El rol en la narrativa convencional

Por Gavrí Akhenazi

Primera parte

Cuando un escritor enfrenta el desarrollo de la idea narrativa y debe comenzar a plasmar todos los detalles que compondrán el texto, descubre que el trabajo de explayar una idea tiene resortes mucho más complejos que no se contemplan dentro de la idea original, que es lo mismo que una semilla.

Un escritor tiene una idea, o sea, una semilla. Sabe por ejemplo que es una semilla de cerezo y tiene más o menos una idea “normal” de cómo es un árbol de cerezo. Ese será su marco. Pero luego, cuando comienza a germinar la semilla, resulta casi imprevisible la cantidad de brotes que surgen a medida que se enlazan las acciones entre los planos y sus habitantes.

La narración es algo prácticamente imprevisible, incontrolable inclusive hasta para el autor

La narración es algo prácticamente imprevisible, incontrolable inclusive hasta para el autor que de lo único que es dueño, por volver al ejemplo anterior, es de “una semilla de cerezo” que “teóricamente” por ser una semilla de cerezo dará un árbol de cerezas, aunque a veces, ni ese postulado se cumple y aparecen otras frutas colgando de las ramas.

Por ser la narración un trabajo de relativa longitud, es una especie de monstruo autofecundante, que se gema a si mismo en cada oportunidad que tiene de concebir un orgasmo, así que el escritor enfrenta ese imperioso afán copulador que tiene el ente con el que trabaja. Por ejemplo, los roles protagónicos.

El autor normalmente parte de la trilogía: protagonista, agonista, antagonista y seres anexos que pueden ser diferentes o comunes a las tres posiciones de rol protagónico.

De repente y a mitad de trama, advierte asombrado que el planteado como “antagonista” es tan rico en matices, tan complejo psicológicamente y tan especial en sus acciones, que comienza a opacar al protagonista o por lo menos, a resplandecer a su par de tal manera que el autor –mientras termina de darle forma a esa novela– ya se ve exigido por esa otra personalidad naciente a escribir una nueva, en la que ese original antagonista se transforme en protagonista.

También sucede con algunos personajes secundarios que no pertenecen a la trilogía, pero, que, en un punto dado, es tal el clima creado a su alrededor o tan oportuna y fascinante su intervención, que el autor comienza a buscar las causas de ese “desborde” y termina asombrado por las virtudes de un personaje con el que capítulos antes no contaba.

Y también sucede el hecho inverso.

El protagonista resulta ser un anodino intrascendente del que es prácticamente imposible remontar la personalidad y queda allí, tristón y sin rasgos, abúlico y desteñido.

No se trata de imprimir personalidades ponderosas a los protagonistas y obligarles a mantener el tipo, porque con el transcurrir de los capítulos, ellos mismos demuestran sus facetas desconocidas y humanas y van transformándose, mal que nos pese, en lo que realmente son.

El autor bosqueja a sus personajes. No los conoce, realmente.

Abre una caja con varios muñequitos, los bautiza, los pone en un retablo y ellos, extraordinariamente, cobran vida a medida que oyen el tiqui-tiqui-tiqui de las teclas y empiezan a escribirse, prácticamente, solos.

El autor que no permite que sus seres imaginarios (aunque sean reales, dentro de la cabeza del autor son seres imaginarios) se desarrollen y trata de luchar e imponerles personalidades a sus ficciones humanas, rara vez resulta convincente.

Esa es la magia del trabajo literario narrativo: la espontaneidad de lo que el autor no conoce de sí mismo y que se plasma como un acto místico en el papel.

Un autor que pueda conseguir que la novela “se escriba sola”, será ampliamente versátil y podrá explorar y explorarse, en todos los tipos de género y con todo tipo de argumentos.

Los personajes jamás mienten.


Son los autores los que, como quien domestica a un tigre, los obligan a mentir a fuerza de rigor, siguiendo un argumento.

El argumento es solamente la tierra del camino. Todo lo demás es la magia que nace del don y que es inexplicable para quién no la haya experimentado.

Todos los hombres estamos llenos de seres que desconocemos.

El escritor les permite hablar de sus historias. Es el ghost writer de su propia pluralidad.

SY

Silvio Rodríguez Carrillo – Paraguay

Sólo yo
sosteniendo con el dorso de mis manos
la inverosímil danza de la noche, sedienta
de milagros nuevos que como girasoles
circulen atónitos el contorno de un Cronos
que mordiendo con rabia mis rodillas
llora su finita potencia, su pobre estampa
de eternamente pretérito.

Yo, solo
con la paz que me proveen seis cuerdas
y veintidós trastes que no necesito mirar
para encajar mi silencio entre el sol que no me mira
y mi la
que me teme como teme un perro a su amo,
con esa paz inquieta que uno se gana
tras haber aprendido a enseñarle modales
incluso a los mejores libros.

