EDITORIAL

por Gavrí Akhenazi

Imagen de Christine Sponchia en Pixabay

La forma justa

Quizás, muchos consideren al acto creativo como el hecho de trasladarse a un mundo irreal o que, al menos, dista del real general.

Ya, que algunos se dediquen a escribir pensamientos o reflexiones provoca curiosidad en aquellos que no lo hacen. Entonces, aparecerá un buen cúmulo de detractores que impondrán sus dudas acerca de la capacidad de decir o su repudio por hacerlo, al considerar a la literatura una pérdida de tiempo abocada exclusivamente a desfogar la emocionalidad de quien escribe. El mundo comunicativo de la tecnología impone actualmente otros parámetros comunicacionales.

Sin embargo, no hay nada extraño en esa necesidad de escribir conclusiones personales o, simplemente vivencias personales, como germen original de lo que puede –a veces– convertirse en una historia desde todo punto universalizable.

La escritura representada por sus escritores más allá de tratarse de una manifestación cultural es una imagen de la verdad –léase realidad, vida, humanidad, hombre– que se expresa a través de un intérprete que obra de manera mediumnica al plasmar o reinterpretar los hechos del hacer humano, independientemente del escenario en que los radique, aunque en general el mundo vea al hacer literario como un pasatiempo asequible a todos, más aún en estos tiempos de internet.

Esta forma de ver al hecho literario como algo sin importancia ya que «redactar» –no escribir– está al alcance de cualquier persona mínimamente alfabetizada e incluso analfabeta y capaz de hilar un frondoso relato oral, hace que, por su masividad actual, no se le preste la debida atención y menos aún, el necesario crédito a una expresión de calidad.

Esa especie de minusvalía en que ha sumido a la literatura el exceso de oferta, atenta contra la calidad de la elaboración ya que la ausencia casi total de enfrentamiento al despiadado ojo del buen lector, ha conseguido la aceptación de cosas indefectibles de leer sin experimentar una irrefrenable  «vergüenza ajena».

Diría que es este cúmulo inefable de descuidos literarios el que me produce rabia al comprobar la ceguera y la falta de pensamiento crítico presente en el actual mundo lector que sería disculpable si en el actual «mundo escritor» existiera, aunque fuera mínimamente, la condición autocrítica.

Para que una expresión alcance todo su potencial y pueda convertir el sentimiento original en fuerza expresiva, desenmascarando y desmembrando sus ribetes y sus consecuencias, la forma a la que se apele para construirlo es fundamental.

La forma literaria implica el equilibrio, la justeza en el adecuado balanceo de cómo se propone una situación e incluso, en muchas ocasiones, para que un producto literario sea efectivo en su comunicación particular, puede apelar a la subversión  o sea, a los riesgos que se aceptan por fuera de los modelos convencionales y exponerlos sin miramientos, casi como una especie de escándalo que busque remover resortes en el lector.

La subversión o la transgresión está en la elección de los temas, en develar mediante una forma ajustada al fin propuesto, las anécdotas y lograr comunicarlas con efectividad y contundencia.

Las búsquedas reales y efectivas, según entiendo, deben ejercerse sobre la mirada que el autor proyecte sobre las cosas a plasmar y en cómo será capaz de edificar esa visión para conseguir compartirla con el potencial lector.

 La escritura que le impondremos a cada frase para darle forma elocuente al producto literario es el elemento decisivo.

Una mala forma, una elección equivocada en la construcción de un mensaje, arruinan cualquier buena idea y le impiden lucir su natural intensidad.

El medio que elegimos, o sea, la forma y su escritura, constituyen una parte insoslayable de la verosimilitud literaria y son, desde el comienzo, aquello que acabará por definir el resultado.Por eso, creo que encontrar la forma justa para cada producción que encaremos, es parte esencial de nuestra propia verdad planteada en el acto creativo.

CONTRATAPA

אנחנו כאן עכשו

Cuando comencé esta Revista, mi objetivo pasaba por la fidelidad al grupo del que formaba parte y por ello, dar a conocer el proyecto Ultraversal y sus resultados.

Al proyecto en cuestión me uní hace trece años. Trece, para los que creen en cábalas, la gloria o el desastre. Pero en mayo de este año se cumplieron los trece años que nadie puede suprimir de la vida desde que se cuenta de ese modo el tiempo.

Tan cuestionado como resistido, encontré que me parecía a Ultraversal en un montón de cosas, pero por sobre todo en esas dos que menciono: cuestionado y resistido. Para mí fue un desafío pertenecer, justamente por lo problemática que resultaba mi presencia para los entonces habitantes del Taller que si bien siempre mantuvo ese perfil, como todos los lugares literarios por momentos servía apenas para la exposición de egos escritoriles.

Yo venía desde la realidad y como la realidad me comportaba, sin corrección política y diciendo lo que pensaba de lo que me tocaba leer. Alto y claro, para que se entendiera y no le cupiera a nadie dudas de mi opinión ni de mis sugerencias. Era un Taller literario y yo era escritor real, de esos que pueden tirar un curriculum sobre la mesa y que la mesa se caiga por el peso al suelo, pero la cuestión es que ese no fue mi camino. Como me gusta a mí, el llano es el llano y con seudónimo, todos los gatos somos pardos, así que pensé que alcanzaba con lo que uno escribe o con cómo lo escribe, para sentar precedente y que las cosas se entendieran sin mayores cuestiones. La falsa humildad nunca fue lo mío. No sé cómo se come eso, aún hoy y creo que se nota.

La inteligencia y la nobleza me seducen mucho más que dos tetas tirando de una carreta.

Luego se dirá que dos escritores, como dos amas de casa en la misma cocina, no pueden convivir porque los atropella el propio peso de sus egos.

No fue mi caso. Mi caso fue el contrario y encontré en Morgana de Palacios, la fundadora de Ultraversal, esas otras y extrañas relaciones de escritores, esas «parejas» de escritores que funcionan en base a la potenciación y jamás a la competencia o el recelo.

Los que están acostumbrados a las batallas tienen un carácter diseñado para eso. No cualquiera es capaz de entregar su vida por algo que considera una «causa». Y quizás, eso es lo que me fascinó del asunto, superado el escollo de la resistencia que encontré entre los miembros originales del proyecto que hasta ese momento era exclusivo patrimonio de Morgana.

Todos saben que soy soldado y que proceso las cosas siempre con un enfoque bélico y hasta quizás, heroico, como esa posición que te ordenan no abandonar y que, al final, uno termina defendiendo por propia convicción a costa de su propia vida, pero como sostenía Martin Luther King: Cuando encuentras una buena causa por la que vivir, también la encuentras para morir por ella.

