Daniel Adrián Leone – Argentina

Prosas escogidas

Adventure by Sasin Tipchai

Mutuo

Lo detesto y es mutuo, me detesta.

Nos cruzamos todos los días.

Él es cliente y vecino. Yo soy hijo y heredero del almacén, del cuál él es cliente, un cliente de esos que encarnan el ritual –que en su caso– lo fuerza a ir al mismo almacén, a treinta metros de su casa, día tras día, cada ocho horas como un «tratamiento» que uno burla, automedicándose, haciendo de las ocho horas, seis, cuatro…

Lo detesto porque es un hombre ruin, miserable, chupaculos.
Me detesta porque lo irrito, porque le molesta quién sabe qué de todo lo que soy o de lo que imagina que soy.

Hoy eso no importa.
Él llora por su mujer: le han informado que su cáncer es terminal.

Me lo cuenta porque soy el único que está a esta hora a «su disposición».

¿Con quién hablar a las 5 am?
¿o a las 6, a las 11?

¿Cómo comenzar a hablar cuando lo que querés pedir es que alguien que te detesta y al que detestás esté ahí para vos, siquiera dos minutos?

Lucha ferozmente para adentro.
Con un ojo lucha y con el otro llora.

Habla primero de un conflicto cotidiano.
Le di mal un vuelto o lo dejé pagando. No acierta a explicarse pero ya no es necesario.
La violencia que lo estruja, el temblor furioso de su cuerpo y de su voz, es lo único que escucho.
Al fin, me lo cuenta.

Habla y en el fondo se siente asqueado.
En el fondo no puede creer que tenga la necesidad de hablar justo de eso tan íntimo, tan desgarrador, conmigo.

Pero habla y quiere detenerse pero ya no puede.

La metástasis en su boca lo desborda y empuja las palabras muy desde adentro forzándolo a decir todo, incluso lo indecible.

Le invito un cigarrillo.
Lo chupa con una fruición de lactante.

No tiene más tiempo.
En cinco minutos tiene que estar ahí pues ella despierta.
Y no quiere perder un segundo de ella.

Quiere excusarse.
No sabe si por irse o por hablar conmigo o por culpas del pasado con su Ella.

Pero no le salen palabras.
Lo abrazo.

Mañana volveremos a odiarnos. Pero eso ya no importa:
hoy es mi hermano.


Ser

El recuerdo que me nubla no es éste cigarrillo ni la densa espiral de palabras humeantes que escala, peldaño a peldaño, el aire y mis ansias. Al menos, no debería serlo.

En mis ojos caben demasiadas cosas: cientos de universos pequeñitos y algunos versos estrábicos que como gotas amenazan con abrirse paso…
Debe tratarse de otra cosa.

Tal vez sea un fragmento de historia de alguno de esos «yoes» que ya he vivido lo suficiente como para reconocerlos pasado pero no lo suficiente como para entregarlos a la burocracia de mis relatos o dejarlos caer en una pila informe de ropa vieja.

El cigarrillo se extingue lento, acortando el camino entre su fuego y mis dedos pero, sobre todo, negándose a darme una pista válida o alguna excusa útil.

A pesar de la distancia -y de lo insalvable de la distancia- los autos recorren la calle afectando la misma indiferencia y cayendo en unos baches equidistantes y equiparables a mis pensamientos.

Me miraría en el espejo -a pesar de lo perfectamente incapaces que se revelan los espejos en éstas situaciones- de tener alguno y en particular, si tuviera, al menos, alguna intuición sobre a qué espejo acudir.

De chico me gustaba ir a dar caza a todo espejo salvaje… sin perder tiempo me lanzaba de cabeza, como un reflejo más, de una mirada a otra, de una esquina a unas sombras, desde las sombras al relieve de alguna figura a medio parir (descartando con todo respeto a los figurones circunspectos y sus barbillas cuadradas) para dar caza sí, y también casa, hogar, pues, siempre he preferido darles hospedaje a mantenerlos en cautiverio.

El recuerdo que me nubla se disipa unos instantes y luego acomete condensándose tan caprichosamente como las letras ensalivadas de los sueños.
Por momentos, cobra un relieve reconocible tal como si quisiera figurarse y encarnar pero algo lo privara aún de textura, de contexto.
Me levanto y paro el oído y el ojo mientras las pestañas se erizan risueñas…

Protesto airado.
Y se ríen, todos ellos y mis venas y mis otros recuerdos, las bocinas de los autos y las ventanas y acaso también mis yoes herrumbrados conspirando junto a mis yoes a medio decir y mis yoes inconfesables.

Vuelvo a protestar pero ésta vez no hay un solo sonido, como si no hubiera autos en la calle, ni bocinas en los autos ni palabras en mi boca ni risas en mis yoes ni yoes en mi mismo…

Hasta que al fin, lo comprendo.
No es un recuerdo esa huella abriéndose paso entre el humo y mis desvaríos.

Es tan solo una lágrima, solidaria y obstinada, que insiste en ser el último bastión de una despedida, resistiéndose a entregar el mando
desde lo que fui
hasta lo que he de ser.

De nuestras pasiones

Rol del artista literario como hijo del siglo

Debate

El arte como manifestación humana no deja de tener su misterio si partimos de los trabajos de los primeros hombres de esta etapa de la historia (la que conocemos).

Hombres que apenas podían emitir sonidos, más parecidos a gruñidos, dejaron toda su historia grabada en infinidad de objetos y cuevas, y por eso la conocemos. El arte entonces fue descriptivo o informativo (aunque esa no fuera la intención).

La función del arte en sus fundamentos, obviando el carácter decorativo y comercial, es la de crear emoción y tratar de modificar la conducta (inmediata o no) de las personas) -entiéndase conducta en el escenario de un momento de contemplación o lectura y de reflexión-.

Un profesor en una ocasión contaba una anécdota de Isadora Duncan cuando, en una gira por Rusia, y en la víspera de su próxima presentación, se encontraba indispuesta y con deseos de suspender su espectáculo, pero por exigencias subió al escenario sin idea de que hacer, en los inicios notó a un joven violinista que estaba derramando lagrimas mientras tocaba, Isadora en base a ese detalle comenzó a cambiar de actitud e hizo una de sus mejores actuaciones.

Al finalizar se acerco al joven y lo besó al tiempo que le dedicó su baile, y le manifestó que él le salvo la noche.

En este ejemplo la emoción fue mutua, tanto del músico e Isadora.

La literatura tiene un papel estelar dentro de las manifestaciones del arte, posiblemente el mayor. Me permito hablar de mi breve experiencia en este campo, desde hacía mucho tiempo mi actividad plástica no me daba el espacio para decir algo más de lo que ella me permitía, claro, lo veía como una necedad o querer abarcar más de lo debido.

Cuando hice el intento de incursionar en la poesía me pareció haber descubierto algo desconocido que me llenó de satisfacción.

Desde ese día muchas cosas cambiaron en mi visión del arte y solo en el renglón de la escritura he encontrado la vía de hablar de cosas que tenía apresadas.

De hecho, en la plástica son pocas las obras que han tenido gran trascendencia en el campo de exponer la tragedia del hombre y sus consecuencias, habrá que mencionar a Picasso y su Guernica y los pintores y escultores en el caso del calvario de Cristo y otros casos parecidos. Goya y los expresionistas hicieron su parte y dejaron grandes obras con mensajes muy significativos.

Cuando escribo poemas a veces creo ser masoquista pero el que dice su verdad, grata o no, está cumpliendo su función, y lo más importante, lleva un mensaje para tratar de cambiar conductas, que no tenga el éxito deseado es otra cosa.

Orlando Estrella


Vivir es escribir historia, porque la Historia se escribe desde todas partes.

En todos los siglos hubo omitentes, concordantes y disconformes con el status quo.

En la Historia, pese al famoso dicho de que «los que no arriesgan no escriben historia», todos los protagonistas son, de suyo, fácticos, porque de otro modo no habría historia ya que la Historia no es otra cosa (como diría Campani) que el registro de las excepciones. Por lo tanto, para que haya excepciones, tiene que haber continuidades.

La literatura, como cualquier arte, no es ni transgresora ni concordante. Son los hombres que la hacen los que reflejan sus opiniones sobre el alrededor en el que desarrollan su arte y por lo tanto, el arte no es la expresión de lo distinto, sino del «cada quien».

El revolucionario en el arte no es menor que el que está de acuerdo con el régimen, sencillamente porque la Historia está hecha de eso, de sus pros y de sus contras, de sus vanguardistas y de sus retrógrados, y todos son la representación del género humano que la escribe a través de esos que la manifiestan.

El artista testifica lo que siente. Hace, si puede, lo que puede, por hacer algo con la verdad que siente. Pero no todos los hombres sienten igual ni piensan igual ni testifican igual.

Como la masa crítica no existe y sí existe ese horizonte tan absolutamente orwellano, que siempre ha sido ese horizonte, porque en todas las épocas existieron todos los mismos roles ejercidos por diferentes protagonistas (dado que nadie tiene comprada la eternidad), en el arte, al igual que en la Historia, cabe todo.

Cada uno testifica el siglo como le va en el baile. Cada uno testifica su porción del siglo como le caló su ideología o como esa misma ideología (o utopía o sueño o esperanza) lo traicionó o lo edificó.

El problema del artista es que a veces la ideología, la consigna, el hecho de la diferencia, lo separa de la realidad íntima del barro, porque el artista, para ser artista, debe ser ante todo sensible y tener un cristal que no se opaque por las niebla de las ideas que se pegotean sobre él como los bichos sobre el parabrisas, sino que sea capaz de, como un láser, penetrar las nieblas hasta la verdad. O hasta descubrir que hay tantas verdades como expresiones artísticas y que la Humanidad piensa en comer y en llegar al día de mañana, y que todas las libertades que nacieron libres, hechas al poder se vuelven autoritarias, porque la única forma de ejercer el poder es la autoridad.

El artista no está ni en la vanguardia, ni en la verdad ni en la post verdad.

Es un proceso de la sensibilidad y se posiciona donde le parece. Como todos en el mundo, hace lo que puede para satisfacer su idea de lo que el siglo es.

Hay tantos artistas como ideas y todos piensan que tienen la verdad. Por lo tanto, la verdad es múltiple en uno y otro ramo.

