«Ars de un clandestino», tríptico de Silvio Rodríguez Carrillo

Imagen by Albretch Fietz

Al Prosor, Hamal, que muy a su manera me entrenó en la paciencia del que corrige.

Si te aplicas al ritmo y a la rima
es posible que logres universos
de palabras sedientas de la esgrima
que se nutre de santos y perversos.

Observa la canción que te lastima
el temple que procuran sus reversos
y entiende que el valor es lo que estima
la bestia que devora a los dispersos.

El camino es difícil, inseguro
se precisa de sangre por las venas
del rencor y de Roma en los latidos

si acaso se pretende que lo puro
no suene al rechinar de las cadenas
que burlan los poetas exigidos.

*

No creas que desprecio lo sencillo
de andar con claridad por los cuadernos
sin liarse en los oscuros laberintos
que imponen un formato a los momentos.

Yo también me prohíbo que los ritos
de un poema sometan a mis textos
a contarme privándome del brillo
que consigo al decirme sin sus metros.

Escribo valorando las palabras
sabiendo que me expongo a la caída
al acto del tropiezo en la carrera
que pretendo ganar con mis espaldas
protegiendo a mis manos de la herida
de exponer sin estilo mis certezas.

*

No importan los tropiezos, las deshoras
que implica el atreverse a profesar
las formas defendidas por los doctos
que hicieron de sus versos su legado.

Procurando alcanzar a la belleza
que se oculta sonriente en la grafía
del esteta mordaz, irreverente,
es normal lastimarse sin remedio.

Lo cierto que trasciende a los detalles
de dudas, desconfianzas y temores
se inscribe en el adentro del sentido,

en el pulso que empuja al buscador
a vivir en el borde de lo triste
por honrar sin errores su palabra.

«La libido textual», «Vanguardia», «La lengua diminuta», «Vis a vis», poemas de Morgana de Palacios

La libido textual

No toca techo la libido textual
y sólo toca fondo
si se abre de piernas a la muerte,
deriva
salta
gira
se deprime
se le quitan las ganas y recupera el ansia
violando silencios
pese a las alambradas de la mente.

Mata la realidad que no le excita
y la recrea, tan en exclusiva,
que entra en erección al roce de las letras
suspira
llora
gime
y se refleja
en la húmeda piel de los orgasmos.

Una sigue escribiendo, embarazada,
vulnerabilidades
y dando a luz los monstruos de la tinta
como si un padre oscuro los amara.


Vanguardia

Yo no voy con las modas,
no me adapto
a su veneno tópico y efímero.

La vanguardia soy yo, desde intramuros,
auriga de mi tempo
y nadie va a decirme qué registros
he de emplear, qué fibras
he de tocar,
qué pedante origami
he de poner en vuelo para darle
placer a algún estúpido aburrido,
ni cómo seducir una mirada.

Yo salgo con mi jaula vacía
a las calles de todos
a los campos de nadie
en busca de los pájaros del sueño
que alguna vez insomnian en mi lengua
antes de suicidarse
en algún viento alisio atormentado.

No me derramo en lágrimas
por prescripción de algún facultativo
ni río, escandalosa,
después de haber vaciado
la botella del ansia.

No me sujeto a voces moralistas
ni me escudo
en la crudeza estética del trampantojo porno,
y no ando, famélica,
a la caza de reconocimiento,
como pueda pensar la muchedumbre
de poetas esclavos de la gloria.

El rostro de la fama, inexpresivo,
no me atrajo jamás.

Soy la caligrafía del silencio
que íntimo me grita,
cuando quiere vivir de muerte súbita,
orgasmo en la garganta.

Un graffiti pulsante en algún muro
que el tiempo borrará
sin una duda.


La lengua diminuta

Por despertarte a ti que traes el pensamiento
ardido en una pira de voces taciturnas,
te voy a discutir el agua si sediento
me vienes a beber y el día si avariento,
intentaras negarme tus palabras nocturnas.

