Prosas escogidas de Ronald Harris

Imagen by Enrique López Garre

Sin título

Emerges desde el fondo del caos convertida en milagro. A qué temer entonces, si no hay más muerte que el miedo, ni más oscura extensión de la nada que el temor. Somos hombres porque odiamos. Somos hijos, porque al final, no importa realmente el origen, sino tan sólo aquello que lo sustituye. Así quedamos a la espera de que alguien nos guíe, cuando el camino se nos dibuja bajo los pies inexorablemente, y el destino es en nosotros, fórmula y ejercicio del error. Sumar ceros a la nada no nos servirá, ni agregarle más letras al odio porque la ira es insobornable. Ya pesa el gramo en mis ojos, y es más noche en la noche, y un sopor mortecino y amigable saluda mis dedos, hasta entumecerlos. No hay variaciones del yo en lo que ocurre, sino la continuidad del oro de tus ojos en mi mente: esa sabiduría brutal que nos empuja a Dios cuando nos hieren. Un ser mutilado y clarividente se cierne tras mi lengua y te habla. Escupe estas palabras y se duerme.


No he de volver a Dios cada mañana

No he de volver a Dios cada mañana luego de besar el húmedo labio de la noche. No he de volver de tanta oscuridad negando la sabiduría cruel que se esconde en la derrota. No he de ser otro si soy éste que ilumina de sombra tu camino y tu caída, cuando otra vez nos vuelve a mirar la bestia que habita tu dulce abismo.


Infantes

Ayer no lloraste. Me quedé esperando tus lágrimas hasta que nos visitó la morfina. Pensé en acariciar estérilmente tus deformidades. Entonces recordé que Dios te tocó primero y preferí olvidar el regalo de tus uñas. Lamí un espejo trizado donde se reflejaba tu cara de niño-monstruo, de niño-insecto, de niño-niña, hasta que el semen de tu lengua se secó sobre los ojos, y mis dedos untados se apaciguaron de ti.

Jugamos a besar el odio hasta la náusea, hasta agotarnos y caer en la vigilia. Jugamos a rozar los pies entre las sábanas y sufrir el hambre sin emocionarnos. Probaste que mi voz no se escurre en tus brazos como el agua (ni lo necesario) mientras todos duermen. Pero dividir la máscara no fue suficiente. Ábrela si quieres. Estamos preparados.

Desátame como la naturaleza engendra la catástrofe. Ya sembramos tu sien y mi sien. Cosecha entonces este bello fruto que esperamos abrazados a un mismo torso, invertidos y en silencio. Hoy son tuyas mis dagas y el ánimo de mis cuervos. Son tuyas ahora mis palabras. Invócame. Llama nuestro fuego a la calle y precisa la víctima. No temas, ya te dije. El resplandor de tus alas nos protege.

«Se vende, se permuta», «Una ola de olvido», «La forja», por Ángeles Hernández Cruz

Muchacha by Thuan Vo

Se vende, se permuta

Se vende

Se venden días tristes.
Los entrego encerrados en un baúl de espanto
atestado de cajas con etiquetas blancas
escritas con mi mano temblorosa.

Unas contienen miedos de los que se te anudan
en la garganta fría, que ya sientes tapiada
por viejas soledades.

Las de remordimientos
están acompañadas de desesperación
junto con la amargura
de no tener el brío de parar
el transcurso tirano de los días.

También hay cofrecillos y envoltorios
tan raídos y viejos que no me atrevo a abrir
ya que solo contienen ilusiones caducas.

A mí ya no me sirven
porque los versos piden a mis brazos
que deje de arrastrar este equipaje
que se sigue rompiendo,abriendo las heridas
y que una y otra vez remolco en mis escritos.

Se permuta

He cambiado de idea: ya no quiero vender.
Prefiero permutar el contenido
del pesado baúl
por la bolsa ligera de los grandes poetas
que cantan al amor con arrebato,
con palabras ardientes que enrojecen
los rescoldos helados de mi fuego.


Una ola de olvido

Anoche desperté sin mis recuerdos.
Rebusqué entre las sábanas, a tientas,
y solo encontré frío.
Sobre los almohadones, mi pelo se cubría
de un laberinto húmedo de algas.

Una ola de olvido gigantesca
que venía de lejos elevándose
arrastró mi pasado al mar profundo.

Al verme en el espejo,
pegadas a mi piel desconcertada
se asomaban millones de blancas caracolas,
nácar tornasolado.
Me vi hermosa y valiente vestida con mi escudo.

