MANEJO DEL ARTE

BRAHMA Y EL ALFARERO

Brahma y el alfarero

Para volar contigo quise un día
ser verso en la franquicia de tus ánforas,
hechizo a contraviento que enamora
tu pelo, tu perfume de muchacha.

Para vivir contigo canto a canto,
mi voz de hombre fractal junto a tu almohada,
vendí mi vocación de aventurero
al Brahma creador una mañana.

El creador me impuso ciertas normas:

«Todo negocio implica abonar tasas.
Alfarero te nombro, busca un reino
dimensional en otra de mis casas.
«El alfarero Juan”, ni los cometas
opondrán resistencia a tu palabra.
Las dunas se alzarán con tu prestigio,
los puertos, las marismas y alfaguaras.
Irás con tu Nereida a sembrar montes
de amor gemelar puro y nobles dádivas.
Pues solo allí podrás vivir con ella
la rueda de pasión que te arrebata».

Y el arancel pagué a las siete lunas
de Brahma por mi don y por tu alma,
por esta condición de construirte
mundos en otros mundos, novia amada.


Miserere


Después de tanta lluvia torrencial debería sentir, mi Dios, que reverdezco, que brotan de mis ojos ramales que conectan con tu infinitud universal y en el pelo una selva de ramilletes vírgenes.

Debería agradecer a ese Diluvio ser este nuevo hombre escribidor de pócimas sanadoras, agradecerte Dios cómo me enseñas a sentir este ahora en plena conjunción con el paso de los años. Pero hijo tuyo soy e igual a ti me hiciste, así que, no te extrañe si te reclamo al menos una parte de tus dones, solo para gozar del privilegio de provocar catástrofes ciclónicas que anulen la historia de su amor.

Te confieso mi Dios que muchos días quiero abrir esa caja de Pandora que todo mortal guarda en su armería y que no quede ni una sola señal sobre la tierra de ese oscuro querer que fue su amor.

En ocasiones quiero borrar mi humanidad, toda clemencia. Borrar de un solo golpe su historia de mi historia, su rastro de la sangre de nuestros hijos, sus noches de mis noches. Barrer con mi tormenta de nuevo semidios reverdecido todos sus orgasmos…

Borrar, mi Dios, del éter de tus días nuestro tiempo.


Maia


Alguna vez ayer, fui de un poblado
su guerrero mayor, guardián del templo.
Alguna vez di muerte en un combate
a un hombre y otra vez resulté yerto,
y fue mi funeral crisol de cantos
de antorchas y de ofrendas a los cielos,
mientras mi cuerpo ardía en la litúrgica
promesa de entregarme al firmamento.

Alguna vez, según me cuenta Brahma,
ayer, alguna vez fui marinero.
Fui mercader, fui paria, bailarina
en un burdel francés vendí mi cuerpo.

Hechicero, chamán y enterrador…
Alguna vez, también, hombre de versos.
Su voz me llama a ratos en la noche,
su voz nocturna y clara rompe el velo
y ya no sé en qué mundo vivo y ando,
si Maia es este cuarto en el que duermo.

Alguna vez, según la voz de Brahma,
alguna vez fui Juan, el de los versos.


Canción del enemigo

Dios, ya no cuento las veces que te invoco. Te pido no te quejes si todas las noches practico el mismo rezo:

Salud para mis enemigos, riqueza en su diario, equidad en la sed de sus venganzas. Fiereza en el combate.

Dame un púgil en igual condición sobre el terreno.

El enemigo primero, Dios, porque él es parte de mi signo, fractal inquebrantable en mis batallas.

Mi enemigo es el termómetro que indica los grados de temperatura que alcanza mi resistencia, mi enemigo me muestra mis debilidades, todas mis fortalezas.

Mi enemigo me muestra mi pasión contenida usando el arma. Esta arma nocturna hecha de huesos rotos y de muertos; esta voz de abecedarios inéditos difícil de entender, de contentar.

Te agradezco todas tus bendiciones, Dios.

Cuando mis enemigos se desbordan como un río salvaje, tú me levantas y lanzas tu manto sobre mí, me recuerdas que eres más creativo y justo condenando.

Me dices: «No te apures, Juan, deja todo en mis manos, cada Goliat que el destino te impone es la oportunidad de demostrarte quién eres realmente».

Luego ya estoy en paz como guerrero, y toca rendir culto a mi linaje.

Dios: cuida bien de mi hijo, dale luz a su espíritu.

Cuida de mi mujer.

Este hijo te pide que no se la devuelvas al Samsara. Déjala allí, ausente, tejiendo quién sabe qué nueva fechoría de maldad entre las sombras, porque sé que la luz también sabe cómo vivir oculta en las tinieblas.

Solo es cuestión de tiempo que ella la encuentre.

Dejamos muchas deudas sin saldar. Algunas ecuaciones irresueltas. Pudo más mi orgullo. No supe ser el hombre que querías, Dios.

Lo lamento.

Di más valor a mis espadas. Más valor a la carne, más valor a mis vicios, más valor a mi trono. Más valor a esa estúpida guerra de los miedos.

Lo reconozco, Dios.

Pero aún así te pido, no nos hagas pasar, una vez más, por el calvario de volver a querernos completamente a oscuras. Si algún día ella y yo volvemos a estar juntos:

Prende antes tu llama.

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