La cosa es que esta vez, retomo la Revista no por fidelidad al grupo sino por fidelidad a mí mismo.

Lo mío son y serán las trincheras, aunque sea el último soldado en ellas.

Morgana suele decirme que mi sinceridad es impúdica. Siempre lo ha sido, no voy a cambiar de viejo. Pero también me ha repetido: «La Revista es tuya».

La voy a hacer a mi modo, entonces, no porque antes no fuera mi modo el de hacerla, sino porque también uno cambia sus estrategias en medio del combate.

Por lo tanto, hemos vuelto.

גברי אכנזי

Gavrí Akhenazi

Editor y único responsable

EDITORIAL

por Gavrí Akhenazi

Imagen by Noe Two

Ausencia de sinonimia

Ya que existe una marcada confusión en el uso de la denominación «escritor», cabe decir que «redactar» y «escribir» no solamente son verbos diferentes sino que, además, no son sinónimos.

Por lo tanto, no deben confundirse ya que el aprendizaje de la redacción es relativamente sencillo para todos y se consigue durante la alfabetización primaria. Sus herramientas son la gramática y la ortografía.

El aprendizaje de las normas de ambas dará a cualquiera una redacción decorosa.

Escribir es mucho más difícil y sin temor a pecar de elitista, ese verbo, tan diferente a redactar, solo es posible para una minoría que a las herramientas naturales del «redactar decorosamente», agrega necesariamente la creación y este segundo componente requiere de originalidad, elocuencia y, por qué no, de un grado aceptable de singularidad.

La redacción basa su constructo en prosa expositiva, sin ningún plus agregado que aporte aspectos connotativos a la lectura. La redacción es la base del periodismo: «opiniones libres, hechos sagrados». Igualmente, la redacción engloba la didáctica de cualquier disciplina, ya sea científica o gastronómica. El rango para emplearla es un campo muy vasto.

Para redactar, además de las herramientas mencionadas, se requiere racionalidad, coherencia, especificidad en lo expuesto, concreción y claridad.

Por eso, la redacción es un campo de la inteligencia racional y la escritura es un campo de la inteligencia emocional.

Las obras de arte o las que se consideran por tales, siempre van más allá de los aspectos lógicos y provocan en los receptores un grado de emoción inexplicable.

Ese aspecto movilizador que pone en juego una sinergia propia, particular y difícil de definir, es el «acto creativo» que trasciende la mera ejecución que otorgan las herramientas de cualquier disciplina, para fabricar un ámbito en que juegan factores externos a la intelectualización racional de lo percibido.

La sensibilidad, expresada a través del acto creativo, es establecida desde una frecuencia indefinible, porque es un enfrentamiento de sensibilidades diversas que, emocionalmente, consiguen una convergencia irracional, si se me permite el término.

Esto, es común a todas las artes, en mayor o menor medida.

La escritura, que pertenece más al plano cognoscitivo que al del impacto visual, sonoro o estético propiamente dicho, requiere, por este mismo motivo, un mayor grado de entrega emocional al momento de transformar el «constructo redactado» en un elemento que despierte la simbólica emocional en el receptor.

El verbo escribir, más allá de lo definido en los diccionarios, refiere, en la intimidad del escritor, a todo ese otro mundo que transforma la óptica propia en una construcción de estilo propio.

Lo connotativo de una visión del mundo va más allá del encasillamiento que normalmente se hace de ello en el marco de lo poético.

El escritor que pone en juego sus procesos interiores de creatividad, ofrece en su reunión de símbolos y en su forma de trabajar la obra, una apreciación diferente de lo conocido, un enfoque secundario de una misma realidad primaria. Como el artista plástico, el escritor dibuja a su modo y con sus elementos naturales, la percepción propia de lo que observa y esa percepción incluye un bagaje interno que, quizás, el mismo escritor descubre a medida que lo plasma.

Este peculiar fenómeno que se da frente a la obra como una metáfora del ser interior, podría definirse como el momento en que un escritor descubre que lo es, porque deja de redactar y comienza a crear.

EDITORIAL

por Gavrí Akhenazi


Realidad ficcionada: trabajar con el caos

Algunos que he visto o leído por ahí, en la vastedad de este mundo online, están convencidos de que escribir es apenas el relato de una sucesión de hechos, la mayoría de ellos ficticios, ilusorios, prefabricados por la mente del autor en turno. Sin embargo, la distancia, la divergencia entre la comodidad de una narración y la realidad es absoluta.

El mundo real, ese de todos los días que está allí afuera de la mente y del autor y del que solamente vemos o percibimos una parte, es abrumadoramente cruel.

Algunos avanzamos sobre esa crueldad, esa brutalidad disparada desde lo más hondo del hombre y que se manifiesta en todo lo que se ve, si acaso el escritor se detiene a mirar realmente lo nutricio que resulta a su obra, ese alrededor. Porque es en ese alrededor hecho a la inclemencia, donde la humanidad y su condición se manifiestan de manera natural, tal y como le es propio.

Un escritor no es lo que inventa sino lo que observa y luego plasma.

La obra está hecha de materiales reales sobre un escenario oscilante que puede ser ficcional o fidedigno, pero lo que sucede sobre ese escenario siempre radica en la esencia de la observación, en los monstruos que uno ha juntado dentro de sí a fuerza de ejercer su óptica sobre el mundo del que forma parte, ya sea como actor de reparto o como testigo de una ópera comunitaria.

La obra y su escritor pertenecen a un universo que abarca infinitas dimensiones y que a su vez se plasma de manera fragmentaria, de acuerdo a las posibilidades reales de acceder a un orden escrito a partir de lo visualizado y procesado, ya que esto es siempre base para obtener un producto propio.

Como hijo de mi tiempo o hijo del siglo, he visto desarrollarse diferentes corrientes o propuestas, ya sean éstas irrisorias y fútiles como analíticas y perdurables, así como también me ha parecido muchas veces un decidido delirio egotista aquello de pretender «nuevas narrativas o nueva poesía» , exhibidas desde la pomposidad más recalcitrante y por ende, desde la ignorancia más soberbia, como un descubrimiento especialmente único de realidades o especulaciones que se dejan por el camino la historia del hombre ya hartamente escrita y reescrita.

A pesar de mí, estoy absolutamente persuadido de que existe, en la mayoría de los casos online que por aquí me ocupan, un divorcio manifiesto entre la narración de algo y la realidad propuesta al escritor desde el mundo que lo rodea con su verdad incomprensible.

