He quedado solo con mi fe. Incorrupta, yace en el fondo de mi corazón, como dormida en el vientre de un pez milagroso.
Ahora que estalla de pronto la ira de las estaciones, las cosas ya no son sino como las recuerdo en la síntesis brumosa del paisaje infame. No solo el amor, también es bello el olvido. Aunque creer nos eleve, nunca alcanzamos la altura de los sueños: en el espacio que respira una flor se gesta todo un mundo de desdicha.
Alargo mis sentidos para atrapar al insecto de la tarde; como para nacer en otra era algunos pájaros huyen en la escasa luz que resta al día. Hora invidente, cazo pedazos de cielo en la tormenta, quizás porque amar es el último argumento, y el último grito.
Silvia Heidel
Uno infinito
«La pregunta ética ha desaparecido del preguntadero humano». Gavri Akhen.
intersecto números en mis venas esta noche que raspa con su alarido mis ojos alguna chispa de verdad relumbrará en esa crucifixión íntima
números que son Uno multiplicado a la enésima milésima millonésima cifra sinfin nos cerca con su horca de llanto
no ni nunca ajenidad frente al Uno de infinitesimales ojos boca lengua pies corazón brazos desmembrados por esta edad oscura sobre la tierra muda y ciega
Uno hendiendo lo umbrío sangre con alas en un pliegue de tiempo con nostalgia de futuro
Enrique Sanmol
La noche es sola
La noche es sola, y crece como una infección en el torrente sanguíneo. La noche es sola y yo intento escabullirme entre calles y arpegios, pateando un asfalto de señales horizontales y semáforos intermitentes, entre perros que defecan en las almas de las aceras. Ella odia dormir sola, y a mí la noche me asesina, como lo hacen los nonatos que anhelan desde el limbo la lotería de existir, de crecer como una infección vertiginosa y hermosa. La vida eterna entre perros que defecan y defecan en las almas de las aceras y los semáforos. Ella odia dormir sola, y a mí la noche me asesina. La vida eterna entre espectros que acuden a la llamada de una oscuridad desnuda, la oscuridad helada de un exoplaneta deambulando por un universo de noche sola.
Alex Augusto Cabrera
Día sin luz ni sol
mañana lloverá y no estaremos no seremos los mismos detrás de la ventana ni en el bar ni en el auto y habrá otras arañas recorriendo el vacío de la casa
lloverá y un diluvio de treinta y seis minutos se llevará tus años y los míos buscándote entre cada comienzo tercamente
lloverá como nunca y gota a gota se llenarán de moho nuestros nombres las paredes de ausencia la guitarra de voces silenciadas toda la espera y todos los proyectos serán tan solo esquirlas mis mapas y los tuyos se llenarán de polvo y sangrará la lluvia gota a gota hasta que se desborde lo que ya es inútil de tan tarde
pero seguirá el bar y el auto y la ventana y tú te irás allá al día nuevo
¿Cuándo una persona se transforma en un personaje? Antes de indagar y hallar la respuesta que parece imposible, habría que preguntarnos, quizás, lo más inquietante: ¿cuándo una persona deja de ser lo que parece, con una supuesta identidad propia, para, en un instante, transformase en aquel desconocido sin nombre que creía haber olvidado o extraviado en la selva de la niebla impenetrable, desde el inagotable misterio del ser?
Ese otro que se presenta sin anunciarse ante el reflejo de las aguas oscuras y profundas, en esos laberintos azarosos de la vida, o como un doble que lo persigue como la culpa, el crimen o el castigo en la acuciante vigilia o el insomnio. Un ser extraño que también lo asalta en el sueño tenso de la pesadilla donde, a veces, un resquicio de su memoria tapiada se rompe y le revela que es una bestia, un bicho raro, o un niño perdido y desamparado entre la ceguera y la orfandad.
Acontece que mientras duerme, inesperadamente, la persona emite un grito sostenido al descubrir, desde el fondo de la inconsciencia, que se halla confinada en una prisión, más oscura que la misma noche desgarrada, con el cuerpo paralizado y, por más esfuerzo que haga por despertarse, lo traiciona la falsa idea de que se ha despertado, estando inmerso aún en la pesadilla y en la angustia más demoledora, al percatarse que no puede mover ninguno de sus miembros.
