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre la mar.

Te fuiste sin aviso, escribiendo quizás
el último poema, con la muerte en los dedos.
Y se quedaron huérfanas de golpe las mañanas,
los versos, las metáforas y todo tu paisaje
que ya era compartido, que ya era de nosotros.
Agosto se vistió de escarcha y de carámbanos,
nos vino a helar el alma, quebrando su verano.

Todo queda, mi amigo, más allá del misterio
de la muerte implacable, del destino inseguro,
tú estás entre tus versos que contienen la vida:
poeta del presente, acaso estudiarán
en tus versos alados, esa voz encantada
de secretos matices y humano corazón.

Y a mí, ¿quién me traerá los ecos susurrados,
cerquita del oído, de mi Antonio Machado?

Juliana Mediavilla

Tu voz ya estaba en mí, sobre este barro
no engendrada mi sed bajo tu soplo.
Yo era en ti una quimera,
un espejismo azul sobre tu tiempo.

Yo aún no era nada, entre raíces
de cepas soterradas, entre el légamo
donde estaban los granos de mi trigo
tú estabas preparándome el sendero.

Tu voz ya removía por mi surco
y apuntaba maneras hacia mí.
Hacía mi esperanza tu esperanza.

Ahora, de repente, falta el limo
y el poema me sabe a siempreviva.
Alguna vez, quizás, nos besaremos
en la limpia lujuria de la nada.
Dame la libertad
de quedarme sentada en el guijarro
y agrietarme a los soles de tu lluvia.

Yo soy libre, lo sé, tú solo esperas.
Tú que fuiste mi boca para el beso
me has dejado
en la nocturnidad más absoluta.

Isabel Reyes

A tu manera vuelvo, compañero
para ver si leyéndote me creces.
Dónde han ido a parar tantas preñeces
de amores de papel y de tintero.

Paso y te quiero, vuelvo y te desquiero
porque duele quererte tantas veces,
y me callo y te oculto y apareces
y te buscó y te anhelo y te requiero.

Tristísimo de ti por mí te invoco
buscando algo que incite tu presencia
sin dejar ni un segundo de llorarte.

Porque sabes de sobra que estoy loco,
loco de loco y loco de tu ausencia
y es que jamás aprenderé a olvidarte.

Vicente Vives

yo detuve mis versos con la tonta ilusión
de ver aparecer tus contrapuntos
tus versos cotidianos en el foro
Manuel acompañando
con ese interminable caudal de poesías
fluyendo por sus venas

no sé porque de pronto sin aviso
el reloj personal se nos detiene
con rebeldía y tristeza yo tengo que aceptar
que el tuyo se ha cansado se detuvo en silencio
este silencio pesa con versos sofocados

asómate en tu cielo déjame que te cuente
cómo la vida sigue con altas y con bajas
y aunque ya estemos hartos
nuestro reloj nos lleva
con su tic tac constante como si fueran pasos
que la vida esta dando con tacones

nos pone en el camino las pesadas lecciones
con sumas y con restas
nos remueve las costras de nuestras cicatrices
nos hace que sigamos el ritmo que nos marca
hasta que se detenga

tu voz se extraña como sol en día nublado

Eugenia Díaz

Homenaje a Vicente Mayoralas

Este nudo que tengo, que quiebra mi garganta
tan solo con tus voces de vida en el olvido.
Este nudo que aprieta tan fuerte y tan perdido,
este nudo de lágrima que en tu piel se levanta.

Este nudo que rompe lastimando a quien canta
porque no quiso herirme con todo su latido.
Este nudo que grita, y que a mi lado ha sido,
la pausa de tu pena sobre mi pena tanta.

Este nudo que tengo y que sólo nos deja
el cuerpo sin aliento y la mirada ausente.
Nudo de compañero, bordando la guadaña.

Este nudo que incide, y que en ti se refleja,
que muerde y desbarata tus ganas de presente.
Este nudo lo llevo metido en mis entrañas.

Vicente Vives

Poemas de la agonía

La vida en ti dispara sus sagitas
compañero del alma y te descubre
mamando silencioso de la ubre
de la desolación en que palpitas.

La vida en tí aguza los sonidos
del más allá que escribes inclemente
como si recrearas en la mente
la exacta dimensión de sus aullidos.

Si sólo somos carne en las cunetas
más negras de la muerte o marionetas
que bailan en el filo del espanto,

la vida en ti renace cada día
en que le pones voz a la utopía
y eres un hombre transmutado en canto.

Mientras mire la vida por tus ojos
no los cierres al sol de lo inmediato
porque la muerte, por pasar el rato,
se disfrace de musa con antojos.

Ya conoces sus mañas, sus enojos,
y cómo tergiversa tu arrebato
para que trastabille el alegato
de la hombría que elude sus cerrojos.

Mientras una ventana sin cortinas
de claridad seduzca tus retinas
no emprendas ningún vuelo sin escalas

ni siquiera al País de la Belleza.
No tiene Carta de Naturaleza
la muerte en el reinado de tus alas.

Morgana de Palacios

El decaer jamás, no es permitido
en esta gran contienda, en esta lucha
en la que el alienígena que achucha
ha de ser reducido, ser barrido.

El decaer es darle a ese transido
el arma que precisa y que serrucha
truncando la moral, su saña es mucha,
no es por lo tanto opción ni cometido.

Me he puesto en tu lugar, si bien es duro,
tampoco es imposible, y si maduro,
aprenderé a afrontar lo que nos mata.

No me es ajeno el Mal que bien conozco
por haberlo enfrentado, y reconozco,
si bien no fuera en mí do dio la lata.

Y así, como una rata,
hace unos treinta años lo he vivido,
de experimentación a ser hundido.

Enrique Gutierrez Ísoba

¿Dónde iremos, amigo, cuando la vida cese?
¿Dónde estábamos antes de venir a este mundo?
Tengo una teoría que me ayuda bastante:
Iremos, justamente, allí donde estuvimos.

La memoria del hombre solo abarca esta vida
por lo tanto es inútil querer adivinar
el antes y el después de lo que ahora somos.
No le compete al hombre interpretar a Dios.

¿Fuimos olvido antes del latido uterino?
¿Es ciencia o es misterio la quiniela vital?
Son preguntas al viento, sin respuesta certera.

Pero todos tenemos la necesidad íntima
de querer seguir siendo. No queremos perder
en el silencio eterno la aventura del alma.

Arantza Gonzalo Mondragón

Si pasto del olvido ha de ser nuestro paso
por el breve paréntesis al que llamamos vida,
si está ya de antemano la suerte repartida,
¿por qué llamar a Dios, si no nos hace caso?

Si cargamos a cuestas con la cruz del fracaso
y en los cuatro costados se nos abre la herida,
si lo que fue mañana hoy es tarde aterida
y nos despierta el alba esperando el ocaso.

De la nada venimos y a la nada volvemos,
aunque el hombre no quiera perderse con su huella,
porque nació con sueños y le crecieron alas,

y terca la esperanza, la que nunca perdemos,
buscando va en el cielo el brillo de su estrella,
mientras la tierra espera con sus mejores galas.

Juliana Mediavilla

Mi querido Vicente, mil perdones
por decirte en soneto lo que siento,
no existen ni creencias ni argumento,
ni males que se curen con razones.

Te habla quien conoce el sufrimiento,
mi gran invalidez fueron los dones
que hicieron destrozar los corazones
de mis pobres papás cada momento.

Yo sé que sigo vivo en este instante,
dicen que moriré y no me importa.
pues si llego a morir mi mal se acorta.

He sabido sufrir pero no obstante
aprendí a sonreír estando enfermo
para soñar despierto y cuando duermo.

Antonio Cárdenas

Homenaje a José Luis Jiménez Villena

¿Ves, te lo dije! Aquí, tras el invierno,
tras este invierno tan herido y tan hermoso,
otra vez reviven los colores, la mar
se hace un sínodo de carnes a la intemperie,
un reducto suntuoso de lascivia,
un canto universal a la belleza.

