Jorge Ángel Aussel – Argentina

Duelo por piratas

Izaste a media asta las banderas
al dar lo nuestro por finiquitado,
y entre la densa bruma y lo abrumado
no vi las tibias ni las calaveras.

Me costaba creer que concluyeras
el cuento sin haberlo comenzado,
con un final coprotagonizado
por un actor que nunca describieras.

Y sin embargo, al filo traicionero
del garfio en tu muñeca, lo he sentido
justo en mi médula espinal hundido.

En ocasiones no es el bucanero
sino el pirateado quien va cojo
con un parche de tela… en cada ojo.

La fuerza oscura de la Luz

1

Te falta el pinche tirano
que ponga en jaque tu vida,
quien te acuchille en la herida
para cortar por lo insano.
Sin cruz no habría cristiano
y sin un Judas, tampoco,
ni habría mucho sin poco
ni poco sin mucho y nada
ni sería la balada,
sin un cuerdo, para un loco.

2

Te falta la indócil fuerza
del golpe in-justo en la entraña,
la que te estampe su saña,
la que te forje o te tuerza.
Será preciso que ejerza
sobre ti, tu lado opuesto,
la presión de lo funesto,
y si eres de cesio o cromo,

con ese lastre en el lomo
se pondrá de manifiesto

De finales sin principios

La oscuridad se devoró mi mundo
tras el This is the end —y no es ninguna
desmedida metáfora oportuna
que desenvaino para ser rotundo—.

Esa noche con ojos de inframundo
que amamantaba en brazos la infortuna,
no quiso dar la cara ni la luna
en un cielo de humus infecundo.

Me cortaron la luz —lo que faltaba
para encajarle la cereza al plato
de la desolación— y el desconsuelo

se apoderó de un hombre que lloraba
a la luz de las velas de lo ingrato
en el espejo donde hacía el duelo.

Sigo

¿Estos últimos tiempos? Agonía,
muerte, velorio, sepultura, llanto,
resurrección, vivir el desencanto
y morir nuevamente cada día.

Aspereza, esperanza, fantasía,
realidad, desilusión, quebranto
y querer no poder quererte tanto
sabiendo que te quiero todavía.

Cinglar de día por ciar de noche
hasta rayar la aurora del reproche

que como Tom a Jerry me persigue…

Y para resumir, ¿cómo te digo?
No estuve en Disneylandia, pero sigo
porque la vida mata al que no sigue.

Acerca de Jorge Ángel Aussel

Comenzar a escribir

Por Silvio Rodríguez Carrillo

Aprender a escribir poesía es como aprender a ejecutar un instrumento, al menos si la cosa va en serio. Así, lo primero que hay que considerar es el hacerse de un horario, de un tiempo para dedicarse a estudiar y practicar. Sin una rutina fija, muy difícilmente un novato llegará a nivel de experto, salvo, claro, que posea un don y un talento innatos para la escritura.

Por otra parte, al tener una rutina fija, uno puede medir los propios tiempos, cosa fundamental. Es decir, uno va tomando conciencia respecto de cuánto conocimiento teórico es capaz de internalizar en una unidad de tiempo personal. Así, uno va aprendiendo a medir cuánto tiempo le lleva escribir un soneto o un romance.

Luego, al ir probando los diferentes metros y estilos, décimas, gaitas, alejandrinos, uno va descubriendo cuál es el estilo en el que se mueve mejor, el que con más comodidad y celeridad le sirve para expresarse.

Hasta aquí, lo que estoy marcando es que no sólo se trata de estudiar, practicar y corregir, sino también de medir los propios tiempos, dado que escribir es un estilo de vida y no un simple entretenimiento.

Aunque en lo normal el arrebato poético conlleva un gran toque pasional, y por esto deviene en frustración el no conseguir de buenas a primeras un poema correcto en fondo y forma, es preciso aprender a desapasionarse al momento de recibir críticas y asumir la tarea de corrección. Es muy común el deseo de abandono, o por lo menos el dudar de si servimos para este oficio. Estos son los momentos en donde uno da o no da la talla. Es preciso recordar que así como somos tolerantes con los demás, también debemos serlo con nosotros mismos para poder avanzar.

Una vez que hemos adquirido los conocimientos necesarios para poder escribir en cualquier metro y estilo, y una vez que aprendimos a manejar el proceso de frustración/satisfacción, de crisis/crecimiento, es que llegamos al momento en que se desarrolla la propia voz, el personalísimo estilo que cada escritor tiene como marca de fábrica.

Alcanzada la propia voz, con Whitman uno comprende que «la obra no tiene fin» y cada curva y cada recta de cada circuito no son más que pruebas en donde, al menos en parte, uno se realiza.

Como anécdota, dado que esto está dirigido a los que recién comienzan a escribir, dejo constancia de que mi primer soneto me llevó unas 14 horas. Hoy día, escribir un soneto, sea alejandrino, gaita, tridecasílabo u otros metros, me lleva entre 14 y 18 minutos. Pero esto no es nada, he visto escribir sonetos en 7 minutos y justo antes de haber aprendido a escribir ese primero.

Finalmente, como me enseñara Morgana de Palacios, la cosa está en aprender a disfrutar tanto del proceso como del resultado, cosa que yo aprendí a hacerlo conociendo mis propios tiempos. Este es el consejo que puedo dar desde la vivencia.

Acerca de Silvio Manuel Rodríguez Carrillo

Revista Ultraversal edición número 1

Versión PDF

No te pierdas todo lo que Revista Ultraversal trae para ti en su edición número 1 y léela online y/o descárgala gratuitamente haciendo clic aquí:

Editorial » Del escritor hasta el lector » Por Silvio Manuel Rodríguez Carrillo

Sumario

In memoriam » J. L. Jiménez Villena » Por Isabel Reyes Elena
Prosa » Silvestre / Palabras para Ione » Textos y fotografías de Ayla Michelle
Reseña » Diario: un libro de Silvio Manuel Rodríguez Carrillo » Por Gavrí Akhenazi
Poesía » Mujeres en mi carne: Nadjejda / Trópico de Cáncer / Cabirio’s nights » Por Enrique Gutiérrez Isoba
Prosa » La herencia intacta / Anécdotas de una docente: Marcelo » Por Silvana Pressacco
Poesía » Ciudades / Recuerdos del hombre partido / Individuo 12 » Por Joan Casafont Gaspar
Reseña » Barca varada: un libro de Arantza Gonzalo Mondragón » Por Silvio Manuel Rodríguez Carrillo
Prosa » Bacanal » Por Gerardo Campani
Poesía » Milagros I & II / Vos / Siete lunas » Por Daniel P. Ilardi
Artículo » Acentuaciones posibles de la métrica española » Por Alejandro Sahoud
Humanidades » Eufemismos » Por Gildardo López Reyes
Poesía » Ejercicio de noche / Acto multidisciplinario / Fellare / Vocación de silencio » Por Gavrí Akhenazi
Entrevista » Silvana Pressacco » Por Rosario Alonso
Prosa » Sueño invernal / Recuerdos » Por Arantza Gonzalo Mondragón
Reseña » Alegoritmos: un libro de Gavrí Akhenazi » Por Silvio Manuel Rodríguez Carrillo
Poesía » Tinta china / Tinta verde » Por Héctor Michivalka
Artículo » Recursos literarios » Por Enrique Ramos
Poesía » Mariana / Preso de tu ausencia / Me recuerdas a Sabina » Por Gonzalo Reyes
Artículo » El principio era el fin » Por Miguel Palacios
Prosa » El comerciante » Texto de Ovidio Moré con fotografía de Arantza Gonzalo Mondragón
Poesía » Náufrago en tierra / Romance de Noviembre / Dolor de luna rota / Vorágine » Por Isabel Reyes Elena

Staff

EDICIÓN NRO. 1 – JULIO 2015
Dirección general
Subdirección
Redacción
Diseño & diagramación
Ilustración de tapa
El ave del destino (para Gavrí Akhenazi)
Revista Ultraversal está bajo una licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 internacional (CC BY-NC-ND 4.0).

