EDITORIAL

por Gavrí Akhenazi


Realidad ficcionada: trabajar con el caos

Algunos que he visto o leído por ahí, en la vastedad de este mundo online, están convencidos de que escribir es apenas el relato de una sucesión de hechos, la mayoría de ellos ficticios, ilusorios, prefabricados por la mente del autor en turno. Sin embargo, la distancia, la divergencia entre la comodidad de una narración y la realidad es absoluta.

El mundo real, ese de todos los días que está allí afuera de la mente y del autor y del que solamente vemos o percibimos una parte, es abrumadoramente cruel.

Algunos avanzamos sobre esa crueldad, esa brutalidad disparada desde lo más hondo del hombre y que se manifiesta en todo lo que se ve, si acaso el escritor se detiene a mirar realmente lo nutricio que resulta a su obra, ese alrededor. Porque es en ese alrededor hecho a la inclemencia, donde la humanidad y su condición se manifiestan de manera natural, tal y como le es propio.

Un escritor no es lo que inventa sino lo que observa y luego plasma.

La obra está hecha de materiales reales sobre un escenario oscilante que puede ser ficcional o fidedigno, pero lo que sucede sobre ese escenario siempre radica en la esencia de la observación, en los monstruos que uno ha juntado dentro de sí a fuerza de ejercer su óptica sobre el mundo del que forma parte, ya sea como actor de reparto o como testigo de una ópera comunitaria.

La obra y su escritor pertenecen a un universo que abarca infinitas dimensiones y que a su vez se plasma de manera fragmentaria, de acuerdo a las posibilidades reales de acceder a un orden escrito a partir de lo visualizado y procesado, ya que esto es siempre base para obtener un producto propio.

Como hijo de mi tiempo o hijo del siglo, he visto desarrollarse diferentes corrientes o propuestas, ya sean éstas irrisorias y fútiles como analíticas y perdurables, así como también me ha parecido muchas veces un decidido delirio egotista aquello de pretender «nuevas narrativas o nueva poesía» , exhibidas desde la pomposidad más recalcitrante y por ende, desde la ignorancia más soberbia, como un descubrimiento especialmente único de realidades o especulaciones que se dejan por el camino la historia del hombre ya hartamente escrita y reescrita.

A pesar de mí, estoy absolutamente persuadido de que existe, en la mayoría de los casos online que por aquí me ocupan, un divorcio manifiesto entre la narración de algo y la realidad propuesta al escritor desde el mundo que lo rodea con su verdad incomprensible.

Luego, llega el arte del cómo, ya que el realismo del que se nutre el escritor quizás no deba ser solo un discurso sobre los hechos que le da por relatar, sino que el verdadero sustento de la obra está en el cómo esos hechos consiguen transformarse en arte sin perder su vigencia, su esencia y su verosimilitud.

La realidad como sustrato ficcional se presenta con un sesgo caótico que debe ser reinterpretado a partir de la percepción y de la agudeza con que el escritor consiga relacionarse interiormente con su parte en esa realidad para transformar sin deformar el mensaje recibido.

Quizás es por eso que siempre he defendido el estilo con que la anécdota está escrita por encima de la anécdota en sí.

Es en el estilo de lo escrito donde se percibe la real impronta del escritor y su visión sobre esa realidad que lo rodea más allá de la ficción o no ficción.

Es su visión creativa o recreativa de lo real y percibido, lo que resuelve la ecuación de la dicotomía entre lo tangible y lo ficcionado.

Porque la realidad per sé es una cosa bárbara incluso dentro de una anécdota hermosa y es justo ese sustrato profundo de la condición humana, lo que nunca es dado perder al momento de que la obra se transforme en «nuestro punto de vista», un poco más allá de un discurso narrativo que se limita a la enumeración de verbos como único sustrato.

Justo por ese extraño costado, pasa el arte.

Gavrí Akhenazi, prosas

Imagen by Steven Wilson

La piel en la montaña

En esa serenidad rústica nos volvíamos antiguos como amuletos. Algo nos había transformado en domésticos, adaptables y plásticos ante las inclemencias, lejanos a los truenos y a las rutas de hormigas sobre el banco de piedra de un jardín en las afueras de una ciudad vacía.

No esperábamos nada. Estábamos ahí, sencillamente, como perros tostados que se ocupan de bostezar al sol convencidos de que ciertas cosas nunca llegan.

Solos.

En esa precariedad descomunal, a veces, nos ocurría la presencia de un niño.

Llegaba hasta nosotros como un soplo y nos observaba como a seres de zoológico. Luego se iba. Regresaba un buen rato después con otro niño y se detenían ambos a mirarnos. Nosotros seguíamos allí, en la jaula de nosotros mismos, dejando discurrir la soledad sobre aquella intemperie desorientada y trágica en la que trabajábamos con vocación de ruinas.

Al fin, aprendimos a jugar con los niños. Nos devolvieron un trozo de la curiosidad y un pedazo mordido de alegría que nos alimentó durante meses.

Los hombres eran duros como nosotros, pero como nosotros, en el fondo, parecían, ellos también, niños.


Punto de mira


Piensa, mientras regresan trayendo los muertos a hombros por la piedra, que la devastación le ocupa sus lugares rotos.

La devastación es el anfitrión de sus eclipses. Se acomoda en sus sombras con su gesto de sombra ungida con todos los poderes del silencio. Sabe que él no le hace falta. Sabe que es su costumbre para no dormir sola en esos inviernos interminables, mientras, como una gota de frío, se acurruca en su propia redondez humedeciendo de tacto las aristas de los hombres.

Él ya no es dramático si alguna vez lo fue. Los dramas le enseñaron a ser parco de asco y a ser parco de amor; nadar en una yuxtapuesta indiferencia a contraluz de la fama y de la gloria, hacia la oscuridad de su consigo; dejarse a la deriva de las músicas que escucha solamente él, porque las músicas son recuerdos sonoros de tantas cosas que han enmudecido y se enmohecen en su estado de ser.

Piensa en esa falta de catástrofes como en su gran catástrofe. Ya no le asusta ni siquiera que no lo asuste nada y ha perdido hasta la codicia de sorpresa. No le causa sorpresa que no lo asuste nada de toda esa devastación incalculable.

La soledad metódica es un vicio de todos por allí.

Alza los ojos al espacio grávido e inconmensurable de aquellas montañas pero no siente el cielo.

Como ellos regresaban con los muertos, desde el valle, los niños regresaban con las cabras.


Vieja carta sin destino aparente



«Recuérdame, amor mío, que te escriba una carta hecha con aves rubias. Una carta con aves y conejos de color caoba que disipan el sol y alzan espacios de polvo fabuloso.

Recuérdame que escriba sobre las contingencias de tus pies diminutos en la nieve, cavando los caminos de regreso con aquellos zapatos mínimos que parecían botellitas de sangre. Eran rojos tus zapatos como mis vendas rojas y como las frutas pequeñas y redondas que recogías entre las zarzas áridas. Come, decías, son dulces como pequeñas gotas de alegría.