Yo
como un presentimiento atormentado
de Jung torturado por romper con Freud,
un Froid perseguido por su gente, señora
mientras que Wagner y Nietzsche, aquí, en los huevos
sin super hombres, sin cristianos, sin judíos,
si podés mirarme a la nuca cuando te hablo a los ojos,
en ese entonces en donde el discurso era tan lleno
tan roca con aristas que por el fondo trepabas
y le tocabas el culo a los dioses y a sus madres, todas vírgenes,
no como ahora, que ni para tener sexo sirven
ni para saber de qué sexo son sus hijos,
los muy subnormales.

Solo
como un yunque que por generaciones y degeneraciones
ejerce su condición, como base para métodos y técnicas,
y que, sin embargo, en un punto de la trama
sonríe
no como Chuang Tzu y su mariposa hermafrodita
sino con la fiereza del martillo
que ahora sabe debe necesita y quiere ir por los clavos.

Y vos
con el festival de desgracias de tu mundo
haciendo de las desgracias del mundo un festival
al que los muchos asisten pero del que nadie participa

Vos
y
los tuyos
hablando del suicidio.

El mundo, el demonio y la carne

(Poemario grupal)

Silvio Rodríguez Carrillo

Embrutecido al mango por tanta erudición
nutrida por los libros que me leyó mi viejo
y por relatos duros contados por mi abuela
—los de tanto patriota y soldado guerrero—
el mundo, mis queridos, era un asco sencillo
donde sólo hermanaban los pobres con sus miedos.


Ya con muertos encima, la depresión hambrienta
mordiéndome las manos si acaso no exigía
a mi sangre su límite de herencia inmaculada,
y mi cara de póker luciéndome de arcilla,
entendí que el demonio, prisionero del mundo,
no es más que un crío triste que en los muchos habita.


Cansado, si pudiera —si acaso yo pudiera—,
de arrastrar mi cansancio de la gente y sus cosas,
de escuchar el lamento que se nutre de sí
y por eso detesta la luz y ama las sombras,
sentí desde mis yemas y desde mis rodillas
la majestad del polvo, las infinitas horas.


Hoy, que voy captando el drama del presente
no me lastima la comedia del enviado,
ni me levantan ni me aquietan las virtudes
de tanto cura y tanto rey de los satánicos.
Hoy sólo sé que alguna vez dije su nombre
que fui de carne al conocerla entre mis labios.

Orlando Estrella – República Dominicana

El timbalero amigo de mi amigo

(De un Anecdotario Carcelario)

Los primeros días de estancia de los reclusos en los penales siempre son complicados, nunca faltan conflictos, cuando no es con los rateros, lo es con los manipuladores en busca de ventajas atento a ser presos viejos.

Si en tu expediente figuras solo, la cosa es más compleja todavía. Eso es un signo de debilidad como lo fue en el mío. Tuve algunos conflictos menores y siempre hay que estar alerta, pues te quedas incluso sin cama, si es que has comprado una.

Una mañana mientras compraba algo en el colmado de Adolfito, un ex preboste de varios años y hablábamos de algunos reclusos que conocíamos, mencioné a un compañero del ala sindical y él reaccionó sorprendido:

— ¿Tú conoces a Nolasco? —me preguntó.

 Le contesté que sí, que era mi amigo. Entonces él brincó desde su mostrador (pensé que me iba agredir), se dirigió a mi sitio al otro extremo del pabellón, tomó la cama y la arrastró con violencia al medio del local. Luego la empujó hacia su frente, movió otras camas y la colocó, mientras me decía: «Este es tu sitio. Al que se meta contigo pártelo, no hay problema».

Me explicó que aquel compa que yo le mencioné era su amigo de la infancia, y que se habían criado como hermanos. Luego agregó: «El que es amigo de Nolasco es mi amigo».

 Luego señaló la parte de abajo de su cama.

—Ahí dormía él, una vez estuvo preso en el hospital y logré traerlo aquí, tuve que dar algún dinero. Me señaló que en lo único que no estaba de acuerdo con él es en la «maldita política, eso lo va a hundir a todos ustedes más tarde o más temprano».

A partir de ahí mi situación cambió de manera notable.

A la hora de cerrarse las puertas del pabellón, Adolfito colocaba unas latas y otros objetos y comenzaba a tocar y cantar, él era uno de los dos mejores timbaleros del país y había tocado con varias orquestas hasta el día de su problema.

En una ocasión, un director musical visitó el penal a tratar de que las autoridades le facilitaran el músico por dos noches, pero la negociación no fue posible, eso demostró el nivel profesional de este hombre.

Mientras tocaba parecía como poseído por el don musical y había que llamarle la atención para que los reclusos pudiéramos dormir.

Tenía en sus espaldas unas cicatrices de heridas no bien atendidas y, más que cicatrices, parecían cordones de gran grosor, quizás de cortes de cuchillo o machete, lo que le daba una imagen grotesca.

Como buen preso viejo siempre tenía guardadas bebidas, y me preguntaba: «romo o whisky», en son de broma le decía » hasta trementina que sea». Después de dos tragos dentro de un penal comienzas a ver los barrotes como de cartón y a los policías chiquiticos, pero cuidado con eso.

