ARTÍCULO

El arte según Madison, por John Madison

¿Qué se necesita para hacer arte? Yo diría que valentía, y mucha personalidad por encima de todo, porque desde ya afirmo que no es suficiente con la formación técnica. Si todos los artistas del planeta se hubieran conformado con lo que ya estaba hecho sin traspasar la línea que cuenta para la academia como no permitido, aún estaríamos pintando en las cavernas.

¿La técnica es necesaria para crear cosas que nunca se han hecho? Por supuesto, ¿cómo valorar lo hecho para posteriormente abrir una nueva brecha? ¿El autor puede hacer lo que le de la gana con su obra, aunque no entre dentro del canon? Por supuesto.

Tu Arte: ¡Tu responsabilidad!

En muchos casos, los procesos de experimentación han dado lugar a movimientos culturales nuevos y a la modificación de los manuales.

Los valores del individuo: historia personal, infancia, geografía, dogma, religión o filosofía, condición socioeconómica, familia y tabúes condicionan la forma de hacerlo. De ahí que no se pueda medir la manera en la que cada cual se exprese. La literatura es una instantánea de esa realidad que el creador vive y exorciza. De modo que, también, es una credencial que habla de ese autor como parte de un conjunto «x» con un comportamiento sociocultural «x». Lo llamamos «estilo». Cada cual el suyo.

A menudo uno tropieza con gente que pretende cambiarle el estilo: «No entiendo lo que escribes, porque tus palabras o tus versos no son iguales a los míos», «Yo no diría jamás eso con las palabras que tú lo has dicho»… válido para actividades como pintar, cocinar, actuar, fotografiar… En fin, Arte.

Para TODO.

Enfrentar un texto, en prosa o en verso, con esa libertad de la que hablo requiere valentía si se pretende retratar y sobrevivir a toda una jauría de inquisidores más interesados en la quema de brujas que en el respeto por el marco que rodea la expresión escrita.

Me es imposible marcharme sin recordarme a mí mismo el concepto real de Arte: Arte, del latín ars, artis. Actividad o producto realizado con una finalidad estética y comunicativa.

En fin, comunicar va de «hacer Arte».

ARTE MENOR

Desde el principio del fin
tengo un sueño recidivo
que no se atiene a los tiempos
de júbilo o de castigo
ni al intelecto disforme
sobre el que ejerce dominio
como un virus melancólico
que actúa en el organismo
mutando desde su génesis
de escándalo fronterizo.

Porque se niega a morir
y ser pasto del olvido,
o quizás porque, inconsciente,
tengo una deuda conmigo,
desde el principio del fin
-cuando el orbe está dormido-
surge cruzando el umbral
de la emoción, sin permiso
y se adueña de mi cuerpo
como un amante furtivo.

Más allá del verbo amar
sin plantearse objetivos,
tiene lo mejor de mí,
lo más feraz, lo más vivo,
lo que no le entrego a nadie
sea amigo o enemigo,
aquello que me hace hermosa
ante un hombre sin prejuicios.

Desde el principio del fin
tengo una deuda contigo
que te pago con el alma,
el corazón y el instinto.

Cuando el fin llame a la puerta
y hayan muerto los caminos
entre tu boca y mi boca,
todo un mundo se habrá escrito.

Más allá del verbo amar

Morgana de Palacios



Rosa de pólvora

Isabel Reyes

Aunque fui rosa de pólvora
y me creía una Xana
hoy las luces de mis iris
son dos barcas congeladas.
Cuarenta días lloviendo
tan fuertemente en mi hábitat…

Entre mis manos y el aire
supimos construir un arca
para salvar a un abril
que en invierno se mutaba.

Hoy al fin el sol reluce
y me lava la nostalgia
regalándome raciones
pequeñitas de esperanza.
Es claridad todo el mundo
y la alegría me llama
como un allegro vibrante
que en mi tempo se instalara
transformando la armonía
mis ojos en luminarias.

Vuelvo a ser rosa de pólvora
en la mar de mis entrañas.



Tengo los ojos nublados
y como cántaros llenos,
en este dos de noviembre
cuando en silencio comemos
extrañando tu presencia.
Sé bien que no te veremos
pero anhelamos sentirte
feliz, sana, recibiendo
golosinas y comidas
que en el altar te ponemos.