Luego, llega el arte del cómo, ya que el realismo del que se nutre el escritor quizás no deba ser solo un discurso sobre los hechos que le da por relatar, sino que el verdadero sustento de la obra está en el cómo esos hechos consiguen transformarse en arte sin perder su vigencia, su esencia y su verosimilitud.

La realidad como sustrato ficcional se presenta con un sesgo caótico que debe ser reinterpretado a partir de la percepción y de la agudeza con que el escritor consiga relacionarse interiormente con su parte en esa realidad para transformar sin deformar el mensaje recibido.

Quizás es por eso que siempre he defendido el estilo con que la anécdota está escrita por encima de la anécdota en sí.

Es en el estilo de lo escrito donde se percibe la real impronta del escritor y su visión sobre esa realidad que lo rodea más allá de la ficción o no ficción.

Es su visión creativa o recreativa de lo real y percibido, lo que resuelve la ecuación de la dicotomía entre lo tangible y lo ficcionado.

Porque la realidad per sé es una cosa bárbara incluso dentro de una anécdota hermosa y es justo ese sustrato profundo de la condición humana, lo que nunca es dado perder al momento de que la obra se transforme en «nuestro punto de vista», un poco más allá de un discurso narrativo que se limita a la enumeración de verbos como único sustrato.

Justo por ese extraño costado, pasa el arte.

EDITORIAL

El escritor y su herramienta

por Gavrí Akhenazi

Imagen by Marcel Langthim

Me pregunto, cuando leo o escucho ciertas posturas o participo de algunas formas de debate, dónde ha quedado realmente la lengua que nos fuera cercana y accesible.

Siento, en muchas ocasiones, que toda esa riqueza intrínseca que tiene el español ya no queda en ninguna parte. Se ha perdido en medio de todo lo que se ha perdido o degradado o transformado en una mutación extravagante acorde a la época, como si sobre el idioma hubiera caído una verdadera batería de misiles de cabeza nuclear que crearan esa gestación de deformidades en los humanos sobre los que caen.

Quizás la lengua está perdida en los laberintos de quienes la hablan cada vez más a su modo, y no será posible su rescate, a pesar de todo lo que algunos nos esforcemos en conservar el código que nos equipara y nos iguala.

A esta altura del siglo, parece destinada, tal vez, a atravesar el desierto del enmudecimiento en pos de la tierra de los emoticones, atravesar las brumas tenebrosas y sórdidas de un discurso que la mutila y la descoyunta casi con afán asesino para salir de esos lugares transformada en un adefesio irreconocible.

He regresado tardíamente al español y a reaprenderlo en su vastedad y también a redescubrirlo como un código cuasi infinito de posibilidades en las que todo puede ser escrito y todo puede ser dicho, porque cada vocablo encierra un matiz único e irremplazable y para un escritor que se precie de tal, nada hay más sustancioso que la enorme herramienta de su lengua. Muchos deberían acceder a este último concepto.

La lengua es algo atemporal y nos plantea una exigencia de infinito, porque se abre paso como un acto vivo que siempre es capaz de interpelar y de ofrecer resultados inefables. Unifica, reunifica, explica, relaciona, comunica, habla.

La literatura es la forma más pura de la manifestación de la lengua, y por su naturaleza posee una fundamental esencia interpelativa, ya que está dirigida a otro alguien que completará el círculo de la comunicación y recogerá el germen de sus preguntas, porque el código participa al receptor con el emisor del mensaje y resultará nutricio ese intercambio de realidades ficcionales o no, líricas o no, pero que siempre inducirá a un sentido de amplitud reflexiva, tan necesaria a los seres humanos.

La lengua es riqueza.

¿Por qué, entonces, arrojar la riqueza a los chanchos, siempre bien alimentados por el postureo de moda?

EDITORIAL

Imagen by Danilo Batista

El perverso arte del mal competidor

por Gavrí Akhenazi

Las competencias entre ciertos movimientos «literarios» y sus protagonistas, que buscan su expresión a través de internet, no son novedosos, porque eso ha ocurrido en todos los tiempos.

Lo nefasto de ciertos planteos de competencia se da cuando los protagonistas de esos movimientos que surgen entre aparatosos autobombos y extensísimas exposiciones de sus atributos –como si poseer algún titulillo universitario (propio o inventado), asegurara la potencia de un escritor– se cimentan en destruir a la oferta contraria, sibilinamente y escupiendo sapos sobre los demás que puedan ser competidores.

Sinceramente, uno trata de mantenerse moderado, cuasi haciendo un voto a la indiferencia más ecuánime. Es más,  uno intenta reflexionar y ser fiel con su ideas y siempre manejarse poniendo en el contexto adecuado los conocimientos que ha adquirido.

Más de una vez, siguiendo esta metodología, he intentado –diría que infructuosamente y eso que se trata de palabras, cosa que deberían entender todos los que se dicen escritores– llegar al diálogo de forma serena, educada, trabajada en base a la lógica, cosa que desde ya dota a una argumentación del  equilibrio necesario, pero digamos que hay veces en que uno se topa con gente que le pone las cosas difíciles, porque albergan una ponzoña disfrazada de interés y un interés hipócrita que disfraza aviesamente el deseo de hacer daño, solo con el fin de no tener competidores de fuste. Los otros, no les interesan.

La literatura, como todas las artes, carece de la generosidad necesaria para remontar vuelo asistida por sus artistas o sea, los escritores. Por el contrario, cuando en realidad se ve algo así, esos que nombro anteriormente buscan de manera despiadada crear una pelea en el barro y lo que no son capaces de decir de frente, lo murmuran en todas esas orejas incautas o ávidas de saborear la sangre ajena.

O bailan el agua, doran la píldora y, literalmente, chupan el culo –permítaseme aquí la falta de temor a la expresión– solamente para ser recompensados por la babosería ajena a la que, posteriormente, ofrecerán un lugarcito primoroso en el proyecto que llevan a cabo, sin importar en realidad la calidad literaria de lo expuesto.

Se leen cada cosas por ahí que hablan más de sus editores que de los propios convocados a participar.

Pruebas… como para hacer dulce. Pruebas de ambas cosas, también.

Lo mal nacido no prospera. La literatura lo olvida y mucho más aún en estos tiempos pasatistas y apócrifos, en que se han perdido los lectores de fuste que puedan opinar objetivamente.

Lo que avala la calidad es la trayectoria y el sostén en el tiempo. No exponer, a guisa de panegírico refrendatorio de solvencia, una innumerable cantidad de ítems que llevan a pensar a quien los lee: «sacaron a pasear el trapo de lustrar bronce de la abuela».