No me imaginé que con la mención de un amigo común mi situación iba a cambiar para bien, lo que demostró que la amistad es un fenómeno que se puede transmitir más allá de lo personal.

Eugenia Díaz Mares – México

Su sitio web:http://azulgenia.blogspot.com

Hablar de Eugenia Diaz es hacerlo de la tenacidad, porque esta mexicana, que cultiva tanto la prosa como la poesía, se ha marcado como objetivo perfeccionar la técnica para escribir una novela cuya temática será la muerte de su hija Erika, causada por una negligencia médica.


Este desgraciado suceso marca su trayectoria literaria, y así nos encontramos con que buena parte de su obra está asentada en el dolor, sin embargo, Eugenia, mujer vitalista, también introduce en sus creaciones un soplo de aire fresco y una ventana abierta a la vida, con lo cual la misma Eugenia nos muestra a una mujer que no se rinde ante la adversidad.  La literatura en general y la poesía en particular son un apoyo vital. En este sentido, refiriéndose a la poesía ha llegado a decir  “yo simplemente me dedico a escribir porque me gusta y porque a lo largo de mi vida ha sido un bastón que me sostiene”


Tiene publicado el libro “Huellas gastadas” de la editorial “Groppe Libros” en una edición familiar que fue un regalo de su otra hija Lily y que contiene una hermosa recopilación de poemas que nacieron al amparo de Ultraversal.
Eugenia, aparte de gentil, buena gente y una compañera maravillosa, posee talento y gracias a él ha logrado focalizar en sus poemas su manera de ser, dejándonos textos muy emotivos.


Con su antes y después literario, con su esfuerzo, con su dulzura, y con su fuerza, no se me ocurre nadie mejor que Eugenia Díaz para enarbolar el espíritu Ultraversal. De hecho muchos la consideramos un ejemplo a seguir. Casi nada.

Poeta no te calles

Eugenia Díaz Mares – México

Se encuentra en remisión el intenso dolor
que apagaba la luz de cada nuevo día,
y sin reconocerse ve su imagen
plasmada en la ventana
tan serena y en paz.


Escucha serenatas, las charlas y las risas
y como en pasarela ve desfilar pasteles
con los ramos de flores festejando a las madres.
Y ahí, tras el balcón, cristal humedecido,
esa mujer observa cómo se va mojando su reflejo
tocando sus mejillas extrañamente secas.


Camina de regreso pisando su presente,
rozando con sus dedos los muros y tabiques
que atesoran el eco de fantasmas.


Se va dejando guiar por el fulgor
de unas manos que esperan con anhelo
logre cruzar el puente.

Un pasaje de ira con retorno

Jorge Ángel Aussel – Argentina

Esta fiera volcánica que explota
en el trémulo estero de mi mente
se ciñe a la razón intransigente
de tener la razón que nos derrota.

Soy amo de la furia y soy mascota
de la herida que causa mi tridente
cuando lame las tripas de la gente
nutriéndose del daño gota a-gota.

Estoy viciado de beber mis noches
en un coctel cargado de reproches
por mi comportamiento encarnizado.

Y es que en cuanto vacío las botellas
vomito en el vacío las estrellas
de mi arrepentimiento atragantado.

John Madison – Cuba

Arte minimalista

Gladys llegó a Madrid como el turrón, por Navidad, con su manada de bártulos y esa descarada impertinencia que la hace ser quién es: Gladys Sánchez.

Por el volumen del equipaje deduje que aquella visita iba a durar mucho y que la convivencia sería difícil.

Y camuflados entre los Manolos, los vestidos de Versace, los jeans de Gloria Vanderbilt, los pañuelos de seda, las tenazas del pelo, los rulos, el maquillaje, las pestañas postizas y toda esa marabunta de cosas propias del acicalamiento de mi señora mamá: los santos, porque no existe lugar ni galaxia dentro del universo donde Gladys Sánchez ponga el tacón en el que no estén ellos también.

La verdad es que yo nunca he creído en esas paparruchas. Sí, ya sé,  me veo en el deber de explicarles qué son los santos. Verán, hay una larga lista de deidades africanas a las que los cubanos y una buena parte del Caribe rinden culto. Así ha sido desde tiempos inmemoriales. Está Yemanyá, y Obbatalá y Oggún…

Queridos lectores, estoy convencido de que sabrán darle un buen uso a la Wikipedia. Tengo un amigo escritor (escritorazo), de esos que cuentan la vida con auténtico talento y esplendor.

El tipo no es muy partidario de los glosarios ni de las notas a pie de página. Vamos, que no hay que ponérselo en bandeja de plata a los lectores, eso dice. Si alguna palabra extraña despierta su interés sabrán tirar del diccionario.

Culturizando a la peña, que con los tiempos que corren no viene nada mal.

