«Horror vacui», por Gavrí Akhenazi

Cuando miro el papel en blanco, veo correr a lo lejos un hombre espantado. ¿Espantado de qué? No lo sé, y también el rito ridículo de hombres que dan vueltas sobre sí mismos.

La página en blanco – Henri Michaux

Creo que pertenezco al grupo de aquellos a los que el blanco del papel no los asusta y por ende, tampoco consiguen entender con claridad ese espanto que acontece en los otros, ese desasosiego frente a lo «no escrito», como si los que lo padecen sufrieran de una extraña agorafobia papelística, mensurada por veleidosos ataques de pánico escénico y la página sobre la que desean escribir no fuera su mejor herramienta sino lo contrario: un enemigo.

Tantas veces he escuchado repetir esa idea folklórica del terror a la página en blanco, que también me he llegado a preguntar si los que lo padecen con semejante desmesura (porque hay que ver la cantidad de despropósitos que uno llega a leer describiendo tal padecimiento), son escritores o alguna especie híbrida obstinada en mimetizarse con los que sí lo son y que, por eso de ser un híbrido, no gozan de los mismos beneficios que otorga la placentera página en blanco, esa mirada del abismo que mira dentro de ti, que refería Nietzsche y la única llave capaz de liberar a todos los monstruos de tu propio abismo para ser donados al otro.

Sentarse frente a la página a esperar que por ciencia infusa penetren pensamientos creativos que si no existen ya de por sí en nuestra impronta es muy difícil que se nos ocurran, imagino que debe causar una profunda frustración, porque un escritor siempre encuentra qué escribir, aunque sea la lista de la compra, de manera creativa.

Lo creativo nos habita y nos empuja, más allá de lo ficcional, porque hay que hacer la distinción exacta entre creación y ficción.

La creación es un hecho natural con el que se puede transmitir la anécdota más simple y no necesita de la ficción para su riqueza, sino solamente de sí misma.

La ficción es una especie de artificio adosado a la creación pero que no tiene, per sé, componentes propios si el que ficciona no tiene una imaginación creativa que no repita modelos de éxito ya demasiado explorados y demasiado vistos.

Creo que es en esta diferencia, entre el creador nato y el copista, donde se produce ese espacio terrorífico frente al mismo elemento: la página en blanco.

El creador ansía el blanco de la página porque siempre tiene algo que poner ahí y el esfuerzo radica no en hacerlo, sino en hacerlo bien. Y si no tiene nada que decir, se queda callado, porque sabe ya que la página siempre estará allí, esperándolo, sin que él se fuerce y sin forzarla, porque un escritor y su página en blanco son complementarios, no opuestos.

Así que cuando escucho –o leo– esas manifestaciones sobre la desesperación que provoca una página en blanco, cuando en realidad verla debería ser un gozo casi como el más inefable de los orgasmos –ya que si uno se planta frente a ella es porque tiene algo que escribir–, me sale naturalmente preguntarme si esa persona angustiada y asfixiada por el silencio de su página, no sería tanto más feliz podando arbolitos de bonsái o tejiendo chales al crochet.

Yo creo que sí y alguna vez se lo he dicho a alguno que acabó por acusarme de cruel.

La cosa es que si no se sabe para qué le sirve una página en blanco a un escritor, respondí, deberías trabajar con herramientas de las que sí sepas para qué se emplean. Y si en realidad lo que te pasa como escritor es que estás en estación seca, esperá la estación de las lluvias. Probablemente, lo que termines produciendo en estación seca, será solamente paja para la hoguera.

Luego, hay otros que tampoco han sido bendecidos por la creatividad pero a los que los fascina la página en blanco, aunque tampoco sepan para qué sirve en realidad y así es como vemos lo que vemos en esta pobre literatura de hoy y aquí: otro tipo de horror vacui.

«Digresiones sobre el machismo», por Gerardo Campani

El machismo es difícil de sustentar argumentalmente, más en estos tiempos. En cuanto a practicarlo, tiene sus contradicciones, que cada uno resuelve como puede. Algunos son engañados; ya por ella, en el secreto de otra alcoba; ya por él mismo, en el arcano de su ignorancia. Otros prefieren ni pensar en una probable “traición”. Otros pesquisan todo el tiempo, porque consideran más que probable que a la mujer de uno le pueda gustar el vecino, así como a uno le gusta la vecina. Otros abdican la corona de macho (antes de que se transforme en cornamenta) y aceptan o proponen la relación abierta, la práctica del swing o cualquier variante en boga. Otros sufren como perros, o se vuelven locos, o el día menos pensado arriban al uxoricidio, al doble homicidio o al mero suicidio.
Vaya tela marinera, como dicen en España. Y todo por la semántica.

Veamos.ramera. (De ramo.) f. Mujer que por oficio tiene relación carnal con hombres. || 2. Aplícase también a la mujer lasciva. (DRAE, 21ra. ed.)Así empieza el lío. Hay dos sentidos en esta palabreja: el del oficio y el del amor que se le tiene al oficio. El machista supone que la ramera debería solamente ejercer su oficio, pero sospecha que también lo disfruta a veces, y esa sospecha le produce una contradicción emocional que lo perturba (yo lo sé porque, como todo el mundo, soy machista, y porque he frecuentado rameras).