El pan si estás hambriento, la paz si desolado
-como si sólo fuera la flor de la discordia-
el aire que respiras por no sentirte ahogado
y el mar cuando lo quieras atravesar a nado,
a puñalada limpia y sin misericordia.

Te voy a discutir por el placer perverso
de verte derribando muros de catedrales,
el crucifijo cátaro de tu acerado verso
y porque formes parte de mi oscuro universo,
la luz donde radican tus principios morales.

Si no puedes vivir sin que yo te discuta
porque lo necesitas para sentirte fuerte
no me exijas silencio. Yo soy la que disfruta
azuzando tu verbo, la lengua diminuta
que te va a discutir hasta la misma muerte.


Vis a vis

Estamos tú y yo frente al poema
como un verdugo que latiga el alma,
la espuela en los ijares de la mente
que galopa al gemido de la máscara.

Aunque le pongas música a la noche
y a la imagen de libre dentellada,
inequívocamente nos miramos
como dos enemigos sin palabras
que copulan mentiras violentas
y verdades hirientes como dagas.

Ni descansas en mí ni yo recuesto
la sed en tu pupila de aire y agua,
pero un júbilo extraño te recorre
cuando mi lengua arisca se desata
sobre tu adusta boca de soldado,
impúdica de sangre si me habla.

Escándalo tu verbo proxeneta
para mi puta voz desarraigada.

Prosas escogidas de Ronald Harris

Imagen by Enrique López Garre

Sin título

Emerges desde el fondo del caos convertida en milagro. A qué temer entonces, si no hay más muerte que el miedo, ni más oscura extensión de la nada que el temor. Somos hombres porque odiamos. Somos hijos, porque al final, no importa realmente el origen, sino tan sólo aquello que lo sustituye. Así quedamos a la espera de que alguien nos guíe, cuando el camino se nos dibuja bajo los pies inexorablemente, y el destino es en nosotros, fórmula y ejercicio del error. Sumar ceros a la nada no nos servirá, ni agregarle más letras al odio porque la ira es insobornable. Ya pesa el gramo en mis ojos, y es más noche en la noche, y un sopor mortecino y amigable saluda mis dedos, hasta entumecerlos. No hay variaciones del yo en lo que ocurre, sino la continuidad del oro de tus ojos en mi mente: esa sabiduría brutal que nos empuja a Dios cuando nos hieren. Un ser mutilado y clarividente se cierne tras mi lengua y te habla. Escupe estas palabras y se duerme.


No he de volver a Dios cada mañana

No he de volver a Dios cada mañana luego de besar el húmedo labio de la noche. No he de volver de tanta oscuridad negando la sabiduría cruel que se esconde en la derrota. No he de ser otro si soy éste que ilumina de sombra tu camino y tu caída, cuando otra vez nos vuelve a mirar la bestia que habita tu dulce abismo.


Infantes

Ayer no lloraste. Me quedé esperando tus lágrimas hasta que nos visitó la morfina. Pensé en acariciar estérilmente tus deformidades. Entonces recordé que Dios te tocó primero y preferí olvidar el regalo de tus uñas. Lamí un espejo trizado donde se reflejaba tu cara de niño-monstruo, de niño-insecto, de niño-niña, hasta que el semen de tu lengua se secó sobre los ojos, y mis dedos untados se apaciguaron de ti.

Jugamos a besar el odio hasta la náusea, hasta agotarnos y caer en la vigilia. Jugamos a rozar los pies entre las sábanas y sufrir el hambre sin emocionarnos. Probaste que mi voz no se escurre en tus brazos como el agua (ni lo necesario) mientras todos duermen. Pero dividir la máscara no fue suficiente. Ábrela si quieres. Estamos preparados.

Desátame como la naturaleza engendra la catástrofe. Ya sembramos tu sien y mi sien. Cosecha entonces este bello fruto que esperamos abrazados a un mismo torso, invertidos y en silencio. Hoy son tuyas mis dagas y el ánimo de mis cuervos. Son tuyas ahora mis palabras. Invócame. Llama nuestro fuego a la calle y precisa la víctima. No temas, ya te dije. El resplandor de tus alas nos protege.

