Cuando el dolor se instala para no marcharse, hay que apretar los dientes, callar y no ponerle alas, silenciar el ritual del desespero, hacer oídos sordos al pitido del tren que atraviesa la estación de la carne como una navaja afilada que reabre la herida, y la pudre y la transforma en llaga que nunca cauteriza.
Sobornar al silencio con caricias, es una buena forma de conseguir que se quede a tu lado. Murmurarle al oído tu lealtad perpetua y dejar que el resto del mundo se desgañite iterando sus pérdidas que son las de todos y, por tanto, las mismas, un año y otro año.Un punto de frialdad o incluso insensibilidad, favorecería al sensible en momentos de manida quejumbre y al pretencioso que considera su pena inimitable e imprescindible de ser contada y te pone perdido de añoranza tu vestido de estreno que solo esperaba algún piropo que no llega.
Cada quién su dolor, cada cual su almohada para llenar de lágrimas, sus cartas imborrables, sus recuerdos de tiza sobre pizarra negra que repasar como una constante sobre el tiempo, cuando se van borrando de la mente.
Porque la muerte nos pelea a todos y a todos llegará, porque las ausencias que provoca son una masa informe e invasiva que todo lo devora, yo intento centrarme en lo vivo y si cuando le hablo no me responde porque aquello que esté vivo siga refocilándose en sus lejanías (susurrando lejanías, amando lejanías, llorando lejanías, escribiendo lejanías), prefiero estar callada abriendo puertas al olvido que siempre termina por matar las vorágines de la memoria. Cualquier ausencia que se nos dé en la vida.
Buscando tu voz en la luz intranquila -que tiembla de noche invernal sin un vino dispuesto en su vaso- me arritmo a la calle de extraños fantasmas sin nombre, con algo de cobre en mi ruin billetera amorosa, por ver si te pillo llenando de verbos la nada.
Camino lo oscuro, el perfume lejano y sencillo que dejan tus alas quemadas torciendo la suerte de tanto pendejo sin gusto, de tanto doctor que cree que el arte consiste en hartar de basura el pulso inocente del hombre que olvida ser uno.
Si fijas el foco, la lente, verás que al seguirte –los pasos, los sueños, la historia indecible y audaz de todas tus fallas y aciertos– consigo alegrías que sólo capturan los tigres, las osas, los solos; aquellas que gozas sabiendo de un otro en tu sangre…
No, perdona.
Perdona si paso de ritmo, si acaso insinúo el porte del alfa que sella sin prisa en sus labios la ausencia de paz si le falta su chica de bucles;
si inquieto tu siesta buscando le impongas tu estilo de cálida sierra a los huecos que horadan mi mente por ser de tus manos el hijo insondable, el bastardo.
—Pedro, he estado hablando con mamá y escucha todo lo que me ha contado al preguntarle cómo ha sido su vida.
«Mis hijos siempre me han llevado loca. Cuando eran pequeños, de amor; cuando adolescentes, de preocupación; cuando se casaron, de alegría.
Pedrito era un maníaco de las motos. Su padre lo enseñó a pilotar el Vespino que tenía para ir al trabajo y llevarme de compras. Doce años tenía el niño, y el padre lo veía bien… A mi no me hacía gracia que se fuera con la moto él sólo por los descampados y para solucionarlo se juntó con una pandilla de amigos motorizados. Ya no iba sólo, según él. ¿Has visto qué solución?
Patricia me preocupaba de otra manera. No salía de casa más que para ir al colegio y hacer los recados que le mandaba. Hasta que cumplió los trece años me pareció normal, sí, hasta esa edad ni siquiera le echaba cuenta a que la niña no saliera en pandilla ni quedara con las amigas, que las tenía, a dar un paseo. Ya tendrá tiempo, decía yo. Pero claro, cuando llegaron los 14, 15, 16 años y esa actitud era constante ya me empezó a preocupar. Yo la animaba a que saliera, a que aprovechara el tiempo y su maravillosa juventud para hacer cosas nuevas -¿sabes?, tenía la carita de porcelana- La animaba a que hiciera algún curso de pintura, de fotografía, hasta le propuse que participara como voluntaria en un albergue de animales, que tanto le gustaban. Y la niña que no, solo estudiar y estudiar y estar en casa.