Tu alegría era roja igual que una manzana. Tu alegría era una mancha roja que mordía mi pecho herido y pálido, y se deslizaba como un río rojo pintándome singladuras de pájaros en un paisaje donde no había nada.

Recuérdame, amor mío, como eran las tardes milenarias junto al fuego en la estufa y tu perfil de claridad contra la curva hostil de la floresta. Dame esa mansedumbre de tus ojos de hembra de gamo que se oculta del oso y la sonrisa por detrás del ala de tu cabello suelto.

Ya no recuerdo más que el olvido. He perdido el nombre de las flores que juntaban tus manos y no sé nombrar el zureo de las palomas que llegaban al pan, de tarde en tarde.

Recuérdame tu boca. Recuérdame tu lengua. Recuérdame las aletas de tu nariz al borde del enojo y la fecundidad de tus pestañas frente al llanto.

Recuérdame tu aliento y tu silencio y el suave derrotero de tus caderas presas en mis manos y ese fondo lacustre de tu aroma ungiéndome la boca.

Recuérdame que me recuerde siguiéndote el cabello como un perro y la aventura de los viejos caminos en las cumbres donde las piedras cantan hondas voces de agua.

Recuérdame, amor mío, si acaso soy aún esta soledad que no ha cambiado».




Terminé de escribir la carta que me había pedido para su esposa y mientras se la leía, mi compañero sin manos murió sonriendo.
Yo lloré.

De: Ius soli – Primer diario del Kurdistán

Selección de poemas de Gavrí Akhenazi

Imagen by Andras Sziffer

Elogio inerme

No me imagino ahora,
en este tiempo de rudimentos que se vuelven anclas
y la jaula libera con sus fondos de humo
los pájaros armados en que nos convertimos
para salvar el vuelo.

Hemos salvado, también,
algunos pocos cantos al cabo de la risa
como la conjetura de estar vivos a pesar de estar vivos.

Venías tan inerme de nobleza a ofrecerme las rosas de tus balas
que era imposible condenarte a muerte
ni en batalla ni fuera de la guerra de bien que proponías
sobre arpones, puñales y armisticios
que hablaban de pañuelos y de trenes que no saben llegar
si no es descarrilando en tus andenes.

Venías tan desarmada con tus armas,
con esa gravedad del verbo grávido sobre la lengua impura,
con el gesto pausado y detenido de la mano que es sabia
en amansar rincones con cadáveres

que tuve que mirarte.

Y luego, ya no dejé de hacerlo como se mira el mar
con esa nostalgia sin premura que poseen los puertos en invierno
y esa costumbre mansa
de animal que se refugia en sí cuando la noche
es más amplia que el aire.

Un riego por goteo en este yermo
un día y otro día y otro día
hasta el ancho momento de los verdes.

Ahora, no sabría cómo no verdecer en la sequía
sobre la que tu boca me acontece
alimentaria.


Caída libre

Esta deriva de pequeños gestos
envuelve las ausencias con un hálito oscuro
que arremete sobre las condecoraciones
y se expande
con una suavidad de labio

hermético
turgente

agranadado como si de él brotaran verbos viejos.

Caen aquí.

Todas tus palabras caen como caen las reminiscencias
en el vértigo y en el esplendor
como si tuvieran su propia Shangrilâ
en un rincón del tiempo en que la vida moja sus historias.

Viajo despacio en este velero impenetrable
y hay en el aire una hondura que ha perdido las alas
porque tus pájaros

ásperos y metálicos como si fueran pájaros de guerra

se zambullen dentro de mi boca
para escribir las palabras descorazonadas
las palabras irrespirables
las palabras que parecen bruñidas por un zapatero de brujas

no de Cenicientas.

Entonces, solo para tu boca
unto de sangre a mi propio verbo
como si escribirte fuera un parto distócico

y el poema, mi alma.


Preso del fuego

¿Cuántas veces la muerte me ha pisado la sombra
y ha teñido mis manos con su oscura calaña?
¿Y cuántas otras veces la ha escupido mi boca
como un hueso podrido que me ha podrido el alma?

No sabría contar las voces de violencia
que atraparon sin rumbo mi poca algarabía
ni las veces que herido he rasgado la tela
de tus versos, con saña, para vendar mi vida.

Retorcido, malsano, mal curado, mal muerto,
que escribe lo que piensa cuando no siente nada
o siente demasiado su oscuridad de ciego

soy bicho malhadado que recubre con karma
a su letra rabiosa y al perverso deseo
de inmolarte algún día a su férrea esperanza.

EDITORIAL

El escritor y su herramienta

por Gavrí Akhenazi

Imagen by Marcel Langthim

Me pregunto, cuando leo o escucho ciertas posturas o participo de algunas formas de debate, dónde ha quedado realmente la lengua que nos fuera cercana y accesible.

Siento, en muchas ocasiones, que toda esa riqueza intrínseca que tiene el español ya no queda en ninguna parte. Se ha perdido en medio de todo lo que se ha perdido o degradado o transformado en una mutación extravagante acorde a la época, como si sobre el idioma hubiera caído una verdadera batería de misiles de cabeza nuclear que crearan esa gestación de deformidades en los humanos sobre los que caen.

Quizás la lengua está perdida en los laberintos de quienes la hablan cada vez más a su modo, y no será posible su rescate, a pesar de todo lo que algunos nos esforcemos en conservar el código que nos equipara y nos iguala.

A esta altura del siglo, parece destinada, tal vez, a atravesar el desierto del enmudecimiento en pos de la tierra de los emoticones, atravesar las brumas tenebrosas y sórdidas de un discurso que la mutila y la descoyunta casi con afán asesino para salir de esos lugares transformada en un adefesio irreconocible.

He regresado tardíamente al español y a reaprenderlo en su vastedad y también a redescubrirlo como un código cuasi infinito de posibilidades en las que todo puede ser escrito y todo puede ser dicho, porque cada vocablo encierra un matiz único e irremplazable y para un escritor que se precie de tal, nada hay más sustancioso que la enorme herramienta de su lengua. Muchos deberían acceder a este último concepto.

La lengua es algo atemporal y nos plantea una exigencia de infinito, porque se abre paso como un acto vivo que siempre es capaz de interpelar y de ofrecer resultados inefables. Unifica, reunifica, explica, relaciona, comunica, habla.

La literatura es la forma más pura de la manifestación de la lengua, y por su naturaleza posee una fundamental esencia interpelativa, ya que está dirigida a otro alguien que completará el círculo de la comunicación y recogerá el germen de sus preguntas, porque el código participa al receptor con el emisor del mensaje y resultará nutricio ese intercambio de realidades ficcionales o no, líricas o no, pero que siempre inducirá a un sentido de amplitud reflexiva, tan necesaria a los seres humanos.

La lengua es riqueza.

¿Por qué, entonces, arrojar la riqueza a los chanchos, siempre bien alimentados por el postureo de moda?

«Un desorden de fotos con tu nombre, Gavrí Akhenazi

En el color del té yace el silencio como yace la voz en la memoria.