Sí, te lo dije, tras un invierno de pálidos
helores, tras nacernos oscuras las palabras,
revivirán las luces y los festejos
exigirán su sitio en las ciudades,
en los pueblos, en las aldeas y las gentes
afectas de fábricas y de asfaltos,
de cinc y de cristal y de cementos, de grises
paisajes indestructibles,
regresaremos, te lo dije,
al aire bruñido y a los azules,
al cántico-alborozo de las olas,
al olvido transitorio de sus males,
a vivir como único remedio,
a imbuirse de tus versos y a recordarte,
en este caso.

Jota Azimut

Llevo el peso de mi tigre abrochado a la noche
matarife inocente recortándome el vino
que amable me devora amadas luminarias
poblándome en sus dientes nacarados
el oscuro.
Es su calma, digo,
el tigre
todo el barro violento
de la paz nueva que clama en advertencia,
sangre sobre la nieve,
luz gacha.

Así, en la noche,
me siento de sus fauces inmersas de animal
y baldeo mi pánico con cantos melodiosos
quedando, de esa burla, contándome la boca,
borracho de su número, agitado, tranquilo.
Con ello, confío haber logrado
en aquellos momentos robados a la piel
anaquelar el brillo, capturar los afeites,
los giros de justicia de los que el caos se nutre.

Miradlo. Ya me ruge. Hoy toca hacer llanura
de nuevo está esa boca en boca de mis faldas
nacarando la senda que trazan sus colmillos.

El tigre
tiene la noche hoy lejos
por poner mi boca en cruz
el alba en amenaza.

Doblo mi cordobán, y espero
al cazador, al vino
violento de la noche, a la música
opaca de mis balas.

Esta noche ha de llover
a filo.

Federico Ruibal

Sé que estás…
aquí en tus palabras,
en tus poemas y sus finuras
y en la mano tendida a compartir tus sabidurías,
por eso sólo puedo agradecer a Dios tu presencia
y el regalo de tus versos.

Con pesar, por saberte ya del otro lado,
tan lejos nuestro,
pero con la fe de que vives y viven tus poemas,
un abrazo, señor, caballero de las letras.

Solange Schiaffino

como un andén a medianoche que se vacía
mientras los viajes continúan
y los amantes miran las rutas de los mapas
tomados de la mano
y los que aún no tienen casa
duermen sobre un bongó envuelto en nylon
pasa este día sin haberte alcanzado

sintiendo que llegué tarde de nuevo
(y que sabías bien de mis defectos)
me queda la sensación de amor de hermano
que se posó en mis poemas cabizbajos
con la ternura de quien todo lo comprende

esos instantes en que tu voz llegaba al cuenco
y se volvía de vino o de agua
eran un día de campo

eran de noche con luz
de pueblo nuevo
probablemente a donde te diriges

no te alcancé
–ni con esta alma que suspira—
mas dejaste en nuestra banca tus dorados
tu letra en los umbrales hacia el triunfo
tu piel entretejida en las palabras
tu libertad
tu vuelo

a lo lejos se escucha un aleluya
mientras abrazo un hasta pronto
en tus cuadernos

Sabeli Ceballos Franco

Y aire y tiempo cubren lo espantable,
para que ni uno demasiado lo ame con oraciones
o el alma. Hölderlin -Grecia

Llenas de cosas confiadas,
alegremente extendidas las manos
hacia el caos en que eres memoria de fuego,
traen, desde una imposible primavera,
a este vuelo de aves tu asombro monosílabo:
ah no a esta hora,
no esta tarde de grullas y heliotropos,
cordilleras divinamente verticales
oh Dios, el pan recién tostado en la mesa
y mira: tronco adusto de acebos
y riachuelos de dulce resina.

Amable fue, tal vez, el silencio
al empuñar su cuchillada de negruras:
no viven ya, en tu corazón, los dioses de este mundo.
Panderos y címbalos de una canción poderosa
maduran el arroz y doblan las montañas,
mas tú, en la inocente paradoja de su ritmo,
traes los sones del amanecer
y un regio olor a madera florecida.

Antonio Rojas

salí
con la mente hirviendo de promesas
y el corazón atado con tres nudos

cercano el río despeñaba ausencias
y el aire respiraba masculino
sobre mi boca
su hálito desnudo

salí de mí rompiendo las paredes
y su cerco de trémulas visiones
crucé el umbral del rostro de Caronte
y desbrocé la hierba que gritaba
bajo mis pies
todos tus nombres

cómo no amar el pulso de la vida
si late en la corriente de la muerte

tú eres Octubre Rojo y estás vivo
yo sigo muerta

indefinidamente

Morgana de Palacios

Has galopado, amigo,
por la intemperie inmensa de los versos
sangrándote las manos,
sangrando la palabra que penetró tu carne
y te erigió poeta.

Al vuelo despeñado de tu pluma
me acostumbré callada,
bebiendo de tu verbo imaginario
a la sombra morena de tus dedos,
de tus lunas deslenguadas,
de tu mundo de cristal y soledades.

Por delante te has ido,
compañero,
para sembrar de versos el futuro
y no sabes, Villena, que me dejas
el sello de tu mito en las retinas
y un poema perdido en el papel
llorando tu vacío.

Luvia Kremel

Hay un hombre sepia
acurrucado
en la esquina de su dolor desnudo.
Es un ser sin rostro
tallado por Miguel Ángel
en el diván de la ceguera.
Séneca caligrafió su corazón
para la vida breve,
para el camino del sabio
que vence al tiempo
porque conoce el pasado
y responde al futuro.

Hay un hombre sepia
que sabe todo lo que no sabe
y que disimula el ingenium
tras un malabar de mariposas azules.

Este hombre serigrafiado
me enseñó los aquafortes
del silencio
y se hizo pasar por rico
cuando mendigué una palabra.

Está en la memoria del agua
que viaja al mar,
se evapora
y retorna a la montaña…
es un ser cíclico
que se conduce entre hados
para llegar con un acento de rocío
al recuerdo
de las horas de poesía.

Este hombre, amigos,
dejó en la mesa de todos nosotros
una taza de café
que jamás se enfría.

Ricardo Sayalero García

Justo. Llegó Octubre con su actitud de escudo,
noble como un caballo con crines de tormenta,
manos gigantes de coloso roto
y reciedumbre verde de acorazados tilos
a colgar su precisa lágrima
de víctima.

No quiso ser el mes, le fue impuesto.

Llegó desprotegido, con la angustia
creciendo
como crecen las sombras en la tarde
y el polvo en el camino. Y así, triste,
inmensamente triste, abrió su puerta grande,
porque grande es el alma en el umbral
y grande su equipaje de poemas.

¡Ay! ¡Triste Octubre!
Desgraciada tarea te fue impuesta.
¿Puedes darnos, Octubre,
los versos
que viven como alondras tiritando
en el asombro?
¿Los versos con sabor del hombre parco
de alma buena?
¡Ay! ¡Triste Octubre!
Desgraciada tarea te fue impuesta.

Enrico Espino

La luna se deshoja plateada
sobre el luto mortal del cementerio;
los cipreses murmuran un misterio
que se extiende en el mármol de la nada.

La noche no es tan noche, ni es callada,
ni sirve de mortaja al cautiverio
de esos huesos que yacen sin criterio
sobre el lecho ancestral de su morada.

Noche y luna se funden en quimera.
El hombre se estremece, siente pánico,
cuando del alma el miedo se apodera;

es un miedo feroz, casi volcánico,
plasmado en pesadilla, larga espera,
con un poder fatal, casi tiránico.

Vicente Mayoralas

No hay lágrimas que inunden tu latido
no hay voz, ni amor, ni besos en tu esquela,
no hay nada, nada -amigo, centinela-
ni un solo verso más ¿Por qué te has ido
dejándonos el cielo sin tu estela?
¿Por qué razón? ¿Acaso no he sabido
rezarle a Dios? ¿Por qué lo ha consentido?
Y ahora te vas, y sé que, aunque me duela,
aunque sufra en mi ser tu desventura
jamás podré encontrarte nuevamente
llenándonos el alma con tus gozos.
No hay lágrimas que apaguen mis sollozos
ni hay nadie que te alcance en estatura.
Lo sabemos los dos, perfectamente.