La perturbación es doble: si esta ramera es solamente profesional, me cabe esperar apenas hacerme la «paja sin manos» (no es muy atractiva esta instancia); si es, además, lasciva, no sé si lograré estar a la altura de su lascivia (y esto, menos que atractivo, es inquietante).

º º º

La palabra prostituta es el participio pasivo del verbo prostituir, esto es: «pervertir, entregar, abandonar una mujer a la deshonra pública». Lo cual da que pensar dos cosas, al menos: a) que la mujer no se prostituye sino la prostituyen; b) que se trata de un oficio.
Puta, en cambio, proviene del latín putida: hedionda, pútrida. Más que una definición, una declaración de principios morales, en el que se identifica la lascivia femenina con la putrefacción.


Y no se le eche la culpa de esto a la Iglesia Católica, ni a la tradición judeocristiana, como es moda propagar. Las vestales (doncellas consagradas a la diosa romana Vesta –la Hestia de los griegos–) debían mantener la virginidad, so pena de muerte. ¡Y Vesta era la diosa del hogar! Y los romanos eran muy liberales y fiesteros, sin embargo.


Tenemos entonces en la idea general de ramera dos ideas constitutivas: la profesional (prostituta) y la lasciva (puta).


Mis lectoras feministas se preguntarán, a esta altura, por qué hablo de rameras en una discusión dedicada al machismo. Y bueno, porque de eso se trata el machismo, tanto el machismo masculino como el femenino. La unidad de valoración de una mujer es su relación con la putez.


La puta (lasciva) es apetitosa, pero cuando nos disgustamos con ella la tratamos de prostituta. Porque suponemos que debe ser puta con nosotros, y cuando lo es con otro, pretextamos un móvil fantasioso: que el otro tiene más dinero, o la tiene más grande (en este caso es “muy” puta), o que más prefiere el BMW ajeno al Fiat propio, o lo que fuera.º º ºProstituta: que sea algo puta, y que se descontrole conmigo.


Chica ocasional: idem anterior.
Amante: putísima conmigo.
Esposa: apenas puta, cosa que no sea un aburrimiento cumplir el débito conyugal.
Madre: algo puta, con Papá, pero no me hablen de eso.
Hermana: no me meto en su vida; además, le debo dinero.
Hija: nada puta, pobrecita, angelito de Papi.


Virgen María: cero absoluto de putez (Dios me libre y me guarde…)

º º º

“A Sergio le rompí la cabeza con el filo de la plancha, porque me llamó puta.”
“Ay, Esteban, dime puta, que me pone.”


¿Cuestiones de contexto? Sí, pero algo más, también. Paradojas de los ámbitos: lo que en público ofende, en privado erotiza. ¿Por qué sucede esto? Bueno, ya se sabe: porque son caras de la misma moneda; porque soñamos tanto lo que deseamos como lo que tememos; porque encontrar el punto medio es tarea imposible, y a lo que más podemos aspirar es a que se nos adivine el amor cuando les decimos “puta” o cuando nos dicen “cabrón”.

º º º

Mis chats con Milena son más o menos así:


—Milena, que puta sos.
—Sí, y vos un maricón, que querés ocultar tu condición de invertido haciéndote el galán con esas putas españolas, chilenas y mexicanas.
—Me haré el galán, pero no las cojo. En cambio vos, con ese instructor del gimnasio…
—Si me hacés cuestiones por eso, andate al carajo, maricón.
—¿Y para qué querés entonces a un maricón como yo?
—Porque soy tan puta que no le hago asco a nada.
—Pues andá a coger con el karateca ese entonces, puta reventada.
—Y vos hacete la paja con la mano izquierda, y metete un dedo de la mano derecha en el culo.
—Y vos hacétela ahora, mientras yo te digo lo puta que sos.
—Ay, Gerardo, me estoy calentando.
—Y yo. Me la estoy tocando.
—Yo, desde que empezamos a hablar.
—Ayyyyy
—Ayyyyyyyy
—Yegua, ya casi acabo.
—Guacho, yo estoy acabando.
—Ahhhh
—Ahhhh
—Te amo.
—Te amo.

º º º

¿Qué es el machismo sino una enfermedad? Dicen que los que han dejado el cigarrillo no deben decir que son ex fumadores, sino que de momento no están fumando. Bueno, en el mismo sentido, yo digo que de momento no ejerzo ningún machismo. ¿Creéis, oh feministas, que se puede exigir más que eso?
Saludos cordiales (no hipogástricos, que eso son chistes de Milena).

EDITORIAL

Imagen by Mostafa Meraji

«El tiempo como territorio», por Silvio Rodríguez Carrillo

Quizás te ha pasado que estando en la fila del supermercado, desde un lado alguien se te acerca, tanto, que puedes casi sentirlo. Como te produce una sensación molesta, casi inmediatamente y por reflejo, intentas dar un paso más hacia la caja. Esto sucede porque tenemos, de manera natural, la necesidad de un territorio espacial básico, que hace reaccionemos cuando nos sentimos invadidos. Puedes hacer la prueba en diversas situaciones, observando o actuando, y verás que los individuos intentarán conservar su espacio vital instintivamente, siempre que puedan. Esto es: A se alejará del desconocido B, si este invade su espacio vital.