«Un hada en primavera», «Líbrame del amor», poemas de María José Quesada

Un hada en primavera

Ahora que se acerca la primavera
de princesita yo me voy a vestir,
con tres flores blancas haré mi diadema
-dos margaritas y un alhelí-
Será mi vestido muy largo y hermoso,
de gasas y tules, como el mes de abril,
bordado de espigas, también de madroños,
de verde manzana, de menta y anís.
Pero mis piecitos andarán descalzos
-las hadas del bosque caminan así-
para no hacer ruido ni romper el canto
de los mil gorriones que habitan allí.
Y una vez vestida toda de princesa
un cisne me espera, por llevarme a ti,
y allí acurrucados en sus tibias alas
voy a darte el beso que te prometí.


Líbrame del amor

Se me clava la tristeza
como una espuela oxidada,
daña, duele, amarga, escuece,
me enferma la piel y el alma.
Cómo cierro yo esa herida,
quién me quita esa navaja,
el crujido de mi carne
el dolor que no se acaba.
Quítame, madre, el tormento,
nímbame con tu agua clara,
hazme de nuevo en tu vientre
como flor resucitada
y apártame del cariño,
del sentido de nostalgia,
de todas las trampas dulces
que engañan y te desarman.
Del recuerdo que no cesa
de dar portazos al alba.
De tocar la libertad
con las dos manos atadas.

Líbrame del amor.

«Exégesis», «De esperas», «A pura muerte», poemas de Ana Bella López Biedma

Imagen by Mollu Rose Lee

Exégesis

Agitas la distancia
como un pañuelo blanco contra el cielo.

Nada te toca afuera de tu llanto o tu risa.
Hombre de peces quietos sin escamas
que reniega del tacto de oleaje
y del mar hecho añicos.

Hombre de piel de herida, nunca dueles,
cara de mimo, toda escarcha y tajo
y siempre sangre adentro.

Te observo en el alféizar de mis noches
-de sábanas inermes-
bámbola apenas luz hecha de llanto,
mientras te boicoteas las esquinas
con papeles que crujen
como grillos pisados, o que cortan
la yema de los dedos con su látigo.

A veces me pregunto
cuándo tiembla tu arena
al contorno de espuma, o se derraman
flores incandescentes en tu boca.

Cuando la oscuridad
sueña renglones rotos en tu abrazo.


De esperas

Donde pongo mi voz, pongo la espera
y pongo mi silencio si es preciso.
Guardo en mi boca el sol más insumiso
y en la caricia soy blanca bandera.

Donde pongo el amor me ofrezco entera,
sin medida, sin precio y sin permiso.
Abraza al hierro mudo en compromiso
mi vocación tenaz de enredadera.

Donde muere la sal beso la herida,
donde brota la sangre más oscura
cierro con mis dos manos y en sutura

derramo mi agua clara, canto y vida.
De espera el corazón, sin parapeto,
hibernará a tu verso, tibio y quieto.


A pura muerte

Acomodo tu verso a mi costado,
una estatua de luz, un dios obsceno,
tan fieramente dulce que un pecado
me graba a sal tu lengua como un trueno.

Me tiembla el agua en tu reflejo armado
de níspero procaz, hirsuto y pleno,
que empujo a la pared en verbo osado
bebiéndome de un trago su veneno.

A plexo descubierto y piel devota
la lluvia escribe en piedra los vaivenes
que anegan mi garganta gota a gota

y desanuda el sol de mi cordura.
Guardo el último canto en que te avienes
y abrazo a pura muerte tu ternura.

«A Carlín», «Pacto un pulso», dos poemas de Orlando Estrella

Imagen by Janet Domínguez

A Carlín

Cuando la sombra se desplaza rauda
a través del pasillo
evocando memorias de la sangre vertida
aparecen las lágrimas todavía inocentes
de ese muchacho pleno de vigor
buscando sus sandalias.

Tanto que mencionaba al R. Douglas
famoso francotirador, el gringo,
el mismo que cayó al llegar a Vietnam.