Compartir el n.° 1 de Ultraversal en la columna lateral de tu blog
Copia el siguiente código, dirígete a la parte de Diseño, Añadir un gadget, y pégalo en un nuevo elemento HTML/JavaScript:
Revista Ultraversal ed. Nº 1

Revista Ultraversal ed. nro. 1

Compartir el n.° 1 de Ultraversal en una nueva entrada de tu blog
Copia el siguiente código y pégalo en el HTML de tu entrada (junto al botón Redactar):
No te pierdas todo lo que Revista Ultraversal trae para ti en su edición número 1 y léela online o descárgala gratuitamente haciendo clic aquí:
Revista Ultraversal ed. nro. 1

Editorial de la edición número 1 de la Revista Ultraversal, por Silvio Rodríguez Carrillo

Del escritor hasta el lector

Más allá del talento natural y del oficio que pueda tener, todo escritor recurre a tres variables: la experiencia, el conocimiento teórico y la imaginación. Hasta aquí, viene a ser la justa combinación de estos tres elementos lo que hace posible redactar no un informe, sino un relato, o bien, un poema.

Ahora, prescindiendo de la imaginación, podemos sopesar la realidad desde una visión dicotómica en donde hay aspectos tanto positivos como negativos, y donde, por ejemplo, lo positivo sería donar órganos y, lo negativo, traficar con ellos en el mercado negro para lucrar sin escrúpulos. Es, entonces, al escritor a quien le toca dar a conocer esta realidad junto con su impresión respecto de ella.

Es así que un poema o una prosa se constituye en un testimonio, en la manifestación de lo que el escritor ve y siente sobre lo que le ocurre, sea esto una bala que pasa zumbando al lado de la oreja, el diagnóstico terrible que dicta el médico de cabecera, o la imperturbable fortaleza de la vida que diariamente se escribe con el rocío y el sereno.

Y entonces apareces tú, lector, supremo juez, para considerar cada uno de los testimonios de este número de la Revista Ultraversal, en el que encontrarás un caleidoscopio de manifestaciones con las que habrás de converger o discrepar, pero que no te dejarán indiferente y que, quizás, te impulsen a escribir —o a continuar escribiendo— la manera en la que captas eso que llaman existencia.

Acerca de Silvio Manuel Rodríguez Carrillo

J. L. Jiménez Villena, in memoriam, por Isabel Reyes Elena

Leer la poesía de J. L. Jiménez Villena es viajar de las luces del norte a la claridad del sur, su lugar de nacimiento.

Poeta y maestro. Una armonía sutilmente clásica, bañada cada día en el presente al que Villena fue fiel y además le divertía: sonrió sin rupturas ante la mujer, el amor y el deseo.

Sus poemas llevan implícitos tintes filosóficos y  sutiles con un léxico extremadamente refinado,  que se muestra  en todo tipo de composiciones poéticas. Un profundo desasosiego metafísico enmarca su obra y todo ello definido por un acendrado sentimiento humanístico de su tiempo.

Tuvo una idea clara acerca del rumbo de su andadura literaria. Fue el Albert Camus de su primera etapa de felicidad terrena, el invencible dichoso. Pero también mostró una claridad humana fuera de lo común cuando vio acercarse el final de su vida. Sus atardeceres no  fueron finales; es más, su poesía transcurrió en un constante amanecer tomando  la mayor cantidad de alegría y hermandad que este mundo agrio le permitió.

Huya el tiempo

A veces el pasado es el destino
del humo de la vida, de la farsa
del amor que, sin serlo, nunca fragua,
como nunca es el agua un espejismo.

Dejaré en la tristeza un verso escrito,
desamor, esperanza huera o vana
e igual que su sentencia el reo acata
yo quiero que después cunda el olvido.

Huya el tiempo también y su premura
por caminos o vientos muy lejanos,
que yo quiero de nuevo la dulzura

de tener el amor entre mis labios
como el sediento que abre dulces frutas
y se come la pulpa muy despacio.

El espejo

Tras el frío bruñido del espejo
de alinde en que te miro,
en el eco del silencio estás llorando
y lloras lágrimas de cristal molido
y lloras penas que son de hielo seco
y lloras como un desterrado
en el espejismo de tu dolor secreto.

Vives en una ciudad de vidrio y viento
que tintinea en mi cabeza,
casi rompiéndose cada día,
pero yo no sé quién eres tú
y tú no sabes por qué lloras.

Y yo que venía desarrimado
a averiguarte la esencia del alma,
héroe efímero de los escaparates…
y yo que deseaba beber el aliento
de cristal envenenado de tus labios,
amor cercano e intocable…

y yo que quería preguntarte mi nombre…

La mujer del secreto

La mujer que me lleva a la otra orilla
es un puente de sombras deshiladas,
un atajo a la gloria o al infierno
de un querer que me quiere a vida o muerte.
La mujer que me mata y me desea
es la maga que embruja mis sentidos,
la razón que se pierde con ungüentos
aplicados de noche y a escondidas.
La mujer que me guarda y que me aleja
trae un río de ayeres altaneros,
desaguando en las dudas del ahora
lo cierto y lo seguido de su estirpe,
y es un brote de piedra en el futuro.
La mujer del secreto que ella sabe,
lo desvela en las noches del instinto
y fía ciegamente a mi vigilia
su vida, que hace tiempo que es la mía.
Hay dos firmas de amor al pie de un trato
avalando la sangre y su bullicio
en los frágiles días que nos sueñan.

Nocturno

La noche se abre en una flor de brea
que naciera del tallo de lo oscuro
y derrama su efluvio misterioso
bajo una lluvia de marfil eléctrico,
de una luz que quizás sea de luna.
Camino en la quietud de las aceras
buscando una guarida que me ampare
y un bar es un lugar donde esconderse
para encontrar sosiego en una copa
y suponer tu cara entre las caras
que me miran mirando lo que miro.
No sabe nadie que te busco a tientas,
que me parece verte en algún rostro
o en el cristal narcótico de un beso
que me devuelve a ti,
a la derrota absurda de quererte
en unos labios de carmín postizo.
No estás y a la intemperie,
cuando las putas vuelven del infierno,
en esa hora turbia en que el delirio
tiene un aroma de flor del trasmundo,
sin aliento ni ruido vuela un ángel
que desangra en palabras su agonía
y un poeta se bebe los silencios
del amargo licor de los crepúsculos.
Nunca hubo un amor tan imposible.

In the road

Dejé que el coche fuera despacio y sin destino
hacia la noche albada del neón y el desvelo,
igual que un ángel roto volando al ras del suelo
la gloria me pillaba muy lejos del camino.

Por las calles oscuras, por las sombras opacas,
la gente de la noche peleaba su esquina
con la sed insaciable del vicio y la ruina
que, al hervir de la niebla, bullía en las cloacas.

Yo, que buscaba el rastro y el perdón del olvido,
devoraba kilómetros huyendo de lo inmundo
y drogado de pánico, conduciendo errabundo,
maldecía la suerte que tiene el forajido.

Repartía el semáforo en tres luces el mundo
y en la duda del ámbar me quedé detenido.

21 gramos

El alma huele al humo y la ceniza
de los hombres, que inmolan su conciencia
para hacer de la pura inconsistencia
algo eterno sin linde fronteriza.

