Canción de hojarasca
Antonio Alcoholado
Venían de lejos
y todas en una,
sus pieles las horas distintas del sueño,
sus voces las luces detrás de la bruma.
Venían del tiempo
de entonces y nunca,
de allende la noche
y sitios sin dónde.
Traían palabras y canto,
su son para hijos sin suerte,
los mismos muchachos descalzos
por esos rincones de siempre.
Cantaban de un árbol
secreto en su selva durmiente,
un árbol cargado de hojas
guardianas de sombra:
«El viento en las ramas, sin nadie que mire…
Las hojas al viento, sin nadie que escuche…
El viento y las hojas, quietud y silencio terribles
de quienes aguardan tu lumbre…»
Y nadie percibe
ni nadie descubre
al pobre muchacho que pierde los ojos
en este paisaje sin fondo
y encuentra el amor de la madre,
y entiende su herencia de niño:
la sombra que abrigan guardianes
de pecho encendido
y sigue creciendo en los márgenes
de tanta hojarasca que intuye el camino.
Me quedo ensimismado
como si me encontrara en otro mundo,
no reconozco nada,
solo a mí yo iracundo
que busca la respuesta a esa pregunta
que nadie ha formulado…
Me abstraigo en lo profundo
de lo que ha provocado en mi persona
el giro en la manera en que despunta
la inmensa soledad
con que esta realidad
se posa en el abismo de mi encierro.
Preparo la bañera,
que el agua limpie el mal de este pecado,
aunque solo por fuera
pues dentro está todo contaminado
– que allá, en el otro lado,
al cruzar la frontera,
al menos me reciban aseado.
Con mis mejores galas
– vestido elegante y afeitado –
entorno el alma antes que el gatillo
dispare el arma que en mi mano apunta,
justo en este momento
al que solo me enfrento,
para acabar con todo
y hundirme así en el lodo
del que he salido a flote en cada intento
que no tuve valor.
Apuro hasta el final un cigarrillo,
me deja un sinsabor, fugaz, amargo;
anoto sin detalle un gris lo siento
en un papel que saco del bolsillo;
evito despertarme del letargo
para no arrepentirme…
me invento una sonrisa
y rezo porque todo sea deprisa.
Diario de un suicida
Santiago Vázquez
Isabel Reyes
Malabaristas
Aquí o allá, todo es lo mismo,
Todo sucumbe y gira alrededor del miedo,
en el centro del vértigo. Todo busca caer.
Somos malabaristas sobre un centro
de gravedad que busca el extravío,
seres encaramados en el aguijón-vértice
de este tiempo cambiante, brevísimas catástrofes
que están balanceándose y evitan la caída
con cortos equilibrios inestables,
ingenuos trapecistas que no saben
que hacen sus aspavientos en una cuerda floja.