Aperi oculum
Aperi oculum, !abre el ojo!
gritaban las cuencas de la noche,
la telaraña azul del mediodía,
mi guardaespaldas
que cobra su salario cada mes
aunque no haya saldo en mi memoria.
!Abre el ojo!, el pañuelo de seda,
un nido de humedad en el armario,
el carmín que se oxida sin usar,
el pelo que ya roza las clavículas.
!Abre el ojo!, y esa mujer maldice,
como un húngaro ciego,
mientras muerde la rabia,
ortigas, nombres sucios,
y deja que los muertos se sienten en su mesa.
—Hoy he vuelto a soñar
con la franja de sol de tu sonrisa—.
!Abre el ojo!, y el cadáver de mi hermana
se abraza a mí temblando,
descorro los visillos del balcón,
no existe oscuridad ni se ven las estrellas,
y las dos nos reímos,
es verdad.
Soliloquio
Hay una luna nueva que gira en algún sitio,
aquí, sobre el asfalto,
una calima ardiente e invisible
se adueña del paisaje y nos abrasa
los ojos y la tarde.
Mi cabeza cobija un pandemónium
de estridentes sonidos y voces de ceniza
que me asaltan, cual brutos,
en los largos paseos a solas con mi perro.
No pondré por escrito la furia de un canalla
ni el peligroso tour que surge en las aceras,
no diré que he temblado, ni tampoco
que muero de impotencia muchos días.
Atardece,
un sol débil traspasa los álamos y el río,
como un cuadro exquisito de Monet.
Me voy a caminar,
quien sabe en qué momento
no volveré jamás a escribir un poema.
La cárcel
I
Atravesamos puertas y murallas,
un cancerbero triste las protege
con vocación de juez o de verdugo.
No importa cuántas veces, cuántos años,
ellos siguen juzgándonos, canallas,
presuntos asesinos o suicidas.
Este dolor endémico nos hace
carne de muladar para los buitres.
II
Azucenas y lirios mostramos en el pecho
con un nudo gordiano en la palabra.
Una breve visión, y el orbe hostil
nos ilustra la frente de certezas;
tengo una flor de lis en mis pupilas
y el viento que me empuja
abulta sin querer en mis bolsillos.
Cuando nos dejan solos,
nos volvemos un monte que solloza.
Afuera, sobre un pino de hierro, se reúne
una bandada triste de estorninos.
III
He contado seis jueces
y una prenda le arrojo a cada uno.
Mis ojos son dos puntas de alfiler,
hormigas asustadas,
un jadeo sin aire, sin embargo,
de mi rostro la máscara, no ha movido ni un músculo.
He sacado el revólver
del corazón
y los he ejecutado sonriendo;
debí haber dejado uno vivo
todo reo merece escuchar su sentencia.
!Lástima!
Cárcel y poesía, nunca son compatibles…
Esa especie de eunucos adiestrados
confundieron mi angustia con un hacha,
merecían morir
con la garganta llena de ababoles.
Volveré, Dios mediante, con la hoz de la luna.
Mar García Romero