«Le tira hasta a los gatos y a los perros» -¡es un bárbaro!-
decía el joven que vivia un sueño
con su mauser al hombro.

Dieciséis años y al oír disparos
se sonreía como si viviera una comedia.

—¿Por qué no hablas ? -siempre me decía-
—No sabría decirte, es que soy medio alzao -le contestaba-.

Una tarde de lluvias, un disparo, y Carlín
se fue con su sonrisa en busca de otros sueños.

Un dieciséis de junio.


Pacto un pulso

Pacto un pulso de fuerza para ver quién derrota
a mi silencio activo o al vozarrón sin alma.
En mi esquina callada solo se oye el crujir
de mis huesos sin fans, aunque firmes y alertas,
sin embargo al contrario le sobra algarabía.

El ruido enajenado no me llega a los huevos,
tengo filtros antiguos que me hacen sordo al trompo.
A esa bulla apagada, callo con mi mudez
y será con los truenos que ensordecen la carne
que callarán mi voz, esa que no se escucha
cuando resuena recia en oídos malandros.

El barullo barato se desgrana en los aires,
solo inquieta la paz y molesta el sosiego
pero el sigilo pleno, pensado y concienzudo
es letal y procura dominar la algazara.

«Nubes», «Elefante gris». «El calor de lo inerte», tres poemas de Sergio Oncina

Nubes

Me hablabas de un jinete
sobre un corcel gris humo,
de un delfín sobre el mar
y de casas de gnomos.

Y yo solo veía
las nubes en el cielo
y mi cielo en tus ojos.


Elefante gris

¿Mamá,
por qué cuando estoy triste
un elefante gris
me oprime el corazón?

¿Será para que duela
y mi pena se cure

al llorar?


El calor de lo inerte

Cuando ella lo abraza
siento su calidez
y una ternura inmóvil
impropia de lo inerte.

Sus ojos saltarines
de plástico y cristal
reflejan a la niña.
Refulgen y se alegran.

¿Qué vive en su interior?

«El sueño de un beso», «Efecto hotel», «Vendrás», tres poemas de Juan Carlos González Caballero

Hands by Jackson David

Tres poemas

El sueño de un beso

Me he encontrado en el cielo de la boca
un beso antiguo, tuyo, y el tropiezo
por el que mueren los amantes ávidos
de robarse los líquidos del cuerpo,
de entorpecerse la venida rápida
mutuamente, mordiendo el mismo anzuelo.

Te encontraba en el velo de la boca,
te encontrabas conmigo allí en el techo
hecho de ambos, sin luna y sin estrellas,
éramos luz bermeja de un recuerdo,
era el lenguaje de mi lengua trémula
apurando las mieles de tu verbo
que por dulces pensé que no eran malas,
que por buenas me hieren estos sueños.


Efecto hotel

Amarte fue como habitar hoteles,
con todo atornillado a paredes y suelos,
como estar de turista en una estancia estandarizada
de placeres con costes elevados
para mi pobre paz hambrienta de tu sexo.

Pero te amé.

La bipolaridad de tu mirada,
después de los vaivenes en un único olor de tactos húmedos,
me desahuciaba de tu mundo helado,
tu reino quieto de emociones quietas
y tus senos tapados de forma calculada.

Y yo, desnudo, viendo el vuelo de quien quiere
olvidarse muy lejos.
Y yo tan cerca, mientras mi lenguaje
me ahogaba la garganta.
Y tú te habías ido, ya no estabas
antes de darme cuenta.

Nunca fui el cliché que se conoce
por despertar deseos en mujeres.

Tú fuiste quien abrió la puerta de los vértigos,
iluminada con la luz azul
y alguna serenata
de las que matan suavemente al cómplice
con el paso del tiempo.

Me encontré dentro, me encontré feliz,
por un instante,
en el lugar más frío
que haya podido conocer un joven
sin experiencia.

Eras un corazón de piedra pómez
y de intemperie,
con poco espacio para el buen amor.


