EDITORIAL

La corrección fóbica

Desde hace un tiempo y sin una explicación que realmente sustente el hecho, se percibe un afán desmedido, casi desertizador de textos, en una serie de los bien denominados «correctores de estilo», seres que –a la hora de pulir una obra– son más necesarios para algunos autores que el comer.

Sin embargo –y aunque lo he preguntado– no me han dado una respuesta satisfactoria de porqué la nueva corriente tala y poda como si quisieran dejar las obras en sus huesos, sin reparar siquiera en movimientos de estilo que el autor imprime o en el propio estilo de ese autor, quitando –a mi juicio bajo ningún criterio lógico– ideas que hacen a la sustancia natural expresiva.

Por supuesto, en todo texto es necesario podar, retocar, evitar repeticiones empobrecedoras y quitar conceptos huecos o redundantes.

Eso ha sido así desde siempre y enhorabuena, ya que muchos trabajos no podrían ser legibles si antes no hubieran pasado por las manos de un buen corrector.

Pero, esta nueva tendencia, al menos en lo que he visto y he conversado, tiende directamente a arrasar con el «estilo» del autor y transformar un árbol de buena copa que derrama su sombra en un bonsái que solo refresca la mínima periferia de la maceta que lo contiene.

He visto retirar ideas nodales, que explicaban, desde su construcción en el fraseo, algo sustancial sobre la psicología del personaje o sobre su espacio. Retirarlas alegremente y porque le parece al corrector, sin atender siquiera a para qué sirve esa idea ahí. ¡Ah… una redundancia! ¡A la basura!

Y a la basura se va también la fuerza de la idea que el autor intenta plasmar en el lector y queda así sin aquello que la vuelve una expresión textualmente poderosa.

Desde ya que hablamos de trabajos que se dejan leer y cuyos autores saben encuadrar un texto, porque sí, justifico plenamente que se poden los engendros, si es posible hasta su desaparición.

En toda corrección debe imperar una vibración amorosa, una cercanía identificatoria con la expresión del otro desde el respeto por ese otro con el que, en el momento de corregir, se comparte la construcción de la obra.

Hay trabajos, obras, que de por si atraen y provocan inmediatamente esa comunión y otras en que la corrección resulta incómoda, difícil, poco gratificante, porque para corregir correctamente hay que identificarse con lo que se lee, hacerse con la piel del escritor, comprender lo profundo de la letra con todos sus matices y todos sus silencios, aunque la obra no guste.

La corrección es, en algún sentido, la actividad literaria más generosa.  

La tarea del corrector de estilo es una tarea que en el libro se escucha en voz baja. Con ella se busca el lucimiento ajeno, desde la exploración de la voz que se tiene entre manos y se limpia con esmero y delicadeza, como a un objeto litúrgico.

La sensibilidad unida al talento de quien corrige está puesta al servicio de un otro de cuyo mundo se adueña imaginariamente pero que no le pertenece y en el que solamente le está permitido sembrar pequeños espacios de belleza textual en todo el registro constructivo que se entienda por tal.

Por un momento, mientras el libro le es encomendado, el corrector toma como suyos todos los espacios de la obra, pero sin perder de vista que no son suyos y que aquello que le toca mejorar lleva el sello de otro y los caprichos y necesidades textuales de otro, que deben ser comprendidas antes de emprender cualquier clase de remodelación.

Su voz debe, también, encontrarse en la voz de aquel al que corrige y no imponerse sobre él, restándole matices, rompiendo estructuras o modificando secuencias por el mero hecho de practicar aquella economía de guerra literaria que mencionaba al comienzo, como un racionamiento que roza la hambruna de matices y enlacia y simplifica la complejidad de los recursos.

Con el criterio que se emplea actualmente de tacha y poda, Cien Años de Soledad perdería todo su encanto narrativo, Ulises no hubiera existido y una larga serie de autores hubiéramos muerto de hambre.

La magia del narrador radica en cómo y para qué emplea los recursos que el idioma le brinda porque de eso se alimenta el estilo literario.

Que el corrector comprenda eso hace a la garantía de un texto que pueda brillar sin perder impronta.

IN MEMORIAM

El lado de doler – Morgana de Palacios

Diluvia en Benarés

Diluvia en Benarés. El horizonte
camina por delante de mí misma,
inalcanzable niebla que se abisma
donde lloran los ojos de Caronte.
Donde habita el silencio, tras el monte
de la desolación, Benarés sueño
con monzones de lirios, con el dueño
del lupanar febril de la belleza.

Cerrada por olvido: soy Tristeza
y Dios…es tan pequeño.


Yo huelo a Benarés cuando anochezco
desolada de lluvias y monzones
y me disuelvo en llanto a borbotones
y del alma a la boca desfallezco.

Huelo a flores luctuosas, a abluciones
con el agua sagrada del quebranto
a pan en el tandoori del espanto
y a la cúrcuma roja del dolor.

Yo huelo a Benarés cuando el amor
me cierra la esperanza a cal y canto.



Cuanto más hablo más muda me siento
más recóndita digo, más me escondo
al final de mi misma, más ahondo
en el rito de serme. Pozo cruento
el silencio vigila descontento
el soez griterío de mis venas
y quiero ser silencio por las penas
de esta noche de rostros disecados.
Silencio de cuchillos afilados
que me pudran la voz con sus gangrenas.