El drama se acrecienta cuando la persona no tiene a nadie cerca que lo despierte de su impotente y sordo socorro y la agonía puede prolongarse hasta la muerte, en el intenso sopor que empapa las sábanas blancas en un púrpura espeso de sangre. Al ser condescendiente con lo sublime, en la pesadilla, la persona también ha podido descubrir que seguramente había sido un ángel al que le quemaron las alas antes de convertirse en persona o personaje. Pero, ya es demasiado tarde para repararlas y volar más allá de sí mismo; porque las nuevas que pueda obsequiarle Dios, nunca podrán pertenecerle ni volar a donde quiere ir. Así sea, hacia el sin sentido.
Acorraladas, algunas personas fabulan el deseo infantil del carnaval y se disfrazan a escondidas de los curiosos y espías, para alejarse de ese ser que lo habita y del que ha comenzado a dudar porque lo encarna como el personaje de una novela, película o pieza teatral que necesita conjurar. El tormento acrecienta ante la mirada de los espejos porque no lo deja realizarse más allá de la cultura, la religión o la sociedad fundada en rígidas normas que le ha pautado su conducta.
A veces el doble, o los desplazamientos mentales, se instalan como una provocadora necesidad para cruzar los puentes prohibidos, pero es una tarea clandestina riesgosa de la cual nadie más puede enterarse, porque se precipita la catástrofe y se puede entrar en la locura. Es como aproximarse a los abismos o a un complejo problema matemático. Los infieles, los traidores, los desleales, saben de eso. Aunque el amor o el odio los justifique en su arriesgada aventura. Mucho más, si logran su objetivo. Real o virtual. Porque ninguna persona se sostiene en una sola expresión, en un solo sentimiento, en una sola máscara. Así lo jure o lo prometa en la convivencia con los otros. Todo ser humano, es como ese personaje de la novela de Italo Calvino: El Vizconde demediado.
La civilización es lo último que se pierde. La esperanza puede morir en una sociedad desquiciada cuando el odio se convierte en costumbre, por eso nadie cruza estas montañas, no al menos en la dirección de la que venía Kalani.
Kalani no era su nombre, por supuesto, pero ni recordaba el que le habían dado ni recordaba apenas nada de quiénes podían haber sido. No es que cuando se detuviera ante esos pensamientos no le invadiera una tristeza llena de preguntas, pero había decidido utilizar su rabia para darse un nombre a sí misma. Kalani, un nombre extranjero en aquel pedazo de tierra vencida por el viento y el frío, un nombre que no se sentía de ningún lugar. Un nombre apropiado.
Era apenas una adolescente, demasiado delgada, obviamente desnutrida en su infancia, con cabellos de ceniza y unos ojos azules en los que nadie debería asomarse demasiado tiempo.
Aunque se divisaba un edificio de tierra de antes de la era de las guerras, la madera y la chatarra daban forma a las casas del pueblo.
El sol se colaba entre las nubes como ella se colaba entre la gente.
Se detuvo ante los carteles de se busca a la entrada de la ciudad.
—¿Has perdido a alguien o buscas a alguien? —le preguntó un anciano que jugaba al ajedrez con un perro en un tablero desvencijado y al que muy posiblemente le faltaban piezas.
—No, sólo me aseguro de no estar yo entre ellos.
—No pareces una caza recompensas, desde luego —se rió el anciano, que tal vez no la había entendido bien.
Kalani se acercó al perro, un pastor catalán, dejó que le oliera la mano, y le acarició. Se sentó junto a él y estuvo un buen rato abrazándole, lo cual incomodó al anciano.
Alguien se acercó a Kalani. Una mujer de aspecto triste.
—Louis ha muerto —le susurró—. A sido Philippe, un accidente. Te está buscando. ¿Sirve como pago por salvarme la vida?
—Nunca quise nada a cambio, pero por supuesto que sí —dijo levantándose de un salto, animada.
Kalani, que andaba distraída y sonriente, recibió un puñetazo en la boca, uno muy fuerte de ésos que te arrancan un diente de cuajo.
