Solo el olvido mata, por Morgana de Palacios

Cuando el dolor se instala para no marcharse, hay que apretar los dientes, callar y no ponerle alas, silenciar el ritual del desespero, hacer oídos sordos al pitido del tren que atraviesa la estación de la carne como una navaja afilada que reabre la herida, y la pudre y la transforma en llaga que nunca cauteriza.

Sobornar al silencio con caricias, es una buena forma de conseguir que se quede a tu lado. Murmurarle al oído tu lealtad perpetua y dejar que el resto del mundo se desgañite iterando sus pérdidas que son las de todos y, por tanto, las mismas, un año y otro año.Un punto de frialdad o incluso insensibilidad, favorecería al sensible en momentos de manida quejumbre y al pretencioso que considera su pena inimitable e imprescindible de ser contada y te pone perdido de añoranza tu vestido de estreno que solo esperaba algún piropo que no llega.

Cada quién su dolor, cada cual su almohada para llenar de lágrimas, sus cartas imborrables, sus recuerdos de tiza sobre pizarra negra que repasar como una constante sobre el tiempo, cuando se van borrando de la mente.

Porque la muerte nos pelea a todos y a todos llegará, porque las ausencias que provoca son una masa informe e invasiva que todo lo devora, yo intento centrarme en lo vivo y si cuando le hablo no me responde porque aquello que esté vivo siga refocilándose en sus lejanías (susurrando lejanías, amando lejanías, llorando lejanías, escribiendo lejanías), prefiero estar callada abriendo puertas al olvido que siempre termina por matar las vorágines de la memoria. Cualquier ausencia que se nos dé en la vida.

La del amor, también.

Dolencias de un bastardo, poema de Silvio Rodríguez Carrillo

Imagen By Stefan Keller

Dolencias de un bastardo

Buscando tu voz en la luz intranquila -que tiembla
de noche invernal sin un vino dispuesto en su vaso-
me arritmo a la calle de extraños fantasmas sin nombre,
con algo de cobre en mi ruin billetera amorosa,
por ver si te pillo llenando de verbos la nada.

Camino lo oscuro, el perfume lejano y sencillo
que dejan tus alas quemadas torciendo la suerte
de tanto pendejo sin gusto, de tanto doctor
que cree que el arte consiste en hartar de basura
el pulso inocente del hombre que olvida ser uno.

Si fijas el foco, la lente, verás que al seguirte
–los pasos, los sueños, la historia indecible y audaz
de todas tus fallas y aciertos– consigo alegrías
que sólo capturan los tigres, las osas, los solos;
aquellas que gozas sabiendo de un otro en tu sangre…

No, perdona.

Perdona si paso de ritmo, si acaso insinúo
el porte del alfa que sella sin prisa en sus labios
la ausencia de paz si le falta su chica de bucles;

si inquieto tu siesta buscando le impongas tu estilo
de cálida sierra a los huecos que horadan mi mente
por ser de tus manos el hijo insondable, el bastardo.

Ausencias, por María José Quesada

Smoke by Florian Berger

—Pedro, he estado hablando con mamá y escucha todo lo que me ha contado al preguntarle cómo ha sido su vida.

«Mis hijos siempre me han llevado loca. Cuando eran pequeños, de amor; cuando adolescentes, de preocupación; cuando se casaron, de alegría.

Pedrito era un maníaco de las motos. Su padre lo enseñó a pilotar el Vespino que tenía para ir al trabajo y llevarme de compras. Doce años tenía el niño, y el padre lo veía bien… A mi no me hacía gracia que se fuera con la moto él sólo por los descampados y para solucionarlo se juntó con una pandilla de amigos motorizados. Ya no iba sólo, según él. ¿Has visto qué solución?

Patricia me preocupaba de otra manera. No salía de casa más que para ir al colegio y hacer los recados que le mandaba. Hasta que cumplió los trece años me pareció normal, sí, hasta esa edad ni siquiera le echaba cuenta a que la niña no saliera en pandilla ni quedara con las amigas, que las tenía, a dar un paseo. Ya tendrá tiempo, decía yo. Pero claro, cuando llegaron los 14, 15, 16 años y esa actitud era constante ya me empezó a preocupar. Yo la animaba a que saliera, a que aprovechara el tiempo y su maravillosa juventud para hacer cosas nuevas -¿sabes?, tenía la carita de porcelana- La animaba a que hiciera algún curso de pintura, de fotografía, hasta le propuse que participara como voluntaria en un albergue de animales, que tanto le gustaban. Y la niña que no, solo estudiar y estudiar y estar en casa.