Vicente Vives

En cada madrugada, en cada ausencia,
se queda el corazón desangelado
y siente que por mucho que ha llorado
el llanto no ha borrado la impotencia.

El tiempo nos castiga sin clemencia,
el que pronto llegó ya ha descansado
pero el de aquí espera anonadado
mascullando su pena, su dolencia.

Y en cada atardecer vuela en el rojo
ennubecido cielo el corazón
que busca sin creer que te hayas ido

y se vuelve, y se afana y de reojo,
sin querer molestar, con aflicción,
ve tus letras y llora compungido.

Idella Esteve

Tanta belleza para vivir sólo
una vez compatriotas de la muerte;
cuán certero aquel hombre que desgasta
segundo tras segundo lo que tiene
de arena en la clepsidra del futuro.
El amor que se va será una uva
que el gusto del recuerdo catará
cuando afloren nostalgias del vivir.
El llanto es la gimnasia del dolor,
así como el paisaje, de los ojos.
Los momentos grandiosos de la vida
se convierten en sombras que refulgen
necias ante el acoso de los años.

Aquí nadie nos salva, sólo queda
aferrarse a la tabla del naufragio
y aguardar que aparezca tierra firme:

La tierra donde atraquen nuestros restos.

Héctor Michivalka

Homenaje a Alejandro Sahoud

El día que me sangre la boca por tu nombre
llegará el fin del mundo
llegará como llegan las cosas presentidas
con una carta, un rito, un último hundimiento.

Se hará, quizás, de sangre mi saliva
y sangre correrá despacio hecha sudor
o lágrima
o esperma
quizás también insulto
por todo lo sangrado anteriormente.

Pero no importa el borde de las cosas.
Solamente ese fondo a corazón abierto
es capaz de cavar la tumba con sus uñas
y liberar un pájaro
que no quiere vivir en este mundo
absoluto y ridículo.

Que me lleguen las venas a la boca
el día que me corte los labios con tu nombre
y la lengua
y el alma
y los testículos.
Y me castre
por fin
las ganas de estar vivo donde no sirvo a nadie.

Si me muero en tu sangre algún crepúsculo

odio los crisantemos.

Gavrí Akhenazi


Y ahora ¿qué me queda?
Vagar entre tus cosas como un fantasma blando
que arrastra su sollozo entre tus versos
tus libros, tus canciones, tus nostalgias
y la mía, de vos, eternamente.

Qué me queda del día de las risas
más que este gesto amargo
pintado con cenizas y con niebla
de pájaros que huyen hacia nadie.

Otra vez amputada
luciendo este muñón de carne viva
que espera en un alarde de estoicismo
por otra cicatriz que no se forma.

Al final, soy toda cicatrices.
¿No te das cuenta que es terriblemente idiota
morirse sin cumplir cincuenta años?
Pa…maldita tu ocurrencia.

Eva Lucía Armas


Quién hará del desierto un vergel de vocablos
ahora que negándote a tí mismo
me adelantas un mar de soledades.
Quién, que no seas tú, mi Señor de los Tristes,
me gritará en los ojos, mientras calla
la eternidad entera.

Me vas a seguir dando
aunque sea un suspiro, una arcada, un ahogo,
la apertura del ojo a la mañana herida,
un pensamiento lúcido, un instante
de rebeldía endógena
que entronque con la médula del aire
que te une a nosotros en la ausencia final.

Ya lo ves,
porque sé que lo ves,
me guardo las promesas, las lealtades todas,
tu boca de cristal que lleva tantos días
jugando al escondite con la muerte
con tal de seducirla, como a mí,
como a tantas, que cruzaron tu vida
hipnotizadas
por esa voz caliente de tragedia.

(Pobre muerte, ma vie,
no sabe con quién juega).

Yo sigo en Vendavalia
y no tuerzas el gesto
que no pienso ejercer de plañidera

(siempre te dieron asco las lloronas
que no ponen remedio a sus desdichas).

Hoy no ha salido el sol y se me agrisa el alma
pero oyendo tus pájaros, te siento,
así que ya lo sabes,
queridísimo loco
—esta vez no te sales con la tuya—
para mí no te has muerto.

Morgana de Palacios


Eterno Requiem.

Ahora mismo quisiera recitarte
poemas como entonces.
Ver caer sobre el mar aquella lluvia
que calaba tan hondo en nuestros cuerpos.
Poder tomar tu nombre entre mis manos
y grabarlo sin prisas en mi piel
cuando duele el poniente de febrero.

Ahora mismo
que pronuncio tu nombre como un salmo
la creación entera
se pone de rodillas para abrirte
el hueco que merece tu universo.

Mis manos balbucean y siento que el amigo
es un requiem eterno que me llora por dentro.
Y me quedo callada
mientras sigo buscando los porqués
a esta nueva manera de perderme
contigo en el recuerdo.

Pero sigo buscando
el rayito de sol —como decías—
con palabras que nacen de lo hondo
y edifican por dentro el corazón.

Vivirás siempre en mí
por llevarme la mano en el camino.
Jamás estarás muerto.

Firmado y rubricado
por tuamigadelalma de los ojos azules

Isabel Reyes


Horacio, Salvador, dos veces Alejandro,
y Aragón, y Sahoud, y Ángel de la Niebla,
y Zugzwang, cuántos nombres, cuántas formas distintas
de nombrar al amigo, de llamar al poeta.

La tinta gris del chat, la tinta azul del foro,
el avatar heráldico que le regaló ella;
el escueto discurso de las charlas nocturnas
y la prodigación en sus mejores letras.

Registros, los registros en tus discos a salvo,
registros en la Red -al pulsar de una tecla-
de la alta poesía, de la prosa sangrada,
de la flagrante crítica que derriba y enseña.

Me llevo otro registro (y yo soy el soporte),
el registro más hondo y el que más me consuela:
la huella memoriosa que al pasar por la vida
algunos pocos hombres en el alma nos dejan.

Gerardo Campani


Muerdo túnicas en el silencio
al extirpar una palabra
de todas tus sombras,
bajo pliegos de auras
sobre lunas y soledades.
Enlazo en las estrellas
su letargo a tu ausencia,
para colgar al hombro
esa luz sin tus ojos,
esas semillas de alientos
y esas raíces de tus dedos.
Ahora con lágrimas de ríos,
abro los caminos del alma
entre el lodo y las huellas,
quizás pintando un embrión
de tus versos en un poema,
quizás para llegar a mis labios
y dejarme mudo de asombros.

Leo Fabián Zambrano


Comienza aquí tu luz. Aquí comienza
el eco de tu voz en los paisajes
como un grito sin fin en el recuerdo.

Comienza aquí la historia no contada,
el final nunca escrito en los andenes
donde alzaron sus vuelos los pañuelos.

Tuvo que ser así, con tanta magia
demoledoramente redimida
labrando sin cesar en las llanuras
los últimos ocasos de febrero.

Tuvo que ser así, como fue siempre
que inventaste en un verso las estampas
que se quiebran al bies de los cristales,
mientras pasan los trenes del invierno.

Enrico Espino


Es duro ser escéptico
cantas tu dolor
en un violín
que sangra
de las cuerdas

que lo engrandecen.

Héctor Michivalka


A golpes de badajo
que al luto nos congrega
va la tarde morada
y las palabras secas
y los ojos mojados
mas el alma serena
y el corazón alegre
porque te siente cerca,
que no nos has dejado
que eres polvo de estrellas
que se posa en nosotros
y en nosotros se queda.
Yo no quiero llorarte,
hacer de plañidera;
trascendiendo la vida
vuelves tu vida eterna
y poco a poco, amigo
—será corta tu espera—,
a golpes de campana
con las puertas abiertas
nos irás recibiendo
cuando llegue la fecha
que habrá de reunirnos
para escribir poemas
o todas esa prosas
que nuestras vidas cuentan.
¿Qué más puedo decir
para burlar mi pena,
para que no se note
que todo esto es tristeza?

