Aprendí a dar las gracias a lo que me ha quebrado, a tantas cicatrices que me hicieron crecer de adentro para afuera, a las cosas calladas que hicieron explosión.
Recogí los pedazos doliéndome los brazos y me abrace tan fuerte hasta escuchar la risa de la pequeña niña hoy ya mujer madura y le dije ¡te admiro! no más explicaciones, no permitas que apaguen el pequeño fulgor que te guía a las sombras de todas tus etapas.
Ahora que regresas y has crecido, no te apenen los restos que yacen a tus pies son del frágil capullo que siempre te sostuvo en tus penas y crisis hasta emprender el vuelo.
Quédate cree en ti y en la potencia de tu voz.
El breve roce de tus labios
Permanece prendido en mi memoria el roce de tus labios, y dentro de ella surge tu voz invitándome a perder la cordura volando con el alma.
Vas saciando la sed que hay en mi piel estéril, como un beso de luna pegadito en mi pecho, bajas con su reflejo entre mis piernas y en silencio, con hondas espesuras derribas la frialdad
Me regresas lo azul con un suave preludio que hace mecer mi cuerpo entre aroma a jazmines, humedeciendo todo con el diluvio intenso que en mi mente provocas cuando te haces presente.
De vuelta a la rutina, vuelvo a hacer un ovillo los recuerdos,tu sombra y el embrujo, teniendo amaneceres con la melancolía adherida a mi espalda.
una palabra, a veces, puede quebrar el día hacerlo añicos tristes de grisura o levantar las faldas de la aurora y elevarlo a la gloria de sus muslos blanquísimos
puede negar tu nombre inducirte al suicidio en el anonimato de alguna alcoba turbia o despertar tu cuerpo con la respiración de la alegría sobre las comisuras de los labios
una palabra puede destrenzarte el amor para que por tu espalda se abandone o crecer como el odio en el jardín de todas las desgracias
impone su exigencia remite a viejos códigos caducos o reinventa el aire que respiras por la boca de un hombre de dulce dentellada y es siempre un ritual tumultuoso que arrastra los cadáveres que alguna vez amamos
una palabra hostil me está creciendo balbuceante entre la poesía y la desgana
Como un grito sin frenos
Si tus sueños me rompen en dos y surge el duelo cuando me acerco a ti, a tu herida inocente, da lo mismo ir cubierta hasta el cuello de negro que vas a descubrirme desnuda y transparente como el cliché gastado de una fotografía que hayas mirado mucho, de cerca, atentamente.
Tengo pocos secretos y menos ideales, ya pasó sobre mí aquel tiempo inclemente, en que la lucha era feroz conmigo misma, porque la rebeldía imperaba en mi mente.
Soy una piedra rara, astuta, casi cínica, de las que no te sirven para muro ni puente, y desapercibida quiero pasar los años ajena a los halagos y a los pies de la gente.
Me he vuelto insobornable, Andrea, como un muerto que ya no necesita de nadie y, solamente, lagrimeo en aquellas contadas ocasiones en que un verso me signe de gracia, bruscamente.
No te duelas por mí que no vale la pena dolerse por un canto rodado del torrente.
Lo mío
Lo mío es el silencio a bocajarro y es el sí pero no de los dementes, si juego al mordisqueo con los dientes en la vorágine del despilfarro.
Por algo soy la reina de un cotarro que es un milagro de maledicentes misántropos de lenguas impacientes que teorizan sobre mi desgarro.
Lo mío son las pieles con blindaje que huyen de la quema, el sabotaje del odio que de traumas se enguirnalda.
Los soldados del alma rompen filas en la fatalidad de mis pupilas y ¡sálvese quien mate por la espalda!
El hombre se destrama mientras siente el porqué de callar sus vendavales y volverse llovizna o no volverse nada más que espuma de un aire sin orquestas.