Observo el té con un romanticismo infantil y casi desapegado, de la misma forma en que observo el mar cuando navego y me abstraigo en él hasta que siento cómo renacen las cambiadas alas de mi espalda. Porque un demonio no es otra cosa que un ángel con las alas cambiadas, dije o dijiste o dijeron para ahí y cada uno hizo de esa frase algo para reflejar su imagen/semejanza.

Miro fotografías como quien sigue un mapa. Han viajado conmigo en la caja de esconder polizones y cosas que ya no he de mirar.

El humo frágil ni siquiera consigue transformarse en fantasma sobre el pequeño vaso marroquí. Es un hilo tenaz que asciende un blend sin alas a mi nariz fanática del té.

¿Por qué te gusta el té? me repetías, como una incógnita insoluble. Pero yo nunca supe responder, así que respondía: «solo porque me gusta».

Solo porque me gusta, como todo aquello con lo que me comunico en un idioma que ni yo conozco pero en el que me es muy fácil habitar. Habitar, sí, como a salvo.

Las fotografías de aquel tiempo en que los dioses eran seres próximos y la esperanza un hábito, tienen en mi particular cartografía el mismo espacio extraño que este espejo de té. Son un espejo amarronado y lento, que devuelve, desde su quietud, otras imágenes. No las que se reflejan, sino otras.

No rozo su intensidad. Fue otra intensidad y ahora, solo es un espejo que devuelve una vaga sensación de haber vivido, hasta casi demás.

Hay tantos muertos hoy en este espacio, en este espejo. Hay tantos muertos hoy en este té que bebo a solas en un cuarto lleno de penumbras de mí.

Porque yo también me he vuelto una penumbra.

Después de tu silencio, una penumbra.

«Simplemente un romance», Gavrí Akhenazi

Imagen by Benou Mecharavy

Para el ramo de tu boca
y en el penal de mi carne,
escribo con estorninos
solas palabras de nadie.

Desembocadura y dique
del caudal de mi desastre,
sombra de luz en mis ojos
de acritud itinerante,
bebo de tu orilla calma
la hierbabuena y el aire.

Estás entre mis silencios
como una luna que arde
en un día anestesiado
hecho con dolor y arrastre,
para decirme que al cielo
tengo una vez de mi parte.

Viejo de mudez y áspero,
sin finales rutilantes
llego con la lengua rota
de prédica en los eriales
hasta tu recodo mágico,
donde acontecen tus árboles
y en el borde de tu mundo
obligo a que ardan mis naves
aferrado de tus costas
con mis palabras de sangre.

«De copas con Escocia», Gavrí Akhenazi

Imagen by Steve Buissinne

Que no falte la víctima, señores,
que somos puro gesto victimario
contra el que esgrimen como escapulario
las voces impolutas sus rencores.
Vienen de vieja data sinsabores
mal resueltos al pie de la palabra.
Vano intentar que el corazón se abra
y que pueda leerse en su interior.
Sinceramente, ya me da pavor
tocarle el caramillo a tanta cabra.

Siempre la queja a punta de plumero
como un hábito más que se prodiga
sin que haya gesto alguno que desdiga
esa repetición del cancionero.
Nunca un poco de humor, siempre aguacero,
siempre la moralina y la frontera
al pensamiento abierto y la montera
a lo que, transgresor, despliega el ala.
Es gota de veneno que hace gala
de conducta ejemplar por lo severa.

Así que aquí me encierro y hablo solo
con mis ganas de hablar conmigo mismo,
mientras me circunscribo a mi ostracismo
por mantener intacto el protocolo.
Que aunque sea león, conozco el dolo
que provoca mi zarpa si la extiendo
y por eso también me recomiendo
este retraimiento y esta purga.
Los huevos tengo al plato con la murga
y estoy cansado de ofrecer remiendo.

Al final, acá estamos, perdidosos
ya por hache o por be de la quejumbre
que obedece a su propia y sola lumbre
poblada de argumentos quejumbrosos.
Todos somos tan malos, tan mañosos,
tan pero tan, tan, tan hijos de puta
que nos place mirar que no disfruta
quien quiere disfrutar de su centrismo.
Qué generosa prueba de egoísmo
damos, cuando al centrismo se refuta.

Y nada viene bien, nada es bastante,
así que comprendiendo aquí la idea
dejaré de bailar con la más fea
y me iré con Escocia, en adelante.
Que bien ya me explicó con buen talante:
«hacerse a un lado trae beneficio
y deja de atraparte el maleficio
de contemporizar con lo inconforme,
que escribas como escribas el informe
para quejarse, hallará resquicio».

EDITORIAL

Imagen by Danilo Batista

El perverso arte del mal competidor

por Gavrí Akhenazi

Las competencias entre ciertos movimientos «literarios» y sus protagonistas, que buscan su expresión a través de internet, no son novedosos, porque eso ha ocurrido en todos los tiempos.

Lo nefasto de ciertos planteos de competencia se da cuando los protagonistas de esos movimientos que surgen entre aparatosos autobombos y extensísimas exposiciones de sus atributos –como si poseer algún titulillo universitario (propio o inventado), asegurara la potencia de un escritor– se cimentan en destruir a la oferta contraria, sibilinamente y escupiendo sapos sobre los demás que puedan ser competidores.

Sinceramente, uno trata de mantenerse moderado, cuasi haciendo un voto a la indiferencia más ecuánime. Es más,  uno intenta reflexionar y ser fiel con su ideas y siempre manejarse poniendo en el contexto adecuado los conocimientos que ha adquirido.

Más de una vez, siguiendo esta metodología, he intentado –diría que infructuosamente y eso que se trata de palabras, cosa que deberían entender todos los que se dicen escritores– llegar al diálogo de forma serena, educada, trabajada en base a la lógica, cosa que desde ya dota a una argumentación del  equilibrio necesario, pero digamos que hay veces en que uno se topa con gente que le pone las cosas difíciles, porque albergan una ponzoña disfrazada de interés y un interés hipócrita que disfraza aviesamente el deseo de hacer daño, solo con el fin de no tener competidores de fuste. Los otros, no les interesan.

La literatura, como todas las artes, carece de la generosidad necesaria para remontar vuelo asistida por sus artistas o sea, los escritores. Por el contrario, cuando en realidad se ve algo así, esos que nombro anteriormente buscan de manera despiadada crear una pelea en el barro y lo que no son capaces de decir de frente, lo murmuran en todas esas orejas incautas o ávidas de saborear la sangre ajena.

O bailan el agua, doran la píldora y, literalmente, chupan el culo –permítaseme aquí la falta de temor a la expresión– solamente para ser recompensados por la babosería ajena a la que, posteriormente, ofrecerán un lugarcito primoroso en el proyecto que llevan a cabo, sin importar en realidad la calidad literaria de lo expuesto.

Se leen cada cosas por ahí que hablan más de sus editores que de los propios convocados a participar.

Pruebas… como para hacer dulce. Pruebas de ambas cosas, también.