Vendrás

¿Vendrás desde el pasado con tu aroma de lirios,
como el perfume dulce de la flores que mueren
dejando sus estelas en la niebla noctámbula
al servicio y señuelo de tu copa caliente?

¿Vendrás así, ligera, como un aire de pompa
o el peso de burbujas que intrépidas me ascienden
al mostrarme tus piernas y su rubor abierto
para que yo me lance, desde mi sed que crece,
a la espuma de un tiempo que jamás volverá
y me rompa la calma tu cruz, siendo mi suerte?

Tendría que purgarme de hechizos, cada vez
que me embriagues los diques, te infiltres y me anegues.

«Pájaro lastimado», «Breves», «No está en la línea de mis manos», por Silvana Pressacco

Prosas

Pájaro lastimado

Cuando comprobé que no existen aves guías inmortales creí haber elegido ser un pájaro huérfano que con las alas plegadas se dejaba caer.

El tiempo me enseñó que no existen pájaros sin lastimaduras y que los que realizan los mejores vuelos son los que aprenden a llevar consigo el dolor sin darle combate.

Me enseñó que en los puentes de salvación siempre existen tablas sueltas y que el único soldado que las puede reconocer es uno mismo.

No necesito hacer pie en la fragilidad de otro y salvarlo para comprobar mi propia capacidad de resistencia ante la adversidad porque mostrarme débil ya no me importa.

Solté mi afán absurdo de ser una semirrecta impaciente con vocación de empuje y resistencia porque comprendí que soy un punto en la grandeza de la vida, un punto que puede detenerse y que detenerse no es necesariamente morir.


Breves

Inventé un mundo tan lejos de mí que ahora no encuentro un pájaro que me quiera regresar.

Por proyectar tantos vuelos he olvidado cómo agitar las alas.

Suspendida en el aire, con las alas entumecidas por imposibles, vigilo el cambio de guardia. Tal vez hoy se vaya el silencio o la araña del tiempo.

En muchas oportunidades me propuse modificar la rapidez con la que transito por la vida porque, siempre confabulada con mi responsabilidad, impidió que disfrutara de muchos paisajes que dejé atrás. No puedo victimizarme porque mientras mantenía la mirada fija en el cartel de llegada sabía que no había caminos de retorno.

Mis talones nunca encuentran una fuerza externa que resista el empuje de las obligaciones. Sigo el trayecto vencida por la inercia.Cuando me busco cierro los párpados. Cuando necesito sentir o pensar apago la luz del afuera. ¿Será que la verdad se pega al reverso de los ojos? ¿Qué es lo que ellos ven que enceguece el entendimiento? ¿Por qué si en el silencio oscuro de mi habitación la verdad es tan clara, por la mañana ando a tientas?



Un poema

No está en la línea de mis manos

Si quieres conocerme
no alcanza con leer las líneas de mis manos
porque no guardan rastros de escapes y locuras.

Solo pueden contarte
que a veces ser entrega me lastima
porque soy incapaz
de levantar columnas desde la periferia;

escapar de reclamos
para garantizar la protección
de mis células sanas,

silenciar el idioma de mis ojos
que exponen claramente lo que guarda mi lengua.
También pueden decirte
que a veces soy un pájaro,
un pájaro que elige vivir en una jaula
que mantiene la puerta siempre abierta;

o una fiel maleza, empecinada
en hacerse frondosa
en un terreno húmedo y oscuro
mientras sus ramas tímidas
acarician el árbol
coronado de sol.

Te dirán que soy mapa, también ruta y refugio;
un paisaje pintado con montañas de euforia
y llanuras de pausas.

Pero hay algo intangible, sin registro en las palmas,
algo que transfigura
si las garras del tiempo descansan y desprenden,
algo que me transporta a la vereda opuesta
donde impera la magia,
en donde lo perfecto es toda imperfección.

Te confieso que ahí

soy aire por segundos.

Otra casa, poema de Gerardo Campani

Otra casa

Cada pared de esta casa es una escena vacía;
cada sillón que no te abraza, un trasto que desprecio;
cada café tomado a solas, un rito cruel que trato de evitar.

