Ricardo Fernández Esteban – España

Imagen by Enrique López Garre

Un poema

La humanidad pende de un virus

La humanidad, jinete apocalíptico,
creía sojuzgar a la naturaleza,
y hasta se planteaba
clonar al ser humano en inmortal
en perversa simbiosis con la máquina.
Alguien predijo: “El hombre será dios”;
pero haberlo inventado,
para tener poder sobre la plebe,
no es lo mismo que serlo.

La creación, venga de donde venga,
se venga y pone las cosas en su sitio.
Un virus microscópico se muda
del animal al hombre,
que descubre lo débil que es su fuerza,
lo poco que conoce, lo mucho que amenaza su futuro.
Se acabó el “just in time”, vuelve la cuarentena,
la peste ha regresado al “altoevo”.
La cura de humildad no cura al cuerpo,
pero avisa a las almas.

Cuando todo esto acabe,
quizá tengamos la oportunidad
de empezar otra era
cambiando paradigmas y parámetros.
Pero mucho me temo que olvidemos
y, por recuperar el estatus perdido,
empiece otra carrera
que lleve a recorrer errores anteriores
y cuya meta tenga por rótulo “Extinción”



Haikúes del aislamiento

El aislamiento
es algo más que físico,
es mental.

Y te planteas
si tu entorno más próximo
tiene futuro.

Sigo encerrado,
miro por la ventana
nubes y lluvia.

¡Quién caminase
por sendas embarradas
sin chubasquero!

Lo confortable
no siempre es lo mejor
para este preso.

Algo de sol,
pero ambiente ventoso
sin alegría.

Cuánto daría
por un tiempo horroroso
en otro rol.

Sergio Oncina – España

Una reflexión

Estómago

Auguro que este texto será un caos y pasará de un tema a otro sin más lógica que la visceral.

Siempre he considerado que el órgano que contiene al alma es el estómago y estos días de emociones contradictorias me lo confirman: la gente está muriendo por asfixia en nuestros hospitales y asilos (residencias de ancianos es su denominación políticamente correcta, pero es tiempo de mandar a la puta mierda el lenguaje políticamente correcto) y el corazón late, el cerebro ordena, pero el estómago se niega a asentar la comida en mi cuerpo.

Por suerte yo no soy político y puedo hablar con las tripas, llorar por las esquinas si me sale de los cojones, enfadarme con el mundo como un niño pequeño, tener atisbos de depresión e, incluso, ser irracional y a la vez humano.

Ya no tengo trabajo, de la noche a la mañana vivo de las rentas y las ayudas que pueda proporcionarme el estado, el mismo estado que me prohíbe trabajar para preservar el bien común, esa idea casi utópica que tantas veces he defendido vehemente.

Mi generación se enfrenta por primera vez a un recorte brutal de las libertades personales y nunca pensé que lo aceptase con tanta mansedumbre. Creo que estamos asustados porque nos hemos dado cuenta de que el futuro es incierto; yo lo estoy aunque lo esconda.

Lo disimulo porque tengo una hija. Hoy ha llorado a las ocho y cinco de la tarde, hacía frío y hemos salido al balcón para aplaudir a nuestros sanitarios, llevamos una semana con esta rutina y se ha convertido en la oportunidad de ver gente diferente a su padre y su madre, el resto de las horas es una niña de cinco años confinada en casa.

Cada mañana leemos y hacemos juntos los deberes, le encanta mostrar a sus padres lo lista que es y tenemos que buscar en internet más tareas que las que nos envía su profesora por email. Después de comer jugamos al fútbol o a las muñecas en el hall y escuchamos música. Pero su momento preferido son los aplausos y yo sospecho que es porque ve niños en las ventanas de en frente.

Cuando la niña duerme el estómago se me sube a la garganta porque tengo tiempo para pensar.

De repente tengo demasiado tiempo para pensar y mandan las entrañas.



Un poema

Hoy, que me sobran fuerzas, me permito llorar,
porque aún tengo fuerzas me permito llorar,

porque nuestros relojes
puede que no se encuentren
pero siguen marcando el mismo tiempo,

porque ella está en la guerra
y yo me quedo en casa
con su silueta azul en la memoria,

porque noto las lágrimas surcando mis mejillas
y sé por qué brotaron,

porque tiembla mi estómago
y desbordo salud,

porque nos asoló una puta pandemia
para volver a hablarnos,

porque ningún amor, por muy platónico
o imposible que sea,
se merece acabar en un cuarto de hotel,

porque queda esperanza,
porque puedo escribir,

porque seguimos siendo los mismos dos idiotas:
ella capaz de renunciar a todo
y yo incapaz de renunciar a nada.