Sentirse Benarés de Ganges moribundo,
hervidero de ideas, oscura Varanasi
poblada de despojos y luminarias, Kaasi
donde arden las piras del ego más profundo.
Morirse en Benarés, crematorio del mundo
y reencarnarse en miles de versos anunciados
por cósmicas mujeres sin culpas ni pecados
con la boca de pájaros y el espíritu en vuelo.
Pavesas bajo el cielo
de los desamparados.

Ámbitos de Tin Iggi

Mientras sueño a Tin iggi
recuerdo el frescor en la maraña albada de tu pelo mojado
y abro las claves de esta boca, hoy por hoy inútil,
suspendiendo la voz.
No la escucho.
Se retuerce atrapada en la jaula donde llueve tu nombre.

Esa lluvia pierde la oportunidad de los himnos
a los que ya no regresaremos,
porque el Sahara,
–no como aquella vez–
negará su tormenta de derbakes sobre el cobijo de la vieja jaima.

Te asustaba montar en el camello oscuro.

Y luego, sobre esa nave hecha toda de oleaje,
reías como una niña que al fin descubre que puede cantar
porque la felicidad regresaba la lágrima a tu boca de dátil.

Reías bajo mi tagelmust y ocultabas en índigo tus ojos de marea.

Yo observaba tu mar con un éxtasis roto.

Los dos hacíamos del mal destino un ancla
y jurábamos sobre cada mensaje
buscar en todas las costas las botellas que los contenían
echadas a las idas y vueltas de la patria que éramos
el uno para el otro,
extranjeros del tiempo en el tiempo de reos de la vida.

Te asustaba montar en tu camello oscuro.

Peludo animal indócil, le decías, cuando le sobornabas con dulzuras
esa tristeza lánguida de la mirada que lo ha visto todo.

Yo me negaba a cerrar los ojos porque estaba seguro
de que huirías por el puente de la luna,
con mi única estrella en la luz de tus manos.

Así es que me he quedado en el desierto
de este cuarto de hospital que arde
mientras otro simún despedaza la jaima

una vez más.

Te extraño
como si nunca hubieras existido.

Gavrí Akhenazi

POESÍA CORAL

Seguidillas con bordón, varios autores.

Isabel Reyes

En la casa en que vivo
tengo una rama
que al rumor del silencio
tira del alma
con tanta fuerza
que aunque venga un diluvio
me ancla a la tierra.

Verde tierra la mía
llena de luna
y verdes los caminos
de mi penumbra.
No me resigno
a regar con mis penas
sierra y camino.

Soy un árbol sin nombre
que sobre el agua
va dejando su sombra
espesa y larga.
Cuando florezca
bailarán sol y luna
con la marea.


Ana Bella López Biedma

Garza albina y serena
sobre el invierno,
en tu palabra dulce
pintas el cielo,
y en cada rama
vas dejando tu alumbre
de filigrana.

Con tu vuelo describes
el infinito
o esa gota de lluvia
que se hace río.
Alas de fuego
que inventan a su paso
el firmamento.

Cuando envuelve la niebla
el horizonte
escribo una bengala
sobre tu noche.
Garza serena
que tu vuelo sin límite
rompa la tierra.


Álvaro Font de Lajas

Nube de bruma clara,
negra fortuna,
desapegas del mundo
mi voz oscura.
Alzas riberas
sobre el final del tiempo
sin luz. A ciegas.

Mientras canta la noche
no nace el alba
sobre las alas rotas
de mi templanza.
Ave sin vuelo
sin raíces, sin canto,
sin pensamiento.

Oscurece en el agua
mi luna negra
y un hierro revenido
quiebra su estela.
Mata el encanto,
tráeme el artilugio
del mal descanso.

Haz un abracadabra
todo de sangre,
todo de flores mustias
lazo de alambre.
Sobre tu calavera
y al borde de tu tumba,
soy el que ruega.


Raúl Muñoz

Tienes el pelo blanco
y calaveras,
caminas por el agua,
henchida en telas
de noche oscura,
mujer que tanto llueves
por la liturgia.

Leyendo el libro azul
del fuego fatuo,
doliéndote en sonrisas
del arrebato,
apasionada,
rota por estos ojos
que te quebrantan.

Yo muero si tu mueres,
a borbotones
dejo salir el agua
por los jirones
que de mí quedan,
arrancados sin sangre
de mi alma en pena.

Hundo palomas tristes,
tan femeninas,
por las aguas salvajes.
Porque marchitan
en ti mis besos,
entrégame la lengua
de tus desvelos.


Eva Lucía Armas

Sobre el brocal del tiempo
de tu quimera
caen flores de agua,
forman luciérnagas.
Búho nocturno,
llevas las alas presas
del infortunio.

Desde mi mundo veo
tu vuelo roto,
y tu poder cetrero
vuelto un despojo.
Alza la frente,
vuelve a la envergadura
de tu ala fuerte.

Del sol la clarinada
cae despacio
como tu sombra acude
lenta al calvario.
El horizonte
desafía la tarde
como un reproche.

Lánzate a vuelo, anda,
vuélvete viento
que arremolina furias
de brazo intenso.
Alza el paisaje,
vueltas tus plumas rotas
a ser coraje.