Idella Estevez


A retazos. Sólo con la palabra.
Con un nombre quizá envolviendo la música.
Con un cuchillo hondo, plenamente clavado
más allá de la sangre.
Con los ojos del hijo que le arañan
donde crece la vida, camina en el perfil
de las horas. No hay tiempo
cuando Alejandro viene y va y aún vuelve y gira
entre verbos y espacios consagrados
y entre amaneceres totalmente dispersos
como su voz ahora, como su mano ahora;
al igual que sus labios, que ya son nuestro enigma
y son nuestro silencio y nuestro son y el canto
que nos mostró en la sombra.
Y con él nuestros pies, dibujando su arena,
y nuestro lloro, un río, donde se lava entero
de esa muerte maldita que le muerde;
y así, con nuestras flores, se dibuja parterres en la carne
y le brotan olivas de los ojos
y un madrigal de pájaros le anida entre las cejas.

A retazos, partiéndose, donándose de nuevo
como hizo en la vida,
y siendo nuestro amigo
hasta el fin de los mapas y las leyes.

Dolors Alberola


Contemplo las espigas del alba:
el viento las mece sin ti,
ágil canto ido en la prisa de las horas;
haces que germinen lirios en mis ojos,
me vistes de madreselvas y corales,
me alistas de armaduras y de guerra.

De espaldas al cielo que me ignora
siembro flores en tu lecho,
mis brazos buscan tu soledad inagotable.
Te faltaban por contar tantas estrellas…

Pesadas piedras de mi mente:
molino que rueda en un ayer
de memorias circulares.
Busco,
en su doliente girasol,
el dulce timbre de tu voz de bronce,
la liviana herramienta de tu abrazo.

Bello ingenio
—antifaz del tiempo—,
mueres, y aún así vence tu ausencia.

Humedad terrosa y fértil,
guardiana de sueños duraderos,
muéstrame hacia dónde
se marchó en silencio.

Ando tras la huella de sus pasos mortales.

Antonio Rojas


Dónde estarás ahora? Cómo encontrarte
si la luz que iluminó esa ruta
siempre fue tu mano extendida?
Nos ha embargado tu frío al reunir tus recuerdos.
Dónde estará tu voz?
El silencio, que reclama tu nombre,
al acercarse a nosotros
se nos ha ahojado en la mirada.
Es irreal la noche, pero parece buscarte.
Hacia atrás hemos mirado. Es que tal vez,
tan sólo, te has detenido un momento
viendo sonriente cómo nosotros
verificábamos si nuestros pasos, alguna vez,
serían tan grandes como tus huellas.
Ven, amigo, ha de quedarte algún poco
de tiempo sobre los hombros.
Continuemos juntos el viaje.

Edwin Solano Reyes


Escribo poquito a poco
cuando la risa se espera
cuando se aleja la pena
cuando del alma las voces
hacen nacer el poema.

Escribo desde la sombra
de un álamo en la pradera
de una nostalgia en la hierba
de alguna una luz temblorosa
si las lágrimas se espesan.

Si muere la primavera
si el amor ya no está cerca
si mirando hacia mi izquierda
el tuntún de unas esquinas
vienen y me traen fuerza.

Más quisiera morirme escribiendo un poema
como escriben los buenos,
los valientes, los poetas.

Como Alejandro y Villena
yo quisiera morirme…
como muere un poeta.

Gloria Forasté Giravent


Ojalá (Silvio Rodríguez)

Ojalá que las hojas resbalen por tu cuerpo cuando caigan
para que así las puedas convertir en cristal.
Ojalá que la lluvia regrese a ser milagro que baja por tu cuerpo.
Ojalá que la luna vaya pronto a por ti.
Ojalá que la tierra te devuelva los pasos.

Ojalá que retorne tu mirada constante,
tu palabra precisa, tu sonrisa perfecta.
Ojalá pase algo que te traiga de pronto:
una luz cegadora, un disparo de nieve.

Ojalá por lo menos que me lleve la muerte,
para no verte tanto, para no verte siempre
en todos los segundos, en todas las visiones:
ojalá si pudieran tocarte mis canciones

Ojalá que la aurora no dé gritos que caigan en mi espalda.
Ojalá que tu nombre no la olvide mi voz
Ojalá las paredes retengan tu sonido de camino cansado.
Ojalá mi deseo se vaya tras de ti,
a tu nuevo gobierno de difuntos y flores.

Teresa Vento


No sé por qué te cuento
si tú lo sabes todo sobre estas cosas,
pero de vez en vez, de tarde en tarde,
me dan ganas de venir pausadamente
—como una insidia—
para dejarte un fárrago
que ya conoces. Quizás, te contaría,
que aquí vuelven las voces extranjeras
para llenar mis playas
de bellas sombrillas de colores,
de pieles blancas en los bares,
de expuestas damas entre las dunas
o te diría,
aunque lo sabes,
que alguna vez [subrepticiamente]
regreso a tus lugares
y sin pensarlo
te escribo en los cristales
algunos fárragos
por si fuera que fuese
que no estés haciendo nada
y te distraes.

J. Azimut


Torrenteras sin cauce
bañan hoy los cristales más profundos,
los espejos que aún traduce el alma
porque la pena rueda más allá
del hueco de tu ausencia,
cuando paseo por tus versos
y, sin alzar la vista,
me muerde la impotencia del tiempo adormilado,
punzante sentimiento
que buscando las huellas del silencio te nombra
y al hacerlo me dice:

no esperes más palabras,
están todas aquí.

Leo, leo y te leo…

Y al levantar la vista,
presiento la gran fiesta
que han de tener ahí,

al otro lado.

Alcya Miguele


Ahora me pasa que no hallo palabras
que no estén significadas
en algún extremo loco de geografía literaria
que contenga tus pasos
y los de esta música.

Va dejando una estela en tu perfume
—adviertes—
como encargándote de que no exista el nunca
en que te olvide.

¿Acaso puede un corazón desoír
ese pálpito de folcklore, sonata o jazz
que le ha respirado
más allá del infinito nombre
en que te quedas
amigo, hermano, padre, poeta amado?
porque para mí no habrá suficiente música
con que interpretarme en un ¡Gracias!
y ser tu farfallina sul fiore di sangue.

Solange Schiaffino


Llora el bandoneón
y llega un rumor de tango dulce y lastimero
como un poema de amor inmortal,
hermoso y frágil
como un recipiente de alargado cuello celeste…
Infinitas cosas lo evocan y él evoca infinitas cosas.
Y llora el bandoneón
por el guerrero que duerme.
Y era de barro
y era de viento
y la palabra sangraba belleza en su pluma eterna.
Sacó oro del estiércol, amor del odio y nobleza de la inquina.
Era sobre todo, un levantador de almas.
Se han quedado solos todos los pájaros.
Se han quedado más solos Los Solos.

Arantza Gonzalo Mondragón

Manuel Martínez Barcia, in memoriam, por Mercedes Carrión Masip

En torno a Manuel Martínez Barcia

El árbol del embrujo de fuego: ilustración de Ovidio Moré en homenaje a Manuel Martínez Barcia

Se nos han ido el hombre y el poeta. Y una estela de amor y verso mantendrá por siempre su luz en esta casa.

Manuel Martínez Barcia nos ha mostrado su alma con excelente calidad poética, desde la pausa y la pasión, en una aparente calma que tensa su discurso embelleciéndolo, igual que lo sujeta a una somera estructura entre el espacio y el lenguaje, de una plasticidad  perfeccionista que roza en ocasiones la abstracción, especialmente en verso blanco, confiando no solo en la sensibilidad del lector sino también en su inteligencia.

Hay en la poesía de Manuel una emoción latente, un amor incontenido, un ansia de hablar no satisfecha que le impele a escribir en tantas ocasiones de forma compulsiva, movido de una necesidad extrema que en estas tristes circunstancias  parece revestir carácter premonitorio.

No era muy dado a confidencias pero desde su actividad continua en el foro   nos fue dejando ver su gran calidad humana, un talante sentimental, cercano,  y aquella facilidad casi angustiosa para pedir perdón ante quien fuere si creía haber cruzado alguna puerta sin permiso.

Amable y cariñoso para los veteranos como para quienes acudían al foro con la ilusión del principiante, no dejaba de mostrar su voz airada si pensaba que la ocasión lo requería. Entonces el color de su palabra se tornaba marea expresionista, espátula y pincel de trazo recio, dejándonos también sentir su fuerza.