EDITORIAL

ULTRAVERSAL – LA SECTA LITERARIA

Por Eva Lucía Armas

Ultraversal y nosotros, los ultraversales. Los sectarios, los elitistas, los perfeccionistas, los que deseamos que la literatura no termine siendo un arte menor en la que no importen ni el fondo ni la forma y todavía, menos aún, el contenido. Los que no deseamos que la técnica literaria que defendemos, se transforme en un montón de escombros sobre la que cualquier gallina pone un huevo y lo llama «obra».

De la mano de su mecenas, Morgana de Palacios,  quien fundara este proyecto cultural virtual y gratuito en 2003, cuando aún el potencial de internet estaba inexplorado, Ultraversal se ha mantenido constante en sus ideas y firme en el camino de sus objetivos: un Taller de Perfeccionamiento y Crítica Literaria, responsable y honesta, hecho por escritores para escritores.

Por nuestro espacio han pasado, durante estos dieciocho años de trayectoria, una cantidad innumerable de poetas y narradores que ahora pueden verse en las librerías y en las plataformas virtuales.

Pero Ultraversal es algo más que un Taller de Perfeccionamiento en las reglas del arte. Es un trabajo intenso y solidario, en el que cada miembro de la plataforma colabora desinteresadamente con sus compañeros desde su conocimiento o desde su óptica. Es un lugar en el que la generosidad priva sobre el ego natural del artista y en el que la única exigencia es «ayudar al compañero, en la medida de nuestras posibilidades».

Cito las palabras del escritor y poeta cubano, John Madison:

«Ultraversal es una herramienta de rescate.

Ser un ultra es la pasión que más placer y orgullo me ha dado a mis 51 años. Ser un ultra requiere valor extremo, vas a mirarte desde todos los puntos, vas a viajar a zonas de ti que ni siquiera sabías que existían y vas a dejar que otros te miren, te cuestionen, te señalen, te guíen…

Los mayores descubrimientos sobre mí los he hecho mientras trabajaba en mis versos. Ultraversal te ubica como parte del todo. Es la manera en que este lugar dimensional te enfrenta a ti mismo.

Alguien me preguntó una vez porqué volvía siempre.

Bueno, uno siempre regresa a los lugares donde fue feliz.»

Nuestro fin jamás fue ni será el lucro. Solo la excelencia.

EDITORIAL

«De esas poses ridículas y otros yerbajos», Gavrí Akhenazi

«Para el poeta, escribir significa derribar el muro tras el cual se oculta algo que siempre estuvo allí».

Milan Kundera

Leo con mucha frecuencia ciertas catarsis exacerbadas y violentas, acerca de lo terrible, lo cruel, lo implacable y desgastante que es para algunos el hecho de escribir.

Leo a esos renegados, enfrentados a su propia expresión, renegando (valga la redundancia) de ella como si el poder escribir fuera poco menos que haberle entregado el alma al diablo y luego de firmado el pacto diabólico de quedarse sin alma, andar a los gritos y mesándose los cabellos por tener un don.

No los entiendo. No consigo interpretar su sufrimiento, su angustia, su desespero, su clamor, su gritería, su pataleta, su berrinche.

¿Por qué ese sufrimiento?¿Por qué esa tortura truculenta que los hace pedazos, según dicen? ¿Por qué el odio/amor, exasperado y casi desquiciado en su obsesión por denostar lo grandioso del acto expresivo?

Allí se presentan con largos discursos apoteóticos, como mártires de la letra ensangrentada, atormentados indefensos del cruel verdugo del arte que eligieron para hacerse visibles a sí mismos.

Porque de eso se trata la escritura: de la visualización de los propios habitantes que todos tenemos dentro. De ese otro que está ahí y que nos habita y que, además, escribe todo lo que se es incapaz de decir sino por su intermedio.

Entonces ¿de qué se trata ese tormento del que hablan algunos como si la literatura los hubiera atado a un potro de tortura intentando arrancar una verdad inconfesable?

La escritura no es eso que algunos –vaya usted a saber por qué–, dicen que es. Es algo maravilloso, extraordinario y por sobre todo, reparador.

Los poetas suelen ser especialistas en estas dramatizaciones de opereta: La poesía, la más cruel de las madrastras, la más intransigente de las carniceras, la más despiadada de las tiranas.

¿Qué les pasa? ¿Qué les pasa a estos tipos? Eso es lo que quisiera saber yo. ¿Por qué tienen semejante conflicto existencial con la escritura?

La escritura no es una cosa que nace de un repollo o que uno se choca en el camino como un espíritu errante que se apodera de nuestra conciencia en una película gore.

Que se puede hablar de trance, sí, a veces, pero la escritura es una parte del escritor que habla, es un hecho consciente que se realiza, es algo que no es ajeno, sino propio.

No es una condena ni uno está maldito. Más bien, es justo al revés. Escribir, poder hacerlo, sana o por lo menos ayuda a ver todo lo que nos habita y ponerlo a cierta distancia como para poder analizarlo con otra perspectiva. Es un acto creativo, no un linchamiento público ni una inmolación a lo bonzo delante de un espejo.

Ese folklore ridículo del escritor traumado o del poeta al borde del suicidio, ya son cosas que han pasado de moda y que han perdido, en consecuencia, su validez como liturgia. Se han vuelto un rasgo grotesco, una pose inválida, una pirueta circense para llamar la atención de algún desprevenido que todavía crea en los pececitos de colores.

Así que no consigo entender a todos esos desesperados que lloran por tener la capacidad para escribir, para descubrir sus monstruos y descubrirse, para curarse o para aliviarse, para expresarse, al fin y al cabo,  que es una de las cosas que más rehúye el ser humano.

Porque la escritura es la tabla que sostiene al náufrago, no el barco mientras se hunde.

Quizás, para evitarse tanta burda infelicidad creativa, todos estos renegados lacrimosos y atormentados, deberían dedicarse al bonsái. O en su defecto, dejar de dar lástima y seguir escribiendo honrando su arte con la boca cerrada y la letra dispuesta.

EDITORIAL

Por Gavrí Akhenazi

Imagen by Thomas Skirde

La palabra a(r)mada

Utilizado como bandera, el concepto de generación difiere fundamentalmente del concepto de idea.

Leemos, la generación del ’80 (Argentina), la generación del ’27 (España) y similares, aunque en realidad, esa denominación abarque escritores de fundamentos literarios diferentes.