Ángeles Hernández Cruz – España

Imagen by Syambatul Hamdi

Un poema

Insólitas palabras

Llegó la primavera de puntillas
y al sur llegó el otoño incomprendido
– una página más del calendario –

Y no nos dimos cuenta porque somos rehenes
de un virus sin fronteras que nos robó el confort.
Nuestros ojos mutaron a pantallas
con píxeles de miedo.

Mientras, en otros sitios olvidados
no saben si es invierno , qué más da.
Los padres ya no lloran el hambre y la agonía
que azotan a fantasmas que antes eran sus hijos.
Otros callan su espanto ante la muerte
con el sometimiento a la injusticia
de no encontrar refugio contra la sinrazón.

Y entonces, los del lado de este mundo,
donde el apocalipsis ahorca al bienestar,
entendimos insólitas palabras
que hace tiempo tachamos con vergüenza
en nuestros diccionarios:
Compasión, empatía y gratitud.

Cuando acabe esta lucha y vuelvan los abrazos,
confío en que el olvido no nos ciegue.
No enterremos de nuevo en egoísmo
el noble compromiso , tampoco las palabras.



Sin tus manos

En el confinamiento en el que vivo
o en el que voy muriendo desabrigada
de ese consuelo dulce de tus manos,
soy cavidad oscura,
el vano de la puerta que no cierra,
el surco sin semillas y sin agua,
la grieta de las rocas por las noches,
el pozo que está seco y sin un cubo,
el eco que enmudece cuando grito,
el pecio sin corales y sin vida,
el globo desinflado tras la fiesta.

Pero cuando me llamas y te escucho
soy la cesta repleta de manzanas,
la voz que desafina por las risas,
la bebida caliente en el invierno,
el billete perdido que aparece,
el campo rebosante de amapolas,
la ropa que se seca tras la lluvia,
y el pájaro que canta cuando truena.

Morgana de Palacios – España

Un poema

Pandemia

Ser poeta en la cárcel,
en la herrumbre enjaulada del propio pensamiento
devorado por vuelos inconscientes
de insectos de metal. Taladros vivos
del hueso hasta su médula
y caminar velada
por no transparentar tantas fisuras,
tanto pozo de sangre detenida
en el rumor de élitros constante
que te asorda el oído para lo cotidiano.

Mirar perdidamente, como miran las locas
desde hondas ventanas ignoradas,
a lomos del ladrido callejero,
a través del cristal de los escaparates moribundos,
por ser ángulo, esquina, muchedumbre
y desquiciada nova solitaria:

carne de ordenador,
ojo de vidrio,

presa en el don de la pandemia alada
que no se diagnostica a simple vista.

Eugenia Díaz Mares – México

Poemas escogidos

Rose by Peggy Choucair

Gracias, a tantas cicatrices

Aprendí a dar las gracias a lo que me ha quebrado,
a tantas cicatrices que me hicieron crecer
de adentro para afuera,
a las cosas calladas que hicieron explosión.

Recogí los pedazos doliéndome los brazos
y me abrace tan fuerte hasta escuchar la risa
de la pequeña niña hoy ya mujer madura
y le dije ¡te admiro!
no más explicaciones,
no permitas que apaguen el pequeño fulgor
que te guía a las sombras de todas tus etapas.

Ahora que regresas y has crecido,
no te apenen los restos que yacen a tus pies
son del frágil capullo que siempre te sostuvo
en tus penas y crisis hasta emprender el vuelo.

Quédate cree en ti y en la potencia de tu voz.



El breve roce de tus labios

Permanece prendido en mi memoria
el roce de tus labios,
y dentro de ella surge tu voz invitándome
a perder la cordura volando con el alma.

Vas saciando la sed que hay en mi piel estéril,
como un beso de luna pegadito en mi pecho,
bajas con su reflejo entre mis piernas
y en silencio, con hondas espesuras derribas la frialdad

Me regresas lo azul con un suave preludio
que hace mecer mi cuerpo entre aroma a jazmines,
humedeciendo todo con el diluvio intenso
que en mi mente provocas cuando te haces presente.