Pues eso, como les decía, no creo que los santos tengan el poder de solucionarme la vida. Sin embargo, allí estaba yo, desesperado, arrodillado (por amor) como un gilipollas ante una ollita sopera de porcelana ¿japonesa? adquirida en un mercadillo de barrio de artículos de segunda mano y colocada en el piso justo en el centro de una esterilla de bambú, rodeada de velas aromáticas, incienso y ofrendas florales, girasolares diría yo, porque lo que allí imperaba era el girasol a punta de pala. Una ollita  a la que mi señora mamá –Gladys– llama ampulosa y misteriosamente: «Oshún», que para los cristianos corrientes de toda la vida no es otra que la Santísima Virgen de la Caridad, en este caso del Cobre, esa hermosa localidad santiaguera en la que se encuentra el santuario de la virgen.

Una ollita sopera que, más que un receptáculo-contenedor para deidades, semeja un objeto minimalista japonés de exquisita sobriedad en el grabado floral que eligieron para decorarla.

Ni puñetera idea de la relación entre la cultura nipona y las costumbres que nos dejaron nuestros ancestros: los esclavos africanos.

Y allí estaba yo, rayando el mediodía, ante la ollita sopera. Y en el interior de la ollita sopera: agua. Agua corriente, del grifo, ni siquiera bendita. Y unas cuantas piedras lisas y grises que, según Gladys, recogieron los santeros del sedimento del río donde se llevó a cabo la ceremonia religiosa previa a la entrega de dicho amuleto. Y el río, como todo cubano sabe, es el medio acuático de la Santa en cuestión: Oshún. La versión cubana de Afrodita.

Lo cierto es que se me hizo un cacao monumental sincretizar la ollita, el agua del acueducto madrileño y las piedras con el río y con la virgen mientras formulaba mi pedido especial.

Yo hablo con Dios muy a menudo, pero es un acto mucho más sencillo que hablarle a una ollita japonesa. Y siempre miro al cielo cuando lo invoco, que es siempre el techo de mi cuarto (uno no habla con Dios en plena calle). Sí. Es una estupidez. Según Juan María, el pastor evangelista de mi congregación, Dios está en todas partes, pero a mí me consuela saber que Dios está en mi techo.

Y como ya se sabe, nadie tiene ni zorra idea del rostro que se gasta Dios así que cada cual lo  imagina como se le viene en gana. Por regla general viejo, muy viejo, calvo y con las barbas como la cima del Everest, nevadas, mientras uno se lanza a pedir como un desquiciado sin la divina intervención del minimalismo japonés.

—¿Hijo?

—¿Mamá? ¿Es qué no sabes llamar antes de entrar?

—La verdad, es absurdo llamar a la puerta del cuarto de una. Por si no te has dado cuenta, este es mi cuarto, John.

Y claro que me había dado cuenta. Y bien. Existe una diferenciación muy clara entre el cuarto de mi madre y el mío y no me refiero al mobiliario. Mi cuarto siempre huele a ma-ría. Cualquier mortal sería capaz de colocarse sólo con abrir la puerta y dejarse acariciar por la fragancia, que no es precisamente el perfume a santidad que se supone acompaña a la madre de Jesús. De ser esa » María» lo habría escrito con mayúscula.

—Con la de veces que me has dicho que ésto de los santos era una auténtica mamarrachada, John —me soltó Gladys, la sarcástica. Y luego un: ja, ja, ja, kilométrico. De unos tres o cuatro renglones aproximadamente.

Sí, ya sé. Jamás en la vida un escritor debe incurrir en la desfachatez de referir la efusiva alegría de sus personajes con unos escuetos y bochornosos «ja, ja, ja». Hay que ser algo más creativo si se pretende al menos ser digno del oficio. Algo así como: lo agasajó con el desorden de su risa de opereta, el alto voltaje de su risa (puro 220 w) la electrizó hasta enamorarla, su risa era un estruendo de cristales rotos, su risa era la primavera echando a patadas, con su escandaloso apogeo, al invierno de sus penas. O simple y crudamente: se partió el culo de risa, se partió la caja, se meó (de risa) que para mi gusto va al pelo con mi personalidad, porque les advierto: no soy un escritor, simplemente alguien que se lo pasa de puta madre soltando sus paridas estúpidas por la red.

—Vaya, sí que estás metido con esa enfermera —el imperio Gladys contraataca.

—Como un camión en un bache. Y qué —contraataqué yo, el hijo del Imperio.

—No sé yo. A esta muchacha la encuentro poca mujer para un viudo de cuarenta y seis años al que le apasionan los combates nocturnos cuerpo a cuerpo, estás muy al día. Se te va un dineral en putas. Como sigas así no va a quedar ni un solo peso de la herencia de tu padre.

—¡Gladys!

—Con la de veces que le pedí a Oshún que te hiciera sentar la cabeza. Robertico necesita una mamá.

—No digas estupideces. Él ya tiene una madre.

—En el cementerio de Madrid. Desde hace quince años.

—Sí. Quince años de soledad.

—Si no espabilas se te van a convertir en cien como a García Márquez. Hijo, hasta cuándo vas a seguir venerando a una muerta.

—Y mira quién fue a hablar. Tú tampoco has tenido hombre desde que murió papá.

—Es diferente. Tu padre es irremplazable. Con lo feo que era, pero luego era tan especial. Un pedacito de pan. Cantaba de escándalo por Sinatra y bailaba tan bien los boleros. Apretaditos. Ay, era tan romántico. Cada vez que visito el blog de tu amigo me acuerdo de tu papá.