Bien mirado, incluso un escritorio puede convertirse en un territorio. Imagina que estás observando una entrevista entre dos contertulios (A y B), ambos, a cada lado del escritorio, sentados en sillas. Estando A con los codos sobre el escritorio, B, normalmente, permanecerá con la espalda apoyada en el respaldar de su silla. Ahora, si operase un cambio de postura y B pasase a apoyar sus codos sobre el escritorio, lo normal es que A retroceda y apoye su espalda en el respaldar de su silla. Estos son gestos corporales, derivados del principio de territorialidad y que, en parte, estudia la proxémica.

Es fácil entender la importancia que tiene el territorio. Y debería ser fácil, entonces, entender que así como para nosotros es importante contar con un territorio, que así como para nuestra familia es fundamental tener un territorio, así mismo es importante y fundamental para cualquier persona y/o su familia contar con un territorio. Si de familia vamos a nación –recordando que posiblemente pertenezcamos a alguna–, debería de ser sencillo de entender cuán importante y necesario es, para cualquier nación, contar con un territorio. Así, debería ser sencillo entender cuán nefasto es que invadan nuestro territorio, ya sea individual, familiar, o nacional.

Pero el territorio no es sólo un “espacio”, no acaba con lo espacial. Así como “el trabajo no es un lugar”, así mismo, el territorio no se limita únicamente al espacio. Existe otro factor y que también cuenta como territorio, y ese factor es, justamente, el más precioso que tenemos, dada nuestra condición humana: el tiempo. Si un auto nos bloquea la puerta del garage nos invade el territorio espacial, pero si además hace que lleguemos tarde al trabajo, también nos invade el territorio temporal. Aquí, lo insoportable es la gente que anda invadiendo territorios sin ni siquiera darse cuenta.

Es por esto que así como defiendes tu jardín o el patio de tu casa y no dejas que cualquiera lo invada, del mismo modo no debes permitir jamás que nadie invada tu tiempo, porque es un territorio que debes defender y enseñar a respetar, con el ejemplo por delante. Considera que, a diferencia de unos cuantos metros cuadrados que puedas llegar a disputar con un vecino, el tiempo no lo puedes recuperar y, como a ciertas personas no las vas a cambiar, mejor evita a aquellas para las que “el tiempo como territorio” vendría a ser como “la dimensión desconocida”.

«Hojas en sombra», algunas prosas breves, Gavrí Akhenazi

Tirria in terra


Me aburrí todo el día.

Es esta puta indiferencia hacia las cosas lo que me tiene inerte como un alga flotando encima de tanto estancamiento.

Me siento estancado también yo, porque la adrenalina se transforma en una droga dura cuando se ha abusado de ella tantos años y pasa su factura cuando llega la calma al músculo en alerta.

Fofo de corazón y de cerebro, voy perdiendo motivos por fuera del combate.

No me estimula casi, casi nada y esta molicie de predador al pedo me trepa por las ganas de portarme mal; entonces obedezco, pongo cara de perro boludo que no quiere disgustar al dueño y digo: כן,כן,כן, mientras por dentro de mí, mis dientes interiores mastican a mis dientes que pujan por morder lo tan estólido.

La chatura ha llegado como un pariente que se quedó sin casa, una vez más.

Sin embargo parece el preferido de toda la familia. Y uno ahí, aguantando su charla de invicta boludez. Y uno ahí, buscando la forma de salir por la ventana o meterle una granada en la garganta, para verlo estallar salpicando todas las paredes con su minúsculo cerebro de maní.

¿Y después qué? Después estalla y ¿qué? ¿Sirve de algo o vamos a quedarnos hasta sin su cerebro de maní?¿Y después qué? ¿Vamos a extrañar sus simpatías de mascota que tiene una para cada ocasión y ya no distinguimos, los demás, a quién quiere o a quién odia, porque a todos les da la misma mano, esa de congraciarse?

Estoy en el momento del desprecio, cuando me siento diferente a todo por aquel tema de la adrenalina que tuvo siempre en jaque a mis sentidos, sin permitirle descansar jamás a esta extinta furia creativa que ahora me bosteza en el estómago y apelmaza mis manos a un almohadón untado con perfume en el que me limpio el semen de la paja.

En el fondo soy, sin duda, un psicópata. Tengo varios niños muertos en mi haber, entre los que también cuento al que yo fui.


Correr por la vida


Me desperté a las cinco, como siempre.

El sueño es una cosa que no ceja su abandono. Un amante irrecuperable que en realidad no tuve, pero que imagino me está destinado, aunque sólo sea en el deseo por él que habita en mí.

Hoy corrí con mis hombres.

Antes de las heridas corría siempre con ellos esa cantidad abundante de anfractuosos kilómetros que los dejaba exhaustos y a mí me ocupaba una parte del día a desvivir.