En consecuencia escupió uno de sus incisivos inferiores y cayó al suelo.
—Tus amigos tienen miedo —le dijo ella a su atacante desde ahí abajo, sin ocultar su dolor, mientras comenzaba a comprender dónde estaba: un callejón con Philippe, todo un hombre pegando a una cría, y su séquito de cretinos, que habían arrojado un arma al suelo y que ya se estaban yendo de allí a toda prisa.
Lo cierto era que ella también tenía miedo, no mucho, porque en aquel asentamiento todo era un peligro de segunda en comparación con el desierto al otro lado de las montañas, pero un poco.
Aparte de sentir un moratón naciendo sobre su barbilla, comenzó a sangrar por la nariz. Esperaba no tener una migraña a causa de eso, era un gran inconveniente.
Sin embargo lo más importante era que Philippe, que no entendía por qué sus amigos habían huido, también comenzaba a tener miedo aunque no sabía del todo por qué.
Recientemente Kalani había tenido una revelación: si su propio movimiento mental adquiría una forma concreta –el temor, por ejemplo– era más fácil dibujar esa misma forma en las mentes de otros. Y eso es lo que estaba haciendo al infiltrarse en la muy poco estimulante mente de aquél imbécil.
Y aunque era algo más difícil manipular una mente alerta, era bastante fácil desestabilizar la del que no comprende.
En contraste con sus dimensiones corporales menudas, los ojos azules de Kalani resultaban ahora amenazantes, más de lo que una cría de su edad debería poder intimidar, que era absolutamente nada. Y sin embargo eran la extraña advertencia de un peligro sin nombre. El hombre retrocedió a pesar de que simplemente estaba encarando a una chica a la que sacaba más de dos cabezas.
—¿No te gustó el revólver, Philippe? —él dio unos pasos atrás, desconcertado—. No es fácil traficar con armas, ¿no crees? Esto es Europa no esa tierra de locos al otro lado del mar ni el desierto de ahí abajo. Y te expliqué muy bien que tenía el percutor un poco suelto. Te expliqué muy bien que no debías cargarlo con seis balas. Te expliqué muy bien que por eso mismo te lo vendía un poco más barato, ¿recuerdas? ¡Joder, te lo expliqué todo de putísima madre! Incluso te regalé unas cuantas balas a pesar de que no me caes nada bien, a eso se llama fidelización del cliente o algo así pero, ¿qué clase de gilipollas apunta a su novio con un arma? Es una pregunta retórica, eso significa que no hace falta que contestes —le aclaró ella, a Kalani le encantaba utilizar todas las palabras que había aprendido—. Dame mi puto revólver, pringao, el que me han quitado esos —le indicó paciente—, el otro es tuyo y un trato es un trato —él le dio la pistola con una expresión dubitativa en el rostro, expresión de la que no se infería más inteligencia que la de un tiesto de gladiolos particularmente emprendedor.
—Me van a desterrar —se rindió él.
—Si tienes suerte —le recordó ella, súbitamente sus ojos se iluminaron con un destello decidido—. No diré nada de esto si me devuelves el otro revólver, ¿qué te parece? Y podría hacerlo porque en realidad ese revólver no es de contrabando, era mío, pero es que quería hacerme la interesante —le explicó—. Bueno, espera… supongo que todas las armas de fuego son de contrabando, así que…
Ante tan insensible discurso, Philippe comenzó a llorar y Kalani, sintiendo una riada repentina de empatía y tras hacer unos amagos de abrazarle, decidió darle unos toquecitos en la cabeza.
—He estado en tu lugar en varias ocasiones… Me refiero a perseguida por la justicia, no ha… —Kalani se detuvo, no había forma de que aquella frase pudiera desembocar en nada positivo—. En fin, si todavía no te han detenido, yo me marcharía por mi propio pie —se aventuró ella. Seguramente era uno de esos momentos de escuchar en lugar de buscar soluciones, pero tal y como lo veía, las autoridades no iban a ser tan comprensivas.
Y no lo fueron, al siguiente atardecer Philippe tenía una soga al cuello y toda la aldea parecía haberse congregado alrededor para disfrutar de la ejecución. Los familiares de su novio exigían con una furia comprensible la pena capital.