—¿El blog de mi amigo?

—»La maldad aparente», que poemas que escribe ese hombre. Demasiado para este corazón.

—Gladys, no sé qué bicho te habrá picado para que confundas de esa manera tan cruel la velocidad con el tocino. Papá era corredor de apuestas. Sí. Hubiera sido un poeta tremendo. Reconozco que se marcaba unos poemas de amor de campeonato. Pero a excepción de los versos no entiendo la conexión entre un corredor de apuestas neoyorkino y la brillante carrera literaria de un señor  de procedencia israelí.

—Bueno sí, sí, lo reconozco, Gavrí Akhenazi es más bueno que papá fabricando versos. Es por esa frase.

—Ah, ya: «porque todos los monstruos somos, en el fondo, románticos»*.

—Sí. Tú papá era un monstruo muy romántico al que echo mucho de menos. Y ya estoy muy mayor para despertarme con esa deprimente visión de una dentadura flotando desfigurada en un vaso de cristal, lavar gayumbos y tomar sopa en compañía.

Pero fíjate qué sorpresa lo tuyo. Va a ser que Oshún ha oído mis rezos, de lo contrario no estarías ahí tan arregladito, arrodilladito y con las manos junticas sobre el regazo y esa carita de “no he roto un plato en toda mi vida”. Pero si vas a embarcarte en esa relación te aconsejo que seas el mismo canalla de siempre.

—¡Gladys, ya está bien de jueguecitos de palabras!

—Bueno no lo niegues, amor mío y corazón de otra, que tú eres muy canalla. Ahí saliste a tu papá y cada madre sabe qué clase de hijo tiene, pero un canalla atento y super simpático. Y a las mujeres nos vuelve loca esa versión del canallismo. Y si ese hombre está, además, como para hacerle un par de homenajes, así, uno detrás del otro y sin descanso … y tú has nacido de pie, pero sólo porque te pareces a mí en eso de la hermosura y no a tu papá. Gracias le doy a la Santísima Caridad del Cobre. Los feos tienen que emplearse a fondo y muy a fondo en el amor …

—Y las madres métome en todo y lengua larga muy a fondo en el silencio.

—Porque un feo, re-feo, bueno, yo estuve casada cuarenta años con un feo maravilloso, poco creativo en la cama…

—¡Mamá!

—De acuerdo, hijo, no te molesto más. Te dejo para que tengas unos minutos con Oshún. Y ojito. No le prometas a cambio nada que no seas capaz de cumplir. No sea que se ponga brava y se tome la revancha.

—¿Cómo qué?

—Despedirte de las putas y de la marihuana.

Jordana Amorós – España

Sitio web: http://islapoetaria.blogspot.com/

A propósito de Nadie
Amo las  palabras.
Vaya esta declaración por delante…
Me gusta jugar con ellas, explorarlas, mimarlas, acariciarlas….e incluso, de vez en cuando , hasta retorcerles la nariz…
Y a pesar de ello no encuentro las necesarias cuando se trata de hablar de mí.,no me resulta fácil . 


Acaso es  porque literariamente hablando yo no soy nadie. Es decir , soy esa especie  de Juana ( Jordana) Nadie , de persona anónima que , existiendo como ente real, en el universo  de las letras no tiene relevancia alguna .


Porque yo no poseo ningún diploma de ningún certamen literario. No he publicado ningún libro. Ni siquiera escribo en ningún blog propio.
Es más, durante años me he negado a mí misma que era poeta.
Y eso que  escribir poesía , versear  lo suelo  yo llamar, es algo que vengo  haciendo desde siempre.
 O precisamente  por eso.


 Creo que el primer poema lo escribí sobre los 8 años. Recuerdo que se lo leí a mis familiares y lo recibieron con gran regocijo, pero a pesar de ser tan niña ya percibí una  especie de murmullo subterráneo… algo así como “ Vaya, esta también nos ha salido rarita…”


 Y  es que había precedentes , un familiar que hacía poemas,  que hablaba casi en verso y que sí debía ser un tanto estrafalario, porque según  tengo oído ponía en su tarjeta de vista.
” Fulano de  Tal  y Tal .Pintor, escultor y barbero . Poeta, tejero, borracho y “desgraciao” “.


O sea , que muy normal no era….Todos lo trataban con afecto, con condescendencia, pero dejando entrever que estaba un poco chalado. Total, que  decidí que no  quería parecerme a él .  Así es que  yo, de poeta, nada de nada.
Durante muchos años me he esforzado únicamente en ser el ser humano que soy: hija, esposa , madre, amiga, compañera, maestra… nombres todos ellos que me llenan de orgullo.


De esta dedicación mía a apurar todos las experiencias  en que mi humanidad me sumergía , han ido surgiendo mis diferentes registros poéticos.
Porque , aun haciendo de ello mi secreto mejor guardado , y como la cabra tira al monte,yo sentía la necesidad de plasmar por escrito todo  lo que la vida me iba haciendo sentir: la belleza, el amor, el desamor, la sorpresa, la duda ,el estupor….


