Orlando Estrella – República Dominicana

El timbalero amigo de mi amigo

(De un Anecdotario Carcelario)

Los primeros días de estancia de los reclusos en los penales siempre son complicados, nunca faltan conflictos, cuando no es con los rateros, lo es con los manipuladores en busca de ventajas atento a ser presos viejos.

Si en tu expediente figuras solo, la cosa es más compleja todavía. Eso es un signo de debilidad como lo fue en el mío. Tuve algunos conflictos menores y siempre hay que estar alerta, pues te quedas incluso sin cama, si es que has comprado una.

Una mañana mientras compraba algo en el colmado de Adolfito, un ex preboste de varios años y hablábamos de algunos reclusos que conocíamos, mencioné a un compañero del ala sindical y él reaccionó sorprendido:

— ¿Tú conoces a Nolasco? —me preguntó.

 Le contesté que sí, que era mi amigo. Entonces él brincó desde su mostrador (pensé que me iba agredir), se dirigió a mi sitio al otro extremo del pabellón, tomó la cama y la arrastró con violencia al medio del local. Luego la empujó hacia su frente, movió otras camas y la colocó, mientras me decía: «Este es tu sitio. Al que se meta contigo pártelo, no hay problema».

Me explicó que aquel compa que yo le mencioné era su amigo de la infancia, y que se habían criado como hermanos. Luego agregó: «El que es amigo de Nolasco es mi amigo».

 Luego señaló la parte de abajo de su cama.

—Ahí dormía él, una vez estuvo preso en el hospital y logré traerlo aquí, tuve que dar algún dinero. Me señaló que en lo único que no estaba de acuerdo con él es en la «maldita política, eso lo va a hundir a todos ustedes más tarde o más temprano».

A partir de ahí mi situación cambió de manera notable.

A la hora de cerrarse las puertas del pabellón, Adolfito colocaba unas latas y otros objetos y comenzaba a tocar y cantar, él era uno de los dos mejores timbaleros del país y había tocado con varias orquestas hasta el día de su problema.

En una ocasión, un director musical visitó el penal a tratar de que las autoridades le facilitaran el músico por dos noches, pero la negociación no fue posible, eso demostró el nivel profesional de este hombre.

Mientras tocaba parecía como poseído por el don musical y había que llamarle la atención para que los reclusos pudiéramos dormir.

Tenía en sus espaldas unas cicatrices de heridas no bien atendidas y, más que cicatrices, parecían cordones de gran grosor, quizás de cortes de cuchillo o machete, lo que le daba una imagen grotesca.

Como buen preso viejo siempre tenía guardadas bebidas, y me preguntaba: «romo o whisky», en son de broma le decía » hasta trementina que sea». Después de dos tragos dentro de un penal comienzas a ver los barrotes como de cartón y a los policías chiquiticos, pero cuidado con eso.

No me imaginé que con la mención de un amigo común mi situación iba a cambiar para bien, lo que demostró que la amistad es un fenómeno que se puede transmitir más allá de lo personal.

Eugenia Díaz Mares – México

Su sitio web:http://azulgenia.blogspot.com

Hablar de Eugenia Diaz es hacerlo de la tenacidad, porque esta mexicana, que cultiva tanto la prosa como la poesía, se ha marcado como objetivo perfeccionar la técnica para escribir una novela cuya temática será la muerte de su hija Erika, causada por una negligencia médica.


Este desgraciado suceso marca su trayectoria literaria, y así nos encontramos con que buena parte de su obra está asentada en el dolor, sin embargo, Eugenia, mujer vitalista, también introduce en sus creaciones un soplo de aire fresco y una ventana abierta a la vida, con lo cual la misma Eugenia nos muestra a una mujer que no se rinde ante la adversidad.  La literatura en general y la poesía en particular son un apoyo vital. En este sentido, refiriéndose a la poesía ha llegado a decir  “yo simplemente me dedico a escribir porque me gusta y porque a lo largo de mi vida ha sido un bastón que me sostiene”


Tiene publicado el libro “Huellas gastadas” de la editorial “Groppe Libros” en una edición familiar que fue un regalo de su otra hija Lily y que contiene una hermosa recopilación de poemas que nacieron al amparo de Ultraversal.
Eugenia, aparte de gentil, buena gente y una compañera maravillosa, posee talento y gracias a él ha logrado focalizar en sus poemas su manera de ser, dejándonos textos muy emotivos.


Con su antes y después literario, con su esfuerzo, con su dulzura, y con su fuerza, no se me ocurre nadie mejor que Eugenia Díaz para enarbolar el espíritu Ultraversal. De hecho muchos la consideramos un ejemplo a seguir. Casi nada.