Pero como todo, con el tiempo cambiaron. Solitos».

Pedro escucha y sé que se conmueve igual que yo.

—Nos recuerda, Pedrito, nos recuerda.

Mamá nos mira, sentada, balanceándose en el asiento de su mecedora. No nos sonríe, no dice nada. Nos mira extrañada.

Pedro le coge las manos y ella lo rechaza pero Pedro insiste dulcemente hasta que al fin las doma. Yo también me acerco a ella, y frunce el ceño. Reclina su espalda y se aleja un poquito pero hoy nos deja que la toquemos, que le acariciemos las manos y el cabello. Ella nos pregunta dónde están sus hijos.
Mi hermano me mira y me dice: «No llores Patricia, nuestra madre es la misma, quien nos está hablando ahora es solo la ausencia».

Origamia, por Alejandro Salvador Sahoud

Imagen by Susan Cipriano

Llevaba un retrato en el morral y preguntaba a todos en las calles, imponiéndoles la visión de retrato: «Has visto a La Mujer».

Los habitantes todos lo miraban, porque el retrato vacío tenía solamente escritas dos palabras: «La Mujer».

Pero él insistía, como enfermo de algún mal incurable que debiera encontrar un mago curandero en un mundo sin magos.

«Esa Mujer no existe», se animó a decirle el que cuidaba burros, indicándole irónico el retrato vacío y las palabras.

Él señaló entonces todos los papeles de los que estaba hecha la ciudad, tanto y tanto papel escrito de formas infinitas, sólidos como muros, voladores como pájaros, luminosos como farolitos, altos como palabras, profundos como el cielo, tristes, como él mismo.

—Esa busco.

—Esa es lo que estás viendo. No tiene forma. Es lo que estás viendo…papeles con palabras.

«Menos tu nombre», «Cuando yo me haya ido», «Como una voz ausente», tres poemas de Alejandro Salvador Sahoud

Imagen by Matthias Böckel

Menos tu nombre

cuando soy triste
yo me voy al viento
porque la sombra se vuelve inhabitable
inhallable el camino
y cuadrada la esfera

todo está de revés menos tu nombre
que hace señas de niño en un andén sin trenes
pero con tanto papel despedazado
y tanto polvo largo
que a veces
es sólo un buen fantasma
diletante

tu nombre sin zapatos
que pisa minucioso el agua turbia
me exime en la navaja
y en las cruces
del no miedo a sufrir
mas sí a que sufras
como la rozadura larga de una herida
que me sangra en la frente

triste que soy a veces desleído
acuarela de nieblas y lloviznas
y babas
que devoran eso pétreo de mí
como un unto pulsátil
largo musgo y ausencia
inhóspita guarida de éste
mi
último
aliento
con que a veces escribo
o
me mojo en verde oliva
rozo el viento en tu nombre
con el cansancio trágico en el ala
y la certeza
de que el sol existe
sobre lo más oscuro de su vientre

¿quién llagará tu espalda
una vez que mi látigo se hiele?
¿quién llagará mi sed
si se muere despacio en tu diluvio?

los dioses no se ocupan de esta tarde
en que el viento
y el polvo
comulgan imprudentes
en una niebla espesa de pañuelos

si no te importa
me llevaré tu nombre en algún lado



Cuando yo me haya ido

Cuando yo me haya ido, quizás de madrugada
sabrás que se habrá muerto lo mejor de ti misma
porque los sueños caben, porque viene la albada
y habrás de descubrirte desnuda y encendida.
Cuando yo me haya muerto porque tu me has matado
habrá un silencio oculto, en tu mirar de ausencia
habrá de desarmarse el río de tu mundo,
musitarás mi nombre…como en la adolescencia
porque el amor abarca también lo inabarcable
porque el sueño fulgura el revés de las rosas
porque todo es presente, desigual e involable
porque tu amor es mio…porque estoy en tus cosas
porque me tienes siempre y no te tengo nunca
como nunca he tenido aquello que he amado
pero saberte apenas, un sitio, una penumbra
me habita todo aquello que está deshabitado.