Lo mal nacido no prospera. La literatura lo olvida y mucho más aún en estos tiempos pasatistas y apócrifos, en que se han perdido los lectores de fuste que puedan opinar objetivamente.

Lo que avala la calidad es la trayectoria y el sostén en el tiempo. No exponer, a guisa de panegírico refrendatorio de solvencia, una innumerable cantidad de ítems que llevan a pensar a quien los lee: «sacaron a pasear el trapo de lustrar bronce de la abuela».

«Cancelación de lo desierto», Gavrí Akhenazi – Morgana de Palacios

Imagen by Enrique López Garre

Improvisación en tiempo real – Contrapunto

Yo sé que a veces hinco la rodilla en la tierra
y que entierro en el pecho la cabeza afiebrada
por imaginar cosas que podría decirte
a solas y en la umbra, como alguien sin mañana.

Pero soy un silencio que se remuerde solo
con vocación inhóspita. Una bestia esteparia
que busca entre las cuevas secretas de tu especie
la especie que ha perdido su espíritu de llama.

Aúllo y te reclamo con mordiscos de lumbre,
tu acerico de ausencia se me clava en las plantas
y soy el caminante que ha extraviado un desierto
y rebusca en su sed el agua de la lágrima.

Al fin y al cabo, a solas, sin tantos artilugios
asesino entre verbos mis mundos de metralla
y, como ves, inclino mi arrogancia señera
a la rienda de seda de tus manos extrañas.

No me acaricies, hembra, que la melancolía
de no haberte tenido, me llena de nostalgia.

Gavrí Akhenazi


A veces soy su fe si, de repente,
le arranco la espoleta a una granada
y detona al chocar contra mi boca
y me llena de esquirlas la garganta.

Otras veces no soy más que el colapso
de la buena intención y su mirada
se pervierte en la sádica tortura
que quisiera infligirme en la distancia.

Se ha vuelto vulnerable con el tiempo,
quizás por sus insólitas jugadas.

Aún prefiere andar bajo mi lluvia
sin pedir el cobijo de un paraguas,
porque le gusta amanecer mojado
cuando son secas otras circunstancias.

Yo soy el putching ball que absorbe el golpe
cuando su corazón se desbarranca,
pero crece en el verso si me nombra
y se excita, varón, si me
descalza.

Morgana de Palacios


A veces soy así y a veces lento,
gravito en tu pasión como la escarcha
que te nieva entre enero los azules
y desde tus azules desbarranca
su ligereza inútil y su nimbo
de insospechada claridad humana.

Estás de pie en el mundo como el tiempo
recorre el universo y lo equipara
y nos volvemos hitos planetarios
que van ajusticiando las palabras
porque tu boca clara marca el rumbo
del que se aleja hostil, mi boca amarga.

Que he cambiado, lo sé. Sé que he cambiado.
Que ya no soy aquel que sí mataba
al enemigo y luego, victorioso
alzaba la cabeza cercenada
y la echaba a los pies de tus trofeos
en la vieja cuneta de las ansias.

Cambié. Me puse bueno y metafísico,
contemporizador y mano blanda,
pero si alguien te toca, te aseguro
que la bestia me habita aquí en la rabia
y me vuelvo aquel malo ingobernable
que doblegó tu mano, sana y salva.

Gavrí Akhenazi


En tu mapa vital las cicatrices
marcan los aspavientos de la suerte,
los dolores y los retorcimientos
que tocan las mujeres
con dedos temerosos y labios indecisos
cuando aún no penetran en tu mente.

Son tantas las grabadas en el tiempo
de las escaramuzas en los frentes,
que casi no recuerdas ni tú mismo
si son un tatuaje en las paredes
de la piel maltratada por la vida
o es la propia vida quien dibuja vaivenes
sobre tu cuerpo enjuto acostumbrado
a engañar a la muerte.

Yo que guardo las mías donde nadie las ve,
sé que las invisibles en ti son las más fuertes,
las que nadie sospecha que puedan existir
y las que más te duelen.

No has cambiado tanto, sigues siendo el soldado
que camina en la sombra con el alma en los dientes.
Sentirte solo es parte de la ferocidad
que te nace en el vientre
cuando la indiferencia ajena por el mundo
se te vuelve un parásito evidente.

Al final no eres ese ni el otro, eres tú,
exactamente
tú, profundo y breve.

Morgana de Palacios


En el rito vital la coincidencia
nos devolvió a rutinas despiadadas
y en un desequilibro, desvariadas,
nos atrapó su suave incandescencia

Podemos resumir nuestra indecencia
en las imaginarias desaladas
de dos extravagancias extraviadas
al mundo peculiar de su inconciencia.

A veces vos sos fénix, yo soy cobra.
Para llevar la identidad del sino:
míticos bichos presos en la obra.

Existen, más allá de ese destino
con que enfrentan el pecho a la zozobra,
tu corazón de miel y mi asesino.

Gavrí Akhenazi


Mala para tus ojos, porque te gusto mala,
mala de malitud, de naturalescencia,
mala por revolverte, por disparar la bala
que te acierta en el centro de la circunferencia.

Mala por alumbrarte, malérrima bengala
con fuegos de artificio los días de abstinencia,
por no rendirme nunca al Coronel de gala
y excitarte los ojos con mi concupiscencia.

Mala por estar viva y provocar tu celo,
por servirte en bandeja la erótica del velo
que enigmático cubre mi voz que se regala.

Por aguzar tu ingenio para los desvaríos
y hacer que de tu boca promiscua fluyan ríos
de poesía libre, me has bautizado Mala.

Morgana de Palacios


Después, para tu boca, el vendaval del hambre
que te estalle en los senos de prédica madura
y que tu vientre curve la fuerza de la sangre
sobre el vértice inerme de mi fiera premura.

Cabalgar en el tiempo de la boca sonora
como en una marea de ansiedad matutina
sobre el sabor antiguo de la primera hora
en que la piel se vuelva desnortada y canina.

Que el hambre me revuelve la lengua del deseo
y me imagino intensa la curva en la que encallo
mi percepción del día verdeciendo en tus ojos

de mar alucinado, de fiera y el desmayo
de tu labios lamiendo la sed de mis despojos.
Así es como en mis sueños tu corazón poseo.

Gavrí Akhenazi


Despedirme de ti no entra en mis cabales.
Lo que me das no hay oro que lo pueda pagar.
Contigo soy la monja que mira el lupanar
con ojos de pecado y lengua de abrojales.

Ríes el tour de forçe en los ceremoniales
con que me incitas lúdico para poder llegar
a la carta más alta que se pueda jugar
en el juego asesino de las reglas morales.

Te empecina saber que no me entrego
como tantas, sin lucha. Tu estratego
inventa escaramuzas cada día.

Pero yo no claudico ante tu trato
pues sé que sale caro lo barato.
Lo nuestro es una hermosa guerra fría.

Morgana de Palacios


Y es una guerra al fin y en toda guerra
como aquellas que
-alzadas en tu nombre de maga impenitente
que colecciona a sus amantes muertos en cunetas sin agua-
han emprendido viejos caballeros de armaduras inermes
(y de lenguas rabiosamente trepadoras),
nos debatimos el judío amargo que sobrevivió a Masada
porque le resultó una afrenta suicidarse
y la hija del vértigo profundo sobre el peñón de Avalon.