Pero la sensibilidad del hombre parece más uniforme que la voracidad de los artistas por llegar a ella. Hay caminos cortos. El más corto de todos, es olvidar las ideas foráneas y regresar hacia la sensibilidad simple, natural, ajena al dogma, ajena al ideólogo, ajena a Dios, acaso.

No sé si eso es posible porque el artista siempre siente que está en poder de la verdad dado que su sensibilidad así lo exige.

Gavrí Akhenazi


Existen frases de escritores, poetas, cantautores, que resumen en pocas palabras lo que debe ser un artista para que el arte cumpla su función.

Atahualpa Yupanqui dijo, «primero hombre y después poeta». Cuánta sabiduría en esta frase y cuanta verdad humana, y este hombre si que sabía lo que era ser hombre, y lo supo desde niño.

Un artista es una persona que su talento y actividad creadora lo coloca en un lugar privilegiado, y él se confunde creyendo que está por encima de la verdad humana, y ahí llega la falsedad o tergiversación de la obra, pues, qué mensaje o a quién será dirigida con autenticidad si se siente por encima del hombre y su historia.

El arte, nunca, y a pesar de su función transformadora, ha podido incidir mas allá del entorno que las circunstancias se lo permiten, no importando su función solidaria con los cambios que la humanidad necesita. Como muy bien dice Gavri «la única forma de ejercer el poder es la autoridad» es una verdad que tiene que gustarnos o no pero es la verdad.

Por esto señalado mas arriba es que el arte tiene un carácter más ligado al sentimiento del autor que a los deseos de modificar la conducta del hombre. No obstante, el sentido solidario con la desgracia humana debe ser una función que honre la actividad artística.

Orlando Estrella


Si hablamos de artista, primero deberíamos intentar consensuar o dar diferentes versiones de lo que es el «arte». Por empezar por algún sitio veamos las distintas acepciones que da la RAE:

  1. m. o f. Capacidad, habilidad para hacer algo.
  2. m. o f. Manifestación de la actividad humana mediante la cual se interpreta lo real o se plasma lo imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros.
  3. m. o f. Conjunto de preceptos y reglas necesarios para hacer algo.
  4. m. o f. Maña, astucia.
  5. m. o f. Disposición personal de alguien. Buen, mal arte.
  6. m. o f. Instrumento que sirve para pescar. U. m. en pl.
  7. m. o f. rur. Man. noria (‖ máquina para subir agua).
  8. m. o f. desus. Libro que contiene los preceptos de la gramática latina.
  9. m. o f. pl. Lógica, física y metafísica. Curso de artes.

Como veis, poco que ver con lo que estamos hablando salvo la 2ª. ¿Y qué dice de «artista»?

  1. m. y f. Persona que cultiva alguna de las bellas artes.
  2. m. y f. Persona dotada de la capacidad o habilidad necesarias para alguna de las bellas artes.
  3. m. y f. Persona que actúa profesionalmente en un espectáculo teatral, cinematográfico, circense, etc., interpretando ante el público.
  4. m. y f. artesano (‖ persona que ejercita un oficio mecánico).
  5. m. y f. Persona que hace algo con suma perfección.
  6. adj. desus. Dicho de un colegial: Que estudiaba el curso de artes.

Parece que la cosa va por lo de «bellas artes»: 1. f. pl. Conjunto de las que tienen por objeto expresar la belleza, y especialmente la pintura, la escultura y la música. Academia de Bellas Artes.

Bueno, pues no nos incluye a nosotros, a los escritores. Mal vamos si la Academia de la Lengua no incluye como artistas a los que practican la escritura. Además, parece que el artista debe de expresar «belleza», lo que deja fuera a muchas manifestaciones consideradas artísticas.

También tenemos lo de: «Persona que hace algo con suma perfección», pero yo me pierdo en eso de la perfección que asocio más a artesanos que a artistas.

Conclusión, si no se sabe definir el «arte» difícilmente nos pondremos de acuerdo cuando queramos hablar de «artistas».

Para mí uno de los debates más interesantes es la confrontación o semejanzas entre «artista» y «artesano», en cuanto tradicionalmente se consideraba al artista como creador y al artesano como imitador, pero en el mundo de hoy ambos conceptos están muy mezclados y depende del gusto del consumidor la catalogación.

Perdonad esta digresión, pero ante un tema tan amplio sería importante centrar eso que llamamos artista antes de ver cuál puede ser su rol en este siglo.

Ricardo Fernández Esteban


Quiero insistir en el misterio que incide en la creación artística. No se explica cómo los primeros hombres podían demostrar esa creatividad -que incluso hacían síntesis abstractas de los temas que dibujaban y pintaban- cuando sus palabras eran imitaciones de los gruñidos de los animales de la época.

Hay que mencionar -de nuestra historia conocida-, pues a medida que pasan los tiempos los arqueólogos se encargan de decirnos que no conocemos nada, salvo lo que quieren que sepamos. No hace mucho que se descubrieron los restos de un reactor nuclear en la India de la edad de cerca de un millón de años. Esto por mencionar algo.


Y qué mierda tiene qué ver esto con el arte, entonces me pregunto ¿quién indujo o dotó de creatividad artística a hombres con las condiciones antes señaladas. ¿O qué sensibilidad pedagogica tenían que querían que supieramos su historia? La sabemos por su arte.

Creo que el tema propuesto por Gavri es muy específico y no deja lugar a dudas, esto por los señalamientos de Ricardo, sobre las definiciones que se registran en los diccionarios.

Olalla atribuye una serie de condiciones al artista y las reduce a su ego inflado, y hay que preguntarse ¿que ser humano, no importa su actividad, no esta repleto de defectos y un ego con esas cualidades? Esa es la naturaleza humana, y el artista no escapa de ello, pero reducir el artista a eso no creo que sea la mejor opción.


La poesía fue la base sobre la que se discutieron casi todos los debates sobre la filosofía, sociología, el materialismo, el idealismo y desde Platón hasta Baumgarten, Diderot, Kant y otros más, existen tratados sobre este asunto. Quizás porque la poesía estaba más cerca de estos aspectos por encima de otras manifestaciones artísticas. Estas son realidades a tener en cuenta a la hora de evaluar criterios sobre una de las mayores manifestaciones del hombre.

Creo que los méritos del arte están por encima de las cualidades personales que adornan o ensucian al artista, que en el fondo es un hombre igual que cualquiera, independiente que se crea otra cosa.

Oliver Shanti es uno de los artistas compositores más extraordinarios de la creatividad musical en la historia, pero es un delincuente pederasta impenitente que no sale de una cárcel, ¿que hacemos? Esa es la naturaleza humana y toda actividad del hombre está sujeta a eso y tiene y tendrá que convivir con esa realidad, pero el arte es el arte.

Orlando Estrella


Para mí el arte es un resultado, antes que nada; un resultado de lo que una persona -en el caso de nuestra especie- es capaz de concebir y manifestar sobre un aspecto de la realidad más allá de la veracidad de la misma. Hay en el artista algo natural en su particular manera de concebir y de manifestar el arte. Para muchos, es algo mecánico utilizar cualquier tipografía incorporada a un programa de procesador de textos pero, en la grafía de cada letra hay también toda una simbología y significación; está, detrás de cada signo y de cada espacio, un artista.

No le veo yo a ningún literato como estrellita del siglo, por más Cortázar o Kant que sea. Comprendo y entiendo mucho del goce estético que una buena frase, que un buen verso, que una buena novela pueda suscitar, como también valoro todo el peso ideológico que pueda tener cualquier obra literaria; sé sumar fondo y forma – creo – de una obra literaria. Pero, hasta hoy, no he leído nada que supere a Bach. Por lo que para mí, al menos, la literatura seguirá estando por detrás de la música, y eso sin el pop de los 80’s (otro label).

Silvio Rodríguez Carrillo


Se vienen diciendo muchas cosas sobre Arte y artista. Unas brillantes, otras de perogrullo y otras erróneas, como eso de que el ego desbordado sustenta el acto creativo, cuando el egocentrismo sólo es parte de la ignorancia del que se considera a sí mismo un artista, sin serlo.
El talento para el Arte, cualquier Arte, es un don y el auténtico genio, el artista, sabe que tiene la obligación de restituir ese talento que le ha sido concedido. Ese deber que lleva implícita la humildad, para con su tiempo, siempre es mayor que cualquier privilegio que le pueda reconocer la sociedad en la que se desarrolla.

Y bien, yo no tengo puta idea de qué es Arte, como tampoco sé qué es el amor, o qué sea Dios.

¿Un latido? ¿Un pálpito?

Me limito a pensar que es todo aquello que te lleva directo a la emoción, que te hace sentir, que te conmueve en profundidad y, por tanto, es sin duda un agente espiritual del hombre, que actúa en un movimiento complejo y determinado en el conocimiento.

Todo lo que se realiza con esmero, pasión y dedicación, puede ser considerado Arte, y no estoy pensando solamente en el que escribe, o esculpe, o pinta, o compone con talento demostrado, sino también en las llamadas artes decorativas, culinarias, marciales, etc…. por poner un ejemplo, y para eso, hace falta estudiar el bagaje cultural de nuestro pasado en cualquier modalidad artística. Sin ese conocimiento, no hay Arte que avance ni se desarrolle.

A veces pienso que la línea entre Artes mayores y menores, es tan fina, como la existente entre Versos de Arte mayor y menor en poesía, puesto que el concepto intrínseco del Arte está unido indisolublemente a la simbiosis de fondo y forma, y un poema en versos de Arte mayor puede ser una auténtica mierda, y un romance en octosílabos una obra de Arte absolutamente innovadora por su contenido.

No podemos olvidar que el artista es parte del mundo y de la época que le toca vivir (hijo de su siglo) y se dirige a él transmitiendo el fruto de su espíritu intencionalmente, a través de una creación que suele ser la búsqueda de la profundidad y de la trascendencia, ya sea por ascesis, por estar inmersos en estados no habituales de conciencia, por catarsis o por lo que sea, y siempre desde la necesidad de transmitirse y ser entendido por sus congéneres.

Para mí, lo que entiendo por Arte, tiene algo de atavismo sagrado y mucho de mágico, como en sus inicios y no lo es más, porque uno no puede ser nunca completamente libre a la hora de la creación. Cada época tiene su cuota de libertad interior y exterior, así que cada artista ha de pagar su peaje obligatoriamente por talentoso que sea. Ni el Arte ni el artista son absolutos.