Como una voz ausente

Matar el alma a veces es como matar pájaros
que habitan en las islas donde nace lo verde
de las resurrecciones y de las madrugadas
donde no llega nunca el dolor que nos muerde.

El alma muere sola de propia cuchillada
sequita, otoñecida, de tanto perder tiempo
detenida mirando larguísimos ponientes
como un recuerdo de esos que van a contratiempo

Luego el amor se filtra como una escaramuza
de guerrillero torpe. Como una voz ausente
se camufla de escarcha, de tomillo y espliego
haciéndose pequeño en un cajón que miente
el sueño de Pandora.

La esperanza de otoño, tus ojos en los míos
son luz de una candela oculta, intermitente.

«Los veo», «Soldadito de cuerdas», dos poemas de Orlando Estrella

Imagen by Peggy Choucair

Los veo

Donde quiera que esté los veo a ellos
una presencia muda, pero viva.

No tengo muy seguro quién es el que procura
esas extrañas peñas
matizadas con humos de cigarros
que solo yo disfruto, acompañado a veces
de unos pequeños tragos que solo yo degusto.

Hago los ademanes que acostumbran los protocolos
de invitar a brindar por sus pasados,
pues el presente en solitario nunca,
tendrá un futuro digno de contarse.

A veces creo que los anfitriones
son ellos y me invitan, apenados porque
notan la soledad acostada en mi casa.

En sus miradas veo siempre dudas.
Seguro porque observan a los hombres
como una copia modelada en mierda
de aquellos de su tiempo
en que el honor y dignidad valían.

Me preguntan sin voces:
¿Valió la pena tanto sacrificio?

En más de una ocasión, gotas de perro
ruedan por mis pupilas. Esos canes
son más puros y honestos que los prójimos.

Quizás esos espectros sean mi cura hoy.
Y es que alguien que no cree ni en avernos ni en ídolos,
en algo tiene que confiar, y más,
si conoció lo puro de esos amigos muertos.

Soldadito de cuerdas

Si miro tu fantasma por las noches,
y no hiede a podredumbre de cadáver
es que sigues tan viva como en aquellos tiempos.
Tan dinámica como esos corceles
libres en la pradera detrás de un horizonte
no importando cuan lejos estaba de tu lar.

Tarareabas siempre «soldadito de cuerdas»
y parlabas que había que clavarme una estaca
en el centro del pecho -como a cualquier vampiro-
para hacer que brotara el fuego por mis ojos,
y pudiera salir de un letargo quimérico
mientras tú cimbreabas tus sueños a mil pies,
allá en lo alto.

La cuerda se gastó y tuve que crear
energías internas como esos chips robóticos
que nunca se degradan y seguirán aún
después de muertos.

Sí, después de enterrado,
lo poco que habré escrito, me mantendrá con vida,
pues no estarás para romperme el tórax.

Cuando muero, por Silvana Pressacco

Imagen by Daniel Hanna

A veces mis ojos me abandonan. Se van de turistas sin provocarme dolor y yo me quedo tallada en piedra con huecos secos en el rostro. Es extraño porque sé que miro sin ver nada.

No sé el porqué, pero ocurre. Mis ojos se rebelan y son independientes. La película de la vida se tilda en una escena y me siento ajena al tiempo que pasa a mi lado.

Creo que son segundos en los que puedo prescindir de los demás sentidos y hasta del aire. Por un momento soy una cosa porque quedo sin vida. Y no duele, es cierto que no duele morir. Y es cierto también, que no se desea regresar porque no se extraña, porque sencillamente no se siente y es agradable.

No importa advertir que todo continúa mientras estoy petrificada y llego a odiar al inoportuno que se obstina en encajar mis sentidos de nuevo en el cuerpo y logra que la película siga porque he pestañado.

Cuatro poemas de Silvana Pressacco

Ya no importa

El sol sigue en penitencia
y mi piel se abre para parirme nieve.

Entrego las armas de una batalla injusta
en una guerra contra mis adentros,
también entrego mis necesidades
porque nunca fueron mis hijas favoritas.

Me quedo conmigo.

Me quedo con mi sombra
que acompaña sin reproches.

Las dos sabemos que nunca bastó mi entrega
para pagarle el precio a la alegría.

-Nunca-

Es raro
pero ya no duele,
ya no me duele su presente- ausencia.

Una distancia de aire sólido la esconde
y me infla el pecho de cemento.