Pero como todo, con el tiempo cambiaron. Solitos».
Pedro escucha y sé que se conmueve igual que yo.
—Nos recuerda, Pedrito, nos recuerda.
Mamá nos mira, sentada, balanceándose en el asiento de su mecedora. No nos sonríe, no dice nada. Nos mira extrañada.
Pedro le coge las manos y ella lo rechaza pero Pedro insiste dulcemente hasta que al fin las doma. Yo también me acerco a ella, y frunce el ceño. Reclina su espalda y se aleja un poquito pero hoy nos deja que la toquemos, que le acariciemos las manos y el cabello. Ella nos pregunta dónde están sus hijos. Mi hermano me mira y me dice: «No llores Patricia, nuestra madre es la misma, quien nos está hablando ahora es solo la ausencia».
Llevaba un retrato en el morral y preguntaba a todos en las calles, imponiéndoles la visión de retrato: «Has visto a La Mujer».
Los habitantes todos lo miraban, porque el retrato vacío tenía solamente escritas dos palabras: «La Mujer».
Pero él insistía, como enfermo de algún mal incurable que debiera encontrar un mago curandero en un mundo sin magos.
«Esa Mujer no existe», se animó a decirle el que cuidaba burros, indicándole irónico el retrato vacío y las palabras.
Él señaló entonces todos los papeles de los que estaba hecha la ciudad, tanto y tanto papel escrito de formas infinitas, sólidos como muros, voladores como pájaros, luminosos como farolitos, altos como palabras, profundos como el cielo, tristes, como él mismo.
—Esa busco.
—Esa es lo que estás viendo. No tiene forma. Es lo que estás viendo…papeles con palabras.
cuando soy triste yo me voy al viento porque la sombra se vuelve inhabitable inhallable el camino y cuadrada la esfera
todo está de revés menos tu nombre que hace señas de niño en un andén sin trenes pero con tanto papel despedazado y tanto polvo largo que a veces es sólo un buen fantasma diletante
tu nombre sin zapatos que pisa minucioso el agua turbia me exime en la navaja y en las cruces del no miedo a sufrir mas sí a que sufras como la rozadura larga de una herida que me sangra en la frente
triste que soy a veces desleído acuarela de nieblas y lloviznas y babas que devoran eso pétreo de mí como un unto pulsátil largo musgo y ausencia inhóspita guarida de éste mi último aliento con que a veces escribo o me mojo en verde oliva rozo el viento en tu nombre con el cansancio trágico en el ala y la certeza de que el sol existe sobre lo más oscuro de su vientre
¿quién llagará tu espalda una vez que mi látigo se hiele? ¿quién llagará mi sed si se muere despacio en tu diluvio?
los dioses no se ocupan de esta tarde en que el viento y el polvo comulgan imprudentes en una niebla espesa de pañuelos
si no te importa me llevaré tu nombre en algún lado
Cuando yo me haya ido
Cuando yo me haya ido, quizás de madrugada sabrás que se habrá muerto lo mejor de ti misma porque los sueños caben, porque viene la albada y habrás de descubrirte desnuda y encendida. Cuando yo me haya muerto porque tu me has matado habrá un silencio oculto, en tu mirar de ausencia habrá de desarmarse el río de tu mundo, musitarás mi nombre…como en la adolescencia porque el amor abarca también lo inabarcable porque el sueño fulgura el revés de las rosas porque todo es presente, desigual e involable porque tu amor es mio…porque estoy en tus cosas porque me tienes siempre y no te tengo nunca como nunca he tenido aquello que he amado pero saberte apenas, un sitio, una penumbra me habita todo aquello que está deshabitado.
