Volver a sentir / No bastan / Distancia / Esas marcas, por Ruffo Jara

Volver a sentir

No creí
que volvería a estar enfrente de ti
dibujando historias en mi mente,
colgado de un planteo imaginario,
dudoso, pero tan real en mi sangre,
mientras tú abrazada a tu guitarra,
vibrando las cuerdas en antiguas melodías,
me devuelves a un pasado
del que nunca salí del todo ileso.

Es así
que miro a través de mis temores,
de mis heridas secretas que no adivinas
ni en tus sueños más lúcidos,
de mis ansias por alcanzar
un pedazo de lo que a ti te roza
en esta desavenencias de destinos
que marcan el ritmo de nuestros pasos,
en donde ya no sé si eres tú la que se aleja
o soy yo el que se marcha.

No bastan

No bastan las cosas que crees suficientes,
cuando lo que haces no roza
el precipicio de lo imposible.

No bastan los momentos vividos,
cuando lo que el corazón reclama
es morder el polvo con violencia,
a fuerza de insistir y agotar las posibilidades.

No alcanza con decir un nombre que te incluya,
cuando estás imposibilitado
de encontrar el tuyo propio
en la maraña de ecos que te perturban,
ni bastan los adjetivos,
los pronombres, los verbos,
si el predicado pierde conexión
con el sujeto de tu llama eterna.

Tampoco bastan las heridas de una emoción pasajera,
desde que eres incapaz de sangrar por dentro,
y aun así, recomenzar otra vez,
ni romperte en mil pedazos,
si no puedes reconstruirte en el día a día
de tu constante caminar.

No basta el hastío de las lamentaciones,
si no te decides a marcharte para permanecer,
ni ganar soledad para generar compañía.

No basta la torpeza de perder para caer,
cuando desconoces que la derrota
la podrías convertir en victoria.

No bastan.

Distancia

Al fijar en un punto mi mirada
puedo ver la distancia que divide
el dolor masticado en soledad,
de lo que se desprende de esas cosas
tan nuestras, que aunque extrañas
entre sí, se parecen.

Siento lo inalcanzable
y el anhelo interior de seguir,
aun al precio cruel de abandonar
uno por uno todos mis arraigos
en el altar de cada huella sobre la arena.

Y a mitad de camino
entre lo que fue y lo que no será,
sabiendo que transito un viaje interminable,
percibo el brutal ritmo, el que ha sido forjado
por nuestros prisioneros, que amos de nuestras penas
necesitan mostrarnos lo que aún no alcanzamos,
que con lejano grito impulsan a cruzar
el desierto y la noche más oscura,
el frío y el calor,
el cansancio y la sed,
para dejar de ser tan sólo sensaciones
y erigirse inmutables en partes de la puerta
por la que pasaremos desnudos ya de heridas.

Esas marcas

Esas marcas que llevas en las manos
y que muy pocos sabrían leer,
no fueron consecuencias de andar por ahí
cazando vientos en tardes de lluvia.

Más que nada, más que todo,
ellos se plegaron a ti porque eres
más que un simple recuerdo que se autoalimenta.
De ser, polvareda que se levanta,
espinas que se clavan y tiempo
como eterno devenir.

Nadie lo ve, todos lo sienten,
el azul de un crepúsculo cuyo sol
ha perdido su pigmento,
para cedértelo a ti,
a tu espejo de plata incorruptible
que refleja el oro de tus mil pétalos solitarios.

Me rompe,
me despierta de este sueño imposible,
de esta soledad que bebe de una lejanía de frío
que desmaya su alma de tumba y silencio.

Muero hasta que me ves y me tiendes
esas manos, esas marcas, ese tiempo,
esa forma definida por contornos
de geometría antiquísima,
y entonces no sé lo que en mí nace.

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