Un alma es como un arma arrojadiza
contra el miedo, pirueta de la urgencia,
un mecanismo astral de nuestra esencia
para fijar la vida, tan huidiza.

Espíritu de seda incorruptible,
parece lo divino en cautiverio,
la materia en la luz de lo invisible.

Veintiuno son los gramos del misterio
fluyendo de un ahora imprevisible
que anhela de lo eterno magisterio,

un mágico criterio
que hiciera del soñar algo preciso
para trocar la nada en paraíso.

Noviembre

La tarde, una más, se diluye en lo ausente,
y esa vieja friolera está bordando un tul
parecido a la noche. Un rescoldo de luz,
de lumbre rubia, huye como huye el oeste.

Y parece que el aire, furioso, mal esconda
la mórbida soberbia de un relámpago oculto,
por las venas de luz de azafrán, el crepúsculo,
sutil, se desvanece en un pozo de sombra.

Agua turbia de viento, la humedad de las nubes
desemboca en la lenta serenidad del valle,
llueve sobre los casi desnudos abedules,

y lloverá esta noche de aguacero y derrame,
y caerá la lluvia con peso transparente,
cuando, cerca del fuego, yo mire cómo llueve.

Adiós

Vengo a decirte adiós
con un idioma de epitafio y mármol
con el mal del silencio
alambrando de miedo mis palabras
y de ácido la boca y la saliva.

La ley inexorable de los nómadas
sin compasión me rige y me sentencia
a la innoble condena del traidor,
a los fieros destierros del apátrida
que conducen al sur de ningún sitio.

Me voy con lo mejor de tus secretos,
desparejo me voy, fugaz y múltiple,
por la mansa costumbre de la ausencia,
y te diré adiós
mientras la culpa arde en los carbones
y se deshila en humo.

Contigo lloraré los funerales
junto al tierno cadáver de nosotros
expuesto a la oración y a la piedad
de los desconocidos.

Ni el dolor ni el consuelo son de aquí,
aquí no queda nada,
aquí no queda nadie que nos sepa,
sólo yo que he robado lo que había
y he enterrado el botín tras la derrota.

Las esperas de Bukowski

los tratos que hemos cerrado
los hemos
mantenido…
Charles Bukowski

eres un mamón, Chinaski,
te guardaste
las palabras de amor
para hacerte viejo,
para morir apostado
en todas las carreras
y con el sabor de lo bueno
en los labios.

alguien me dijo de ti
que escondías el orden
de la soledad
debajo de la cama,
al lado
de las zapatillas
y
las revistas guarras:
te felicito, tío,
no es mal
sitio
para estuchar el botín
de lo inesperado.

y más
si eres escritor y
poeta de puros huevos
hasta el trago aquel
de romperse
el páncreas:
eso
es
talento.
lo tuyo es
talento.

talento, man:
has ganado.

has podido esperar,
a la muerte
sin que nadie,
nadie,
te reviente los cojones.

eso querías:
esperarla vivo
mientras te follabas
a bebedoras de vino barato
tan desesperadamente vivas
como
tú,
tan ávidamente lúcidas
del resplandor
como
tú.

sí, amigo,
te las tiraste a todas,
y fuiste un cabrón con ellas,
cuando el infierno era
un apartamento
para dos.

en la radio
suena Mahler a tu manera y
he bebido por ti
mientras leía
“victoria”,
un poema de gente
con
palabra.

a tu salud, socio,
aquí ando:
cumpliendo con lo mío.
aunque sé
que nada de esta mierda
te interesa.

a mí también me da igual,
pero
bebo por ti, Hank,
por lo bello,
por lo suciamente bello,
por lo ciertamente bello
que
ha sido leerte:

a cara de perro, tío,
a cara de perro.

Acerca de Isabel Reyes Elena

Silvestre & Palabras para Ione: Textos & fotografías de Ayla Michelle

Silvestre

Como una doliente flor de secano heredé la semilla y la forma de contemplar lo ausente, de separar el grano de la paja y echarme a dormir sin nada más sobre el heno. Estoy hecha al colchón de la piedra helada que forman las palabras que no se me dijeron y que ya no me piden sábana.

Sólo preciso el riego del no te quiero con cerveza, la negación con whisky de palabra, de obra o por omisión, o el silencio del que calla y otorga pero con mucho vino tinto. Porque si son a palo seco me las esfumo al aire dibujando aros con el dióxido de carbono que me sobra por el día y que me sale por la noche con la boca muy redonda, y siempre consigo dormir caliente, como duerme una lengua en la cuna de su propio efecto invernadero.

No soy la rosa y menos aún la espina de ningún poema perdido ni el geranio que cuelga de tus ventanas y te adorna los balcones para que otros lo miren. Sólo cardo mariano y silvestre con las hojas abiertas al rocío y al pulgón o mala hierba que no se ilusiona ni cree, porque sólo se deja llover si llueve o secarse al viento que da igual en qué sentido sople, siempre que sea en mi contra porque es así como mi raíz se crece.

Palabras para Ione

Me desperté muy temprano y me invadió la sensación de que la vida me regalaba dos horas de intimidad para pensar en mis errores recientes. La tarde anterior había sido muy desconsiderada con mi abogado. Al principio pensé en llamarle para disculparme, pero era demasiado temprano y además, sábado. Mientras desayunaba me acordé de una mañana lejana de mi pasado, diez años atrás, en la que conversaba con mi padre. Aquel día fui a buscarle a la clínica porque le habían dado el alta hospitalaria, y quise acompañarle a casa porque él así me lo pidió. Fuimos caminando y al llegar al primer banco del paseo se encontró cansado y con ganas de repasar su vida.

─Siéntate conmigo, Ione ─tuvo que insistir dos veces porque yo presentía el dolor y quería resistirme, aunque finalmente accedí.

─¿Estás cansado, papá? ¡Debí venir en coche! ─le dije cogiéndole la mano como queriendo abrazarle todo el cuerpo a través de los dedos de mi alma impotente.

─Escucha, Ione. No se trata de cansancio. ¿Recuerdas cuando era niño y estuve enfermo de tifus?

─¡Claro que sí! Lo recuerdo muy bien, pero cuéntamelo otra vez.

Lo pedí como si fuese una súplica que me sirviera para recordar el dolor superado de antes y desviar así el de ahora.

Lo cierto es que no quería pararme allí, a dos metros de casa, porque hay cosas demasiado difíciles para que una hija las tenga que escuchar y después recordar toda la vida.

─Entonces tenías ocho años, papá ─le dije con una leve sonrisa─ y como todos pensaban que ibas a morir, llamaron al cura para que te dieran la extremaunción. No veías nada ni podías hablar pero podías oír las voces que sentenciaban que te morirías al día siguiente  ¿verdad?

─Claro ─contestó─, porque el sentido del oído es el último que se pierde. Y si estás atento y escuchas, te das cuenta de que la muerte también nos habla. Y entonces no, pero ahora sí que la estoy oyendo.

─Eso no puede ser, no sigas por ahí que me voy ─le dije con tristeza porque no quería aceptar la realidad.

─El tiempo que me queda voy a sufrir mucho ─continuó─. No hay nada más difícil en este mundo que el amor. Se puede elegir con quien te casas, o a quien abandonas, pero no se elige a la persona a la que amas. Por eso, cuando llega sólo puedes decidir qué harás con tu vida al respecto. Podrás alejarte, pero no por eso va a desaparecer de tu corazón, ni el dolor se borrará con el tiempo.  Nadie lo sabe mejor que tú, que te fuiste un día ─dijo mirándome con los ojos aguados.

Mi boca permanecía sellada. No podía añadir ni una sola palabra. En el pasado, creí que mi padre no se daba cuenta de mi dolor, y en ese momento sólo podía mirarle con los ojos llenos de ternura, mientras él seguía hablando porque sabía que sus palabras serían mi alivio en el futuro.