Es que nunca estuviste aquí, y ¿por qué esta tarde
mis músicas y mis desapegos y mis dulces soledades
me han abandonado para dejarme solamente solo?

¿Cuándo tu piel adivinada en sueños
empezó a ser pesadilla de mis horas desnudas?

Inicio cada noche en cada ensueño
la trama perfecta que dibuja tu figura en nuestra escena,
una y otra vez.

La noche y mi tristeza me aseguran
que mi única realidad imprescindible
es ese sueño incesante que te repite adormeciéndome.

(Ignoro de qué materia tan sutil
he tomado esas imágenes que se velan bajo el sol
y no me bastan para poblar esta tarde.)

Ahora los rumores de la calle me ensordecen,
y una inquietante sospecha de no recordar lo primordial
me atenaza contra este sillón absurdo.

«El futuro del sin», «¿Maldito?», dos poemas de Sergio Oncina

El futuro del sin

A veces se me apagan las luces de la mente
y las sombras me invaden y campan a sus anchas
bajo el gobierno tibio de una mirada oscura
que no ve más allá de las viejas tristezas.
Y soy hombre de ojos apagados y muertos,
un engendro del odio por faltarle un amor
en el que abandonarse cuando sufre derrotas,
las ausencias que el tiempo va sembrando en su vida.
Esta falsa sonrisa, este maldito rictus
asesina mi rostro, la esperanza y la fe.

No se tuercen los gestos por batallas perdidas
mas sí por no aceptarlas como parte de uno.
Tampoco es la cuestión olvidar sufrimientos
con la monotonía que nos regala el sol.
Esta suma de albas y alegrías falaces
no recosen heridas ni borran cicatrices,
son un parche pirata para un tuerto sin luz
que, agotado, no quiere ni siquiera mirar,
pero aún en tinieblas, ve lo que tiene enfrente
y se queda a sufrir peleando el ocaso.

El futuro del sin es el futuro único.
No regresará el aire puro que respiré
en tiempos de embelesos, inocencias e ímpetu
cuando el sol despertaba y no me daba cuenta,
cuando, como un milagro, mi voz anochecía
y dormía profundo recostada a mi lado,
soñando con mentiras sin la verdad nostálgica
que cada noche añoro y cada día pierdo.
Y habrá más, más ausencias. Y serán las peores
y las lloraré solo por no doler a nadie.



¿Maldito?

Una tarde tras otra agonizan los días,
impertérrito al sol dilapido las horas
y los sueños se escapan sin llegar a la noche
por las grietas de un cuerpo que simula dureza,
mas se quiebra al sentir tu maldito recuerdo.

Y me río. ¿Maldito? Ni yo mismo lo sé,
ojalá no importase la razón y pudiese
como un necio seguir contemplando el vacío,
esconderme en mentiras que recubran los huecos
que horadaste en mi alma. Solo quiero vivir.

Necesito volver a un estado de calma
sin pensar en preguntas que no tienen respuestas;
en por qué nunca más se detuvo el ocaso.

Necesito creer que también existía
cuando tú todavía no habitabas en mí.

Territorio de jaimas, por Gavrí Akhenazi

Todos saben que me gusta estar solo. Me siento bien dentro de la soledad que queda en mi mundo. Las personas me estorban, excepto aquellas únicas que elijo para relacionarme, para que puedan avanzar por mis largos yermos carentes de agua y despiadados de pájaros, donde se gestan y apaciguan mis tumultos de polvo, mis tormentas de olvido, el calmo paroxismo de mis furias.

Vivo ahí, en esa jaima inhóspita, hecha con huracanes y veleros. Una jaima cosida con gigantescas gavias para capear oleajes de la sangre.  Vivo dentro de mi rutina de silencios, de intermitentes y oscuros monosílabos y, dicen esos que siempre están conmigo, que soy una alimaña hecha con gestos y con ojos de bruscas mutaciones.

Los niños, sin embargo, no ven en mí lo que los hombres ven. Jugamos, cantamos, trabajamos y aprenden “cosas raras” (como suele decirme el hombre sabio que conduce la civilización en este lado tan poco hospitalario de la existencia humana).