De vuelta a la rutina,
vuelvo a hacer un ovillo los recuerdos,tu sombra
y el embrujo, teniendo amaneceres
con la melancolía adherida a mi espalda.


Morgana de Palacios – España

Poemas escogidos

Una palabra hostil

una palabra, a veces, puede quebrar el día
hacerlo añicos tristes de grisura
o levantar las faldas de la aurora
y elevarlo a la gloria de sus muslos blanquísimos

puede negar tu nombre
inducirte al suicidio
en el anonimato de alguna alcoba turbia
o despertar tu cuerpo
con la respiración de la alegría
sobre las comisuras de los labios

una palabra puede
destrenzarte el amor
para que por tu espalda se abandone
o crecer como el odio
en el jardín de todas las desgracias

impone su exigencia
remite a viejos códigos caducos
o reinventa el aire que respiras
por la boca de un hombre de dulce dentellada
y es siempre un ritual tumultuoso
que arrastra los cadáveres que alguna vez amamos

una palabra hostil me está creciendo
balbuceante
entre la poesía y la desgana



Como un grito sin frenos

Si tus sueños me rompen en dos y surge el duelo
cuando me acerco a ti, a tu herida inocente,
da lo mismo ir cubierta hasta el cuello de negro
que vas a descubrirme desnuda y transparente
como el cliché gastado de una fotografía
que hayas mirado mucho, de cerca, atentamente.

Tengo pocos secretos y menos ideales,
ya pasó sobre mí aquel tiempo inclemente,
en que la lucha era feroz conmigo misma,
porque la rebeldía imperaba en mi mente.

Soy una piedra rara, astuta, casi cínica,
de las que no te sirven para muro ni puente,
y desapercibida quiero pasar los años
ajena a los halagos y a los pies de la gente.

Me he vuelto insobornable, Andrea, como un muerto
que ya no necesita de nadie y, solamente,
lagrimeo en aquellas contadas ocasiones
en que un verso me signe de gracia, bruscamente.

No te duelas por mí que no vale la pena
dolerse por un canto rodado del torrente.



Lo mío

Lo mío es el silencio a bocajarro
y es el sí pero no de los dementes,
si juego al mordisqueo con los dientes
en la vorágine del despilfarro.

Por algo soy la reina de un cotarro
que es un milagro de maledicentes
misántropos de lenguas impacientes
que teorizan sobre mi desgarro.

Lo mío son las pieles con blindaje
que huyen de la quema, el sabotaje
del odio que de traumas se enguirnalda.

Los soldados del alma rompen filas
en la fatalidad de mis pupilas
y ¡sálvese quien mate por la espalda!


Eva Lucía Armas – Argentina

Poemas escogidos

Imagen by Syaibatul Hamdi

Taumaturgia

El hombre se destrama mientras siente
el porqué de callar sus vendavales
y volverse llovizna
o no volverse nada más que espuma
de un aire sin orquestas.

El hombre alza el pañuelo de los besos
y lo libera al aire

mientras lo ve rodar como una piedra líquida
piensa en todas sus lágrimas
en todos sus bostezos
en sus insomnios húmedos
en sus últimas risas.

El pañuelo
se transforma en pájaro
que ríe entre las nubes
la búsqueda del sol.

El hombre, abajo,
quisiera ser pañuelo
mientras dibuja pájaros sin alas
que va guardando en jaulas de papel.

Así apaga la luz,
cierra la puerta
mientras oye volar entre sus páginas.



Animal que conversa

Ciertas cosas no están hechas para el don, decías
y abreviabas la vida de la desesperanza;
yo aprendí a combatir esa constante
y me dejé llevar por la inconstancia de la improvisación.
Agregabas aquella expresión a tus victorias
como una conquista sobre la voluntad de pertenencia
que llamabas tu sino
y te reías de él.

Siempre me pareció la tuya una irreverencia trágica
y por eso te contestaba eso de que yo
me consideraba un tanto mística
aunque intentara
también
sacarme el don de encima.

Mi rebelión te hace reír, aún.

Te hace reír con tu inclinación hacia la metafísica inclemente
donde los muertos se manifiestan
en una procesión que no termina sino en tu corazón

desangelable.



El terror de las sombras

«de pasionales sombras con voces de ventrílocuo
Oliverio Girondo
»

Hablábamos de vos,
del mineral oscuro de tu sombra.
Éramos varias voces en un claro esponjoso
donde cabía el verde
igual que una parroquia abandonada
está llena de ecos que recuerda
aunque Dios haya muerto.