Como una voz ausente
Matar el alma a veces es como matar pájaros que habitan en las islas donde nace lo verde de las resurrecciones y de las madrugadas donde no llega nunca el dolor que nos muerde.
El alma muere sola de propia cuchillada sequita, otoñecida, de tanto perder tiempo detenida mirando larguísimos ponientes como un recuerdo de esos que van a contratiempo
Luego el amor se filtra como una escaramuza de guerrillero torpe. Como una voz ausente se camufla de escarcha, de tomillo y espliego haciéndose pequeño en un cajón que miente el sueño de Pandora.
La esperanza de otoño, tus ojos en los míos son luz de una candela oculta, intermitente.
Donde quiera que esté los veo a ellos una presencia muda, pero viva.
No tengo muy seguro quién es el que procura esas extrañas peñas matizadas con humos de cigarros que solo yo disfruto, acompañado a veces de unos pequeños tragos que solo yo degusto.
Hago los ademanes que acostumbran los protocolos de invitar a brindar por sus pasados, pues el presente en solitario nunca, tendrá un futuro digno de contarse.
A veces creo que los anfitriones son ellos y me invitan, apenados porque notan la soledad acostada en mi casa.
En sus miradas veo siempre dudas. Seguro porque observan a los hombres como una copia modelada en mierda de aquellos de su tiempo en que el honor y dignidad valían.
Me preguntan sin voces: ¿Valió la pena tanto sacrificio?
En más de una ocasión, gotas de perro ruedan por mis pupilas. Esos canes son más puros y honestos que los prójimos.
Quizás esos espectros sean mi cura hoy. Y es que alguien que no cree ni en avernos ni en ídolos, en algo tiene que confiar, y más, si conoció lo puro de esos amigos muertos.
Soldadito de cuerdas
Si miro tu fantasma por las noches, y no hiede a podredumbre de cadáver es que sigues tan viva como en aquellos tiempos. Tan dinámica como esos corceles libres en la pradera detrás de un horizonte no importando cuan lejos estaba de tu lar.
Tarareabas siempre «soldadito de cuerdas» y parlabas que había que clavarme una estaca en el centro del pecho -como a cualquier vampiro- para hacer que brotara el fuego por mis ojos, y pudiera salir de un letargo quimérico mientras tú cimbreabas tus sueños a mil pies, allá en lo alto.
La cuerda se gastó y tuve que crear energías internas como esos chips robóticos que nunca se degradan y seguirán aún después de muertos.
Sí, después de enterrado, lo poco que habré escrito, me mantendrá con vida, pues no estarás para romperme el tórax.
A veces mis ojos me abandonan. Se van de turistas sin provocarme dolor y yo me quedo tallada en piedra con huecos secos en el rostro. Es extraño porque sé que miro sin ver nada.
No sé el porqué, pero ocurre. Mis ojos se rebelan y son independientes. La película de la vida se tilda en una escena y me siento ajena al tiempo que pasa a mi lado.
Creo que son segundos en los que puedo prescindir de los demás sentidos y hasta del aire. Por un momento soy una cosa porque quedo sin vida. Y no duele, es cierto que no duele morir. Y es cierto también, que no se desea regresar porque no se extraña, porque sencillamente no se siente y es agradable.
No importa advertir que todo continúa mientras estoy petrificada y llego a odiar al inoportuno que se obstina en encajar mis sentidos de nuevo en el cuerpo y logra que la película siga porque he pestañado.
El sol sigue en penitencia y mi piel se abre para parirme nieve.
Entrego las armas de una batalla injusta en una guerra contra mis adentros, también entrego mis necesidades porque nunca fueron mis hijas favoritas.
Me quedo conmigo.
Me quedo con mi sombra que acompaña sin reproches.
Las dos sabemos que nunca bastó mi entrega para pagarle el precio a la alegría.
-Nunca-
Es raro pero ya no duele, ya no me duele su presente- ausencia.
Una distancia de aire sólido la esconde y me infla el pecho de cemento.