EN VERSO LIBRE

Una mujer de otro mundo
Orlando Estrella

Ando de puntillas
para no despertar el silencio
que la hace ver tan hermosa.
A cambio, su mirada es cuchillo afilado
que corta la distancia entre nosotros.

No me importa la aridez que se oculta
en su mente de prodigio
que me atrae y sorprende.

Un carácter, a veces airado, pero salva entuertos.
Los cura, o los hace volar.

Una rebeldía callada, triste,
al ver, querer y no poder
cambiar el curso de algunos cauces amargos.

Una frustración que excede la frontera
de la posibilidad humana:
No poder dirigir el cosmos, o por lo menos
a once millones de habitantes.
Dígase; a media isla.

Una ambición que por ratos confunde,
pero con un corazón
que no sé como hacer mío.


Esta es la ciudad donde vivo,
esta es la ciudad en donde vivimos.
A ella se llega como a un rumor de cosas pasadas y perdidas,
de ella se sale
haciéndola pequeña en la nostalgia.
Manuel Ibaña Rosazza -La ciudad otra vez



Ahora que tan lejos me han traído los años
y solo queda el licor de sus vísceras amargas,
¿hacía qué lado grito?
¿a quién?
Buscando el lazo que me ata
a este organismo infinito de luces y rumores,
entro al tumulto de sus calles
con el asombro de un animal que despierta en otra selva.

El viento grita
entre antenas y árboles
mientras el murmullo de las redes
ahoga
el canto
de los pájaros perdidos.

Paso alguna historia trágica contada por grafitis,

vitrinas repletas de sueños en oferta,
deseos prestados y máscaras vacías.

El aire espeso azota con su amapola triste:

me elude un amor que una vez fue mío
y no acaba de mostrarse.

Sin respuesta a mis dudas,

el negro epigrama del crepúsculo
anuncia que todavía no regresas.

Infinitamente llueve ahora, amor,
y acaso escuche el nombre que tendrás mañana.

Ahora, es el peso aplastante de la ciudad sin ti,
donde tú terminas al igual que los demás
en ese lugar oscuro donde la fe se pierde
en el temblor de los días.

Antonio Rojas
El viajero perdido (IV)

Marzo
Alex Cabrera

banderas tambores y recuerdos de una tarde lejana
muy al sur de la vida

una madre un hermano y un hijo

todo está en la maleta

a lo lejos los buitres
y en el norte la muerte
con los brazos abiertos

————————————

una oruga se convierte lentamente en mariposa
y poco antes de que aquí caiga la noche
empiezan a vivir cien mil gusanos
en lo que alguna vez fue un hombre solo
que partió a caminar lleno de fe
y en medio del desierto
se echó a toser un poco y a soñar
con un día feliz
y una preciosa noche iluminada


“Pequeña alma, blanda, errante/ huésped y amiga del cuerpo/ ¿Dónde morarás ahora/ pálida, rígida, desnuda/ Incapaz de jugar como antes?” – Adriano
“Cuando los dioses ya no existían y Cristo no había aparecido aún, hubo un momento único, desde Cicerón hasta Marco Aurelio, en que sólo estuvo el hombre” Flaubert
“Grosería de los que dicen ‘Adriano es usted’. Grosería quizás mayor de los que se sorprenden de que yo haya elegido un tema tan lejano y extraño. El hechicero que practica una incisión en su pulgar en el momento de evocar las sombras, sabe que ellas no sólo obedecerán esa llamada porque van a beber a su propia sangre. Sabe también, o debería saber, que las voces que le hablan son más sabias y más dignas de atención que sus propios gritos”. Marguerite Yourcenar

Al sumergirme en tus “Meditaciones”
sé que vos, Marco Aurelio,
obtuviste provecho de este monólogo
en el cual embarqué tras los llamados de mi deseo.

Hoy, cuando estos jirones de vida asemejan
las salas desmanteladas de un palacio sin fin,
cuyo propietario no ocupa ni en una décima,
admito que fue vasto lo renunciado.

Así es
como mi cuerno de caza no invita a Diana de los bosques,
ni brinda con sangre de sus hijos, preferida por mí,
ya que la sagacidad del lince es lealtad prístina
frente a las arteras emboscadas del próximo.

Siquiera atino montar a Borístenes,
con quien tuve vínculos de cálculo amatorio:
su geométrica intuición del punto exacto
en que voluntad y fuerza colisionan.

Tal como he abdicado al nado y la carrera,
a sus metas que no son otras que el sí mismo,
objetivos donde inteligencia misántropa
aparece coja en la intersección crucial.

Artes cuya práctica, querido nieto,
me legara saberes resarcitorios del perdido placer:
un desafío acometido es parodia de lo inmortal.

Entenderás la pretensión de mi espíritu por endilgarte
tareas propias del humano superior: aquello que no fui
– en esta hora en la que el alma me abandona-
se vuelve realidad definitiva para este estoico epicúreo.

La de nombre acrónimo hasta aquí nos trajo,
desde el fondo de los tiempos, para habitar esta urbe
levantada por ella sobre renglones al margen de las eras.

No ignora que es orbe el antiguo laberinto:
en él desbocan sus ansias nuestros monstruos,
anudadores y desanudadores de Ariadna,
escapistas de este súcubo donde cada letra
guerrea con personalísimos dédalos .