Temo soltarte

Me quedo en los rincones
para teñir de negro la memoria,
pero la misma noche confabula
y se escapa dejando un viento blanco
que estampa tu reflejo en todas las paredes
y me duele la luz desde tu ausencia.

Cuando cierro los ojos imagino tu sombra
pegándose a mi carne, naciendo de un latido
y después vuelve el miedo,
ese miedo que no deja dejarte.

Sé que aceptar la luz también supone
enfrentar los escombros
de todos nuestros sueños.

Un tibio fantasma

Llegas a mi balcón
como llegan los pájaros curiosos
trayendo primaveras sin septiembres
invadiendo con trinos
que me dictan los versos antes mudos.

Llegas a mi rincón
como un fiel compañero
que sabe de silencios y nostalgias,
de entrañables ausencias que no mueren
y de la necesaria calidez de un abrazo.

Vienes sin sombras
como un fantasma tibio
y me ovillo al perfume que me dejas
guardando la sonrisa en mi regazo
para que nada te provoque el vuelo.

Si te vas

Si te vas
llévate la esperanza de saberte en un beso,
esas calles que esperan enredar nuestras huellas
y el banco de la plaza, las palomas,
los abuelos y niños que escucharon
cómo y cuánto pronuncio tu nombre en mis silencios.

Llévate la cosquilla del aroma campestre,
ese cielo obstinado
que se mantuvo limpio de reclamos absurdos,
y llévate sin falta pinceles con colores
para pintar mil lienzos de suspiros,

mis párpados celosos
que encierran sin descanso lo que sueño
y mis labios adictos a la miel.

Llévate las raíces de mi patio,
tardes de sol y lluvias sin refugio,
historias inventadas sin finales,

la sombra confidente del laurel
y una mesa servida con risas contagiosas.

Llévate mis tesoros
y llévame con vos.

«Deforestado», «Yo conmigo», «Otro año el mismo año», tres sonetos de Jorge Ángel Aussel

Deforestado

Me estás talando, vida, ¿y qué me queda
más que el sabor de este saber que vivo
subyugado al vaivén reiterativo
de un golpe que a otros golpes anteceda?

Cada vez que tu brazo retroceda
lo hará por el intrínseco motivo
de retornar a mí mordicativo,
en su obcecada vocación de rueda.

Cuando paso por una buena racha,
sé que tus párpados de mal agüero
a paso raudo mostrarán la hilacha.

En tus iris el brillo es traicionero,
pues todo lo que brilla es el acero
de la implacable hoja de tu hacha.



Yo conmigo

Me quedé con mi sombra en esta casa
tras que irrumpiera tu violento ocaso
como un tsunami que voraz arrasa
sembrando la catástrofe a su paso.

Me quedé con la duda que me abrasa
de si te fuiste, me dejaste acaso,
o te inmolaste en tu conciencia escasa
de que te consumías con el faso.

Me quedé con mi amigo el enemigo
del aislamiento, en este yo conmigo,
más que en la soledad, en esta herida.

Me quedé simplemente de no irme
mientras trataba de reconstruirme
aunque tu muerte me matara en vida.



Otro año el mismo año

Es otro Año Nuevo sin tu abrazo
cuando marca el reloj que son las doce,
sin tu emotivo llanto, sin el goce
de estrechar con las copas nuestro lazo.

Es otro enero donde el cimbronazo
de este mañana que te desconoce
hace que la nostalgia me destroce
al tumbar mi cabeza en su regazo.

¿Pero es un nuevo año o es el mismo
mudando el tegumento en este abismo
en que la muerte brinda a tu salud?

¿Es otro año o me parecen otros
y los años transcurren sin nosotros?
También mi nombre estaba en tu ataúd.


«Sonidos», «¿Y luego?», dos poemas de Juan Carlos González Caballero

Compass by Ghinzo

Sonidos

Todos estamos hechos de sonido,
su ausencia, es un trueno que enmudece
el discurso de lenguas que perforan
el respeto y el tímpano de la santa paciencia.

Hay quienes llevan el silencio dentro
como hojas que caen en soledad
porque ya los parieron otoñales.

Y así me asumo, aunque a veces pruebe
a ver cómo resuenan los gritos que implosionan
cada vez más distantes,
casi lo suficiente, casi rozando el límite
que me separan de cualquier espectro.