Su empatía, generosidad  y afecto por Ultraversal, por todos nosotros,  se ha mostrado en lo cotidiano de su participación, en sus comentarios acompañados tantas veces de exquisitos poemas,  y en su entrega desde los contrapuntos que tanto provocó y llegó a disfrutar.

Nos deja como herederos de su voz y su pasión poética sin límites. Algunos de nosotros, además, hemos ido recibiendo a título personal generosos legados de su arte, valiosísimos, que seguirán fructificando, irrenunciables ya, en memoria suya.

Manuel amaba la vida en las personas y solicitaba abiertamente ser correspondido. Nos queda el consuelo de que sin duda se supo muy querido y admirado en este foro. Nunca le faltaron pruebas.

Para Manuel éramos y para él seguiremos siendo, gozosamente, su familia poética, la madre Ultraversal.

Mercedes Carrión Masip
Septiembre de 2015

Homenaje a Manuel M. Barcia

Selección de poemas

El 30 de Noviembre de 2013 Manuel Martínez Barcia escribió en el Foro:

Nunca he sido renglón de ningún libro, mi tiempo en poesía se limita al espacio de mi blog y, desde que descubrí el espacio Ultraversal, a compartir aquí vivencias y palabras con ánimo de ser encuentro en compañía.

No aspiran estos versos que ahora escribo a dejar unos surcos profundos, ni a ser del día a día, deseo o frustración, ni del dolor infiel, futuro o despedida.

Tan sólo en su interior, traspasar las fronteras de la luz, un viento del exilio que libere al lector de pesos y cadenas, acaso un desandar entre la gente, un bosque inesperado, una nueva galaxia o el brote de una estrella en éxtasis de dos… infinito su amor bajo palabra.

Mi signo, sin embargo, es su eco, mi voz en el cristal y tras mis reflexiones un perfil.

Bastaría un oasis oculto en mis quimeras, si no hubiese un mar de sensaciones que extiende su oleaje en la quietud, acariciando mis huellas en la arena…

Ahora, con vuestro permiso, que no celosa complacencia, quisiera dejar aquí, estos trozos de alma que algún día sembré surcando con mi lápiz los papeles, como un tragaluz de mi memoria convertido en deseo.

Acá de lo versal

Ha vuelto a suceder.

Me idean en la sombra
unas voces que omiten la ilusión.
Guiones de lo absurdo
y páginas en blanco de otra edad
que nunca leeré,
mi pasado imperfecto.
No tengo más historia que narrar,
ni mitos, ni leyendas.
Pero el amor no sabe de pedazos,
sólo mi alma se mantiene
a golpe de anhelos,
sin culpa, sin plegarias.

Aunque nadie comprenda que no es mía,
que sangra la locura de un poeta,
acá de lo versal,
luz de otoño que aviva la nostalgia
en las huellas del viento
y aurora boreal de lo que nace
tendido en las quimeras.

Hay nubes con silueta de alimaña
y buitres que carroñan la paz del creador,
dejadme abrir la puerta
hacia un mundo volátil,
las órbitas del bien cuando despierte
y devorad mis sueños,
la noche os pertenece.

De todo corazón

Mientras son desnudez las iras aparentes
que hicieron desabrigo en el amor,
la querencia en el mal
del yo más verdadero
en alguien que no fui.

Mientras, a media noche,
me despierto con culpa,
sin discernir apenas
la antigua vocación de amanecer
tan libre de pecado,
la presencia de un dios entre mis sueños
llevándome a la luz
de los mundos nacientes…

Mientras soy en la niebla testigo de mudez
que se finge invisible
para esquivar miradas al frente del espejo,
para ser corazón
que supo alguna vez tener amante
con el alma versal,
tan palpable su espíritu en mí mismo,
tan inútiles justas que hicieron miserables

mis ansias de virtud.

Acaso regalé
sin pretenderlo
al manso más pueril
para que fueran otros
causantes de la guerra.

Tan inútil costumbre

Es tiempo de elegir,
una vida pendiente, suicidio en lo que fui,
o la profanación del interior
saqueando del miedo la memoria.
Pero cómo olvidar la esclavitud,
esta luz del otoño contigo en su lamento.

Me hiere todavía tu impostura
en brazos del amor.

Aquellos paraísos alcanzables
que dejamos caer
en profundos abismos de la noche,
como un temblor de cielo sin fronteras.

No es preciso saber quién te convoca.

Atravieso la esfera del reloj,
tus huellas envejecen
y escribo una historia sin recuerdos:

Tan inútil costumbre
fingir que soy poeta.

Evocaciones

La escucho conversar en un siseo,
entrecortado y leve,
como los pensamientos que rehúyen
las razones de algún significado.

Y sigilosamente
abre mi corazón y se agiganta,
expande la mandíbula hasta mí
y ansía devorarme
con signos de tarot entre mis sueños.

Apenas soy del tiempo escaramuza,
lugar donde expiar lo que no existe,
para sobrevivir,
para que su tesón no venza mi memoria,
ni me aprisione Brecht
volteando los pájaros de luz
como si fueran dudas.

Acaso sea yo aquel Narciso
que habita en el espejo.

Responde, criatura:
¿Hablas tú con mi mente?

Mujer de barro y furia

Había en las palabras retazos de la noche
con huellas de cristal
delirando la luz de mis pisadas.

(De mí mismo)
robótica también
y abstracta, fantasía e intuición
según sea el cristal donde se mire.

No hay en su destino fijaciones,
salvo el grito del mar,
allí la voz es suya,

—porque se siente libre—

navegando espejismos del amor
que avista horizontes con un verso cercado.

No es fácil definir la resiliencia,
pero ella lo sabe,
para ser amazona sin espuelas,
caminito del alma
si hay hombre que le fuerce a ser guerrera.

Y podría seguir
difundiendo toda su antología
mientras Tauro enrojece
la sed de mis pupilas.

Pero hubiere de robar su talento,
ser letra de Morgana
y yo sólo soy luz cuando me asombra,
ardiendo entre mis ojos ese barro…

Los otros poetas

Ya sé que tú conoces el alma de un poeta,
su desnudo sutil
y esa pretensión de libertades
que buscan sobresalto si seducen
lo que la mente quiera,

—no hablo de recuerdos, ni de oír
esa lenta llamada sin voz al otro lado—

hablo de conversar
en memorias de nadie,
dormir las estaciones y viajarlas,
a veces en lo cómplice del frío
mientras la luna cae
silencios de una noche rutinaria
y otras con el fuego bajo piel,
las súplicas a un dios
que asombra y nunca llega.

Es posible que tú, si eres juglar,
conozcas en los signos del dolor
a los otros poetas,
a los que cada día el hambre sufren,
secuelas de la guerra,
el envejecimiento en la mirada,
la desesperación,
a los que el mundo da por excluidos
en cárceles sin sol
mientras ellos vislumbran abundancias
de amor por compañía,

esas etnias extrañas
donde palabra y luz son único deseo.

Nadie suple tu luz

He cubierto la etapa, cada paso insalvable
durante el recorrido que transita la pena
por espacios de amor y las huellas de arena
marcadas por relojes allá de lo insondable.

Crepúsculos de ti me hacen vulnerable
al sentir todavía esa piel tan morena
tupiéndome de sol la noche que la estrena
con la ilusión de ser apetito insaciable.

Todo es silencio ahora, nadie suple tu luz,
apenas los recuerdos asoman la testuz
para dar apariencia de tristeza y olvido,

la urgencia de latir el último reproche
y la amortización de todo aquel derroche,
inútil terminal del tiempo que se ha ido.

Amor, digo sin más

Abril se ha encarnizado por tu boca,
más caníbal que nunca, predador
original del fuego, fingidor
restañando la herida de la roca.

De tu labio extensión que nos embroca,
inútil el vacío de su ardor,
generar en su instinto poblador
ofrendas beatíficas si toca.

Sólo resucitamos en la luz
inframundos cubiertos por la espera,
no existe muerte allí, ni laberinto.

Mis brazos y tus piernas forman cruz,
apasionadamente sementera,
surcos nuevos de amor en tu recinto.