Poeta no te calles

Eugenia Díaz Mares – México

Se encuentra en remisión el intenso dolor
que apagaba la luz de cada nuevo día,
y sin reconocerse ve su imagen
plasmada en la ventana
tan serena y en paz.


Escucha serenatas, las charlas y las risas
y como en pasarela ve desfilar pasteles
con los ramos de flores festejando a las madres.
Y ahí, tras el balcón, cristal humedecido,
esa mujer observa cómo se va mojando su reflejo
tocando sus mejillas extrañamente secas.


Camina de regreso pisando su presente,
rozando con sus dedos los muros y tabiques
que atesoran el eco de fantasmas.


Se va dejando guiar por el fulgor
de unas manos que esperan con anhelo
logre cruzar el puente.

Un pasaje de ira con retorno

Jorge Ángel Aussel – Argentina

Esta fiera volcánica que explota
en el trémulo estero de mi mente
se ciñe a la razón intransigente
de tener la razón que nos derrota.

Soy amo de la furia y soy mascota
de la herida que causa mi tridente
cuando lame las tripas de la gente
nutriéndose del daño gota a-gota.

Estoy viciado de beber mis noches
en un coctel cargado de reproches
por mi comportamiento encarnizado.

Y es que en cuanto vacío las botellas
vomito en el vacío las estrellas
de mi arrepentimiento atragantado.

John Madison – Cuba

Arte minimalista

Gladys llegó a Madrid como el turrón, por Navidad, con su manada de bártulos y esa descarada impertinencia que la hace ser quién es: Gladys Sánchez.

Por el volumen del equipaje deduje que aquella visita iba a durar mucho y que la convivencia sería difícil.

Y camuflados entre los Manolos, los vestidos de Versace, los jeans de Gloria Vanderbilt, los pañuelos de seda, las tenazas del pelo, los rulos, el maquillaje, las pestañas postizas y toda esa marabunta de cosas propias del acicalamiento de mi señora mamá: los santos, porque no existe lugar ni galaxia dentro del universo donde Gladys Sánchez ponga el tacón en el que no estén ellos también.

La verdad es que yo nunca he creído en esas paparruchas. Sí, ya sé,  me veo en el deber de explicarles qué son los santos. Verán, hay una larga lista de deidades africanas a las que los cubanos y una buena parte del Caribe rinden culto. Así ha sido desde tiempos inmemoriales. Está Yemanyá, y Obbatalá y Oggún…

Queridos lectores, estoy convencido de que sabrán darle un buen uso a la Wikipedia. Tengo un amigo escritor (escritorazo), de esos que cuentan la vida con auténtico talento y esplendor.

El tipo no es muy partidario de los glosarios ni de las notas a pie de página. Vamos, que no hay que ponérselo en bandeja de plata a los lectores, eso dice. Si alguna palabra extraña despierta su interés sabrán tirar del diccionario.

Culturizando a la peña, que con los tiempos que corren no viene nada mal.

Pues eso, como les decía, no creo que los santos tengan el poder de solucionarme la vida. Sin embargo, allí estaba yo, desesperado, arrodillado (por amor) como un gilipollas ante una ollita sopera de porcelana ¿japonesa? adquirida en un mercadillo de barrio de artículos de segunda mano y colocada en el piso justo en el centro de una esterilla de bambú, rodeada de velas aromáticas, incienso y ofrendas florales, girasolares diría yo, porque lo que allí imperaba era el girasol a punta de pala. Una ollita  a la que mi señora mamá –Gladys– llama ampulosa y misteriosamente: «Oshún», que para los cristianos corrientes de toda la vida no es otra que la Santísima Virgen de la Caridad, en este caso del Cobre, esa hermosa localidad santiaguera en la que se encuentra el santuario de la virgen.

Una ollita sopera que, más que un receptáculo-contenedor para deidades, semeja un objeto minimalista japonés de exquisita sobriedad en el grabado floral que eligieron para decorarla.

Ni puñetera idea de la relación entre la cultura nipona y las costumbres que nos dejaron nuestros ancestros: los esclavos africanos.

Y allí estaba yo, rayando el mediodía, ante la ollita sopera. Y en el interior de la ollita sopera: agua. Agua corriente, del grifo, ni siquiera bendita. Y unas cuantas piedras lisas y grises que, según Gladys, recogieron los santeros del sedimento del río donde se llevó a cabo la ceremonia religiosa previa a la entrega de dicho amuleto. Y el río, como todo cubano sabe, es el medio acuático de la Santa en cuestión: Oshún. La versión cubana de Afrodita.

Lo cierto es que se me hizo un cacao monumental sincretizar la ollita, el agua del acueducto madrileño y las piedras con el río y con la virgen mientras formulaba mi pedido especial.