El hombre alza el pañuelo de los besos y lo libera al aire
mientras lo ve rodar como una piedra líquida piensa en todas sus lágrimas en todos sus bostezos en sus insomnios húmedos en sus últimas risas.
El pañuelo se transforma en pájaro que ríe entre las nubes la búsqueda del sol.
El hombre, abajo, quisiera ser pañuelo mientras dibuja pájaros sin alas que va guardando en jaulas de papel.
Así apaga la luz, cierra la puerta mientras oye volar entre sus páginas.
Animal que conversa
Ciertas cosas no están hechas para el don, decías y abreviabas la vida de la desesperanza; yo aprendí a combatir esa constante y me dejé llevar por la inconstancia de la improvisación. Agregabas aquella expresión a tus victorias como una conquista sobre la voluntad de pertenencia que llamabas tu sino y te reías de él.
Siempre me pareció la tuya una irreverencia trágica y por eso te contestaba eso de que yo me consideraba un tanto mística aunque intentara también sacarme el don de encima.
Mi rebelión te hace reír, aún.
Te hace reír con tu inclinación hacia la metafísica inclemente donde los muertos se manifiestan en una procesión que no termina sino en tu corazón
desangelable.
El terror de las sombras
«de pasionales sombras con voces de ventrílocuo Oliverio Girondo»
Hablábamos de vos, del mineral oscuro de tu sombra. Éramos varias voces en un claro esponjoso donde cabía el verde igual que una parroquia abandonada está llena de ecos que recuerda aunque Dios haya muerto.
Hablábamos de vos, de tu salitre cáustico, de las capas profundas que ignoran la curtiembre, del descarne, del pulso metafísico, del reloj que olvidaste junto al brocal del pozo.
Hablábamos de vos y de la voz del agua entre tu nombre de viejo paredón, de orín del hierro, de arcilla sin esmalte
pero él no lograba descubrirte y el resto hacía silencio.
Yo le hablaba de vos y él me hablaba de vos. Los dos hablábamos como si no estuvieras entre todas las voces
Sigo viendo la sombra de tu infancia en todas las aristas de mi entorno y no recuerdo cuándo la soltaste, cuándo fue que el espejo se quedó con tus pecas, tus trenzas desarmadas y esos labios de leche y chocolate, cuándo dejó de oler a mandarina verde la lapicera rosa que conocía el nombre de todos los papás de tus muñecas.
Cuándo fue que esa niña abandonó las ramas de los árboles para trepar sus sueños, cómo fue que aprendió a controlar la risa de sus ojos a ocultar la locura de sus verbos y las mil travesuras ilustradas en sus flacas rodillas.
Desde cuándo soy yo la que no siente miedo si camino a su lado.
Sal y deseo
Fueron tuyos los versos que nacían mientras tu sombra desataba los nudos de prejuicios que enfriaban mi cuerpo.
Fueron tuyos los versos que nacían cuando mi lengua por tu lengua supo que existían oasis afuera de mi tierra para empapar mis venas de deseo.
Fueron tuyos los versos que nacían mientras te desprendías del latido como también fue tuyo el último poema que dejó mi mirada llena de sal y viento.
Tregua
Regreso al universo que ofrece solo puertos y caminos sin carteles de alerta.
Tal vez se trate de una simple pausa, de un regreso a las luces conocidas que tienen sus recreos fríos pero seguros, sin molinos de viento.
Regreso allí en donde el dos más dos sigue sumando cuatro*, y las letras se unen con los números en música sin rimas.
Vuelvo a ese universo por la inercia que empuja mis principios y que pide silencio para salvar mis dedos de la espuma que nace de los labios, de las voces que escupen desde mi lado oscuro.
No te hablaré de la tristeza, no hace falta. Pero verás mis lágrimas y sentirás, como si fuera tuyo, mi corazón latir despacio mientras que las palabras se emitirán a golpes, balbucientes.
No necesitarás un cielo gris de nubes, ni aguaceros que te calen el alma, ni mis negras tormentas para saber de toda esa empatía que antaño fui buscando.