A pluma rota

Porque tú eres la piedra donde yo soy tropiezo
metafóricamente, diríase caer,
a paso cambiado, sin riesgo a fracasar
el límite absoluto, lo que repta el amor
sin huella en las alturas.

Porque ambos fingimos ser pálpito de luz
mientras sueñan los cuervos
el tiempo de un poema,
porque yo soy guión
y te conozco actriz,
sobreactuando siempre,

veraz a tu manera.

Por estas tan inútiles razones
hoy pretendo extravíos,
la búsqueda de mí
sin que sangren palomas los aires de mi vuelo.

Inútil mi presente

Los únicos demonios en este mundo son los que
corren por nuestros propios corazones. Es allí donde se tiene que librar la batalla.
Mahatma Gandhi

Imposible volver a los tiempos en calma,
abrir el corazón en lo contaminado
sin que sangre la herida puñaladas recientes
en sonetos que nunca se atreven a callar.

Hay una voz oscura transitando los versos,
en sus huellas el frío desnuda la testuz
fingiéndose verano, le arde la impaciencia
con que ha de irruir poemas humillados.
Yo soy en esta guerra destino de finales,
causa de la pasión que grita desde adentro
cuando sufre un amigo sin que nadie le atienda,
como rinde blancura la paz en las batallas,
como si fuera olvido,

inútil mi presente.

Poema final

Diles que mi vida fue maravillosa
Ludwig Wittgensten
Antes de mí, tan sólo inspiraciones
copulando quietud,
palabras de papel con que burlar
el asedio veloz
de lo imaginario.

Mas no podré saber
quiénes fueron sembrando
plantaciones de abril
mientras la sombra finge medialuna
y un verso en lejanía.
Soy margen desvalido en el final,
un apartado punto
sin reseñas de musas que otorgar
ni cárceles de piel que me cautiven.
En esta ingravidez,
en su calma sin noche,
ecos del escritor que fue leyenda
de lo que cumple luz
por tiempo hereditario

y me nombra,
como un instante en ti,
sonora libertad
si enmudecieras
la risa, el vientre

y todo.

Mercedes Carrión Masip para Ultraversal,
20 de Septiembre de 2015

J. L. Jiménez Villena, in memoriam, por Isabel Reyes Elena

Leer la poesía de J. L. Jiménez Villena es viajar de las luces del norte a la claridad del sur, su lugar de nacimiento.

Poeta y maestro. Una armonía sutilmente clásica, bañada cada día en el presente al que Villena fue fiel y además le divertía: sonrió sin rupturas ante la mujer, el amor y el deseo.

Sus poemas llevan implícitos tintes filosóficos y  sutiles con un léxico extremadamente refinado,  que se muestra  en todo tipo de composiciones poéticas. Un profundo desasosiego metafísico enmarca su obra y todo ello definido por un acendrado sentimiento humanístico de su tiempo.

Tuvo una idea clara acerca del rumbo de su andadura literaria. Fue el Albert Camus de su primera etapa de felicidad terrena, el invencible dichoso. Pero también mostró una claridad humana fuera de lo común cuando vio acercarse el final de su vida. Sus atardeceres no  fueron finales; es más, su poesía transcurrió en un constante amanecer tomando  la mayor cantidad de alegría y hermandad que este mundo agrio le permitió.

Huya el tiempo

A veces el pasado es el destino
del humo de la vida, de la farsa
del amor que, sin serlo, nunca fragua,
como nunca es el agua un espejismo.

Dejaré en la tristeza un verso escrito,
desamor, esperanza huera o vana
e igual que su sentencia el reo acata
yo quiero que después cunda el olvido.

Huya el tiempo también y su premura
por caminos o vientos muy lejanos,
que yo quiero de nuevo la dulzura

de tener el amor entre mis labios
como el sediento que abre dulces frutas
y se come la pulpa muy despacio.

El espejo

Tras el frío bruñido del espejo
de alinde en que te miro,
en el eco del silencio estás llorando
y lloras lágrimas de cristal molido
y lloras penas que son de hielo seco
y lloras como un desterrado
en el espejismo de tu dolor secreto.

Vives en una ciudad de vidrio y viento
que tintinea en mi cabeza,
casi rompiéndose cada día,
pero yo no sé quién eres tú
y tú no sabes por qué lloras.

Y yo que venía desarrimado
a averiguarte la esencia del alma,
héroe efímero de los escaparates…
y yo que deseaba beber el aliento
de cristal envenenado de tus labios,
amor cercano e intocable…

y yo que quería preguntarte mi nombre…

La mujer del secreto

La mujer que me lleva a la otra orilla
es un puente de sombras deshiladas,
un atajo a la gloria o al infierno
de un querer que me quiere a vida o muerte.
La mujer que me mata y me desea
es la maga que embruja mis sentidos,
la razón que se pierde con ungüentos
aplicados de noche y a escondidas.
La mujer que me guarda y que me aleja
trae un río de ayeres altaneros,
desaguando en las dudas del ahora
lo cierto y lo seguido de su estirpe,
y es un brote de piedra en el futuro.
La mujer del secreto que ella sabe,
lo desvela en las noches del instinto
y fía ciegamente a mi vigilia
su vida, que hace tiempo que es la mía.
Hay dos firmas de amor al pie de un trato
avalando la sangre y su bullicio
en los frágiles días que nos sueñan.

Nocturno

La noche se abre en una flor de brea
que naciera del tallo de lo oscuro
y derrama su efluvio misterioso
bajo una lluvia de marfil eléctrico,
de una luz que quizás sea de luna.
Camino en la quietud de las aceras
buscando una guarida que me ampare
y un bar es un lugar donde esconderse
para encontrar sosiego en una copa
y suponer tu cara entre las caras
que me miran mirando lo que miro.
No sabe nadie que te busco a tientas,
que me parece verte en algún rostro
o en el cristal narcótico de un beso
que me devuelve a ti,
a la derrota absurda de quererte
en unos labios de carmín postizo.
No estás y a la intemperie,
cuando las putas vuelven del infierno,
en esa hora turbia en que el delirio
tiene un aroma de flor del trasmundo,
sin aliento ni ruido vuela un ángel
que desangra en palabras su agonía
y un poeta se bebe los silencios
del amargo licor de los crepúsculos.
Nunca hubo un amor tan imposible.

In the road

Dejé que el coche fuera despacio y sin destino
hacia la noche albada del neón y el desvelo,
igual que un ángel roto volando al ras del suelo
la gloria me pillaba muy lejos del camino.

Por las calles oscuras, por las sombras opacas,
la gente de la noche peleaba su esquina
con la sed insaciable del vicio y la ruina
que, al hervir de la niebla, bullía en las cloacas.

Yo, que buscaba el rastro y el perdón del olvido,
devoraba kilómetros huyendo de lo inmundo
y drogado de pánico, conduciendo errabundo,
maldecía la suerte que tiene el forajido.

Repartía el semáforo en tres luces el mundo
y en la duda del ámbar me quedé detenido.

21 gramos

El alma huele al humo y la ceniza
de los hombres, que inmolan su conciencia
para hacer de la pura inconsistencia
algo eterno sin linde fronteriza.

Un alma es como un arma arrojadiza
contra el miedo, pirueta de la urgencia,
un mecanismo astral de nuestra esencia
para fijar la vida, tan huidiza.

Espíritu de seda incorruptible,
parece lo divino en cautiverio,
la materia en la luz de lo invisible.

Veintiuno son los gramos del misterio
fluyendo de un ahora imprevisible
que anhela de lo eterno magisterio,

un mágico criterio
que hiciera del soñar algo preciso
para trocar la nada en paraíso.

Noviembre

La tarde, una más, se diluye en lo ausente,
y esa vieja friolera está bordando un tul
parecido a la noche. Un rescoldo de luz,
de lumbre rubia, huye como huye el oeste.

Y parece que el aire, furioso, mal esconda
la mórbida soberbia de un relámpago oculto,
por las venas de luz de azafrán, el crepúsculo,
sutil, se desvanece en un pozo de sombra.