Sobre todo ,  y  desde la lucidez, el estupor ante el sinsentido   de la existencia , de  sabernos vivos ,de conocernos extinguibles y de tener un deseo tan fuerte de supervivencia, quizás solo puro miedo.
Si a esto unimos que  nací con un sentido musical, del ritmo, bastante acusado, pues lo que sería de mí estaba cantado ( nunca mejor dicho)
Aquello de:
 “ Y que suene, por que es inevitable… Porque al aire la música le sobra” 
de uno de mis poemas, creo que me define como poeta  sin necesidad de más palabras.


Y es que ahora , por fin, ya he aceptado que lo  mismo que hay quien nace con los ojos azules o con el cabello rizado,  yo nací así,  soy así .
Escribo porque no puedo hacer otra cosa.


Y así espero morirme.

La tristeza mayor

Jordana Amorós – España

El aire, ese es ahora
el mortal enemigo
que se empeña en faltarnos,
que se obstina
en ahogarnos con saña en el silencio
supurando congoja,
al tiempo que proclama su triunfo incontestable
trayendo mil virtuosos olores añejados,
que van acuchillando la memoria.

Ya no cabe, por mucho que se apriete,

el hondo desamparo
en la estrechez del pecho
ni alcanza la tristeza
esconderse en los ojos de cuévano y estanque.

El abandono deja
la piel, tibia añoranza del tacto , al descubierto;
la soledad la acecha
de frío a dentelladas.

Y este extravío extremo
de manso corazón que en cada rostro
te busca a su pesar…

El desamor
es este perro flaco empecinado
en pasarse las noches
contándole sus penas a esa Luna
de luz desangelada
por si acaso se digna a contestarle.

No queda ni un rincón en el que guarecerse
de tanta indefensión desasistida,
de tanto desconcierto..

Estupor desvalido,
ferocidad inerme ,desdicha sordomuda,
que acaba por volverse indiferencia

No hay desdicha mayor que un desconsuelo,
que ya agotó sus lágrimas
y al que ya no le quedan más ganas de llorar.

Isabel Reyes Elena – España

Hemos parado la guerra

En Bosnia Herzegovina la primavera es una broma.

La noche se ha cerrado y es nieve lo que cubre el escaso paisaje a través de las ventanas sin cristales.

Nuestra vista no alcanza a ver más que la nieve.

El fuego cruzado rompe el silencio.

—¿Qué pasa, Enver? – le pregunto.

—No debes preocuparte, es una boda.

Y dejo que me mienta.

Un disparo, diez segundos. Veinte más y otro disparo. Yo busco protección entre sus brazos. Desconozco si tiene el miedo que yo tengo.

Mi temor de mujer —porque ya no soy médico en el momento del miedo urgente y agrio—, es un apenas en los brazos de un hombre. Pero al miedo no le importan los detalles.

He aprendido del miedo a tener miedo. Del disparo, la muerte. De la explosión, los restos mutilados.

Y ahora estoy a su lado, protegida en su pecho, mientras nos acribillan los que matan.

Me tumba entonces con la brusquedad que da la urgencia.

La piel sabe cuando sí, con quien sí, cómo sí, pero desconoce el impulso que la guía.

Nos besamos hasta el cansancio de las bocas.

Y estas cosas olvidan su porqué.

Entre sus brazos que tiemblan con las balas, me sostiene a mí que también tiemblo. No hay nada que decir.

Cuando el combate arrecia, el minuto en que se piensa o no se piensa, pasa a ser el último minuto.

El miedo es un testigo que no habla.

Pero un hombre y una mujer son dos sobrevivientes sobre el suelo.

Cuando todo cesa, me susurra: Doctoriza, hemos parado la guerra.


Descripción

Mi terraza es una enfermiza primavera cuajada de invierno. Reducido espacio de madera y cristal.

Una silla delante del PC como un verano muerto y esquelético. Una cinta de andar esperando la herrumbre del olvido. Los maceteros abiertos al aire de abril son eriales rectangulares. Y piedras, cosas olvidadas y una librería incoherente.

Han pasado muchas noches sobre todo ello y hay todavía un frío muerto en mi terraza como un pájaro gris caído de lo inhóspito del mundo. Cruzan los cristales unas líneas dudosas que empequeñecen el paisaje y miden el vacío dando una nueva dimensión al firmamento.

Mi terraza es la vida arrinconada, el hueco de un verano, el hueco de mí misma. Y estoy aquí detrás de los cristales, pero tampoco estoy, el pensamiento va por otras vías ahora que el verdor ha huido de los maceteros soplado por una boca oscura.

Un reducto de letras y de muerte por el que me muevo hablando sola. La soledad como un naufragio.

Es mi ataúd abierto festoneando de polvo el fracaso de mi vida.

El título, ganzúa o cerradura

Por Gavrí Akhenazi

Mucho se habla sobre lo dificultoso que resulta titular. Se quejan los poetas, los cuentistas, los novelistas, los ensayistas e incluso los conferencistas, porque el título es aquella pequeña clave, ese impredecible santo y seña que puede abrir o cerrar la puerta de un texto.