Te bulle el África caliente en la saliva
y en la sangre hay derbakes milenarios que te agitan el tiempo
y la indocilidad
y esa hembra chita que camina sola y devora a sus presas
con una lengua suave y seductora y unos dientes de presumir sonrisas.

No sé si me elegiste porque no había otro bicho más extraño a la mano
-ya que este reino
siempre tuvo su colección de fáciles rarezas intentado subirse por tus muslos-

pero yo sigo, perduro, persevero

porque,
en realidad,

tengo un espíritu de Cancerbero insobornable,
capaz de enfrentar hasta a sus propios muertos si se acercan curiosos
a presenciar la historia que vivimos.

Dos, porque somos dos y siempre dos
en un único, guerrero y épico país desconocido
que ha perdido su nombre de batalla
y conserva la esencia de su paz
tantísimas veces malograda

igual que un talismán
que llevo al cuello como si fuera mi primer medalla.

Gavrí Akhenazi


Te agradezco la noche sin pausa, la escritura,
la luna rielando en los mares de arenas
cuando sembramos juntos alegrías y penas
en el amplio desierto de la literatura.

Te agradezco la luz que alumbró mi ventana,
la amenaza de sol de tu lengua de sombras,
el sentirte reír cada vez que me nombras
y el empecinamiento en besar el mañana.

Nadie podrá decir que haya sido fácil
llegar donde tú estás, airoso y grácil,
tras avanzar a muerte abriendo brecha.

El objetivo es hoy tu cita con la vida.
Vivir en esa tierra prometida
todo lo no vivido hasta la fecha
.

Morgana de Palacios

«Lengua alopécica», Idella Esteve – Gavrí Akhenazi

Imagen by Rutpratheep Nilpechr

Contrapunto

Es tanta la alopecia de mi lengua
que ya no sé qué hacer para enmendarla,
le pone trabas a cualquier dictado
y expeditas le salen las palabras;
se ha vuelto descarada y lenguaraz
y no se calla ni «debajo el agua».

Tal vez debiera hallar una peluca
que pudiera servirle de pantalla,
de filtro en que colar las opiniones
y no decir lo que le viene en gana.

Enseñarle a contar será preciso
hasta diez, o hasta más, antes del habla,
implantarle quizás algunos pelos
que enmarañen el fluir de su alfaguara,
que corren como un río sus ideas
y vuelan al salir desaforadas
con alas que han crecido con los años,
libres de vestimentas y corazas.

Qué incordio de esta lengua tan desnuda
acostumbrada a no pararse en nada.

Aun cuando un punto yo me dé en la boca
en cuanto me despisto se me escapa
sacando entre los huecos de los labios
aquello que le está quemando el alma
.

Idella Esteve


Parece, compañera, que tenemos
un problema común con nuestras lenguas,
un gen será quizás, que predispone
a decir siempre aquello que se piensa
y a veces me pregunto si tal cosa
no debería ser lo que rigiera
las conductas del hombre en todo tiempo
y debatir de frente las propuestas.

Y sin embargo, no. La gente calla,
oculta, modifica, omite, niega
aquello que querría volver grito.
Prefiere ser política y correcta,
disfrazar pensamientos y verdades,
acomodar la aguja y la respuesta,
y luego el dije Diego aunque hubo digo,
«me has entendido mal», «no es lo que piensas».

Tengo la boca floja, aunque de viejo
uno aprende a leer en las tormentas
y expone la verdad con raciocinio
y le quita pasión a sus ideas
para volverse claro, siempre firme
en que su convicción es su bandera.

Mi lengua sigue igual, mis rebeliones
la mantienen activa y alopécica.

Gavrí Akhenazi

«Me llamo claridad», Morgana de Palacios – Gavrí Akhenazi

Contrapunto

… y entre mi escombro,
sanadora su agua si me ensombro
enciende un lucerío…
(Akhenazi)



Digo la luz y el mundo se ilumina.
Porque nombro la luz, la luz se crea
y porque hay luz tu sombra se alabea
y me besa en la boca y me asesina.

Mato la luz y asombro tu retina
con la penumbra viva de la idea,
parásito de luz que melindrea
entre la esclavitud de la rutina.

Cuando escribo la luz, algo se enciende
por seducir tu verbo que trasciende
por la geografía de mis lutos.

Me llamo Claridad siendo La Oscura
y en lo profundo de tu arboladura
brilla el dulzor acerbo de mis frutos.

Morgana de Palacios


Digo la luz y el mundo se ilumina.

Morgana

Taciturna la luz. Lanza de fuego,
su atemporal gemido de alabanza
y donde sombra hay, sin voz me alcanza
con la vertiginosa luz del ruego.

Queda la sombra en sombra. Con reniego,
cae un ruin vendaval sin enseñanza
con su locuaz feracidad que, a ultranza,
alimenta los dientes del trasiego.

Sorda la pez y sordo el mundo —oscuros—
en que asorda su cueva de extramuros
el que medra sin luz junto al calor.

Si vas con la palabra vuelta tea,
seré el hondo tonel donde la brea
ardiendo borbotea su clamor.

Gavrí Akhenazi


Para después de ti, tu frente quiero,
con todo lo que guarda en la memoria,
tu frente diluvial para mi gloria,
para mi frente abierta a tu aguacero.

Para después de ti, hondo venero,
tu boca transitiva y migratoria,
creadora de alas en mi historia,
para después de ti, tu boca espero.

Porque después de ti, sombralunado,
luna adentro tu nombre en mi costado,
refundaré tu sombra bajo el sol.

Que solamente tú, que sol-a-mente
podrás después de ti, ambivalente,
ocupar tu vacío en mi crisol.

Morgana de Palacios

EDITORIAL

«De esas poses ridículas y otros yerbajos», Gavrí Akhenazi

«Para el poeta, escribir significa derribar el muro tras el cual se oculta algo que siempre estuvo allí».

Milan Kundera

Leo con mucha frecuencia ciertas catarsis exacerbadas y violentas, acerca de lo terrible, lo cruel, lo implacable y desgastante que es para algunos el hecho de escribir.

Leo a esos renegados, enfrentados a su propia expresión, renegando (valga la redundancia) de ella como si el poder escribir fuera poco menos que haberle entregado el alma al diablo y luego de firmado el pacto diabólico de quedarse sin alma, andar a los gritos y mesándose los cabellos por tener un don.

No los entiendo. No consigo interpretar su sufrimiento, su angustia, su desespero, su clamor, su gritería, su pataleta, su berrinche.

¿Por qué ese sufrimiento?¿Por qué esa tortura truculenta que los hace pedazos, según dicen? ¿Por qué el odio/amor, exasperado y casi desquiciado en su obsesión por denostar lo grandioso del acto expresivo?