─Por eso elegí estar con tu madre ¿comprendes? ─siguió hablando de ella─. Tal vez si hubiese elegido a mi novia de San Sebastián hubiera tenido una relación menos tormentosa. Era muy dulce aquella mujer, pero no estaba enamorado, y además en ese caso no hubieras nacido tú.

─¡Gracias, papá! ─le dije en voz baja pero con ganas, porque no hay nada más hermoso que agradecer la propia vida.

─Tal vez hubiera sido más sensato tener sólo un par de hijos en lugar de cinco ─me dijo poniendo la misma cara de pillo con la que me miraba cuando jugábamos al mus─, pero entonces tampoco hubieras nacido tú. Siento mucho todo el tiempo que estuviste olvidada incluso de la mano de Dios, pero cuando ya no esté tu padre, tienes que atreverte a seguir siendo tú. Conmigo siempre lo hiciste. Te atreviste y defendiste tu camino incluso frente a la depresión, a las bombas y a la soledad. Acuérdate cuando yo no esté. Sé tú misma y entonces el amor y la vida tendrán sentido. Nunca le des la espalda a tu corazón.

Fragmento de Por si te encuentro.

Acerca de Ayla Michelle

Diario: un libro de Silvio Rodríguez Carrillo

por Gavrí Akhenazi

Ficha del libro

Título: Diario
Autor: Silvio Manuel Rodríguez Carrillo
Año: 2013
Género: Novela
Edición: Primera
Editorial: Lulu Editores
Páginas: 218
ISBN: 978-1-291-45861-9

«Escribir lo que uno se propone escribir es ya desnudar de posibilidades a la empresa desde su principio mismo. Al contrario de lo que pudiera hallarse en la historia, el acometer una guerra plástica llena de finalidades y cronogramas sólo tiene sentido en la medida de la sucesión de traiciones.»

Con estas palabras, Silvio Manuel Rodríguez Carrillo comienza su libro. Analizándolas, un lector entusiasta se allega con rapidez a la intensidad temática que encontrará ya avanzado en la lectura.

El sino del autor está determinado por la llave que facilita a su lector para implicarse en la trama de sus búsquedas y anoticiarlo fehacientemente de su complejidad. O sea que el lector toca una llave que inmediatamente se le extravía sin entender ni el cómo ni el porqué; ni siquiera llega a comprender el momento en que el autor vuelve a tomar posesión de su libro y el lector queda afuera de él, sin ser contabilizado.
Así de angustiante y desafiante es tratar de penetrar los ocultos arcanos de esta obra.
Los libros que están hechos con símbolos, en un mundo en que los símbolos ya no representan un símbolo, excluyen a la mayoría de los hombres, porque para entender ciertos libros hay que conocer los semas de la vida o al menos, lo que se ha opinado desde el mithos y desde el logos, acerca de esos semas.

Dificultosamente se comprenda una arquitectura narrativa y poética que reúne la vastedad de los símbolos (místicos y míticos) e intenta ordenarlos en una confrontación de preguntas contra respuestas y de respuestas contra preguntas si no es poniendo la propia visión filosófica en juego, ya que Diario es un libro eminentemente confrontativo.

Si el lector logra abstraerse de la controversia constante, de la no existencia de un punto medio referencial que combate al mismo tiempo con la coexistencia de infinitos puntos excéntricos que sirven de referencia, podrá apreciar en Diario la multiplicidad de sus variables, la proyección poética que tiene toda necesidad de expresión explosiva, el raciocinio abstracto de los números, la sabiduría de lo empírico, la empatía y la antipatía que surgen del análisis de una imponderable variedad de circunstancias entre las que el libro flota y se remece como el Arca en el Diluvio.

Creo que es una obra para que sólo un lector preparado en la lid de la complejidad navegue a fuerza de sortear Escilas y Caribdis, porque, convengamos, pocos son los dispuestos a soportar esputos en el rostro y seguir adelante hasta el final para entender o para empatizar con lo agresivo de la verdad de otro.

Diario no es un libro convencional. Es un desafío.

Mujeres en mi carne: Nadjejda / Trópico de cáncer / Cabirio’s nights, por Enrique Gutiérrez Isoba

Nadjejda

Ay, niña de mi alma, a veces lloro
cuando te veo ya mujer creciente;
no sabes mi dolor inconsecuente
cuando al mirarte gozo y no deploro

ninguna atrocidad de las que moro,
porque morar es hoy mi renüente,
y escapo sin querer a esa vertiente
en que queremos vernos con decoro.

No sé si sé querer, a veces, dudo,
gimo entre risas, canto enajenado
en el que tantas veces yo me anudo.

No sé si arreglaré el desaguisado
que cierne en torno a mi ciclón ceñudo
pero por emociones habitado.

Trópico de Cáncer

Se me quedó la voz
entre un montón de astillas estalladas
e intento resurgir
desde un difícil vuelo entre chamizos
queriendo alzar los ojos
apoyado en la voz, la mano amiga
y un impulso feroz
por alcanzar un zenit y esa altura
del sol aquel de Junio que entre azules,
‘ejércitos de azules persiguiéndose’,
marcaba los estíos
bañados por la luz plena y gloriosa
del Trópico de Cáncer.
Bajada a Capricornio
es esta ciega huida entre huracanes
que nos acercan, alma,
y acortan las distancias transgredidas.
El raudo resplandor
e intenso que del junio en el postigo
va y me mantiene en alto
tratando de ir haciendo las distancias
más llevaderas recto a sepultura.
Quizás después del sueño
esté más descansado, hora fluctúo
entre sonidos próximos y tonos
que por acomodarse se asimilan.
De letra quiero hacer
camino que me traga y cuadricula,
de asaduras haciendo voy destino
y hoy se me queda el surco
tras estas líneas tantas y jirones.

Cabirio’s nights

Si de mi estado lira
que no tuvo de calma ni un momento
ornase yo la ira
con algún instrumento
como un Nobel del Simio en aspaviento.

Cual una prosa intento
pasando por Mykonos y sin guía
aeda de un adviento
de versos se diría
surtidos de un burdel de sodomía.

Ver para ver los ojos
cuajados en instantes fiduciarios
de hatajos de despojos
de vientres fornicarios
las noches de un Cabirio sin armarios.

Cuajando en la bajura
un cuento porque alcance más infame
la gloria más oscura
en ese toma y dame
de algún  Bocaccio efebénico al derrame.

Acerca de Enrique Gutiérrez Isoba

Silvana Pressacco – Argentina

La herencia intacta

Las líneas del tiempo se pintaron simétricas alrededor de tus ojos pero nunca lograron deslucir la luz de su picardía.

Los años que se iban colgando de tu frente apenas pudieron refugiarse en surcos débiles y paralelos porque nunca los mal alimentaste con preocupaciones.

Aprendí mucho de vos pero no tuve el tiempo suficiente para agradecer. Hubiera querido más horas a tu lado, viejo.
Me salpicaste con tus experiencias desde pequeña y ocupé un lugar importante en todas tus decisiones. Me dejaste como herencia el coraje para enfrentar la vida, me enseñaste a sonreír desde adentro, a sacar afuera lo que duele y a expresar sin vergüenzas lo que siento. Aprendí a quererme cuando me sentí tan querida en tu abrazo.

Tus manos siempre abrigaron las mías mientras tu espalda hacía de sostén para impedir mis posibles golpes. Me entregaste tus ojos cuando los míos eran dos huecos y aprendí a ver con optimismo. Aprendí –como vos decías– a descorrer los velos.