Solo tengo el ahora, este instante,
para verter sonrisas
y llenar mi equipaje de historias relucientes.


La forja

Quise ablandar el hierro de los barrotes que aprisionaban mis auroras. Lentamente, encendí una hoguera. Con ladrillos de rabia construí una fragua mientras las llamas me proponían a gritos su consuelo.

Emboqué las barras hasta que el calor reblandeció su intransigencia y, entonces, las moldeé en el yunque con mis manos. A pesar del tormento, logré formar una hoja con espiga que templé en un barril rebosante de lluvias que nunca se detuvieron en mi cara.

Adelgacé el filo contra la piel dura de la memoria y le hice un mango suave que acariciara las llagas de mis dedos.

Fabriqué un cuchillo con mi jaula. Con él corté los hilos que me ataban a la nostalgia y podé las ramas que me impedían crecer hacia el futuro.

«Pájaro lastimado», «Breves», «No está en la línea de mis manos», por Silvana Pressacco

Prosas

Pájaro lastimado

Cuando comprobé que no existen aves guías inmortales creí haber elegido ser un pájaro huérfano que con las alas plegadas se dejaba caer.

El tiempo me enseñó que no existen pájaros sin lastimaduras y que los que realizan los mejores vuelos son los que aprenden a llevar consigo el dolor sin darle combate.

Me enseñó que en los puentes de salvación siempre existen tablas sueltas y que el único soldado que las puede reconocer es uno mismo.

No necesito hacer pie en la fragilidad de otro y salvarlo para comprobar mi propia capacidad de resistencia ante la adversidad porque mostrarme débil ya no me importa.

Solté mi afán absurdo de ser una semirrecta impaciente con vocación de empuje y resistencia porque comprendí que soy un punto en la grandeza de la vida, un punto que puede detenerse y que detenerse no es necesariamente morir.


Breves

Inventé un mundo tan lejos de mí que ahora no encuentro un pájaro que me quiera regresar.

Por proyectar tantos vuelos he olvidado cómo agitar las alas.

Suspendida en el aire, con las alas entumecidas por imposibles, vigilo el cambio de guardia. Tal vez hoy se vaya el silencio o la araña del tiempo.

En muchas oportunidades me propuse modificar la rapidez con la que transito por la vida porque, siempre confabulada con mi responsabilidad, impidió que disfrutara de muchos paisajes que dejé atrás. No puedo victimizarme porque mientras mantenía la mirada fija en el cartel de llegada sabía que no había caminos de retorno.

Mis talones nunca encuentran una fuerza externa que resista el empuje de las obligaciones. Sigo el trayecto vencida por la inercia.Cuando me busco cierro los párpados. Cuando necesito sentir o pensar apago la luz del afuera. ¿Será que la verdad se pega al reverso de los ojos? ¿Qué es lo que ellos ven que enceguece el entendimiento? ¿Por qué si en el silencio oscuro de mi habitación la verdad es tan clara, por la mañana ando a tientas?



Un poema

No está en la línea de mis manos

Si quieres conocerme
no alcanza con leer las líneas de mis manos
porque no guardan rastros de escapes y locuras.

Solo pueden contarte
que a veces ser entrega me lastima
porque soy incapaz
de levantar columnas desde la periferia;

escapar de reclamos
para garantizar la protección
de mis células sanas,

silenciar el idioma de mis ojos
que exponen claramente lo que guarda mi lengua.
También pueden decirte
que a veces soy un pájaro,
un pájaro que elige vivir en una jaula
que mantiene la puerta siempre abierta;

o una fiel maleza, empecinada
en hacerse frondosa
en un terreno húmedo y oscuro
mientras sus ramas tímidas
acarician el árbol
coronado de sol.

Te dirán que soy mapa, también ruta y refugio;
un paisaje pintado con montañas de euforia
y llanuras de pausas.

Pero hay algo intangible, sin registro en las palmas,
algo que transfigura
si las garras del tiempo descansan y desprenden,
algo que me transporta a la vereda opuesta
donde impera la magia,
en donde lo perfecto es toda imperfección.

Te confieso que ahí

soy aire por segundos.

Territorio de jaimas, por Gavrí Akhenazi

Todos saben que me gusta estar solo. Me siento bien dentro de la soledad que queda en mi mundo. Las personas me estorban, excepto aquellas únicas que elijo para relacionarme, para que puedan avanzar por mis largos yermos carentes de agua y despiadados de pájaros, donde se gestan y apaciguan mis tumultos de polvo, mis tormentas de olvido, el calmo paroxismo de mis furias.

