Igual que una luna en llamas que en metáforas se empoza damos a luz la palabra con cruces de la memoria. Abrimos senderos íntimos que dejan al mar sin olas y la tinta sangra y sangra por nuestro parque de sombras.
Pero ocurre algunas veces que el sol se nos desmorona y no podemos plasmar el grito, el llanto, el aroma del alma que va por libre sobre el blanco de las hojas y es cuando miro al reloj despojado de sus horas y en el mapa de mis ojos se reflejan las palomas.
Cuando la música llega a desaguar en mi boca, la poesía me llama con su voz arrulladora. Entonces me arrugo en mí igual que una caracola y en introspección me escribo y el poema se desborda.
Pero ocurre algunas veces que el sol se nos desmorona y no podemos plasmar el grito, el llanto, el aroma del alma que va por libre sobre el blanco de las hojas y es cuando miro al reloj despojado de sus horas y en el mapa de mis ojos se reflejan las palomas.
Cuando la música llega a desaguar en mi boca, la poesía me llama con su voz arrulladora. Entonces me arrugo en mí igual que una caracola y en introspección me escribo y el poema se desborda.
Iza velas compañero timonel de las palabras y a la orilla de las horas ponle música a tu alma dirigiéndote sin miedo hacia el noray de mi abra donde rugen los silencios y los siglos de nostalgia.
No tengas miedo y expresa qué te duele, qué sed alta te está quemando por dentro y se enraíza con saña en el fondo de tu mente, las palabras susurradas que temen salir al aire y son aves que no cantan.
En mi isla de sigilo allá donde guardo el arca de metáforas y versos siempre encontrarás la calma.
Amigo de tus amigos no defraudes a tu dama.
Ella guarda mi armadura yo en el alma su requiebro, pienso llevarme a la tumba este amor, todo desvelo y no pienso olvidar nunca su nombre de altos cerros..
Por favor, pido a la luna que cuando crucé mi cuerpo el túnel a sierras pulcras me devuelva su recuerdo y le susurre a mis dudas su mantra edénico entero.
Ella guarda mi armadura, yo en mis arterias su verso, mi pasaporte de runas para salir del infierno:
¡Son poemas de alta cuna!, dirá seguro el barquero.
Ella guarda mi armadura, yo su sonido en stereo
Morgana de Palacios & Gavrí Akhenazi
Pleamar
En las islas de tu nombre hay pájaros veraniegos.
Un hecho del mar, tu boca, para mi río de muertos que desagua algunas veces sus peores pensamientos en su rutina sin sol sobre tus playas sin miedo.
En las islas de tu nombre hay pájaros extroversos.
Un hecho del mar, tus pájaros sobre el camino desierto que sobrevuelan constantes –como a historias de misterio– la sequía de mis pasos desprovistos de alimento.
En las islas de tu nombre hay pájaros a destiempo.
Un hecho del sol, tu mar acantilado de besos, amurallado de pájaros, desabrigado y esbelto que con sus manos de agua va moldeando mis silencios.
Cuando mi boca se calla, un hecho de amor, tu gesto.
Gavrí Akhenazi
En las islas de tu nombre un cuervo tutela alondras que en lengua romance dicen lo que murmuran las sombras.
Cuando el sol quiebra el ocaso y la noche se transforma en la escalada de odio que al sur de tu sur zozobra, me han dicho que los misiles caen a cientos en la zona, que son días de matanzas programadas peligrosas, que las alertas no cesan en sus gritos a deshoras, que se incendian edificios, bosques, desiertos y rocas.
Que siguen acuarteladas en sus cuarteles las tropas, con la paciencia perdida y un «alto el fuego» en la boca que no cumplen las naciones de la muerte expendedoras.
Qué pasará si el poder con su mano temblorosa aprieta el botón del pánico y descarga cuatro bombas contra Irán y los sicarios del terror que en Gaza flota como el venenoso aliento traicionero de las cobras.
La información que nos llega desorienta más que informa, porque pocos son veraces con la realidad rabiosa y menos los que dan cuenta de las manos tenebrosas que en la guerra de desgaste trafica con sangre roja.
Tú escribes por olvidarte un rato de tus pistolas, y yo porque no me olvido de la luz vertiginosa de esos misiles que estallan sobre el rostro de la aurora.
Morgana de Palacios
Décima espinela
Ángeles Hernández Cruz – Ana Bella López Biedma
Encadenados a la esperanza – Paisajes de interior
Ángeles Hernandez Cruz
Ana Bella López Biedma
Hoy quiero que fabriquemos una gran cometa blanca que nos sirva de palanca y arranque el mal que tenemos. En su vela pintaremos flores de vivos colores que ahuyentarán los temores, los llantos y pesadillas. Volverán las maravillas con eco de cantadores.
Con eco de cantadores, volando en nuestra cometa, veremos la silueta del monte de los amores. Te pediré que no llores por los que se han apagado que estarán al otro lado arropando nuestras vidas. Aun con las almas heridas el dolor será olvidado.
El dolor será olvidado y nuestro Teide orgulloso destacará siempre hermoso aunque el día esté nublado. Lo perverso desterrado, nos hará ser más humanos, generosos, más cercanos, aunque quede algún mezquino. La esperanza es como el trino de un canario en nuestras manos.
Abro la ventana. Llueve con su arpegio gris plomizo. En mi corazón granizo y en mis ojos pura nieve. Busco un gesto que me lleve hasta un paisaje de sol, un roce de tornasol a esta foto en blanco y negro. Una sonata en allegro a mi pena en Mi Bemol.
Cruza el portal, el bolsillo lleno de arrojo, aventura, y un toque sin calentura. Juega conmigo chiquillo a ese corre que te pillo que nos devuelva a la infancia. Retemos con elegancia a este tiempo que nos toca. Tiremos a quemarropa sin mirar la circunstancia.
Inventemos mil paisajes de vinilo o mazapan, lugares a los que van solo los que inventan trajes sobre torpes fuselajes con los que subir al cielo. Convirtamos cada anhelo en la real realidad. Solo aquí somos verdad que en su verdad alza el vuelo.
Canto a tu voz mujer porque me trae el viento de la mar y me azulea el íntimo paisaje de mi isla. Somos dos soledades en la brecha del camino hacia el sol desde lo oscuro que envuelve nuestra voz, y donde empieza el periplo interior, nidos de umbría que el corazón a veces nos destrenza.
Solitarias las dos con muchas viñas, dos ríos estrellándose en las venas, dos ocasos volviendo con la lluvia volcando nuestra sed en los poemas que se van con el viento de la tarde, con palabras sembradas que aletean en el quieto paisaje de mis ojos y en mis manos de lianas y de selva, contigo estoy obviando a donde iba al aguacero intenso que no cesa y vuelvo con la lluvia a la nostalgia de antiguas y doradas primaveras.
Ambas en el silencio de la tarde introversas las dos con mucha esencia, Idella, amiga mía, mi tocaya estás aquí, con siglos de certezas abriéndole las puertas al silencio de esta mujer que pone en pie su idea de lavar en la lluvia a la nostalgia porque tiras de mi con mucha fuerza.
Isabel Reyes Elena
Sin palabras me quedo porque el agua de mis ojos ahoga mi voz seca que de tanto clamar se ha enronquecido y es tan solo el susurro de una vieja que ya se sabe estéril, solitaria, y no da con la fuerza del poema
Solamente en recuerdos se ha forjado que puede arrebatarse con vehemencia cuando llega otra voz que la acompaña y le dice en sus versos «compañera», cuando llega el calor de tantos años que van iluminando sus ojeras y se quedans las dos introvertidas pues siempre han sido almas introversas.