Cuando me sorprendiste con tu repentina partida, el calor del hogar resultó insuficiente. A veces arde el frío, quema, pero ya no me lastima.

En ocasiones me encierro entre mis propios brazos para reemplazarte, para sacar el aire que me sobra. Extraño tanto ser la princesa de tu cuento.

Desde el espejo, una mujer me sonríe con las mismas líneas en los ojos, tan parecidos a los tuyos. Sonríe mientras anhela dejar a sus hijos tu herencia intacta.

Anécdotas de una docente: Marcelo

Según el gabinete psicopedagógico, Marcelo no tenía problemas de aprendizaje, sino que era tímido y eso le impedía interactuar con otros, incluso con el conocimiento.

Sus familiares lo traían desde el campo a las clases de apoyo escolar y, en más de una oportunidad, su madre me esperó a la salida para transmitirme su preocupación. Según ella, los profesionales del gabinete le describían a un desconocido.

Con el tiempo yo también llegué a pensar que Marcelo no era tímido porque se desenvolvía como uno más a pesar de que el grupo estaba conformado por alumnos de distintas edades. Me gustaba verlo concentrado, con el ceño fruncido y sus ojitos fijos en los números que comenzaban a dejar de ser sus enemigos. Cuando completaba una de las tareas me preguntaba entusiasmado con qué página del cuadernillo de actividades podía continuar.

Sin embargo, las notas escolares y la participación en clase no mejoraban.

Cuando tuve la oportunidad de ser ayudante de cátedra, elegí hacerlo en el curso de Marcelo porque mi intuición me decía que había una realidad que no dilucidaba nadie, ni siquiera él. Algo lo obligaba, en las horas normales de clase, a regresar al caparazón del que todos me hablaban.

El recreo transcurría sin que él lo advirtiera porque permanecía en el aula completando las tareas, o con la mirada fija en un sector del pizarrón y, al terminar la jornada, se sentaba en un banco del patio esperando que sus padres vinieran por él. Nunca miraba hacia la puerta de entrada, porque su atención estaba en la punta de sus zapatos y permanecía ajeno al movimiento del alumnado hasta que alguien lo obligaba a salir de esa abstracción tocando su hombro.

En una oportunidad, la Jefa de Cátedra me permitió analizar las evaluaciones de Marcelo. La sorpresa fue comprobar que todas estaban incompletas y que en lo poco que hacía no evidenciaba problemas de comprensión. El tiempo no le era suficiente. Algo le impedía demostrar la capacidad que yo le conocía.

Como mi desconcierto crecía a medida que Marcelo mejoraba en mis clases y no mostraba cambios en el colegio, decidí conversar con docentes de otras áreas. Todo se aclaró cuando comprendí que las dificultades se le presentaban en las asignaturas donde el pizarrón era de uso corriente.

Nunca olvidaré la mañana en que me crucé con su madre a la salida del colegio. Creo que la señora descargó todas sus tensiones al abrazarme, porque me hice pequeña contra su pecho. En un principio sentí un desconcierto prolongando ese momento en el que sólo se escuchaba su sollozo y, al separarnos, no fueron necesarias las palabras. En sus manos llevaba la libreta de calificaciones de su hijo como si se tratara de un trofeo.

Marcelo, apoyado en la camioneta, limpiaba los cristales de sus gafas gruesas mientras protestaba por su demora.

Acerca de Silvana Pressacco

Ciudades / Recuerdos del hombre partido / Individuo 12, por Joan Casafont Gaspar

Ciudades

La ciudad mira al cielo,
clama el cielo y se queja
y en su queja se nubla
y nublada se duerme.

La ventana está fría
desde el frío me llama
y repuebla con labios mis silencios más crudos.
Y me hablan con signos
los neones, las sombras, las montañas distantes
y esa aguja de luz que imagino curiosa
que presiento a lo lejos
cómo entra en mi casa e ilumina mi ausencia.

La ciudad
infeliz, taciturna, extranjera en el mundo
oscurece en el llanto de los hijos del plomo
y se acuesta conmigo,
viajero incansable por las horas más torpes.
Enredada en mis piernas esta ciudad oscura
me conquista la piel y me asalta el espíritu.

Hambrienta y desvestida
la ciudad amanece,
se despierta cercada, trinchera y cicatriz,
con la lengua extenuada
codiciando un mendrugo de otro sol y otro cielo

y tú llegas con nombres
y colocas las calles
y embadurnas con soles el reguero de sombras
que rodea mi casa
y esperas.

Recuerdos del hombre partido

Tras una vida oculta y malherida,
tras ser sólo la sombra, la sombra de un demente,
clamé a los alquimistas de rostro indiferente
y a esas luces rojas y a la luna suicida

y a esa libertad mal entendida
que fue de mi ignorancia la esposa complaciente
y a la lluvia adictiva, continua, impertinente
embargo de un pasado que hipotecó mi vida,

a esos reclamé la fuerza de mis manos
y ese tiempo perdido
de un norte pervertido que enmarañó mis planos.

Hoy ya no pido nada y escapo decidido
de esos días insanos,
recuerdos aún cercanos de aquel hombre partido.

Individuo 12

No sé si yo maté al individuo
o a ese pensamiento que invadía
mi mente con ideas delirantes
y mis ojos con otros sin retina.

Sólo sé que conservo manchas rojas
en la piel y en las letras intranquilas
y en la voz que compone telarañas
y se pierde en sus trampas y mentiras.

Después de este trastorno interminable
soy esclavo de vivir en la rutina,
de sentir que el porqué de mi existencia
se apaga entre las nieblas y las brisas
y cuanto más intento conocerme
me siento más lejano de mi vida.

No sé si el individuo es un estado
de esta mente confusa y victimista
o es tan solo una imagen proyectada
de aquellas emociones que suplican
librarse para siempre de los nudos
que las lían, censuran y limitan.

Por no saber ni sé si esta locura
es real y tangible o es ficticia
y en mi ignorancia sigo caminando,
dudando si soy yo el que camina.

Acerca de Joan Casafont Gaspar

Barca varada: un libro de Arantza Gonzalo Mondragón, por Silvio Manuel Rodríguez Carrillo

Consíguelo en www.lulu.com 

Ficha del libro

Título: Barca varada
Autor: Arantza Gonzalo Mondragón
Año: 2012
Género: Poesía
Edición: Primera
Editorial: Lulu Editores
Páginas: 102
ISBN: 978-1-4717-1018-6

Según leí alguna vez, a Julio Cortázar le dijeron que la novela siempre gana por puntos, mientras que el cuento debe ganar por Knockout. Cuando comencé a leer a Arantza recordé esta sentencia porque una de las características de su expresividad es la concreción sin rodeos del mensaje que aborda, esto es, cuando un verso o una estrofa transmiten con claridad una emoción sin prescindir del marco espacio temporal en el que ella sucede. Dentro de esta característica cabe marcar que lo resolutivo no aguarda al final de un poema, sino que lo va constituyendo, a manera de luces sin pestañeos.

Al tiempo, algo que no se debe dejar de considerar es el hecho de que la construcción de un poemario de por sí implica el riesgo de desgaste por parte del autor, porque mantener el enfoque en un cuadrante juega contra la dispersión, falsa y natural amiga de la amplitud. En este sentido, Barca varada resulta en una suerte de ejemplo de cómo es posible girar y avanzar alrededor de un punto, explorando los diversos matices con los que se concibe la realidad, la cual muta, junto con quien la dice, en una interacción constante que fusiona a ambos en protagonismo.