Como viento sin amo
Silvia Heidel

ARTÍCULO

El estilo y la voz

Gavrí Akhenazi

Mucho se ha hablado y se habla acerca de «la voz» del escritor. Ha sido una de las cosas en las que más hincapié he hecho a los largo de los años: el descubrimiento de la voz personal, ya que es ella y solo ella la que define al escritor y para eso, para definir a un escritor, debemos sumar el adjetivo «propia».

Un escritor que se precie de tal debe, necesariamente, tener voz propia y que se lo pueda identificar a su través.

Una voz particular, que le sea natural, en la que hable desde la hondura y que marque su estilo de manera inequívoca.

En general, la voz es un autodescubrimiento, porque todo escritor novel se forja la idea de que escribir es un patrón a seguir de determinada manera. Algo convencional a lo que ajustarse como un molde de éxito. Ve el éxito en el otro y se refleja, intenta la similitud, porque eso le otorga confianza en lo efectivo de la forma. Entonces, pierde identidad de cuna, imita o acepta que esa es la forma correcta, la forma en la que se debe escribir. No explora. A su modo, copia –muchas veces en un penoso calco al carbón–  y así es como se ven libros que repiten y repiten la misma anécdota, escrita cada vez de peor manera.

La voz es algo que un escritor descubre asombrado. Enfrenta su texto en la relectura y se pregunta ¿esto lo escribí yo?, porque no se reconoce en lo que lee; se emociona con lo que lee como frente a un texto ajeno; se carea con sus cientos de monstruos y los descubre como seres independientes que en las páginas que va escribiendo habitan como les da la gana y no como ese escritor se ha propuesto para tal o cual personaje. Ya hemos hablado en otras ocasiones de los personajes y su manía de escribirse solos, prescindiendo totalmente de quien los escribe, más allá de utilizarlo como un médium para poder manifestarse.

La voz propia surge, nace, eclosiona, habla en el cerebro sin callarse. Dicta, obliga, se vuelca con violenta espontaneidad hasta el punto de rebosamiento.

La voz propia está viva en algún lugar, pero es necesario despertarla, rescatarla del bosque encantado de la Bella Durmiente que constituyen las barreras del convencionalismo literario.

Uno de los factores para ese despertar es la búsqueda. El inconformismo con los cánones lleva a nuevas exploraciones, a viajes íntimos no necesariamente conscientes.

El escritor no se propone una voz; encuentra una voz. La suya. La que no conoce, porque se ha pasado el tiempo practicando las voces ajenas.

¿Y qué define a una voz propia? El estilo para utilizarla. Cómo cada escritor maneja lo que lo hace libre en un texto, ya esté escribiendo un poema, una narración o una receta de cocina.

El estilo nunca es reproducible. Es infranqueable para la copia. Se puede imitar, pero no conseguir completamente, porque en el estilo de cada escritor radican aspectos invisibles, imposibles de atrapar por lo sutiles que son. No te los proporciona el oficio. Son la parte secreta del talento: el don.

Un estilo puede gustar más o menos; puede tener más o menos público; puede ser llano o complicado, pero siempre debe ser el propio, el canal de la voz desde la que hablará lo que hasta para nosotros, los escritores, es desconocido.

Se puede escribir como tal o como cual, pero no se puede ser tal o cual. Porque en la cosmogonía de cada escritor, esos aspectos aprehensibles son únicos y como todos los seres humanos, irrepetibles.

Para despertar la voz hay que trabajar, abandonar las premisas impuestas por otras voces y otros estilos y sumergirse en el desarrollo natural de nuestros demonios sagrados.

Como el Deamon de Sócrates, eso y no otra cosa es la voz propia.

PROSA POÉTICA

¡Azú, azú!, Silvana Pressacco

He aprendido a asociar el azul con la ambivalencia de mis emociones; un océano vasto donde navego entre la añoranza y la paz. En su infinito, encuentro la libertad de lo que fue y la aceptación de lo que es. La tonalidad más clara trae la risa de los niños en la galería de la escuela, los juegos de corridas en el patio y el olor a sol; la más oscura, se convierte en una sombra que me acompaña con tormentas de nostalgia.

La profundidad de su color trae los abrazos que ya no recibo; a veces, me provoca una tristeza que busca analizarme mientras señala con un dedo hacia un pozo sucio y oscuro, del que siempre puede salvarme. Es como ese momento de «la hora azul» en que todo se ve de ese tono sin ser de noche ni de día, y todas las luces se apagan como promesa de un nuevo comienzo.

Me gustan las anécdotas que recuerdo cuando pienso en el azul, todo lo que viví hasta aquí rodeada de ese color que siempre elegí: el vestido que lucí en un evento importante, el título de un libro, mi primer auto, un paisaje para dos que después fue el de la familia, la lluvia mirada en soledad, unos ojos pícaros y ahora la vocecita dulce de mi nieta repitiendo su preferencia por «el azú, azú», como si solo se tratara de una coincidencia. Definitivamente ha encontrado un nuevo hogar en el corazón de mi pequeña, un lugar significativo como en el mio. Ahora lo veo como un puente que conecta de otra manera nuestras historias porque, cada vez que ella lo elige, estoy presente aunque sea desde muy lejos.

Cómo no dejar que el azul me envuelva si es la memoria de cada sentimiento, un recordatorio constante de que la belleza de la vida se encuentra en las cosas comunes junto a los colores que decidimos amar.