Isamaris las dos, como dos rosas que van juntas en una enredadera unidas por el son de las palabras que aunque cerradas siempre están abiertas, que a veces el silencio se nos abre y nos deja expeditas las cancelas para poder sacar todas las cargas que dejaron pasadas primaveras y se han vuelto livianas en otoño porque la edad nos hace estar alerta.
Con las lluvias de abril me va viniendo la nostalgia de versos en cadena que otras veces sutiles engarzamos como joyeros en una diadema que guardamos avaras en un arca para sacarla en tiempos de tristeza y desgranar sus cuentas, poco a poco, y alegrarnos al fin con su cadencia.
Idella Esteve
Andas buscando y buscándote en esa playa del alma como un haz de sol trenzado insaciable de palabras que den la luz al paisaje de oscuridad en que ambas nos removemos nerviosas desaguando nuestras ánforas que nos pesan como un fardo siempre sobre nuestra espalda.
Hay que saltar las orillas no echando atrás la mirada de recuerdos dolorosos de ausencias y de nostalgia como mujeres valientes pues no puede la añoranza entrañarse en dos poetas que a la vida le dan cara.
Esos versos en cadena para alegrar las mañanas me han servido en ocasiones para dejar la nostalgia escondida en los cajones donde guardo la amalgama de los recuerdos vividos que vívidos se derraman. Mis puertas están abiertas a todas horas hermana.
En los días que vivimos de esta manera tan trágica es cuando más precisamos que las dos demos la talla. Puedes entrar cuando quieras pues te regalo la entrada y en alejandrino el próximo pues cambiaré el pentagrama.
Isabel Reyes Elena
Alejandrinos si quieres, o endecas con filigrana de esas que labran en Córdoba con hilos de fina plata, cuando ambas romanceamos se viene a la letra el alma y no nos importa el metro si es el ritmo el que nos canta para que se salga al aire esa escondida esperanza que trina como los pájaros al filo de la alborada dejándose entre las sombras la penas y las nostalgias, amaneciendo con soles que no han de quemar las alas.
Volemos alto, querida al horizonte encaradas sobre el tomillo y romero que tapizan la montaña, sobre la dorada arena de los bordes de la playa sobre el azul de la tarde como dos gaviotas blancas
Porque me busco te encuentro en los versos que engalanas con ese decir tan tuyo tan diáfano como el agua esa que sale de dentro fluyendo de tu alfaguara, esa que limpia los ojos y hace ver las cosas claras esa con la que me calmo en mis horas más aciagas, esa que das en poemas, esa, mi querida hermana.
Ofréceme alejandrinos que suenen como romanzas nuestras voces son capaces de despertar la mañana.
Idella Esteve
Quiero apagar la antorcha de mi melancolía y alumbrar tus poemas de música inundada, quiero dejarte un mundo impune de tristeza con jirones de aurora y días de bonanza y que encienda la luz en tus días oscuros atravesando el halo de una luna incendiada.
Deseo mucho más, querida compañera de mis justas poéticas que tan bien engalanas y me animan y empujan a soñar horizontes sin hilos agridulces, con retales de albada.
Me enseñaste lo oculto del halo del poema y entre sombras y luces me diste la esperanza, levantaste mi ánimo cuando estaba sufriente y sé que en mi destino estabas reservada con las manos alígeras del aire de la vida y en muchas ocasiones me diste la palabra, encontrando los nudos que estaban señalados a que dos almas puras su introversión volcaran.
Tu voz, susurro cálido, destello de ternura, navegó por mi sangre con la única jarcia de los altos vocablos que traslucen tus versos.
He de extender tus versos en mi íntima playa.
Isabel Reyes Elena
En un tiempo, querida, fuiste luz de mis noches cuando con el silencio a leerte llegaba. Y yo hablaba contigo antes de irte a la cuna y tú, con la dulzura en ti identificada, escuchabas mis dudas, mis palabras, mis cuitas que por un largo tiempo estaban silenciadas.
Te sentí compañera desde el mismo principio y enseguida aprecié lo insondable del alma cuando con voz profunda escribías de adentro recuerdos escondidos que libres escapaban.
Temor reverencial surgía al contestarte por no saber decir. Mas tenía esperanzas puestas en tu consciencia de que yo era aprendiza y que estaba dispuesta a que tú me ayudaras.
Hubo una connivencia en lo que nos contábamos y aprendí a imaginarme las cosas que callabas por todas esas otras que tuve en confidencias unas veces dichosas y otras veces amargas.
Y siempre he demostrado lo mucho que te admiro, Eres el exponente de quien sufre y quien ama eres la gran poeta de precisos vocablos esos que te son fáciles y en poemas derramas.
Tus versos son suspiros que vuelan en el aire, que salen de la noche convirtiéndose en alba.
Mi viejo color rosa ha madurado hacia el fondo de mí y este que uso ahora se me parece más porque tiene esa impronta a cocimiento que lucen las cazuelas esmaltadas.
Soy ya de arcilla bien modelada y firme, un cuenco para sopa en el invierno, un ánfora de agua, un plato con un guiso suculento
y así degusto a solas mis manjares.
Ya no convido a cuanto peregrino da golpes a la puerta de mi mundo ni a tanto trashumante trasnochado buscador del pastizal de altura.
No creo en los mendigos que sollozan males de amor ni en otros mendicantes que ruegan por apósitos.
Tuve mi etapa de credulidad porque quise creer.
Pero las tonterías tienen las patas cortas igual que las mentiras.
Ambas nos hacendaño.
Eva Lucía Armas
Tu color
Me gusta tu color Dios bien lo sabe, tu color de princesa sin corona sin trajes ni aspavientos. Tú me gustas porque tu voz convierte mis angustias en divino placer.
Tú mi amapola, tú el bolero mejor de mi vitrola.
Me gusta tu color: mi Dios lo sabe.
John Madison
El hombre en el balcón
El hombre en el balcón arroja incienso a la calle poblada de guirnaldas y festeja en la sombra a las estrellas que le ocupan la voz y la garganta.
El hombre en el balcón canta en silencio con voz de sol tallada de guitarra y acróbata en el aire teje espumas desagregando olas en fogatas.
El hombre aquel en el balcón me gusta porque su voz es indisciplinada pero alza vuelo sobre malos vientos o se duerme en las noches de las playas cuando se terminaron las gaviotas sobre el clamor del agua.
El hombre del balcón tiene en la lengua todas mis amapolas desangradas.
Eva Lucía Armas
ORÍ
De vez en cuando el hombre de los versos perdía la ilusión por la palabra y marchaba a su reino, con sus muertos, a llorar en silencio sus rondallas.
De vez en cuando el hombre de los versos dejaba de ser hombre, no era nada.
Y como ocurre (siempre) en las historias escritas en el libro irrevocable de la vida, llegaba a la discordia del hombre azul de boca insoslayable su mujer en espíritu, su novia su mustang cobra mágico, su trance.
La dueña de su *Orí, su pan de gloria, su deuda no resuelta irrecordable.
Llegaba esa mujer y recogía sus lágrimas de Juan Martinez Frágil y a golpe de romance construía un nuevo corazón, un nuevo mástil una nueva galera, un Juan vigía para ahuyentar las voces de las banshees.