“El mar era emoción y yo era el mar”, es el primer verso con el que el libro nos recibe y que nos ubica tanto en el estilo como en el fondo general, en el que encontramos un intenso juego o lucha, entre el deseo de libertad y/o liberación nacido de la sensación de sujeción (“Somos fantasmas,/ enfermos del pasado,”), los posibles espejismos (“pero luego vino el hacedor de milagros/ que volvía cuadrados los círculos”),  y  la siempre terrible premonición de las concepciones ajenas “Creían que llevaba una estela/ y lo que arrastraba era una colección de nuncas.”, por una parte.

Por otra, Arantza logra construcciones como “y cuando más clara vemos la salida/ más aceleramos hacia el fondo del pozo”, o aquella “Y fue el mismo cielo su cariño,/ como fue el mismo infierno su locura.”, en donde, bien leído, tras haberlo vivido, uno se encuentra nadando en vitalidad pura, respirando con la autora el intento y la apuesta, de repente sin saber u olvidando que con solo poner un pie adelante ya tenemos el camino ganado. De sus alas, ella misma nos dice “Las utilizo para agrandar el salto/ que me libera de las heces que piso,/ siempre hacia adelante”.

El detalle, nada pequeño, que enriquece el libro, es la colección de fotografías de César San Millán, las cuales, ya en colores, ya en escala de grises, acompañan y recrean en buena medida los textos, logrando un conjunto armónico y particular. Conjunto que nos lleva del mar al cielo en un vuelo en el que no se nos priva ni del dolor de las estrelladuras, ni del placer de volver a superar una y otra vez a Cronos y a uno mismo. Todo, de la mano firme hasta la rudeza, y fraterna hasta la ternura, de una poeta preñada de presente.

Gerardo Campani – Argentina

Bacanal

Estoy, al fin, frente a la mesa que más me gusta: una tabla de fiambre, con bondiola y queso Chubut. Hay también un frasco de aceitunas verdes, morrones, salsa golf, pan casero y una botella de cabernet. El vino tinto me hace doler la cabeza, pero al día siguiente. Por la tarde hice una última incursión en la satisfacción de los sentidos más bajos (más abajo del estómago). No fue la plenitud que siempre busqué, pero al menos ahora no la estoy buscando. El rostro aniñado de ese cuerpo alquilado me acompaña al costado de la escena, apagándose de a poco. De a ratos interrogo a mis imágenes, acumuladas en tantos breves años: ¿debería este momento postergado ser más patético o más estremecedor? La verdad es que, hasta ahora, los colores que me rodean son los mismos, y la sangre fluye autónoma y ajena, como siempre. Corto una rodaja de pan y un trozo de bondiola. Como. Mastico. Paladeo. Es muy rica esta bondiola, y el pan, perfecto. Un sorbo generoso de vino me hace seguir pensando. ¿Habrá un crescendo en esta bacanal secreta que me sitúe en una cúspide extática propicia a la trascendencia? ¿Habrá un momento en el que el placer me diga “este es el broche de oro” o “ahora o nunca”? ¡Qué tiernas las aceitunas y qué grandes! La salsa golf les agrega un gusto exquisito. ¡Roquefort! ¿Cómo me olvidé del roquefort? ¡Qué lástima! Con roquefort hubiera sido perfecto. Este pequeño contratiempo le confiere al momento una nueva dimensión de realidad. Mastico y lucho, a la vez, contra frases que me acechan tercamente, pero que no voy a permitirles la entrada. Frases como “la última cena” o “el canto del cisne”. El cabernet es ideal para componer esta obra de arte: separa los distintos sabores de la comida como en párrafos, y a la vez los organiza como un texto. De una cosa estoy seguro: este otro texto no va a recibir corrección, no mía, por lo menos. Alguien va a descifrar esta letra garabateada, de médico, extraña a este papel de envolver con que traje los manjares del almacén. Después, tal vez, serán mecanografiadas en una hoja decente, y envejecerán en una carpeta en una comisaría, o en algún juzgado (tampoco le permití la entrada al ridículo encabezamiento “Señor Juez”). Los colores, qué extraño, siguen sin cobrar intensidad, no son los colores saturados y definidos de los sueños. No sé si esto es mejor o peor, pero siento una leve decepción. Neoplasia. No es una palabra tan terrible. No tanto como cianuro de potasio, más sonora, más real, más al alcance de mi mano. Pero ninguna palabra es incompatible con la consistencia exacta de este bocado de queso. Sin embargo, este festín no tiene crescendo; no habrá, ya lo sé, una cúspide extática propicia a la trascendencia. El momento deberá ser cualquiera. Cualquier momento entre los situados más altos en esta sinusoide achaparrada. De todos modos no está mal. ¡Qué exquisito cabernet! Siento la libertad (qué curioso que es sentirla en este momento) corresponderse con lo fatal, y esto es un descubrimiento que me conforma. Neoplasia es un absurdo, una posibilidad desechada. Cianuro es la elección y a la vez la predestinación. ¿Y el momento exacto? Cualquiera, pero ¿cuándo? Ya me he comido la bondiola y más de la mitad del queso. El frasco de aceitunas está aún casi lleno, pero ya no me apetecen. Queda un poco de pan, y un cuarto en la botella de vino. El momento será cualquiera, pero no dentro de mucho tiempo. Sigo ahora sólo con el queso, que es lo que más me gusta. No sé si soy rata para la astrología china, y no voy a averiguarlo. También aquí coinciden la libertad y el determinismo: no me interesa saberlo y no podré saberlo. ¡Qué sensación extraña y agradable la de comer queso sin la preocupación de futuras constipaciones! ¡Qué privilegio el de tomar vino tinto sin el temor de la migraña del día siguiente! Neoplasia. No tiene sentido; nunca, en realidad, tuvo sentido, nunca tuvo significación por sí misma. Cianuro. Tampoco. Es el nombre de un trámite breve que reemplaza otros más fastidiosos. Cabernet. Un símbolo, un tanto arbitrario, de las cosas que van a quedarse de este lado. Junto con el reloj pulsera, que dejé en el baño; con los mocasines guinda que compré el mes pasado y no llegué a estrenar; con los recuerdos de sueños terribles y maravillosos; con diálogos fragmentados y escenas entrecortadas, míos y ajenos; con lo que supuse que era el amor de Adriana; con la mirada incomprensible de la niña alquilada, con ese rostro que vuelve a hacerse nítido y me observa con expresión de máscara, como destacado, tal vez por ser el último. Se acabó el vino, qué pena. Aunque el cianuro, me aseguraron, no da tiempo ni a un último sorbo de vino. ¡Qué extraordinario! Me acabo de dar cuenta de que he dejado, al fin, de fumar. Los cigarrillos están en el dormitorio, y no tengo ninguna gana de fumar, a pesar de que acabo de comer. Mis últimos pensamientos no están, definitivamente, a la altura de las circunstancias, y a lo mejor es preferible. ¿Y qué siento, por lo menos? Nada. Se me está terminando el papel. El registro de estos últimos instantes podría consolar a mis deudos, o tal vez informarle a quien lo lea que no es tan terrible esta determinación. Bajo la mesa me espera el frasco mágico. Un ligero temblor en mi mano empeora  la caligrafía de estos renglones finales. Miro con desgano a mi alrededor (los anaqueles desordenados, el televisor apagado, las migas de pan desparramadas sobre la mesa, la puerta entreabierta que da al baño), como echándole un último vistazo a este pequeño rincón del universo.

1992

Acerca de Gerardo Campani

Milagros I & II / Vos / Siete lunas: Poemas & óleo de Daniel P. Ilardi

Milagros

Yo tengo esta razón para mis ojos
y para mi balance, esta ganancia:
la grata novedad, la relevancia
urdida en el jardín de tus sonrojos.

I

Al cabo de este andar que se aligera,
de un ángel entre encajes suspendido,
me ha sido este verdor irrepetido
porque te quiera así, porque te quiera.