Yo hablo con Dios muy a menudo, pero es un acto mucho más sencillo que hablarle a una ollita japonesa. Y siempre miro al cielo cuando lo invoco, que es siempre el techo de mi cuarto (uno no habla con Dios en plena calle). Sí. Es una estupidez. Según Juan María, el pastor evangelista de mi congregación, Dios está en todas partes, pero a mí me consuela saber que Dios está en mi techo.

Y como ya se sabe, nadie tiene ni zorra idea del rostro que se gasta Dios así que cada cual lo  imagina como se le viene en gana. Por regla general viejo, muy viejo, calvo y con las barbas como la cima del Everest, nevadas, mientras uno se lanza a pedir como un desquiciado sin la divina intervención del minimalismo japonés.

—¿Hijo?

—¿Mamá? ¿Es qué no sabes llamar antes de entrar?

—La verdad, es absurdo llamar a la puerta del cuarto de una. Por si no te has dado cuenta, este es mi cuarto, John.

Y claro que me había dado cuenta. Y bien. Existe una diferenciación muy clara entre el cuarto de mi madre y el mío y no me refiero al mobiliario. Mi cuarto siempre huele a ma-ría. Cualquier mortal sería capaz de colocarse sólo con abrir la puerta y dejarse acariciar por la fragancia, que no es precisamente el perfume a santidad que se supone acompaña a la madre de Jesús. De ser esa » María» lo habría escrito con mayúscula.

—Con la de veces que me has dicho que ésto de los santos era una auténtica mamarrachada, John —me soltó Gladys, la sarcástica. Y luego un: ja, ja, ja, kilométrico. De unos tres o cuatro renglones aproximadamente.

Sí, ya sé. Jamás en la vida un escritor debe incurrir en la desfachatez de referir la efusiva alegría de sus personajes con unos escuetos y bochornosos «ja, ja, ja». Hay que ser algo más creativo si se pretende al menos ser digno del oficio. Algo así como: lo agasajó con el desorden de su risa de opereta, el alto voltaje de su risa (puro 220 w) la electrizó hasta enamorarla, su risa era un estruendo de cristales rotos, su risa era la primavera echando a patadas, con su escandaloso apogeo, al invierno de sus penas. O simple y crudamente: se partió el culo de risa, se partió la caja, se meó (de risa) que para mi gusto va al pelo con mi personalidad, porque les advierto: no soy un escritor, simplemente alguien que se lo pasa de puta madre soltando sus paridas estúpidas por la red.

—Vaya, sí que estás metido con esa enfermera —el imperio Gladys contraataca.

—Como un camión en un bache. Y qué —contraataqué yo, el hijo del Imperio.

—No sé yo. A esta muchacha la encuentro poca mujer para un viudo de cuarenta y seis años al que le apasionan los combates nocturnos cuerpo a cuerpo, estás muy al día. Se te va un dineral en putas. Como sigas así no va a quedar ni un solo peso de la herencia de tu padre.

—¡Gladys!

—Con la de veces que le pedí a Oshún que te hiciera sentar la cabeza. Robertico necesita una mamá.

—No digas estupideces. Él ya tiene una madre.

—En el cementerio de Madrid. Desde hace quince años.

—Sí. Quince años de soledad.

—Si no espabilas se te van a convertir en cien como a García Márquez. Hijo, hasta cuándo vas a seguir venerando a una muerta.

—Y mira quién fue a hablar. Tú tampoco has tenido hombre desde que murió papá.

—Es diferente. Tu padre es irremplazable. Con lo feo que era, pero luego era tan especial. Un pedacito de pan. Cantaba de escándalo por Sinatra y bailaba tan bien los boleros. Apretaditos. Ay, era tan romántico. Cada vez que visito el blog de tu amigo me acuerdo de tu papá.

—¿El blog de mi amigo?

—»La maldad aparente», que poemas que escribe ese hombre. Demasiado para este corazón.

—Gladys, no sé qué bicho te habrá picado para que confundas de esa manera tan cruel la velocidad con el tocino. Papá era corredor de apuestas. Sí. Hubiera sido un poeta tremendo. Reconozco que se marcaba unos poemas de amor de campeonato. Pero a excepción de los versos no entiendo la conexión entre un corredor de apuestas neoyorkino y la brillante carrera literaria de un señor  de procedencia israelí.

—Bueno sí, sí, lo reconozco, Gavrí Akhenazi es más bueno que papá fabricando versos. Es por esa frase.

—Ah, ya: «porque todos los monstruos somos, en el fondo, románticos»*.

—Sí. Tú papá era un monstruo muy romántico al que echo mucho de menos. Y ya estoy muy mayor para despertarme con esa deprimente visión de una dentadura flotando desfigurada en un vaso de cristal, lavar gayumbos y tomar sopa en compañía.