SONETO

Jordana Amorós

Una pizca de magia

Vivir ha sido siempre un desafío.
Intentar que no queden sepultadas
tus ilusiones, bajo toneladas
de desencantos, causa mucho hastío.

Masticar soledad, rumiar vacío
ocupan hoy las horas desveladas
de las interminables madrugadas
en que mi oscuridad radiografío.

Confiando en que la luz del nuevo día
me descubra un destello que abalance
mi equilibrio interior con su pamema.

Y en que pueda exprimirle todavía
esa pizca de magia que me alcance
para escribir algún nuevo poema.


Isabel Reyes

La mar

Si la mar siendo mar va a la deriva
sin conocer los propios litorales
si el agua por acequias y bancales
busca también la mar en tierra viva.
Si la mar nos parece tan altiva
ondeando entre pinos y trigales,
si ofrece un panorama de cristales
y resulta profunda y pensativa…

A navegar saldrán los marineros
hacia los siete mares, convocados,
recubiertos de escamas y luceros.

Mas la mar no es la mar sin su oleaje,
ella tiene sus límites marcados
junto al eterno estar de nuestro anclaje.

POESÍA MINIMALISTA

Mi otro aliento, Leo Zambrano

Muchos ciclos he madurado.
Y adelgazar la tinta para pintar
todo universo de otros ramos
con cada verso ajeno y tal figura
en el culto de todo paso
me rehabilita entre las trincheras.

*

A veces mi mano toca la esencia de otros poetas,
desnudando una interpretación a mi imagen.
Quiero decir que vivo del momento que leo
tocando al silencio para elevar su instante
y me encuentro despoetizando una línea en otro verso.

Pero todos construimos nuestras versiones
de átomos en poemas y cálculo matemático…

*


Me descubro cada vez que leo un poema,
lo interpreto y tengo la audacia de responder a ellos
creo a mi manera su transmisión
y su altura tal la montaña que crece.

*

A veces soy un pedazo de lo impensable
una nota con diferente historia para ser distinto…


Brincaremos en silencio entre montañas,
sobre la hierba que permanece abierta.
Las tapias precederán altas como Jericó,
tomadas con el sonido de las trompetas.

TÉCNICA POÉTICA

Modalidades de versificación

Gavrí Akhenazi

Modalidades de versificación

Cada idioma dispone de rasgos fónicos como son el número y duración de las sílabas, el acento distribuido a lo largo de estas, el tipo y ejecución de las pausas sintácticas o la entonación propia del fraseo regional.

La poética de cada idioma elige las características correspondientes a estos rasgos fónicos suprasegmentales y los pone al servicio de su sistema de versificación, ya que cada idioma trabaja este sistema de manera diferente y propia.

Todo sistema de versificación se basa en el carácter fónico de sus constituyentes.

En el caso del verso español clásico, este sistema está basado en dos premisas fundamentales: el metro (la medida silábica no gramatical de cada verso) y el ritmo (esquema de intensidades sonoras del verso).

Ritmo

Para que una poesía se diferencie radicalmente de una composición en prosa, aunque sea poética, el rasgo predominante que se debe considerar es el ritmo.

En la poesía cuyos versos están sujetos a un silabeo métrico, el verso, necesariamente,  está sujeto a una segmentación rítmica.

La prosa, en cambio, que también posee su propio ritmo, está sujeta a una conformación sintáctica más específica de la lógica y a un acomodo adecuado de las palabras elegidas para configurar un sonido armonioso dentro del bloque textual.

Podríamos considerar que el ritmo poético se desarrolla en base a un ritmo estético, como el sonido de la base en una canción, que va marcando los tempos requeridos para que el fraseo discurra melodiosamente.

El ritmo poético, entonces, que se adquiere en la poesía métrica, depende de la lengua, ya que no en todos los idiomas la poesía reviste el mismo tipo de basamento para conseguir la fluencia versal.

El verso no es otra cosa que un grupo de sonidos que obedecen a la ley de la repetición como una unidad rítmica esencial.

Por lo que, al leer o escuchar poesía, lo que se percibe como ritmo es la repetición sonora de uno o más elementos dentro del fraseo, siendo este elemento fácilmente perceptible por el oído como un hito acústico.

Yendo al verso español propiamente dicho, debemos considerar una serie de elementos constitutivos del mismo, a saber:

-el número de sílabas que indica el metro de ese verso tanto para rimados como para versos blancos

-los acentos o sea, las sílabas tónicas que indican el tipo de curva sonora a tener en cuenta para cada metro

-la rima en sus variantes (en el caso de que el poema sea rimado)

Metro

El metro y el ritmo son parientes consanguíneos, ya que el metro es un esquema rítmico donde se repiten los elementos propios del ritmo que hemos mencionado. No es ni más ni menos que la medida de un verso cuando se han aplicado a él las licencias poéticas y los hechos del habla.

¿Qué significa?

En español, los versos siguen un patrón rítmico basado en su esquema acentual, dado por las sílabas tónicas dentro del mismo o sea, dado por la intensidad determinada que recae sobre ciertas sílabas durante la emisión de la voz.

Este fenómeno sonoro produce en el oído una melodía determinada a la que el cerebro se acostumbra por su musicalidad y, como si de un patrón se tratara, espera que continúe a lo largo de los versos sucesivos como una repetición más o menos similar.