Agua turbia de viento, la humedad de las nubes
desemboca en la lenta serenidad del valle,
llueve sobre los casi desnudos abedules,

y lloverá esta noche de aguacero y derrame,
y caerá la lluvia con peso transparente,
cuando, cerca del fuego, yo mire cómo llueve.

Adiós

Vengo a decirte adiós
con un idioma de epitafio y mármol
con el mal del silencio
alambrando de miedo mis palabras
y de ácido la boca y la saliva.

La ley inexorable de los nómadas
sin compasión me rige y me sentencia
a la innoble condena del traidor,
a los fieros destierros del apátrida
que conducen al sur de ningún sitio.

Me voy con lo mejor de tus secretos,
desparejo me voy, fugaz y múltiple,
por la mansa costumbre de la ausencia,
y te diré adiós
mientras la culpa arde en los carbones
y se deshila en humo.

Contigo lloraré los funerales
junto al tierno cadáver de nosotros
expuesto a la oración y a la piedad
de los desconocidos.

Ni el dolor ni el consuelo son de aquí,
aquí no queda nada,
aquí no queda nadie que nos sepa,
sólo yo que he robado lo que había
y he enterrado el botín tras la derrota.

Las esperas de Bukowski

los tratos que hemos cerrado
los hemos
mantenido…
Charles Bukowski

eres un mamón, Chinaski,
te guardaste
las palabras de amor
para hacerte viejo,
para morir apostado
en todas las carreras
y con el sabor de lo bueno
en los labios.

alguien me dijo de ti
que escondías el orden
de la soledad
debajo de la cama,
al lado
de las zapatillas
y
las revistas guarras:
te felicito, tío,
no es mal
sitio
para estuchar el botín
de lo inesperado.

y más
si eres escritor y
poeta de puros huevos
hasta el trago aquel
de romperse
el páncreas:
eso
es
talento.
lo tuyo es
talento.

talento, man:
has ganado.

has podido esperar,
a la muerte
sin que nadie,
nadie,
te reviente los cojones.

eso querías:
esperarla vivo
mientras te follabas
a bebedoras de vino barato
tan desesperadamente vivas
como
tú,
tan ávidamente lúcidas
del resplandor
como
tú.

sí, amigo,
te las tiraste a todas,
y fuiste un cabrón con ellas,
cuando el infierno era
un apartamento
para dos.

en la radio
suena Mahler a tu manera y
he bebido por ti
mientras leía
“victoria”,
un poema de gente
con
palabra.

a tu salud, socio,
aquí ando:
cumpliendo con lo mío.
aunque sé
que nada de esta mierda
te interesa.

a mí también me da igual,
pero
bebo por ti, Hank,
por lo bello,
por lo suciamente bello,
por lo ciertamente bello
que
ha sido leerte:

a cara de perro, tío,
a cara de perro.

Acerca de Isabel Reyes Elena

Alejandro Salvador Sahoud

Por Morgana de Palacios

Entender y admitir la personalidad de un Índigo no es nada fácil, porque la mayoría de nosotros hemos perdido la pureza primigenia, el salvajismo natural, inmersos como estamos en una sociedad demoledora que nos condiciona en cuerpo y alma. Hay que abrir canales especiales y estar dispuestos a creer que existen diferentes estadios evolutivos en la especie humana.

El índigo marca siempre a fuego, tanto al amigo como al enemigo porque su luz acaba prevaleciendo sobre cualquier oscuridad. Mensajeros de luz los llaman y, antes o después, si no estamos totalmente anquilosados psíquicamente, se nos abren nuevos parámetros y formas de contemplar la vida, al sintonizar con su imparable energía mental, emocional y física.

Para un índigo que, como él, estaba lleno de dones digamos “especiales” y que recordaba todas sus vidas anteriores, perfeccionar su parte de hombre tampoco resultó fácil. Nunca terminó de cumplir con su misión de Levantador de almas, ni de batallar por cambiar lo injusto de su entorno, ni de hacerlo contra él mismo para asemejarse a su prójimo, amar a su prójimo y dolerse en su prójimo.

Como guerrero tuvo que ser soberbio, temerario, estratega, cruel y por puro equilibrio universal, compasivo, valiente, generoso, padre de cualquier huérfano que se le cruzara, entregado a la causa del más débil, y lo fue.

Tuvo que dejarse el corazón en la batalla encomendada y se lo dejó sin pestañear.

¿En qué se basaba su fortaleza? ¿En qué se apoyaba un autodidacta de su envergadura para mantener el corazón abierto, la mente alerta y la espada dispuesta, en ese mundo feudalista, primitivo y fuera de la ley ante el que tantos siguen cerrando los ojos?

Sólo leyéndole se puede llegar a apreciar la grandeza llena de humildad de un pleyadiano esforzándose porque su parte negativa de hombre (la positiva supo disfrutarla como nadie) no pudiera con el misticismo propio de su naturaleza inicial.

Su obra poética en www.ultraversal.com

La magnitud de la palabra

Llega del Universo, con mayúsculas, porque se nombra la dimensión del dios que nos habita y nos vuelve probables y posibles. Cifra del bien, ecuación de los mundos. Armonía.

Luego, porque está escrito que el equilibrio estalla entre las fuerzas, ha de llegar el Mal.

¿Y qué es el Mal?

En la tierra, es aquello sujeto al raciocinio mediocre de los hombres que descreen de la única llama que poseen.

Lo universal profesa el equilibrio, y equidista los mundos y los bienes y la felicidad de la tragedia.

Nada será en el universo sin su contrapartida, porque todo en lo eterno es la balanza.

No hay eternidad si no hay balanza.

Luego, quedan los hombres arropados en una fruta insulsa. La religión provee de dioses a los hombres que buscan conocerse y les resulta al fin, su propio desconocimiento.

Un dios es lo infinito, lo posible-imposible, lo total que todo totaliza.

¿En qué hombre habitará el derecho de fabricarse un Dios para sí mismo, excluyendo al resto de sus prójimos?

Ya falla por su base.

Dios lo es todo, inclusive, los hombres que lo habitan.

Todo resulta dios.

Este barro disímil del que estamos armados y movibles y esta brisa y el hálito que nos envuelve en magia.

Todo resulta dios y su infinito.

Todo es la maravilla de tanta exactitud en que nos debatimos preguntando.

¿Y… al cabo… qué hay que preguntar?

¿Acaso la llama interna no dicta las sentencias del día?

¿Tu prójimo no es prójimo?

¿El mundo no está hecho de manos que se ayuden y rescaten la especie que fallece?

A veces no lo sé, ni sé a qué vine.

O sea, sé a qué vine, pero me cuesta tanto llevarlo a puerto siempre, que en el final del todo se me disuelve el hombre.

Apenas es un pensamiento de Dios, que no consigo rescatar de nada.

Y siempre, acabo en los demonios.

Habla el silencio.

Juan me pregunta por qué yo hablo con dios o donde queda dios.

Esas cosas no las pueden preguntar los hombres de tres años. Pero él quiere saber con quién habla su padre las noches con estrellas y con sapos, de cara el infinito, con la frente en el suelo.

Jamás me pongo una camisa de seda frente a dios.

Porque delante de él, soy tan desnudo como todo el universo que me habita.

Un guerrero se quita su armadura ante su superior en la batalla.

Humilla espada y frente.

Delante de dios yo siempre estoy desnudo de corazón y cuerpo.

Igual que delante de los hombres

Porque Dios los habita, los puebla, los ordena, los ama, los predice, los dibuja.

Todo lo que se ve –le digo a Juan– está en manos de dios. No hay nada que quede por fuera de sus manos, ni usted ni yo ni el mundo.

El universo exige mi costado. Y yo lo sacrifico, como cabe, así, orgullosamente.

Es un orgullo de cualquier guerrero saberse pertenencia del universo.

El día que yo muera ¿qué será de mi prole?

De esta extraña hija mía que se me parece tanto y tanto. A veces pienso por qué jodimos tanto las verdades y tuvimos que hacer tantos arrestos en la zamba del miedo.

Algún día, el dinero no pagará la verdad de lo posible y las cosas hallarán su cauce.

Todos somos distintos. Tan distintos.