Llegaba su mujer: Eva Lucia, con su amor de vestal insobornable.
Yo sé que a veces hinco la rodilla en la tierra y que entierro en el pecho la cabeza afiebrada por imaginar cosas que podría decirte a solas y en la umbra, como alguien sin mañana.
Pero soy un silencio que se remuerde solo con vocación inhóspita. Una bestia esteparia que busca entre las cuevas secretas de tu especie la especie que ha perdido su espíritu de llama.
Aúllo y te reclamo con mordiscos de lumbre, tu acerico de ausencia se me clava en las plantas y soy el caminante que ha extraviado un desierto y rebusca en su sed el agua de la lágrima.
Al fin y al cabo, a solas, sin tantos artilugios asesino entre verbos mis mundos de metralla y, como ves, inclino mi arrogancia señera a la rienda de seda de tus manos extrañas.
No me acaricies, hembra, que la melancolía de no haberte tenido, me llena de nostalgia.
Gavrí Akhenazi
A veces soy sufe si, de repente, le arranco la espoleta a una granada y detona al chocar contra mi boca y me llena de esquirlas la garganta.
Otras veces no soy más que el colapso de la buena intención y su mirada se pervierte en la sádica tortura que quisiera infligirme en la distancia.
Se ha vuelto vulnerable con el tiempo, quizás por sus insólitas jugadas.
Aún prefiere andar bajo mi lluvia sin pedir el cobijo de un paraguas, porque le gusta amanecer mojado cuando son secas otras circunstancias.
Yo soy el putching ball que absorbe el golpe cuando su corazón se desbarranca, pero crece en el verso si me nombra y se excita, varón, si medescalza.
Morgana de Palacios
A veces soy así y a veces lento, gravito en tu pasión como la escarcha que te nieva entre enero los azules y desde tus azules desbarranca su ligereza inútil y su nimbo de insospechada claridad humana.
Estás de pie en el mundo como el tiempo recorre el universo y lo equipara y nos volvemos hitos planetarios que van ajusticiando las palabras porque tu boca clara marca el rumbo del que se aleja hostil, mi boca amarga.
Que he cambiado, lo sé. Sé que he cambiado. Que ya no soy aquel que sí mataba al enemigo y luego, victorioso alzaba la cabeza cercenada y la echaba a los pies de tus trofeos en la vieja cuneta de las ansias.
Cambié. Me puse bueno y metafísico, contemporizador y mano blanda, pero si alguien te toca, te aseguro que la bestia me habita aquí en la rabia y me vuelvo aquel malo ingobernable que doblegó tu mano, sana y salva.
Gavrí Akhenazi
En tu mapa vital las cicatrices marcan los aspavientos de la suerte, los dolores y los retorcimientos que tocan las mujeres con dedos temerosos y labios indecisos cuando aún no penetran en tu mente.
Son tantas las grabadas en el tiempo de las escaramuzas en los frentes, que casi no recuerdas ni tú mismo si son un tatuaje en las paredes de la piel maltratada por la vida o es la propia vida quien dibuja vaivenes sobre tu cuerpo enjuto acostumbrado a engañar a la muerte.
Yo que guardo las mías donde nadie las ve, sé que las invisibles en ti son las más fuertes, las que nadie sospecha que puedan existir y las que más te duelen.
No has cambiado tanto, sigues siendo el soldado que camina en la sombra con el alma en los dientes. Sentirte solo es parte de la ferocidad que te nace en el vientre cuando la indiferencia ajena por el mundo se te vuelve un parásito evidente.
Al final no eres ese ni el otro, eres tú, exactamente tú, profundo y breve.
Morgana de Palacios
En el rito vital la coincidencia nos devolvió a rutinas despiadadas y en un desequilibro, desvariadas, nos atrapó su suave incandescencia
Podemos resumir nuestra indecencia en las imaginarias desaladas de dos extravagancias extraviadas al mundo peculiar de su inconciencia.
A veces vos sos fénix, yo soy cobra. Para llevar la identidad del sino: míticos bichos presos en la obra.
Existen, más allá de ese destino con que enfrentan el pecho a la zozobra, tu corazón de miel y mi asesino.
Gavrí Akhenazi
Mala para tus ojos, porque te gusto mala, mala de malitud, de naturalescencia, mala por revolverte, por disparar la bala que te acierta en el centro de la circunferencia.
Mala por alumbrarte, malérrima bengala con fuegos de artificio los días de abstinencia, por no rendirme nunca al Coronel de gala y excitarte los ojos con mi concupiscencia.
Mala por estar viva y provocar tu celo, por servirte en bandeja la erótica del velo que enigmático cubre mi voz que se regala.
Por aguzar tu ingenio para los desvaríos y hacer que de tu boca promiscua fluyan ríos de poesía libre, me has bautizado Mala.
Morgana de Palacios
Después, para tu boca, el vendaval del hambre que te estalle en los senos de prédica madura y que tu vientre curve la fuerza de la sangre sobre el vértice inerme de mi fiera premura.
Cabalgar en el tiempo de la boca sonora como en una marea de ansiedad matutina sobre el sabor antiguo de la primera hora en que la piel se vuelva desnortada y canina.
Que el hambre me revuelve la lengua del deseo y me imagino intensa la curva en la que encallo mi percepción del día verdeciendo en tus ojos
de mar alucinado, de fiera y el desmayo de tu labios lamiendo la sed de mis despojos. Así es como en mis sueños tu corazón poseo.
Gavrí Akhenazi
Despedirme de ti no entra en mis cabales. Lo que me das no hay oro que lo pueda pagar. Contigo soy la monja que mira el lupanar con ojos de pecado y lengua de abrojales.
Ríes el tour de forçe en los ceremoniales con que me incitas lúdico para poder llegar a la carta más alta que se pueda jugar en el juego asesino de las reglas morales.
Te empecina saber que no me entrego como tantas, sin lucha. Tu estratego inventa escaramuzas cada día.
Pero yo no claudico ante tu trato pues sé que sale caro lo barato. Lo nuestro es una hermosa guerra fría.
Morgana de Palacios
Y es una guerra al fin y en toda guerra como aquellas que -alzadas en tu nombre de maga impenitente que colecciona a sus amantes muertos en cunetas sin agua- han emprendido viejos caballeros de armaduras inermes (y de lenguas rabiosamente trepadoras), nos debatimos el judío amargo que sobrevivió a Masada porque le resultó una afrenta suicidarse y la hija del vértigo profundo sobre el peñón de Avalon.
Te bulle el África caliente en la saliva y en la sangre hay derbakes milenarios que te agitan el tiempo y la indocilidad y esa hembra chita que camina sola y devora a sus presas con una lengua suave y seductora y unos dientes de presumir sonrisas.
No sé si me elegiste porque no había otro bicho más extraño a la mano -ya que este reino siempre tuvo su colección de fáciles rarezas intentado subirse por tus muslos-
pero yo sigo, perduro, persevero
porque, en realidad,
tengo un espíritu de Cancerbero insobornable, capaz de enfrentar hasta a sus propios muertos si se acercan curiosos a presenciar la historia que vivimos.
Dos, porque somos dos y siempre dos en un único, guerrero y épico país desconocido que ha perdido su nombre de batalla y conserva la esencia de su paz tantísimas veces malograda
igual que un talismán que llevo al cuello como si fuera mi primer medalla.
Gavrí Akhenazi
Te agradezco la noche sin pausa, la escritura, la luna rielando en los mares de arenas cuando sembramos juntos alegrías y penas en el amplio desierto de la literatura.
