Al Prosor, Hamal, que muy a su manera me entrenó en la paciencia del que corrige.
Si te aplicas al ritmo y a la rima
es posible que logres universos
de palabras sedientas de la esgrima
que se nutre de santos y perversos.
Observa la canción que te lastima
el temple que procuran sus reversos
y entiende que el valor es lo que estima
la bestia que devora a los dispersos.
El camino es difícil, inseguro
se precisa de sangre por las venas
del rencor y de Roma en los latidos
si acaso se pretende que lo puro
no suene al rechinar de las cadenas
que burlan los poetas exigidos.
*
No creas que desprecio lo sencillo
de andar con claridad por los cuadernos
sin liarse en los oscuros laberintos
que imponen un formato a los momentos.
Yo también me prohíbo que los ritos
de un poema sometan a mis textos
a contarme privándome del brillo
que consigo al decirme sin sus metros.
Escribo valorando las palabras
sabiendo que me expongo a la caída
al acto del tropiezo en la carrera
que pretendo ganar con mis espaldas
protegiendo a mis manos de la herida
de exponer sin estilo mis certezas.
*
No importan los tropiezos, las deshoras
que implica el atreverse a profesar
las formas defendidas por los doctos
que hicieron de sus versos su legado.
Procurando alcanzar a la belleza
que se oculta sonriente en la grafía
del esteta mordaz, irreverente,
es normal lastimarse sin remedio.
Lo cierto que trasciende a los detalles
de dudas, desconfianzas y temores
se inscribe en el adentro del sentido,
en el pulso que empuja al buscador
a vivir en el borde de lo triste
por honrar sin errores su palabra.