A mi edad aún me gusta correr y sigo haciéndolo sólo porque me gusta, porque quiero, no para demostrarle al personal –como en mis otras épocas– que si yo puedo resistir hasta el final, ellos también.

Ahora corro por mí y para mí, junto con ellos, como esos perros largos de la estepa africana, que trotan de alegría, inexplicables. Cargo la mochila de combate y corro como un gamo que se siente gamo y se transforma en gamo a cada tranco.

El teniente médico protestó un poco cuando me vio salir dispuesto a la aventura.

Sus heridas, señor…

Pero quedarse preso en las heridas es no saber sanar.


בית קברות


Quise quedarme más.

Seguramente hubiera pasado todo la noche aquí, junto a tu tumba.

Quise quedarme todo el tiempo posible, pero me echaron al final, con malos modos. Cada quien cuida aquí su propio culo. Lo cuidan mientras me entienden y me echan y me dicen que ya sonó esa estúpida queda que tiene toda guerra aunque no exista, pero que vuelva hoy cuando amanezca y me quede si quiero, todo el día.

¿Qué hago conmigo yendo de tumba a tumba, convertido en fantasma que hace preguntas que nadie es capaz de responder?

Del amigo al abuelo voy y vuelvo como esos peregrinos que tienen que llegar a sus santuarios para darle sentido a lo que han hecho.

Voy de una tumba a otra.

Voy de mi tiempo de holganza al de la guerra, antes de las obligaciones de matar y en su intermezzo. Voy desde una tumba a otra.

Y la rodilla que se clava en tierra no hace de antena a nada. No recibo mensajes de mis muertos.

Pero yo sigo aquí. Cumpliendo mi deber yo sigo aquí.

Mis muertos jamás tendrán vergüenza de que yo todavía sobreviva.

«Pagoda, otras prosas breves», Ana Bella López Biedma

Yo sé que no soy pájaro ni vuelo. Apenas polvo suspendido en el aire. O alguna cosa frágil, delicada, un respirar de loza, la sombra en un cristal.

A veces me pregunto que se siente afuera de esta yo que se arrebata siempre cielo adentro. Polvo a contraluz extrañamente quieto. Polvo sin viento. En espera.

Como un lugar donde nunca entra nadie. Como un espacio solo. Solo.


Escribo puentes de cristal, diminutos, invisibles al tedio o a la prisa. Filamentos de luz que con la luz se quiebran. Tejidos con las manos aun niñas, libres de culpa o de razones. Apenas una respiración cercana basta para que se diluyan en el aire y desaparezcan.

Pero yo escribo puentes de espuma sobre la piel del mar, salpicados de sal, como ese primer beso que no llega y se queda en el borde de los labios, vestido de promesa. Puentes que solo esperan pero que nunca esperan. Ajenos a la lluvia en mi ventana, o al monótono gruñir de la lavadora. Ajenos a la vida.

Escribo puentes hechos de palomas mensajeras. Puentes que no dicen nada, y no quieren nada. Miles de puentes que parten de un lugar que es solo mío. Puentes perfectos que a veces, casi sin darme cuenta, alzan el vuelo.

«Espacio abisal», Ronald Harris

Imagen by Matikay

Dios bendijo tus caderas de princesa porno, de cenicienta de prostíbulo. Dios te montó con su espada de tinieblas y te dio el nombre que hoy nos multiplica en los burdeles de tu alma. Y al tocarte entendí la primera proporción del vacío: tu garganta alojando a un ser extraño. Al tocarte me di cuenta que solo somos sombras acudiendo al llamado de la carne, fantasmas que retornan a la realidad cuando los convoca la lujuria, espectros alojados en ese espacio abisal oculto tras el pubis.

Aun así ven y enciende la lámpara genital que arderá por nosotros toda esta cruel y larga noche.

Ven y deja como prenda el estigma de tus senos que brillan como astros desdichados.

Ven y grita lo que nos queda por decir, con las manos, con la lengua, con las uñas, con los dientes, con las venas engrosadas de placer y soledad; las acariciaré suavemente hasta que te duermas sobre mí, hasta que te abandones en mi pecho mientras mi corazón te abraza los oídos, mientras el calor de mi cuerpo de hombre te proclama diosa y ofrenda y mis ojos apenas abiertos, vean como desapareces hecha milagro, justo antes del amanecer.

«Notas dispersas sobre el hacer poético», por William Vanders

Que cada quien sea libre y haga sin menospreciar la libertad del otro ni mucho menos impedirla. Harto complicado cumplir con esto último a la perfección, pero el intento es lo que vale porque sé que existe gente que lo logra.