Allí se presentan con largos discursos apoteóticos, como mártires de la letra ensangrentada, atormentados indefensos del cruel verdugo del arte que eligieron para hacerse visibles a sí mismos.

Porque de eso se trata la escritura: de la visualización de los propios habitantes que todos tenemos dentro. De ese otro que está ahí y que nos habita y que, además, escribe todo lo que se es incapaz de decir sino por su intermedio.

Entonces ¿de qué se trata ese tormento del que hablan algunos como si la literatura los hubiera atado a un potro de tortura intentando arrancar una verdad inconfesable?

La escritura no es eso que algunos –vaya usted a saber por qué–, dicen que es. Es algo maravilloso, extraordinario y por sobre todo, reparador.

Los poetas suelen ser especialistas en estas dramatizaciones de opereta: La poesía, la más cruel de las madrastras, la más intransigente de las carniceras, la más despiadada de las tiranas.

¿Qué les pasa? ¿Qué les pasa a estos tipos? Eso es lo que quisiera saber yo. ¿Por qué tienen semejante conflicto existencial con la escritura?

La escritura no es una cosa que nace de un repollo o que uno se choca en el camino como un espíritu errante que se apodera de nuestra conciencia en una película gore.

Que se puede hablar de trance, sí, a veces, pero la escritura es una parte del escritor que habla, es un hecho consciente que se realiza, es algo que no es ajeno, sino propio.

No es una condena ni uno está maldito. Más bien, es justo al revés. Escribir, poder hacerlo, sana o por lo menos ayuda a ver todo lo que nos habita y ponerlo a cierta distancia como para poder analizarlo con otra perspectiva. Es un acto creativo, no un linchamiento público ni una inmolación a lo bonzo delante de un espejo.

Ese folklore ridículo del escritor traumado o del poeta al borde del suicidio, ya son cosas que han pasado de moda y que han perdido, en consecuencia, su validez como liturgia. Se han vuelto un rasgo grotesco, una pose inválida, una pirueta circense para llamar la atención de algún desprevenido que todavía crea en los pececitos de colores.

Así que no consigo entender a todos esos desesperados que lloran por tener la capacidad para escribir, para descubrir sus monstruos y descubrirse, para curarse o para aliviarse, para expresarse, al fin y al cabo,  que es una de las cosas que más rehúye el ser humano.

Porque la escritura es la tabla que sostiene al náufrago, no el barco mientras se hunde.

Quizás, para evitarse tanta burda infelicidad creativa, todos estos renegados lacrimosos y atormentados, deberían dedicarse al bonsái. O en su defecto, dejar de dar lástima y seguir escribiendo honrando su arte con la boca cerrada y la letra dispuesta.

«El lector, socio capitalista», por Gavrí Akhenazi

El hombre que no tiene la costumbre de leer está apresado en un mundo inmediato, con respecto al tiempo y al espacio. Pero en cuanto toma en sus manos un libro entra en un mundo diferente. Ling Yu Tang

Pese a que las nuevas tecnologías han hecho de los libros algo cercano, al alcance de todos, y que existen muchas formas gratuitas de acercarse a ellos desde infinidad de plataformas o bibliotecas virtuales, la lectura ha mutado extrañamente hacia el aspecto inverso.

El lector, antes, era un animal selectivo y reconocía a qué llamar literatura, independientemente de si fuera un clásico o un innovador a quien leía. La literatura, desde la perspectiva del lector aquel, sometía su apetencia a la búsqueda de mundos diferentes y trabajaba sobre los pensamientos y su libertad ya sea desde la proposición o desde la oposición.

Un lector, entonces,  podía apartarse del presente inmediato para observarlo desde un ángulo distinto, con el que dialogar e intercambiar perspectivas acerca de lo pasado, lo presente y lo futuro, porque ese intercambio y esa interpelación entre enfoques, creaba pensamiento y trabajaba sobre las ampliaciones de otras facetas y criterios menos ponderables de lo real y de lo irreal.

Daba la posibilidad de acordar o cuestionar, porque la verdadera literatura no existe vacía de contenidos y están entre sus funciones tanto el consenso como el disenso con su potencial consumidor.

Este feedback o esta interpelación diferente, separa las partes del hombre que, mediante la lectura, abandona lo corporal para darle verdadera entidad a la capacidad intelectual de la que está dotado y resumirse a ella  como un viajero capaz de transportarse a lo desconocido o a lo ya conocido de otra manera y obtener de ello otras sensaciones, otras reflexiones y otras confrontaciones más allá de las propias.

Es algo que la lectura hace sin que el lector lo advierta. 

Provee al lector de otro mundo, hecho a la cavilación y al pensamiento. Ensancha las fronteras y obliga a la imaginación y a la razón por igual. Edifica hombre.

El problema, creo yo, radica en que la literatura y quienes la producen, olvidan su función en este asunto y entran en la vulgaridad y el pasatismo del todo vale, todo sirve, todo está bien, todo es bueno.

No digo, entiéndaseme bien, que la literatura debe ser un hecho solemne y elitista, sino justo lo contrario. Debe aproximarse al lector y a su vez, aproximar a este a la reflexión, a la medición, a la duda, la pregunta y a la repregunta.

Es función de la literatura hacer aportes sobre sí mismos a los lectores que se descubren como entidades participantes de un dialogo interpelativo en el cual poseen la capacidad de formular opinión propia sobre lo que les es ofrecido. Pueden ser creyentes, incrédulos o ambas cosas: incrédulos creyentes que buscan respuestas tanto a la creencia como a la incredulidad.

La función de la literatura, creo yo, va más allá de lo estético de otras artes porque, no olvidemos, la literatura también es un arte.

No es la estética sino la razón, su principal punto de apoyo. Necesita de un hecho intelectivo eficaz para hacer sus propuestas y por eso, el buen lector es el que determina qué es literatura y qué no pasa de ser apenas una moda para claqueros sin otra pretensión que estar a la moda esgrimiendo la superficialidad que toda moda tiene en su momento de auge.

No hace falta remontarse en el tiempo  –porque las vacas sagradas por algo lo son y nacen en todos los tiempos y en todos los espacios– para encontrar verdadera literatura de fragua actual y contextual a la época, que maneje a su vez lo universal del siempre que posee la condición humana y que, leída en cualquier momento de cualquier siglo, se aplicará a los hechos y a las sociedades con exactitud matemática, independientemente del momento en que viera la luz.

Los hombres repiten la monotonía de su Historia con mayor o menor grado de sofisticación, pero en la base, solo hay una Historia que el buen lector recoge a través de la verdadera literatura, ya que la verdadera literatura, cuente lo que cuente, siempre será un testigo, un espejo, un relator constante de los hechos de la especie humana sobre la tierra.  

«Brama», contrapunto, Ana Bella López Biedma – Gavrí Akhenazi

Respiro tu animal de boca suave
y tus dedos recorren mi tiniebla,
despejan, sin temor a los caminos,
las roncas sensaciones de mi bestia
y nos calan, profundamente vivas,
en su inmoralidad, nuestras mareas.