Hablábamos de vos,
de tu salitre cáustico,
de las capas profundas que ignoran la curtiembre,
del descarne,
del pulso metafísico,
del reloj que olvidaste junto al brocal del pozo.

Hablábamos de vos
y de la voz del agua entre tu nombre
de viejo paredón,
de orín del hierro,
de arcilla sin esmalte

pero él no lograba descubrirte
y el resto hacía silencio.

Yo le hablaba de vos
y él me hablaba de vos.
Los dos hablábamos
como si no estuvieras entre todas las voces

como si no estuvieras siquiera en nuestras voces.

Como si no estuvieras.

Silvana Pressacco – Argentina

Poemas escogidos

Cambio de roles

Sigo viendo la sombra de tu infancia
en todas las aristas de mi entorno
y no recuerdo cuándo la soltaste,
cuándo fue que el espejo se quedó
con tus pecas, tus trenzas desarmadas
y esos labios de leche y chocolate,
cuándo dejó de oler a mandarina verde
la lapicera rosa que conocía el nombre
de todos los papás de tus muñecas.

Cuándo fue que esa niña
abandonó las ramas de los árboles
para trepar sus sueños,
cómo fue que aprendió
a controlar la risa de sus ojos
a ocultar la locura de sus verbos
y las mil travesuras ilustradas
en sus flacas rodillas.

Desde cuándo soy yo
la que no siente miedo
si camino a su lado.



Sal y deseo

Fueron tuyos los versos que nacían
mientras tu sombra
desataba los nudos de prejuicios
que enfriaban mi cuerpo.

Fueron tuyos los versos que nacían
cuando mi lengua por tu lengua supo
que existían oasis afuera de mi tierra
para empapar mis venas de deseo.

Fueron tuyos los versos que nacían
mientras te desprendías del latido
como también fue tuyo el último poema
que dejó mi mirada llena de sal y viento.



Tregua

Regreso al universo
que ofrece solo puertos y caminos
sin carteles de alerta.

Tal vez se trate de una simple pausa,
de un regreso a las luces conocidas
que tienen sus recreos fríos pero seguros,
sin molinos de viento.

Regreso allí en donde el dos más dos
sigue sumando cuatro*,
y las letras se unen con los números
en música sin rimas.

Vuelvo a ese universo por la inercia
que empuja mis principios
y que pide silencio para salvar mis dedos
de la espuma que nace de los labios,
de las voces que escupen desde mi lado oscuro.

Regreso y me recibe sin reproches,

regreso y no pregunta cuánto valgo.

Idella Esteve – España

Poemas escogidos

Roca

No te hablaré de la tristeza,
no hace falta.
Pero verás mis lágrimas
y sentirás,
como si fuera tuyo,
mi corazón latir despacio
mientras que las palabras
se emitirán a golpes, balbucientes.

No necesitarás
un cielo gris de nubes, ni aguaceros
que te calen el alma,
ni mis negras tormentas
para saber de toda esa empatía
que antaño fui buscando.

Te negaste mil veces a entender mis razones.
Por qué vienes ahora
tratando de mostrarte complaciente.

Se te ha pasado el tiempo.
Ni te quiero conmigo ni me valen enmiendas,
deja mis aflicciones, que sé cómo curarme.
Tengo claro que nunca
me moriré de amores:

No se muere la piedra
aunque se abra y fracture,
y yo soy pura roca que soporta el embate.



Duermevela

En el techo de mis noches
se fundieron las estrellas
como si fueran bombillas.
Está la bóveda negra
y escondida está la luna
entre el tibio duermevela
en que he entrado últimamente
para escribir mis poemas,
nunca llegando a dormir
jamás estando despierta,
querer decir tantas cosas
y tan huidizas mis letras.

Dónde fueron a volar,
por qué se muestran ajenas
a todo mi sentimiento
sea de alegría o pena
que ilumina las pupilas,
que obscurece las ojeras.
En dónde habrá de encontrarlas
mi aspiración quijotesca
de escribir un arco iris
con toda luz en ausencia
y arañándome los ojos
con mis esfuerzos por verla.

Las letras se me fugaron
mas quedan palabras sueltas,
aunque pocas, importantes,
que hablan de amor y de guerra,
de odios y de perdones,
de dulzores y de agrezas,
del ego y de grandes logros,
también de cosas pequeñas.