La soledad me ha agrietado
en estos años tan negros
cargando tanta tristeza,
que suelto al irte escribiendo
con un caudal de morriña
versos, rimas y recuerdos
que no puedo pronunciar
por el dolor en mi pecho.
Al apagarse tu luz
de mí van quedando restos.

Restos que voy levantando
con el suelo en movimiento
y mi lámpara apagada,
para que veas que ha vuelto
tu madre que no se rinde
mi ofrenda es todo mi esfuerzo,
necesito de tu hombro
aunque sea mientras duermo
en esta senda invernal
donde te busco a lo lejos.

Ofrenda de día nublado

Eugenia Díaz Mares

HISTORIAS

Héctor Michivalka – Honduras

Imagen by Markus Spiske

Algo sobre mi padre

Mi padre, por muchos años fue comodín en el edificio del único Sindicato de Trabajadores de las Bananeras integrado por más de diez mil personas, ya sea como mensajero, carpintero, o taxista cuando lo requería cualquier delegado para que lo llevara de tour por las cantinas del pueblo.

En la entrada principal de aquel edificio había un enorme almacén que ofrecía al cliente electrodomésticos, bicicletas, sillas, adornos y muebles para el hogar. Detrás de la tienda se localizaban las oficinas del gremio. En el patio funcionaba el taller de carpintería, una galera abierta al aire libre, con techo de láminas, en cuyo local mi viejo y un grupo de ebanistas fabricaban mercancía para el negocio. Eso le otorgaba el derecho tácito de cargar en la parrilla de su bicicleta las tablitas sobrantes que cruzaban su paso al finalizar la jornada diaria.

Con el pasar de los meses, papá se vio obligado a erigir un galpón, por partes, en el patio trasero de nuestra vivienda, y que continuaba según exigencia de la madera huérfana que se iba acumulando.

Su codicia tuvo la brillante idea de construir mesas y sillas justo en la acera de la casa, a la vista de los transeúntes como estrategia para promover sus habilidades de ebanista, cebar su ego y exponer los artículos en venta. Era de poco sonreír, salvo cuando un cliente potencial le preguntaba por el precio de un producto, y más si era una mujer la que le aceitaba los resortes de su galantería.

Por sus conocimientos polifacéticos y la fama que aumentaba según adquiría prestigio por su buen hacer, el barrio procuraba sus servicios de plomería, electricidad, carpintería -de albañil, no, porque él olvidaba con rapidez el trabajo forzado-, y hasta de usurero. Con frecuencia, por las mañanas lo visitaba una clientela temeraria compuesta por conductores de autobuses, todavía temblequeando por los sopores de la borrachera de la noche anterior, empeñando la licencia de conducir para mitigar la resaca. Nunca faltaba un raterito vendiendo la poca mercancía que había obtenido en los riesgos de la madrugada a precio de ofrenda.

Mi padre siempre repetía la misma respuesta justificativa ante los reproches de mi madre, al ver una silla de ruedas o un par de muletas en calidad de compra o de empeño: «Si no lo hago yo, alguien más lo va a hacer».

Los clavos viejos que rescataba de las reparaciones, los coleccionaba en una olla tamalera. Si había un pedido pendiente de ebanistería, mi padre sacaba un martillo y un trozo histórico de riel de tren del cuartito de herramientas -el cual siempre protegía bajo llave como si escondiera un alienígena- y ordenaba a mi hermano René, de once años, y a mí, tres años menor, que enderezáramos los clavos de la temible y fastidiosa olla para reutilizarlos en el proyecto.

Nos turnábamos con el acuerdo de relevarnos cada vez que recibiéramos el inexorable pinchazo en los dedos. Muchos clavos eran de imposible rehabilitación por su estoicismo y las contorsiones sufridas durante el desarme.

CONTRATAPA

El «nuevo» mundo

Tengo más de cuarenta años de carrera, una cantidad de novelas publicadas de la que me asombro hasta yo, premios «de los importantes», cuando las editoriales, allá lejos y hace tiempo, apostaban en sus concursos por el talento literario y no por el «número puesto». He conversado con escritores toda mi vida. He debatido en innumerables mesas redondas y jurado en una buena cantidad de concursos, hasta que ser siempre el disidente con la elección de la editorial me hizo entender que «juras eran las de antes». Mario Benedetti me quería a pesar de que yo era un joven díscolo que no quería escribir poesía incluso por no darle el gusto. Tengo bien cimentados mis puntos de vista y he llegado a mis propias conclusiones sin tener que estar recurriendo cada cuatro palabras a la cita de «lo dijo tal o lo dijo cual».