Sin considerarme artista íntimamente, más allá de lo que generosamente puedan decirme otros, sí tengo la imperiosa necesidad de romper estructuras muchas veces, para volver a creer en ellas y darles su auténtico valor, una vez que cambio el punto de atención de mi mente, y eso supongo que hacen también los realmente artistas que reconozco y admiro, porque para reconocer soy buena, más que buena… y no tiene nada que ver con mi ego particular, sino con la aceptación de mi conocimiento sobre el tema.

Qué más podría decir para entreteneros (que también es parte del Arte entretener), pues quizás que el Arte no admite falsedad, ni copias, ni repeticiones. Que no sirve de nada la creencia sino la vivencia para transmitirlo a otros, y que para no fracasar miserablemente imitando o plagiando a otros, hay que buscar la voz propia separándose de todos los demás, pero conociéndolos a fondo desde su sensibilidad y aprendiendo de sus aciertos tanto como de sus errores.

Morgana de Palacios


Como yo lo entiendo preguntarse ¿qué es el arte? Es tanto como preguntarse ¿qué es el amor? Hay tantas respuestas posibles como personas haya. Pero, si pensamos en la función del arte es mucho más interesante y posible de arribar a alguna idea.

Hablar de la función del arte en los «tiempos primitivos» me parece que es imposible sin comprender tal función como «soporte mnémico».
Es decir como un proceso de memoria o conjunto de procesos y procedimientos de memoria.

Por ponerlo en palabras, el arte surgiría en respuestas a éste tipo de necesidades:

*Necesito registrar algo que no me «entra» en la cabeza
*Necesito evocar algo que me resulta inmanejable, salvo dividiéndolo en partes o transformándolo en otra cosa, que por su forma, infantil, ridícula, chistosa, etc. me resulta más accesible.
*Necesito encontrar la manera de «dominar» -en realidad volver mínimamente manejable» aquello que de repente amenaza con desbordarme.

También puede entenderse -siguiendo la misma idea- al arte como un primer esfuerzo por sacarse de encima y proyectar algo «de adentro» de forma tal de figurar un otro. En esas primeras épocas en la que la empatía era apenas un pobre rudimento, el arte, aparece como proyección de lo más ajeno de uno mismo sobre una superficie -por ejemplo- era una forma de hacer de todo eso un otro.

Es decir, como una proyección de esos primeros rudimentos de vida anímica, particularmente como sucedáneo del sueño.

En el mismo sentido, se lo puede pensar -y yo soy de esa tesis- que el arte es el formato previo al lenguaje y una primera forma de escritura, cuya función es previa a la comunicación como la pensamos hoy. Incluso me atrevería a decir que es el montaje previo a la comunicación, a la escritura y en definitiva al amor. Pues, es un primer esfuerzo por forjar empatía con objetos, con la naturaleza, y a partir de esos trozos de percepciones, de impresiones angustiantes, figurarse un otro.

Es más, para decirlo de forma juguetona diría yo: el arte fue en sus inicios el esfuerzo de un hombre por producir un frankenstein con los retazos de su vida anímica reflejada en algo exterior al cual decirle «amigo».

De ahí que aún hoy, el arte sea un recurso de exteriorización aún para personas retraídas, cerradas sobre sí mismas, etc. El arte te devuelve un otro.

Daniel Adrián Leone

El brillo en la mirada (quinta entrega) por Eva Lucía Armas & Gavrí Akhenazi

Capitulo 8

Espejos y espejismos

Por Eva Lucía Armas




Mi madre me envió a buscar su coronilla de novia al baúl grande del cuarto de las cosas guardadas.
De niña me gustaba encerrarme allí a jugar con los recuerdos de otros. Estaban las colecciones de pipas de mi abuelo, los primeros zapatitos de Josefina, un sillón de mi abuela paterna con el apoyabrazos roto, las muñecas de porcelana de mi madre, mi cuna, los abanicos, las telarañas y algunos rayos de sol que arañaban el suelo polvoriento.

Mi madre y mis hermanas, en el salón de costura, luchaban por adecentar el vestido de novia de Josefina para la que no había frunce que luciera bien. «Que me hace gorda… que me hace flaca… que me ajusta… que me sobra… que me aumenta… que me achata…»

—Yo voy a casarme en pantalones de montar —anuncié a las pobres conflictuadas costureras, encabezadas por la tía Felicitas que con tanto movimiento de la modelo, llevaba picaduras de aguja en todos los dedos, y subí a buscar la corona que sostendría el velo.

Amaba el aroma particular de aquella habitación y su luz de monedas amarillas dibujadas sobre la madera del piso.

El baúl estaba en un rincón, bajo antiguos cortinados damasquinos devorados por la polilla, junto a un maniquí ya destripado y unas sillas desfondadas.
Me arrodillé como en un cuento.
La tapa chirrió mientras la levantaba.
Y empecé a revolver.

Estaban los cuadernos de escuela de mi madre, algunas tonterías que guardaba vaya a saber por qué, un caballito de paño descosido al que le faltaba la cola, libros rotos con hojas amarillas que se rompían al contacto de mis manos, poemas manuscritos ( no sabía que a mi madre le gustara escribir también) atados con una cinta negra. «Qué mal gusto», pensé por el color de la cinta.

La coronilla estaba tan en el fondo, que prácticamente vacié el baúl para hallarla, trabada con otra cosa. Al tironear, la coronilla salió con uno de sus extremos enganchado en un portarretratos.

—Por Dios… —gruñí, pensando si podría volver a meter en sitio todo lo que había extraído del baúl aquel— Sólo a mi madre se le puede ocurrir guardar esto aquí…

Para desenganchar la coronilla que había pescado al portarretratos tuve que salir al pasillo.

Con buena luz, vi lo que tenía entre las manos.
Desde el principio, pese al parecido asombroso, me negué a creer que mi madre guardara en el fondo de su baúl, una foto de Daniel Irala. Por lo tanto inferí que podría ser Francisco, su padre. Y de inmediato me imaginé la historia que mi abuela no había contado. Un romance oculto, las familias enfrentadas como Montescos y Capuletos, lo que no pudo ser. Y todas esas cosas que una se imagina cuando descubre secreto ajeno. Lo que no podía imaginar, era a mi madre enredada en situaciones clandestinas que pusieran en riesgo su tranquilidad. Mi madre no daba el tipo de alguien que busca amores fuera de las formas sociales prefijadas.
Pero el retrato estaba allí, bien oculto.

Me produjo una rara sensación pensar a mi madre en alguna situación como las que yo había protagonizado con Daniel, viéndome por allí a escondidas del mundo, entre los árboles y los pedregales, a donde no llegaran más pisadas que las nuestras, en un estado de libertad que permitía otras libertades que el salón familiar de recibir pretendientes, jamás permitiría. Y sin embargo, Daniel Irala y yo ni siquiera nos habíamos rozado. Ni qué decir que se acercaran nuestras bocas a menos distancia que un metro. Y no porque yo no tuviera curiosidad por saber como se sentirían sus labios encima de los míos. La curiosidad me mataba pero no era cosa de hacérselo notar al caballero, aunque más de una vez sentí la tentación de prenderme con mi boca de su sonrisa burlona, como de una naranja muy jugosa y mordérsela. A veces, en las noches, recordando nuestros encuentros ahora interrumpidos por la aparición de Genara, me entraba una especie de ansiedad, de necesidad física, de desasosiego inexplicable y me imaginaba que Daniel me estrechaba con fuerza entre sus brazos, contra su piel caliente y podía percibir el aroma que desprendía ese calor de alientos y caricias.

Después, mirando el retrato me puse a sacar cuentas. Daniel era séptimo hijo, había nacido dieciséis años antes que yo y era el último de su lista. El señor del retrato, tendría la edad que Daniel ahora tenía. Cuando Daniel cumplió los dieciséis, los Irala ya no estaban en el pueblo. Cuando yo nací, mi madre tenía veinticuatro años por lo tanto, cuando Daniel nació mi madre tendría ocho años.

—No creo que sea Francisco Irala… porque el señor sería muy mayor para entonces —me dije al cabo— Tendría sin duda más de cuarenta.
Daniel estaba segura que no era. La ropa no era la de moda y además éste tenía al cuello una medalla, quizás de alguna Virgen, que Daniel no tenía. Eso lo sabía yo bien porque me la pasaba mirándole los vellos que le surgían por las desabotonaduras de la camisa con el ánimo de tironeárselos a la primera oportunidad.

De la planta inferior me gritaron que si me faltaba aún mucho para concretar mi misión de encontrar la coronilla.
«Algún hermano mayor de Daniel», pensé, sacando el retrato del portarretratos y guardándomelo debajo de las ropas.

Bajé con la coronita, se la dejé a la tía Felicitas que clamaba «Era hora niña» y me fui a los patios, para imaginar cosas bonitas sobre el señor del retrato.
Por el envés, escrito con caligrafía varonil, había un poema y estaba la firma: Juan Luis.

-¡El de la misa!- exclamé en voz alta.

Era tan triste lo que el señor había escrito detrás del retrato que subieron lágrimas a mis ojos. Me las enjugué con la manga del abrigo. Le decía «amor mío» a mi madre. Alguna vez soñé que alguien me diría amor mío. Hasta había fabulado con que Daniel Irala lo hiciera. Recordaba las palabras de mi abuela: «Ya había perdido el brillo… por eso se casó en silencio…»

—Tenía que ser un Irala —me dije.
Entré nuevamente en la casa. Busqué mis guantes de montar y le pedí al mozo de cuadra que trajese mi caballo.

Hacía tiempo que no salía a cabalgar, por temor a que Irala me pillara al descubierto y tuviera que darle una explicación sobre mi desaparición repentina. Me molestaba que él advirtiera mi enojo por los coqueteos que Genara había dicho que tanto se traía con ella. Después de todo, no podía yo irle con reclamos, si nada lo obligaba a mí.
Guardé el retrato en uno de los bolsillos del abrigo.

A Daniel lo encontré enseguida, porque fui directamente a buscarlo sin excusa previa. No inventé ninguna. Nos conocíamos perfectamente como para intentar darle una fabulosa explicación sobre por qué había estado casi dos semanas sin verlo, cuando antes no podía estar lejos de él dos horas seguidas. No podía mentirle a Daniel porque sabía todo por mis ojos, sin que yo le hablara. Como yo sabía las cosas por los ojos de él.