Digo, no es palabra santa ni pensamiento obtuso: uno deja de ser religioso cuando ya conoció la religión. Y que uno deja de ser poeta de las formas cuando ya las dominó. Es como reconocer la profundidad de la pobreza luego de haber vivido en la opulencia. Quizá no me sepa explicar. No tiene porqué ser como lo expreso. Quiero expresar y no me importa repetirme en recodos semánticos inentendibles, que la razón pura me dicta y el deber ser también – o el sentido común en todo caso-, que: la poesía pura está caduca, aquella de la métrica y rima, que debo primero conocer todo de ella para negarla y hasta para hacerla trizas y quitarle mérito a capricho o con razón. En todo caso, no fui, ni soy ni seré un aprendiz de la poesía de la formas rimadas. Hice el intento de aprenderlo en la escuela primera y luego en la universitaria; también de forma autodidacta…pero me fastidié de contar, de medir, de rimar…no me gusta. Me molesta tener que hacerlo, no es la forma que se adapta a mí, ni es un traje que pienso le quede bien a lo que quiero decir. Sin embargo, y ya con este sin embargo estoy dando muchas vueltas al asunto, existen inumerables poemas rimados que son obras maestras, y no obras maestras porque algún consagrado las haya escrito, sino obras magistralmente escritas por personas con el oficio, el tiempo y la pasión necesarias para esculpir el ángel invisible,dormido en el cerebro, y marcarlo en letras para mostrarlo al resto del mundo que dice existir.
Sí hay algo qué destacar en la versificación de hoy es que pretende ser como la de otrora….y es que existen excepciones en las que el contenido, atado a una forma vetusta, se adapta a la realidad actual. Evita decir lo trillado e intenta hablar del hoy sin la misma flor y el abejorro de ayer.

Me estorban cosas de mí y me decanto y me releo para sacudirme lo que no me gusta.

A veces no me creo lo que fui o me impresiona lo que dije, es parte de la vida y sus transiciones. Hay tantas cosas que he escrito que quisiera quemar u olvidar; las leo tan imperfectas, tan inexactas, tan poco agradables para mi entendimiento actual. Comprendo, además, que fueron épocas y que nacieron así y que ya poco puede hacerse, salvo versionar la idea. Las transformaciones que haga sobre lo antiguo quizá vengan, quizá ya las esté haciendo o quizá las deje sin ignición.

La fama del poeta

La muchedumbre, el poeta que la mira y se regodea en ella, tiene la tendencia al reconocimiento externo antes que de sí mismo y de su obra. Allí hay una sonrisa que tiene hielo, como diría Nietzsche. Una farsa de sí que es como un espejo roto del alma de uno, un espejo remendado con goma de mascar de esa que olvidan a propósito bajo las mesas. Una mentira del tamaño del ego de sí mismo. De modo que el autor gozará de tanta autenticidad en la medida que se aleja de la gente, del reconocimiento o galardones y en la proporción para que su pensamiento se amalgame en el corazón de la gente que adopta el mensaje, lo hace suyo y lo transforma según su percepción.

«Autor de élite I y II», por Silvio Rodríguez Carrillo

Ahora que terminaste de escribir tu libro, ¿sabes qué necesitas para publicarlo exitosamente?

Si no tienes experiencia en publicar libros es muy probable que cometas algunos errores al subir el tuyo en alguna plataforma. Verás, aparte del diseño interior (maquetación) y el diseño exterior (cubierta), para que tu publicación sea exitosa debes tener en cuenta algunos factores que los autores de élite saben que son imprescindibles.

Ahora puedes acceder a todo el recorrido que implica la publicación de un libro, desde su concepción hasta su puesta en venta en las plataformas y, además, conocerás los tres pilares sobre los que se edifica toda publicación exitosa. Este trabajo incluye enlaces con contenido de gran calidad para que sepas desde cómo encarar las publicaciones en tu blog, hasta ejemplos de los errores no forzados que tus competidores han cometido.

«Tríptico: Ángel, no vengo de Sodoma», poemas de Orlando Estrella

I



Al Ángel que me escucha cuando hago mis
monólogos,
el que cruza de acera al vernos en la calle
y me mira con dudas de ser yo el elegido,
debo advertirle pronto que no soy de Sodoma.

Él, todo poderoso, solo anda por mi senda,
no es por casualidad a pesar del recelo.
Detrás de su mirada de terneza,sencilla,
hay hongos destructivos que se traslucen claros.

Sabe y también conozco su objetivo final
pero quiere ser justo. Algunos inocentes
pagaron en antaño culpas viles, ajenas
y quedaron dolores que el tiempo no ha curado.

¿Por qué a mí loco impuro, me busca como amigo
será que ha visto letras salidas de mi puño?
Parece que las mira como muestra de honor
de alguien que no traiciona ni venderá a sus hijos
por salvar el pellejo, eso habrá de entender.

Hablaremos de frente, y estaremos acorde.
Y le diré:

—Cumple tu cometido, ya nuestro referente
lo dijo alguna vez. -¡Qué se hunda la isla
antes de la ignominia!-. Lanza todo tu fuego,
nadie mirará atrás, esta vez no habrá estatua,
porque yo haré la única en el fondo del mar.
No somos un desierto, recuerda lo que somos.

Mañana, dos isleños, una pareja apátrida
querrá recomenzar y le dará color
de tres tonos a un lienzo que habrán de enarbolar
quién sabe en qué lugar más lejano del globo.
Inventarán los cantos que nunca se escucharon,
unas baladas tristes colmadas de dolor
y nadie sabrá quiénes moraban en la isla
más bella del caribe.