Te agradezco la luz que alumbró mi ventana, la amenaza de sol de tu lengua de sombras, el sentirte reír cada vez que me nombras y el empecinamiento en besar el mañana.
Nadie podrá decir que haya sido fácil llegar donde tú estás, airoso y grácil, tras avanzar a muerte abriendo brecha.
El objetivo es hoy tu cita con la vida. Vivir en esa tierra prometida todo lo no vivido hasta la fecha.
Es tanta la alopecia de mi lengua que ya no sé qué hacer para enmendarla, le pone trabas a cualquier dictado y expeditas le salen las palabras; se ha vuelto descarada y lenguaraz y no se calla ni «debajo el agua».
Tal vez debiera hallar una peluca que pudiera servirle de pantalla, de filtro en que colar las opiniones y no decir lo que le viene en gana.
Enseñarle a contar será preciso hasta diez, o hasta más, antes del habla, implantarle quizás algunos pelos que enmarañen el fluir de su alfaguara, que corren como un río sus ideas y vuelan al salir desaforadas con alas que han crecido con los años, libres de vestimentas y corazas.
Qué incordio de esta lengua tan desnuda acostumbrada a no pararse en nada.
Aun cuando un punto yo me dé en la boca en cuanto me despisto se me escapa sacando entre los huecos de los labios aquello que le está quemando el alma.
Idella Esteve
Parece, compañera, que tenemos un problema común con nuestras lenguas, un gen será quizás, que predispone a decir siempre aquello que se piensa y a veces me pregunto si tal cosa no debería ser lo que rigiera las conductas del hombre en todo tiempo y debatir de frente las propuestas.
Y sin embargo, no. La gente calla, oculta, modifica, omite, niega aquello que querría volver grito. Prefiere ser política y correcta, disfrazar pensamientos y verdades, acomodar la aguja y la respuesta, y luego el dije Diego aunque hubo digo, «me has entendido mal», «no es lo que piensas».
Tengo la boca floja, aunque de viejo uno aprende a leer en las tormentas y expone la verdad con raciocinio y le quita pasión a sus ideas para volverse claro, siempre firme en que su convicción es su bandera.
Mi lengua sigue igual, mis rebeliones la mantienen activa y alopécica.
Respiro tu animal de boca suave y tus dedos recorren mi tiniebla, despejan, sin temor a los caminos, las roncas sensaciones de mi bestia y nos calan, profundamente vivas, en su inmoralidad, nuestras mareas.
Desarmo el valle fértil de tu espalda, y te siembro los dientes de mi huella si tu voz se reclina en el susurro cortada en el amor como una cuerda que me salpica entero con tu nombre al estallar vocales que se queman.
Hacemos del amor la indisciplina que sacia sus orgasmos con violencia en esta soledad bajo la noche y en este bar de copas de la pena.
Así, juntos y solos, como siempre ceñimos el vaivén de las caderas y el mundo es este mundo interminable en que somos un macho y una hembra.
Después vendrán de nuevo las distancias, la prodigalidad de las ausencias, el tiempo camaleónico del bien donde no cabe el coito de dos fieras.
Cumplamos con nosotros esta noche. Ya se verá después, qué nos espera.
Gavrí Akhenazi
Respiro de tu boca como el beso que nunca ha sido beso. Te desvuelas en la fragilidad que de mi nombre llega a tu nombre. Urdes con tu lengua ese verso puntal que se me clava en el centro voraz de la contienda de medirnos la sangre, siempre al borde de cada oscuridad. En la marea de tu playa me adentro como un barco cansado de su piel, suave madera abocada al naufragio de una noche, vencida por el filo de la ausencia.
Tu mano seminal traza una ruta que va desde tu hastío hasta mis huellas y muerde con la urgencia de las ganas los muslos de mi soledad. Te acepta la mujer que se esconde entre mis pliegues, lluvia sumisa, tempestad violenta, hecha toda de agua en la palabra que nunca pronunciamos. En tu puerta he dejado la ropa y los despojos, abiertamente sola a cielo abierta.
Ana Bella López Biedma
A mi costado, mansa, frágil, dulce tu orografía es un planeta inmóvil, una curva de luna atravesada por la penumbra de la medianoche. Llena y frutal, igual que un higo intenso tu sabor de abrevar constelaciones me ciñe sus perfumes a la boca y me empapa la piel de tus olores.
Ahora estamos así, serenos, anchos, gozados en el filo de otros soles y pronto yo me iré, de madrugada, gato fugaz que escapa a sus rincones, mientras tú aquí, de pronto alunecida guardarás en tu vientre sin temores las voces de pasión con que no hablo por no quedarme fiel, junto a tu nombre.
Gavrí Akhenazi
Agreste pergamino el de tu tacto que vira en ámbar líquido si posas la lluvia de de tu aliento por mi talle escuálido de sol. Tus manos rotas se acercan tan extrañamente lentas que parecen sembrar piedras preciosas.
Igual te irás, si acaso es que estuvieron cerca de mí tu sangre y tu derrota o quizás era solo el espejismo de la luna en el charco de mis botas. Acaba el onanismo de las letras dibujando humedad bajo mi ropa.
Y es que no me conformo con los dedos de un hombre que me sepa más que sombra o el sueño de una noche de verano que me busca en invierno por la boca.
De espuma son las aves de mi vientre y vuelan con la sed de las deshoras cuando muerde el insomnio mis costuras de mujer desoladamente sola.
He cerrado las puertas de este cielo y vuelvo suavemente a mi pagoda.
Ana Bella López Biedma
Tu pagoda es aquí, junto a mi mano que se extiende a tu mundo de humedales tallando un huerto de árboles frutales a filo de puñal. Lento artesano sobre el sancta santorum de tus males, limpio tu soledad y los retales de otros dioses ausentes. Te profano en tu actitud de ánfora sagrada, con mi voracidad desvergonzada
y es tu estremecimiento un canto vivo que libera la bestia con que escribo esta letra callada.
Gavrí Akhenazi
Ronco bandoneón, llega tu voz a mí pausadamente. Del ombligo a la frente me va desanudando de emoción. Extraña tu canción abre el brocal del alma. Puro viento cuando tu boca brama el sentimiento sin disfraz ni atadura. Tiembla, pausa y premura, la piel, breve el espacio en que te siento.
Me desarma tu canto, negro y luna, calor de cielo rojo en primavera. Vale la espera el tiempo de sin ti, nada y hambruna. Me juego la fortuna sentada en el arcén, pasa la vida. Y mi silencio al beso de tu herida sobre la alfombra de la confidencia. Dame la esencia de tu lágrima honda y más prohibida.
Bebámonos el vino que nuestra soledad nos brinda en el camino.
Yo soy de Madrid y puerto, dividida en mis amores. Salitre y sol, los olores de mi corazón abierto. Solo en la mar me convierto en un barquito de vela que va siguiendo una estela invisible a otra mirada, la de una cometa alada que me juega a la rayuela.
Yo soy de pueblo de mar. En mis primeros abriles de cantos y aguamaniles con sus manos de volar mi madre, clara y almar tejía flores de luna por las barras de mi cuna. Y el hierro soñaba arena, y el rebozo, yerbabuena. Sus ojitos de aceituna
arrebolaban la tarde entre coplas y la brisa competía con su risa. Que su luz la salvaguarde allá donde esté. Cobarde la muerte, que enamorada se la llevo una alborada del brazo, como un amigo. Mi soledad, yo conmigo, siempre dentro mutilada.