Estaba con sus peones finalizando la faena. Desde donde detuve mi caballo, a la vera de sus campos sobre el camino, podía distinguirlo entre los otros que ya se despedían llevándose la tropilla de vacas a mejores pastos.
Podía ver el sudor empapando en una mancha oscura la espalda de su camisa, la suciedad del barrial del pisoteo trepando por sus botas hacia casi sus muslos, su cabello mojado goteando por su rostro. Y sus ojos, que se fijaron en los míos un instante. Desvió la mirada, bajó la cabeza y siguió haciendo lo que estaba haciendo.

«Así que ahora… la juegas de disgustado» gruñí entre dientes y eché pie a tierra. Avancé sobre el pasto, sobre el duro cascotal del potrero, mirando los pájaros de la tarde sostenerse en las corrientes de aire y pendular. Ya no quedaban peones a la vista.

Daniel había sumergido en un tacho con agua los brazos que la camisa arremangada desnudaba y se lavaba despacio el barro pegajoso y el olor a animal.
Me detuve junto a él, que se escurría el rostro mojado. Echó hacia atrás su cabello con ambas manos y me volvió a mirar.

—Hola —me saludó, tranquilamente— Vete para allá… te vas a ensuciar toda si resbalas —me indicó después un terreno más seco que aquel en el que estábamos parados.
—¿Cómo estás? —le pregunté por decirle alguna cosa que rompiera la rigidez del encuentro.

Verlo tan desprolijo, me producía sensaciones extrañas. Algo salvaje, casi animal, emanaba de él y lo volvía extrañamente bello. Me pareció mucho más atractivo en esas trazas que en cualquier otra. Quizás, porque estaba absolutamente natural, a la intemperie, como un dios rural, primitivo e infinito.

—Cansado —respondió, alegremente.
Yo no podía con mis palpitaciones.
—Tú estás muy bonita —murmuró.
Nunca antes me había dicho algo así.
—Tú también —me apresuré a responderle, porque era la verdad.
—Tienes un gusto extraño —ironizó él, señalándose el entrace y se puso a reír. Salió del barro y se dirigió a su caballo. Tuve que correr para alcanzarlo.
Ajustó la cincha y arregló la embocadura, teniéndome allí de pie a su lado sin saber qué agregar a lo que ya le había dicho. El silencio nunca había sido incómodo entre nosotros. Es más, creo que habíamos llegado a disfrutar acompañarnos sin hablar.
—Estás más delgado —dije, al cabo de estar allí viéndole los aprontes del ensillado.

Me miró fijamente y acomodó un rizo de mi cabello que escapaba de la atadura de la cinta. Lo colocó detrás de mi oreja y pude percibir el aroma a pasto verde y cuero que tenía su mano, tan cerca de mi rostro, que acabó rozándolo con el dorso de los dedos.
Las mejillas me ardieron como tomates. Bajé los ojos, avergonzada por semejante flaqueza pero no me eché hacia atrás para evitar su caricia. La mano corrió por el contorno de mi rostro y se asentó en mi nuca, por debajo de mi cabello. Apenas gravitaba un movimiento de exigencia en su gesto. Firme, la mano quedó detenida. Y sin que mediara nada más, la boca de Daniel se prendió de la mía con la voracidad de una piraña. El otro brazo me ciñó con violencia, como si fuera yo un atadito de mies y me pegó contra su cuerpo.

Al principio no supe que hacer con tanta vehemencia. Por la nariz me entraban sus olores cerriles, por la piel, su piel, caliente y agitada y mi boca se perdía en el laberinto de las lenguas, dentro de la suya que mordía y besaba en una conjunción de hambre atrasado. Todo me latía debajo de las manos de Daniel que habían abandonado la sujeción primera para explorar intrépidas debajo de mis abrigos y mi blusa, debajo de mi falda, entremetiéndose entre sostenes, gruesas medias de lana, calzones y enaguas de puntilla.

Le respondí los besos como si no fueran los primeros que daba. Tanto había imaginado esa secuencia en nuestra vida que, de ensayarla y ensayarla noche tras noche, la conocía perfectamente. Me di el gusto de jalar los vellos de su pecho y morder sus orejas y con mis manos apretar por sobre el pantalón sus nalgas que resultaron tan duras como mi imaginación las predecía.

Éramos iguales, ilimitados y transgresores, con una disposición particular a romper con lo que la sociedad ha establecido. Yo quería saber lo que no se decía, lo que no se enseñaba, lo que no se contaba. Quería saber los secretos profundos de la especie, lo primario y prohibido, sobre lo que nadie se animaba a hablar. Quería saber lo que no se le podía preguntar a nadie y por ende, yo debía descubrir según me pareciera. Y como recatada lo que se dice nunca fui y hallaba en Irala un alma gemela, como si él en hombre y yo en mujer fuéramos el haz y el envés de la moneda, con una zancadilla lo tiré por tierra. Daniel trastabilló hasta que dio de espaldas sobre el suelo, entre las patas de su caballo que se hizo de costado para no molestar y yo pude extenderme encima de su cuerpo tumbado y meter mis piernas entre las suyas y sentarme sobre él y arañarle a través de la camisa desabotonada con las efusividades, el fuerte pecho moreno y morderle la barbilla y el vientre junto al ombligo hasta la barrera del cinturón de cuero.

Me quedé quieta, con mi mano apoyada sobre el bulto.

—Bájate… ya está bien —me dijo él, mirándome con una sonrisa— Aún eres una señorita decente. No lo olvides.
Me echó de lado y se sentó en el suelo.
—Quiero que me enseñes —le dije a mi vez— Además… fuiste tú quién empezó.Tú metiste tu lengua en mi boca.
—¿Así? —me preguntó sonriendo y volvió a besarme, pero esta vez con menos furia y mucha más ternura. Recostada en el suelo, sus manos acariciaron otra vez mi cuerpo, mientras me besaba. El roce de sus dedos entre mis piernas, por debajo de la falda, era una sensación absolutamente nueva y urgente. Siempre me dijeron que era indecente andar tocándose por allí abajo. Con razón. La sensación podía conseguir hacerle perder el buen juicio a una.

Daniel tomó una de mis manos y la acomodó en el rinconcito prohibido. Me enseñó, con su mano sobre la mía, un movimiento «como si fueras una guitarra muda… arráncale sonido» me susurró al oído, guiando el movimiento. Sentí sus dedos dentro de mí, mientras me arqueaba. Cerré los ojos. Y toqué el infinito.

Luego, cuando regresábamos y él me llevaba abrazada le pregunté si así se hacían los niños.

—No exactamente —respondió, burlón— ¿Qué no les enseñan ninguna cosa a ustedes las mujeres?.. Ni lo único que deben saber.
—No creo que sea lo único que debamos saber —lo corregí.
—Los hombres no parimos, no quedamos preñados… Si hubiera estado otro en mi lugar dentro de nueve meses me estarías dando la razón de que eso, por lo menos, sí lo debes saber —me reprendió.
—¿Por qué?.. ¿Hay algo más que no hicimos? —le pregunté, asombrada de haber tocado el infinito y que aún quedara más espacio.
—Mira… lo haré sencillo… Los hombres no son diferentes de los caballos — gruñó y que me imaginara lo que quisiera.
—Y… ¿por qué no hiciste lo que tenías que hacer… ? —le pregunté— ¿Lo haces con otras mujeres?… eso de montarlas como hacen los caballos ¿lo haces con otras?¿o tu lo haces así… como conmigo?

Me miró como si acabara de insultarlo.

—¡Te estoy cuidando, niña! —me gritó, enojadísimo.
—Y… ¿ por qué me cuidas? Me hubiera gustado que lo hicieras como se hace. Te pedí que me enseñaras y creo que tú también deseabas enseñarme… ¿o no? Tú te me viniste como los caballos sobre las yeguas y luego te quedaste a mitad de las aguas.

Pensé que me abofetearía, por el negro relampaguear de su mirada y lo nublado feroz de su entrecejo. Osciló un instante entre su masculinidad herida y mi ignorancia.

—Te cuido porque me importas, niña… y porque me importas te respeto — aclaró luego, con serena dulzura— Tú no eres las otras… Tú eres tú… la que me importa.
-¿Con Genara… lo hiciste como los caballos?

Conseguí exasperarlo.

—¿Quién es Genara? —casi me gritó y agregó para que acabara de fastidiarlo— Seguramente sí. No acostumbro cuidar a mis hembras si ellas no saben hacerlo solas. Y ahora… termina con esto.
—¿Tus hembras? —le grité a mi vez, rabiosa por la confirmación sobre Genara y todas las que, según él mismo acababa de decirme, también había en la lista, tal y como comentaban las secretas voces del pueblo— ¿También me metes en tu manada, señor hombre lobo? Pues te diré algo, Daniel Irala. Quédate con la rubia estúpida de la que ni siquiera recuerdas el nombre y cásate con ella cuando le empiece a crecer la barriga.Te llevarás muy bien con tu suegro el banquero que le ha puesto cuernos de todos los colores a la mujer. Pero de mí ¡te olvidas!

Salté al lomo de mi caballo, deshaciéndome de las manos de Daniel que intentaron sujetarme.
—¡Luisina!.. ¡No sé quién es Genara! —me persiguió su voz detrás del viento.

Al rato me alcanzó su caballo. Lo puso de través al galope del mío, obligándome a detener la escapatoria. No quise que me viera con las mejillas empapadas de lágrimas, así que di un rodeo por su izquierda, para seguir la marcha, pero Daniel alcanzó las riendas junto al bocado. Su caballo escarceaba nerviosamente, obstaculizándole la sujeción del mío.
—Sólo tú me importas… —me dijo Irala— Sólo tú me importas —repitió.

Pero yo no deseaba escucharlo. Ya es sabido que los hombres rompen el corazón de las mujeres. Ya otro Irala parecido a éste le había roto sin duda el corazón a mi madre. Y sin duda eran ciertas todas las historias que se contaban sobre ellos ¿Acaso no había admitido con un desparpajo monumental su asunto con Genara?