Pero fíjate qué sorpresa lo tuyo. Va a ser que Oshún ha oído mis rezos, de lo contrario no estarías ahí tan arregladito, arrodilladito y con las manos junticas sobre el regazo y esa carita de “no he roto un plato en toda mi vida”. Pero si vas a embarcarte en esa relación te aconsejo que seas el mismo canalla de siempre.

—¡Gladys, ya está bien de jueguecitos de palabras!

—Bueno no lo niegues, amor mío y corazón de otra, que tú eres muy canalla. Ahí saliste a tu papá y cada madre sabe qué clase de hijo tiene, pero un canalla atento y super simpático. Y a las mujeres nos vuelve loca esa versión del canallismo. Y si ese hombre está, además, como para hacerle un par de homenajes, así, uno detrás del otro y sin descanso … y tú has nacido de pie, pero sólo porque te pareces a mí en eso de la hermosura y no a tu papá. Gracias le doy a la Santísima Caridad del Cobre. Los feos tienen que emplearse a fondo y muy a fondo en el amor …

—Y las madres métome en todo y lengua larga muy a fondo en el silencio.

—Porque un feo, re-feo, bueno, yo estuve casada cuarenta años con un feo maravilloso, poco creativo en la cama…

—¡Mamá!

—De acuerdo, hijo, no te molesto más. Te dejo para que tengas unos minutos con Oshún. Y ojito. No le prometas a cambio nada que no seas capaz de cumplir. No sea que se ponga brava y se tome la revancha.

—¿Cómo qué?

—Despedirte de las putas y de la marihuana.

Jordana Amorós – España

Sitio web: http://islapoetaria.blogspot.com/

A propósito de Nadie
Amo las  palabras.
Vaya esta declaración por delante…
Me gusta jugar con ellas, explorarlas, mimarlas, acariciarlas….e incluso, de vez en cuando , hasta retorcerles la nariz…
Y a pesar de ello no encuentro las necesarias cuando se trata de hablar de mí.,no me resulta fácil . 


Acaso es  porque literariamente hablando yo no soy nadie. Es decir , soy esa especie  de Juana ( Jordana) Nadie , de persona anónima que , existiendo como ente real, en el universo  de las letras no tiene relevancia alguna .


Porque yo no poseo ningún diploma de ningún certamen literario. No he publicado ningún libro. Ni siquiera escribo en ningún blog propio.
Es más, durante años me he negado a mí misma que era poeta.
Y eso que  escribir poesía , versear  lo suelo  yo llamar, es algo que vengo  haciendo desde siempre.
 O precisamente  por eso.


 Creo que el primer poema lo escribí sobre los 8 años. Recuerdo que se lo leí a mis familiares y lo recibieron con gran regocijo, pero a pesar de ser tan niña ya percibí una  especie de murmullo subterráneo… algo así como “ Vaya, esta también nos ha salido rarita…”


 Y  es que había precedentes , un familiar que hacía poemas,  que hablaba casi en verso y que sí debía ser un tanto estrafalario, porque según  tengo oído ponía en su tarjeta de vista.
” Fulano de  Tal  y Tal .Pintor, escultor y barbero . Poeta, tejero, borracho y “desgraciao” “.


O sea , que muy normal no era….Todos lo trataban con afecto, con condescendencia, pero dejando entrever que estaba un poco chalado. Total, que  decidí que no  quería parecerme a él .  Así es que  yo, de poeta, nada de nada.
Durante muchos años me he esforzado únicamente en ser el ser humano que soy: hija, esposa , madre, amiga, compañera, maestra… nombres todos ellos que me llenan de orgullo.


De esta dedicación mía a apurar todos las experiencias  en que mi humanidad me sumergía , han ido surgiendo mis diferentes registros poéticos.
Porque , aun haciendo de ello mi secreto mejor guardado , y como la cabra tira al monte,yo sentía la necesidad de plasmar por escrito todo  lo que la vida me iba haciendo sentir: la belleza, el amor, el desamor, la sorpresa, la duda ,el estupor….


Sobre todo ,  y  desde la lucidez, el estupor ante el sinsentido   de la existencia , de  sabernos vivos ,de conocernos extinguibles y de tener un deseo tan fuerte de supervivencia, quizás solo puro miedo.
Si a esto unimos que  nací con un sentido musical, del ritmo, bastante acusado, pues lo que sería de mí estaba cantado ( nunca mejor dicho)
Aquello de:
 “ Y que suene, por que es inevitable… Porque al aire la música le sobra” 
de uno de mis poemas, creo que me define como poeta  sin necesidad de más palabras.


Y es que ahora , por fin, ya he aceptado que lo  mismo que hay quien nace con los ojos azules o con el cabello rizado,  yo nací así,  soy así .
Escribo porque no puedo hacer otra cosa.


Y así espero morirme.