Los callados tenemos la violencia
de la vida apresada en una cuenta atrás,
gota a gota,
hasta alcanzar el colmo.

¿Y luego?

Urge recoger todo rastro suyo,
todo vestigio de un trabajo sólido;
su amor, resumiendo.
Una revolución que nos conduzca
a los surcos de piel por los que transitaron,
a sus patios comunes de corrientes y pozos
como refrescos entre sol y sol.

Nos perdonan su muerte los que se van tan mudos
o los que no reciben tratamiento
o las víctimas de la soledad.

La lucidez de ellos
es ley y ejemplo del vivir sin treguas
que dejaron vacíos con precintos
y recuerdos que no prescribirán
¿Merezco ser el fruto?

Sus manos frías
nos mostrarán lo justo y lo pendiente,
lo inacabado
después del fin de todos los finales.

«Llueve», «Tiempo de bruma», «Soneto de invierno», tres poemas de Ana Bella López Biedma

Llueve

Me crecen las ortigas en la boca
donde antes sólo había un mar de espliego.
En tus manos de azogue y voz de fuego
lo que fue pedernal se ha vuelto roca.
Mi piel no se equivoca.
Soy el hambre que existe entre dos despedidas
o el olor de estas lágrimas suicidas
que siempre se deslizan por mi cara.
Mi vocación de beso y almazara
no llega a tantas vidas.

La espera se hace líquida y fecunda
en todos los espacios de mis noches.
Mientras en las aceras, los parques y los coches
llueve ausencia de ti, llueve e inunda
cada rincón. Como una flor rotunda
crece el dolor, un agujero espeso
que rompe cada luna, cada hueso
entre sus dientes de alimaña impía.
Llueve y no hubo nunca mas sequía
en este corazón torpe ex profeso.

Tiempo de bruma

Hay días largos y fríos,
como una tundra infinita
que se extiende ante los ojos
y nunca se va. Proscrita
del paisaje de la piel
huye la vieja alegría,
mientras las ausencias clavan
su silencio en las costillas.

Me rebelo en soledad
a la muerte sin orillas
que se lleva los pedazos
de la que fue nuestra vida
en un hermano, una madre,
viejos, jóvenes, chiquillas…

Nadie se escapa al abrazo
del adiós. Y aunque no olvida
nuestra realidad presente
el puntal de tanta herida,
hay que honrar al que no está
con cada sol que nos brilla.
Nada nos cabe en el hueco
de un corazón a medida
que nos completaba ayer
y hoy es sombra en cada esquina.

Pero el tiempo, hecho de bruma,
se está yendo de puntillas.

Hay que soltar la tristeza
del pasado retenida
cuando una mano aparece
como un pájaro suicida
para ventilar la casa,
sacudir las esterillas
y llenarnos el jardín
de guirnaldas y bombillas.

Dejar que nos vuele adentro,
y que pose su caricia
en el alero del mundo
donde todo va deprisa.
Que nos sosiegue las nubes
y nos respire de brisa.

Que recuerde quiénes somos,
esa espontánea alegría
que se anida en nuestra boca
cuando se encuentran las risas
y chocan en la distancia
como dos locos tranvías.
Ese tiempo compartido
donde no caben mentiras,
y las promesas se cumplen
y los tiempos se apaciguan.

Soneto de invierno

He bailado en el agua frente a frente
con tu ausencia de páramo. Desnuda
he rozado tu prisa que se muda
dejándome su rastro de aguardiente

en la garganta de soñar. La gente
ha pasado por mí sin ver que, aguda,
se clava la palabra de tu duda
bajo la piel de mi coraza. Miente,

porque no quiero desvivir contigo
si me dejas las manos sin abrigo.
Por ti el milagro, tú sembraste eterno

la flor exuberante en mis despojos
y brotó tierra y agua. Ahora el invierno
ha vuelto a la ciudad que hay en mis ojos.