Desarmo el valle fértil de tu espalda,
y te siembro los dientes de mi huella
si tu voz se reclina en el susurro
cortada en el amor como una cuerda
que me salpica entero con tu nombre
al estallar vocales que se queman.

Hacemos del amor la indisciplina
que sacia sus orgasmos con violencia
en esta soledad bajo la noche
y en este bar de copas de la pena.

Así, juntos y solos, como siempre
ceñimos el vaivén de las caderas
y el mundo es este mundo interminable
en que somos un macho y una hembra.

Después vendrán de nuevo las distancias,
la prodigalidad de las ausencias,
el tiempo camaleónico del bien
donde no cabe el coito de dos fieras.

Cumplamos con nosotros esta noche.
Ya se verá después, qué nos espera.

Gavrí Akhenazi


Respiro de tu boca como el beso
que nunca ha sido beso. Te desvuelas
en la fragilidad que de mi nombre
llega a tu nombre. Urdes con tu lengua
ese verso puntal que se me clava
en el centro voraz de la contienda
de medirnos la sangre, siempre al borde
de cada oscuridad. En la marea
de tu playa me adentro como un barco
cansado de su piel, suave madera
abocada al naufragio de una noche,
vencida por el filo de la ausencia.

Tu mano seminal traza una ruta
que va desde tu hastío hasta mis huellas
y muerde con la urgencia de las ganas
los muslos de mi soledad. Te acepta
la mujer que se esconde entre mis pliegues,
lluvia sumisa, tempestad violenta,
hecha toda de agua en la palabra
que nunca pronunciamos. En tu puerta
he dejado la ropa y los despojos,
abiertamente sola a cielo abierta.

Ana Bella López Biedma


A mi costado, mansa, frágil, dulce
tu orografía es un planeta inmóvil,
una curva de luna atravesada
por la penumbra de la medianoche.
Llena y frutal, igual que un higo intenso
tu sabor de abrevar constelaciones
me ciñe sus perfumes a la boca
y me empapa la piel de tus olores.

Ahora estamos así, serenos, anchos,
gozados en el filo de otros soles
y pronto yo me iré, de madrugada,
gato fugaz que escapa a sus rincones,
mientras tú aquí, de pronto alunecida
guardarás en tu vientre sin temores
las voces de pasión con que no hablo
por no quedarme fiel, junto a tu nombre.

Gavrí Akhenazi


Agreste pergamino el de tu tacto
que vira en ámbar líquido si posas
la lluvia de de tu aliento por mi talle
escuálido de sol. Tus manos rotas
se acercan tan extrañamente lentas
que parecen sembrar piedras preciosas.

Igual te irás, si acaso es que estuvieron
cerca de mí tu sangre y tu derrota
o quizás era solo el espejismo
de la luna en el charco de mis botas.
Acaba el onanismo de las letras
dibujando humedad bajo mi ropa.

Y es que no me conformo con los dedos
de un hombre que me sepa más que sombra
o el sueño de una noche de verano
que me busca en invierno por la boca.

De espuma son las aves de mi vientre
y vuelan con la sed de las deshoras
cuando muerde el insomnio mis costuras
de mujer desoladamente sola.

He cerrado las puertas de este cielo
y vuelvo suavemente a mi pagoda.

Ana Bella López Biedma


Tu pagoda es aquí, junto a mi mano
que se extiende a tu mundo de humedales
tallando un huerto de árboles frutales
a filo de puñal.
Lento artesano
sobre el sancta santorum de tus males,
limpio tu soledad y los retales
de otros dioses ausentes.
Te profano
en tu actitud de ánfora sagrada,
con mi voracidad desvergonzada

y es tu estremecimiento un canto vivo
que libera la bestia con que escribo
esta letra callada.

Gavrí Akhenazi


Ronco bandoneón,
llega tu voz a mí pausadamente.
Del ombligo a la frente
me va desanudando de emoción.
Extraña tu canción
abre el brocal del alma. Puro viento
cuando tu boca brama el sentimiento
sin disfraz ni atadura.
Tiembla, pausa y premura,
la piel, breve el espacio en que te siento.

Me desarma tu canto, negro y luna,
calor de cielo rojo en primavera.
Vale la espera
el tiempo de sin ti, nada y hambruna.
Me juego la fortuna
sentada en el arcén, pasa la vida.
Y mi silencio al beso de tu herida
sobre la alfombra de la confidencia.
Dame la esencia
de tu lágrima honda y más prohibida.

Bebámonos el vino
que nuestra soledad nos brinda en el camino.

Ana Bella López Biedma

Del libro «Sensación de Moebius», dos historias de Gavrí Akhenazi

Post scriptum

En mi corazón late un frío sonoro, pálido por momentos. Late, indisciplinado como la rabia. Se apaga y vuelve y vuelve y se apaga, como si estuviera hecho de mar profundo.

Llevamos un buen rato esperando a Al-Shawiri. Es un hombre puntual y meticuloso con el que me llevo bien. 

En general y a pesar de las complicaciones de este ramo, también en él se establecen simpatías y se otorgan votos de confianza. Habitamos en el archipiélago de los solos y, de vez en vez, hacemos señales hacia las otras islas. Señales sencillas, que puedan ser reconocidas sin dudar, reconocidas, como parte de un código del que se respeta su cifrado. Los que no lo respetan son invasores. Eso también forma parte de nuestro códice de supervivencia.

Con Al-Shawiri puedo conversar de muchas cosas. Compartimos el sesgo de otras vocaciones a las que le dedicamos un tiempo que intentamos guardar en los bolsillos, robándolo al tiempo que nos roba la vida. Escribe, como yo, e igual que yo tiene momentos de debacle y brillantez que oculta en sus libros con un nombre de guerra que no usa en la guerra. Ni él ni yo usamos nuestro nombre de tanto usar nombres de guerra que nos permitan escribir de guerras y de todas las miserias subrepticias que abonan el territorio del terror al ejercicio de la condición humana.

Al-Shawiri y yo solemos encontrarnos en alguna que otra Feria del Libro de tal o cuál lugar. Damos conferencias breves y escapamos de la multitud, con ese anonimato protectivo que tienen las arañas: cazan y desaparecen en sus lugares cuevas. Solamente vamos a puntuales sitios donde estamos a gusto y podemos retirarnos rápido por las puertas laterales.

David no es escritor además del trabajo oficial. Él es anticuario. Posee una tienda mágica en Tánger que las otras rutinas le obligan a abandonar o delegar en manos de otra miembro de la raza que además de ser de la raza, es pintora.

Al-Shawiri sostiene que vivimos fuera del mundo de los demás y que por eso podemos escribir historias que parecen películas o sencillamente, ficción, novela negra. Eso nos da un plus en el campo de la realidad. Vivimos en una especie de cuento por no decir que vivimos en una mentira constante en la que nos enriquecemos de tanto empobrecernos. La única fortuna es poder poner en una hoja de papel esta colección de monedas de miseria que vale lo que somos. O no vale. En realidad, no vale nada ese aspecto prescindible en que nos sumimos de jóvenes por aventureros y de viejos porque no servimos para nada más. 