La tristeza mayor

Jordana Amorós – España

El aire, ese es ahora
el mortal enemigo
que se empeña en faltarnos,
que se obstina
en ahogarnos con saña en el silencio
supurando congoja,
al tiempo que proclama su triunfo incontestable
trayendo mil virtuosos olores añejados,
que van acuchillando la memoria.

Ya no cabe, por mucho que se apriete,

el hondo desamparo
en la estrechez del pecho
ni alcanza la tristeza
esconderse en los ojos de cuévano y estanque.

El abandono deja
la piel, tibia añoranza del tacto , al descubierto;
la soledad la acecha
de frío a dentelladas.

Y este extravío extremo
de manso corazón que en cada rostro
te busca a su pesar…

El desamor
es este perro flaco empecinado
en pasarse las noches
contándole sus penas a esa Luna
de luz desangelada
por si acaso se digna a contestarle.

No queda ni un rincón en el que guarecerse
de tanta indefensión desasistida,
de tanto desconcierto..

Estupor desvalido,
ferocidad inerme ,desdicha sordomuda,
que acaba por volverse indiferencia

No hay desdicha mayor que un desconsuelo,
que ya agotó sus lágrimas
y al que ya no le quedan más ganas de llorar.

Isabel Reyes Elena – España

Hemos parado la guerra

En Bosnia Herzegovina la primavera es una broma.

La noche se ha cerrado y es nieve lo que cubre el escaso paisaje a través de las ventanas sin cristales.

Nuestra vista no alcanza a ver más que la nieve.

El fuego cruzado rompe el silencio.

—¿Qué pasa, Enver? – le pregunto.

—No debes preocuparte, es una boda.

Y dejo que me mienta.

Un disparo, diez segundos. Veinte más y otro disparo. Yo busco protección entre sus brazos. Desconozco si tiene el miedo que yo tengo.

Mi temor de mujer —porque ya no soy médico en el momento del miedo urgente y agrio—, es un apenas en los brazos de un hombre. Pero al miedo no le importan los detalles.

He aprendido del miedo a tener miedo. Del disparo, la muerte. De la explosión, los restos mutilados.

Y ahora estoy a su lado, protegida en su pecho, mientras nos acribillan los que matan.

Me tumba entonces con la brusquedad que da la urgencia.

La piel sabe cuando sí, con quien sí, cómo sí, pero desconoce el impulso que la guía.

Nos besamos hasta el cansancio de las bocas.

Y estas cosas olvidan su porqué.

Entre sus brazos que tiemblan con las balas, me sostiene a mí que también tiemblo. No hay nada que decir.

Cuando el combate arrecia, el minuto en que se piensa o no se piensa, pasa a ser el último minuto.

El miedo es un testigo que no habla.

Pero un hombre y una mujer son dos sobrevivientes sobre el suelo.

Cuando todo cesa, me susurra: Doctoriza, hemos parado la guerra.


Descripción

Mi terraza es una enfermiza primavera cuajada de invierno. Reducido espacio de madera y cristal.

Una silla delante del PC como un verano muerto y esquelético. Una cinta de andar esperando la herrumbre del olvido. Los maceteros abiertos al aire de abril son eriales rectangulares. Y piedras, cosas olvidadas y una librería incoherente.

Han pasado muchas noches sobre todo ello y hay todavía un frío muerto en mi terraza como un pájaro gris caído de lo inhóspito del mundo. Cruzan los cristales unas líneas dudosas que empequeñecen el paisaje y miden el vacío dando una nueva dimensión al firmamento.

Mi terraza es la vida arrinconada, el hueco de un verano, el hueco de mí misma. Y estoy aquí detrás de los cristales, pero tampoco estoy, el pensamiento va por otras vías ahora que el verdor ha huido de los maceteros soplado por una boca oscura.

Un reducto de letras y de muerte por el que me muevo hablando sola. La soledad como un naufragio.

Es mi ataúd abierto festoneando de polvo el fracaso de mi vida.

El título, ganzúa o cerradura

Por Gavrí Akhenazi

Mucho se habla sobre lo dificultoso que resulta titular. Se quejan los poetas, los cuentistas, los novelistas, los ensayistas e incluso los conferencistas, porque el título es aquella pequeña clave, ese impredecible santo y seña que puede abrir o cerrar la puerta de un texto.

Un título atrae o rechaza al lector y por lo tanto, es el primero de los anzuelos que un autor esgrime para despertar interés en la obra.

No hay una sola forma de titular un trabajo literario y cada uno busca aquello con lo que es afín, ya que el título es el avance de la obra, su primera representación en la mente del lector y por ello, cada autor titulará de acuerdo a como él conciba que el título funciona mejor, ya sea como carácter, perfil o imagen de lo escrito.