Yo les explico la gesta de los hombres, mientras dibujo mapas en la tierra y les hago relatos de otros lugares que están inaccesiblemente lejos, pero que los niños consiguen imaginar para asombrarse.  No hablo de ese occidente dominador y férreo que parece el único territorio habitado sobre el mundo. Les hablo de culturas antiguas como la suya propia, de largos mitos rústicos que se parecen en todos los lugares y que se repiten con diferentes nombres. No hablo de religiones con los niños. Hablo de civilizaciones y esperanzas.

La escuela es paga aquí, porque de otro modo, es imposible retener un maestro sin comer. Algunos pueden pagarla. La mayoría no, así que esos de la mayoría son mis niños del fútbol y la historia y los mapas que los humanos han trazado para cortar en trozos la esperanza.

Disfruto enormemente de estos niños, como en mis viejos tiempos de docencia, en el margen que nadie quiere ver.

Luego, regreso a mis silencios, a esta imprecisa ejecución del día, que implican los informes, los ajustes a la necesidad, el miedo de los otros, los que migran como si el suelo bajo sus pies se les moviera y ese resabio a pólvora que dejan los malos daños impregnado en la piel.

La soledad se aprende, como todo. La soledad no es más que un hábito más, una costumbre que no precisa de zurcidos ni parches porque es una muralla no vencida por el asalto de las hordas trágicas.

Afuera de mi jaima hay otras jaimas. Tratamos, apenas, de ser buenos vecinos, en la desértica amplitud que constituye no saber si hay mañana cuando cae la noche día a día.

Otros planos de ausencia, editorial de Gavrí Akhenazi



Otredad. Ajenidad. Individualidad. Xenofobia. Indiferencia. Ignorancia. Palabras que definen la relación con el otro y su búsqueda de invisibilización.

El otro, eso que es diferente y que está ahí, por todas partes. Eso que no somos. El que nos es extraño.

La ausencia no se centra solamente en la percepción de lo que no está y que se necesita. No es la falta de algo que ocupaba un valor emocional y que al desaparecer genera un espacio de vacío.

La ausencia en sí es un vacío que ocupa (valga el oxímoron) la conducta humana a lo ancho y a lo alto de ella.

La ausencia es en la conducta humana, el resumen de las palabras que menciono al comienzo de esta reflexión. El desplazamiento de la conexión con ese ser social que los hombres, como especie, dicen ser y que, en la práctica, solamente son capaces de desarrollar con reservas dentro de su metro de confort.

La especie humana posee en su genética un enorme espacio vacío para con sus propios integrantes. No se reconoce en el otro y en «el otro» deposita la desconfianza, la suma de sus males, las reservas de sus aprensiones más desarrolladas y de las más ocultas, las responsabilidades y las culpas y, por supuesto, la ajenidad, el desentendimiento, esa otredad enfrentada decididamente al individuo como unicidad que no acepta lo disímil.

En una u otra forma, todos los humanos practicamos ese registro de conducta.

En mayor o menor medida, todos somos ausentes.

A la espera, por Ovidio Moré

Imagen by Mircea Iancu

Recordé aquella canción, la que ahuyentaba al silencio, al vacío, la que susurrabas inesperadamente mientras la banalidad anegaba la casa y mis palabras se escondían en los rincones de la alacena.

Recordé tu tibia música, el fulgor que brotaba fundiéndose en el cristal de la ventana.

Recordé tu sonrisa mezclada en el susurro y al susurro mientras sonreías.

Toda la arquitectura del silencio caía derribada por tu voz apenas audible, pero que, como un disparo, fulminaba tanto gris, tanta mediocridad, tanta melancolía… Y la casa se llenaba de alegres trinos, de avecillas iridiscentes posándose en cada resquicio, en cada oquedad, en cada poro de mi piel. Entonces la soledad también huía aterrorizada por los sumideros, y sus alaridos se dejaban oír en las cañerías. Y las palabras bajaban a la hoja y danzaban desenfrenadamente con sus piececitos manchados de tinta dejando un reguero de versos estampados en lo blanco del papel.