Porque contigo todo se acelera,
velocidad de instante y de latido,
a tu sonrisa voy como hacia el nido
aún a medio hacer en primavera.

Y aún a medio hacer la flor y el gajo,
la sangre por las venas se reprisa
motivo de frutal predicamento.

Que arriba todo es como es abajo:
a Dios en vecindad de tu sonrisa,
por un momento vi… por un momento.

II

Del Verbo es el deseo de que explores
desde lo inaprendido a lo supuesto,
y nuevas son las cosas —pormenores—
al desafiar tu boca aquello y esto.

Qué cónclave de lirios seductores
en los jardines niños de tu gesto,
la viva perspicacia de las flores
en nítida ascendencia sobre el resto.

Qué inevitable asunto de la hierba
dirime entre tus dimes y diretes
el aire emparentando epifanías.

Cuanto tú dices —niña— se exacerba
la dulce inequidad a que sometes
el alma, los relojes… y los días.

Vos

Vos:
del sueño
dueña del párpado,
reloj de sol de la vigilia.
Cuadrante en que relata el morbo
estancias de un espacioso despertar,
donde los gestos te embleman
fotón en caída vertical
de un quásar lejano.
Orden del prisma
cayéndome
en la cara,
Vos.
Vos:
del vos
con brillo,
lúcido sextante
midiendo en coordenadas
ansias del ángulo imposible
de un efímero vivir en luz,
propicio a los encuentros
cómplice al suspiro.
Lo posible y vos,
fugaz y eterna,
silencio…
Vos.

Siete lunas

¿Ves aquélla mujer mecer la cuna?
Parece tan posible, tan cercano
tocar el horizonte con la mano,
uncirle un cielo nuevo a la fortuna.

Ha debido comerse siete lunas,
ese vientre crecido del rellano;
las tibias levaduras del arcano
leudar en sus dos pechos como dunas.

¿Adviertes la patada inoportuna
la nausea repentina y el desgano?
¿La larva del antojo a contramano,
de ese cuerpo por dos que se le apuna?

La punta del pezón como aceituna
que espera el amasar de su artesano
ya sueña con la vida mano a mano
¿Has visto esa mujer mecer la cuna?

Acerca de Daniel P. Ilardi

Acentuaciones posibles de la métrica española

Por Alejandro Sahoud

La estructura del verso español se inserta dentro del ámbito mayor de la métrica románica (en especial provenzal y francesa), aunque con rasgos distintivos. Los elementos más importantes son el acento de intensidad, la pausa métrica (final de verso o de hemistiquio), la cesura y, en última instancia, el número de sílabas. Existen procedimientos variables, aunque no imprescindibles, como la rima, las figuras de repetición fónica o sintáctica o la disposición en estrofas.
El ritmo del verso reside en la sucesión de sílabas acentuadas y no acentuadas. Según el filólogo español Tomás Navarro Tomás, “la línea que separa el campo del verso del de la prosa se funda en la mayor o menor regularidad de los apoyos acentuales”. Los acentos rítmicos pueden caer en el acento propio de la palabra aislada, pero también en sílabas cuyo acento original es débil. Cada grupo de dos, tres o cuatro sílabas, una de ellas tónica, recibe el nombre de pie de verso o cláusula rítmica. El primer nombre proviene de la analogía que suele hacerse con la métrica clásica y sus pies fundamentales:
  • Troqueo: formado por sílaba larga y sílaba breve (—È) o sílaba tónica y sílaba átona (óo).
  • Dáctilo: larga y dos breves (—È È) o tónica y dos átonas (óoo).
  • Yambo: breve y larga (È—) o átona y tónica (oó).
  • Anfíbraco: breve, larga y breve (È — È) o átona, tónica y átona (oóo).
Estos pies están basados en una sucesión de sílabas largas y breves (sistema cuantitativo) que la métrica española ha asimilado a tónicas y átonas; en el esquema, u es una sílaba breve, una sílaba larga, o una sílaba átona, y ó una sílaba tónica.
Pese a haberse intentado la asimilación de las versificaciones griega y latina a la española, al ser lenguas de distinta flexibilidad, no compatibilizan en la base de los pies (sílaba larga / sílaba corta) para ser nombradas. Por ende, la clasificación de Bello, mejorada por Coll y Vehí, asentada sobre sílabas métricas y acentos, es la más recomendada y de hecho, la que mejor se adecua al tipo de lengua.
Las sílabas que quedan sueltas al principio del verso, hasta el primer acento, constituyen lo que se denomina anacrusis. Las cláusulas rítmicas reunidas forman el periodo rítmico, que se extiende hasta la última sílaba átona anterior al último acento del verso, el forzoso de la penúltima sílaba. Este último, junto con las átonas que lo siguen y la pausa de final de verso, forma el periodo de enlace con el verso siguiente.
Sabemos, pues, que los versos toman su nombre de la cantidad de sílabas. La medida o metro del verso depende del número de sílabas métricas que tiene. Para contar las sílabas métricas hay que aplicar principios especiales, tales como el acento final y las licencias poéticas.
Una sílaba, en español, consiste de una vocal (a, e, i, o, u, y) o de un diptongo o triptongo y las consonantes que se agrupan alrededor de ella.
El diptongo es una combinación en una sílaba de una vocal débil (i, u) con otra vocal fuerte (a, e, o) o débil.
El triptongo es una combinación en una sílaba de tres vocales.
Si la vocal débil está acentuada cuando está precedida o seguida por otra vocal, no se forma un diptongo, y cada vocal pertenece a una sílaba diferente:
} frío: frí-o
} día: dí-a
} veía: ve-í-a

Lo mismo ocurre cuando la sílaba termina con una vocal y comienza con una consonante:

} casa: ca-sa
} florido: flo-ri-do

Generalmente, cuando se juntan dos consonantes, son divididas; la primera pertenece a la sílaba anterior y la segunda a la siguiente:

} ascua: as-cua
}  voluntad: vo-lun-tad

    Excepción: Las siguientes combinaciones de sílabas forman grupos que no pueden dividirse:

    • Una combinación de f, p, b, t, d, g, c (k, qu) con r:
    • } cuatro: cua-tro
      } febrero: fe-bre-ro
      } grabado: gra-ba-do
    • Una combinación de f, p, b, g, c (k, qu) con l:
    • } hablar: ha-blar

    A partir del último acento del verso, una sílaba y solo una debe contarse.
    Si la palabra final es aguda (que recibe el acento en la última sílaba, como “domar” o “albornoz” o “sofá”), al contar las sílabas se añade una.
    Cuando la palabra es esdrújula (que recibe el acento en la antepenúltima sílaba, como “libélula” o “círculo”), se descuenta una sílaba.

    Licencias poéticas

    • Sinalefa: unión de las vocales finales e iniciales de dos o más palabras consecutivas en una sola sílaba métrica. (No se trata de una licencia o ruptura de las reglas normales de la pronunciación española; es la norma prosódica de la lengua).
    • Sinéresis: unión de vocales en el interior de una palabra, vocales que de ordinario no formarían diptongo, como “caos” (que en vez de dividirse en dos sílabas forma sólo una en virtud de la sinéresis). Otro ejemplo: a/é/re/o podría dividirse aé/re/o según las necesidades del poeta.
    • Hiato: el opuesto de la sinalefa, mucho menos frecuente. Consiste en la separación de las vocales finales e iniciales de dos palabras consecutivas. Casi siempre ocurre en la última sílaba acentuada del verso.
    • Diéresis: ocurre cuando se rompe un diptongo; el procedimiento se marca claramente por medio de un signo especial de puntuación, llamado diéresis o crema (¨), que se coloca sobre la vocal débil o sobre la segunda vocal cuando ambas son débiles.
    Teniendo todo esto en cuenta, inferimos que una sílaba métrica no es lo mismo que una sílaba gramatical.