Te negaste mil veces a entender mis razones. Por qué vienes ahora tratando de mostrarte complaciente.
Se te ha pasado el tiempo. Ni te quiero conmigo ni me valen enmiendas, deja mis aflicciones, que sé cómo curarme. Tengo claro que nunca me moriré de amores:
No se muere la piedra aunque se abra y fracture, y yo soy pura roca que soporta el embate.
Duermevela
En el techo de mis noches se fundieron las estrellas como si fueran bombillas. Está la bóveda negra y escondida está la luna entre el tibio duermevela en que he entrado últimamente para escribir mis poemas, nunca llegando a dormir jamás estando despierta, querer decir tantas cosas y tan huidizas mis letras.
Dónde fueron a volar, por qué se muestran ajenas a todo mi sentimiento sea de alegría o pena que ilumina las pupilas, que obscurece las ojeras. En dónde habrá de encontrarlas mi aspiración quijotesca de escribir un arco iris con toda luz en ausencia y arañándome los ojos con mis esfuerzos por verla.
Las letras se me fugaron mas quedan palabras sueltas, aunque pocas, importantes, que hablan de amor y de guerra, de odios y de perdones, de dulzores y de agrezas, del ego y de grandes logros, también de cosas pequeñas.
Buscaré un electricista que se suba a la escalera y de la noche en el techo de estrellas y de cometas arregle todas las luces para que las letras vuelvan y pueda escribir mi arco, aunque sea en línea recta, fulgente con sus colores que ilumine las dehesas, y los mares y los ríos, las plazas y las callejas.
Y si no puede arreglarlas que me encienda mil candelas y brillen los candelabros que acaben con mi ceguera.
Los árboles mueren de pie
Sigo en pie, aguacerado árbol vertiendo las cristálicas gotas por mis ramas.
Sigo en pie, ya sin hojas. Soy un seco madero a pesar de la lluvia que ha inundado septiembre de nostalgia y recuerdos, amenaza de otoño, cuando emigran los pájaros.
No ha de haber una lápida que recuerde mi nombre, ni flores a mis plantas. No ha de haber epitafio que recuerde mi lucha si no hay cuerpo yacente.
Sigo en pie. Porque es así como mueren los árboles.
¿Cuál era el artilugio que te agotaba el gesto de mujer y te volvía esa muñeca víbora?
A veces me pregunto si –como la mía– tu vida no era otra cosa que un reproche agresivo al que había sellado el desamparo.
El desamor te vuelve impenitente ya sea porque vas de eterno huérfano haciendo de mendigo o porque como yo te ponés ácido como una cosa a la que ganó el moho e intoxica a cualquiera que la acerca su lengua con el raro placer de lo querible.
Heredé esa toxicidad de tus efluvios y esa toxicidad de tus ausencias y esa toxicidad de lo irredento que mastica su mundo de enemigos. Esa faceta de lo imperdonable y esa dureza de lo despreciado.
La casta del veneno que obliga a no querer a nadie que nos quiera.
De historias para no dormir
Finjamos un crepúsculo. Un aquelarre horrendo donde el coro se eleve con un salmo de espanto y les cuelguen los sayos a las voces antiguas Hermanas Promesantes del Perpetuo Sollozo.
Abramos a dos manos el monasterio pulcro que erradique la vida de los malos rincones y atienda al panegírico del dios de los pequeños urbanitas sociables, serenos en su inopia.
Que canten sus romanzas de pájaros y estrellas las suaves voces húmedas de las tranquilas madres que no ven como en ciernes, la niebla se hace muerte y la costumbre acalla lo que nadie murmura.
Maníaco blasfemo, sepultador de cisnes, hirsuto animal viejo de lengua con espinas no me dejas soñar con príncipes ni elfos licántropo del alma, vampiro de la fe.
Canta el coro y eleva sus tan conspicuas voces y sus buenas costumbres y su moral prestada de espaldas al desagüe donde todas las vidas se van a la cloaca religiosa y oscura.