Ana Bella López Biedma
Mis muchos pueblos son uno y el uno se encuentra en todos: madres de lengua y de modos, padres del pan y el ayuno. Vívido el niño que acuno sobre un páramo de fuego con la nostalgia del juego y el sabor de la inocencia. Pueblos de niño y creencia, pueblo de lucha y de ruego.
Abuelas de la labranza, carros de vacas y cincha, trazo reseco que pincha y a las vísceras alcanza. Rostros adustos. Semblanza surgida del aire frío y del paraje sombrío. Fuerza de carnes morenas. Atemperadas sus penas a golpe de puro brío.
Bicicletas que en sus hierros guardan sudor y trabajo, bielas arriba y abajo, esfuerzo en días de perros. Tormentas en los entierros con infiernos prometidos para los que, descreídos, no ven a Dios en la mina cuando el grisú extermina hijos, padres y maridos.
Sergio Oncina
La oscuridad, gota a gota, se va filtrando en la tarde mientras el cielo hace alarde de su última derrota. Vibra en el aire la nota de un pájaro estremecido y hasta la boca del ruido se calla por un segundo. En la cornisa del mundo crece la sal. No ha llovido
y el paisaje cristaliza suspendido en el destiempo. No se pasa el pasatiempo de esta no-vida postiza. Quiero dibujar con tiza una ventana en lo oscuro y escapar de cada muro que la realidad impone. Busco la luz que emocione esta piel de sinfuturo.
Invento una costa larga toda tierra y sol, un puerto de barquitos, mar abierto mientras un quizás me embarga. Pasará esta nube amarga y en un banco, frente a frente, nos sorprenderá el relente entre historietas y guiños. Alicia y Pan, siempre niños, libres siempre en nuestra mente.
No más cartas amarillas ni más sepia en nuestras fotos. No astillaré besos rotos para unir nuestras orillas. Retrocedo en las casillas de este juego improvisado y dejo atrás el pasado pintando un nuevo paisaje. No traigo más equipaje que un corazón desnortado.
Ana Bella López Biedma
Existen tantos modos de añorar el pasado como hombres que sueñan con futuros mejores, ayeres y mañanas que emborrachan el hoy, utopías sin luces para evadir las sombras. Me confieso culpable, reo de la nostalgia, soldador de recuerdos que debieron morir bajo el manto real de lo que veo y toco, fabulador, infante, mi propio ilusionista y lechera del cántaro que se rompió en añicos. Espero veredicto sin miedo a la condena pues no hay mayor castigo que obviar el presente.
El efímero paso para el grano preciso que entre las estrecheces se abandona y decanta minúsculo y medroso, sin mirar hacia arriba, a un ineludible encuentro con el tiempo. Qué sentir de camino, a merced de la fuerza que me arrastre hacia abajo, gravedad insolente, y no cese en el empeño de buscarme un lugar sobre la alfombra poso donde el resto murió. Cayéndome al vacío, cementerio de granos en el que aglomerarse viendo a otros vivir.
En una tumba oscura seguiré siendo yo, errante en el paisaje de la memoria viva o soñador de encuentros salvajes y furtivos con alguna mujer a la que no conozco. Quizás logre aprender a pedir libertad con los ojos cegados por las ausencias nuevas y el ahora me haga más falta que el ayer, y no importen los luegos porque todos me alivien. Pero «quizás» no es término que asegure verdades y yo soy un cazurro, viejo-niño romántico.
Sergio Oncina
Los días van pasando. Uno tras otro se suceden inevitablemente monótonos y eternos. Y se vierte ese líquido espeso en cada roto de lo que soy, sin un quizás o un pronto que muerda esta mortal alegoría de vida sin vivir. Y en estos días de olvido, a mi lugar llega sereno el eco de tu voz, igual que un péndulo constante en su vital melancolía.
Hoy que me siento absurda, que mi voz se quiebra en viento y sal por las esquinas he vuelto al dulce añil de tu sonrisa por sacudir de nieve al corazón. Y se ha parado el tiempo en el reloj mientras piso tus calles. Voy descalza, con la tristeza a cuestas, que se ensaña como un animal vivo y que me muerde el vientre, el corazón y hasta la mente. Te busco en las costuras de mi espalda.
Me llama el soñador que se despoja de alardes y disfraz, y que en su mano lleva tan solo el niño que ha quedado después del qué dirán o a quién le importa. Me llama cuando agrieta con su boca el verbo soledad que hay en mis noches. Quedan en pie una mujer y un hombre y un mundo de papel en cada sueño. Y queda el ancho mar del pensamiento para inventar un mundo sin razones.
Ana Bella López Biedma
El hombre medía silencios y sílabas rotas sin voz que entonase sus versos de vida vacíos. Llegó la mujer. Desdoblándose parió con sus notas los ecos del viento y un mundo sin días sombríos.
Entonces, el hombre callado miró a la mujer atónito y firme, admirando sus luces y rayos, tan cerca y tan lejos, sin ojos que mientan al ver que brota las flores si duermen abriles y mayos.
Y, juntas sus voces, se agrandan rompiendo cadenas, reúnen las aguas calmadas creando los mares con pizcas de sal agrietada y lunas que llenas agitan las olas y funden comunes glaciares.
Soy esa vieja luz que intenta algo entre la sombra que lo ocupa todo y sin embargo, priman otros ritmos sobre mi pulso antiguamente sabio.
Estoy acostumbrada a las historias que no terminan bien.
A veces me aproximo hasta el ribete de los nudos oscuros de los fosos pero nadie me ve o el que me ve, desvía la mirada hacia otro fulgurar no compasivo
y se aparta de mí.
Me deja sola en la premonición del universo.
Quizás no soy fragor ni calentura de hoguera despertada a contralumbre pero conozco el verde como nadie y el marrón de la tierra y sus crepúsculos como un poco de sol que vocifera que el canto habita siempre en las semillas.
Vuelo sola.
Quisiera compañía, pero todos se cansan de este cielo hecho de cosas extrañamente místicas y de verdades duramente humanas.
No he aprendido a callarme lo aprendido.
La fe me dura porque yo le exijo que dure para siempre. Y es que conozco el rumbo aunque me sigan pocos navegantes del mapa constelar.
Porque yo sé volar a contraviento navego en otro mar, vivo otras olas
y te espero en silencio, por si acaso lo que vas hablando de mí sea posible…
Si querés caminar puedo llevarte a conocer los duendes
todavía.
Eva Lucía Armas
Anoche los arkontes llegaron a tu mundo.
Todo se ensombreció. Llevabas armadura y cimitarra y peleabas conmigo. Algo me derribó. No alcancé a ver su forma, pero te oí gritar desde la multitud:
¡Qué cierren el portal! ¡protejed al heraldo!
Y una horda de hombres tan altos como muros cerró filas urgente sobre mí.
Me desperté llorando y no por la premura de la muerte, lloré por la belleza de aquel mundo y su reina.
El cielo era un festín de llamaradas. (A Octavia siempre, solo Dios sabe en secreto)
John Madison
Alguna vez quizás, tiempo de ríos, mi corazón atrajo tus derivas, mi férrea vocación de acuartelada dibujó encrucijadas en tu esquina y con algún porqué, nuestras historias huyeron sin que hubiera despedida.
Una vez fue que el puerto estaba lejos; otra vez, había guerras en la orilla; un día entre la niebla te atraparon mejores arabesques que las mías y paralelamente a los espejos se reflejó total la asincronía.