Acabamos viviendo en dos cuentos: el de la cruda y ardua realidad y el que escribimos para soportar el primero.

Dos cuentos al fin, ni más ni menos. Como si fuéramos sólo un personaje. 


Manual del reptiliano

La cama es angosta y huele a no sé qué, un tufo pringoso y perfumado que se nos adhiere conforme el vaivén lo desprende de sus sujeciones y en esa libertad viaja, movible, hacia el olfato.

La cama, angosta y tufosa, chirría con espasmos, hipa de manera deprimente, como un bicho decrépito que a sacudidas se desarticula y mientras lo hace intenta con extrañas contorsiones acomodar sus partes más ruinosas.

Pienso en ajustar la cama estrecha que cesa de gemir en cuanto me tumbo de espaldas. Pienso en ajustar los bulones que unen las partes de madera que hacen ñec y pienso también que los orificios deben estar agrandados o flojas las tuercas y si es así tendré que ir a comprar algo para suplir esa sonora deficiencia y también un destornillador y alguna pinza. No he visto herramientas en el territorio de David.

Seguramente le haré una lista a Said y que él se encargue de traerme las cosas para ajustar definitivamente esta orquesta de cacofonías que es la cama de…

Giro los ojos y choco con los ojos de la mujer que está a mi lado, mirando mi perfil. Trato de recordar su nombre si es que me lo dijo en el trayecto que recorrimos para acabar aquí. Pero parece no estar en mi memoria y ni siquiera tengo la sensación de un nombre en mí que le pertenezca a la mujer de sonrisa tranquila y cabello amarillo arenoso.

Ella me observa con curiosidad. Está de bruces y con el torso un poco levantado porque sustenta su cuerpo en los antebrazos y los codos, hundidos en su espacio de colchón mojado. El cabello cae sobre un solo hombro. Recuerdo que ella lo llevaba sujeto y yo no lo liberé, contrariando mi gusto por el cabello suelto de mujer.

Quiere hablar, pero yo soy un silencio que anda.

Le deben haber explicado que debe hacerme hablar. Para eso está aquí. Para eso sucedió la planeada causalidad de encontrarnos casualmente, como en un mal guión de una película de enredos tan mediocre como previsible.

Pero yo solamente hablo cuando quiero y para decir solamente lo que quiero.

Entiendo, por sus gestos, que esa parte no se la explicaron porque ellos siempre creen que saben mucho más de lo que saben y que entienden cosas de las que en realidad no entienden nada. Por eso ella está aquí y ha sometido su cuerpo a tener sexo con el mío aunque es joven y tentadora y sin duda podría aspirar a alguien mucho más apetecible que mi vieja contextura de gárgola fósil.

Me los imagino, como antes a la pinza y al destornillador, explicándole a esta rubia novata lo que tiene que hacer en función del deber patriótico, porque ellos (como nosotros) lo conciben todo desde esa perspectiva de heroica inverosimilitud.

Ellos se han buscado minuciosamente todos sus enemigos. A nosotros, los enemigos, nos crecen en las macetas, así que ni siquiera tenemos que buscarlos. Ya están incorporados a nuestra forma de sobrevivir.
No le hago preguntas a la mujer joven que enciende un cigarrillo y dice ¿smoke? mientras me enseña la cajetilla abierta y estrujada por horas de tensa mala vida. Niego con la cabeza y en silencio.

Ella, en cambio, se interesa por todos mis tatuajes. Los estudia como se estudia un libro en otra lengua, arrastrando por ellos los ojos y los dedos y haciéndome preguntas que apenas le respondo. Yo conozco su especie, pero ella no conoce la mía. Esa es la diferencia entre nosotros de la que aún parece no haberse percatado.

Insiste en conversar con mi mudez. Pregunta tonterías que en contexto responden a las premisas de un interrogatorio, pero que aquí, en esta cama bulliciosa y escueta, pasan a ser el diálogo casual de dos desconocidos que in-tentan no sentirse tan ajenos ni solos en un país extranjero y hostil.

Quiere saber qué hago, dónde vivo, si los hombres con los que hablaba cuando ella se zambulló en la escena son mis amigos, y algún que otro detalle que debe averiguar y no averigua porque yo solamente le hago gestos que no responden nada.

Cuando la vi me gustaron sus piernas. Ahora descubrí que tiene lindos pies. Los senos son demasiado pequeños, como dos puñaditos erectos que apenas curvaban su blusa liviana en un inaparente rasgo femenino cuando giré los ojos y la advertí en el café, con un libro en la mano que no me explico de dónde sacó (aunque ellos se las ingenian hasta para conseguir un libro de edición agotada que sirva de señuelo a su propio escritor) y con sus ojos de un azul sajón, fijos en mí.

David me deslizó: “Hay una de los otros que te mira”. A lo que Said agregó: “Le tiene en la mira, di mejor.”
Yo lo supe en cuanto vi el libro. Esa era la excusa para hacerse conmigo e instalarse a mi lado, tal como ahora yo estoy instalado en su cama pequeña y odorífica, de melancólica hembra sola, intentando no resultar ni descortés, ya que se prestó al sexo, ni alerta, para que no alce la guardia ella también porque intuya que advertí la trampa, aunque creo que sabe que yo sé pero se hace la tonta tal como le enseñaron.

Deben haberle dicho que yo solamente reacciono si me obligan a reaccionar. Si no me obligan, prefiero mantenerme en actitud agazapada, de pacífica espera. Quizás se lo hayan dicho, quizás no. Deberían saberlo, en todo caso y haberla prevenido.

Ella quiere saber por qué no le pregunto –como todos, aclara– si le gustó lo que hicimos, si estuve bien y si está satisfecha.

La miro con abulia y con abulia sonrío, dándole a entender que no me haga preguntas idiotas al tiempo que le respondo justamente eso: No hago preguntas idiotas.

Debe ser el tono en que lo digo lo que le da la pauta de que no me importa como ella se sienta o haya procesado este momento sexual que consumamos. Eso la fastidia, la incomoda y la agrede, porque entiende que su objetivo está incumplido y no adquirió dominio sobre mí, cosa que deben haberle recalcado hasta el tedio y que además la obliga a mantener más tiempo esta relación innecesaria para la vida de ambos, con todo lo que mantenerla implicaría para su heroica y patriótica juventud.

Cuando regreso, David está sentado en mi lugar y sonríe. Parece un muñeco rechoncho y descuidado detrás del escritorio.

Said también sonríe. Sobre su dentadura enorme cae la luz y la vuelve sobredimensionada entre los labios gruesos y caníbales. Said tiene un aspecto feroz y desaliñado, dulcemente animal.

Ninguno de ellos me pregunta nada. Regresamos metódicamente a lo que vinimos a hacer aquí, porque aquí, cada uno sabe lo que tiene que hacer.

Said, solamente, me pone una carpeta entre las manos. En la primera hoja está la fotografía “de legajo” de la mujer que acabo de dejar. Ahora, para mí, ya tiene un nombre, un trabajo y un objetivo definido.