El mundo hiende el alma como torre de arqueros,
saetas de violencia torturando mi entraña,
arropada en barrotes, enfermedad y muerte.
No tengo nada más que ofrecerte en candil
que demonios meciendo mi carne tierna y débil
como luz de luciérnaga enroscada a mi cuerpo.
Quiero olvidar mi carne y el demonio y el mundo
y ser un ritmo largo besando un cielo limpio,
mecer un arco iris de oro y cristal amante,
romper los laberintos y temblar con estruendo
que alcance toda voz; resonar en las almas.
Habladme del incienso, del pan para el espíritu
como tallo encendido sobre ritmos de aurora;
contadme del amor, de su capa de luces,
de las remotas tierras que son cálido rezo.
Decidme que en el mundo se abre un amanecer,
que el Hombre ya no llora, que es blanco y sin lamento,
que evoca en su contento días de honor y gloria.
Dadme en suma esperanza y no angustia y tristeza.