Pecados pecadores de la verdad del clima que no llueven tomates ni café ni promesas. Con los monstruos de mundo, el coro del sollozo tiene para cantar hasta el fin de los tiempos.
Pero con la verdad que raja la postura nadie se desayuna con mascarpone y fresas. Masca Escherichias coli o uranio empobrecido, indignidad, masacres, hambruna,violaciones.
El mundo desarrolla su farsa circunspecta. Este demonio calla. Haya paz en los hombres de buena voluntad.
Vocación de silencio
Yo me caigo en el arte de caerme como un fractal oscuro siempre huérfano o como una ecuación que no responde al alto resultado del silencio. Yo me arrodillo a veces, no me caigo, con la boca en la piel del desencuero para que uses tu látigo de seda en la sangre copiosa de mi cuerpo.
Yo a veces me arrodillo y nunca en vano, porque me da la gana; nunca es miedo de que un día me escupas en la tumba o te escapes del piélago violento en una barca inútil de promesas con quién no sepa jota de sus remos.
Yo agacho la cabeza si tu mano escribe en mi cabello un manifiesto donde el sol se haga frágil como un niño que cree en las promesas y en lo eterno, porque apuesta a saber que hay en tu idioma un río metalúrgico y sediento del agua de mi espada y la victoria de nuestro amor es cosa del destiempo.
Y vos, entre la duda y la promesa, vas de la fruta al jugo o al pelecho si mi boca reclama, intempestiva, que por fin fructifiquen los anhelos.
Vos sos esa raíz avariciosa que sostiene en la tierra todo el huerto y yo soy ese viento que deslinda la gran docilidad de los desiertos
y un mar…un mar hecho con diques con arrecifes, pulpos y alfabetos en que el coral -en púrpura- madura y escribe que me encallo en los «te quiero» con esta vocación por lo inaudible,
como un profundo voto de silencio.
Apúrate mujer, ponte bonita, no te tiñas el pelo y trae vino tinto y dos cebollas… Yo cacé dos conejos.
Sin que lo espere llegas, invadiendo el solitario espacio de mi nube, llenándome de sed con el perfume parido por tu piel, que huele a cielo.
Sonríes suave, fuera de tu tiempo venciendo mi tensión, mis hondas cumbres, con la seguridad de quien sus cruces supo sobrellevar perdiendo miedos.
Yo me dejo, entregado tomo fuerzas y subo hasta tus ojos a mirarme, a extraviar las ausencias anteriores.
Tú dejas que te asalte a tu manera exigiendo destroce tus pesares con mis modos de diablo vuelto hombre.
Mañana, nuevamente, nuestros nombres sabrán que, diferentes, son iguales.
Como un alivio que se escapa
con las distancias insertas en el debajo de mis párpados solos erigiendo como un mástil y su bandera la aridez de los caminos que transité necesitando de todos y sin pedirle nada a nadie encallo sin furia y sin timidez el borde de mi mirada al límite de sus ojos que me observan y me juzgan más allá de las leyes que los normales se permiten
irreverente y de algún modo temeroso reverencio la estatura de su voz que calla sentencias palabras que cualquiera diría memorias repetidas de manual los gestos verbales con que impúdicamente la gente sin rostro me insulta si acaso naciendo antes que yo carece de heridas o curas qué ofrecerme
a diferencia de mí por su costado ella sangra dos hijos criminales parientes sin semilla lo abyecto de varias religiones y una sonrisa sana como última bandera
me besa boca abajo su manera de beber mi whisky de entregarse y pedirme seamos uno de hacerme pontífice más allá de los sonidos que no tienen más público que yo que sí que escribo para mí carajo
sonrío como un alivio que se escapa del agobio que lo define y de un golpe la desnudo sobre mi historia en una desesperación tranquila de acantilado que sabe una sola vez golpeará la roca una sola vez eterna una eterna sola vez
cumplido el oleaje los fractales en un rincón sus ojos dormidos me miro las notas que no pulsé la vez que no apoyé la frente contra el muro
Sobre el límite
En el último segundo, el que separa la primera de las noches futuras de todos los anteriores recuerdos, indefectiblemente uno se mira en las manos la huella que en los dedos dejaron las cuerdas cuando la mayoría de edad era una ilusión y los años vividos ya eran demasiados.