Un título atrae o rechaza al lector y por lo tanto, es el primero de los anzuelos que un autor esgrime para despertar interés en la obra.

No hay una sola forma de titular un trabajo literario y cada uno busca aquello con lo que es afín, ya que el título es el avance de la obra, su primera representación en la mente del lector y por ello, cada autor titulará de acuerdo a como él conciba que el título funciona mejor, ya sea como carácter, perfil o imagen de lo escrito.

Nada más odioso que titular con números una obra poética, por ejemplo. Habla de cierto desconcierto o desgana del autor o, también, de que no le reviste interés ofrecer algo más que el corpus y que el corpus hable, cuando no, de una falta notoria de imaginación o de empatía hacia su propio escrito. Pero el lector –en general todos los lectores– necesitan ese breve estímulo, ese pinchazo en la curiosidad que los lleve a indagar que hay detrás de las palabras que lo seducen.

Un buen título amenaza con un buen libro que lo respalde, aunque muchas veces nos llevemos, a partir de eso, unos fiascos que hacen época.

Mucho se puede discutir sobre la elección del título y hacia dónde intentamos apuntar con ella, por eso, la pregunta que el autor debe hacerse frente al título es ¿qué quiero referenciar con el título?¿el contenido de la obra?¿destacar a su protagonista?¿hacer un resumen del argumento?¿simbolizar lo que luego el lector encontrará escrito?

En general, esas son las preguntas básicas que representan la elección de un título, ya que tanto el título como la primera frase de cualquier obra, son decisivos para el éxito del resto de la obra.

Muchos autores titulan cuando surge el título. Es una buena opción, porque mientras se escribe, en el caso de cuentos y novelas, el argumento va sugiriendo alternativas posibles y entre ellas, muchas veces, aparece el título definitivo cuando se ha partido de uno provisorio que no nos convence demasiado.

Otras veces, lo primero que surge es el título y desde el título se desprende la trama, cosa que acota y supedita a cumplir las exigencias que el título prefija, por más que en algún momento el argumento esté pidiendo otra cosa.

Es importante intentar que el título sea sugerente, seductor, que, en cierto modo despierte en el lector el deseo de ver qué hay detrás de las palabras, siempre sin irse por las ramas de la ambigüedad, de modo que el título termine por ser tan abarcativo que represente a esa obra y a cincuenta obras más. Por ejemplo: La alegría.

Ahora bien, si a ese enorme abanico que representa la alegría, le agregamos algún condimento que lo aparte y lo modifique, el título se realza. Por ejemplo: La alegría anónima / La descalza alegría o cosas así, a gusto de cada autor y representando algo más que una generalidad textual. No quiero decir con esto que titular «La alegría» esté mal, sino que siempre el autor puede encontrar algo más en el argumento para que el título no resulte pelado y abstracto y se ajuste más a los contenidos últimos que el lector encontrará una vez ingresado al libro.

A veces, ese poder de seducción aparece de manera secundaria en el subtítulo, porque el autor prefiere, por ejemplo, que su libro lleve el nombre del protagonista y como un nombre –a menos que sea el de alguien histórico que resulte conocido por un amplio espectro de lectores– no dice demasiado, agrega los sabores en el subtítulo. El problema de los subtítulos es que recién figuran en la portadilla y no en lomo y portada, que son los elementos primarios en los que repara el lector.

Con respecto a esto, hay discrepancia entre las opiniones, pero, a grandes rasgos, se puede afirmar que el título reviste tres vertientes fundamentales:

–cuenta el argumento de la historia o refiere fehacientemente a ese argumento

–simboliza el contenido sin hacer referencia expresa a él

–utiliza el nombre del protagonista, del escenario, plano temporal o el suceso desencadenante

También existen combinatorias entre estas tres vertientes y depende del autor su manejo ya que es el autor el que decide la incidencia que el título tendrá con respecto al contenido.

Debe tenerse en cuenta que es necesario no anticipar el final desde el título, aunque en algunos casos dependiendo de la pericia autoral, el gancho es justamente anticipar el final para que el lector se interese en el cómo de los sucesos. Esto es típico del policial y de la novela negra.

El título requiere brevedad, síntesis y significado. Es un «gancho», una tarjeta de presentación y como tal, la información que aporte debe motivar la búsqueda del contenido que habita detrás.

No olvidar que el título define la obra.

El título, ganzúa o cerradura

Mucho se habla sobre lo dificultoso que resulta titular. Se quejan los poetas, los cuentistas, los novelistas, los ensayistas e incluso los conferencistas, porque el título es aquella pequeña clave, ese impredecible santo y seña que puede abrir o cerrar la puerta de un texto.

Un título atrae o rechaza al lector y por lo tanto, es el primero de los anzuelos que un autor esgrime para despertar interés en la obra.

