Disparo de tinta
He nacido a tus ojos y he de morirme
antes de que me mates con tu desprecio
y tu voz se me instaure desapacible
en mitad de las sienes de los silencios.
Me entregaré sin ruegos, sin amenazas,
cuando por seducirme ardan cometas
y me susurre versos en la almohada
la boca de tu invierno por primavera.
Cuando la rosa tonta de mi desgana
más lúcida, más cárdena, más intensa,
te crezca entre los dedos de la añoranza
por abrirse al enigma de tus tormentas.
Como un escalofrío, porque te quiera,
has de abrazar mi sombra con tu penumbra
y matarme de gozo como si, apenas,
recordaras quien eres sobre mi tumba.
Desatarás las flores de tu garganta
sobre el cadáver tibio de mi soberbia.
Si me finges, diablo, deseo a ultranza
te mentiré la muerte de la coherencia.
Sobre mi nombre haces cábalas nocturnales
mientras inicio el rito de adivinarte ciega,
desato la mordaza de tu boca andariega
y levanto despacio tus losas sepulcrales.
No soy recomendable para hombres cabales
así que no te arriendo en el juego ganancia,
no manipulo mentes pero es en la distancia
donde mis versos hieren los ojos que no veo.
Tú eres un creyente, yo sólamente creo
en la fugacidad de nuestra circunstancia.
Dime ¿qué tienes tú que otros hombres no tengan?
¿qué escondes tras el gesto de loco visionario?
¿qué me puede intrigar? ¿eres el adversario
que romperá las voces virtuales que me arengan?
¿Existe el pandemonium que tus manos detengan?
¿te inventarás por mí un futuro inaudito?
¿pintarás la sonrisa en mi rostro fortuito?
Dime ¿quién eres tú que llamas a mi puerta?
¿el cazador cazado? ¿el de la mente abierta?
¿a quién voy a dejarle el camino expedito?
Anda y dí a los machos de tus ojos
que disputan mis rimas carniceras,
que se van a engañar con trampantojos,
debajo de mi ropa los despojos
de una entelequia, mueven las caderas.
Diles que no se encelen por La Oscura
que finge claridades por capricho.
Si miran más allá de mi locura,
verán que sólo soy la conjetura
que siempre se desdice de lo dicho.
¿Que te gusta jugar? Lo sé. Te gusta.
Si ladras más que muerdes, no es seguro.
Tu voz es el caballo, yo la fusta
que te desboca el trote siendo injusta
con la llamada a sangre de lo impuro.
Si te vas a matar de transparente
sobre mi vendaval de soledades,
no me reproches luego ante la gente
que te dejé morir. Soy diferente
porque no juego el rol de las bondades.
Si en esa diferencia ves tu hombría
peligrar como roble en un desmonte,
no escupas en mi nombre. Todavía
queda mucho pecado. Mi utopía
se suicida detrás de tu horizonte.