Contrapunto
Es tanta la alopecia de mi lengua
que ya no sé qué hacer para enmendarla,
le pone trabas a cualquier dictado
y expeditas le salen las palabras;
se ha vuelto descarada y lenguaraz
y no se calla ni «debajo el agua».
Tal vez debiera hallar una peluca
que pudiera servirle de pantalla,
de filtro en que colar las opiniones
y no decir lo que le viene en gana.
Enseñarle a contar será preciso
hasta diez, o hasta más, antes del habla,
implantarle quizás algunos pelos
que enmarañen el fluir de su alfaguara,
que corren como un río sus ideas
y vuelan al salir desaforadas
con alas que han crecido con los años,
libres de vestimentas y corazas.
Qué incordio de esta lengua tan desnuda
acostumbrada a no pararse en nada.
Aun cuando un punto yo me dé en la boca
en cuanto me despisto se me escapa
sacando entre los huecos de los labios
aquello que le está quemando el alma.
Idella Esteve
Parece, compañera, que tenemos
un problema común con nuestras lenguas,
un gen será quizás, que predispone
a decir siempre aquello que se piensa
y a veces me pregunto si tal cosa
no debería ser lo que rigiera
las conductas del hombre en todo tiempo
y debatir de frente las propuestas.
Y sin embargo, no. La gente calla,
oculta, modifica, omite, niega
aquello que querría volver grito.
Prefiere ser política y correcta,
disfrazar pensamientos y verdades,
acomodar la aguja y la respuesta,
y luego el dije Diego aunque hubo digo,
«me has entendido mal», «no es lo que piensas».
Tengo la boca floja, aunque de viejo
uno aprende a leer en las tormentas
y expone la verdad con raciocinio
y le quita pasión a sus ideas
para volverse claro, siempre firme
en que su convicción es su bandera.
Mi lengua sigue igual, mis rebeliones
la mantienen activa y alopécica.
Gavrí Akhenazi