Me enfurecía estar en la misma lista que ella. Me hacía sentir aún más estúpida a mí, de lo que yo pensaba que ella era. Me avergonzaban los besos de Daniel. Me avergonzaba haber gemido en sus brazos. Me avergonzaba su olor pegado sobre mí y la ruda sensación de sus manos arrasando mi cuerpo. Me avergonzaba haber disfrutado de sus caricias íntimas y haberle permitido penetrar en mis intimidades.
Le arranqué las riendas de la mano y me dejó pasar.

Llegué a mi casa sin poder quitarme todos los regustos, así que le dije a Magnolia que me preparara un buen baño, para limpiarme de tanta quemadura como sentía en la piel y lavarme todas las sensaciones que me perduraban en donde no debían.

Mi madre supo que yo había llorado y eso en mí era un acontecimiento que sin duda merecía toda su atención.
Llegó a donde yo me estaba arrancando las ropas y arrojándolas tan lejos, que se pasó un buen rato recogiéndolas. Yo me hundí hasta el cuello en la tina de agua caliente y cerré los ojos. Todavía se me caían las lágrimas mientras me repetía «Tonta… tonta… tonta…»

Del abrigo, el retrato del baúl se había caído, así que mi madre lo levantó en silencio y se me acercó.
—No es Daniel Irala. Es Juan Luis Irala —me dijo, enseñándomelo.
—Sé quién es- le respondí yo— ¿Se enamoró usted de ese señor?
—Yo tenía tu edad, quizás un poco menos. No conocía a tu padre aún… si por eso estás llorando —me respondió mi madre y untó la esponja con jabón para pasarla por mi espalda.
—No… no estoy llorando por eso… ¿Quisiera usted contarme?

Quizás, su historia de amor le hiciera bien a la mía. Jamás pensé que Daniel me importara tanto como para hacerme perder el juicio. Me sentía ridícula. Primero, ardiéndome por él y luego, llorando con unos celos rabiosos a pesar de escuchar de sus propios labios que yo era la única que le importaba al señor y vérselo en sus profundos ojos negros.

—Juan Luis Irala era un hombre diferente… No se llevaba bien con la sociedad, porque él pensaba un mundo más justo de lo que en realidad es este. A veces, yo creía que él era un ángel. Un día aprendí que era solamente un hombre bueno y que los hombres buenos también hacen cosas humanas. Se equivocan, aciertan, lastiman, curan… Debí valorar que era un hombre bueno que se había equivocado.

Miré a mi madre.
La emocionaba hablar de sus secretos, quizás, porque nadie antes la había escuchado. Y porque ella intuía que yo podía entenderla más allá de las formas de sus silencios.
—Él rompió su corazón, mamá —afirmé.
—No fue él. Yo rompí mi corazón… porque sabes hija ¡qué terrible que es la muerte cuando no se dice adiós!… Yo era muy joven. Creí lo que me dijeron. Dios sabe cuánto quisiera escuchar ahora lo que Juan Luis tenía para decirme y que no quise oír cuando lo dijo… Pero ya nunca jamás sucederá eso y el dolor en mí persistirá por siempre.
—¿La traicionó con otra mujer, mamá?
—Eso me dijeron… y eso fue lo que creí… Daría mi vida entera por volver atrás el tiempo y escucharlo, solamente escucharlo… aunque no le creyera luego, pero permitirle y permitirme la otra realidad. Y oír también a mi madre, atenderla cuando me dijo: Sólo míralo a los ojos y sabrás si te miente… No hice nada de eso.
—Por favor… abráceme mamá… —le pedí y lloré contra su pecho.

Hipótesis provisional del pie quebrado

Por Gerardo Campani

En las coplas de pie quebrado no debe considerarse el concepto de pie como unidad de escansión (como en la poesía griega y latina) ni como en la actual castellana, que supone también una unidad menor (como, por ejemplo, cuando se habla de «pie de rima»). En la época de Jorge Manrique, el concepto de pie era asimilable al de verso, en su sentido métrico.

Así lo registra el DRAE:

27. m. desus. Cada uno de los metros que se usan para versificar en la poesía castellana.

Entonces cabe preguntarse qué es lo que se quiebra cuando se habla de pie quebrado. Porque el ya quebrado es el verso corto, pero se ha quebrado del anterior largo.

~ quebrado.

1. m. Verso corto, de cinco sílabas a lo más, y de cuatro generalmente, que alterna con otros más largos en ciertas combinaciones métricas.

¿Y por qué cuatro o cinco? ¿Aun tratándose de estrofas octosilábicas? ¿A capricho del poeta?
Propongo una explicación.

Cuando el verso largo anterior (octosílabo) es grave, el quebrado es de cuatro sílabas. Si los sumamos a ambos, tenemos un dodeca acentuado en séptima.
Ejemplifico con el más célebre poema de esta forma, poniendo en la misma línea el verso quebrado:

Recuerde el alma dormida, [8]
avive el seso y despierte contemplando [12]
cómo se pasa la vida, [8]
cómo se viene la muerte tan callando [12]

Aquí, el verso quebrado mide exactamente la mitad del largo (cuatro sílabas), pero no pasa igual cuando el largo es verso oxítono (agudo), pues al contar realmente de siete sílabas, requiere de una más (cinco) en el quebrado. Ver:

¿Qué se fizo el rey Don Juan? [7+1=8]
Los infantes de Aragón [7+1=8]
¿qué se ficieron? [5]

Que vendría a ser:

¿Qué se fizo el rey Don Juan? [8]
Los infantes de Aragón ¿qué se ficieron? [12]

Cierto es que el mismo Manrique no es siempre consecuente con esta norma, pero creo que deben considerarse algunas cuestiones:

+ que las estrofas en las que no se atiene a lo señalado no suenan tan bien como las otras;

+ que desconocemos la exacta entonación de la época (casos de distintos recursos o licencias usuales, por ejemplo);

+ que en 1476 (probable año de su composición) la normativa era incipiente.

Supongo que el asunto de cuándo el quebrado es de cuatro sílabas o de cinco estará estudiado, pero no encontré nada al respecto, y por eso me he animado a proponer esta interpretación.


Si algún paciente y generoso ultraversal encuentra algo más (y mejor, preferentemente), agradeceré el dato.

Sobre narrativa y función de lo heroico (primera entrega)

Por Daniel Adrián Leone – Argentina

I- ¿Puede haber narrativa sin héroe?

Es una pregunta retórica e incluso anacrónica.

Hace años que sabemos que sí se puede. Se dirán entonces, ¿qué sentido tiene tomar como directriz una pregunta para la que ya tenemos una respuesta? En mi caso la tomo por la sencilla razón de que me habilita a preguntarme ¿en qué radica su eficacia? Dicho de otra manera y pasado en limpio:

Puede haber una narrativa sin héroes, sí. Pero ¿Por qué? ¿Qué tipo de trabajo extra le demanda al autor poder desarrollar una narrativa sin héroes?

Verán que deslizo ya una hipótesis: afirmo en lo que pregunto que hay un trabajo extra, o sea, que trabajar una narrativa sin héroes –según lo que creo– implica no solo la decisión del autor sino un determinado tratamiento de la narrativa, un plus de trabajo, en tanto, no es el enfoque ni el tratamiento más habitual.

Pero ¿solo el escritor tiene que hacer este tratamiento extra, este plus de trabajo (aunque aún no sepamos en qué consiste)? ¿O bien podemos suponer que también el lector tiene un plus de trabajo proporcional al leer?

Puede sonar raro ésto último.

¿Acaso el lector también tiene que realizar un trabajo al leer?

II- El lector, la lectura y lo escrito.

En general éstamos más habituados a pensar el texto en función del escritor y no tanto en relación al lector, y sin embargo, es el lector a quien le toca el trabajo más arduo frente al texto.

Los invito a que consideremos el trabajo psíquico que le implica a un lector cualquiera, el acto de leer.

De buenas a primeras, le proponemos avenirse a vivir de forma pasiva en un mundo que desconoce y cuyas reglas nacen de nuestro arbitrio y por tanto le son completamente ajenas.

Lo invitamos a vivir una experiencia que desconoce y que regularmente no viviría más que –al vez– en el mundo de su fantasía pudiendo «reescribir todo aquello que le resultara fastidioso, incómodo o siniestro». Pero en este caso, carece de ese recurso aliviador, protector incluso. El lector tiene que adentrarse a nuestra jungla sin protección, ni mapas, desconociéndolo absolutamente todo y sometiéndose por propia voluntad a nuestro capricho y peor aún, en más de una ocasión a situaciones en las que se filtran nuestros propios complejos a medio resolver.

¿Verdad que es todo un trabajo?

Pues bien, ¿cómo logramos como escritores que una persona se avenga a vivir bajo unas condiciones que en cualquier otro momento rechazaría de plano?

Podemos suponer que la promesa de un placer estético e intelectual bastaría para persuadir al lector a abstraerse durante un tiempo de sus creencias, sus referencias y su dominio sobre sí mismo casi como si leer fuera una suerte de «experiencia religiosa» donde por puro imperio de la fe, el lector se entregara a merced del escrito y del escritor.

Pero ¿alcanza semejante promesa para que el lector supere la natural resistencia a estar a merced de otro?

¿Verdad que parece un poco imposible?

Podemos arriesgar la hipótesis de que es tal el «atractivo» del escrito desde sus primeros renglones que es eso lo que habilita al lector a superar esas resistencias o al menos a ir deponiéndolas paulatinamente con el desarrollo de la lectura hasta entregarse por completo.

Si optaramos por dar crédito a esta hipótesis no habríamos avanzado tanto como se podría suponer a primera vista pues nada decimos de en qué consistiría ese «atractivo» peculiar, ni por qué ese «atractivo» tendría la capacidad de ayudar a otro a vencer o bien a poner en suspenso unas resistencias lógicas y naturales.

Responder en qué consistiría –o podría consistir– ese atractivo del que hablamos no parece tarea compleja, incluso podríamos numerarlos y agruparlos de forma más o menos plausible.

1. Sobre el atractivo de un escrito considerado desde la perspectiva del lector.

A) Respecto de la obra tomada en su conjunto.

a) Trabajo estético: la belleza lograda en cuanto al uso de metáforas, recreación de situaciones, etc.
b) Trabajo dinámico: el ritmo logrado en la narración y la fluidez del desarrollo de la trama.
c) Trabajo económico: la distribuición de la tensión dramática equilibrada y armónica.

