Yo quiero ser llorando el hortelano de la tierra que ocupas y estercolas, compañer@ del alma, tan temprano. . Alimentando lluvias, caracolas Y órganos mi dolor sin instrumento, a las desalentadas amapolas . daré tu corazón por alimento. Tanto dolor se agrupa en mi costado, que por doler me duele hasta el aliento. . Un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado. . No hay extensión más grande que mi herida, lloro mi desventura y sus conjuntos y siento más tu muerte que mi vida. . Ando sobre rastrojos de difuntos, y sin calor de nadie y sin consuelo voy de mi corazón a mis asuntos. . .Temprano levantó la muerte el vuelo, temprano madrugó la madrugada, temprano estás rodando por el suelo. . No perdono a la muerte enamorada, no perdono a la vida desatenta, no perdono a la tierra ni a la nada. . En mis manos levanto una tormenta de piedras, rayos y hachas estridentes sedienta de catástrofe y hambrienta . Quiero escarbar la tierra con los dientes, quiero apartar la tierra parte a parte a dentelladas secas y calientes. . Quiero minar la tierra hasta encontrarte y besarte la noble calavera y desamordazarte y regresarte
. ¿Quién dice cómo debe ser un editorial?¿Quién puede decir que esta Elegía, de Miguel Hernández, no es, al fin y al cabo, superior a cualquier editorial que se pueda escribir aquí, hoy? Reflexionar sobre la muerte; decir las cosas que todo el mundo dice; alzar con la letra un panegírico no traerá a Morgana de vuelta ni aliviará el dolor ni calmará el vacío, porque el vacío está allí, asentado ya en el costado de doler como todo lo que duele para siempre.
Volverás a mi huerto y a mi higuera: por los altos andamios de mis flores pajareará tu alma colmenera . de angelicales ceras y labores. Volverás al arrullo de las rejas de los enamorados labradores. . Alegrarás la sombra de mis cejas, y tu sangre se irá a cada lado disputando tu novia y las abejas. . Tu corazón, ya terciopelo ajado, llama a un campo de almendras espumosas mi avariciosa voz de enamorado. . A las aladas almas de las rosas… de almendro de nata te requiero,: que tenemos que hablar de muchas cosas, compañer@ del alma, compañer@.
Una voz, altiva y poderosa, tan humanamente femenina que, aún con todo su poder, siempre conservó lo sensitivo y lo frágil.
Desde aquello netamente poético como aggiornar al siglo el formato clásico, como lo íntimo vital del fatalismo que cae como un rapaz sobre los hiperlúcidos, su poética se centra en el análisis de «la poeta y sus circunstancias/la mujer y sus circunstancias/el ser y sus circunstancias».
ARS AMANDI
I
Si tus labios prensiles en la noche no me cercaran de infinitas lenguas y el corazón no fuera la palabra para beber a golpe de latido.
Si demorado el tacto, fuera el vínculo la razón de la huella clandestina en la humedad perfecta de las ingles
-retráctil caracol que sube por la espalda hasta la nuca hermética oculta en el temblor de los cabellos-
Si no fueras un cuerpo extemporáneo
vivo de cicatrices
para lamer despacio mientras fuerzas la verticalidad en la sonrisa del músculo extasiado.
Si yo no fuera yo ni tú el disturbio ni ambos el misterio
la herida fuera amor en la garganta.
II
Aquí me tienes vestida de inclemencia y en total desnudez. No existe luna que me alumbre la voz en la garganta bajo la negra bóveda del aire y nadie puede oirme si te hablo.
Mírame silenciosa.
Soy casi de cristal cuando respiro y de cristal las venas me recorren y de cristal me quiebro si me dices con la coral de hombres de tu boca que me quieres
que
bra
da
Quien me soñó de acero me consiguió de acero y estirada sobre un desierto frígido de olvido pero a ti te confieso que mi fragilidad no es inventada y que puedo morirme de repente sonora como el vidrio del insomnio.
Sé que me harás añicos de silencio cualquier fragante noche de verano.