Eso sucede cuando se funde una dinastía de huérfanos y náufragos.

Ay, esta hija mía que me hace de escudero, de guardaespaldas, de todo lo logístico que me ha dado de apoyo el dios de todos los universos nuestros.

Yo nunca he sido padre de mujeres.

Yo quiero una mujer que me comprenda.

Es lo único que pido en este mundo al que he venido a dar tanta batalla.

Señor, te lo suplico. Quiero una compañera para el miedo.

¿Y para qué carajo me diste la palabra si todo lo que escribo es arameo?
Hoy regresé a mi casa.

Y sigo escribiendo en arameo y encima hablo también en arameo y los hombres me miran como a un monstruo.

Estoy un poco cansado de ser monstruo.

Me gustaría a veces, parecerme a esos tres chuzos pobres que deciden que la injusticia es justa.

Y carajo ¡no puedo!

Son mi prójimo.

Sí, perdón, lo sé. No es que me haya olvidado.

Claro que sé eso.

Si no supiera eso ¿para qué serviría en la predisposición del universo?

Ya sé que yo lo sé.

Lo que se deja en dios, dios lo resuelve.

¿Acaso puedo cuestionarme esa verdad?

Jamás lo haría. Porque le pertenece a lo magnífico.

Si algo deja este guerrero en las manos de dios, ya la preocupación no existirá en su mundo, en su conciencia, ni en ningún sitio, porque, lo que se deja en dios, siempre se cumple.

Y la ley dice: Es cosa de paciencia.

Ya me ves.

Me diste muchos dones, Señor, los agradezco.

Con la frente en el suelo, reconozco y honro tu grandeza.

Señor, este guerrero te pide solamente que pongas paz en su espíritu y luz en su corazón.

Siempre lo mismo.

Que soy un combatiente de tu nombre.

Te pido una mujer, señor, la mía.

Alguna que me entienda y que me quiera como lo que yo soy.

No me parece para tu enormidad algo difícil.

Dame una, señor, en quien me apoye. En quién pueda vivir lo que no vivo. Estoy tan solo, al fin, y tan cansado, señor. Ya estoy tan cansado, humanamente, de ser un solo a ultranza y sólo solo.

Claro que te agradezco, señor, lo que me diste.

Pero un padre no se acuesta con sus hijas.

Yo quiero una mujer que me comprenda, toda mi absurda intimidad. La que te pertenece porque soy tu guerrero.

Quiero una mujer mía.

Porque ya no me equivoco con demonios de los que me salvó tu amor enorme.

Ya no estoy confundido, señor. No me confundo. Ni me humanizo más de lo necesario.

De rodillas señor. Te pido una mujer que me contenga.

Por favor, devuélveme señor a La Guerrera.

Los pueblos de tu nombre

Magicia

—¿Y qué ves?

Ella inclinó los ojos y le quitó una brizna de entre un pliegue de las alas de piedra.

—Allá —insistió ella, extendiendo su brazo con la misma suavidad con la que él desplegaba las alas para el vuelo.

—¿Eso en la bruma? Es una construcción sobre la bruma, sobre el agua del mar… Parece una ciudad en una isla… una ciudad que flota…

—Háblame de lo que ves —susurró ella—. ¿Qué hay en la ciudad?

—Está muy lejos… quizás haya sueños… porque una ciudad no puede flotar sobre el mar… un castillo no puede flotar sobre el mar. Y lo estoy viendo. Quizás, un espejismo.

—¿Sueños?… ¿O un espejismo?

—Sueños… los espejismos se terminan. Deben ser sueños, por eso flota sobre el agua y se alarga hacia el cielo… por los sueños. Tienen esa condición.

Aunque no la miraba, supo que ella sonreía a su lado, mientras el viento enredaba su cabellera blanca en las plumas de piedra de las alas de él.

—Eso… es Magicia —escuchó, antes de que ella se echara al mar desde la cima del acantilado.

Origamia

Llevaba un retrato en el morral y preguntaba a todos en las calles, imponiéndoles la visión del retrato: “Has visto a La Mujer”.

Los habitantes todos lo miraban, porque el retrato vacío tenía solamente escritas dos palabras: “La Mujer”.

Pero él insistía, como enfermo de algún mal incurable que debiera encontrar un mago curandero en un mundo sin magos.

“Esa Mujer no existe” se animó a decirle el que cuidaba burros, indicándole irónico el retrato vacío y las palabras.

Él señaló entonces todos los papeles de los que estaba hecha la ciudad, tanto y tanto papel escrito de formas infinitas, sólidos como muros, voladores como pájaros, luminosos como farolitos, altos como palabras, profundos como el cielo, tristes, como él mismo.

—Esa busco.

—Esa es lo que estás viendo. No tiene forma. Es lo que estás viendo… papeles con palabras.

Rumoria

Frecuentemente verde, llegaban todas las aguas hasta allí y en el aire, infinitos cerezos deshacían un plumón de flores como niebla. Una niebla rosada igual que el horizonte del acantilado, que se perdía en el mar de su memoria cuando él decidió cruzar el otro mar.

Todo era un susurro de palomas y hierba, alrededor del viento.

Todo era viento. Imágenes de viento. Movibles. Transparentes. Cambiantes. Habladoras. Cercadas por los verdes y las cortinas de flores de cerezo.

Pero él podía oír a un mismo tiempo, la fuerza de lo fuerte, como un don natural igual que el viento, el árbol y las aguas.

Decidió dejarse guiar por el oído. Atender a las voces de las cosas como si fueran espíritus cautivos en una sola voz.

A veces era sabio.

Supo que ella le hablaba desde el mundo infinito del silencio.

Grutelia

La suave oscuridad de los fantasmas dejaba evaporar el resplandor antiguo de la antorcha.

Y llegaban las sombras a suavizar el fuego y luego el fuego regresaba para quemar las sombras.

Las grutas en la piedra tenían símbolos en todas sus paredes.

Y él seguía con el tacto ese idioma que contaba la historia de los hombres con un buril de espanto y una espina de tronco de naranjo.

Cantaba, para no tener miedo, las cosas que leía. Las cantaba en voz alta y a través de la piedra le regresaba el canto en otro idioma, como un eco que llega de otro mundo.

Las grutas lo guiaban al interior del hambre, al fondo del amor, a las largas estancias de la muerte y a veces, hacia el cielo, hacia el sol, hacia las luces.

Las grutas lo guiaban por sus propios caminos en otra voz distinta.

Hizo noche en Grutelia, igual que en un vientre de mujer.

Almaria

La de las catedrales y las bóvedas, la de los cementerios y los jaspes, la del sol sobre el agua.

Estuvo un rato mirando a la pastora, que llevaba con cayado de nácar y látigo de púas, un rebaño de luces y de sombras hacia los territorios prohibidos.

Sobre el peñasco gris estuvo fundiéndose entre la piedra, los árboles hirsutos y el llamador de viento, casi sin darse cuenta, porque sus ojos estaban en el valle.

Ella andaba desnuda apacentando el aire y los espejos, con la naturalidad en la indecencia que tiene una leyenda.

Nutricia

—¿Y qué comen las gárgolas? ¿Humanos imprudentes? ¿Malas aves? ¿Heladas y frambuesas?

¿Vientos y almas? ¿Corazones oscuros?

—No creo que haya comido antes de ahora. No sé qué cosa como… pero sí sé qué cosa me alimenta.

Ella extendió los dedos y enjugó una gota de sangre en el ala de piedra.

—Pensé que no… pero llegaste… Nadie encuentra el camino —murmuró, con asombrado alivio.

Él le enredó una flor de papel y palabra en el cabello.

—¿Y qué come una gárgola? —insistió ella, tomándole la garra para dejarle sobre ella el corazón.

Avalon

—Ahora sabes… —le dijo ella y señaló la ciudad que flotaba sobre el mar en la niebla—. Nadie sabe llegar… o nadie puede ¿Sabes cómo se llama la ciudad?

—Magicia —respondió él.

Ella bajó los ojos y curvó la boca de la sonrisa trágica, con un mohín de niña.

—Sólo esta vez, llamémosle Magicia.

Acerca de Morgana de Palacios