Cinco poemas de Morgana de Palacios

Acto de fe

en una flor cortada se ha resumido un hombre
que es todos y ninguno

porque nombra la flor la flor existe
para adornar el pelo de mi ausencia

puede con la palabra
derrocar el gobierno de los tiempos de estío
y convencerme de que el sol no brilla
más que para mis ojos
si los abro

puede inventar ciudades donde perderse un día
por calles peligrosas
y como Dios
resucitar los muertos de sus tumbas de olvido

puede traer la muerte de la mano
de tanto no quererme y tanto amarme
con la contradicción del desencanto
enganchada en los labios de la infancia
y en un torneo antiguo
cubrirme de tarántulas
por creer que me gustan sus cosquillas morbosas

puede decir amor y hacer que bulla
el avispero de sus desazones
y que se abran los muslos con la palabra sexo
conduciendo la mano de la mas-turbación

tan lejos y tan cerca

inexplicablemente

en su palabra se resume el hombre
y es todo cuanto ha escrito
porque nada le obliga a pronunciarse
ni a salir de sus fueros
más allá de que sea otra palabra
la manipuladora de su instinto
concentrada y procaz como una puta ciega
sobre los genitales del futuro

el aire es una Biblia con su nombre
temblando en la portada

soy un acto de fe inquebrantable
con la palabra ausencia en la mirada



El límite de lo real

Uno es lo que escribe
y crea realidad al hacerlo.


La clave está en sentir.

Entonces es real y en el instante
que digo mano, creo la caricia,
y donde digo amor, estoy amando
y donde digo ausencia me faltas en la nuca
y te falto en el pecho que no tocan los dedos.

Seas quien seas, me haces y te haces
en la onomatopeya de una carcajada
en la dilatación de la pupila ante la luz del monitor
en un reflejo simpático en cualquier lugar del cuerpo.

Qué otra cosa soy que la palabra
con que me pones rostro y das la vida,
qué otra cosa eres que el deseo oscilante
de todos los vocablos con que arraso a tu ausente.

Bah
¿De qué cuento has sacado que necesito un príncipe
que me sostenga el cetro y la corona?
De qué dignidades me hablas
si en esta violencia admonitoria
soy sólo una mujer allende el miedo
que tiembla ante las ganas que tienes de morirte.

No hay nada que entender.
Alguna vez quiero cerrar los ojos
y descansar de tanta despedida.

Sólo me tienta el arco de tu boca,
y será porque aún
me sabes a milagro.



Guerra civil

Olvida lo siniestro del presente
como lo olvido yo cuando me miras.
Sólo has de detenerte, mientras matas,
un segundo en la piel de mi suicida.

Hay tanta muerte suelta por las calles
que quejarme de ausencia es egoísta,
pero lo cierto es que me da vergüenza
apiadarme de mí con preceptiva,
si no te apiadas tú. Tú que sí puedes
alzarme de este suelo con ortigas,
sujetarme en el aire contra ti
y soltarme las trenzas de la risa.

Hoy me duelen las sienes de pensarte
y no sé convivir conmigo misma.

Esta guerra civil del alma adentro
me está volviendo dulce y asesina.



Desangramiento de los días

Mientras tu voz me pisa los talones,
tu mano
que escabulle ternura
me perfuma de ausencia la memoria
de lo que pudo ser pero no fue.

Debo cortarme el pelo que ha crecido contigo
en el desangramiento de los días
y se me ha vuelto agreste y desmadrado
como un nido de cuervos
en disputa
por una presa muerta.

La muerte nunca llega
en estas estaciones dolorosas
que no terminan de acabarse nunca,
donde la carcajada es el prozac
que evita los suicidios.

Te apuesto lo que quieras
a que me moriré cuando el disturbio
vomitando indolencia
baje todas sus armas y tu mano
por fin haya aprendido la caricia
que nunca te enseñé.

¿Y qué?

Nadie dirá te amo
con tantos alfileres clavados en el llanto.

Yo tampoco



Canto fúnebre

Siempre es ayer para algunos dolores
porque no existe placebo piadoso
para el agudo dolor luminoso
que prende el cirio de sus amargores.

No pasa el tiempo ni crecen violetas
sobre la tumba del prístino duelo,
ni se apaciguan sus ojos de hielo
cuando disparan impías saetas.

Siempre es ayer, aunque pasen los años
sobre el dolor que no sube peldaños
de la escalera que lleva al olvido.

Que siempre es hoy, y es aquí, y es ahora,
en el dolor que me ataca a deshora
por la tragedia de haberte perdido.

Cuatro poemas de Eugenia Díaz Mares

Poppy by Didier Aires

Se me ha quedado dentro

Se me han quedado dentro sin eco los suspiros
colgando de los techos de hospitales,
ese aroma tan rancio a carne enferma y cloro.