    Acentuaciones rítmicas posibles para cada metro:

    Los acentos se denominan:

    • Obligatorio al de penúltima sílaba
    • Interiores a los rítmicos.
    • Tetrasílabo: No necesitan acentos interiores. Se dan éstos sencillamente por las palabras que se utilizan. Pero atendiendo a la norma expresada anteriormente, se considera de acentuación obligatoria en 3ra.
    • Pentasílabo: Es muy poco usado y como el tetrasílabo, no necesita de acento interior, pero generalmente, además del obligatorio en 4ta, para que tenga un ritmo correcto, el acento interior debe recaer en la 1ra.
    • Hexasílabo: Se consideran con buen ritmo los que acentúan en:
    • } 3ra y 5ta
      } 2da y 5ta
      } 1ra y 5ta

      Sobreacentuado:

      } 1ra, 3ra y 5ta

      Con semirritmo:

      } sólo 5ta
    • Heptasílabo: Se consideran con buen ritmo los acentuados en:
    • } 3ra y 6ta
      } 4ta y 6ta
      } 1ra, 3ra y 6ta
    • Octosílabo: De todos los metros, es el que más fácilmente puede seguirse con el oído, dada su musicalidad. Se consideran con buen ritmo, los que acentúan en:
    • } 2da, 5ta y 7ma
      } 3ra, 5ta y 7ma
      } 3ra y 7ma
      } 2da y 7ma
      } 4ta y 7ma

      Aunque éstos tres últimos podrían entrar en la clasificación de semirrítmicos.

    • Eneasílabo: Si bien este es un verso de compleja acentuación, se consideran con buen ritmo los acentuados en:
    • } 1ra, 4ta y 8va
      } 2da. 4ta y 8va
      } 3ra, 6ta y 8va
      } 4ta y 8va
      } 3ra y 8va

      Se consideran de semirritmo:

      } 5ta y 8va
      } 2da y 8va

      Se consideran sobreacentuados:

      } 2da, 4ta, 6ta y 8va
      } 1ra, 3ra, 5ta y 8va

      No son recomendables los que acentúan en:

      } 2da y 5ta y 8va
      } 6ta y 8va
    • Decasílabo: Se considera de acentuación clásica el que lleva los acentos en:
    • } 3ra, 6ta y 9na

      Con buen ritmo los que acentúan en:

      } 4ta, 6ta y 9na
      } 4ta, 7ma y 9na

      Semirrítmico:

      } 4ta y 9na
      Sobreacentuado:
      } 1ra, 4ta, 7ma, 9na
      } 2da, 4ta, 7ma, 9na
      } 2da, 4ta, 6ta, 9na
    • Endecasílabo: Presenta este metro una diversa cantidad de acentuaciones, cada una de las cuales recibe un nombre específico, que se identifica con la nomenclatura de los versos griegos.
    • Clásico o melódico:

      } 3ra, 6ta y 10a

      Dactílico o de gaita gallega:

      } 1ra, 4ta, 7ma, 10a

      Trocaico o heroico:

      } 2da, 6ta, 10a

      Dáctilo, trocaico o enfático:

      } 1ra, 6ta y 10a

      Sáfico:

      } 4ta, 6ta y 10a

      Otra forma de sáfico:

      } 4ta, 8va y 10a

      A la francesa: Con acento en 4ta sobre palabra aguda u otro acento en 6ta u 8va, además del obligatorio de 10a.
      Semirrítmico:

      } 6ta y 10a

      Sobreacentuado:

      } 3ra, 6ta, 8va y 10a
    • Dodecasílabo: Se encuentra formado por dos mitades o hemistiquios y tal como sucede en el alejandrino, según algunos autores, no se produce sinalefa entre las dos mitades del verso, para las cuales rigen las reglas de silabeo correspondientes a los tipos de terminación de verso.
    • Se consideran con buen ritmo los acentuados en:

      } 2da, 5ta, 8va, 11a
      } 3ra, 5ta, 8va, 11a
      } 3ra, 5ta, 7ma, 11a
      } 3ra, 6ta, 9na, 11a
      } 3ra, 6ta, 8va, 11a
      } 3ra, 5ta, 9na, 11a
      } 2da, 5ta, 7ma, 11a
      } 1ra, 5ta, 7ma, 11a
      } 2da, 5ta, 9na, 11a
    • Alejandrino: Considerando las mismas reglas para los hemistiquios, la acentuación de los alejandrinos es la siguiente:
    • Clásico:

      } 2da, 6ta, 9na, 13a

      Con buen ritmo:

      } 3ra, 6ta, 9na, 13a
      } 3ra, 6ta, 10a, 13a
      } 4ta, 6ta, 9na, 13a
      } 4ta, 6ta, 11a, 13a
      } 2da, 6ta, 10a, 13a
      } 3ra, 6ta, 11a, 13a

      Semirrítmico:

      } 3ra, 6ta, 13a

      No recomendable:

      } 2da, 6ta, 8va, 13a
      } 1ra, 6ta, 9na, 13a

    Gildardo López Reyes – México

    Eufemismos

    No sé en otros países, pero, aquí en México, desde chicos nos enseñan a no llamar las cosas por su nombre. A temerle a las palabras. A poner entre ellas y nosotros una pared que se vuelve infranqueable al paso de los años, cuando al ser adulto y querer hablar sobre algo, no encuentras las palabras necesarias para decir lo que quieres decir y te ves rodeado de tabúes hacia donde voltees. Tantas palabras nunca dichas, que ya no sabes pronunciar sin ruborizarte, sin sentirte culpable por pronunciarlas.

    No sé cuántos términos diferentes existen, por ejemplo, para nombrar al sexo, a la relación sexual. Incluso en una reunión entre puros adultos escuchas palabras como: aquellito, el traca traca, el prau prau, echar pasión, echar pata, entre otros más que ahora no recuerdo. Nos cuesta tanto trabajo decir: tener sexo, o hacer el amor, en todo caso, que suena incluso más romántico.

    Mi madre se ha sacado de no sé dónde palabras cagadísimas, que sólo nosotros usamos y conocemos su significado familiar. De niños nos enseñó que nuestro pene se llamaba “el pajarraco” (quien sabe si inconscientemente deseaba que fuéramos bien dotados, jajajajajaja), y así lo aprendimos Daniel y yo. Para los demás compañeros del kínder era “el pilín”, poca cosa frente a nuestros pajarracos. En una ocasión vino a jugar a la casa un compañero de Daniel, mientras los tres merendábamos, comenzó entre ellos dos una de esas guerras de ofensas graciosas: tú tienes cara de elefante, tú tienes cara de moco, ah sí, pues tú tienes ojos de sapo, hasta que Toño disparó nuestras sonoras y larguísimas carcajadas, cuando esgrimió que mi hermano tenía nariz de pajarraco; obvio es que sin saber nuestro significado. Otra de esas divertidas palabras es cuando nos pedía que recogiéramos “las cagarrutas del perro”.

    Creo que entre los eufemismos más patéticos están los referentes a la pobreza. “Personas de escasos recursos”, “gente humilde”: La gente pobre es pobre. Tal vez algunos sean humildes pero también habrá soberbios. Y el uso de un lenguaje supuestamente no ofensivo, no les ayuda en lo más mínimo.

    “Nosotros los indios”, decían muy normales mis amigos, Yulquila y Antolín, ante la mirada incrédula de otros, esos otros, supongo, de los que ofenden a los demás llamándolos “indio”.

    Acerca de Gildardo López Reyes