Tuve que acostumbrarme a lo de siempre.
Amazona se nace con la herida sobre el costado izquierdo, todo un símbolo que te indica a qué gremio estás adscripta.
Imponente tu río cruza el bosque, con sus voces galácticas y antiguas.
Acabo de llamar a mis ejércitos. No me nombres Octavia… todavía.
Eva Lucía Armas
El mundo va a acabarse y ella quiere llevarme a navegar, a ver los elfos. Los peces voladores de su armario, su cónclave de perlas en estéreo.
El mundo se nos rompe y yo contrato Arturos y Merlines que a buen sueldo. practiquen misas blancas y conjuros: ¡Qué surzan esa nube, hagan remiendos!
El mundo va a morirse y nunca pude llevarla de mi brazo, mas que en sueños.
***
Siempre fui marinero, eso lo sé. Siempre fui del salitre y de los puertos. El precio de encarnar es entregar la memoria a esa red que teje el tiempo.
Siempre fui marinero, no lo dudo. Fui un hombre del parnaso, un faenero, un buscador de ostras, mercader polizonte, fui carne de pesqueros. Pero si le pregunto al corazón en qué puerto te vi, no lo recuerdo.
No recuerdo tus senos ni tu olor, tus ritos de sudores con mi sexo. Lo único que tengo como dato de esas vidas pasadas en tu reino es este abecedario, este amor, este sansara hermoso que tu verbo retorna a mi saliva. Etéreo aroma a bandoneón que siembras en mi pecho.
Ya no pregunto a Dios, extraño idilio, qué Nautilo de dos guardó en sus templos. Yo ya no le pregunto a mi razón por qué este jubileo, este misterio de pasión desbocada cuando llegas y levantas de golpe mis requiebros y me haces desear ser un gran tipo, ser un hombre de bien, tu Canserbero*
Ser un hombre de bien, a mí que nunca me ha interesado el reino de los cielos.
John Madison
Yo estoy… ¿cómo se dice…? metafísica, una espiral de paz que es todo intento, una frecuencia azul que aturde el día con ladridos dispares de silencio.
En la playa del mundo donde anida toda su soledad mi Clavileño mi Barataria ya no es una isla y el faro no intimida al mar abierto.
Yo soy un pez cansado, un ave acuífera, desteñido color, hoja del tiempo, un almanaque apático sin rima.
No sé si te seduce, marinero, internar a tu nave en la marisma y acabar encallado entre mis sueños.
Eva Lucía Armas
Hace mucho que estoy en tu cornisa como un concorde al que los aeropuertos le niegan el visado. Octavia mía, mi Octavia hoy y siempre en desafuero. No me leves el puente todavía que antes quiero besarte por entero con mi streptease valiente. Octavia mía, si estoy vivo y coleando es por tu verso.
Está escrito en mi libro, mi osadía de aceptar la propuesta de tu reto me salvó de la muerte por desidia. Mi Octavia, solo Dios sabe el secreto de esta causalidad que nos domina.
Venga, despiértame, que aún dormida me siento atravesada por un rejón de celos y me mana, insustancial, la sangre de la mordacidad cuando aprieto los dientes del poema.
Dale, despiértame de una lúcida vez que el sueño es un glaciar que se derrite y va anegando todas las palabras con que te voy pensando en el vacío.
Mejor despierta cuando cruja el aire y se abra la tierra bajo el pie de una vida usurpadora contra la que no puedo competir si me volatilizo entre las sábanas.
Mejor puesta de pie que levitando, y con todas las luces encendidas como hirvientes luciérnagas para ver que te alejas tras los párpados del más perfecto olvido,
y volver otra vez porque me extrañas.
(MdP)
La vida te da celos como una amante negra que se pierde en la sombra del camino arrebujada y álgida añadida al edredón de luz que no estrenamos.
Como un manual de las conjugaciones en tu boca se aupan congoja y libertad, águila y aire, y es el pulso del vientre que recita la lucha desigual de lo lejano
y se acerca sin alas como un grito.
Ya está despierta tu voluntad firme y tu lengua que roza estas pieles cristales en que todo va en clave de utopía.
Estabas como yo, huracanada y presa en la sólida red del desconcierto y mirabas el mar y yo miraba el mar y el abismo era esa cosa única que nos volvía un espesor de niebla y un alfabeto para maldecir.
Ahora estás despierta y así, descomunal como una diosa rústica que no quiere ser diosa masticas el quebranto de este batracio roto que ha ganado la luna en una zambullida hacia tus ojos.
(G.A.)
Yo hago malabares con la vida que me tocó vivir, no porque quiera, sino porque me empuja y pendenciera disfruta estando a punto de estampida.
Tú te la juegas como si perdida para cualquier futuro ya estuviera, y en África la muerte concediera alguna bula extraña a tu caída.
Y pasa el tiempo y ambos nos hallamos en una cuerda floja que tensamos a fuerza de ignorar las realidades.
Si tú bajas las armas, yo me muero, y si las bajo yo y te libero, será un día de fiesta para el Hades.
Nunca estoy en los planes de la muerte aunque hay gente «que muere» o que «se muere» constantemente todo el puto día proclamándose muerto o anecdótico desmedido en sus cuitas.
Anda como el del cuento cierta gente ¡Ay Muerte! ¡ven a mi! ¡Ven a mí, Muerte! ¡Acaba mi desgracia, buena amiga!
Y guardan en botellas sus congojas para beberlas en las romerías donde se juntan a llorar, dolientes, sus hondas y vastísimas heridas.
La muerte de verdad es otra cosa. Acampa sobre Dios y lo devora.
A veces pienso en vos como en el este por donde se alza el sol sobre mi vida.
Yo no quiero morirme a plazos cómodos de dentro a fuera, suave y despacito, sin darme cuenta apenas de lo que voy dejando en el camino, ni quiero estar tan ciega que no vea quien salta mi cadáver sin ruído y pretende apropiarse de mis sueños, de mis voces, mis hombres y mis libros, como si fuera un ente transparente en mitad del vacío, o la ingenua vestida de arrogancia que nunca reconoce al enemigo.
Hay formas de ejercer la violencia en las que no hace falta pegar gritos y son las más usadas por las zorras que buscan rotos en cualquier bolsillo para colar sus manos de traumadas y hacerse con la verga del vecino como si no tuviera voz ni voto ni nada que oponer el susodicho, salvo caer rendido y en pelotas cuando la zorra jale del hilito.
Yo no acoso a los hombres en las trastiendas de los entredichos, ni busco comprensión ni voy de víctima ni murmuro de nadie, ni me afilo las uñas en la piel de otras mujeres, ni las tiro por tierra, ni las piso.
Será por eso que me enferma el alma la oscura suavidad y hasta el sigilo, con que se mueven las saltacadáveres buscándole las grietas a mi nicho, por deslizar su realidad viscosa como si fuera un venenoso líquido.
Yo no quiero morir a plazos cómodos como mueren algunas por lo escrito, gordas polillas grises que sedientas se pegan a un erótico botijo que les dé agua por cualquier pitorro y les aplaque el ansia y el instinto, ni me voy a morir por lo bajinis silenciando la voz de mi cuchillo.
De golpe moriré, cuando se caiga mi último colmillo. Y mientras tanto que se aten corto. Ya sabes lo que digo.