III
Lo que nos hace cuerdos, nos disloca y nos rompe en pedazos imposibles el día que se cumplen las ausencias y como un animal agazapado palpita, predadora, la memoria en todos los febreros de la vida.
Febrero con su cruz, tiene su cara, con la mirada escéptica del que lo ha visto todo y en su fragilidad se hace de hierro y es yunque y es martillo y es chispa de mi fragua.
Lo mismo que nos mata nos rebela el instinto de la sobrevivencia.
No sería tan hombre como es de no haber sido bestia sin amarres ni amaría la vida con tanta intensidad, con esa lealtad de kamikaze si no tuviera claro lo fácil que es quitarla lo enormemente fácil que es morirse.
Porque conozco todos sus dogales sé de la seda oculta tras los dientes del ángel tenebroso que le signa, del código amoral con el que besa mi sombra cuando duermo descuidada.
Sé donde está.
Enraizando la voz en mis pupilas, frondoso como el árbol de la fatalidad vibrando mutaciones,
sólo para mis ojos que marcean en él.
IV
Mi silencio está vivo.
Es la autista criatura de sangre y semen que se opone al zumbido de lo muerto en tu piel añorante de su tábano.
No es mi voz quien te crea y regenera el miembro mutilado, es mi silencio el que fagocita la llamada a deshora del sepulcro abierto en la memoria.
Sólo entonces me exiges la palabra y buscas la ebriedad en su copa de láudano.
Sólo entonces me miras con los ojos de un vivo.
No temas mis silencios cuerpo a tierra mas no te atrevas nunca a respirar sin mí mientras me callo,
que no quiero morirme envenenada mordiéndome la lengua.
V
Se me olvida quien era antes de ti, como si mi consciencia necesitara espacio para que tú me ocurras con la amplitud de un sueño irremediable.
Todo se vuelve tú, después de ti.
Los vivos se enmarañan en mi sombra y los muertos se duermen en la hondura inevitablemente.
Sólo me asombras tú después de ti, y mi egoismo medra en la medida en que crece tu escándalo en mis pulsos.
Se ha detenido el mundo en tus pupilas y en tu boca la sed de mi memoria.
Todo eres tú y alrededor no hay nada salvo mi lengua viva pronunciándote.
VI
Mis ojos contra ti y tus oscuros ojos.
Siempre mis ojos contra tu mirada, por más que nuestras bocas se acompasen presas de algarabía o de silencio.
Rota tu voz contra la mía rota y el verso contra el verso que renuncia a juzgar tu inclemencia porque existe otra forma de ver, tras las palabras.
Como te miro yo, te mira el tiempo que en su fugacidad guarda las claves, te mira una mujer que no te teme porque no tiene nada que perder, ni ha de bailarle el agua a ningún loco herido porque la mire, absorto, como un hombre desprogramado y libre.
Tu cuervo contra el vuelo de mis pájaros por un cielo de puertas clausuradas, sin milagros ni llaves.
Y los días que pasan enseñando los dientes.
Detener el tiempo
Vas a heredar mi boca cualquier día, esa naranja amarga de adulterio, mi lengua de tormenta que incisiva hace crujir las gavias de tu aliento.
Heredarás mi voz de jarcha y sable, mi cetro de cristal, mi amor sin dedos, mi astucia de tarántula perdida en la vasta inquietud de los espejos.
Mi látigo de seda, la distancia que va del corazón hasta los huesos, la hondura roja y gualda de mi idioma bajo el azul y blanco de tu verbo.
El pulso de la luz con que destella el nombre que le puse a tu misterio, los confines del Norte que limitan con mi fatalidad de oscuro enebro.
Vas a heredar las cartas del ayuno, las horas de vigilia en el trapecio donde colgué tu sol dilapidado en el calor de mis poemas muertos.
Cuando te lleguen a los ojos, cava una fosa en la tierra de tu pecho y olvídate de mí en el instante en que me entierres cerca de tus miedos.
Cuando sientas que el aire huele a rosas será que han florecido los silencios.