B) Respecto del protagonista (o de la relación protagonista (agonista)-antagonista)

a) Definición de los personajes apelando a los esquemas de relación y carácter prototípicos.
b) Dotación de un personaje de una psicología o bien de rasgos superficiales «encantadores»
c) Situación del personaje central en un posicionamiento de conflicto universal o que universalmente produce una reacción común (por ejemplo, víctima de la fatalidad)

C) Respecto de la trama.

a) El goce de la anticipación: la trama es un refrito de tramas prototípicas o bien tan predecible que permite al lector el «goce de la anticipación» lo que le permite superar su pasividad, pues es pasivo sí, pero, en algo que de antemano sabe qué va a pasar. (Atractivo que se lleva a las últimas consecuencias en las Sitcom)
b) Linealidad y el goce de la deducción: la trama es tan lineal y tan fácil de deducir que el lector experimenta de forma fácil y desde el inicio el goce de la deducción. No la puede anticipar pues no es obvia y remanida, pero sí la puede deducir paso por paso.
c) El goce de lo morboso: la trama que le ofrecemos sustenta una morbosidad latente o manifiesta o progresivamente desde lo latente a lo manifiesto y por tanto «seduce» al lector. (Caso por ejemplo de la Literatura erótica, llevado al extremo, el fundamento de la llamada «literatura rosa»)

D) La identificación con el Escritor.

a) El escritor es famoso o bien, muy bien referenciado por gente con la que nos identificamos por algún motivo.
b) El escritor ha vivido alguna situación traumática o sorprendente que es de conocimiento del lector que le permite al escritor identificarse con el escritor.
c) La pseudos-identificación con el Escritor. No lo conocemos, no sabemos nada de él pero algo de nuestra propia psicología se activa y produce o genera una sensación de familiaridad, por ejemplo, por el nombre, por el parecido en la foto a nuestro abuelo, y un largo etcétera.

2. Sobre la eficacia de tal atractivo (considerado desde la perspectiva del lector)


Sabemos ya que función cumple el «atractivo» del cual hablamos.
Básicamente se trata de «persuadir» al lector a vencer unas resistencias naturales y lógicas para ponerse a merced de otro.
Pero, ¿basta ese atractivo por más brillante que sea para tal fin?
¿Verdad que no es lo mismo «persuadir» a alguien a que haga algo a «habilitar» a esa persona para realizar tal acto en contra de su propia naturaleza y en contra de su habitual comportamiento?


Dicho de otra manera y resumiendo:

Sí, podemos suponer hay un atractivo que persuade al lector y podemos decir también que no importa realmente tanto cuál sea pues los diferentes «tipos de atractivos» que describimos –por sí solos o en combinatoria más o menos lograda– tendrían tal capacidad persuasiva.
Mas, persuadir a hacer algo no es lo mismo que habilitar a hacer algo por lo tanto tiene que haber algo más subyacente a tales atractivos o bien un plus de trabajo del escritor, que hace que no solo persuada sino que al mismo tiempo habilite al lector a vencer las resistencias y entregarse al leer.

Podríamos especular durante siglos, desmenuzando los tipos de atractivos en juego, combinándolos, ahondando mucho más profundamente en su descripción, etc. etc. etc. y caeríamos en una deriva que nos llevaría sin duda alguna a desbaratar tal hipótesis de cifrar la eficacia en éste o aquel atractivo pues terminaríamos sin duda alguna en alguna contingencia.

Por lo que en éste mini-ensayo la propuesta es ir por el otro camino y pensar en el plus de trabajo del escritor para hacer el escrito no solo atractivo para el lector sino que también y a un mismo tiempo accesible.

De hecho, así planteado, podríamos sin mayor inconveniente, señalar «la accesibilidad» al texto como un atractivo fundamental, definiendo «accesibilidad» no en términos de «lectura fácil» sino de «lectura posible».

Solange Schiaffino – Chile

Dice de esta poeta chilena el autor argentino José Emilio Tallarico

“Antes de la palabra estuvo el gesto, y en ese gesto había una pregunta. Perplejidad y asombro fueron imágenes atravesadas por la vida. Por eso la Poesía, al trabajar con los primeros impulsos, es decir, con la ignición del lenguaje, coloca en un segundo plano las formulaciones clásicas que suelen requerir las certezas. ¿Cómo entender los estados de atención desarrollados por la autora, o la confrontación que entre el ser y el estar promueve buena parte de su poesía, si no se ingresa a ese ámbito donde la lejanía y el temblor prevalecen?

“…y no sorprenderse,

alfarera,

de girar en el centro del torno

como modelándose aquí

de tanto allá”

Rotación/ traslación: he aquí un ejemplo del movimiento paradojal con que nos toparemos en buena parte de sus poemas.

Porque la poesía de Solange Schiaffino, delicada, pero además fuertemente comprometida con su entorno y con los otros, acusa las marcas de una tensión metafísica que no se ve con frecuencia en los poetas de su generación. En este sentido es necesaria. Pero en particular lo es por su calidad de intensa y entrañable.

Hay color en su voz; un color que nos dice y reconoce. Como si en otro lado sucediera y se dijera cerca, muy cerca”.    

Ana Bella López Biedma – España

Prosas escogidas

Pagoda

Me llega este silencio como un viejo amigo y se queda aquí, entre mis costuras, en los huecos que deja el sol, en esta soledad de pagoda y frío. Se instala y lo llueve todo como un niño triste de peces, como un lunes sin olas. Hay un canto oscuro de grillos que me carcome por dentro y no respiro. Sé que no respiro.

No soy de nadie, no soy de ningún sitio, no pertenezco. No pertenezco. Nunca pertenezco.

Habito en esta soledad sin pliegues, donde todos los libros están cerrados y el mar no llega. Dejo crecer mis manos de escarcha. Apenas soy un abrazo a solas.

En mi pagoda.


Negro vinilo

Cristina sale del colegio deprisa. Cuando se aleja lo suficiente, se arremanga la falda para que se le vean las rodillas. Así no parece tanto que lleve un uniforme. Odia ese disfraz de colegiala casi tanto como a las monjas. No importa. Pronto llegará el verano y después el instituto, y con él poder ir vestida como quiera y tener por fin compañeros y no solo ese rebaño de niñas ruidosas que tan poco tienen en común con ella. Con alguna excepción prefiere rodearse de chicos, con los que comparte más aficiones y la simplicidad de lo directo.

Ella aún no lo sabe pero se mueve con la cadencia de un cisne a medio hacer. En su cuerpo se adivina la mujer que será, toda hecha de redondez. Redondos sus ojos de asombro, redonda su cara y sus senos menudos, redonda ella en su andar resuelto de inocencia.

Hoy vuelve sola. Yolanda tenía que irse a comprar con sus padres pero ella no quiere faltar a su cita diaria aunque sea sin compañía. Camina deprisa por la acera, sin mirar a ningún lado, solo pensando en llegar a su tienda favorita. De allí son los pocos discos que ha podido adquirir con su paga de domingo. Todos salvo el primero, que le regaló JR, el dueño de la tienda, Local Hero de los Dire Straits. Sueña con tener algún día un tocadiscos donde poder escucharlos.

Al entrar suena la campanita y la envuelve una vez más ese olor a vinilo, a papel antiguo, y la carraspera de un blues sonando bajito. Inspira despacio y luego aguanta el aire. Hay algo mágico en esa primera bocanada que reposa en sus labios, en su garganta, en sus pulmones. Allí se siente como en casa, como no se siente en su propia casa. Es su lugar, su cajita de cristal, su abrigo.

JR sale de la trastienda. Lleva su eterno traje gris y esa corbata mal puesta, hoy de rayas azules. Es un tipo mayor, seguramente andará ya cerca de los cuarenta. Parece un padre elegante pero sin niños. Siempre sonríe, con una sonrisa que abarca toda su cara. Tiene las manos grandes y se mueven inquietas como animalillos. Y su voz suena como si estuviera lejos, dentro de algún pozo oscuro.

Cristina le devuelve la sonrisa. Es como el guardián del tesoro, el dragón de sus libros de Tolkien, el amo del calabozo. Él la mira con esos ojos azul vidrio y parece que no parpadea. La mira intensamente, extrañamente y le pregunta si está sola. Ella asiente. Entonces él levanta de pronto aquella mano enorme y la pone en su hombro. Un gesto casual.

–Podrías venir a la trastienda, acaban de traerme las últimas novedades del mercado.

Nunca ha estado en la trastienda. Yolanda y ella recorren durante horas los pasillos y estantes de la tienda cada día al salir del colegio, pasando discos con sus dedos. Pero no van nunca a la parte de atrás.

Ella le mira y no sabe si es esa mano, que aferra su hombro ahora con fuerza, si son esos cristales opacos de su mirada, si es esa sonrisa que de pronto parece pintada en su rostro, si es la mano que ahora baja por su brazo y sigue bajando y roza su cadera. No sabe aun lo que es pero sabe que no, que no debe ir a la trastienda. JR da un paso hacia ella, se coloca más cerca, tanto que bizquean sus ojos, que su aliento le llega caliente y pegajoso, tan cerca…

Suena la campanita y de pronto están más lejos, aún frente a frente. Ella balbucea algo que quiere ser una despedida pero se convierte en un gorgoteo ininteligible. Después se da la vuelta y se va.

No supo por qué hasta mucho más tarde pero nunca más quiso tener un tocadiscos.

Silvana Pressaco – Argentina

Prosas escogidas

Aerial by Mariusz Prusaczyk

Decido soltar

Es tiempo de olvidar los guantes de modales.

Mi cuerpo ya no tiene miedo y se ofrece desnudo al barro viejo que se acumula en todas las puertas que voy abriendo porque fue testigo de la incapacidad de la lluvia, de todas las lluvias que me han caído, para lavar las miserias que escondí bajo la alfombra o que saqué del rincón de mis rincones. Es increíble cómo los años enseñan a caminar sobre cualquier pantano.

Ya no respeto a quien exige silencio para mostrarse respetable, no me importa dónde vomito ni a quién salpico con mi vómito porque confío en mi lengua que se acciona con un interruptor de sentimientos sinceros; un interruptor que estimula la caricia a unos o quita el suelo a otros.

Me cansaron los zurcidos sobre los zurcidos porque nunca pudieron con el potencial del río que llevo adentro, porque pese a la insistencia de curarme seguí sangrando muy seguido. Ahora, ofrendo al viento mis verdades porque después de sus golpes viene siempre un tiempo que seca, cicatriza y libera.