Nada más odioso que titular con números una obra poética, por ejemplo. Habla de cierto desconcierto o desgana del autor o, también, de que no le reviste interés ofrecer algo más que el corpus y que el corpus hable, cuando no, de una falta notoria de imaginación o de empatía hacia su propio escrito. Pero el lector –en general todos los lectores– necesitan ese breve estímulo, ese pinchazo en la curiosidad que los lleve a indagar que hay detrás de las palabras que lo seducen.

Un buen título amenaza con un buen libro que lo respalde, aunque muchas veces nos llevemos, a partir de eso, unos fiascos que hacen época.

Mucho se puede discutir sobre la elección del título y hacia dónde intentamos apuntar con ella, por eso, la pregunta que el autor debe hacerse frente al título es ¿qué quiero referenciar con el título?¿el contenido de la obra?¿destacar a su protagonista?¿hacer un resumen del argumento?¿simbolizar lo que luego el lector encontrará escrito?

En general, esas son las preguntas básicas que representan la elección de un título, ya que tanto el título como la primera frase de cualquier obra, son decisivos para el éxito del resto de la obra.

Muchos autores titulan cuando surge el título. Es una buena opción, porque mientras se escribe, en el caso de cuentos y novelas, el argumento va sugiriendo alternativas posibles y entre ellas, muchas veces, aparece el título definitivo cuando se ha partido de uno provisorio que no nos convence demasiado.

Otras veces, lo primero que surge es el título y desde el título se desprende la trama, cosa que acota y supedita a cumplir las exigencias que el título prefija, por más que en algún momento el argumento esté pidiendo otra cosa.

Es importante intentar que el título sea sugerente, seductor, que, en cierto modo despierte en el lector el deseo de ver qué hay detrás de las palabras, siempre sin irse por las ramas de la ambigüedad, de modo que el título termine por ser tan abarcativo que represente a esa obra y a cincuenta obras más. Por ejemplo: La alegría.

Ahora bien, si a ese enorme abanico que representa la alegría, le agregamos algún condimento que lo aparte y lo modifique, el título se realza. Por ejemplo: La alegría anónima / La descalza alegría o cosas así, a gusto de cada autor y representando algo más que una generalidad textual. No quiero decir con esto que titular «La alegría» esté mal, sino que siempre el autor puede encontrar algo más en el argumento para que el título no resulte pelado y abstracto y se ajuste más a los contenidos últimos que el lector encontrará una vez ingresado al libro.

A veces, ese poder de seducción aparece de manera secundaria en el subtítulo, porque el autor prefiere, por ejemplo, que su libro lleve el nombre del protagonista y como un nombre –a menos que sea el de alguien histórico que resulte conocido por un amplio espectro de lectores– no dice demasiado, agrega los sabores en el subtítulo. El problema de los subtítulos es que recién figuran en la portadilla y no en lomo y portada, que son los elementos primarios en los que repara el lector.

Con respecto a esto, hay discrepancia entre las opiniones, pero, a grandes rasgos, se puede afirmar que el título reviste tres vertientes fundamentales:

–cuenta el argumento de la historia o refiere fehacientemente a ese argumento

–simboliza el contenido sin hacer referencia expresa a él

–utiliza el nombre del protagonista, del escenario, plano temporal o el suceso desencadenante

También existen combinatorias entre estas tres vertientes y depende del autor su manejo ya que es el autor el que decide la incidencia que el título tendrá con respecto al contenido.

Debe tenerse en cuenta que es necesario no anticipar el final desde el título, aunque en algunos casos dependiendo de la pericia autoral, el gancho es justamente anticipar el final para que el lector se interese en el cómo de los sucesos. Esto es típico del policial y de la novela negra.

El título requiere brevedad, síntesis y significado. Es un «gancho», una tarjeta de presentación y como tal, la información que aporte debe motivar la búsqueda del contenido que habita detrás.

No olvidar que el título define la obra.

El título, ganzúa o cerradura

Mucho se habla sobre lo dificultoso que resulta titular. Se quejan los poetas, los cuentistas, los novelistas, los ensayistas e incluso los conferencistas, porque el título es aquella pequeña clave, ese impredecible santo y seña que puede abrir o cerrar la puerta de un texto.

Un título atrae o rechaza al lector y por lo tanto, es el primero de los anzuelos que un autor esgrime para despertar interés en la obra.

No hay una sola forma de titular un trabajo literario y cada uno busca aquello con lo que es afín, ya que el título es el avance de la obra, su primera representación en la mente del lector y por ello, cada autor titulará de acuerdo a como él conciba que el título funciona mejor, ya sea como carácter, perfil o imagen de lo escrito.

Nada más odioso que titular con números una obra poética, por ejemplo. Habla de cierto desconcierto o desgana del autor o, también, de que no le reviste interés ofrecer algo más que el corpus y que el corpus hable, cuando no, de una falta notoria de imaginación o de empatía hacia su propio escrito. Pero el lector –en general todos los lectores– necesitan ese breve estímulo, ese pinchazo en la curiosidad que los lleve a indagar que hay detrás de las palabras que lo seducen.

