Una reflexión
Un ejército sin bandera desafía nuestras vidas, nos mantiene estacados en la tierra para obligarnos a ser testigos de cómo sus minúsculos soldados babean sobre el paisaje de nuestras rutinas mientras deambulan buscando más y más víctimas. No sabemos liberarnos de esta guerra que no escuchamos declarar pero imaginamos en miles de películas; una guerra que está cambiando nuestro todo, nuestro mañana y la manera con la que miramos el ayer.
Quienes son alcanzados por las manos de este extraño enemigo permanecen en silencio para no sentir más intensamente cómo se rompe el aire a su alrededor mientras entregan su sangre al destino. Un destino que pudo ser menos hambriento y solo dependía del nosotros.
Ahora el planeta sigue el movimiento a merced de un piloto automático mientras la gente cae de él porque ha soltado las manos de las manos de otros y espera con miedo que nadie toque en la puerta de su vacío. Cae mientras extraña el sabor dulce de un beso, el color celeste del cielo, la fuerza de un abrazo. Cae después de comprender que nunca agitó las alas mientras sobraba el aire y se podían proyectar vuelos. Cae mientras los invasores que huelen lo vulnerable y se relamen, giran a su alrededor como gira un perro cuando decide acomodarse en un lugar del mundo.