Una voz, altiva y poderosa, tan humanamente femenina que, aún con todo su poder, siempre conservó lo sensitivo y lo frágil.
Desde aquello netamente poético como aggiornar al siglo el formato clásico, como lo íntimo vital del fatalismo que cae como un rapaz sobre los hiperlúcidos, su poética se centra en el análisis de «la poeta y sus circunstancias/la mujer y sus circunstancias/el ser y sus circunstancias».
I
Si tus labios prensiles en la noche
no me cercaran de infinitas lenguas
y el corazón no fuera la palabra
para beber a golpe de latido.
Si demorado el tacto, fuera el vínculo
la razón de la huella clandestina
en la humedad perfecta de las ingles
-retráctil caracol que sube por la espalda
hasta la nuca hermética
oculta en el temblor de los cabellos-
Si no fueras un cuerpo extemporáneo
vivo de cicatrices
para lamer despacio mientras fuerzas
la verticalidad en la sonrisa
del músculo extasiado.
Si yo no fuera yo
ni tú el disturbio
ni ambos el misterio
la herida fuera amor en la garganta.
II
Aquí me tienes
vestida de inclemencia
y en total desnudez. No existe luna
que me alumbre la voz en la garganta
bajo la negra bóveda del aire
y nadie puede oirme si te hablo.
Mírame silenciosa.
Soy casi de cristal cuando respiro
y de cristal las venas me recorren
y de cristal me quiebro si me dices
con la coral de hombres de tu boca
que me quieres
que
bra
da
Quien me soñó de acero
me consiguió de acero y estirada
sobre un desierto frígido de olvido
pero a ti te confieso
que mi fragilidad no es inventada
y que puedo morirme de repente
sonora como el vidrio del insomnio.
Sé que me harás añicos de silencio
cualquier fragante noche de verano.
III
Lo que nos hace cuerdos, nos disloca
y nos rompe en pedazos imposibles
el día que se cumplen las ausencias
y como un animal agazapado
palpita, predadora, la memoria
en todos los febreros de la vida.
Febrero con su cruz, tiene su cara,
con la mirada escéptica del que lo ha visto todo
y en su fragilidad se hace de hierro
y es yunque
y es martillo
y es chispa de mi fragua.
Lo mismo que nos mata nos rebela el instinto
de la sobrevivencia.
No sería tan hombre como es
de no haber sido bestia sin amarres
ni amaría la vida con tanta intensidad,
con esa lealtad de kamikaze
si no tuviera claro lo fácil que es quitarla
lo enormemente fácil que es morirse.
Porque conozco todos sus dogales
sé de la seda oculta tras los dientes
del ángel tenebroso que le signa,
del código amoral con el que besa
mi sombra cuando duermo descuidada.
Sé donde está.
Enraizando la voz en mis pupilas,
frondoso como el árbol de la fatalidad
vibrando mutaciones,
sólo para mis ojos que marcean
en él.
IV
Mi silencio está vivo.
Es la autista criatura
de sangre y semen
que se opone al zumbido de lo muerto
en tu piel añorante de su tábano.
No es mi voz quien te crea
y regenera el miembro mutilado,
es mi silencio el que fagocita
la llamada a deshora del sepulcro
abierto en la memoria.
Sólo entonces me exiges la palabra
y buscas la ebriedad
en su copa de láudano.
Sólo entonces me miras
con los ojos de un vivo.
No temas mis silencios cuerpo a tierra
mas no te atrevas nunca
a respirar sin mí mientras me callo,
que no quiero morirme
envenenada
mordiéndome la lengua.
V
Se me olvida quien era antes de ti,
como si mi consciencia necesitara espacio
para que tú me ocurras
con la amplitud de un sueño
irremediable.
Todo se vuelve tú, después de ti.
Los vivos se enmarañan en mi sombra
y los muertos se duermen en la hondura
inevitablemente.
Sólo me asombras tú
después de ti,
y mi egoismo medra en la medida
en que crece tu escándalo en mis pulsos.
Se ha detenido el mundo en tus pupilas
y en tu boca la sed de mi memoria.
Todo eres tú y alrededor no hay nada
salvo mi lengua viva pronunciándote.
VI
Mis ojos contra ti y tus oscuros ojos.
Siempre mis ojos contra tu mirada,
por más que nuestras bocas se acompasen
presas de algarabía o de silencio.