Como un cuchillo de humo afilado en el poema yo me disuelvo y asumo que no he de beber el zumo de tu boca cuando quema.
Asumo que está perdida la guerra en los abrojales del corazón, que la vida no es más que una abierta herida sobre profundos eriales.
Y estoy tan acostumbrada a ir y venir por mí que sola o acompañada me resumo en la mirada con la que te mato a ti.
No sé quién está más roto si tu alien o mi extraña pero de la pena broto con los dientes de alboroto y la lengua de artimaña.
Por tanto, me da lo mismo que estés partido o entero. Con tu vocación de sismo siempre existirá un abismo para el que salte primero.
Más desnuda que un alambre y con vocación de endecha soy la Reina del enjambre que escribe viva de hambre para morir satisfecha.
Tal vez desilusión, no aburrimiento.
Jamás me aburro yo conmigo misma, me inauguro portátil, voy y vengo y me sobra talento armamentista para partir de cero en cualquier guerra, al no soñar con tierras prometidas.
Mi territorio se abre en el presente sobre el páramo azul de la inventiva.
No soy de las que lloran el pasado negando la pasión de cada día, porque lo que me gusta es el camino, la huella de los pasos, la genista en la cuneta donde duermen tantos sobre sus cuerpos yertos invasiva.
A ninguno le debo un mal capricho, ninguno me ha dejado malherida, lo que me dieron di, siempre sobrada, y al irse pasé página deprisa.
Mi lealtad se ajusta a lealtades que no terminan más que con la vida, el resto ni me mueve ni me importa ni consigue borrarme la sonrisa.
¿Aburrimiento? No, ni estando muerta. ¿Desengaño? Quizás, por estar viva.
Pero es lo que estoy, viva y armada hasta los dientes con la poesía.
Un mundo de metáforas
A veces, junto a ti, me ataca el desconcierto por esa diferencia de tu tacto y mi tacto e invento la caricia y el golpe y el exacto instante de atraerte a puro cielo abierto.
Por esa diferencia de tu boca y mi boca es que gestas las guerras que enamoran al labio y el verso que seduce, enardecido y sabio, de tu lengua a mi lengua se agita y descoloca.
Porque somos distintos de palabra y de gesto, de ojos y mirada, el instinto me apuesto para desentrañarte sin un roce de piel.
Un mundo de metáforas con el rostro velado no oculta la certeza de saberte a mi lado el más hombre del mundo con carne de papel.
Trepidaciones
No vayas a creerte que es oro todo lo que reluce si tiro de tu lengua porque desbarres sin asidero. La cita que propongo sólo conduce al despeñadero de lo que has aprendido de otras mujeres. Yo soy un cruce de verdad y mentira que no se apiada de voz alguna, un garfio en tu garganta, la cara oculta de cualquier luna que malvenda secretos por los tejados de lo prohibido asustando a los gatos ronroneantes. No admito dueño ni espuelas de jinetes en los ijares del turbio sueño en que, por ser yo misma ante los hombres, me he convertido.
A veces hasta siento no ser la tierra que engendra el beso de algunos hombres buenos para su lírica apasionada, pero cuando soy tierna siempre hay un malo con la mirada dispuesta a taladrar mi fragilidad hasta el mismo hueso.
Si me visto de seda para la fábula de tu hombría o me cimbro en el aire, látigo hembra de la utopía, no te quedes absorto ante el revuelo de mi palabra ni creas que lo escrito es algo más que provocación para que tú disfrutes mis alacranes de sinrazón. En mí no hay un resquicio ni puerta alguna que se entreabra.
2heroicos
Últimamente, siempre, estoy en otra parte y ni siquiera sé lo que deseo. Dios dejó de mirarme y se presenta tan sólo alguna vez durante el sueño y se mete en mi cama, tan cansado como cansada estoy de desafueros.
Me hago a un lado y llueve sin reproches sobre la rebeldía de mi fuego, y yo tampoco le reprocho nada, bastante tiene con contar los cuerpos que superpuestos llegan a su puerta, y separar los vivos de los muertos.