Vivo ahí, en esa jaima inhóspita, hecha con huracanes y veleros. Una jaima cosida con gigantescas gavias para capear oleajes de la sangre.  Vivo dentro de mi rutina de silencios, de intermitentes y oscuros monosílabos y, dicen esos que siempre están conmigo, que soy una alimaña hecha con gestos y con ojos de bruscas mutaciones.

Los niños, sin embargo, no ven en mí lo que los hombres ven. Jugamos, cantamos, trabajamos y aprenden “cosas raras” (como suele decirme el hombre sabio que conduce la civilización en este lado tan poco hospitalario de la existencia humana).

Yo les explico la gesta de los hombres, mientras dibujo mapas en la tierra y les hago relatos de otros lugares que están inaccesiblemente lejos, pero que los niños consiguen imaginar para asombrarse.  No hablo de ese occidente dominador y férreo que parece el único territorio habitado sobre el mundo. Les hablo de culturas antiguas como la suya propia, de largos mitos rústicos que se parecen en todos los lugares y que se repiten con diferentes nombres. No hablo de religiones con los niños. Hablo de civilizaciones y esperanzas.

La escuela es paga aquí, porque de otro modo, es imposible retener un maestro sin comer. Algunos pueden pagarla. La mayoría no, así que esos de la mayoría son mis niños del fútbol y la historia y los mapas que los humanos han trazado para cortar en trozos la esperanza.

Disfruto enormemente de estos niños, como en mis viejos tiempos de docencia, en el margen que nadie quiere ver.

Luego, regreso a mis silencios, a esta imprecisa ejecución del día, que implican los informes, los ajustes a la necesidad, el miedo de los otros, los que migran como si el suelo bajo sus pies se les moviera y ese resabio a pólvora que dejan los malos daños impregnado en la piel.

La soledad se aprende, como todo. La soledad no es más que un hábito más, una costumbre que no precisa de zurcidos ni parches porque es una muralla no vencida por el asalto de las hordas trágicas.

Afuera de mi jaima hay otras jaimas. Tratamos, apenas, de ser buenos vecinos, en la desértica amplitud que constituye no saber si hay mañana cuando cae la noche día a día.

Otros planos de ausencia, editorial de Gavrí Akhenazi



Otredad. Ajenidad. Individualidad. Xenofobia. Indiferencia. Ignorancia. Palabras que definen la relación con el otro y su búsqueda de invisibilización.

El otro, eso que es diferente y que está ahí, por todas partes. Eso que no somos. El que nos es extraño.

La ausencia no se centra solamente en la percepción de lo que no está y que se necesita. No es la falta de algo que ocupaba un valor emocional y que al desaparecer genera un espacio de vacío.

La ausencia en sí es un vacío que ocupa (valga el oxímoron) la conducta humana a lo ancho y a lo alto de ella.

La ausencia es en la conducta humana, el resumen de las palabras que menciono al comienzo de esta reflexión. El desplazamiento de la conexión con ese ser social que los hombres, como especie, dicen ser y que, en la práctica, solamente son capaces de desarrollar con reservas dentro de su metro de confort.

La especie humana posee en su genética un enorme espacio vacío para con sus propios integrantes. No se reconoce en el otro y en «el otro» deposita la desconfianza, la suma de sus males, las reservas de sus aprensiones más desarrolladas y de las más ocultas, las responsabilidades y las culpas y, por supuesto, la ajenidad, el desentendimiento, esa otredad enfrentada decididamente al individuo como unicidad que no acepta lo disímil.

En una u otra forma, todos los humanos practicamos ese registro de conducta.

En mayor o menor medida, todos somos ausentes.

A la espera, por Ovidio Moré

Imagen by Mircea Iancu

Recordé aquella canción, la que ahuyentaba al silencio, al vacío, la que susurrabas inesperadamente mientras la banalidad anegaba la casa y mis palabras se escondían en los rincones de la alacena.

Recordé tu tibia música, el fulgor que brotaba fundiéndose en el cristal de la ventana.

Recordé tu sonrisa mezclada en el susurro y al susurro mientras sonreías.

Toda la arquitectura del silencio caía derribada por tu voz apenas audible, pero que, como un disparo, fulminaba tanto gris, tanta mediocridad, tanta melancolía… Y la casa se llenaba de alegres trinos, de avecillas iridiscentes posándose en cada resquicio, en cada oquedad, en cada poro de mi piel. Entonces la soledad también huía aterrorizada por los sumideros, y sus alaridos se dejaban oír en las cañerías. Y las palabras bajaban a la hoja y danzaban desenfrenadamente con sus piececitos manchados de tinta dejando un reguero de versos estampados en lo blanco del papel.