Se me ha quedado dentro recelo y sobresalto
que tenían tus ojos,
y el corazón parchado con tantas decepciones
y mis manos de sal que no ayudaban,
para sacar de tu mochila al fin
la muerte que bordabas y seguías.

Se me ha quedado dentro
borrando cicatrices que había en tu semblante,
y con mi sangre nueva intentar darte
a gotas otra vida,
mostrándote horizontes de esperanza,
caminando contigo entre mis brazos
sobre brasas ardiendo, queriendo retener
tu tiempo en mis latidos.

Pero solo retuve momentos con espinas
en cuartos de hospitales,
y el olor de tu aliento escapando a suspiros
hacia un cielo tan gris como quedó mi mundo.

Y en vez de la cordura, lágrimas en mi cara
corriendo sin control, sin compuertas que frenen
su caída, sin curita que cubra mi dolor.

Se me ha quedado dentro lo helado de la muerte.

Agosto y sus fisuras

Se acerca el mes de agosto y me pregunto,
qué fue de los amigos después de aquellos días
tan llenos de cenizas doblegando mi espalda.

Se acerca el mes de agosto colmado de fisuras
y yo tras la vidriera me protejo
del mundo y su rutina.

Se acerca el mes de agosto
y yo tan silenciosa
en mi jaula de lluvia
veo caer las gotas en las hojas
como ángeles mojados.

Yo, de pocas palabras,
en este mes de agosto solo llevo en mis ojos
el canto con mi arrullo para inducir el sueño,
un atado de amor bajo mi brazo
y mucha soledad
en mis bolsillos rotos.

Se acerca el mes de agosto
y ustedes no imaginan
que esta ausencia ya crece como un bosque
o como ese silbato tan largo de los trenes
que en la noche me deja con insomnio.

Se acerca el mes de agosto.
El tiempo es implacable y la distancia inmensa.

Amor a destiempo

Te pude haber amado en otro tiempo,
en otro espacio, donde revolotearan
trémulas avecillas por toda nuestra piel.

Te pude dar mis noches de vigilia
y beberme contigo tantos amaneceres
rebosantes de amor;
pude haberme robado de tu boca
el café matutino sacándole lo dulce.

Pudiste haber vivido mis locuras, mis celos
y toda la ternura que crece entre mis manos.

La flecha de Cupido equivocó su rumbo
alejando tu vida muy lejos de la mía,
donde solo me piensas y me sientes
dentro de tu memoria.

Hemos llegado tarde
y tuve que inventar que no exististe,
caminar y alejarme con una caja llena
de pajarillos muertos, sacudir mi cabeza
para sacar tu voz que continuaba
colmándome la mente, sacándome alaridos
repletos de silencio.

Me tuve que quedar colgando en el camino
como tú me encontraste tan hueca y tan helada.

El verdugo

El reloj fue el verdugo. Asesinó las horas
que pudieron ser nuestras.

Solo dejó las huellas y el sabor
de gotas de café y jugo de naranja,
prendido en nuestros labios.

Fue la magia del alma,
la que hizo coincidir tus ojos con los míos,
momentos perpetuados quizás solo en mi mente:
tu espalda al alejarte y el eco de tus pasos
se unieron al bullicio,
mientras que yo abordaba el bus de la rutina.

Nos fuimos sacudiendo la locura
del choque provocado por mundos diferentes,
quedando solo el puro sentimiento
con tu nombre y tu número
grabados en mi móvil.

A veces yo te sueño como una lluvia fresca
de recuerdos vintage,
y en mis sueños camino hacia el espejo
para así ver tu sombra que siempre me acompaña
desde que coincidimos.

Y, como en un déjà vu,
siento que si trasnochas debe ser que me buscas
en el aire que llega de tu norte
o en tu terrón de azúcar diluìdo en mi boca.

Quizás en el calor que aún conservo
del hueco de tus manos.