Kalani a pesar de no entender cómo ese hombre no había aprovechado para escapar, sabía ya que todas las muchedumbres ante el ahorcado eran la misma y sabía ya que a todas les parecía bien el asesinato, al menos mientras fuera a este lado de la tapia y de la ley. Una medida algo ineficaz, si se le preguntaba a ella, pero nadie le preguntaba.
Así que ella se lanzaba a hablar.
—¡¿Es así como tratáis a quienes necesitan comprender?! —inquirió tras abrirse paso hasta la primera fila. —¡¿La justicia no es reparación sino retribución?!
En consecuencia los presentes empezaron a insultarla e intentaron agarrarla, aunque ella consiguió escabullirse.
—¡No, no, pueblo de Ur! —exclamó un hombre de aspecto autoritario, poniendo orden—. Aquí incluso los extranjeros pueden hablar y Kalani salvó a Victorine. Merece que la escuchemos.
A juzgar por el griterío y los insultos el pueblo de Ur no parecía estar muy de acuerdo, sin embargo el hombre, posiblemente el juez de la aldea, se dirigió a Kalani:
—Cuando un hombre arrebata una vida, debe morir. Así se da ejemplo a los demás para que sigan por el buen camino —declaró él con esa seguridad condescendiente que concede la autoridad.
—Y es una política infalible, porque seguís teniendo crímenes —respondió Kalani.
—Es la mejor alternativa —sentenció el juez, intentando ocultar su desagrado—. Lo explicaré, porque también deseo que Ur lo recuerde: la justicia es orden. Si los familiares de la víctima simplemente le mataran sin un juicio, sin escuchar a testigos, sin la presencia de un juez imparcial. Entonces estaríamos hablando de otro asesinato, ojo por ojo, como se dice y tendríamos a más personas a las cuales juzgar. Sin embargo si le damos a este hombre justo castigo tras habernos asegurado de que efectivamente fue él quien cometió el asesinato, tras haber sopesado sus razones y haber considerado que tenía armas ilegales en este pueblo, lo cual podría haber puesto en peligro la vida de todos, entonces estamos hablando de consenso y de comunidad, de la restauración del orden.
—El problema de encontrar una buena respuesta es que intentamos que las preguntas encajen en ella y no al revés —dijo Kalani, como aquello le había quedado bastante bien, trató recordar algo que leyó en un libro—. No cambia el asesinato del emperador porque fueran muchas las manos que… llevaran los cuchillos, ni son menos asesinos según quien juzgue sus intenciones. Da igual que sea una aldea entera la que vaya matando por ahí.. ¿no? —terminó, sintiéndose entre torpe e incómoda.
—¿Y qué alternativa sugieres, niña?
Kalani sonrió satisfecha, con un diente de menos y un moratón.
—El exilio: podrá aprender a ser una mejor versión de sí mismo y vosotros defenderéis que el asesinato está mal dando ejemplo. —por supuesto el juez, que tenía mucha verdad a cuestas, no accedería a ello. Pero era todo cuanto Kalani necesitaba para que su espectáculo de titiritera mental fuese creíble por el tiempo suficiente.
Se preparó.
Sintió un latigazo de dolor, se llevó las manos a las sienes, sangraba por la nariz mientras tanto el verdugo como el juez se convertían en sus marionetas.
El juez asentía y el verdugo liberaba al prisionero.
Y Kalani le gritaba a Philippe en un susurro que corriera mientras ella se marchaba de allí, tratando de no apretar demasiado el paso.
Pronto habría un cartel pidiendo una recompensa con su nombre pobremente deletreado y tal vez la palabra bruja escrita entre un numero de exclamaciones a todas luces excesivo.
Rescatar a idiotas de su propia estupidez, pensaba, era muy poco gratificante. Eran demasiado ingeniosos a la hora de tenderse trampas a sí mismos y sólo sabían ir en una dirección.
Además, ante la horca la estupidez les hacía creerse jueces y no verdugos. Ahorcado incluido.
El mastín del dolor, con su hambre canina, me devora incesante royéndome los huesos. Orco fiero, imbatible, acosador de flores y alegría.