Muchas veces, como en los romances (versos octosílabos con rima asonante en los pies pares), la unicidad de un mismo metro solo es alterada por la aparición de la asonancia de pie, ya que los versos presentan el mismo patrón acentual definido por el metro.

En los poemas considerados polimétricos –con rima o sin ella–, el oído percibe modificaciones de metro pero la marcación efectiva de sincronía la dan los acentos o sea, las sílabas tónicas dentro de cada metro contenido dentro de la estructura poética.

De este concepto resulta que hay metros con sincronía tónica entre sí y por lo tanto, considerados dentro de un mismo ritmo y metros con asincronía tónica o corrimiento acentual que no pueden combinarse con los rítmicos porque producen una alteración de la estructura melódica.

Este fenómeno netamente acústico es el que da origen a la división de los metros en dos grandes grupos rítmicos dentro de la construcción poética española.

Contrapuesto a este fenómeno acústico producido por el metro existe un segundo fenómeno en el que el metro no cuenta –el verso libre– y está dado por otra clase de repeticiones o paralelismos sonoros, como sucede en otros idiomas y que dejaremos para otra ocasión.

Resumiendo el aspecto métrico propiamente dicho, tendremos construcciones con versos completamente regulares (metro y acentos constantes para todos los versos) como los endecasílabos melódicos que terminan por saturar el oído por su previsibilidad y el poema polimétrico, donde el oído no prevé esa regularidad ya que el metro va variando y por consiguiente, también la entonación.

Otra variedad es la construcción métrica en endecasílabos con diferentes acentuaciones, cuidando que las tónicas correspondan al ritmo preestablecido dentro de la construcción, ya que no todas las acentuaciones de los endecasílabos (como así también las de los dodecasílabos u otros metros heterostiquiales) cuajan, dado que, por ejemplo, en el endecasílabo de gaita gallega se produce un corrimiento acentual sobre la séptima sílaba que el resto de endecasílabos no posee (6ª y 8ª)

El sistema español es netamente sílabotónico en el que se considera específicamente el tipo de acentuación propia del metro en relación a su número de sílabas para considerarlo adecuado dentro de uno u otro ritmo.

Esto se ve en los metros de menos de ocho sílabas (métricas), que pueden incluirse en uno o en otro ritmo para la combinatoria polimétrica de acuerdo a los metros largos entre los que se los albergue.

En los versos largos a partir de los dodecasílabos, la división aparece dada por la acentuación específica. Es a partir de ésta que los versos largos pueden dividirse en hemistiquiales o heterostiquiales, donde cada parte conserva igual o diferente acentuación, de acuerdo al verso corto que la componga (caso de dodecasílabos 5+7).

Estos versos llevan una interrupción o cesura entre sus constituyentes que obran como versos estructuralmente independientes, respetando la acentuación propia del metro al que correspondan y admiten combinatorias versales propias dadas por las acentuaciones afines entre los metros cortos constituyentes.

Por último, digamos que un poema resulta acústicamente armonioso cuando puede obtener una combinatoria adecuada entre sus metros.

RELATO

Quirófano de guerra

William Vanders

Contando al revés desde mil hasta cincuenta. Cincuenta, el año de la metralla que perforó el ansia por triturar al tiempo para darte la vida, la vida completa, el alma con piel haciendo esqueleto.

Es de madrugada cuando son las tres de la tarde. Es un hospital citadino cuando estamos a cuarenta grados, bajo una carpa de malla verdeoliva, en medio de la selva húmeda de San Cristóbal.

Novecientos noventa y retrocediendo hasta tragarme la voz y lo abstracto. Lo abstracto, la muerte contraída por la pausa del dolor que no se siente. Lo abstracto, la sangre en blanco y negro corriendo hacia la caverna bajo la roca. Lo abstracto, los fantasmas secando mi boca con su aliento, invitando al viaje sobre la sombra del rayo.

Contando. En retroceso. Todo retroceso se contrae, se detiene, luego se gira en sentido correcto y el corazón late nuevamente en la carne herida. Electroshock. Suspenso. Orina. Todas las líneas rectas silban en azul digitalizado. Todas las líneas rectas de pronto son elípticas, entrecortadas, y la cuenta se inclina, de nuevo, bajo el número negativo.

El techo se puso negro. Las pocas luces acuchillan el aire. Los sonidos son gruesos. Los párpados se compactan. Hay formas oblicuas tarareando el eco de una canción de cuna.

Silencio. Los gritos se camuflan, ponen la voz en la oreja sorda. Pausa. El gemido de auxilio pincha el vacío. Todos corren tras la urgencia de muerte. El escenario es la llaga, el colapso del tiempo, la cicatriz de la angustia, el suicidio de la calma, el pavor del hueso, la piedad que fracasa.

Aquí no hay mesa de riñón. Esto es un código azul. Azul la hora del verbo inhábil. Azul, el segundo anulando el tacto. Azul, es la ausencia de matices, la refracción del llanto. Boom. Las esquirlas hicieron ramilletes como si tatuaran un escorpión retorcido. Boom, las alimañas serpean sobre la carne viva. Boom. Los linfocitos huyen de la entraña.