II

Arcángel, ¿le propones a este mortal de barro
una misión tan noble, de tanta envergadura?
Un proyectil gastado, casi al implosionar
aunque lleno de hongos y deseos frustrados.
¿Esos eran tus planes al perseguirme ansioso?

No sé que poder viste en este cadavérico
que arrastra sus caídas como Cristo a su cruz,
con victorias efímeras solo como consuelo
del derrotado. Oye, he logrado entender
que el amor por el prójimo son lágrimas de salva
si no va de la mano de la fuerza brutal
y del odio aprendido a través de los golpes.

¿Estaré apto y tendré el amor suficiente
para la hora crucial? Mira que no lo sé.
Nunca me he contemplado en mis sueños constantes
acostado, en la espera del decreto oficial
anunciando el deceso de un vivo desahuciado.

Eso está a tu favor y de aquellos que esperan
que se haga la justicia que ellos por cobardía
nunca han decidido. Pero si me acompañas
cuidaré de tus alas «vaya suerte de ateo»
porque en ellas me iré a la estrella más triste
que no será más mustia que el país donde moro.


III

Hace ya cierto tiempo que me ocupan los ángeles,
no es por remordimiento por mi poca creencia
y no es por el rechazo cada vez más al prójimo
que solo ve su sombra como si más allá
no existieran más hombres que solo se reflejan
levemente en vidrieras. Y si, tengo remuerdos.

Serán los serafines, los que habitan mi mente
que tratan de guardarme, o son dardos mortales
en busca de respuestas, de por qué un ilusorio
se sumió en la catástrofe trepándose a las nubes
queriendo sofocar las llamas en que el hombre
y sus propias miserias se extinguían
en vez de suscitar una canción de cuna
a parte de su sangre, de ser mio aquel niño.

Podrán ser rescatistas detrás de perdedores
que contienen las lágrimas esperando el momento
para inundar los suelos y extinguir los demonios
que pululan y dictan las normas a seguir.

Los veo blandir espadas sin inspirar temores,
quizás son los espectros que otrora fueron víctimas
y hoy, en su nuevo rol, llegan con nuevos bríos
transformados en líderes proyectando las luces
adquiridas en luchas con los demonios muertos.

Puede ser todo un símbolo que refleja el fracaso
de aquel tipo de ayer muy cerca de victorias
o un signo de esperanza en días venideros.

De todas formas guardo una espada embotada
a un lado de la cama y en otro unos escritos
por si me toca irme, casarme con la gloria,
o si por el contrario solo me espera un mueble
cercano a una máquina para corregir musas.





«Llévame contigo al mar», poema de María José Quesada

Imagen by Tim Hill

Llévame contigo al mar

Te conocí una mañana,
tú te marchabas del puerto
yo a la bahía bajaba
y quiso dios que ese encuentro
mi vida entera cambiara.

Llevabas la red al hombro,
venías de la almadraba,
para el mar eras un lobo
para mis ojos, un Atlas.

Y al pasar junto a tu mano
y contemplar tu sonrisa
mi ser quedó hipnotizado
como por arte de ondina.

La red te ofreció la estrella
que me engarzaste en el pelo:
Es para ti, mi sirena,
dijiste sin titubeo.

Sin tener culpa la estrella
quise esquivar ese gesto
y al darme la media vuelta
se me enredó en el cabello.

Cerró el círculo de presa
tu corazón lisonjero.

Las caracolas cantaban
y susurraban dulzonas,
algo fue cortando el aire
con alas de mariposas.

Cada noche una fogata
nos encendía la Luna,
sí mi amor, mi lirio de agua,
febril, lumínica, pura.


Volviste de nuevo al mar,
pasión de los marineros,
yo te quería alcanzar
con las ondas del pañuelo
que lloraban soledad,
marino de mis anhelos.

Guardado celosamente,
el miedo, veta profunda,
desbarató los dinteles
de mi templanza madura.

Regidas por un mal viento
una formación de bocas
iba desgarrando el puerto.
Gritaban las caracolas,
yo les pedía silencio.

Marché hasta la última piedra,
aquella que el mar bañaba.
Con arañazos de fieras
nereidas desesperadas
no daban siquiera tregua
a que mi voz te nortara.

Sin guarda quedó la noche,
los ángeles descansaban
y el agua imantó en su cauce
nombre, amor, estrella y barca.

No quiero ver más el mar
sino entregarle a su hambre
mi cuerpo y mi soledad.
Me dejará enamorarte
vestida de agua y coral.

«Sin preámbulos», «Insensibilidad», «Mausoleo de emociones», poemas de Eugenia Díaz Mares

Imagen by Victoria Borodinova

Sin preámbulos


Se ha dormido en mi piel ese estremecimiento
que me daban tus manos tan solo con tocarme
y dentro de mi mano hay un vacío
sin tu latido ardiente que antes me quemaba.

Son helados tus besos
ya no existe sabor en esos labios
destilando amargura;
se va muriendo todo y solo queda
grabado en nuestro lecho aquel vaivén salvaje
que tanto disfrutamos.