 Recordé aquella canción y yo también la susurré. La susurré al oído de la casa, al cuerpo del espejo, al  pubis de las sábanas… Pero el color seguía siendo el mismo, un gris apagado, yerto; el silencio continuaba y a cada paso eran más espeso, como un muro pétreo e insalvable. El vacío se arremolinaba en el interior de mi cuerpo, viajaba por mi sangre dejando un frío riachuelo de temor serpenteando por las venas. Y la soledad, esa dama soberbia y omnipresente, se paseaba desnuda por cada habitación. Por más que lo intenté no pude. Mi susurro era anodino, insípido, la casa no era capaz de encontrarle el sabor a mi canto. Las palabras volvieron a refugiarse tras el frío de la porcelana y es por tu ausencia. Y aquí estoy, a la espera. En tu espera.

La ausencia del creador, por Sergio Oncina

Quien haya escrito más de cien líneas con la intención de emocionar al lector se habrá dado de bruces, consciente o inconscientemente, y no solo una vez, contra la ausencia. Y habrá repetido imágenes, conceptos y recursos, suyos y de otros.

¿En cuántas ocasiones nos encontramos con un ser querido fallecido actuando como ángel de la guarda o con un espectro sombra de un viejo amor?
Me declaro culpable del hueco en la cama y las formas de la ausencia fantasmagórica en el colchón y la almohada.

El folio en blanco es así de traicionero.

Lugares comunes lo llaman. Lugares para ir demostrando nuestra falta de originalidad y nuestra pertenencia a la misma humanidad.
Qué envidia del artista que se sale de la mediocridad y nos muestra de un modo diferente como duelen las llagas de la vida.

Todo lo escrito es ausencia. Por ejemplo, las cien líneas enteras de ese supuesto principiante de escritor.
Pensemos sobre qué escribimos: vivencias y recuerdos o sueños y deseos.
¿No son también las ficciones sueños en los que nos vemos inmersos con tal claridad que conseguimos desarrollarlos? ¿Y no les añadimos parte de nuestros recuerdos y deseos?


Y, en definitiva, ¿no escribimos sobre aquello que ya nunca podremos repetir (recuerdos) o aquello que queremos experimentar (deseos)? Ausencias.


Incluso cada párrafo se convierte en una ausencia más de las que van conformando nuestra memoria.
Miro al inicio del texto y leo ese primer párrafo. Si lo reescribo no voy a encontrar las mismas sensaciones que encontré al redactarlo por primera vez. Y si lo leo por segunda vez, tampoco percibiré igual la nueva lectura.

No se puede entender la ausencia como una sensación ajena al paso del tiempo. Pero tampoco el paso del tiempo se sentiría sin saber lo que es la ausencia. Esto es importante: somos capaces de comprender el tiempo porque existen las ausencias.

Los momentos felices son cubiertos de tristeza hasta emborracharse en ella, son bizcochitos a los que el alcohol acaba por estropear.
Algunas de las escenas más aplaudidas y emotivas del cine son parte de películas infantiles. La más conocida posiblemente sea la historia del inicio de Up. También Inside Out, con una originalidad sorprendente, ahonda a la perfección en ese cambio de felicidad por aceptación de la pérdida y la nostalgia como parte del crecimiento personal.

No se trata de que me falte el amor del fantasma cuyo cuerpo ya no duerme en mi cama, sino de que ya no volveré a ser el mismo, ahora soy un bizcocho empapado en licor. La dificultad para superar las ausencias radica, primero, en que hay que asumir que el tiempo transcurre, nos cambia y nos equipa con miles de pequeñas sombras que son los recuerdos y, después, en que hay que desprenderse de las sombras que nos dañan.

Lo complicado es aceptar las ausencias como parte de uno.

Seguro que lo ideal es buscar nuevos horizontes, no echar la vista atrás y no perseguir quimeras. No es tan fácil. Yo prefiero afianzar y crear ausencias. Yo prefiero escribir.