Recalcando la piel, las células, fallan. Muere el minuto salvando al cronómetro. Causa perdida es el pulmón de mano. Pinchazo. Corte longitudinal, sangre, frío, calor. El espíritu flota sobre el estado de coma.El metal lo extraen, cae al piso y el sonido seco devora el barro y la mirada escucha lo que el oído ve. Lo que el oído ve la mano huele. Lo que la nariz dibuja los ojos palpan. El poro adivina la secuela del caos.

Ruido despierto. Columna sensible. Vuelve el ánimo a mi tortura. Recuerdo. Percibo. Creo. Constato. Hace instantes pasé la zona negra y el área blanca estaba atestada de moribundos y hoy, justo hoy, no hubo tiempo para salvar a ese amor , ese que nos agarraba de la mano , para que besáramos el hogar del pan dulce.

Garganta de cobre: Apoca la elipsis. Silencia y vacía, alucina. Rima la muerte para sacrificar los acentos, para hacer un holocausto consonante asonando en la campana rota.

Alucino. Vuelvo a ti, inventador de alas, suspendido sobre el trigo de mi mismo. Lloro. Mi abrazo se hunde en tu imagen de agua. Ido, soy humo brillando en el recuerdo. Ido, fugado de los luegos germinados en lo pretérito. Ido, repaso las virutas de la memoria. Ido, borrando la culpa. Ido, aterido,desvanecido, sin nada.

Cincuenta y uno. La euforia es anterior al quiebre. Sin – cuenta, perdimos. Ya está


El apagón

Rosario Alonso

No se tenía conocimiento de un verano tan caluroso como el que estábamos viviendo, tal como informaba el telediario. El locutor explicaba que en el sur las temperaturas se acercaban a los cincuenta grados; y los trenes habían suspendido su recorrido por temor a que las vías se dilataran. Enfatizaba, además, que a causa de la ola de calor había muerto una treintena de personas aunque se temía por la vida de otras tantas ya hospitalizadas.

Instintivamente fijé los ojos en el aire acondicionado. ¡Benditos aparatos! Parecía que el calor venía acompañado por una ola de surrealismo. Las tiendas se habían quedado sin aparatos de refrigeración y los que lograron comprarlos debían esperar varias semanas para que un técnico se los instalara. Sin los aparatos de aire acondicionado el panorama se dibujaba de lo más desolador. Pero allí estaba el mío, con su flujo de aire frío llenándome la habitación de unos maravillosos veinte grados.

Bebiendo un refresco casi helado, con el aire a toda pastilla, me sentía como excluida de aquel insoportable calor que cubría a Europa y que iba dejando por doquier sus secuelas y deshidrataciones. Aquello parecía que no iba conmigo. De pronto, el televisor se apagó. Pensé que los fusibles se habrían desconectado, así que fui a constatarlo, pero no, continuaban en la posición de siempre.

Desde la calle me llegó un rumor. A mi pesar y sintiendo en la piel el fuego del sol, me asomé al balcón y pude escuchar entonces a varias vecinas pronunciando la fatídica palabra «APAGÓN». Eran las tres de la tarde.

Con el paso del tiempo la temperatura empezó a subir dentro de la casa y paulatinamente la nevera se quedó sin agua fría y se llenó de refrescos calientes, y la del grifo sabía a rayos. La carne y todos los congelados se echarían a perder antes de mañana, Por lo pronto los polos helados se derritieron y flotaban en su cajón en un líquido de un color indescifrable. Y llegaron las diez de la noche. El termómetro marcaba cuarenta grados. Entre ducha y ducha conseguí resistir amparada por la mortecina luz de una vela.

Oí en la calle un rumor de risas. Regresé al balcón y me encontré con una sorpresa: en la plaza los vecinos habían sacado una manguera y se refrescaban. Las ropas y cabellos mojados parecían invitar a que me sumara al festín. ¡Mi vida por un remojón!, me dije.

Sin pensarlo bajé a la plaza. Estaban ya montando una piscina de plástico enorme que en un plis plas estuvo lista y, mientras la llenaban los niños iban metiéndose en ella. Cuando la manguera me llenó de agua, el primer impacto fue desagradable pero una vez mojada me sumé al griterío que salía de tantas bocas -¡a mí, a mí!- y el encargado de dar los remojones apuntaba a diestro y siniestro para que nadie quedara seco. Para llamar su atención, la vecina del quinto se desprendió del vestido quedando en ropa interior. El de la manguera, animado por el espectáculo, regaba ese “cuerpo Danone”, olvidándose del resto; así que para que el reparto de agua fuese equitativo todos pensamos lo mismo ¡ropas fuera! La gente empezó a desprenderse de la vestimenta, al principio de forma tímida, pero viendo que el de la manguera mojaba más a los cuerpos que mostraran más carne, nos fuimos desnudando. Las pendas quedaron extendidas sobre un banco, como un improvisado perchero.