Temo soltarte
Me quedo en los rincones para teñir de negro la memoria, pero la misma noche confabula y se escapa dejando un viento blanco que estampa tu reflejo en todas las paredes y me duele la luz desde tu ausencia.
Cuando cierro los ojos imagino tu sombra pegándose a mi carne, naciendo de un latido y después vuelve el miedo, ese miedo que no deja dejarte.
Sé que aceptar la luz también supone enfrentar los escombros de todos nuestros sueños.
Un tibio fantasma
Llegas a mi balcón como llegan los pájaros curiosos trayendo primaveras sin septiembres invadiendo con trinos que me dictan los versos antes mudos.
Llegas a mi rincón como un fiel compañero que sabe de silencios y nostalgias, de entrañables ausencias que no mueren y de la necesaria calidez de un abrazo.
Vienes sin sombras como un fantasma tibio y me ovillo al perfume que me dejas guardando la sonrisa en mi regazo para que nada te provoque el vuelo.
Si te vas
Si te vas llévate la esperanza de saberte en un beso, esas calles que esperan enredar nuestras huellas y el banco de la plaza, las palomas, los abuelos y niños que escucharon cómo y cuánto pronuncio tu nombre en mis silencios.
Llévate la cosquilla del aroma campestre, ese cielo obstinado que se mantuvo limpio de reclamos absurdos, y llévate sin falta pinceles con colores para pintar mil lienzos de suspiros,
mis párpados celosos que encierran sin descanso lo que sueño y mis labios adictos a la miel.
Llévate las raíces de mi patio, tardes de sol y lluvias sin refugio, historias inventadas sin finales,
la sombra confidente del laurel y una mesa servida con risas contagiosas.
Me estás talando, vida, ¿y qué me queda más que el sabor de este saber que vivo subyugado al vaivén reiterativo de un golpe que a otros golpes anteceda?
Cada vez que tu brazo retroceda lo hará por el intrínseco motivo de retornar a mí mordicativo, en su obcecada vocación de rueda.
Cuando paso por una buena racha, sé que tus párpados de mal agüero a paso raudo mostrarán la hilacha.
En tus iris el brillo es traicionero, pues todo lo que brilla es el acero de la implacable hoja de tu hacha.
Yo conmigo
Me quedé con mi sombra en esta casa tras que irrumpiera tu violento ocaso como un tsunami que voraz arrasa sembrando la catástrofe a su paso.
Me quedé con la duda que me abrasa de si te fuiste, me dejaste acaso, o te inmolaste en tu conciencia escasa de que te consumías con el faso.
Me quedé con mi amigo el enemigo del aislamiento, en este yo conmigo, más que en la soledad, en esta herida.
Me quedé simplemente de no irme mientras trataba de reconstruirme aunque tu muerte me matara en vida.
Otro año el mismo año
Es otro Año Nuevo sin tu abrazo cuando marca el reloj que son las doce, sin tu emotivo llanto, sin el goce de estrechar con las copas nuestro lazo.
Es otro enero donde el cimbronazo de este mañana que te desconoce hace que la nostalgia me destroce al tumbar mi cabeza en su regazo.
¿Pero es un nuevo año o es el mismo mudando el tegumento en este abismo en que la muerte brinda a tu salud?
¿Es otro año o me parecen otros y los años transcurren sin nosotros? También mi nombre estaba en tu ataúd.
Todos estamos hechos de sonido, su ausencia, es un trueno que enmudece el discurso de lenguas que perforan el respeto y el tímpano de la santa paciencia.
Hay quienes llevan el silencio dentro como hojas que caen en soledad porque ya los parieron otoñales.
Y así me asumo, aunque a veces pruebe a ver cómo resuenan los gritos que implosionan cada vez más distantes, casi lo suficiente, casi rozando el límite que me separan de cualquier espectro.
Los callados tenemos la violencia de la vida apresada en una cuenta atrás, gota a gota, hasta alcanzar el colmo.
¿Y luego?