En las crines del aire, detrás de la paciencia, en el abrazo inmenso de mi padre me escondo. Es inútil, no tengo ni la pastilla mágica ni el arte de volverme invisible o madera de boj.
Zaragoza, 2007
ABRIL
Abril lleno de luz, de soles vivos, atraviesa la estepa de los brazos, cojea entre los pies, trata la lengua como un amante fiel, como si aún fuera un cuenco de luna; el ruiseñor que todavía canta en sus alcores.
Pleno de algarabía en la ventana, con suavidad él deja su presencia en la dehesa triste de los ojos, en el ocaso azul, los altozanos, sobre la voz del río y el adagio que es el cierzo callado cuando duerme.
Yo no quiero morir en primavera con el almendro en flor y los rosales, ni en la marcha triunfal de cuanto vive embriagada de aromas y de trinos.
¡Oh, Dios! Cómo me duele mi corazón de barro, mis huesos de madera, los nudos de mis dedos.
PERRA VIDA
No tengo amor ni hambre ni siquiera habito ya tu instinto o tu deseo. Temo, en esas soledades de ida y vuelta, encontrarme tus versos o mis besos, que me huyas como huyen los mirlos cuando llegan las blancas golondrinas del verano.
Solo mi perro sabe del aullido silente de una casa vacía. Mi perro que a bien tuvo adoptarme sabiendo-¡soberbio compañero!- que tal vez no le viva doce años.
Zaragoza, 2006
3
Han volcado los cielos, los alcores, el horizonte tiene dos soles y tres lunas sorprendidas, la sombra del amor tiene su sombra.
Besos de absenta dulce, adelfas en la boca y en el alma, entre sensibles campos que me cercan dibuja Frida Kahlo, la mañana.
La vida es un retorno sin fin en la memoria; los ojos de mi padre siguen vivos, cantan las golondrinas y retrocede el agua. Quizás salga del sueño y no esté el arcoíris, o ese banco de ayer de piedra entre la niebla. El amor es así, revelación, copa de sol y boca de ceniza.
4
Giralda soy y giro con el viento, ¿ de qué sirve oponerse a su gran fuerza? Me engañan las esquinas donde de rostro cambian aquellos que una vez caminaron conmigo en estas soledades sin retorno.
No existe la tragedia a los ojos del cielo, no hay misericordia en la luna encendida ni error que no se pague si pisas los confines de la niebla, este nimbus caído en pleno mayo. Me deslumbran estrellas que son tan solo rocas disfrazadas de luz o de cristales; un falso firmamento de la inocencia absurda que, a pesar de los años, no me deja crecer. -Quiero encontrar de nuevo la alegría que fui- ¡Oh, victoria, victoria, la risa de la muerte!
POEMA A VIVA VOZ
Junto al hermoso fantasma de Rimbaud, oceánico león que en la distancia clava su arañazo de luz, amo la pesadilla de mi tiempo.
Las flores de mercurio que en sus sudores queman los pétalos del alba sin dejar de llorar entre los números, relámpagos abstractos, que tercamente niegan mi cita con el heno. Esos rostros de milenaria escarcha con sus cabezas tristes dándose contra el cielo.
Persiguen la medida de mi fuerza, mi amor desesperado guardián de la locura, este manto de sal que tus delirios hiela.
La noche se rebela como un titán oscuro, condenándome todo a la muerte más fácil. Una revolución de lágrimas y dientes, estrangula y socorre mi herida eternizada: Yo soy el corazón de esta agonía.
Zaragoza, 1978
Acerca de la autora
Nació en las primeras estribaciones de la serranía de Cádiz, en Villamartín, primer pueblo de la Ruta de los pueblos blancos.
Desde el año 1966 reside en Zaragoza por motivos de trabajo de su padre.
Miembro de la tertulia del Ateneo de Zaragoza desde el año 1978.