Aprendí a considerar mi tiempo como infinito porque concibo la vida como una cadena de proyectos. No le permito a mi mirada que se distraiga con el tablero que indica la autonomía de viaje, sino que la invito a disfrutar del paisaje ahora que entendí que las cortinas pueden enemistarse con las ventanas, los espejos revelar secretos y que no me importa qué dirá y cuándo se escribirá, la última página de mi agenda.

En el trayecto de mi historia armé y desaté varios nudos como pude, lo hice metódicamente, considerando lo conveniente y oportuno; hoy solté las riendas y me puse a merced del piloto automático para que me sorprenda donde me lleve, no importa si es sin equipaje.

Quiero que en este tramo de la vida cierre los ojos por las noches sin hambre de sonrisas, dejar atrás lo precindible como dejo atrás los postes ante la ventana de mi viaje.
Necesito mis pies rozando tierra
porque todo mi adentro
-toda yo-

quiere ser aire.


En los pasillos de mi espejo



La soledad nunca pudo con sus horcas. Ni siquiera pudo causarme aburrimiento porque fue en su compañía cuando cultivé mi veta de soñadora y descubrí que la imaginación creaba un mundo más rico que el de afuera.

Nunca dejé de lado a la niña que fui porque ella me enseñó mucho de lo que esta mujer a veces olvida. Fue ella la que me enseñó a montar sobre una rama con un mantel blanco atado al cuello para que en el galope de ese corcel extendiera magia en cualquier rincón de mi infancia.

Fue ella la perseverante y hasta fue ella la caprichosa que aunque perdiera el tren seguía detrás de él corriendo sobre sus rieles.

La que se permitía mojar con la lluvia de cualquier sabor para cicatrizar.

Es incluso hoy, la que me sorprende por las noches para pedirme que no me deje engañar por el tiempo porque no es más que un disfraz para inventar excusas que atan. Todas las noches me roba un poco de sus prendas para que termine desnudándome de él.

Es ella la que comenzó a dialogar con su melliza frente a los espejos para pelear por lo mismo en todas las ocasiones porque ninguna aprendió a callar cuando la otra hablaba. A veces esta mujer que soy quisiera volver a jugar con su reflejo pero no le resulta tan fácil como entonces porque el espejo es ahora la boca de un pasillo donde me meto para encontrarme.

Es justamente allí, en medio de esa oscuridad desconocida que no me atemoriza, donde cientos de pájaros tiran de mis cabellos para remontarme a un lugar sin agendas, donde ya no hace falta darme cuerda porque ellos hacen todo por mí. Y mientras planeo sintiéndome otra, me veo desde arriba, en el mismo frasco de siempre que conserva mis modales de señora discreta y responsable a resguardo de vientos locos. Me veo ajustándome el cabello, sonriendo al reloj, escuchando a todo el mundo, pero nunca a mi melliza.

Cuando regreso del viaje siempre algún pájaro se queda encerrado en mi pecho.

La próxima vez que vuelva al pasillo de mi espejo iré tan solo con mi capa.

Solange Schiaffino – Chile

Poemas escogidos

Naturaleza by Aron Visuals

Abrazo


Aquí quiero quedarme
en el medio de este gesto
como si solo de eso se tratara el mundo:
respirar hondo y permanecer
simplemente abrazada
y que las cosas conspiren
hasta hacerse mudas alrededor,
mínimas en su estado inmaterial
y restaran los otros solamente,
cada vez más lejanos, apagándose.


Pero no se detiene la vocación de pálpito
ni existe algún aquí
que pueda aprisionar mis brazos de montaña,
que ahora se abren
hasta rodear la tarde y su silencio.
Ya nada importa
si es caída profunda o desmesura
este aroma de nombre inevitable
que viene a disipar la herida
con su temperatura perfecta.


Quiero guardar el instante bienhechor
de estos hombros que me arropan,
ser la pulsación de su perfume
y quedar sostenida ahí en su pecho
como la escena central en este cuarto:

una mano que acaricia mi cabeza
y, – mientras la memoria
inicia a ojos cerrados la propagación
de sus ecos –
la otra, va traduciendo la belleza
que se grabó en mi espalda



Sí, aquí voy a quedarme,
aunque sea también brevedad
que va a doler.


Emailer-Deamon@

Hasta aquí enmudece la palabra
que desliza su falso estatus de silencio.

La memoria visita con su ritmo
de sueño en sueño para huir,
tal vez, porque del otro lado
sí existen los momentos que se añoran.

Escribo para defenderme
aún cuando no alcance
con el rasgueo de las teclas
para que se acaricien los recuerdos
que me invaden en este rectángulo infinito.

Y no es cuestión de tiempo
ni menos de distancias
para que algún deseo estalle
inesperado y sea, otra vez,
el pensamiento, piel y lágrimas,
queriendo adjuntarle significados más precisos
a un «te amo todavía»
mi querido…
a pesar
a pesar de
a pesar de todo
a pesar del todo, de mí y de ti…

para que en menos de un segundo
me arrase la ilusión
de que puedo llegar a donde sea
como cuando era el diálogo en los ojos
– ya fuera por tu voz o el tacto –
la respuesta simultánea
y nunca me inundara este vacío
de oscuro remitente y su sentencia imperturbable:

la entrega al destinatario falló permanentemente

Orlando Estrella – República Dominicana

Poemas escogidos

Cruza los dedos sobre el vientre


Cruza sus dedos sobre el vientre joven
que hoy se subleva en calma pero tiembla con dudas,
solo un destino, pero dos caminos
inoculados por la sangre vil.

Un veneno que cruza las fronteras
de la inocencia incrédula y late poderoso
por salir a la vida, pero con un amargo
sabor a muerte que le ronda activa.

Dilema existencial, entre dos polos
que son incertidumbre tortuosa.
¿Qué busca un Ángel o ese monstruo en mí?
-se pregunta una niña sin saber el porqué,
si solo juega al escondite-

No existe el odio niño
para aplicar justicia que es cosa de los grandes
pero esa es otra historia que tendrá su epitafio.

No será la divinidad que actúe,
quien defina y concluya
que viva o muera
el Ángel monstruo
en un vientre inocente.




Ve al arroyo ve a los mares


Trae el rumor de calma de ese arroyo
que reposa tranquilo
y cántalo a los pies de la niña abusada
como un ritual de curación tardía.

Luego, otea en los mares turbulentos
el rumor de violencia,
conviértelo en justicia con tus manos
y busca el salmo justo que oriente tu camino,
pero no tengas la piedad que exige
el mandamiento que procura paz
y amor entre los hombres.

No puede haber amor ni compasión
hacia los prójimos que traspasaron
fronteras inviolables, inocentes.

No temas la condena de los Dioses,
ellos están en tregua, sus límites de asombro
ya llegaron al máximo, y no saben que hacer.

Ármate de valor, pues los fantasmas
serán tu compañía, pero el crimen
no habrá quedado impune.

Coloca en la balanza las opciones,
lo mío son palabras de un desarraigado
que ha perdido la fe en el hombre y sus normas.

Si hay tiempo, o el que decida la dirección.

Sergio Oncina – España

Poemas escogidos

León, ciudad cementerio


Contemplo la ciudad. Se desmorona
y no encuentro pilares ni cimientos
que aferren los vetustos monumentos
sobre las catacumbas. No perdona

tanto desinterés y no funciona
el pasar de los años porque, lentos,
carcomen los despojos polvorientos
hasta ser nada. Y nada se cuestiona.

Al lejano curioso se le miente.
Lo fácil es obviar este declive
y que el olor a flores le cautive.

La muerte de lo muerto no la siente
más que quien, aledaña, la percibe
y sobre el camposanto muere y vive.




Retrato de un gato


Ayer pintábamos de azul un cielo,
unas nubes con ojos relucientes,
unas praderas verdes fluorescentes,
dos treses boca abajo en pleno vuelo.

Un meandro y un pez en un riachuelo,
una barquita roja, varios puentes,
flores para mamá poco corrientes,
corazones de amor para el abuelo.

Un sol anaranjado que ilumina
el collage de colores infinitos
desde el ángulo recto de la esquina.

En el dorso, de firma, un garabato.
Solo faltó explicar a los perritos
que detrás de la valla estaba el gato.

Editorial

Digresión contrafáctica

Por Gavrí Akhenazi

Los análisis sobre qué es cultura, cómo se representa, qué objetivos persigue, creo que son el sustrato fundamental de las discusiones que intentan ser, además de intelectuales, primordialmente artísticas, en el caso de que consideremos el arte una expresión de la cultura y le demos a la cultura el sentido completamente abstracto de un bien intangible que solamente alcanza una representación adecuada en el acervo de cada sociedad y por supuesto, si consideramos, además, lo discontinuas que son todas las sociedades que conforman el basamento natural de la especie humana, quizás lo que preconizamos como cultura sea su evolución si esta es cierta o su involución. Todo va de acuerdo a la óptica con que se observe eso llamado «cultura».

Soy muy poco amigo de las abstracciones. No camino por los planos teóricos. Como soy militar, tengo una mentalidad práctica, quizás hasta positivista hacia el sentido de la realidad y de sus expresiones. La cultura, como bien abstracto de las sociedades, no es, para mí, otra cosa que una expresión del desarrollo no conjunto de la especie humana. El desarrollo puede ir en cualquier sentido, ya sea evolutivo o involutivo, porque el fin último de cada cosa no es una verdad revelada sino, más bien, una convención obligatoriamente asumible.

Todo es cultura. Desde la expresión de una tribu urbana hasta la expresión tribal de una aldea en medio de la República Democrática del Congo. Todas y cada una de las expresiones humanas, representan el bien abstracto que las edifica.

Se me formula la pregunta: ¿por qué no escribir como Góngora?

Mi mente simple responde a esa pregunta con un «porque ya hubo un Góngora» e imitarlo no aporta algo nuevo aunque una imitación intente ser algo «diferente» dentro de un contexto de diversas diferencias. Puede ser la expresión con la que alguien concibe un eje diferencial, pero no novedoso, de algo que, en sí, como Góngora, sí fue un desborde de talento. O no lo fue. Quizás habría que escuchar la opinión de Quevedo al respecto.