Urge recoger todo rastro suyo, todo vestigio de un trabajo sólido; su amor, resumiendo. Una revolución que nos conduzca a los surcos de piel por los que transitaron, a sus patios comunes de corrientes y pozos como refrescos entre sol y sol.
Nos perdonan su muerte los que se van tan mudos o los que no reciben tratamiento o las víctimas de la soledad.
La lucidez de ellos es ley y ejemplo del vivir sin treguas que dejaron vacíos con precintos y recuerdos que no prescribirán ¿Merezco ser el fruto?
Sus manos frías nos mostrarán lo justo y lo pendiente, lo inacabado después del fin de todos los finales.
Me crecen las ortigas en la boca donde antes sólo había un mar de espliego. En tus manos de azogue y voz de fuego lo que fue pedernal se ha vuelto roca. Mi piel no se equivoca. Soy el hambre que existe entre dos despedidas o el olor de estas lágrimas suicidas que siempre se deslizan por mi cara. Mi vocación de beso y almazara no llega a tantas vidas.
La espera se hace líquida y fecunda en todos los espacios de mis noches. Mientras en las aceras, los parques y los coches llueve ausencia de ti, llueve e inunda cada rincón. Como una flor rotunda crece el dolor, un agujero espeso que rompe cada luna, cada hueso entre sus dientes de alimaña impía. Llueve y no hubo nunca mas sequía en este corazón torpe ex profeso.
Tiempo de bruma
Hay días largos y fríos, como una tundra infinita que se extiende ante los ojos y nunca se va. Proscrita del paisaje de la piel huye la vieja alegría, mientras las ausencias clavan su silencio en las costillas.
Me rebelo en soledad a la muerte sin orillas que se lleva los pedazos de la que fue nuestra vida en un hermano, una madre, viejos, jóvenes, chiquillas…
Nadie se escapa al abrazo del adiós. Y aunque no olvida nuestra realidad presente el puntal de tanta herida, hay que honrar al que no está con cada sol que nos brilla. Nada nos cabe en el hueco de un corazón a medida que nos completaba ayer y hoy es sombra en cada esquina.
Pero el tiempo, hecho de bruma, se está yendo de puntillas.
Hay que soltar la tristeza del pasado retenida cuando una mano aparece como un pájaro suicida para ventilar la casa, sacudir las esterillas y llenarnos el jardín de guirnaldas y bombillas.
Dejar que nos vuele adentro, y que pose su caricia en el alero del mundo donde todo va deprisa. Que nos sosiegue las nubes y nos respire de brisa.
Que recuerde quiénes somos, esa espontánea alegría que se anida en nuestra boca cuando se encuentran las risas y chocan en la distancia como dos locos tranvías. Ese tiempo compartido donde no caben mentiras, y las promesas se cumplen y los tiempos se apaciguan.
Soneto de invierno
He bailado en el agua frente a frente con tu ausencia de páramo. Desnuda he rozado tu prisa que se muda dejándome su rastro de aguardiente
en la garganta de soñar. La gente ha pasado por mí sin ver que, aguda, se clava la palabra de tu duda bajo la piel de mi coraza. Miente,
porque no quiero desvivir contigo si me dejas las manos sin abrigo. Por ti el milagro, tú sembraste eterno
la flor exuberante en mis despojos y brotó tierra y agua. Ahora el invierno ha vuelto a la ciudad que hay en mis ojos.