Rota tu voz contra la mía rota
y el verso contra el verso que renuncia
a juzgar tu inclemencia
porque existe
otra forma de ver, tras las palabras.
Como te miro yo, te mira el tiempo
que en su fugacidad guarda las claves,
te mira una mujer que no te teme
porque no tiene nada que perder,
ni ha de bailarle el agua a ningún loco herido
porque la mire, absorto, como un hombre
desprogramado y libre.
Tu cuervo contra el vuelo de mis pájaros
por un cielo de puertas clausuradas,
sin milagros ni llaves.
Y los días que pasan enseñando los dientes.
Vas a heredar mi boca cualquier día,
esa naranja amarga de adulterio,
mi lengua de tormenta que incisiva
hace crujir las gavias de tu aliento.
Heredarás mi voz de jarcha y sable,
mi cetro de cristal, mi amor sin dedos,
mi astucia de tarántula perdida
en la vasta inquietud de los espejos.
Mi látigo de seda, la distancia
que va del corazón hasta los huesos,
la hondura roja y gualda de mi idioma
bajo el azul y blanco de tu verbo.
El pulso de la luz con que destella
el nombre que le puse a tu misterio,
los confines del Norte que limitan
con mi fatalidad de oscuro enebro.
Vas a heredar las cartas del ayuno,
las horas de vigilia en el trapecio
donde colgué tu sol dilapidado
en el calor de mis poemas muertos.
Cuando te lleguen a los ojos, cava
una fosa en la tierra de tu pecho
y olvídate de mí en el instante
en que me entierres cerca de tus miedos.
Cuando sientas que el aire huele a rosas
será que han florecido los silencios.
Como un cuchillo de humo
afilado en el poema
yo me disuelvo y asumo
que no he de beber el zumo
de tu boca cuando quema.
Asumo que está perdida
la guerra en los abrojales
del corazón, que la vida
no es más que una abierta herida
sobre profundos eriales.
Y estoy tan acostumbrada
a ir y venir por mí
que sola o acompañada
me resumo en la mirada
con la que te mato a ti.
No sé quién está más roto
si tu alien o mi extraña
pero de la pena broto
con los dientes de alboroto
y la lengua de artimaña.
Por tanto, me da lo mismo
que estés partido o entero.
Con tu vocación de sismo
siempre existirá un abismo
para el que salte primero.
Más desnuda que un alambre
y con vocación de endecha
soy la Reina del enjambre
que escribe viva de hambre
para morir satisfecha.
Tal vez desilusión, no aburrimiento.
Jamás me aburro yo conmigo misma,
me inauguro portátil, voy y vengo
y me sobra talento armamentista
para partir de cero en cualquier guerra,
al no soñar con tierras prometidas.
Mi territorio se abre en el presente
sobre el páramo azul de la inventiva.
No soy de las que lloran el pasado
negando la pasión de cada día,
porque lo que me gusta es el camino,
la huella de los pasos, la genista
en la cuneta donde duermen tantos
sobre sus cuerpos yertos invasiva.
A ninguno le debo un mal capricho,
ninguno me ha dejado malherida,
lo que me dieron di, siempre sobrada,
y al irse pasé página deprisa.
Mi lealtad se ajusta a lealtades
que no terminan más que con la vida,
el resto ni me mueve ni me importa
ni consigue borrarme la sonrisa.
¿Aburrimiento? No, ni estando muerta.
¿Desengaño? Quizás, por estar viva.
Pero es lo que estoy, viva y armada
hasta los dientes con la poesía.
Un mundo de metáforas
A veces, junto a ti, me ataca el desconcierto
por esa diferencia de tu tacto y mi tacto
e invento la caricia y el golpe y el exacto
instante de atraerte a puro cielo abierto.
Por esa diferencia de tu boca y mi boca
es que gestas las guerras que enamoran al labio
y el verso que seduce, enardecido y sabio,
de tu lengua a mi lengua se agita y descoloca.
Porque somos distintos de palabra y de gesto,
de ojos y mirada, el instinto me apuesto
para desentrañarte sin un roce de piel.
Un mundo de metáforas con el rostro velado
no oculta la certeza de saberte a mi lado
el más hombre del mundo con carne de papel.
Trepidaciones
No vayas a creerte que es oro todo lo que reluce
si tiro de tu lengua porque desbarres sin asidero.