 Recordé aquella canción y yo también la susurré. La susurré al oído de la casa, al cuerpo del espejo, al  pubis de las sábanas… Pero el color seguía siendo el mismo, un gris apagado, yerto; el silencio continuaba y a cada paso eran más espeso, como un muro pétreo e insalvable. El vacío se arremolinaba en el interior de mi cuerpo, viajaba por mi sangre dejando un frío riachuelo de temor serpenteando por las venas. Y la soledad, esa dama soberbia y omnipresente, se paseaba desnuda por cada habitación. Por más que lo intenté no pude. Mi susurro era anodino, insípido, la casa no era capaz de encontrarle el sabor a mi canto. Las palabras volvieron a refugiarse tras el frío de la porcelana y es por tu ausencia. Y aquí estoy, a la espera. En tu espera.

La ausencia del creador, por Sergio Oncina

Quien haya escrito más de cien líneas con la intención de emocionar al lector se habrá dado de bruces, consciente o inconscientemente, y no solo una vez, contra la ausencia. Y habrá repetido imágenes, conceptos y recursos, suyos y de otros.

¿En cuántas ocasiones nos encontramos con un ser querido fallecido actuando como ángel de la guarda o con un espectro sombra de un viejo amor?
Me declaro culpable del hueco en la cama y las formas de la ausencia fantasmagórica en el colchón y la almohada.

El folio en blanco es así de traicionero.

Lugares comunes lo llaman. Lugares para ir demostrando nuestra falta de originalidad y nuestra pertenencia a la misma humanidad.
Qué envidia del artista que se sale de la mediocridad y nos muestra de un modo diferente como duelen las llagas de la vida.

Todo lo escrito es ausencia. Por ejemplo, las cien líneas enteras de ese supuesto principiante de escritor.
Pensemos sobre qué escribimos: vivencias y recuerdos o sueños y deseos.
¿No son también las ficciones sueños en los que nos vemos inmersos con tal claridad que conseguimos desarrollarlos? ¿Y no les añadimos parte de nuestros recuerdos y deseos?


Y, en definitiva, ¿no escribimos sobre aquello que ya nunca podremos repetir (recuerdos) o aquello que queremos experimentar (deseos)? Ausencias.


Incluso cada párrafo se convierte en una ausencia más de las que van conformando nuestra memoria.
Miro al inicio del texto y leo ese primer párrafo. Si lo reescribo no voy a encontrar las mismas sensaciones que encontré al redactarlo por primera vez. Y si lo leo por segunda vez, tampoco percibiré igual la nueva lectura.

No se puede entender la ausencia como una sensación ajena al paso del tiempo. Pero tampoco el paso del tiempo se sentiría sin saber lo que es la ausencia. Esto es importante: somos capaces de comprender el tiempo porque existen las ausencias.

Los momentos felices son cubiertos de tristeza hasta emborracharse en ella, son bizcochitos a los que el alcohol acaba por estropear.
Algunas de las escenas más aplaudidas y emotivas del cine son parte de películas infantiles. La más conocida posiblemente sea la historia del inicio de Up. También Inside Out, con una originalidad sorprendente, ahonda a la perfección en ese cambio de felicidad por aceptación de la pérdida y la nostalgia como parte del crecimiento personal.

No se trata de que me falte el amor del fantasma cuyo cuerpo ya no duerme en mi cama, sino de que ya no volveré a ser el mismo, ahora soy un bizcocho empapado en licor. La dificultad para superar las ausencias radica, primero, en que hay que asumir que el tiempo transcurre, nos cambia y nos equipa con miles de pequeñas sombras que son los recuerdos y, después, en que hay que desprenderse de las sombras que nos dañan.

Lo complicado es aceptar las ausencias como parte de uno.

Seguro que lo ideal es buscar nuevos horizontes, no echar la vista atrás y no perseguir quimeras. No es tan fácil. Yo prefiero afianzar y crear ausencias. Yo prefiero escribir.

Estaré esperando, por Ángeles Hernández Cruz

Forest by S.Hermann & Richter

He oído que en una minúscula isla, perdida en un océano de nombre tranquilo, vive una tribu extraña .

El sosiego de las aguas salpicadas de corales se ha apoderado de ese pequeño grupo que forma un mismo clan.

En su lengua no existe la palabra ausencia, igual que muchas tribus del desierto desconocen el término hielo. Porque nunca han experimentado lo que esos vocablos significan no los necesitan.