No hay una sola forma de titular un trabajo literario y cada uno busca aquello con lo que es afín, ya que el título es el avance de la obra, su primera representación en la mente del lector y por ello, cada autor titulará de acuerdo a como él conciba que el título funciona mejor, ya sea como carácter, perfil o imagen de lo escrito.

Nada más odioso que titular con números una obra poética, por ejemplo. Habla de cierto desconcierto o desgana del autor o, también, de que no le reviste interés ofrecer algo más que el corpus y que el corpus hable, cuando no, de una falta notoria de imaginación o de empatía hacia su propio escrito. Pero el lector –en general todos los lectores– necesitan ese breve estímulo, ese pinchazo en la curiosidad que los lleve a indagar que hay detrás de las palabras que lo seducen.

Un buen título amenaza con un buen libro que lo respalde, aunque muchas veces nos llevemos, a partir de eso, unos fiascos que hacen época.
Mucho se puede discutir sobre la elección del título y hacia dónde intentamos apuntar con ella, por eso, la pregunta que el autor debe hacerse frente al título es ¿qué quiero referenciar con el título?¿el contenido de la obra?¿destacar a su protagonista?¿hacer un resumen del argumento?¿simbolizar lo que luego el lector encontrará escrito?

En general, esas son las preguntas básicas que representan la elección de un título, ya que tanto el título como la primera frase de cualquier obra, son decisivos para el éxito del resto de la obra.

Muchos autores titulan cuando surge el título. Es una buena opción, porque mientras se escribe, en el caso de cuentos y novelas, el argumento va sugiriendo alternativas posibles y entre ellas, muchas veces, aparece el título definitivo cuando se ha partido de uno provisorio que no nos convence demasiado.

Otras veces, lo primero que surge es el título y desde el título se desprende la trama, cosa que acota y supedita a cumplir las exigencias que el título prefija, por más que en algún momento el argumento esté pidiendo otra cosa.

Es importante intentar que el título sea sugerente, seductor, que, en cierto modo despierte en el lector el deseo de ver qué hay detrás de las palabras, siempre sin irse por las ramas de la ambigüedad, de modo que el título termine por ser tan abarcativo que represente a esa obra y a cincuenta obras más. Por ejemplo: La alegría.

Ahora bien, si a ese enorme abanico que representa la alegría, le agregamos algún condimento que lo aparte y lo modifique, el título se realza. Por ejemplo: La alegría anónima / La descalza alegría o cosas así, a gusto de cada autor y representando algo más que una generalidad textual. No quiero decir con esto que titular «La alegría» esté mal, sino que siempre el autor puede encontrar algo más en el argumento para que el título no resulte pelado y abstracto y se ajuste más a los contenidos últimos que el lector encontrará una vez ingresado al libro.

A veces, ese poder de seducción aparece de manera secundaria en el subtítulo, porque el autor prefiere, por ejemplo, que su libro lleve el nombre del protagonista y como un nombre –a menos que sea el de alguien histórico que resulte conocido por un amplio espectro de lectores– no dice demasiado, agrega los sabores en el subtítulo. El problema de los subtítulos es que recién figuran en la portadilla y no en lomo y portada, que son los elementos primarios en los que repara el lector.

Con respecto a esto, hay discrepancia entre las opiniones, pero, a grandes rasgos, se puede afirmar que el título reviste tres vertientes fundamentales:

–cuenta el argumento de la historia o refiere fehacientemente a ese argumento

–simboliza el contenido sin hacer referencia expresa a él

–utiliza el nombre del protagonista, del escenario, plano temporal o el suceso desencadenante

También existen combinatorias entre estas tres vertientes y depende del autor su manejo ya que es el autor el que decide la incidencia que el título tendrá con respecto al contenido.

Debe tenerse en cuenta que es necesario no anticipar el final desde el título, aunque en algunos casos dependiendo de la pericia autoral, el gancho es justamente anticipar el final para que el lector se interese en el cómo de los sucesos. Esto es típico del policial y de la novela negra.

El título como tal requiere brevedad, síntesis y significado. Es un «gancho», una tarjeta de presentación y como tal, la información que aporte debe motivar la búsqueda del contenido que habita detrás.

No olvidar que el título define la obra.

Gavrí Akhenazi

Ana Bella López Biedma – España

Ana Bella López Biedma es de Madrid, ingeniera técnica industrial, aunque nunca ha ejercido como tal. Empezó a escribir hace unos ocho años por pura necesidad. Ha colaborado en la revista Alaire, en el Sexto Continente, colabora habitualmente en la revista La Hoja Azul en Blanco de la Asociación Literaria Verbo Azul y en las publicaciones de La Espiral Literaria, asociaciones a las que pertenece.

Canta desde que tiene uso de razón, aprendió lo mínimo de guitarra a los catorce y desde entonces ha seguido haciéndolo aunque a nivel público lo abandonara durante mucho tiempo. Ha vuelto a retomar las actuaciones musicales hace unos tres años.

Compagina la faceta de poeta con la de cantautora y cantante de versiones en acústico. Este año ha publicado el libro de poemas «En clave de mí» acompañado por el CD de poemas musicados «En clave de Do-s», con música de José Luis Hinojosa.