La cita que propongo sólo conduce al despeñadero
de lo que has aprendido de otras mujeres. Yo soy un cruce
de verdad y mentira que no se apiada de voz alguna,
un garfio en tu garganta, la cara oculta de cualquier luna
que malvenda secretos por los tejados de lo prohibido
asustando a los gatos ronroneantes. No admito dueño
ni espuelas de jinetes en los ijares del turbio sueño
en que, por ser yo misma ante los hombres, me he convertido.
A veces hasta siento no ser la tierra que engendra el beso
de algunos hombres buenos para su lírica apasionada,
pero cuando soy tierna siempre hay un malo con la mirada
dispuesta a taladrar mi fragilidad hasta el mismo hueso.
Si me visto de seda para la fábula de tu hombría
o me cimbro en el aire, látigo hembra de la utopía,
no te quedes absorto ante el revuelo de mi palabra
ni creas que lo escrito es algo más que provocación
para que tú disfrutes mis alacranes de sinrazón.
En mí no hay un resquicio ni puerta alguna que se entreabra.
Últimamente, siempre, estoy en otra parte
y ni siquiera sé lo que deseo.
Dios dejó de mirarme y se presenta
tan sólo alguna vez durante el sueño
y se mete en mi cama, tan cansado
como cansada estoy de desafueros.
Me hago a un lado y llueve sin reproches
sobre la rebeldía de mi fuego,
y yo tampoco le reprocho nada,
bastante tiene con contar los cuerpos
que superpuestos llegan a su puerta,
y separar los vivos de los muertos.
La omnipotencia da mucho trabajo
y digan lo que digan, ya está viejo,
como estoy vieja yo para el ruido
que meten al entrechocar los huesos,
los vivos que maté por divertirme
y los que se mataron a destiempo,
antes de que pudiera demostrarles
que el mayor asesino es el recuerdo.
Me olvido de mí misma, por los que no me olvidan
ni cuando tienen hambre de silencio.
Están pasando demasiadas cosas
que no tienen que ver conmigo nada.
Cosas que vuelan, cosas que bucean
en rápido zig-zag, un sube y baja
de la resignación por lo perdido,
ante la euforia por lo que se gana.
Al mito se renuncia, la quimera
nunca termina de enseñar la cara,
y la vida nos cambia los paisajes
que divisamos desde las ventanas.
Ya no siento placer cuando me pongo
para bailar desnuda alguna máscara.
El cuerpo que se exhibe no es mi cuerpo
ni soy yo si me tapo la palabra.
Donde los fuegos eran de artificio,
hoy solo queda pólvora mojada
y tan solo resulto venenosa
administrada en dosis elevadas.
El mar ya no me añora ni me entiende
ni es la memoria que jamás me engaña,
pero si nos rozamos pasan cosas,
siguen pasando cosas si me abraza.
En ese libro extraño que nunca va a cerrarse
hasta que deje un día de mirarme por dentro
y me cierren los ojos los dedos de la vida,
encontrarás la clave de todos mis silencios
y la maraña oculta de los pájaros mudos
que, para protegerte, nunca alzaron el vuelo.
Vas a entender, entonces, que no puede cambiarse
lo anómalo del mundo ni sus vicios secretos,
que miles de caminos no conducen a Roma
y el mal lo embarga todo con su pútrido aliento.
Que no puedes salirte del ciclo de la luna
ni eludir las mareas que te arrasen los sueños,
que has de escuchar tu grito entre la muchedumbre
y acorazarte en ti cuando te asalte el miedo.
Sabrás, sin una duda, que el amor solo es fuerte
cuando lo despojamos de carne y de deseo,
y es así como puede derribar las murallas
y tender nuevos puentes y dominar los vientos.
Sabrás que, como el junco, adaptarse al entorno,
no es doblegar la mente ni ceder tu terreno.
Que esa es la estrategia para el sobreviviente
que lucha por su vida, su familia, su credo,
y atraviesa las zonas más oscuras del alma
por buscarse a sí mismo, en un viaje eterno.
Al filo del amor que guardo en la memoria,
al filo de la muerte y en su desfiladero,
se amontonan las letras que dejaré a tu nombre
para ser, en tus manos, un simple libro abierto.
Épica, sensitiva, fatalista, pragmática, apasionada, heroicamente frágil y violentamente femenina, con un extraordinario manejo de la técnica al servicio del discurso sin que la palabra pierda su autenticidad de alma y de raíz, es y será una de las mejores poetas que he leído.
Por siempre y para siempre, Morgana de Palacios.
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