Los miembros de esta tribu no conocen el hueco profundo y doloroso que deja en el pecho la partida o la separación porque ninguno ha precisado abandonar la isla ni a su gente.

¿Para qué iban a tener una palabra para privación o escasez si todo lo que tienen lo comparten?

Tampoco saben lo que significa abundancia. Simplemente se reparten lo que el mar, a veces generoso y otras mezquino, les regala.

Ni siquiera tienen una voz para soledad o tristeza. Son una única familia que se protege de las tormentas debajo de las hojas de palmeras de su casa común, construida con paredes fuertes, levantadas con un amasijo de ayuda y comunicación.

¿Qué pasa con la ausencia eterna de la muerte? Tampoco la conocen. Creen que cuando alguien muere, se convierte en estrella.

Cada noche sin luna, cuando el cielo se les cuaja de millones de puntos de luz, cantan, bailan, ríen y les cuentan sus historias a los que algún día brillaron, que es su forma de decir perecer.

Si mañana no me encuentras, búscame en una vieja balandra rumbo a esa isla o levanta tu mirada en las noches de luceros. Allí estaré esperando a que me cantes.

Solo el olvido mata, por Morgana de Palacios

Cuando el dolor se instala para no marcharse, hay que apretar los dientes, callar y no ponerle alas, silenciar el ritual del desespero, hacer oídos sordos al pitido del tren que atraviesa la estación de la carne como una navaja afilada que reabre la herida, y la pudre y la transforma en llaga que nunca cauteriza.

Sobornar al silencio con caricias, es una buena forma de conseguir que se quede a tu lado. Murmurarle al oído tu lealtad perpetua y dejar que el resto del mundo se desgañite iterando sus pérdidas que son las de todos y, por tanto, las mismas, un año y otro año.Un punto de frialdad o incluso insensibilidad, favorecería al sensible en momentos de manida quejumbre y al pretencioso que considera su pena inimitable e imprescindible de ser contada y te pone perdido de añoranza tu vestido de estreno que solo esperaba algún piropo que no llega.

Cada quién su dolor, cada cual su almohada para llenar de lágrimas, sus cartas imborrables, sus recuerdos de tiza sobre pizarra negra que repasar como una constante sobre el tiempo, cuando se van borrando de la mente.

Porque la muerte nos pelea a todos y a todos llegará, porque las ausencias que provoca son una masa informe e invasiva que todo lo devora, yo intento centrarme en lo vivo y si cuando le hablo no me responde porque aquello que esté vivo siga refocilándose en sus lejanías (susurrando lejanías, amando lejanías, llorando lejanías, escribiendo lejanías), prefiero estar callada abriendo puertas al olvido que siempre termina por matar las vorágines de la memoria. Cualquier ausencia que se nos dé en la vida.

La del amor, también.

Ausencias, por María José Quesada

Smoke by Florian Berger

—Pedro, he estado hablando con mamá y escucha todo lo que me ha contado al preguntarle cómo ha sido su vida.

«Mis hijos siempre me han llevado loca. Cuando eran pequeños, de amor; cuando adolescentes, de preocupación; cuando se casaron, de alegría.

Pedrito era un maníaco de las motos. Su padre lo enseñó a pilotar el Vespino que tenía para ir al trabajo y llevarme de compras. Doce años tenía el niño, y el padre lo veía bien… A mi no me hacía gracia que se fuera con la moto él sólo por los descampados y para solucionarlo se juntó con una pandilla de amigos motorizados. Ya no iba sólo, según él. ¿Has visto qué solución?

Patricia me preocupaba de otra manera. No salía de casa más que para ir al colegio y hacer los recados que le mandaba. Hasta que cumplió los trece años me pareció normal, sí, hasta esa edad ni siquiera le echaba cuenta a que la niña no saliera en pandilla ni quedara con las amigas, que las tenía, a dar un paseo. Ya tendrá tiempo, decía yo. Pero claro, cuando llegaron los 14, 15, 16 años y esa actitud era constante ya me empezó a preocupar. Yo la animaba a que saliera, a que aprovechara el tiempo y su maravillosa juventud para hacer cosas nuevas -¿sabes?, tenía la carita de porcelana- La animaba a que hiciera algún curso de pintura, de fotografía, hasta le propuse que participara como voluntaria en un albergue de animales, que tanto le gustaban. Y la niña que no, solo estudiar y estudiar y estar en casa.

Pero como todo, con el tiempo cambiaron. Solitos».

Pedro escucha y sé que se conmueve igual que yo.