Un buen título amenaza con un buen libro que lo respalde, aunque muchas veces nos llevemos, a partir de eso, unos fiascos que hacen época.
Mucho se puede discutir sobre la elección del título y hacia dónde intentamos apuntar con ella, por eso, la pregunta que el autor debe hacerse frente al título es ¿qué quiero referenciar con el título?¿el contenido de la obra?¿destacar a su protagonista?¿hacer un resumen del argumento?¿simbolizar lo que luego el lector encontrará escrito?

En general, esas son las preguntas básicas que representan la elección de un título, ya que tanto el título como la primera frase de cualquier obra, son decisivos para el éxito del resto de la obra.

Muchos autores titulan cuando surge el título. Es una buena opción, porque mientras se escribe, en el caso de cuentos y novelas, el argumento va sugiriendo alternativas posibles y entre ellas, muchas veces, aparece el título definitivo cuando se ha partido de uno provisorio que no nos convence demasiado.

Otras veces, lo primero que surge es el título y desde el título se desprende la trama, cosa que acota y supedita a cumplir las exigencias que el título prefija, por más que en algún momento el argumento esté pidiendo otra cosa.

Es importante intentar que el título sea sugerente, seductor, que, en cierto modo despierte en el lector el deseo de ver qué hay detrás de las palabras, siempre sin irse por las ramas de la ambigüedad, de modo que el título termine por ser tan abarcativo que represente a esa obra y a cincuenta obras más. Por ejemplo: La alegría.

Ahora bien, si a ese enorme abanico que representa la alegría, le agregamos algún condimento que lo aparte y lo modifique, el título se realza. Por ejemplo: La alegría anónima / La descalza alegría o cosas así, a gusto de cada autor y representando algo más que una generalidad textual. No quiero decir con esto que titular «La alegría» esté mal, sino que siempre el autor puede encontrar algo más en el argumento para que el título no resulte pelado y abstracto y se ajuste más a los contenidos últimos que el lector encontrará una vez ingresado al libro.

A veces, ese poder de seducción aparece de manera secundaria en el subtítulo, porque el autor prefiere, por ejemplo, que su libro lleve el nombre del protagonista y como un nombre –a menos que sea el de alguien histórico que resulte conocido por un amplio espectro de lectores– no dice demasiado, agrega los sabores en el subtítulo. El problema de los subtítulos es que recién figuran en la portadilla y no en lomo y portada, que son los elementos primarios en los que repara el lector.

Con respecto a esto, hay discrepancia entre las opiniones, pero, a grandes rasgos, se puede afirmar que el título reviste tres vertientes fundamentales:

–cuenta el argumento de la historia o refiere fehacientemente a ese argumento

–simboliza el contenido sin hacer referencia expresa a él

–utiliza el nombre del protagonista, del escenario, plano temporal o el suceso desencadenante

También existen combinatorias entre estas tres vertientes y depende del autor su manejo ya que es el autor el que decide la incidencia que el título tendrá con respecto al contenido.

Debe tenerse en cuenta que es necesario no anticipar el final desde el título, aunque en algunos casos dependiendo de la pericia autoral, el gancho es justamente anticipar el final para que el lector se interese en el cómo de los sucesos. Esto es típico del policial y de la novela negra.

El título como tal requiere brevedad, síntesis y significado. Es un «gancho», una tarjeta de presentación y como tal, la información que aporte debe motivar la búsqueda del contenido que habita detrás.

No olvidar que el título define la obra.

Gavrí Akhenazi

Ana Bella López Biedma – España

Ana Bella López Biedma es de Madrid, ingeniera técnica industrial, aunque nunca ha ejercido como tal. Empezó a escribir hace unos ocho años por pura necesidad. Ha colaborado en la revista Alaire, en el Sexto Continente, colabora habitualmente en la revista La Hoja Azul en Blanco de la Asociación Literaria Verbo Azul y en las publicaciones de La Espiral Literaria, asociaciones a las que pertenece.

Canta desde que tiene uso de razón, aprendió lo mínimo de guitarra a los catorce y desde entonces ha seguido haciéndolo aunque a nivel público lo abandonara durante mucho tiempo. Ha vuelto a retomar las actuaciones musicales hace unos tres años.

Compagina la faceta de poeta con la de cantautora y cantante de versiones en acústico. Este año ha publicado el libro de poemas «En clave de mí» acompañado por el CD de poemas musicados «En clave de Do-s», con música de José Luis Hinojosa.