en una flor cortada se ha resumido un hombre que es todos y ninguno
porque nombra la flor la flor existe para adornar el pelo de mi ausencia
puede con la palabra derrocar el gobierno de los tiempos de estío y convencerme de que el sol no brilla más que para mis ojos si los abro
puede inventar ciudades donde perderse un día por calles peligrosas y como Dios resucitar los muertos de sus tumbas de olvido
puede traer la muerte de la mano de tanto no quererme y tanto amarme con la contradicción del desencanto enganchada en los labios de la infancia y en un torneo antiguo cubrirme de tarántulas por creer que me gustan sus cosquillas morbosas
puede decir amor y hacer que bulla el avispero de sus desazones y que se abran los muslos con la palabra sexo conduciendo la mano de la mas-turbación
tan lejos y tan cerca
inexplicablemente
en su palabra se resume el hombre y es todo cuanto ha escrito porque nada le obliga a pronunciarse ni a salir de sus fueros más allá de que sea otra palabra la manipuladora de su instinto concentrada y procaz como una puta ciega sobre los genitales del futuro
el aire es una Biblia con su nombre temblando en la portada
soy un acto de fe inquebrantable con la palabra ausencia en la mirada
El límite de lo real
Uno es lo que escribe y crea realidad al hacerlo.
La clave está en sentir.
Entonces es real y en el instante que digo mano, creo la caricia, y donde digo amor, estoy amando y donde digo ausencia me faltas en la nuca y te falto en el pecho que no tocan los dedos.
Seas quien seas, me haces y te haces en la onomatopeya de una carcajada en la dilatación de la pupila ante la luz del monitor en un reflejo simpático en cualquier lugar del cuerpo.
Qué otra cosa soy que la palabra con que me pones rostro y das la vida, qué otra cosa eres que el deseo oscilante de todos los vocablos con que arraso a tu ausente.
Bah ¿De qué cuento has sacado que necesito un príncipe que me sostenga el cetro y la corona? De qué dignidades me hablas si en esta violencia admonitoria soy sólo una mujer allende el miedo que tiembla ante las ganas que tienes de morirte.
No hay nada que entender. Alguna vez quiero cerrar los ojos y descansar de tanta despedida.
Sólo me tienta el arco de tu boca, y será porque aún me sabes a milagro.
Guerra civil
Olvida lo siniestro del presente como lo olvido yo cuando me miras. Sólo has de detenerte, mientras matas, un segundo en la piel de mi suicida.
Hay tanta muerte suelta por las calles que quejarme de ausencia es egoísta, pero lo cierto es que me da vergüenza apiadarme de mí con preceptiva, si no te apiadas tú. Tú que sí puedes alzarme de este suelo con ortigas, sujetarme en el aire contra ti y soltarme las trenzas de la risa.
Hoy me duelen las sienes de pensarte y no sé convivir conmigo misma.
Esta guerra civil del alma adentro me está volviendo dulce y asesina.
Desangramiento de los días
Mientras tu voz me pisa los talones, tu mano que escabulle ternura me perfuma de ausencia la memoria de lo que pudo ser pero no fue.
Debo cortarme el pelo que ha crecido contigo en el desangramiento de los días y se me ha vuelto agreste y desmadrado como un nido de cuervos en disputa por una presa muerta.
La muerte nunca llega en estas estaciones dolorosas que no terminan de acabarse nunca, donde la carcajada es el prozac que evita los suicidios.
Te apuesto lo que quieras a que me moriré cuando el disturbio vomitando indolencia baje todas sus armas y tu mano por fin haya aprendido la caricia que nunca te enseñé.
¿Y qué?
Nadie dirá te amo con tantos alfileres clavados en el llanto.
Yo tampoco
Canto fúnebre
Siempre es ayer para algunos dolores porque no existe placebo piadoso para el agudo dolor luminoso que prende el cirio de sus amargores.
No pasa el tiempo ni crecen violetas sobre la tumba del prístino duelo, ni se apaciguan sus ojos de hielo cuando disparan impías saetas.
Siempre es ayer, aunque pasen los años sobre el dolor que no sube peldaños de la escalera que lleva al olvido.
Que siempre es hoy, y es aquí, y es ahora, en el dolor que me ataca a deshora por la tragedia de haberte perdido.
Se me han quedado dentro sin eco los suspiros colgando de los techos de hospitales, ese aroma tan rancio a carne enferma y cloro.
Se me ha quedado dentro recelo y sobresalto que tenían tus ojos, y el corazón parchado con tantas decepciones y mis manos de sal que no ayudaban, para sacar de tu mochila al fin la muerte que bordabas y seguías.