¿Qué te pasa, mujer?¿Ay… qué te pasa que subida en la pila de ladrillos levantás los cuchillos carniceros amenazando a tantos corderitos y degollás a mano y a mansalva las insaciables bocas del instinto?
¿Que te alzaste la flor de la canela y no perdona nadie que así ha sido? ¿Que el ganso desplumado se te ha vuelto un altivo bocón capitolino y caen en picada las gaviotas las avutardas y las estorninos?
¿Que le piden en matrimonio al perro desdentado y sarnoso y malherido por tus tifones y por tus caricias que con cadena corta está contigo?
¿Que ese caballo rengo de tu cuadra pasó a ser pura sangre de prestigio y se pelean varias amazonas por ver si le funcionan los testículos y al fondo de sus ojos de laguna pretenden ahogarse en sus abismos?
No sería más fiel si se entrenara. No sería más fiel ni más amigo ni más ganso, más perro, más caballo si se entrenara más en tanto vicio.
Porque el ganso que es perro y es caballo reconoce por sí a los espejismos y no se cree amores fabulosos ni calenturas varias ni – promiscuo – juega un sádico juego de dos puntas para satisfacer su ego maligno.
No en internet al menos, está claro, desde que vos estás en su destino.
Puedo elegir dónde empieza la rabia a desmayar su grito de distancia, dejando en la garganta una hendidura, o escribir un poema para un hombre que se ha dejado atrás un lupanar de orquídeas petulantes y bellísimas que le echan de menos desesperadamente, y rozar con mi voz su madrugada porque sienta el temblor de los vocablos, y deje de pensar que algo en ti falla, si te observa llorar ante el cristal.
Puedo elegir el odio y revolverme en él como una bruja preñada de sarcasmo.
(Razones no me iban a faltar//ya te vas a dar cuenta).
Pero esta noche fría de sábado invernal, he optado por mirarte ahí sentado, sereno y penumbroso, rodeado de puertas muy azules, sudando por los poros de la letra todo el calor abrasador del día y reencarnado en ti, una vez más, tras la última muerte.
Elijo amar tu mano mutilada que no ha dejado un día de acariciar mis ojos, la ceniza y la llama de tu boca, y hasta el golpe de gracia de tu risa violenta.
Puedo elegir y elijo porque puedo.
Me estoy haciendo hombre, compañera. Me estoy humanizando suavemente conforme el sol se astilla entre mis ojos y la vida se astilla clavándose en mis manos.
Me estoy haciendo hombre como un niño que crece y empieza a ver el mundo y empieza a ver, también, que no está solo como cuando nacía de él la bestia.
Me estoy haciendo hombre paso a paso.
Recupero la pausa, la sonrisa de vez en vez las ganas de abrazar se me escapan y abrazo a mis amigos y te abrazo.
Siento de vez en cuando una alegría que se atora en mis dientes y separa el mordisco para que nazca el canto.
Juego con cosas nimias, cosas simples, como si recuperara privilegios con los que no nací.
Me estoy haciendo hombre porque el agua de la vitalidad y la armonía, el agua curadora de tus ojos ha conseguido cincelar la piedra y darle forma al mundo de los vientos y moldear mi cansancio en utopía.
Tu enorme mar paciente ha tornado en guijarros mis murallas para que llegue el sol a bendecirme.
No intento ser feliz. Ya no lo intento. Más allá del amor, no existe nada, y el amor tiene más de sufrimiento que de felicidad esperanzada.
No dejo que me anule el pensamiento si me veo en sus ojos reflejada, o se me instala, suave, en la mirada, levísimo vilano cara al viento.
Cruzo, entonces, las calles del reproche, sin exigirle sombras a la noche que disimulen la verdad desnuda.
Y me sucedes tú, laaaaaaaaaaaaargo y sin prisa, de tan íntimo, extremo, con la risa dinamitando el tiempo de la duda.
Y sin embargo, el tipo es insolente, cínico a veces y otras despiadado para con el amor, desarraigado con torpeza tenaz. Incoherente.
El tipo siempre está como alunado y sus conflictos, espontáneamente, le brotan desde el sino malhadado como un miasma de bronca maloliente.
Ya le cuesta vivir. Tanto en los ojos le depreció la piel con los abrojos que le pudren la lana al Vellocino.
Siempre va cuesta arriba en la pulseada y además sabe que no cuesta nada morirse sobre el borde de un camino.
Quizás si esa mujer no lo quisiera no existiría su última quimera.
Quizás abre las puertas, lentamente, para que pase el quimérico viento que de noche ulula su canción desesperada por lo que llaman vida, durante un día o dos.
Cuando se harta al fin de su sonido, cierra de golpe el alma y se recuesta en su imaginación para el sarcasmo y en el poder de tiro del cinismo, mientras le tiemblan todas las metáforas que deja de escribir por miedo a disgregarse con demasiado ahínco.
Es casi inofensivo cuando evoca la muerte como una costumbre cotidiana, y aún así me vulnera porque suele mirarme con sus ojos y siempre está presente asomada al balcón del hermetismo.
La mía, sin embargo, no me importa, se me olvida a diario, aunque me siga aullando como un perro.
Será que no la llevo de la mano como a una novia oscura de la que no se quiere prescindir porque es mucho el placer que proporciona cada vez que se fuerza contra el muro de la resurrección emocional.
En los más asombrosos parecidos aparece el matiz, la diferencia, que nos convierte en únicos con Eros y Thanatos.
Cualquier día me quedo cara al cielo contándole al vigor de las estrellas este apagarse calmo este apagarse nómade del hambre nómade de la sed y de las aritméticas sin dioses.
Me quedo cara al cielo, imaginando una albada vital sobre tus hombros y una oceanada recia en tus pupilas.
Se han hecho las estrellas para eso.
Me quedo cara al cielo en estas noches amplias como las palmas amplias del ser del universo y este reposo amplio donde viajan las nubes que no llueven aquí.
Me quedo en las estrellas, suspendido del arca, navegando la incógnita de tu cuello ligero de tu garganta altiva de mascarón de proa de tus pies en la nieve de tantísimas penas y cenizas de barcos arrancados a los puertos del ansia.
Quizás desde tu mundo el cielo es gris, distinto, o de un azul distinto pero en la noche puedo rememorar estrellas en las que cuelgo cartas por alcanzarte algo con la mano del alma.
Es un jadeo grave, sudoroso, caliente, tu aliento en el latir pulsante de la noche, transparencia atigrada que me observa acechante, esquiva nebulosa malherida de soles.
No me pareces tú con la mirada puesta en los astros del sur. No veo tu uniforme ni tu lábaro, rojo de sangre coagulada, ni el vapor que desprenden tus alados dragones tras la dura batalla. No me pareces tú ritualizando el verso como un sacerdote, con la mística absorta en la altura infinita, olvidado del ser miserable del hombre.
Yo no sé para qué se hicieron las estrellas que en este invierno gris escatiman temblores, pero sé para qué se ondulan tus palabras y el enigma malévolo de tus ojos ladrones, y el porqué de tus luces y el porqué de tus sombras jugando al escondite sobre mis callejones.
A la exacta medida de mi boca alunada levitas en mi aura sin tomar precauciones.
Rabioso a veces, con la noche informe haciendo de pantalla a mis películas la frescura se obstina en reducir el tiempo a un colchón de cenizas.
Largas cenizas quedan y un mar ronco del fiasco que es la boca de la vida y se pierde en el hábito de una luz ojerosa toda tu vocación de maravilla.