Participación en varios libros colectivos: “Retos Poéticos”. Madrid, 2017 “La Cárcel”. ASEAPO. Madrid, 2017 “El viaje”, relato. Colección “Picapedreros”. Zaragoza, 2017 Antología a Federico G. Lorca. “Granada”. (Soneto) Córdoba Azalea. 2018. “A la hora del Café”. Amazon. Noruega. 2013. 53 Escritores a Ramón J. Sénder. Editorial Heraldo de Aragón.1980 Poemas a viva voz. C.S.I.C. Excma. Diputación de Zaragoza. 1999 Alijos Poéticos.Sdad. Coop. Librería General. Zaragoza 1989
Entre la pléyade de amigas y amigos en estos ocho años se han casado y divorciado casi todos. En mi pared, una ventana va contigo en tus pasos y en tu insomnio. ¿Sabes cuantos eclipses parpadean en mi silencio? Este calendario rota y rota sobre sí mismo.
Entre tu jaula y la mía aun cae el rocío.
CINEMASCOPE
Si. Es verdad que no duermo, pero da igual. Mirando las imperfecciones del cielo raso repaso las arrugas que asoman en tus mejillas. Si. Es verdad, el techo este es un cine de fantasías desde el que me sonríes y me pregunto por qué aun sueño contigo.
MUJER QUE MIRA COLORES EN UNA PARED
Si llegas hecha verso y metáfora desenredando tu ADN de maga, balanceando tu existencia de penumbras o mirando de revés la tómbola de tus años, quedarán tus huellas en mi pared. Si llegases -octosílaba, silente- danzando y alumbrando el último adjetivo, masticando una calle de favelas, tiñendo de sangre tu luna menstrual, dejarías tu alma descansando en esta ventana.
DOBLEZ
Camíname después de las orillas, en otras ramas, dibujando en la periferia estos ángulos que matan.
Cada esquina un vórtice que nos mira.
Un vals de ballenas en el ajedrez planetario.
Esta fuente gorgotea sangre de unicornios, tan mal está nuestra sociedad. Las muchachas se pintarrajean como si con eso acunaran horizontes. Las manos líquidas de labiales trasvestidos inoculan falsos pentagramas, no hay año bisiesto en una uña que maquilla, en un labio que se pudre en una tumba. Esta fuente se deshace y arroja pelucas al viento. ¿Quién caminó sobre sus pecados a medio confesar? Desvistieron cada muñeca y ocultaron sus lágrimas entre tanto reloj sin cuerda. ¿Dónde estuvo la señora muerte en sus zapatos blancos? ¿Dónde quedó el verde que te quiero verde si solo hay humo en la memoria? La densidad misma, tarjetas de crédito y plástico en todos los océanos.
Esta fuente, esta fuente… Esta fuente gorgotea sangre de unicornios, tan mal está nuestra soledad.
Prosa
UNA MANO MUERTA SALUDA MI NAUFRAGIO
Todos los puertos están clausurados. Canta mi canción, leva tus anclas, estruja mi sombra. La tarde cae y caen tus lágrimas, así, de soledad inmune.
EN TRÁNSITO SIN MÁS ADICCIONES NI FALSAS EXPECTATIVAS.
Dejar que la noche se devore a sí misma en algún oscuro rincón del alma, deshabitar aquellos hilos que alguna vez fueron puentes luminosos apretando ese destino hacia una calle sin salida, intentando resolver, a golpes cotidianos, una ecuación desde el inicio mal planteada, una esperanza inocente que se diluye ya en pasos perdidos tras la luna.
Abandonar caminos de fantasía y espejos, triturarse los ojos, las manos, las rodillas; arrancarse los sueños dejándolos ir hacia cualquier cementerio, solo rosas negras serán pasaporte hacia el olvido, una larga cadena de amaneceres y lluvia que ya no me revivirán, negras rosas de silencio, rosas de vacío implacable, horizonte preso en nunca más voltear la vista. Huérfano, ahora, de vino y tabaco, madrugando sin norte, voz perdida en la arboleda. Tanto ir solo a estrellarme, a repensarme solitario escudriñando viejas huellas en arena, un triste canto de gaviotas sobre un mar embravecido, una gran circunferencia que abandonó su centro, inútil reloj durmiendo sin horas, estrella muriendo lejos de cualquier constelación.