Se me ha quedado dentro borrando cicatrices que había en tu semblante, y con mi sangre nueva intentar darte a gotas otra vida, mostrándote horizontes de esperanza, caminando contigo entre mis brazos sobre brasas ardiendo, queriendo retener tu tiempo en mis latidos.
Pero solo retuve momentos con espinas en cuartos de hospitales, y el olor de tu aliento escapando a suspiros hacia un cielo tan gris como quedó mi mundo.
Y en vez de la cordura, lágrimas en mi cara corriendo sin control, sin compuertas que frenen su caída, sin curita que cubra mi dolor.
Se me ha quedado dentro lo helado de la muerte.
Agosto y sus fisuras
Se acerca el mes de agosto y me pregunto, qué fue de los amigos después de aquellos días tan llenos de cenizas doblegando mi espalda.
Se acerca el mes de agosto colmado de fisuras y yo tras la vidriera me protejo del mundo y su rutina.
Se acerca el mes de agosto y yo tan silenciosa en mi jaula de lluvia veo caer las gotas en las hojas como ángeles mojados.
Yo, de pocas palabras, en este mes de agosto solo llevo en mis ojos el canto con mi arrullo para inducir el sueño, un atado de amor bajo mi brazo y mucha soledad en mis bolsillos rotos.
Se acerca el mes de agosto y ustedes no imaginan que esta ausencia ya crece como un bosque o como ese silbato tan largo de los trenes que en la noche me deja con insomnio.
Se acerca el mes de agosto. El tiempo es implacable y la distancia inmensa.
Amor a destiempo
Te pude haber amado en otro tiempo, en otro espacio, donde revolotearan trémulas avecillas por toda nuestra piel.
Te pude dar mis noches de vigilia y beberme contigo tantos amaneceres rebosantes de amor; pude haberme robado de tu boca el café matutino sacándole lo dulce.
Pudiste haber vivido mis locuras, mis celos y toda la ternura que crece entre mis manos.
La flecha de Cupido equivocó su rumbo alejando tu vida muy lejos de la mía, donde solo me piensas y me sientes dentro de tu memoria.
Hemos llegado tarde y tuve que inventar que no exististe, caminar y alejarme con una caja llena de pajarillos muertos, sacudir mi cabeza para sacar tu voz que continuaba colmándome la mente, sacándome alaridos repletos de silencio.
Me tuve que quedar colgando en el camino como tú me encontraste tan hueca y tan helada.
El verdugo
El reloj fue el verdugo. Asesinó las horas que pudieron ser nuestras.
Solo dejó las huellas y el sabor de gotas de café y jugo de naranja, prendido en nuestros labios.
Fue la magia del alma, la que hizo coincidir tus ojos con los míos, momentos perpetuados quizás solo en mi mente: tu espalda al alejarte y el eco de tus pasos se unieron al bullicio, mientras que yo abordaba el bus de la rutina.
Nos fuimos sacudiendo la locura del choque provocado por mundos diferentes, quedando solo el puro sentimiento con tu nombre y tu número grabados en mi móvil.
A veces yo te sueño como una lluvia fresca de recuerdos vintage, y en mis sueños camino hacia el espejo para así ver tu sombra que siempre me acompaña desde que coincidimos.
Y, como en un déjà vu, siento que si trasnochas debe ser que me buscas en el aire que llega de tu norte o en tu terrón de azúcar diluìdo en mi boca.
