El título, ganzúa o cerradura

Por Gavrí Akhenazi

Mucho se habla sobre lo dificultoso que resulta titular. Se quejan los poetas, los cuentistas, los novelistas, los ensayistas e incluso los conferencistas, porque el título es aquella pequeña clave, ese impredecible santo y seña que puede abrir o cerrar la puerta de un texto.

Un título atrae o rechaza al lector y por lo tanto, es el primero de los anzuelos que un autor esgrime para despertar interés en la obra.

No hay una sola forma de titular un trabajo literario y cada uno busca aquello con lo que es afín, ya que el título es el avance de la obra, su primera representación en la mente del lector y por ello, cada autor titulará de acuerdo a como él conciba que el título funciona mejor, ya sea como carácter, perfil o imagen de lo escrito.

Nada más odioso que titular con números una obra poética, por ejemplo. Habla de cierto desconcierto o desgana del autor o, también, de que no le reviste interés ofrecer algo más que el corpus y que el corpus hable, cuando no, de una falta notoria de imaginación o de empatía hacia su propio escrito. Pero el lector –en general todos los lectores– necesitan ese breve estímulo, ese pinchazo en la curiosidad que los lleve a indagar que hay detrás de las palabras que lo seducen.

Un buen título amenaza con un buen libro que lo respalde, aunque muchas veces nos llevemos, a partir de eso, unos fiascos que hacen época.

Mucho se puede discutir sobre la elección del título y hacia dónde intentamos apuntar con ella, por eso, la pregunta que el autor debe hacerse frente al título es ¿qué quiero referenciar con el título?¿el contenido de la obra?¿destacar a su protagonista?¿hacer un resumen del argumento?¿simbolizar lo que luego el lector encontrará escrito?

En general, esas son las preguntas básicas que representan la elección de un título, ya que tanto el título como la primera frase de cualquier obra, son decisivos para el éxito del resto de la obra.

Muchos autores titulan cuando surge el título. Es una buena opción, porque mientras se escribe, en el caso de cuentos y novelas, el argumento va sugiriendo alternativas posibles y entre ellas, muchas veces, aparece el título definitivo cuando se ha partido de uno provisorio que no nos convence demasiado.

Otras veces, lo primero que surge es el título y desde el título se desprende la trama, cosa que acota y supedita a cumplir las exigencias que el título prefija, por más que en algún momento el argumento esté pidiendo otra cosa.

Es importante intentar que el título sea sugerente, seductor, que, en cierto modo despierte en el lector el deseo de ver qué hay detrás de las palabras, siempre sin irse por las ramas de la ambigüedad, de modo que el título termine por ser tan abarcativo que represente a esa obra y a cincuenta obras más. Por ejemplo: La alegría.

Ahora bien, si a ese enorme abanico que representa la alegría, le agregamos algún condimento que lo aparte y lo modifique, el título se realza. Por ejemplo: La alegría anónima / La descalza alegría o cosas así, a gusto de cada autor y representando algo más que una generalidad textual. No quiero decir con esto que titular «La alegría» esté mal, sino que siempre el autor puede encontrar algo más en el argumento para que el título no resulte pelado y abstracto y se ajuste más a los contenidos últimos que el lector encontrará una vez ingresado al libro.

A veces, ese poder de seducción aparece de manera secundaria en el subtítulo, porque el autor prefiere, por ejemplo, que su libro lleve el nombre del protagonista y como un nombre –a menos que sea el de alguien histórico que resulte conocido por un amplio espectro de lectores– no dice demasiado, agrega los sabores en el subtítulo. El problema de los subtítulos es que recién figuran en la portadilla y no en lomo y portada, que son los elementos primarios en los que repara el lector.

Con respecto a esto, hay discrepancia entre las opiniones, pero, a grandes rasgos, se puede afirmar que el título reviste tres vertientes fundamentales:

–cuenta el argumento de la historia o refiere fehacientemente a ese argumento

–simboliza el contenido sin hacer referencia expresa a él

–utiliza el nombre del protagonista, del escenario, plano temporal o el suceso desencadenante

También existen combinatorias entre estas tres vertientes y depende del autor su manejo ya que es el autor el que decide la incidencia que el título tendrá con respecto al contenido.

Debe tenerse en cuenta que es necesario no anticipar el final desde el título, aunque en algunos casos dependiendo de la pericia autoral, el gancho es justamente anticipar el final para que el lector se interese en el cómo de los sucesos. Esto es típico del policial y de la novela negra.

El título requiere brevedad, síntesis y significado. Es un «gancho», una tarjeta de presentación y como tal, la información que aporte debe motivar la búsqueda del contenido que habita detrás.

No olvidar que el título define la obra.

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