Gavrí Akhenazi – Israel

Sitio web: https://gavriakhenazi.wordpress.com/

Silvio Manuel Rodríguez Carrillo dice lo siguiente acerca de la narrativa de Gavriel Akhenazi (pseudónimo):


«Desde el primer reglón de sus novelas se comienza a exponer la dramática situación del autor, el difícil protagonista de toda historia, o mejor dicho, del conjunto de historias que componen esta gráfica emocional que es su escritura, lacónica en detalles y abundante en profundidades. Una situación marcada por rojos intensos que parecieran buscar dominar el destino, o por lo menos, probar hasta qué punto podrá llegar la resistencia de su inasible humanidad. Y es que va de una naturaleza íntima contrapuesta a la manifestación de un entorno sobradamente hostil, en donde ningún disparo queda sin ser respondido, en donde nada nunca se olvida porque es un autor al que le sucede casi una entera descreencia, porque casi le gana el picaporte de la puerta la sombra del cansancio, porque las tantas muertes que ejecutó o presenció casi le pesan más que las vidas que salvó, porque no le suman como quisiera.


Lo terrible, sin embargo, se da a causa de un cóctel en donde se mezclan experiencia, actitud e inteligencia. Sus calles han sido mucho tiempo cementerios (experiencia), salir de ellos para volver a la otra calle y seguir empujando a su modo implica una beligerancia vital (actitud) en la que debe recurrir a su capacidad de resolución de conflictos (inteligencia) para poder sostener su mundo, mientras una y otra vez acepta misiones que a los de a pie dejaría sin posibilidad de alivio alguno siquiera imaginarlas. Porque ahí se mueve él, donde la moral la dicta el vivir en los límites.


Lo complicado surge con la belleza. Gavrí Akhenazi mismo se proyecta, se amalgama en Jekyll y Hyde, porque así como destruye también construye. Escribe igual poemas que novelas, dispara un proyectil o una metáfora. Surge así quizás el punto más notable -para mí el mejor- de sus novelas: la dialéctica con la que el protagonista se bate a duelo contra sí mismo desde lo intelectivo hasta lo emocional. Se razona, se ataca, se desprecia, se explica y se muestra así mismo la salida, aunque esta no sea otra que la puerta que da con un nuevo laberinto.


En lo formal, es del tipo de escritura que no se rige por lo lineal, por lo estructurado de “un peldaño lleva al otro”, sino que sigue su propio impulso generando así su aliento único.
Es una lectura durísima que demuele concepciones aprendidas de memoria y que muestra la cicatriz por dentro y que habrán de disfrutar los que gustan de examinarse sin el hábito de perdonarse.»

Isabel Reyes Elena – España

Su sitio web: http://almaticamente.blogspot.com

A la hora de celebrar un buen poema suele decirse que goza de calidad tanto en fondo como en forma, pero ¿qué implica esta sentencia? En el caso de Isabel Reyes significa el equilibrio entre el mensaje, la estructura formal del mismo y el aliento propio del autor. Aquí señalo que con empeño y algo de oficio es posible conseguir decir adecuadamente lo que queramos, pero, expresarse de tal modo que pareciera ser la normativa la que se adecua a nuestro tono es algo que implica talento. Más aún, si los platillos son variados.


Si vamos a sonetos, por ejemplo, Isabel combina pies de rima y encabalgamientos que en conjunto diluyen la idea de estar leyendo un soneto, porque consigue una fluidez y una claridad tal que el lector antes que nada se hace con el poema y ya después valora la técnica formal.


Si vamos a arte mayor o a verso blanco, se permite construcciones que se asemejan al trazado de una pista de fórmula uno -se perdonará esta comparación-, con rectas largas alternando con curvas cerradas, logrando un dinamismo que incita a recorrer de nuevo de principio a fin cada poema.


Pero, cualquiera sea el ritmo en el que se exprese, Isabel irradia una madurez exquisita fácil de disfrutar, aunque compleja de entender. Y por eso vuelvo a la idea de equilibrio y de resultado, porque detrás de la sonoridad de sus versos hay un músico, y detrás de la intimidad emocional y desnuda con que se nos muestra, hay un médico que sabe cómo son los latidos.


La poesía de Isabel Reyes implica el placer de la lectura, y el dolor muy intenso de querer aprender a escribir. Una presión precisa que muestra y lava las heridas.»

Sergio Oncina – España

Sergio Oncina (1979) es un pseudónimo en homenaje a las raíces leonesas que impregnan su personalidad y por tanto cada uno de sus textos.

En 2017 fue consciente de que el ser humano es un contador de historias y que, consciente o inconscientemente, necesita comunicarse. Meses después eligió adentrarse en cómo escribir su historia. Hoy aspira a contarla cada vez de un modo diferente.

Se considera un aprendiz de escritor centrado en los sentimientos que imperan en nuestra realidad cotidiana, caótico y cínicamente fatalista.