Quizás en el calor que aún conservo del hueco de tus manos.
dulce naranja al sol puedes abrirte sensual-desinhibida que un trocito de enigma algo así como un nimbo un aura ensimismada de misterio juega y se mimetiza con tu sombra de modo que jamás de los jamases pueda dañarte nada si tú no lo consientes
aquí puedes dar paso a Atila y su caballo de desaforados belfos o a cualquier Minotauro enfebrecido y dejar que mastiquen tus gardenias mientras piensas sonriente en el modo de hundirlos comiendo displicencia con forma de manzana
se enamoran de ti arrebatadamente entes de sexo activo y todos los pelajes aunque estés muerta y harta de gritarlo
o te odian a muerte porque no tienes ojos suficientes para mirar los suyos
los griteríos no asordan demasiado por más que las calumnias tengan los pies ligeros y los motines de látigos y espuelas duren cuatro semanas de diez a una y nos despedacemos con la misma pasión que nos amamos y la misma llovizna de bytes silenciosos sobre nuestras cabezas de cristal
aquí es de lo más normal que un hombre se te pose entre los labios jugando a ser el único que te insemina de voces fantasmales con seis nombres distintos y un rostro atemporal por cada luna incruenta que se te va perdiendo en la memoria hasta que se convierte en el de todos
aquí los pájaros del miedo te pican en los globos oculares y acabas confundiendo el humor vítreo con lágrimas de amor y desconcierto
y para colmo aquí se cuelgan junto al hastío en el perchero del placer onanista el ángel con el diablo la golfa con la decente el feroz con el manso el alba con el crepúsculo y nunca sabes bien a qué atenerte
ojalá fueras virtual un virtual hijo de puta
no me dolerías tanto
Virtuo – sismo
I
Llegar al corazón en la distancia a través de un cristal sin abertura es un misterio azul: literatura que pulsa o no, la ajena circunstancia.
Se llega al corazón en la oscitancia, y sin querer quemar, la quemadura resulta inevitable en la espesura de este infierno de letras y arrogancia.
Abres una ventana y el demonio te pide en sacrosanto matrimonio por jugar a sentirse un poco humano.
Y el humano piadoso y sensitivo se disfraza de Daemon abrasivo por fundir corazones con la mano.
II
Hay hombres irreales de olor inexistente, manos de tan inciertas rompedoras de tedio, hologramas palpables de paso en un asedio férreo sobre el latido real del subconsciente.
Hombres de tan sin nombre, clavados en la frente, sentados a horcajadas del frágil intermedio entre un sueño de azar -esclavo sin remedio- y el libertario afán de un drogodependiente.
Hombres que siembran dudas si se visten de luces, que marcan sin saberlo tu muerte con sus cruces, transeúntes pausados del cuerpo dolorido.
Hombres que sin ser hombres son hombres que deduces: fantasmas de los versos de oscuros tragaluces que pueblan el misterio del instinto dormido.
Mujer, cuando percibas la sombra que se exhibe en los tiempos difíciles, mírala sin recelo que puede ser un niño jugando a ser mi ángel o si por el contrario quiere que lo recuerde como un dardo letal, no lo creas con saña.
Él es un inocente en busca de respuestas, de por qué un hijo e puta se sumió en la catástrofe trepándose a las nubes queriendo sofocar las llamas en que el hombre y sus propias miserias se consumían en vez de susurrar una canción de cuna a parte de su sangre.
Esta bruma será como un eclipse que me acompañará, igual que un talismán perdido en el desierto escondido en la arena esperando las aguas que quizás nunca lluevan para salir a flote.
Hijo, ¿Sabes de mí? También busco respuestas.
Soldadito de cuerda
Si miro tu fantasma por las noches, y no hiede a podredumbre de cadáver es que sigues tan viva como en aquellos tiempos. Tan dinámica como esos corceles libres en la pradera detrás de un horizonte no importando cuan lejos estaba de tu lar.
Tarareabas siempre «soldadito de cuerdas» y parlabas que había que clavarme una estaca en el centro del pecho -como a cualquier vampiro- para hacer que brotara el fuego por mis ojos, y pudiera salir de un letargo quimérico mientras tú cimbreabas tus sueños a mil pies, allá en lo alto.
La cuerda se gastó y tuve que crear energías internas como esos chips robóticos que nunca se degradan y seguirán aún después de muertos.
Sí, después de enterrado, lo poco que habré escrito, me mantendrá con vida, pues no estarás para romperme el tórax.