Tengo la dentadura inapetente siempre el pecado pronto a buscar víctimas y esta no saciedad y este tumulto que me corroe aprisa.
Tus ojos para mí son buenos ojos que con mirada angélica me miran menos deforme en mis deformidades en mis calamidades y desdichas.
Tu boca de mujer que siempre me dibuja mejor de lo que soy, me determina contornos que no tengo más que a solas en la desnudez íntima.
Por deberte te debo el mundo entero y este quererme un poco, todavía.
Yo no te debo nada, no digas que me debes, porque bastantes deudas mantienes con la vida que hace tu realidad. Yo no te he dado nada que no me dieras tú, un día y otro día. El mal humor, también, la cruda destemplanza, el hastío de ser un punto de partida que huye hacia adelante y ansía el desarraigo como otros la paz de un hogar con caricias.
De ángel tengo poco a la hora de mirarte, ni me das pena alguna, si es eso lo que opinas, porque nadie más libre que tú para el olvido y nadie más dispuesto a morirse deprisa con tal de sentir tanto que no sientas el tiempo correrte por las venas como un ladrón caníbal.
Te pinto como eres, elemental y extraño, sobre una cuerda floja del aire suspendida, valiente cuando toca el peligro a la puerta, intuitivo y cruel y verdad y mentira y duro y disconforme y emotivo y risueño y astuto y vengativo y noble y altruista y reservado y triste y profundo y callado y el cuerdo que trasciende en la locura escrita.
Ni te salvo de ti ni de mí ni del mundo ni tengo vocación de absurda maravilla. Me arrastro como tú, con las tripas al aire sobre una realidad que crece en la embestida, como un hambriento monstruo que todo lo devora y deja poco espacio para las alegrías.
Otras y otros son los que hacen tu presente digno de ser vivido, los que curan tu estigma. Yo sólo te acompaño con las manos de viento y el corazón de lluvia de las causas perdidas, tormentosa en la letra que nos une y separa, como tú, más o menos, cuando ciego me miras.
No me gusta la American Express porque no tiene límite de compra y cualquier día me hago con un oso koala con un faisán morado o con un ave lira y te las llevo a casa para tu colección de Animal Planet.
Entro a la jaula del mundo todo el tiempo para buscar tu nombre porque tu nombre está prediseñado con barrotes que cantan.
Tu nombre amurallado hecho de resonancia vengativa es un nombre feroz intempestivo que te levanta en armas solidarias siempre fatal, ausente, oscura, impúdica como si le exigiera a mis obligaciones que de una buena vez dejara de mirarte.
Yo no me engaño y si me engaño estoy feliz así.
No compro absurdos ni leo tus panfletos de boca incentivada por la espina de tu fatalidad que pugna por venderse descreída casi mefistofélica, non sancta.
Yo conozco esa mujer en verdes, pródiga en amuletos sanadores equinoccial y honda, incomprable.
No me vendas a ultranza tus negruras como si fuera un ciego que todo lo ve en negro y que después de tantos años juntos yo no te conociera.
Por eso uso la Visa. Tengo acotado el límite de compra sólo a las cosas buenas.
De donde no se vuelve, volví cuando era niña, con las carnes abiertas y el ánimo maltrecho. De entonces hasta hoy son muchas las tragedias que me han pintado ojeras en los ojos del sueño.
No digas que te vendo mi fatalismo a ultranza y que no comprarás mis absurdos panfletos, porque sabes de sobra que ni como metáfora, consiento que se dude de lo que llevo dentro. Jamás manipulé los instintos de nadie porque soy lo que escribo, más allá de los versos.
Si alguien quiso ver ferocidad en mí o una oscura impudicia en la voz o en el gesto, no fue por mi interés en ponerme un disfraz ni por hacer partícipe de mis hondos secretos a un mundo que jamás me atrajo lo bastante como para olvidarme de mi yo verdadero, e intentar seducirlo haciendo el papelón de perversa sensual galopando misterios.
Tú no eras como todos, no lo seas ahora, dándole a la leyenda consistencia de credo, que ni tengo interés en dar gato por liebre ni pretendo epatar con un golpe de efecto a quien, por conocerme, a pesar de los golpes, no se mueve de aquí velando por mi cuello, no vaya a ser que un día, harta de tanta lucha, me olvide del peligro de los degollamientos y alguno me rebane la voz y la palabra, las ganas de escribir y hasta los sentimientos.
Precisamente tú que inventas las murallas para poder saltarlas en cuatro movimientos, te vienes a reír del nombre amurallado, malsonante a venganza, intempestivo y fiero, como si lo tuvieras clavado en la garganta sin poder pronunciarlo cuando lo silba el viento.
Y yo que lo elegí como parte de un rito, que pude ser Ginebra, yéndome al otro extremo, considero que en ese «Amor de Ana» oculto, se condensa mi fuerza, mi memoria y mi fuego.
No digas que malsuena mi nombre de mujer porque a la mayoría de hombres le dé miedo. No eras como todos, no lo seas ahora, que sabes que Morgana no es la bruja del cuento.
Bastante con que dejo que te embarguen mis verdes mientras me llamas «Negra». ¿No te parece, Negro?
Yo no te veo hecha de rotos lutos viejos, sino siempre de un fuego que lastima tu prédica vacante cargando al hombro cuanta cosa pueda desesperar tu espalda.
Mitad mujer que lucha, mitad galeote amargo que rema por la vida en barcas carenadas en navíos sin norte en botecitos de cáscara de nuez, después de los diluvios. Y sin embargo rema, contra marea y viento, detector de los puertos y los puentes con las manos callosas y el corazón calloso.
Sé cómo sos desde el minuto uno. Sé cómo sos de enérgica y de diáfana, de frágil y de sólida, de cristal y de aire, de terruño y relámpago.
Sé como sos desde el minuto cero de mi odio y del minuto n en que resisto perduro manifiesto reniego cuido escupo hago las paces con los dientes rotos y la lengua poblada.
Pensás que si este hombre no te conociera podría hacerte bromas de las que no te gustan sobre tus legendarias: colección de cabezas y testículos y tus estanterías y cunetas y esa fatal vertiente de tu boca de púrpuras.
Si no te conociera en el instante en que todos se arredran si no te conociera en la vigilia y en la debilidad si no te conociera en tu invulnerabilidad tan vulnerable como una flor de arena que embandera un castillo
¿qué cosa estaría haciendo entre tus uñas? ¿qué cosa estaría haciendo entre tus lágrimas? ¿qué cosa estaría haciendo si no es construir el cada día a pesar de lo inhóspito y las ferias?
¿Qué cosa haría este animal de músculo si no es alzarte en brazos cuando estás muy cansada de caminarte sola?
Abrir un libro suyo, se diría, es impregnarse el párpado de niebla a fin de protegerse del calor que quema las pestañas de la tierra. Es encontrarle vivo, se diría, sudoroso de especias, con la lágrima pétrea del sarcasmo y la sonrisa entre viril y tierna.
Cerrar un libro suyo, se diría, es como renunciar a las respuestas de la vida brutal, cuando la vida, en su boca de sol se manifiesta con las tripas al norte del instinto y el corazón al sur de la inclemencia.
Y abrir, de nuevo abrir, por siempre abrir un libro suyo, se diría, es toparse de frente con la ausencia y el alarido turbador del tiempo sobre la carne enferma, muerta de amor, aún, sobrevolando el amor propio y la pasión ajena, furioso como un tango de Tom Waits cuando acalambra el aire de un poema.