—Nos recuerda, Pedrito, nos recuerda.

Mamá nos mira, sentada, balanceándose en el asiento de su mecedora. No nos sonríe, no dice nada. Nos mira extrañada.

Pedro le coge las manos y ella lo rechaza pero Pedro insiste dulcemente hasta que al fin las doma. Yo también me acerco a ella, y frunce el ceño. Reclina su espalda y se aleja un poquito pero hoy nos deja que la toquemos, que le acariciemos las manos y el cabello. Ella nos pregunta dónde están sus hijos.
Mi hermano me mira y me dice: «No llores Patricia, nuestra madre es la misma, quien nos está hablando ahora es solo la ausencia».

Origamia, por Alejandro Salvador Sahoud

Imagen by Susan Cipriano

Llevaba un retrato en el morral y preguntaba a todos en las calles, imponiéndoles la visión de retrato: «Has visto a La Mujer».

Los habitantes todos lo miraban, porque el retrato vacío tenía solamente escritas dos palabras: «La Mujer».

Pero él insistía, como enfermo de algún mal incurable que debiera encontrar un mago curandero en un mundo sin magos.

«Esa Mujer no existe», se animó a decirle el que cuidaba burros, indicándole irónico el retrato vacío y las palabras.

Él señaló entonces todos los papeles de los que estaba hecha la ciudad, tanto y tanto papel escrito de formas infinitas, sólidos como muros, voladores como pájaros, luminosos como farolitos, altos como palabras, profundos como el cielo, tristes, como él mismo.

—Esa busco.

—Esa es lo que estás viendo. No tiene forma. Es lo que estás viendo…papeles con palabras.

Cuando muero, por Silvana Pressacco

Imagen by Daniel Hanna

A veces mis ojos me abandonan. Se van de turistas sin provocarme dolor y yo me quedo tallada en piedra con huecos secos en el rostro. Es extraño porque sé que miro sin ver nada.

No sé el porqué, pero ocurre. Mis ojos se rebelan y son independientes. La película de la vida se tilda en una escena y me siento ajena al tiempo que pasa a mi lado.

Creo que son segundos en los que puedo prescindir de los demás sentidos y hasta del aire. Por un momento soy una cosa porque quedo sin vida. Y no duele, es cierto que no duele morir. Y es cierto también, que no se desea regresar porque no se extraña, porque sencillamente no se siente y es agradable.

No importa advertir que todo continúa mientras estoy petrificada y llego a odiar al inoportuno que se obstina en encajar mis sentidos de nuevo en el cuerpo y logra que la película siga porque he pestañado.

Marta Roussel Perla – Irlanda

Imagen by Gordon Johnson

Los misterios de la virtualidad

Para muchos de nosotros es fácil hablar de internet como simplemente un lugar más, con unas reglas concretas, como tantos otros espacios. Si vas a una biblioteca, no debes hablar alto. Si vas a Twitter, no puedes profundizar. Si vas a Instagram, prima la imagen. Si estás en una cena de empresa, debe cuidar de aunar el respeto y la etiqueta profesional con una apariencia casual y más relajada. Si estás en una videollamada con tus jefes, procura que todo el mundo en tu casa esté vestido.

Soy profesora de español online, de modo que desempeño mi trabajo a través de un ordenador. Hablo con mis amigos de toda la vida, que viven en España, a través de Hangouts, hablo con mis amigos de otras partes del mundo usando Whatsapp, no conozco a mi editor en persona pero nos escribimos por GMail, las editoriales que publican mis libros son Amazon y Hulu. A mi primera novia la conocí a través del Messenger. En Facebook debato, discuto, y hago bromas con personas muy interesantes con las que me cruzo de cuando en cuando en esa burbuja que he creado a través de mi sesgo cognitivo. Estoy en un mundo de ideas parecidas a las mías, y si salgo a la calle observo un planeta distinto. Pero una vez más, es como ir a una discoteca de salsa: no será ninguna sorpresa que a casi todos los asistentes les gusta bailar salsa. En internet elegimos ir a nuestro bar, eso es todo, al fin y al cabo tiene los sofás más cómodos y la comida es buena.

Aún recuerdo aquella infancia de otro siglo, cuando salíamos a jugar al parque. También jugábamos con los arcaicos videojuegos de entonces, pero no existía internet y nuestra vida la hacíamos en la calle, no había ningún otro sitio. Ahora resulta casi imposible pensarnos sin las redes de información que surcan nuestro planeta.