Yo prefiero, inclusive más aún que la denominación «corriente literaria», la de «idea literaria».

Una idea expresa pensamiento. Es como una adscripción que desde lo que se siente se transforma en lo que se piensa.

Y hablando de literatura, creo que debe tomarse en cuenta que lo que se escribe es un producto histórico social, siempre y cuando se considere aquel contexto en el que esa literatura fue producida. No puede tomarse como marco de referencia, único y exclusivo, a la generación que protagoniza la movida, porque todas las «generaciones» funcionaron y funcionan casi de una manera similar : critican y reniegan de la precedente.

Eso excluiría interpretar los cambios sociales, culturales y económicos que le dan origen. ¿Cómo deberíamos llamarle a la actual? ¿La generación de Internet?

Cuestiones modernistas:

Resulta que a veces uno lee vocabularios que aún hoy le resultan extravagantes.

Los lee en esos compañeros que se acercan con su afán escritor y si uno les dice: «eso se quedó en el modernismo», se ofenden como si les dijeras que sus madres desempeñaron el oficio más antiguo del mundo.

Yo, como soy hijo de una de esas madres que hicieron de ese oficio un culto, cito aquí lo que muchas veces me obligo a leer aunque no a digerir.

De hecho, la escritura cumple un papel emuntorio a la par del mejor de los estómagos.

Consideremos, al día de hoy en este hoy del hoy del siglo que transcurre, las siguientes apuestas lírico/metafóricas:

a) Palabras procedentes de la afición a la zoología: cisnes-pavos reales -mariposas-tórtolas-cóndores-gaviotas-crisálidas-vencejos-leones.

b) Palabras procedentes de la afición por la botánica, heráldica o mitología: lirios–lotos–anémonas–nenúfares (esta la uso a veces)–acantos–laurel–mirtos–olivos–almendros–pámpanos–adelfas–jacintos.

c) Palabras procedentes de la afición a la mineralogía y la arquitectura: oro – columnatas–capiteles–rubíes–zafiros–pórfido–mármol–esmeriles–bromuro–talco–opalina–esmeralda.

d) Afición por los neologismos latinos y griegos: liróforo–girósforo–aristo–áptero–apolónida–cristelefantino–faunalias–homérica–ixiónida–lilial–nictálope.

e) Palabras procedentes de la afición por la física, la química, la astronomía y la geografía: hidroclórico-hiperbórea-aerostación-hipermetría-febrífugo-hidrostático-cosmogonía-baremos-isobárico-sulfatados.

f) Palabras que remiten a una excesiva afición nobiliaria: pajes-reinas-heráldica-blasón-clavicordios-lises-príncipes/esas-reverencias- hinojos.

g) Afición por los adjetivos de color: dorado-rubí-níveo-esmeralda- violeta-azur ( y una lista infinita que excede a mi tiempo de examinación).

Esbozo nomás de una idea mayor. Para no aburrirme. Para no dormirme.

En el modernismo siempre sobra, nunca falta. Yo no soy decididamente un modernista, pero como escritor, que sí soy, sé que toda palabra en su justo momento es un hecho expresivo sin parangón. El asunto es cuando se la emplea en el mismo momento literario en el que la usa y la usó todo el que no le asigna un plus a su valor. Ej de docente : labios de rubí (para el vómito).

Las palabras tienen entidad y bien usadas, fuera del contexto al que todos las sujetan, resultan puntos flexivos en el hecho literario, que pueden ser recordados como antológicos.

El quid de la cuestión es resemantizar lo manoseado y darle entidad nueva a lo manido. Las palabras tienen una especie de valor matemático. Son algo más que dos más dos.

EDITORIAL

por Juan Carlos González Caballero

Imagen by Clarence Alford

Amor de los demonios

Te amo, te quiero.
Te odio, te deseo.
Ya no te quiero.

Tendría que ajustar más el objetivo de lo que intento explicar con este comienzo, porque en cada cultura, en cada nación, en cada casa, las palabras usadas no significarán exactamente lo mismo. Se pueden aproximar, sonar a, pero ¿llegan a trasmitir al cien por cien?

De esa necesidad por transmitir lo que nos produce estos sentimientos surge, en muchos casos como en el mío, el primer intento de escribir un verso, una carta, que nunca supe si llegó a su destinataria.

Podría decir te quiero o te quise ¿cierto? Y aún así depende del tono en que lo diga, el momento o a quien se lo haga comunicar.

Comienzo aquí con lo que es una declaración. Uno muestra a otra persona su sentir afín hacia ella o su gusto, su desvelo, su deseo por no dejar de verla nunca. Le declara lo que quiere seguir siendo para con la persona que recibe el mensaje.

Hablar de esto, como podéis comprobar, puede hacer que parezcamos un eslogan facilón que todo el mundo conoce de sobra.

Por eso es que el arte, y si me apuran aún más, las canciones, las letras, son algunos de los lugares en los que nos llegan y conmueven estos informes del interior.

Componen un infinito abanico de crónicas en las que la inmensa mayoría de la gente nos veremos identificados y sacudidos por dentro.
Algunos de estos golpes, o muchos, acertarán con más o menos frecuencia dependiendo de la experiencia y memoria emocional de cada quien.

Darán de lleno en nuestro corazón, porque de algún modo u otro, el amor sobrevuela a toda obra. Entiéndase que si hablamos de daño, odio, desamor o despecho estamos tratando la misma materia.

Lo que significa querer es mucho más global, y al mismo tiempo el verbo más habitual para hablar de amor.

Pienso que lo engloba todo en un mismo kit. Desde el enamoramiento de los primeros instantes que tienen fecha de caducidad o aquel término denominado «estado de locura transitorio» hasta llegar a esa simbiosis de los que se mueren casi a la par, ya ancianos. Es este último concepto por el que podemos anhelar un amor en paz en el tiempo (algo que puede resultar paradójico cuando son los amores que nos dieron «guerra» aquellos que nos marcan más).

Hablemos en plata y honestamente. Se trata de placer y dolor. Ser conscientes de que cuando hemos sido felices y enloquecido de placer, el tiempo dejó de existir en nuestra gráfica. En cambio, es en los momentos dolorosos donde el reloj se detiene y casi que podemos notar como cae sobre nosotros piedra a piedra. En general nos solemos identificar con este último aspecto en mayor medida que con el primero ¿Interesa demasiado que alguien te describa lo feliz que se siente al haber encontrado a esa persona?

Por supuesto que hay excepciones pero sería curioso poner en una balanza ambos extremos y ver cual gana en calidad y cantidad de transmisión.