Buscaré un electricista
que se suba a la escalera
y de la noche en el techo
de estrellas y de cometas
arregle todas las luces
para que las letras vuelvan
y pueda escribir mi arco,
aunque sea en línea recta,
fulgente con sus colores
que ilumine las dehesas,
y los mares y los ríos,
las plazas y las callejas.

Y si no puede arreglarlas
que me encienda mil candelas
y brillen los candelabros
que acaben con mi ceguera.



Los árboles mueren de pie

Sigo en pie,
aguacerado árbol
vertiendo
las cristálicas gotas por mis ramas.

Sigo en pie, ya sin hojas.
Soy un seco madero a pesar de la lluvia
que ha inundado septiembre de nostalgia y recuerdos,
amenaza de otoño, cuando emigran los pájaros.

No ha de haber una lápida que recuerde mi nombre,
ni flores a mis plantas.
No ha de haber epitafio que recuerde mi lucha
si no hay cuerpo yacente.

Sigo en pie.
Porque es así
como mueren los árboles.

Ángeles Hernández Cruz – España

Poemas escogidos

Imagen by Wei Zhu

Falsedad

Que no me engañen
las amapolas mustias que iluminaron prados
a orillas de los surcos de caminos vacíos.

Ni siquiera las losas de viejos camposantos
que quedaron sin tumbas entienden mi secreto.

El sosiego aparente en el que viven
esconde el alboroto del gemido del aire,
del gorjeo del pájaro alegre en primavera,
del clamor de los truenos en días de borrasca.

Yo conozco el silencio.



El cuerpo en el que vivo

El cuerpo en el que vivo ya no llora,
se guarda sus miserias en un bolso
que tejió con madejas de entusiasmo.

La boca de este cuerpo no enmudece,
a veces vocifera si es preciso
pero ha aprendido a hablar con la mirada.

El cuerpo en el que habito abre los ojos
cubriéndose los párpados de flores
que tamizan la luz de cada día.

El cuerpo que me guarda no es perfecto,
le sobran tu silencio y la nostalgia.
le faltan las caricias de tus manos.



Colores

Eliges cada día los colores
que cubran la vergüenza que te asola:
Tono falsa sonrisa en el semblante,
fondo de maquillaje frívolo diversión,
y un turquesa impostada hilaridad
que disfraza tus párpados morados.

Te embadurnas en tinta gris tiniebla
-como el suelo al que miras cuando huyes-
que camufla tu falta de amor propio.

Para la voz ajada de tu autoestima
reservaste un rojizo casi altivo
que insufle bocanadas de potencia.

Con armas de color has intentado
desmoronar al miedo,
sin que puedas dejar de verlo siempre
en el espejo triste de tus ojos.

¿Qué color te pondrás cuando vuelvas a casa
esta noche con él?

Gavrí Akhenazi – Israel

Poemas escogidos

Asesinando a mi madre

¿Qué había en el dolor?

¿Cuál era el artilugio que te agotaba el gesto de mujer
y te volvía esa muñeca víbora?

A veces me pregunto si
–como la mía–
tu vida no era otra cosa que un reproche agresivo
al que había sellado el desamparo.

El desamor te vuelve impenitente
ya sea porque vas de eterno huérfano
haciendo de mendigo
o porque como yo te ponés ácido
como una cosa a la que ganó el moho
e intoxica a cualquiera que la acerca su lengua
con el raro placer de lo querible.

Heredé esa toxicidad de tus efluvios
y esa toxicidad de tus ausencias
y esa toxicidad de lo irredento
que mastica su mundo de enemigos.
Esa faceta de lo imperdonable
y esa dureza de lo despreciado.

La casta del veneno
que obliga a no querer
a nadie que nos quiera.



De historias para no dormir

Finjamos un crepúsculo. Un aquelarre horrendo
donde el coro se eleve con un salmo de espanto
y les cuelguen los sayos a las voces antiguas
Hermanas Promesantes del Perpetuo Sollozo.

Abramos a dos manos el monasterio pulcro
que erradique la vida de los malos rincones
y atienda al panegírico del dios de los pequeños
urbanitas sociables, serenos en su inopia.

Que canten sus romanzas de pájaros y estrellas
las suaves voces húmedas de las tranquilas madres
que no ven como en ciernes, la niebla se hace muerte
y la costumbre acalla lo que nadie murmura.