En su día se hacía una clase de distinción entre lo virtual y lo real, como si todo aquello que pasase en la red no tuviera incidencia en nuestras vidas. Ahora descubrimos nuevos ideas a través de internet, nuevas amistades, nuevas formas de pensar. Yo soy autista, transexual, demisexual… y es posible que jamás hubiera sabido señalarme sin el conocimiento que se libera y crece al otro lado de nuestras pantallas, con ayuda de esa red neuronal que nos hace fuertes. No es que me gusten las etiquetas en el sentido de que nos pueden limitar y encerrar en categorías rígidas, pero me encantan cuando nos liberan de nuestras dudas y temores, cuando lo que significan no es sólo aceptación sino que, en alguna parte del mundo, hay millones de personas como nosotros que han encontrado su camino de regreso a casa. El nivel de autoconocimiento que podemos adquirir las personas a día de hoy habría sido inimaginable hace tan sólo treinta años.

Pero esto tiene un precio: la exposición y el anonimato que puede servir para protegernos del odio de otros o para odiar. Porque ahora sabemos que todo lo virtual es real, que es un escaparate que nos muestra nuestras vergüenzas, que nos escupe la esencia humana a la cara. Existe el acoso en la red, los insultos, el bullying… existe

Jorge Ángel Aussel – Argentina

Imagen by Enrique López Garre

Virrealidades

1.- Quien confunde realidad con verdad y virtual con irreal, no comprende que la virtualidad no solo forma parte de la realidad, sino que en sí misma también es una realidad.


2.- Por mucho que el de la pantalla seas tú, lo que les llega de ti a los demás no eres completamente tú, sino una copia más o menos fiel de ti.


3.- El mundo virtual es un espejo distorsionado de la realidad, no del ser humano.


4.- Un narcisista frente a una computadora admira su reflejo en la pantalla.


5.- El navegador web es la versión 2.0 de la confesión. Eliminar el historial, el instrumento que promete la absolución de los pecados, una vez que ya nos hemos confesado.


6.- La única protección de datos inteligente es archivar la información privada en el disco duro de tu mente.


7.- Nada es más virtual en Internet que la opción de borrar los datos de navegación.


8.- Le llaman la nube, aunque lo almacenado en ella nunca será temporal.


9.- El halago fácil traspasa todos los cortafuegos del ego, con el fin de controlarlo luego.


10.- Quién dice que no progresamos, cuando ya ni siquiera precisamos matar para eliminarnos.


11.- Hoy en día te borran con el mismo dedo que antes solo te señalaba.


12.- La cultura del meme, la incultura del memo.


13.- La conexión a Internet permite el encuentro de las almas que sin saberlo, han estado siempre conectadas.


14.- Nos comunicamos con gente del mundo entero pero seguimos sin entendernos con aquellos que nos rodean.


15.- Lo que Apolo ha unido en la virtualidad, que no lo separe Cronos. Ni ser pobre.


16.- Muchos amores que nacen a la distancia tienen una fecha de caducidad marcada por las bajas probabilidades de un encuentro físico real.


17.- El sexo virtual es tan antiguo como la práctica de mantener relaciones sexuales con una persona mientras se piensa en otra.


18.- Un buen amante virtual es aquel que solo excitando tu mente es capaz de tomar el control de tu cuerpo.


19.- Abrazados al vacío nos abrazamos a la distancia y se llenan los vacíos y se acortan las distancias que nos abrasan.


20.- Cara a cara o a distancia es lo mismo: uno siempre se enamora y permanece enamorado de un desconocido.


21.- Crees que no existen las distancias hasta que tienes jet lag y se te pasa.


22.- La velocidad a la que circulan las fake news, más que nuestra inocencia demuestra nuestra incasable pereza.


23.- La incredulidad paró al bulo.


24.- El trol se masturba fantaseando que te molesta. Si muestras enfado, le darás su tan anhelado orgasmo.


25.- Como contra el coronavirus, el distanciamiento social es la medida de prevención más eficiente para evitar el contenido viral en las redes.


26.- Luchar por un mundo mejor desde el sofá requiere de un grandísimo esfuerzo, aunque solo sea para gustar.


27.- Tener todas las cosas a un clic es tener todas las cosas a muchísimos clics.


28.-Publicas tu desgracia en las redes y te invaden las dudas sobre qué habrán querido decir todos esos que le dieron Me gusta.


29.- Nos seduce la virtualidad porque en ella podemos elegir ipso facto la realidad que deseamos experimentar.


30.- Según un estudio casero, tomarle fotos a la comida podría engordar el ego.