Nos hace tomar decisiones que vienen del pálpito, o bien de una intuición que tiene como fin el desear lo mejor a quien se ama, como pudiera ser el dejarlo ir o como pudiera ser el no tener contacto por parte del sujeto amante a modo de protección mutua. De lo contrario, hablaríamos de la conocida toxicidad a través de la cual las relaciones se convierten en engendros de egoísmos y miserias.

Se muere y se seguirá muriendo por amor y somos una especie diseñada para abrir más de dos y tres veces la misma herida.

Aún así, vivir el amor aunque tan sólo sea una vez en la vida, es algo de lo que ningún ser humano se debiera privar ni privar a nadie bajo ningún motivo, a pesar de sus consecuencias.

Durante todo este tiempo robado al lector he tenido la tentación de citar canciones y letras, aunque pienso que es preferible que le añadan su propia banda sonora a todo esto o escriban sobre lo que les ronda la mente.

Oigan su propia canción.

EDITORIAL

Imagen by Mostafa Meraji

«El tiempo como territorio», por Silvio Rodríguez Carrillo

Quizás te ha pasado que estando en la fila del supermercado, desde un lado alguien se te acerca, tanto, que puedes casi sentirlo. Como te produce una sensación molesta, casi inmediatamente y por reflejo, intentas dar un paso más hacia la caja. Esto sucede porque tenemos, de manera natural, la necesidad de un territorio espacial básico, que hace reaccionemos cuando nos sentimos invadidos. Puedes hacer la prueba en diversas situaciones, observando o actuando, y verás que los individuos intentarán conservar su espacio vital instintivamente, siempre que puedan. Esto es: A se alejará del desconocido B, si este invade su espacio vital.

Bien mirado, incluso un escritorio puede convertirse en un territorio. Imagina que estás observando una entrevista entre dos contertulios (A y B), ambos, a cada lado del escritorio, sentados en sillas. Estando A con los codos sobre el escritorio, B, normalmente, permanecerá con la espalda apoyada en el respaldar de su silla. Ahora, si operase un cambio de postura y B pasase a apoyar sus codos sobre el escritorio, lo normal es que A retroceda y apoye su espalda en el respaldar de su silla. Estos son gestos corporales, derivados del principio de territorialidad y que, en parte, estudia la proxémica.

Es fácil entender la importancia que tiene el territorio. Y debería ser fácil, entonces, entender que así como para nosotros es importante contar con un territorio, que así como para nuestra familia es fundamental tener un territorio, así mismo es importante y fundamental para cualquier persona y/o su familia contar con un territorio. Si de familia vamos a nación –recordando que posiblemente pertenezcamos a alguna–, debería de ser sencillo de entender cuán importante y necesario es, para cualquier nación, contar con un territorio. Así, debería ser sencillo entender cuán nefasto es que invadan nuestro territorio, ya sea individual, familiar, o nacional.

Pero el territorio no es sólo un “espacio”, no acaba con lo espacial. Así como “el trabajo no es un lugar”, así mismo, el territorio no se limita únicamente al espacio. Existe otro factor y que también cuenta como territorio, y ese factor es, justamente, el más precioso que tenemos, dada nuestra condición humana: el tiempo. Si un auto nos bloquea la puerta del garage nos invade el territorio espacial, pero si además hace que lleguemos tarde al trabajo, también nos invade el territorio temporal. Aquí, lo insoportable es la gente que anda invadiendo territorios sin ni siquiera darse cuenta.

Es por esto que así como defiendes tu jardín o el patio de tu casa y no dejas que cualquiera lo invada, del mismo modo no debes permitir jamás que nadie invada tu tiempo, porque es un territorio que debes defender y enseñar a respetar, con el ejemplo por delante. Considera que, a diferencia de unos cuantos metros cuadrados que puedas llegar a disputar con un vecino, el tiempo no lo puedes recuperar y, como a ciertas personas no las vas a cambiar, mejor evita a aquellas para las que “el tiempo como territorio” vendría a ser como “la dimensión desconocida”.

EDITORIAL: «Las alas y las armas» por Eugenia Díaz Mares

Imagen by Maximiliano Estevez

De lo que nos provee Ultraversal

Vagando entre los blogs del ciberespacio intentaba sacar con mis torpes palabras lo que me estaba aniquilando y veía el abecedario en el cual apoyarme sin poder alzar vuelo.


Morgana de Palacios me encontró en mi derrotero. ¡Bendito sea ese día en el que me enseño que había una luz en el camino de las letras para mí, de esas letras que carecían de alas y de voz.


Cuando llegue a Ultraversal me sentí una inmigrante al ir leyendo la excelencia en los trabajos de los ultraversales, me llene de temor volviéndome a sentir tan insignificante como cuando era niña. Eso no me detuvo. Aunque yo sea nerviosa e insegura también soy tenaz para aprender y conocer mas sobre lo que me gusta.


Comencé a compartir lo que solía escribir sabiendo bien que estaba en un taller de crítica literaria. Al principio me sentí avergonzada y muy desanimada al ver tantos errores en mis trabajos principalmente de ortografía. Sobre métrica y estructuras estaba en cero. Más me avergonzaba pensar en cómo me había atrevido a publicar en un blog lo que yo llamaba poesías.


En varias ocasiones quise tirar la toalla y retirarme rendida con la cabeza baja y si no lo hice fue por la generosidad que tenían los administradores y compañeros ultraversales conmigo, por esa ayuda desinteresada que me estaban dando. Siendo yo una persona poco instruída, ellos me estaban dando su tiempo y sus conocimientos para que las palabras en mis trabajos pudieran tener alas y luz.


Me hicieron sentir que yo podía hacerlo, aunque tuviera que corregir una y mil veces mis trabajos para poder captar lo que ellos querían que yo entendiera.

Poco a poco me fueron ayudando a cerrar las cicatrices en mis alas. Sintiéndome segura y apoyada me atreví a confesarles que yo le había hecho la promesa de un libro en memoria de su vida a mi hija Erika Adriana, algo para mí muy difícil de lograr porque no tenia las armas necesarias que se necesitaban.


Fue aquí en Utraversal en donde me brindaron las armas, en donde experimente que existen las diosidencias desde el momento que Morgana de Palacios me encontró y me trajo a esta gran familia de ultraversales, en donde todos han sido una parte importante en el libro «Su corto vuelo» que logre escribir en memoria de mi hija.

No tengo manera de retribuirles.

Queda en el libro para siempre su generoso apoyo y la ayuda que me brindaron y que siguen brindándome.