Maníaco blasfemo, sepultador de cisnes,
hirsuto animal viejo de lengua con espinas
no me dejas soñar con príncipes ni elfos
licántropo del alma, vampiro de la fe.


Canta el coro y eleva sus tan conspicuas voces
y sus buenas costumbres y su moral prestada
de espaldas al desagüe donde todas las vidas
se van a la cloaca religiosa y oscura.

Pecados pecadores de la verdad del clima
que no llueven tomates ni café ni promesas.
Con los monstruos de mundo, el coro del sollozo
tiene para cantar hasta el fin de los tiempos.

Pero con la verdad que raja la postura
nadie se desayuna con mascarpone y fresas.
Masca Escherichias coli o uranio empobrecido,
indignidad, masacres, hambruna,violaciones.

El mundo desarrolla su farsa circunspecta.
Este demonio calla.
Haya paz en los hombres
de buena voluntad.



Vocación de silencio

Yo me caigo en el arte de caerme
como un fractal oscuro siempre huérfano
o como una ecuación que no responde
al alto resultado del silencio.
Yo me arrodillo a veces, no me caigo,
con la boca en la piel del desencuero
para que uses tu látigo de seda
en la sangre copiosa de mi cuerpo.

Yo a veces me arrodillo y nunca en vano,
porque me da la gana; nunca es miedo
de que un día me escupas en la tumba
o te escapes del piélago violento
en una barca inútil de promesas
con quién no sepa jota de sus remos.

Yo agacho la cabeza si tu mano
escribe en mi cabello un manifiesto
donde el sol se haga frágil como un niño
que cree en las promesas y en lo eterno,
porque apuesta a saber que hay en tu idioma
un río metalúrgico y sediento
del agua de mi espada y la victoria
de nuestro amor es cosa del destiempo.

Y vos, entre la duda y la promesa,
vas de la fruta al jugo o al pelecho
si mi boca reclama, intempestiva,
que por fin fructifiquen los anhelos.

Vos sos esa raíz avariciosa
que sostiene en la tierra todo el huerto
y yo soy ese viento que deslinda
la gran docilidad de los desiertos

y un mar…un mar hecho con diques
con arrecifes, pulpos y alfabetos
en que el coral -en púrpura- madura
y escribe que me encallo en los «te quiero»
con esta vocación por lo inaudible,

como un profundo voto de silencio.


Apúrate mujer, ponte bonita,
no te tiñas el pelo
y trae vino tinto y dos cebollas…
Yo cacé dos conejos.

Silvio Rodríguez Carrillo – Paraguay

Poemas escogidos

Cita inesperada by Mc. Millan

Subo hasta tus ojos

Sin que lo espere llegas, invadiendo
el solitario espacio de mi nube,
llenándome de sed con el perfume
parido por tu piel, que huele a cielo.

Sonríes suave, fuera de tu tiempo
venciendo mi tensión, mis hondas cumbres,
con la seguridad de quien sus cruces
supo sobrellevar perdiendo miedos.

Yo me dejo, entregado tomo fuerzas
y subo hasta tus ojos a mirarme,
a extraviar las ausencias anteriores.

Tú dejas que te asalte a tu manera
exigiendo destroce tus pesares
con mis modos de diablo vuelto hombre.

Mañana, nuevamente, nuestros nombres
sabrán que, diferentes, son iguales.



Como un alivio que se escapa

con las distancias insertas
en el debajo de mis párpados solos
erigiendo como un mástil y su bandera
la aridez de los caminos que transité
necesitando de todos y sin pedirle nada a nadie 
encallo sin furia y sin timidez
el borde de mi mirada al límite de sus ojos
que me observan y me juzgan
más allá de las leyes que los normales se permiten

irreverente y de algún modo temeroso
reverencio la estatura de su voz que calla
sentencias
palabras que cualquiera diría
memorias repetidas de manual
los gestos verbales con que impúdicamente
la gente sin rostro me insulta
si acaso naciendo antes que yo
carece de heridas o curas qué ofrecerme

a diferencia de mí
por su costado ella sangra
dos hijos criminales
parientes sin semilla
lo abyecto de varias religiones
y una sonrisa sana como última bandera

me besa boca abajo
su manera de beber mi whisky
de entregarse y pedirme seamos uno
de hacerme pontífice más allá de los sonidos
que no tienen más público que yo
que sí
que escribo para mí
carajo

sonrío
como un alivio que se escapa del agobio que lo define
y de un golpe la desnudo sobre mi historia
en una desesperación tranquila de acantilado
que sabe una sola vez golpeará la roca
una sola vez eterna
una eterna sola vez

cumplido el oleaje
los fractales en un rincón
sus ojos dormidos
me miro las notas que no pulsé
la vez que no apoyé la frente contra el muro



Sobre el límite

En el último segundo, el que separa
la primera de las noches futuras
de todos los anteriores recuerdos,
indefectiblemente uno se mira en las manos
la huella que en los dedos dejaron las cuerdas
cuando la mayoría de edad era una ilusión
y los años vividos ya eran demasiados.