María José Quesada – España

Magic keyboard by Joshua Woroniecki

Íntimos desconocidos

No puedo decir que Óscar y yo fuésemos una pareja mal avenida y ahí radicara el motivo de que nuestro matrimonio se arruinara. No discutíamos por todo lo discutible ni tratábamos de cercar la parcela de libertad del otro. Fue, en todo caso, un amor decreciente. Lenta pero inexorablemente dejaron de interesarle mis ideas y propuestas y de la misma manera yo empecé a pasar de las suyas. Nuestra vida se volvió predecible y anodina y nos fuimos enfriando en todos los aspectos que deberían estar vivos en una pareja, como si en lugar de madurar juntos nos hubiéramos convertido en dos ramas que crecen cada una hacia un lado hasta que dejan de tocarse. Nos convertimos en vecinos de cama y mesa y se deshizo por completo nuestro sentido de tándem. El divorcio sólo legalizó nuestra realidad.

Una tarde, cuando acabé mi horario de oficina, se me ocurrió conectarme a una página de contactos. Todo el mundo habla de esas cosas, incluso las anuncian en televisión, y bueno, bajo el anonimato decidí ver qué se movía en esos lugares.

Mi nombre es Noelia, así que me busqué un nombre imaginario: Helena. No tardó mucho en contestarme un hombre al que se le iba la vida en conseguir una cita conmigo. En cinco minutos que estuvimos conversando virtualmente ya me había coronado Reina. Así que al comprobar la velocidad que llevaba aquel tipo me dije: capaz que si permanezco un poco más me hace copropietaria de su latifundio. Aquel pensamiento, además, me hizo intuir que, con la misma pasión y prestancia que mostraba, al menor contrapunto que tuviera conmigo me arrojaría al foso de los cocodrilos de su castillo. No continué con el asunto y cerré sesión.

Dos semanas más tarde volví a hacerlo. Volví a conectarme en esa página de chat. Mismo nombre, Helena. En esta ocasión apareció un hombre sin tantos arrestos como el otro. Se presentó diciéndome que se llamaba Luis y casualmente, o porque estas cosas ya las tienen preparadas, era de mi misma provincia aunque residía en otra ciudad. Mantuvimos una conversación que duró casi una hora, pero se nos pasó tan rápido y ameno el tiempo, que quedamos en continuar charlando con asiduidad. Y así, día a día, Luis y yo fuimos intimando. Nos contábamos un poco de todo: los pormenores de la jornada, nuestra situación personal; ambos éramos separados, él por segunda vez pero, igual que yo, no tenía hijos. Me gustaba. Tenía mucho desparpajo hablando y cuando tocábamos temas de cosas más trascendentales ambos nos embarcábamos en una charla la mar de interesante, además de agradable. Me revivía por completo, era todo lo contrario que Óscar. Eso, junto con el cosquilleo que me producía nada más ver su nombre en la pantalla, hacía que se convirtiera en un cóctel muy, muy seductor.

Mantuvimos ese contacto ininterrumpido durante dos meses y medio aproximadamente, así que, a esas alturas, ya conocíamos las coordenadas interiores de cada uno. Y llegó el momento en que Luis y yo decidimos dar un paso más: conocernos en persona. Sabíamos de nuestras manías y gustos, nuestras opiniones sobre muchos temas, nuestros miedos y nuestros puntos fuertes, lo único que nos faltaba era descubrirnos físicamente, esa sería nuestra conexión definitiva. Era el momento de poner toda la carne en el asador.

Luis reservó mesa para nuestra cita en un Restaurante situado entre nuestras dos ciudades -cuya ubicación conocía porque estuve allí en alguna que otra ocasión- y me envió el mensaje: Restaurante «La Florida», viernes, 20:30. Si llegas más tarde el maître te acompañará a la mesa 5. Es la nuestra.

La mañana de aquél día estuve hecha un manojo de nervios. Sentía incertidumbre pero al mismo tiempo estaba muy ilusionada. Agarré las llaves del coche y antes de salir de casa me dije frente al espejo: vamos chica, no tienes nada que perder.

Llegué al restaurante e hice lo que me indicó Luis, dirigirme al maître y presentarle mi asistencia. Me acompañó amablemente a la mesa 5. Allí estaba Luis, sentado de espaldas a mi trayectoria. Le anunció mi llegada y él se giró levantándose de la silla. Al mirarnos, apenas pudimos articular palabra hasta pasados unos segundos.

¡Óscar! -le dije a Luis.

-¡Noelia…! ¿Tú eres Helena?

A la pregunta (si la hubiera) de si volvimos a ser pareja: No.