Escribir el libro para mi hija, tomada de la mano del Taller de perfeccionamiento literario Ultraversal, ha sido una hermosa experiencia en mi vida. Al ver a todos involucrados en el proceso como una gran familia me sentí acompañada y eternamente agradecida.


Nota del Director: Este editorial que firma la poeta mexicana Eugenia Díaz Mares no tiene ánimo de propaganda ni está destinado a seducir lectores para que el producto se compre. Más bien, lo contrario, aunque algún suspicaz, seguramente, intentará llevar la cosa por ese lado.

Ultraversal es un proyecto gratuito, un mecenazgo. No tiene ningún fin de lucro sino que su único fin es solidario.

La solidaridad, sobre todo en el mundo de los egos artísticos (y por qué no, en cualquiera de los demás mundos), es mal vista y peor mirada, porque contraría las normas del «me lo guardo para mí», «si alguien va a destacar, seré yo» y todas esas cosas que vuelven a las artes, en vez de un hecho expresivo que comunique a los hombres entre sí, un hecho mezquino que solamente busque el lustre propio y el preponderar de unos por encima de otros.

Elegí para el Editorial de agosto las palabras de Eugenia, porque para nosotros es un ejemplo de tesón, afán de superación personal y lucha desde la resilencia más extrema, por el logro de un objetivo fundamental en su vida.

Somos nosotros, los ultraversales, los que estamos agradecidos a Eugenia ya que su entrega al aprendizaje, su humildad inveterada, su empuje solidario y sus progresos incalculables, nos han enseñado que a pesar de la mezquindad humana, no todo está perdido.

Las personas necesitan de la solidaridad en todos los aspectos de la vida. Y ser solidario, aún en el arte, donde lo único que prevalece es el ego del artista sobre cualquier otro bien mayor, es una forma de hacer humanidad, una mejor humanidad, y que el arte perdure más allá del hombre.

Editorial: «El escritor incorregible» por Silvio Rodríguez Carrillo

Imagen by Gerhard Gellinger

Imaginemos el siguiente diálogo:

—Hey, Francis, ¿cómo va?
—Hola, Luis, todo bien, ¿y vos?
—Súper, estoy con un proyecto nuevo increíble.
—Vaya, ¿y de qué va?
—Voy a construir una casa.
—¿Construir una casa? Pero si vos sos abogado.
—Lo sé, pero desde niño he vivido en una casa. No puede ser tan complicado.

Si alguna vez has visto una carrera de F1 habrás podido observar que aunque hay un par de pilotos por escudería en la pista , hay más de una docena de personas haciendo que el equipo funcione.

Y aquí el detalle, ni el ingeniero que diseñó los alerones, ni el mecánico a cargo de cambiar el neumático derecho trasero nunca, en ningún momento se ponen a pilotar el auto. Igual, el piloto, al menos que yo sepa, nunca se pone a diseñar los alerones, ni se baja a cambiar los neumáticos.

Esto es, cada uno a lo suyo, al área en donde se destaca tras haberse preparado para ello. Esta es la palabra clave: preparación.

Un buen día Juan decide aprender a tocar el piano, así que hace las averiguaciones correspondientes y da con un profesor. Comienza sus primeras lecciones y, en la medida de sus posibilidades, sigue todas las indicaciones de su profesor.

En una situación similar, Juana decide aprender Taekwondo. Así que una vez inscripta en una academia cercana a su casa, ha comenzado a asistir a las clases, en las cuales va siguiendo las instrucciones del maestro.

¿Qué tienen en común Juan y Juana? Varias cosas:

  1. Decidieron aprender algo nuevo.
  2. Siguen las instrucciones de quien eligieron como tutor.
  3. No se avergüenzan de no saber, o de que el tutor les indique fallas en su proceso de aprendizaje.
  4. Después de cierto tiempo, Juan podrá dar su primer concierto, y Juana competir en un torneo de Taekwondo.

Ahora, veamos el caso de Pepe, que no está interesado ni en el piano, ni en el Taekwondo, no, Pepe quiere escribir una novela. ¿Y a dónde va Pepe? Pues ya sabes, normalmente Pepe no va a la «Escuela Normal de Novelología», ni a la «Universidad de Novela Negra El Criminal Omnisciente». Pepe simplemente se pone a escribir como puede su novela, sobre la base de lo que ha leído, lo que imagina, y con la gramática que tiene internalizada.

En una situación similar está Beba, que en lugar de una novela, se ha decidido por escribir un poemario. Para escribir su poemario, Beba no tomó clases en ninguna escuela de poesía, en ninguna universidad de poesía, ella se deja llevar por su inspiración, convencida de que «escribir cortito» tiene ya lo suficiente para valer como poesía, sin tener en cuenta ni métrica, ni rima.

¿Qué tienen en común Pepe y Beba? Varias cosas:

  1. Decidieron emprender algo nuevo.
  2. No siguen las instrucciones de un tutor.
  3. No tienen experiencia en que alguien les indique posibles fallos.
  4. Después de un tiempo, Pepe habrá terminado su novela, y Beba, su poemario.

Ahora, ¿es posible que Pepe y Beba, sin preparación alguna logren escribir una buena novela y un buen poemario? Sí, es posible, pero improbable.

Y ahora, lo cierto:

Pepe se encuentra, por azares del destino, con un novelista, y aprovecha el contacto para contarle de su novela y pedirle que la lea y le dé su opinión. El novelista, pobre tío, acepta la solicitud. A los pocos días el novelista termina de leer la novela de Pepe y le dice, vía E-mail, que aparte de los 1.567 errores de ortografía, la historia tiene al menos 63 contradicciones temporales como espaciales, que los personajes no son creíbles y que, además, el argumento es aburrido.

¿Y qué hace Pepe?

Inmediatamente concluye que, había sido, el novelista es un imbécil, que de novelas no sabe un pito, y que si le dijo lo que le dijo es porque le tenía envidia, o acaso, por alguna razón desconocida, le había caído mal.

¿Se pone Pepe en plan de revisar a fondo su trabajo? No.

Beba, por su lado, consigue conectar con una poetisa, justo la que ganó el premio internacional de sonetos, Águila índiga, de la República de Cretonia. Y sí, Beba le pide a la poetisa que lea su poemario y que le dé su opinión. La poetisa, pasado un tiempo, le envía un correo a Beba diciéndole que sus poemas están plagados de lugares comunes, que no tienen nada de ritmo y, además, están plagados de asonancias.

¿Y qué hace Beba?