Por un instante hay que ser el adulto que necesitamos en esa infancia edificada a cintarazos justicieros logradores de la excelencia en la puta libreta ¡y qué honor lo del puto pabellón patrio ahí en el desfile! Entre desconocidos cuyos rostros todavía persigue mi saliva.
“Jamás con el más chico”, decía el salvaje y yo le buscaba los ojos a su rabia cuando alguna tarde me azotaba nervioso, como derrotado de sí mismo. Le paseé roturas, después, obediente, mi puño siempre fue de abajo arriba. Sediento, insaciable, coseché el llanto ajeno ganándome el oro de la distancia.
En la precisión de lo efímero, en lo fugaz no existe la visión periférica, uno cree ver por el rabillo del ojo, sí, pero lo que sucede es un oleaje en el corazón; es uno que intuye lo inmutable que ha ido construyendo por eones y que siente, a fuerza de dolor y placer inicia su brutal y suave trabajo de parto.
Ah…, sí lo que dije de ella, también lo que dije de nosotros, igual; en un concurso justo ganaría algún trofeo, lo sé. Mas, lo que callé su nombre las fechas constituyen las dagas en las gargantas precisas lo que soy, que existe, y nadie alcanza.
Como muñeco endeble, rojo hielo, como lago vertido en una mano que no logra atraparlo, partisano incapaz de romper su turbio velo.
Como límite azul de mar y cielo: indefinido, lánguido y lejano. Como perfil de luz glauca, liviano acompaño la senda de tu vuelo.
Revoloteo tras de ti, estornino sin bandada que insiste en tu camino pues no hay otro mejor para sus pasos.
Y no reclamo, pero sí me asusto cuando despierto solo en el injusto lecho de las derrotas y fracasos.
Frialdad
Hoy no quiero arrastrarme por el suelo llorando como un cínico payaso, he obviado alimentar un porsiacaso que frene con excusas el canguelo.
Hoy toca desgranar, a golpes, hielo y beber con su frío cada vaso que sirven anunciándome un fracaso creyendo que mi piel es terciopelo.
Mi invierno es un favor al mundo ocre que aunque muda sus hojas cada octubre no consigue un matiz menos mediocre.
Hoy resisto perenne a cielo abierto, aguanto la tormenta que nos cubre y pese a congelarme no estoy muerto.
Tocar la magia
Hay momentos que escapan de la realidad y se guardan en planos impropios de la física:
Los riesgos de acercarse a un contacto ficticio. Los dedos revolviendo mechones de su pelo, la sonrisa intangible del adiós, la luz que no ilumina la penumbra y, sin embargo, es.
La posibilidad latente de fugarse a otro mundo ajeno, la incertidumbre exótica de saberse distinto.
Y una lógica sobrevuela el alma y exige impertinente resolver los enigmas del lugar corporal donde contengo la magia de un quizá.
Jamás tuvimos garbo pero aún así danzamos con la vitalidad de un sentenciado a muerte salmodiando al perdón frente a su cena.
Danzamos, y el resto del concurso que nos mal imitaba nos mostraba su enojo.
Ingrávidos danzamos, tú amarrada a mi cuerpo yo al vuelo de tu falda tú llenando mis manos yo atado a tu cintura, en breve contrapunto.
Apoyado en tu pecho sobre mi fe tu voz danzamos indomables hasta que la locura, dejó de intrepretarnos el vals de los amantes y el tiempo y los silencios, nos quitaron las fuerzas.