Morgana de Palacios – España

Green by Nika Akin

Virtus

dulce naranja al sol puedes abrirte
sensual-desinhibida
que un trocito de enigma
algo así como un nimbo
un aura ensimismada de misterio
juega y se mimetiza con tu sombra
de modo que jamás de los jamases
pueda dañarte nada
si tú no lo consientes

aquí puedes dar paso a Atila y su caballo
de desaforados belfos
o a cualquier Minotauro enfebrecido
y dejar que mastiquen tus gardenias
mientras piensas sonriente
en el modo de hundirlos
comiendo displicencia con forma de manzana

se enamoran de ti arrebatadamente
entes de sexo activo y todos los pelajes
aunque estés muerta y harta de gritarlo

o te odian a muerte
porque no tienes ojos suficientes
para mirar los suyos

los griteríos no asordan demasiado
por más que las calumnias tengan los pies ligeros
y los motines de látigos y espuelas
duren cuatro semanas de diez a una
y nos despedacemos
con la misma pasión que nos amamos
y la misma llovizna de bytes silenciosos
sobre nuestras cabezas de cristal

aquí es de lo más normal
que un hombre se te pose entre los labios
jugando a ser el único
que te insemina de voces fantasmales
con seis nombres distintos
y un rostro atemporal por cada luna incruenta
que se te va perdiendo en la memoria
hasta que se convierte en el de todos

aquí los pájaros del miedo
te pican en los globos oculares
y acabas confundiendo el humor vítreo
con lágrimas de amor y desconcierto

y para colmo aquí
se cuelgan junto al hastío
en el perchero del placer onanista
el ángel con el diablo
la golfa con la decente
el feroz con el manso
el alba con el crepúsculo
y nunca sabes bien a qué atenerte

ojalá fueras virtual
un virtual hijo de puta

no me dolerías tanto

Virtuo – sismo

I

Llegar al corazón en la distancia
a través de un cristal sin abertura
es un misterio azul: literatura
que pulsa o no, la ajena circunstancia.

Se llega al corazón en la oscitancia,
y sin querer quemar, la quemadura
resulta inevitable en la espesura
de este infierno de letras y arrogancia.

Abres una ventana y el demonio
te pide en sacrosanto matrimonio
por jugar a sentirse un poco humano.

Y el humano piadoso y sensitivo
se disfraza de Daemon abrasivo
por fundir corazones con la mano.


II


Hay hombres irreales de olor inexistente,
manos de tan inciertas rompedoras de tedio,
hologramas palpables de paso en un asedio
férreo sobre el latido real del subconsciente.

Hombres de tan sin nombre, clavados en la frente,
sentados a horcajadas del frágil intermedio
entre un sueño de azar -esclavo sin remedio-
y el libertario afán de un drogodependiente.

Hombres que siembran dudas si se visten de luces,
que marcan sin saberlo tu muerte con sus cruces,
transeúntes pausados del cuerpo dolorido.

Hombres que sin ser hombres son hombres que deduces:
fantasmas de los versos de oscuros tragaluces
que pueblan el misterio del instinto dormido.

Orlando Estrella – República Dominicana

Virtualidad de lo quimérico

Una sombra me visita



Mujer, cuando percibas la sombra que se exhibe
en los tiempos difíciles, mírala sin recelo
que puede ser un niño jugando a ser mi ángel
o si por el contrario
quiere que lo recuerde como un dardo letal,
no lo creas con saña.

Él es un inocente en busca de respuestas,
de por qué un hijo e puta se sumió en la catástrofe
trepándose a las nubes queriendo sofocar
las llamas en que el hombre
y sus propias miserias
se consumían
en vez de susurrar una canción de cuna
a parte de su sangre.

Esta bruma será como un eclipse
que me acompañará, igual que un talismán
perdido en el desierto
escondido en la arena esperando las aguas
que quizás nunca lluevan para salir a flote.

Hijo, ¿Sabes de mí?
También busco respuestas.




Soldadito de cuerda

Si miro tu fantasma por las noches,
y no hiede a podredumbre de cadáver
es que sigues tan viva como en aquellos tiempos.
Tan dinámica como esos corceles
libres en la pradera detrás de un horizonte
no importando cuan lejos estaba de tu lar.

Tarareabas siempre «soldadito de cuerdas»
y parlabas que había que clavarme una estaca
en el centro del pecho -como a cualquier vampiro-
para hacer que brotara el fuego por mis ojos,
y pudiera salir de un letargo quimérico
mientras tú cimbreabas tus sueños a mil pies,
allá en lo alto.

La cuerda se gastó y tuve que crear
energías internas como esos chips robóticos
que nunca se degradan y seguirán aún
después de muertos.

Sí, después de enterrado,
lo poco que habré escrito, me mantendrá con vida,
pues no estarás para romperme el tórax.