Hoy es todo rutina
marcada en una agenda cuando llegas al día,
sin hacer un preámbulo tú llegas y te instalas.
Quizás tú sí disfrutas la visita,
pero a tu paso dejas anhelos inconclusos.

Quisiera recordarte lo que tú le enseñaste
al mapa de mi cuerpo,
y cómo despertabas tanta sensualidad
tan solo con mirarte.

Pero mejor decido sofocar
a la mujer ardiente que aún sigue vibrando,
aquella que perdiste en el camino.



Insensibilidad



Continúas enviando tus sueños remendados
al cometa en el aire,
y mientras yo te observo y admiro tu entereza,
me busco en los bolsillos,
aquella que perdí bajo una sepultura.

Decrépitos del alma con apariencia joven,
invadidos de hojas
que sueltan en verano nuestros brazos,
como si fuese otoño.

Hay un sol tan radiante que no logramos ver
por la humedad constante en los cristales
y tantos desengaños.
Aún así,
tú sigues hilvanando visiones inconclusas
con una terquedad que me enloquece.

Estoy desalentada,
por eso me he soltado en las aguas del río
que va vertiginoso
y sin poder sentir dentro de mí emociones
por tanta oscuridad en el futuro.



Mausoleo de emociones.



Al mirarse en sus ojos
le devolvió la savia a sus entrañas
provocó ebullición a inertes sentimientos
y un intenso deseo de morderle su voz,
que quería convencer con mimos y susurros
a su limpia conciencia.

Dentro del pentagrama de su pecho
le fue creciendo un bosque,
con ramificaciones buscando una salida
de esa vasija ajada.

Afiló sus cuchillos de cordura
para cortar de tajo todas las tentaciones.
Con intensa ansiedad fue removiendo miedos
para que despertaran
y sacando el espejo como escudo,
al verse con su sombra,
se fundió en una sola para enterrar la llave
de aquellas emociones lejanas y dormidas.

Ama su mausoleo
y se siente muy bien caminando descalza
cubierta de cenizas.

«Tríptico del trino», poemas de Jordana Amorós

Proclamación



Lo primero es el trino. Lo proclamo.
No el pan, el agua, el aire… y es que siento
que respiro con él y es el acento
encendido y vital lo que más amo.

La música serena es fundamento
de lo más placentero y fiel reclamo
de mi alegría , pues si así la llamo
pronto me llena el pecho de contento.

He compuesto, vaciándome en canciones,
tantos anuarios de mi biografía,
que es cada una la radiografía
más fidedigna de mis emociones.

Todo momento tiene su encanto y su cadencia
y yo cantando atrapo su más intima esencia .



Copulación



Tengo una espina que me está matando
clavada en la mitad de la garganta,
más que el brutal dolor, lo que me espanta
es poderla olvidar solo cantando.

No debes confundirte, si me escuchas
cantar desaforada noche y día,
no busques ni una nota de alegría
en mi voz…. de penares , sí que hay muchas .

Parece un desatino verdadero
de la Naturaleza , la imposible
copulación del cardo y el jilguero.

Pero quién calculó cuánta belleza,
un corazón prolífico y sensible
es capaz de exprimirle a la tristeza…



Bendición



Un nido de lunáticos jilgueros
debe okupar mi pecho desolado,
pues cantan cuando arrecian aguaceros
tanto como en un día soleado .

Acaso es que envolverse en armonía
pudierase ser la única manera
para amansar la voz de la jauría
de penas que nos sigue dondequiera.

La musical caricia no diluye
la angustia existencial , ni su arte ensalma
tanto quebranto que la vida incluye .

Pero su grata suavidad nos calma
un momento el dolor y constituye
un bálsamo bendito para el alma.


«La sabiduría de las fresas, «Buscando la sombra del relámpago», «Me designo», poemas de William Vanders

Imagen by Joshua Woroniecki

La sabiduría de las fresas


soy presente
un hoy de abeto tallado en el pasado
pincelando el aquaforte futuro

no me molestan los ayeres

algunos visten camisas ocres
otros son traslúcidos y soñolientos

me visitan por las mañanas
bebemos sonrisas
y untamos el pan con la sabiduría de las fresas

luego

las sombras

me susurran las manzanas que vendrán en diciembre
y duermo en el ahora del hoy mismo
para despertar

de nuevo

junto al reloj de lo que voy siendo



Buscando la sombra del relámpago



Si hay oscuridades atrapadas
en los ojos de las aves
y cansancios varados en las piedras:

¿por qué los filósofos mueren
buscando la sombra del relámpago?

¿por qué hay libros con hambre
acurrucados en las raíces de los árboles?

¿por qué los sonidos sueñan
con el vuelo del silencio primigenio?

Por si las dudas,

zurcí bocas a mis suelas para hablar con dios
en la grieta del asfalto.



Me designo


Bucanero sobrio y ladrón de ladrones.

Punto.

De tiempo libre para los oficios libres.

Punto.

Sufriente inmolesto y mártir justificado.

Doble punto:

Vivo en una buhardilla junto a mis muertos,

colecciono playas redimidas en caracoles viajeros,

duermo sin almohada y con espada al cinto,

me asombro fácilmente y sueño el mar,

despierto sin sol y alimento a mis polillas.