Habana inmaterial
Estoy aquí, viviendo con los pies enraizados a esta casa magnífica minimalista y ancha, confortable, con los labios sellados y el corazón penando los ojos ya desérticos y mudos ante esta geografía sin límites con las manos raídas de tejer al presente direcciones y rostros, de retener en la memoria turbia papalotes sangrando tinta china en las nubes solares bulliciosos habaneros y esquinas, los autos con sus sones de salseros modernos boleros sumergidos en tragos de daiquiris.
Estoy aquí vestido de pasado mecido por las aguas sin ventura ni suerte de este mayo europeo nostálgico y sin trópico mal viviendo, muriendo, amortajado en ésta habanidad distante que se me antoja cada vez más rota.
Jack Skeleton
En voto de silencio me declaro aunque la «verbi gratia» me desborde que puede mi discurso no ser claro si mi voz de poeta es monocorde.
Y ya puede mi Sally tras la reja pedir que rompa en dos mi mandamiento que no daré cordel a la madeja de versos sin tener conocimiento
Hay silencios que dictan en su arrastre una suerte de efecto mariposa no temas, Sally Persson, si el desastre alcanza a mi liturgia clamorosa.
Te vuelves por momentos adictiva a amores que alimenten tu brasero, yo soy tu Frankenstein y tú la diva que doma la pasión del romancero.
Y mientras la metáfora resiste a regalarme su divino encanto carcelera es la sombra que te asiste hasta que el verbo anuncie el contracanto.
Si no puedo sellar mis grietas que permiten que se inunde mi pensamiento cuando la lluvia me atrapa alevosa, y con el sol a la vista,
solo bastará un ligero tremor para disgregarme y servir de alimento a los poetas que solo han respirado dentro de sus burbujas de murria.
No sé si podrán digerir mi sangre sin tipo definido y las arterias quemadas por el odio humanista que me corroe, hacia la claque de humanos sin humanidad.
Podrán nutrirse de verdades y mentiras que enuncié para salvarme y salvar a otros de la soga del cadalso. Conocerán de la tristeza de muchos sin nombre ni apellidos a través de mis células que podrían horrorizar al peor de los indolentes.
Mientras sigo buscando el mortero que se adapte a mis cicatrices, hago el autorretrato que se niega a plasmarse con exactitud. Solo la imagen de un Frankenstein moderno y pesaroso se vislumbra en el lienzo.
Una fantasía
Pudiste ser la niña que debió estar presente para tender tus manos cuando corrí directo hacia ese mar de fuego donde encontré destinos ocultos en la sombra.
Allí perdido me formé soldado para vivir en pleitos hasta con mi conciencia. Hoy no sé cómo abandonar las armas y hasta mi catre, creo, es mi baluarte frecuentado de espectros.
Avanzo con el ritmo de alguien que no pasea sino que trota hacia un carretón donde estoy atrapado como en las pesadillas que tenemos de niños.
Voy y zafo las amarras del otro yo más joven con la esperanza de que vuelva atrás no para que claudique, sino para que busque dónde quedó escondido el espacio de paz que me toca por ley. Y me declaro inútil para lograrlo hoy.
Sólo espero con calma el resultado -toda una fantasía- pero… quién sabe.
La madre que conspira
Miro esa madre conspirando en fugas, que imagina trepar por las fachadas como una Gárgola que busca cúspides y se aleja del mundo terrenal.
Sueña con Ángeles que buscan nido para esconder lo amargo del destierro, como si hubiesen profanado al mundo.
Teje en su mente alas de raíces que va escondiendo en un rincón del cuarto donde se siente presa de mil monstruos.
Hurta maderas del galpón del fondo y recoge los clavos que descubre en sus paseos que mantienen vivas sus ansias de escapar hacia los mares.
Sueña con una hermosa barca verde que dirige la proa al infinito.
No sabe si sus fuerzas, que ya merman, le bastarán para lograr su hazaña.
Una voz la sorprende cuando dice: ¿por qué tu hijo trae un remo aquí?