¿Por qué hago todo este preámbulo?

Porque estoy azorado, estupefacto y me pregunto cuál será el destino de la literatura. También me planteo si hasta este momento viví en un frasco literario en el que parece que hemos optado por recluirnos unos cuantos.

Nunca me había sucedido que alguien pida consejo sobre cuántas palabras un escritor debe escribir al día para ser escritor y me explique que se fijó una meta de x cantidad de palabras, sin tener en cuenta que el meollo de la cuestión no es la cantidad sino la calidad de lo que se escribe. Escribir estupideces que luego borrarás, es una pérdida de tiempo.

O que algunos ¿escritores? vayan por allí regalando sus libros a cambio de que gente que lee (independientemente de la calidad de esa lectura) les haga una reseña para las redes sociales y así poder vender su obra (también independientemente de la calidad de la misma). La ecuación es: más reseñas, más ventas. Quiero pensar que las reseñas son honestas (independientemente, repito, de la calidad de las mismas) y no que dependen del «hoy por ti y mañana por mí», como sucede en toda red social que precie de serlo.

O que alguien que dice ser escritor reniegue o pregunte acerca de si la corrección de estilo es importante.

O preguntar a todo el mundo ¿qué título le pongo a mi novela?, luego de exponer una sinopsis que podría ser de esa o de miles de novelas idénticas a esa: la buena chica se enamora del chico malo, que termina teniendo sentimientos nobles además de buenos bíceps y son felices al final sin que falten las perdices.

¿Si tu vida fuera un libro, cómo se llamaría?

Me preguntaron una vez algo así en una entrevista y me levanté y me fui. Mi editor me corrió por los pasillos y no es que uno sea recalcitrante ni pedante, pero espera un poco más de enjundia en el que te hace la entrevista.

Luego ¿escritor de mapa o escritor de brújula? Tuve que averiguar qué cosa era eso y resulta que el de mapa es el que hace un diagrama o un organigrama de cómo son las secuencias de lo que va a escribir y hasta tiene en la grilla de qué color es el pelo de su personaje. El de brújula, no sé, supongo que es el que se fija un norte y encara hacia allá como un aventurero (o sea, es más de mi estilo, si acaso ese fuera el de brújula).

La navegación me acercó a esta red en particular (de twitter huí despavorido, harto de discusiones malhabidas –confesaré que tengo responsabilidad en esas discusiones, porque me apasionan los debates), y siento que es haber llegado a una isla insólita cuyo dios es «el algoritmo» al que todos imploran fervorosamente, con cientos de habitantes de los cuales hablan mi idioma apenas tres o cuatro mientras todos los otros se per-siguen entre ellos tratando de ser per-seguidos, mientras oran: «Querido algoritmo…»

Ni qué decir del desesperado clamor por recetas mágicas contra el «bloqueo del escritor» o la compulsión a «producir contenido para no perder presencia en la red» y acto seguido, pasar a quejarse de los pocos seguidores a los que les interesa ese contenido o de las cuentas que tienen carradas de seguidores y no siguen ni a su propia sombra.

Todo muy pueril, hasta ingenuo, diría. Incluso los haters son ingenuos, tontolines. Y los nóveles… ¡ay los nóveles!, si no estuvieran tan pagados de sí mismos o tan, tan en pañales que ni siquiera entienden que lo están, cuánto se beneficiarían de un tipo como yo, que no pretende otra cosa que transmitir lo poco o lo mucho que sabe para que le sirva a alguien más y la vida no entierre conmigo el conocimiento.

En fin, me vuelvo a mi frasco. Debo ser uno de esos «consagrados pedantes que nos miran por encima del hombro», tal como describió alguien de ese mundo a otro que le dijo que estaba demasiado manida su saga de vampiros románticos y sufridores.

Querido algoritmo, pese a estar visitando tu templo, yo solamente te pido que me dejes como estoy.

גברי אכנזי