Por un instante hay que ser el adulto
que necesitamos en esa infancia
edificada a cintarazos justicieros
logradores de la excelencia en la puta libreta
¡y qué honor lo del puto pabellón patrio
ahí en el desfile! Entre desconocidos
cuyos rostros todavía persigue mi saliva.

“Jamás con el más chico”, decía el salvaje
y yo le buscaba los ojos a su rabia
cuando alguna tarde me azotaba nervioso,
como derrotado de sí mismo.
Le paseé roturas, después, obediente,
mi puño siempre fue de abajo arriba.
Sediento, insaciable, coseché el llanto ajeno
ganándome el oro de la distancia.

En la precisión de lo efímero, en lo fugaz
no existe la visión periférica,
uno cree ver por el rabillo del ojo, sí,
pero lo que sucede es un oleaje en el corazón;
es uno que intuye lo inmutable
que ha ido construyendo por eones
y que siente, a fuerza de dolor y placer
inicia su brutal y suave trabajo de parto.

Ah…, sí
lo que dije de ella, también
lo que dije de nosotros, igual;
en un concurso justo ganaría algún trofeo, lo sé.
Mas, lo que callé
su nombre
las fechas
constituyen las dagas en las gargantas precisas
lo que soy, que existe, y nadie alcanza.

Sergio Oncina – España

Poemas escogidos

Imagen by Robert Richardson

Despedida a las 12

Como muñeco endeble, rojo hielo,
como lago vertido en una mano
que no logra atraparlo, partisano
incapaz de romper su turbio velo.

Como límite azul de mar y cielo:
indefinido, lánguido y lejano.
Como perfil de luz glauca, liviano
acompaño la senda de tu vuelo.

Revoloteo tras de ti, estornino
sin bandada que insiste en tu camino
pues no hay otro mejor para sus pasos.

Y no reclamo, pero sí me asusto
cuando despierto solo en el injusto
lecho de las derrotas y fracasos.



Frialdad

Hoy no quiero arrastrarme por el suelo
llorando como un cínico payaso,
he obviado alimentar un porsiacaso
que frene con excusas el canguelo.

Hoy toca desgranar, a golpes, hielo
y beber con su frío cada vaso
que sirven anunciándome un fracaso
creyendo que mi piel es terciopelo.

Mi invierno es un favor al mundo ocre
que aunque muda sus hojas cada octubre
no consigue un matiz menos mediocre.

Hoy resisto perenne a cielo abierto,
aguanto la tormenta que nos cubre
y pese a congelarme no estoy muerto.



Tocar la magia

Hay momentos que escapan de la realidad
y se guardan en planos impropios de la física:

Los riesgos de acercarse
a un contacto ficticio.
Los dedos revolviendo mechones de su pelo,
la sonrisa intangible del adiós,
la luz que no ilumina la penumbra
y, sin embargo, es.

La posibilidad latente de fugarse
a otro mundo ajeno,
la incertidumbre exótica de saberse distinto.

Y una lógica sobrevuela el alma
y exige impertinente
resolver los enigmas
del lugar corporal donde contengo
la magia de un quizá.

John Madison – Cuba

Poemas escogidos

Imagen by Shahab Azad

Son montuno

Jamás tuvimos garbo pero aún así danzamos
con la vitalidad de un sentenciado a muerte
salmodiando al perdón frente a su cena.

Danzamos,
y el resto del concurso que nos mal imitaba
nos mostraba su enojo.

Ingrávidos danzamos,
tú amarrada a mi cuerpo
yo al vuelo de tu falda
tú llenando mis manos
yo atado a tu cintura, en breve contrapunto.

Apoyado en tu pecho
sobre mi fe tu voz
danzamos indomables
hasta que la locura,
dejó de intrepretarnos el vals de los amantes
y el tiempo y los silencios,
nos quitaron las fuerzas.