La omnipotencia da mucho trabajo y digan lo que digan, ya está viejo, como estoy vieja yo para el ruido que meten al entrechocar los huesos, los vivos que maté por divertirme y los que se mataron a destiempo, antes de que pudiera demostrarles que el mayor asesino es el recuerdo.
Me olvido de mí misma, por los que no me olvidan ni cuando tienen hambre de silencio.
Están pasando demasiadas cosas que no tienen que ver conmigo nada. Cosas que vuelan, cosas que bucean en rápido zig-zag, un sube y baja de la resignación por lo perdido, ante la euforia por lo que se gana.
Al mito se renuncia, la quimera nunca termina de enseñar la cara, y la vida nos cambia los paisajes que divisamos desde las ventanas.
Ya no siento placer cuando me pongo para bailar desnuda alguna máscara. El cuerpo que se exhibe no es mi cuerpo ni soy yo si me tapo la palabra.
Donde los fuegos eran de artificio, hoy solo queda pólvora mojada y tan solo resulto venenosa administrada en dosis elevadas.
El mar ya no me añora ni me entiende ni es la memoria que jamás me engaña, pero si nos rozamos pasan cosas, siguen pasando cosas si me abraza.
Legado
En ese libro extraño que nunca va a cerrarse hasta que deje un día de mirarme por dentro y me cierren los ojos los dedos de la vida, encontrarás la clave de todos mis silencios y la maraña oculta de los pájaros mudos que, para protegerte, nunca alzaron el vuelo.
Vas a entender, entonces, que no puede cambiarse lo anómalo del mundo ni sus vicios secretos, que miles de caminos no conducen a Roma y el mal lo embarga todo con su pútrido aliento.
Que no puedes salirte del ciclo de la luna ni eludir las mareas que te arrasen los sueños, que has de escuchar tu grito entre la muchedumbre y acorazarte en ti cuando te asalte el miedo.
Sabrás, sin una duda, que el amor solo es fuerte cuando lo despojamos de carne y de deseo, y es así como puede derribar las murallas y tender nuevos puentes y dominar los vientos.
Sabrás que, como el junco, adaptarse al entorno, no es doblegar la mente ni ceder tu terreno. Que esa es la estrategia para el sobreviviente que lucha por su vida, su familia, su credo, y atraviesa las zonas más oscuras del alma por buscarse a sí mismo, en un viaje eterno.
Al filo del amor que guardo en la memoria, al filo de la muerte y en su desfiladero, se amontonan las letras que dejaré a tu nombre para ser, en tus manos, un simple libro abierto.
Épica, sensitiva, fatalista, pragmática, apasionada, heroicamente frágil y violentamente femenina, con un extraordinario manejo de la técnica al servicio del discurso sin que la palabra pierda su autenticidad de alma y de raíz, es y será una de las mejores poetas que he leído.
Llueve, y las gotas regalan su presencia sobre el azul cobalto de la marea calma.
Se apresura el otoño a cerrarme otro ciclo con su aroma indomable de tristeza, de hojas moribundas que me buscan para su despedida.
Se apresura y me pide que lacre las compuertas de un pasado dañino y que abra la vida al asombro de siempre,
-con el olor de fondo de la tierra mojada-
Y yo sigo sentada en mi rincón de huida preparando un destino , -una plaza de piedra, un cementerio viejo, el follaje, la senda- como el ave que busca la calidez del mundo para empezar de nuevo.
El mar en ti
El mar mece su cuerpo como una danza hipnótica que induce al sosiego y la calma.
Me pierdo en su vaivén y adormecida profundizo en su arena mojándome los pies.
Camino por la orilla un rato largo y el tiempo se detiene porque sabe que vengo a descansar todas las prisas y a reposar en ti mientras contengo el mundo con el compás pausado de tu respiración.
Hoy me quedo a vivir en tus espacios de sal y de silencio.
Amanece en mí
Porque amanece en mí la vida y su revuelta pongo mi corazón a tu recaudo en este día pleno que saluda con olor a café, a corriente marina, a barcas que se alejan hacia ninguna parte.