No está ni bien ni mal escribir como Góngora. Pero como digo, la cultura es una suma de estratos, tal como la Tierra. Imitar en la superficie de la corteza un estrato de su profundidad, creado por sedimentos de eras geológicas ¿qué aporta a la superficie? Imitar algo ¿qué aporta si ya ese algo estuvo representado por un genio de la estatura de Góngora?

Me respondo que quizás es un desafio personalísimo que el autor se propone: superar a Góngora.
En el campo de los supuestos, la suposición de cualquier meta es posible, dado lo intextricable del alma humana.

La cultura, según entiende mi mente de baja complejidad, no es imitación sino movimiento, creacionismo diario, poder de reformulación y búsqueda, pese a que en mi profesión no puedo resolver el intríngulis de por qué, en cuestiones bélicas, con los más de diez mil años que tiene el hombre sobre la tierra, no ha aprendido a manejar ese componente de su naturaleza.

¿Podríamos llamarle «cultura de la guerra» o «instinto destructor»? Probablemente. Recurrencia en el error. Imitación de conductas que habitan en el reptil colectivo como una larva que impide que la contracultura de la sociabilización humana pueda afirmarse en los preceptos que han intentado meterle desde que el hombre es hombre.

¿Cómo definiríamos cultura en una aleya del Corán que invita al marido a castigar a su mujer, literalmente molerla a palos, si le desagrada alguna actitud que ella haya tenido para con él? Lo definiríamos como cultura. Eso es cultura. Una cultura que ha dado, también, un autor como Omar Khayyam o un matemático como Al-Juarismi.

¿Qué opinaríamos sobre lo que planteo?¿Podríamos sugerir que la cultura del Islam no avanzó a pesar de que en Emiratos se haya construido un hotel de siete estrellas y Dubai sea un sitio fabricado por la teconología que otorga el poder dinerario? ¿Están «atrasados» en sus ópticas culturales por seguir golpeando a sus mujeres o por no permitirles salir a la calle sin un varón que las acompañe?

Si llegara tal inciativa al pensamiento de occidente ¿sería qué? Y si se practicara con libertad y sin penas, sino con la anuencia social ¿cómo llamaríamos a eso?¿Un bien cultural, un nuevo paradigma contracultural que apoya el regreso a los estratos básicos de la corteza social o un retroceso a épocas oscuras, en las que las brujas ardian en la hoguera y se sangraba a los enfermos para quitarles del cuerpo los malos humores?

¿Es cultura la homosexualidad, tan practicada y venturosa entre los griegos y tan cuestionada por el ¿antiguo? pensamiento occidental y sucedáneos o lo que es cultura es avanzar en su «tolerancia» (¿qué sería la tolerancia en este caso?) legal en ciertos países, cuando en otros, el mismo acto merece tortura y horca, como en Irán o cárcel, como en Kenya o repudio declarado desde las altas esferas del Estado por un presidente como Putin, que, pese a eso, es un gran estadista?¿Pese a eso, con eso, incluyendo a eso? ¿Y si lo dice Francisco, el Papa, invitando a que los padres envíen al psiquiatra a sus hijos «raros» para regresar a la buena senda de la corrección cultural?¿Sería cultural, contracultural, evolucionismo darwiniano inverso, repoblación de las cavernas?

Como siempre digo, la filosofía no es mi fuerte.

El rol en la narrativa convencional

Por Gavrí Akhenazi

Primera parte

Cuando un escritor enfrenta el desarrollo de la idea narrativa y debe comenzar a plasmar todos los detalles que compondrán el texto, descubre que el trabajo de explayar una idea tiene resortes mucho más complejos que no se contemplan dentro de la idea original, que es lo mismo que una semilla.

Un escritor tiene una idea, o sea, una semilla. Sabe por ejemplo que es una semilla de cerezo y tiene más o menos una idea “normal” de cómo es un árbol de cerezo. Ese será su marco. Pero luego, cuando comienza a germinar la semilla, resulta casi imprevisible la cantidad de brotes que surgen a medida que se enlazan las acciones entre los planos y sus habitantes.

La narración es algo prácticamente imprevisible, incontrolable inclusive hasta para el autor

La narración es algo prácticamente imprevisible, incontrolable inclusive hasta para el autor que de lo único que es dueño, por volver al ejemplo anterior, es de “una semilla de cerezo” que “teóricamente” por ser una semilla de cerezo dará un árbol de cerezas, aunque a veces, ni ese postulado se cumple y aparecen otras frutas colgando de las ramas.

Por ser la narración un trabajo de relativa longitud, es una especie de monstruo autofecundante, que se gema a si mismo en cada oportunidad que tiene de concebir un orgasmo, así que el escritor enfrenta ese imperioso afán copulador que tiene el ente con el que trabaja. Por ejemplo, los roles protagónicos.

El autor normalmente parte de la trilogía: protagonista, agonista, antagonista y seres anexos que pueden ser diferentes o comunes a las tres posiciones de rol protagónico.

De repente y a mitad de trama, advierte asombrado que el planteado como “antagonista” es tan rico en matices, tan complejo psicológicamente y tan especial en sus acciones, que comienza a opacar al protagonista o por lo menos, a resplandecer a su par de tal manera que el autor –mientras termina de darle forma a esa novela– ya se ve exigido por esa otra personalidad naciente a escribir una nueva, en la que ese original antagonista se transforme en protagonista.

También sucede con algunos personajes secundarios que no pertenecen a la trilogía, pero, que, en un punto dado, es tal el clima creado a su alrededor o tan oportuna y fascinante su intervención, que el autor comienza a buscar las causas de ese “desborde” y termina asombrado por las virtudes de un personaje con el que capítulos antes no contaba.

Y también sucede el hecho inverso.

El protagonista resulta ser un anodino intrascendente del que es prácticamente imposible remontar la personalidad y queda allí, tristón y sin rasgos, abúlico y desteñido.

No se trata de imprimir personalidades ponderosas a los protagonistas y obligarles a mantener el tipo, porque con el transcurrir de los capítulos, ellos mismos demuestran sus facetas desconocidas y humanas y van transformándose, mal que nos pese, en lo que realmente son.

El autor bosqueja a sus personajes. No los conoce, realmente.

Abre una caja con varios muñequitos, los bautiza, los pone en un retablo y ellos, extraordinariamente, cobran vida a medida que oyen el tiqui-tiqui-tiqui de las teclas y empiezan a escribirse, prácticamente, solos.

El autor que no permite que sus seres imaginarios (aunque sean reales, dentro de la cabeza del autor son seres imaginarios) se desarrollen y trata de luchar e imponerles personalidades a sus ficciones humanas, rara vez resulta convincente.

Esa es la magia del trabajo literario narrativo: la espontaneidad de lo que el autor no conoce de sí mismo y que se plasma como un acto místico en el papel.

Un autor que pueda conseguir que la novela “se escriba sola”, será ampliamente versátil y podrá explorar y explorarse, en todos los tipos de género y con todo tipo de argumentos.

Los personajes jamás mienten.


Son los autores los que, como quien domestica a un tigre, los obligan a mentir a fuerza de rigor, siguiendo un argumento.

El argumento es solamente la tierra del camino. Todo lo demás es la magia que nace del don y que es inexplicable para quién no la haya experimentado.

Todos los hombres estamos llenos de seres que desconocemos.

El escritor les permite hablar de sus historias. Es el ghost writer de su propia pluralidad.

SY

Silvio Rodríguez Carrillo – Paraguay

Sólo yo
sosteniendo con el dorso de mis manos
la inverosímil danza de la noche, sedienta
de milagros nuevos que como girasoles
circulen atónitos el contorno de un Cronos
que mordiendo con rabia mis rodillas
llora su finita potencia, su pobre estampa
de eternamente pretérito.

Yo, solo
con la paz que me proveen seis cuerdas
y veintidós trastes que no necesito mirar
para encajar mi silencio entre el sol que no me mira
y mi la
que me teme como teme un perro a su amo,
con esa paz inquieta que uno se gana
tras haber aprendido a enseñarle modales
incluso a los mejores libros.

Yo
como un presentimiento atormentado
de Jung torturado por romper con Freud,
un Froid perseguido por su gente, señora
mientras que Wagner y Nietzsche, aquí, en los huevos
sin super hombres, sin cristianos, sin judíos,
si podés mirarme a la nuca cuando te hablo a los ojos,
en ese entonces en donde el discurso era tan lleno
tan roca con aristas que por el fondo trepabas
y le tocabas el culo a los dioses y a sus madres, todas vírgenes,
no como ahora, que ni para tener sexo sirven
ni para saber de qué sexo son sus hijos,
los muy subnormales.

Solo
como un yunque que por generaciones y degeneraciones
ejerce su condición, como base para métodos y técnicas,
y que, sin embargo, en un punto de la trama
sonríe
no como Chuang Tzu y su mariposa hermafrodita
sino con la fiereza del martillo
que ahora sabe debe necesita y quiere ir por los clavos.

Y vos
con el festival de desgracias de tu mundo
haciendo de las desgracias del mundo un festival
al que los muchos asisten pero del que nadie participa

Vos
y
los tuyos
hablando del suicidio.

El mundo, el demonio y la carne

(Poemario grupal)

Silvio Rodríguez Carrillo

Embrutecido al mango por tanta erudición
nutrida por los libros que me leyó mi viejo
y por relatos duros contados por mi abuela
—los de tanto patriota y soldado guerrero—
el mundo, mis queridos, era un asco sencillo
donde sólo hermanaban los pobres con sus miedos.


Ya con muertos encima, la depresión hambrienta
mordiéndome las manos si acaso no exigía
a mi sangre su límite de herencia inmaculada,
y mi cara de póker luciéndome de arcilla,
entendí que el demonio, prisionero del mundo,
no es más que un crío triste que en los muchos habita.


Cansado, si pudiera —si acaso yo pudiera—,
de arrastrar mi cansancio de la gente y sus cosas,
de escuchar el lamento que se nutre de sí
y por eso detesta la luz y ama las sombras,
sentí desde mis yemas y desde mis rodillas
la majestad del polvo, las infinitas horas.


Hoy, que voy captando el drama del presente
no me lastima la comedia del enviado,
ni me levantan ni me aquietan las virtudes
de tanto cura y tanto rey de los satánicos.
Hoy sólo sé que alguna vez dije su nombre
que fui de carne al conocerla entre mis labios.