Habana inmaterial

Estoy aquí,
viviendo
con los pies enraizados a esta casa magnífica
minimalista y ancha,
confortable,
con los labios sellados y el corazón penando
los ojos ya desérticos y mudos
ante esta geografía sin límites
con las manos raídas
de tejer al presente direcciones y rostros,
de retener en la memoria turbia
papalotes sangrando tinta china en las nubes
solares bulliciosos habaneros y esquinas,
los autos con sus sones de salseros modernos
boleros sumergidos en tragos de daiquiris.

Estoy aquí
vestido de pasado
mecido por las aguas sin ventura ni suerte
de este mayo europeo nostálgico y sin trópico
mal viviendo, muriendo,
amortajado en ésta habanidad distante
que se me antoja cada vez más rota.



Jack Skeleton

En voto de silencio me declaro
aunque la «verbi gratia» me desborde
que puede mi discurso no ser claro
si mi voz de poeta es monocorde.

Y ya puede mi Sally tras la reja
pedir que rompa en dos mi mandamiento
que no daré cordel a la madeja
de versos sin tener conocimiento

Hay silencios que dictan en su arrastre
una suerte de efecto mariposa
no temas, Sally Persson, si el desastre
alcanza a mi liturgia clamorosa.

Te vuelves por momentos adictiva
a amores que alimenten tu brasero,
yo soy tu Frankenstein y tú la diva
que doma la pasión del romancero.

Y mientras la metáfora resiste
a regalarme su divino encanto
carcelera es la sombra que te asiste
hasta que el verbo anuncie el contracanto.

Orlando Estrella – República Dominicana

Poemas escogidos

Las grietas

Si no puedo sellar mis grietas
que permiten que se inunde mi pensamiento
cuando la lluvia me atrapa
alevosa, y con el sol a la vista,

solo bastará
un ligero tremor
para disgregarme
y servir de alimento
a los poetas que solo han respirado
dentro de sus burbujas de murria.

No sé si podrán digerir
mi sangre sin tipo definido
y las arterias quemadas
por el odio humanista que me corroe,
hacia la claque de humanos sin humanidad.

Podrán nutrirse de verdades y mentiras
que enuncié para salvarme
y salvar a otros
de la soga del cadalso.
Conocerán de la tristeza de muchos
sin nombre ni apellidos
a través de mis células
que podrían horrorizar al peor de los indolentes.

Mientras sigo buscando el mortero
que se adapte a mis cicatrices,
hago el autorretrato que se niega
a plasmarse con exactitud.
Solo la imagen de un Frankenstein
moderno y pesaroso
se vislumbra en el lienzo.



Una fantasía

Pudiste ser la niña que debió estar presente
para tender tus manos cuando corrí directo
hacia ese mar de fuego donde encontré destinos
ocultos en la sombra.

Allí perdido me formé soldado
para vivir en pleitos hasta con mi conciencia.
Hoy no sé cómo abandonar las armas
y hasta mi catre, creo, es mi baluarte
frecuentado de espectros.

Avanzo con el ritmo de alguien que no pasea
sino que trota hacia un carretón
donde estoy atrapado como en las pesadillas
que tenemos de niños.

Voy y zafo las amarras del otro yo más joven
con la esperanza de que vuelva atrás
no para que claudique, sino para que busque
dónde quedó escondido
el espacio de paz que me toca por ley.
Y me declaro inútil para lograrlo hoy.

Sólo espero con calma el resultado
-toda una fantasía-
pero… quién sabe.



La madre que conspira

Miro esa madre conspirando en fugas,
que imagina trepar por las fachadas
como una Gárgola que busca cúspides
y se aleja del mundo terrenal.

Sueña con Ángeles que buscan nido
para esconder lo amargo del destierro,
como si hubiesen profanado al mundo.

Teje en su mente alas de raíces
que va escondiendo en un rincón del cuarto
donde se siente presa de mil monstruos.

Hurta maderas del galpón del fondo
y recoge los clavos que descubre
en sus paseos que mantienen vivas
sus ansias de escapar hacia los mares.

Sueña con una hermosa barca verde
que dirige la proa al infinito.

No sabe si sus fuerzas, que ya merman,
le bastarán para lograr su hazaña.

Una voz la sorprende cuando dice:
¿por qué tu hijo trae un remo aquí?