Punto y aparte.


Luego, soy feliz.

No me hambruna la soledad.

«Nocturno del lobo», «Turno de noche», «Tarareo nocturno», poemas de Juan Carlos González Caballero

Imagen by Riya Mishra

Nocturno del lobo


La luna creciente se dibuja apenas
en un cielo opaco con su uña fina
y poco ilumina los ruidos de pasos
por estas aceras de hierbas oscuras,
entonces comprendo que el libre albedrío
sorprende e irrumpe por grietas y huecos
con esa belleza que tiene lo oculto
por tanto hormigón y tanta ceniza
de tráfico en horas carentes de fin.

Es noche de lobos que intuyo acercarse
bajando del monte en busca de signos
que muestren que siguen sus calles vacías,
sus cuevas y páramos, su antiguo reinado
de caza y violencia de diente que ataca
el miedo al silencio de víctimas tiernas.

Dejadme tranquilo andar el crepúsculo
oyendo el sonido de cómodos sueños
de urbe que cierra y blinda sus casas
al ser que mastica ideas de furia
que crecen en mí al tiempo que engorda
la luna que ordena todas las mareas
y muta mis pieles en bestia del hombre.


Turno de noche



Todo pasa, te dicen los que pasaron antes.

A pesar de no haber estado nunca
tan despierto
en ciclos que se acaban con un rayo de sol,
te preguntas porqué no se ha fijado en ti
esa radiante luz.

Se convierte en un hábito mortal
aceptar la vigilia como vida
sometida a los párpados.

Llegas a verlo todo con los ojos perdidos
de un corazón que late detestando la música
pero aprende muy rápido de los momentos cortos
afilando un sentido de humor surrealista,
diseñando los chistes que se cuentan en serio.

Aquello de lo joven que es la noche
te parece una broma desfasada;
un verso de un neón a punto del descuelgue
para luego partirse
en mil lágrimas sobre los recuerdos.

Por no saber unirte a tanta carcajada
a veces notas algo del sabor de la sal.


Tarareo nocturno



Escucho tu respiración serena
en medio del latido de la noche
y al resguardo de aullidos que avisan a la vida
del mal que nos vendrá
del que yo te mantengo lo más lejos posible.

Cometeré el error
de dejarte el legado que evito transferir
como son mis temores absolutos
que me azogan al ver
lo vulnerable del recién nacido,
el sufrimiento de la gente chica.

Aunque estas son horas de apagar la luz última
que me dejé encendida
tras contarte ese cuento que hace que sueñes bien,
como también debieran
los niños que no pueden descansar.

«Los hay suaves», «Movimiento de rotación», «Orientación sin brújula», poemas de Sergio Oncina

Imagen by Evgeni Tcherkasski

Los hay suaves



Los hay suaves, amores que en pucheros de barro
hierven borboteando a fuego lento
e impregnan las cocinas
de exquisitos aromas
a carbón, leña y especias.

Son guisos magistrales de novatos.

Son talento cuidado por el mimo
de quienes aman sin más exigencias
que aprender a quererse.

Son la infancia del sexo suculento,
donde nace el deseo desnudo de mentiras
y el sabor en el otro es el que imaginaste
cuando solo intuías que besabas su piel.

Densos y silenciosos
rellenan los rincones de la vida
y alimentan vacíos.

Permanecen en uno
recordándonos cómo fuimos, somos
y querríamos ser.



Movimiento de rotación



Gente, risas, bullicio,
un barril de cerveza
y un rincón para dos
alejados del resto.

También en ese bar
había camarera y servía las cañas
con igual diligencia que las chicas
que inspiran mis poemas rutinarios
sobre cafés y brownies.

El universo se vestía de color estridente
para llamarnos la atención
y en la televisión daban noticias
que no eran importantes
porque lo ajeno a ti y a mí
era solo un atrezzo
con el que el mundo simulaba
una realidad ficticia y aburrida
e intentaba mostrar
que no giraba a nuestro alrededor.

Como si de verdad
existiese algo más y no tuviera
relación con nosotros.
Como si los muchachos que reían allí
fuesen felices como yo
o las chicas, tan guapas como tú.

Ya no existe ese bar,
escribo versos por rutina
y me engancho al maldito telediario.
Cada día la Tierra
rota sobre su eje.


Orientación sin brújula


También la carretera habla de ti
en cada intersección.
Múltiples direcciones
y cambios de sentido
nombran pueblos que habitas sin estar.

En el norte te veo
corriendo en una playa
con un minúsculo bikini azul
y ganas de inundar el mar Cantábrico
con el contacto fiero de tu cuerpo.

El oeste, el lugar de tu infancia,
es todavía más tuyo que yo.
Ahí es donde creciste sin saber
quien sentiría tu presencia
muchos años más tarde.

El sur me atemoriza
porque nunca volvimos a encontrarnos
y el mundo es un pañuelo
y no es tan grande el metro de Madrid.

El truco es conocer la línea, la estación,
el horario y la puerta de salida.

Y esquivarte.