Inmediatamente concluye que la poetisa esa seguro que ganó ese premio porque tiene amistades con el jurado y que, de poesía de la buena, seguro que no sabe nada. Quizás su poemario es tan bueno que a la laureada poetiza le mordió la envidia, o de repente le había caído mal, y si le dijo lo que le dijo fue por hija de puta que es, la pobre subnormal.

¿Se pone Beba en plan de revisar y corregir? No.

Hasta aquí, tanto Pepe como Beba están dolidos, incluso enojados, ¿y por qué? Porque quisieron ir de constructores cuando jamás se prepararon para ello, porque quisieron ir de ingenieros cuando jamás estudiaron nada de aerodinámica, porque quisieron ir de pilotos cuando jamás aceleraron más allá de los 90 Km/h. Y porque llegó alguien y se los dijo.

Bien mirado, desde afuera, desde lejos, es simple, es ridículamente simple.

Como la mayoría de los escritores, yo soy caradura, tozudo, irreverente y hasta «egómano», como me dijera alguna vez una de mis Maestras.

Así, alguna vez creí que por haber leído millares de libros estaba habilitado para escribir correctamente. ¿Ridículo, no?

Y sí, el ego se lastima, se resiente, cuando viene otro y te muestra el ridículo que estás haciendo. Y sí, lo normal es tomarlo a título personal. Y sí, uno no es consciente de que está ingresando en tierra sagrada, que hay que descalzarse y poner en práctica aquello de «el orgullo de ser humilde».

Yo jamás dudé a la hora de pagar para aprender nuevas habilidades y, como muchísimas veces me gané becas por talentoso y espirituoso, tengo dos conclusiones:

Los mediocres jamás pagan para adquirir conocimientos. No está en su ADN.

Los ego-céntricos son tan miopes que ni siquiera pueden ver una ayuda de calidad cuando es gratuita. Miopía que está en su ADN.

Y vos –y tú– ¿pensás que lo tuyo es corregible?

O, talento por delante, ¿vas a lo Baudelaire, a lo Rimbaud, a lo Cortázar, apostando a ser «un escritor incorregible»?

Otros planos de ausencia, editorial de Gavrí Akhenazi



Otredad. Ajenidad. Individualidad. Xenofobia. Indiferencia. Ignorancia. Palabras que definen la relación con el otro y su búsqueda de invisibilización.

El otro, eso que es diferente y que está ahí, por todas partes. Eso que no somos. El que nos es extraño.

La ausencia no se centra solamente en la percepción de lo que no está y que se necesita. No es la falta de algo que ocupaba un valor emocional y que al desaparecer genera un espacio de vacío.

La ausencia en sí es un vacío que ocupa (valga el oxímoron) la conducta humana a lo ancho y a lo alto de ella.

La ausencia es en la conducta humana, el resumen de las palabras que menciono al comienzo de esta reflexión. El desplazamiento de la conexión con ese ser social que los hombres, como especie, dicen ser y que, en la práctica, solamente son capaces de desarrollar con reservas dentro de su metro de confort.

La especie humana posee en su genética un enorme espacio vacío para con sus propios integrantes. No se reconoce en el otro y en «el otro» deposita la desconfianza, la suma de sus males, las reservas de sus aprensiones más desarrolladas y de las más ocultas, las responsabilidades y las culpas y, por supuesto, la ajenidad, el desentendimiento, esa otredad enfrentada decididamente al individuo como unicidad que no acepta lo disímil.

En una u otra forma, todos los humanos practicamos ese registro de conducta.

En mayor o menor medida, todos somos ausentes.

EDITORIAL

por Eva Lucía Armas

Imagen by Ivan Erl Erymar Cabayan

La virtualidad, desarrollo de lo imaginario

Se ha asociado, comúnmente, el término «virtualidad» a la existencia de un proceso tecnológico y a todo su intenso desarrollo en los últimos tiempos. Sin embargo, lo virtual, «la otra realidad» intangible si se quiere pero no por eso ni menos cierta ni menos real, es lo que ha sabido combinar la tecnología con los procesos sensibles del ser humano.

Lo virtual ha constituido una segunda realidad basada en hechos simbólicos y con un marcado componente ontológico sin el cual su existencia no sería tan eficaz y su resumen sería un automatismo alfanumérico exclusivo de los datos.

En cierto modo, la virtualidad penetra en campos imaginarios casi del mismo modo que las religiones lo hacen y, asentado en el campo imaginario, lo transforma en un campo real, activo y creíble. De ahí su denominación que etimológicamente proviene de “virtus”: fuerza, energía, impulso, aquello que se manifiesta en lo real, la energía de la acción.

Lo virtual, que muchos intentan hacer propio resolviéndolo exclusivamente al campo de las nuevas tecnologías, ha sido capaz de crear dos ámbitos humanos muy bien diferenciados y a la vez, igualados y concomitantes. Ha desdoblado al ser humano, permitiéndole expandir su horizonte cotidiano y hacer cotidianos a horizontes que antes solamente imaginaba, como muchos libros de ciencia ficción o de ficción distópica anticipaban, casi con una premonición verneana.

Lo virtual ha existido siempre en el hombre, desde Deus ex machina hasta Matrix.

Lo tecnológico ha conseguido desarrollar un sistema de experiencia, diferente y alternativo, que se ha denominado «virtual» como «no presencial», como no necesitado del contacto físico para hacerse real y esto ha despertado otras sensaciones humanas, diferentes de las experiencias físicas o de la sensibilidad física propiamente dicha. Ha generado vínculos reales entre entidades que podríamos definir como abstractas, holográficas.

El plano virtual ha creado una nueva relación de poder entre las fuerzas humanas que puede condicionar o puede liberar. Si la mente lo capta, lo asimila, es capaz de imbuirse de su sentido profundo y poseer sus alquimias ¿quién puede decir que lo virtual es un espejismo y no una integración de realidades congnitivas que han estado presentes desde siempre en el hombre, pero dormidas, dominadas u ocultas?

Comparándola con el teatro, la virtuadidad es un escenario que permite representar la mímesis que se escoja como actores. La propia, otra, no tiene importancia. Lo virtual permite expresiones que lo real no permite, porque a través de lo virtual, lo óntico parece liberado sin condicionamientos ni falsos focales.

Es en la virtualidad donde los límites perceptivos de lo tangible se flexibilizan y avanzan. Lo que se ve pierde su territorialidad frente a lo que se percibe. La realidad concebida como tal se difumina y permite acceder a lo remoto y transforma aquello que no se realiza de manera concreta en algo que es tan concreto como lo realizado in situ.

Quizás, la virtual es, en el fondo, nuestra última forma de libertad real.