Unos resabios amargos de voces me aguijonean a la distancia. Se ha ido la luz, el multiverso no amanecerá en mi desayuno; ninguna plaza volverá a triangular esa distancia, la pandemia será apenas una anécdota, un paréntesis de temor y mascarillas, la hora final en un juego de abalorios diluidos, un punto aparte en sonrisas que no veré, una lámpara sin combustible mirando por última vez al infinito.
Es la hora de tatuarse un sol muerto, de clavarse las uñas en la garganta, arrancarse uno a uno todos los versos que, atragantados, esperaban la vida. Esta es la hora, la de caer al pozo ciego, inmisericorde, en la contraportada de un libro que no se volverá a transitar, palabras sin sentido, gramática esquizoide en un silabario de hojas marchitas.
Aquella hora en ese huerto donde el todo nos abandona, cuando el silencio nos golpea a gritos en los huesos y la noche nos besa los ojos.
La última cruz, sin salvoconducto, directa a la muerte segunda, un remolino ciego blandiendo su estocada final, sin despedidas, ningún obituario; un corte perfecto y limpio llevándose los dedos del espíritu. La última cruz, trazada en el aire con lágrimas de sangre que no se recordarán.
Llueve ahora. De medias hojas, de medias lunas, llueve. Rojos hilillos me atraviesan.
Es la hora de tatuarme todos los soles muertos.
TODO CRÉDITO TIENE VENCIMIENTO
En este callejón sin salida, la muerte me arrincona, me ofrece un año más de vida a cambio de mis manos. Sin emoción alguna advierte que mi tiempo se ha terminado, que nada puedo hacer sin saltarme esta larga cadena de aspiraciones y remordimientos, solo me apunta y exige: mis manos por más vida.
Le respondo: tu cabeza por un año de lluvia en un calendario bisiesto.
No se lo esperaba, baja su capucha y saca de entre los jirones de su capa, una baraja que me ofrece. Naipes cotidianos, todas las postales aún no dibujadas, una colección de sermones y batucadas, inútiles timones en barcos olvidados, llaveros inservibles en noches de eclipse, ruidos apenas audibles para una carabela que flota en una nube de luciérnagas; me entusiasma con viajes a diestra y siniestra. Siniestros, más bien.
Yo también insisto: tu guadaña y un volcán boca abajo.
La muerte no renuncia, nunca lo ha hecho, por lo que sé.
Extiende frente a mí un tablero de cementerios fugaces y rotos, una cierta amalgama de ofrendas amarillas y oscuras, una total muestra tipo feria transuniversal, una tempestad de algoritmos en un cuaderno de agua, pasos lentos en tres dimensiones; intenta ganar su partida, es decir, mi partida…, pero yo tampoco renunciaré, no ahora.
Negociando con la muerte pasaron estos años. Sí. Y tuve hijos, huertos, amantes, amores que no fueron pero que igual fueron y dejaron otros caminos en medio de agujeros negros y enanas blancas.
No toqué sus cartas a pesar de su asombro, me negué a sostener su violín o a caminar sobre sus ojos. Truqué y retruqué cada astilla de su tiempo, enarbolé toda raíz que brotó en mis sienes, no dejé piedra lunar sobre venus y trepé, trapecista sin vértigo, hasta el último cuadrante.
No sé si fue una tregua. Alzó su diestra y me mostró la torre Eiffel. Orgullo, dijo, solo una vez.
Es lo último que recuerdo en este quirófano en el que me arrancan el corazón.
Acerca del autor
Jorge Alejandro Neira Rozas nació en Chile; es antropólogo de profesión, poeta y cuentista. Escribe desde su juventud apareciendo su primera publicación en 1975, como integrante de un poemario junto a otros dos destacados poetas nacionales: José María Memet y Gustavo Becerra.
Fue luchador social contra la dictadura de Augusto Pinochet y debió exiliarse. Retomando la escritura en 2013, en 2018 ve la luz su primer libro «De nostalgias y caminos».
Al día de hoy, Neira Rozas cuenta ya con seis libros terminados, de los cuales «Mujeres de luz y sombras» está en proceso editorial y «Peldanne» siendo prologado.
El autor es miembro de número de la SECH (Sociedad de Escritores de Chile)