Algunos había que bajaban en bañador, pero acababan por quitárselo. Las risas y el frescor de aquella agua a presión, amparado por la oscuridad de la plaza que dejaba entrever las siluetas bajo una luna casi llena, hacían que se evaporara la vergüenza. Gente de todas las edades, de todas las constituciones imaginables jugaban, por una vez, al mismo juego. Era todo un espectáculo. Allí estaba el presidente de mi comunidad, el hombre más serio de todo el barrio, corriendo desnudo, siguiendo el rastro de la manguera. La hija del notario, que siempre vestía con un recato decimonónico, ahora parecía una chica play-boy. La abuela de Ricardo, la de los andares cansados, por algún milagro parecía haber recobrado la vitalidad perdida y agitaba las manos para que el agua llegara hasta ella remojando su cuerpo arrugado. ¡Quién la ha visto y quién la ve! pensé. El poeta que vivía en el bloque de enfrente no me quitaba ojo, y conspiraba con el de la manguera para que nos mojara juntos.

Las horas fueron pasando y nadie parecía dispuesto a abandonar la plaza. Eran aproximadamente las cuatro de la madrugada cuando empezaron los tintineos lucientes en las farolas.

¡Ha vuelto la luz! La plaza iluminada nos devuelve a la realidad y la gente se agolpa en el banco-perchero para cubrirse. El poeta, que curiosamente sabía cual era, se apresura a traerme mi vestido. Mientras él se pone sus pantalones, me fijo en aquellos pectorales y comprendo que esta noche sentiré el cálido abrazo de un oso.

POESÍA CORAL

El poseso

Tienes un demonio dentro, escríbelo (Goethe)

El demonio aquí en la tierra sacó sus garras de mármol.


El demonio de la tierra
con su aliento torció huesos,
azufró sendas perdidas
en aluviones de yeso,
ennegreció los rastrojos
con un pedrisco de cuervos,
flageló las cicatrices
las jorobas de los cerros,
vomitó de las entrañas
piedras y cardos posesos,
ensució los crucifijos,
bautizó trece murciélagos…
Y después inventó un nombre
instalándose en su centro.

Isabel Reyes


Vino un demonio a quedarse
en el fondo de mi aliento
para que hablase su boca
y respondiera mi miedo.
Vino despacio, sin ruido,
igual que un gato pequeño
que araña y al darte cuenta
ya te encuentras medio muerto.
Se apoderó de mi vida,
de mi casa, de mi cuerpo.
del corazón de las flores
que perfumaban el viento
y del perrillo que ladra
con su tono lastimero.
Puso boca abajo el mundo
que hasta entonces fuera tierno
y endureció las mañanas
con pedradas a mis sueños.

Si lo queréis os lo paso,
y si lo queréis, es vuestro.

Rosario Alonso


Los demonios son demonios
de cuna, por nacimiento.
Genéticamente fuertes,
invencibles y violentos,
según los pintan las reglas
que se escriben para ellos.

Con el corazón oscuro
tristes en alma y no en cuerpo,
despliegan sus alas rotas
para alzarse sobre el fuego
con el corazón de flama
vuelto ceniza, pequeño.

Culpables de cuanto cargo
ya llevan por cuenta y riesgo,
son otro rostro de dios,
el castigador eterno,
benevolente o impío
según convenga al concierto.

Un demonio siempre ha sido
solamente un ángel negro
que sabe meter las manos
en el barro de los muertos
y está en la tierra arrasada
conteniendo a lo irredento.

La utilidad de un demonio
no está en su lado siniestro.
Es el único que puede
cambiar de sentido el tiempo,
porque dios no mira al hombre
que abandonó, por inepto.

Se lo ha dejado de seña
al demonio predispuesto
para manejar un mundo
de egoísmo y esperpentos.

Mientras se lava las manos
dios mira al demonio, tierno,
y le susurra despacio:
-Ahí tienes… Los contrahechos,
los que lo destruyen todo,
por egoístas y necios.
Estos me han salido mal…
Fíjate que haces con ellos.

Y aquí estamos, los mejores,
feroces de sentimientos,
malqueriendo y malqueridos
ganándonos el sustento,
como puñados de lágrimas
y monedas de desprecio.

Para este mundo de espanto,
nosotros somos perfectos.

Álvaro Font de Lajas


Un demonio se ha sentado
dentro de mi pensamiento
como un bucle de tortura
que repite todo el tiempo
“hazme un poema” y lo hago
porque de sobra presiento
que se nos fue la cabeza
porque la moda lo ha impuesto
igual que un reto viral
y me remito a los hechos.

Un demonio que “en la vida
nos ha puesto en tal aprieto”
que Violante se empodera
y por ello saca pecho.
Reitera siempre lo mismo
como si fuera algo nuevo
y con voz angelical
pide un romance, un soneto.
Al azar, sin pensar mucho,
me inclino por el primero
que puede tener muy pocos
o más de quinientos versos
y ahora toca contar,
no sé cuantos versos llevo
pero trabajo despacio
haciendo el poema entero.

Pero me pregunto ahora
el por qué la obedecemos,
o ella fue muy mandona
o Lope requete bueno,
porque el hombre no quería
pero al resultar modesto
por no discutir con ella
le regaló aquel soneto.

Al demonio doy la espalda
y aunque pida ni contesto.

Rosario Alonso


El demonio siempre espera
a que salga con mi perro,
le sorprende esa amistad,
quiere saber el secreto
que ocultan estos dos seres
caminando tan serenos
a pesar de la violencia
que mantiene al barrio tenso.

Nos sigue con sus sicarios,
envidia nuestro silencio
y quiere crear cizañas,
no entiende lo que es un templo
de resistencia a la mierda
que ha de comer por pendejo.

Orlando Estrella