Amanece, y sí , tu nombre y su cadencia se mece en la mañana al ritmo de tus pasos.
El sol viene muy lento y entrará sin permiso a mis rincones hondos tocando los soportes que juntos compartimos y el entorno será un manto que acaricie los planes de este día.
Ven aquí lucero hermoso, dame tus manitas tiernas, voy a contarte los dedos como si contara estrellas:
Diez dedos tiene este niño como diez luces pequeñas y en los pies, diez diminutos cordeles de una cometa. Cuando tu aprendas a andar se irán soltando los hilos con la justa longitud que hay de los padres al hijo.
A la par que vas creciendo se hará más largo tu paso, y cuando seas ya un hombre que no cabe entre mis brazos, si la vida me da tiempo, me sostendrás como un arco.
Vuela niño cuanto puedas con nobleza y desenfado.
Dos cometas en los pies y una estrella en cada mano.
Los dedos de la mano
Cada dedo de la mano tiene un nombre personal, el primero es el más bajo y le llamamos Pulgar. Al pequeño regordete lo usamos para agarrar.
Al siguiente de la fila le gusta más señalar, Índice es largo y delgado, más que su hermano Pulgar y cuando cumples un año ¡a todos se lo dirá!
El tercero de la fila es el dedo Corazón está en el centro de todos y es alto como un señor, queda en medio de la mano, a su lado hay dos y dos.
Ya casi estamos llegando, con los dedos, al final, pero antes de que acabemos hay que nombrar a dos más; uno que es muy presumido, y que se llama Anular porque se pone el anillo de los novios y papás.
Por último un chiquitín, pequeño como un penique, más flaquito que el Pulgar ¿Cómo se llama? ¡Meñique!
Y ya que los conocemos, ¡vamos todos a jugar! Pero antes diré un secreto: a los dedos de las manos ¡les encanta dibujar!
La bruja Lombarda se ha puesto perdida: haciendo un brebaje le saltó una chispa, le cayó en la falda, se ha vuelto amarilla.
Su búho, asustado, no quiere mirarla, le dice muy serio y hablando de espaldas: ¡Estás horrorosa! ¡Límpiala con agua!
La bruja Lombarda no viste colores, siempre va de negro, de día y de noche, y el color del sol le alegra la cara igual que el limón alegra la rama.
Se han puesto a bailar por toda la casa, el búho la sigue, -qué cosa más rara- y es que la brujita le ha echado en las alas gotas del brebaje que tiñó su falda.
El cuerpo de la hojarasca por el otoño y sin vida, como una serpiente inquieta a mis pies se arremolina, y entre el crujir de las hojas que anuncian la despedida se inunda el campo y me mojas el pelo con tu llovizna. Hueles a tierra mojada perfumando el nuevo día, a calma que se apodera –con su semblanza tranquila– del corazón que se mece en tus manos sanativas..
Disfruto tanto del agua, de la tierra, de este día, disfruto porque estás cerca entre mis cosas sencillas.
Eva Lucía Armas – Argentina
El otoño busca breve el día que se desliza con su diapasón de herrumbre sobre calles de llovizna.
El otoño, por aquí, muda su piel, la hace tibia, y en un carrillón de pájaros la luz huye, fugitiva.
Amo el otoño y su mundo, su acuarela de amatistas, su mansedumbre de cobre, el fuego de su hornacina.
Soy un otoño que late. Mi latir no tiene prisa.
Isabel Reyes – España
Vuelve el otoño de nuevo a ensombrecer la palabra pues la tristeza aparece y en mis adentros se instala.
El septiembre veraniego ha vuelto a mutar su cara y en este invierno precoz por nuestro rostro resbala el dolor de lo caótico que agresividad desata sucediéndose las guerras que algún orate proclama con el dolor que producen en las gentes indignadas inocentes e indefensas y en el centro de sus almas.
No puedo escribir, no puedo con la angustia que me mata ni siquiera un buen romance con lo bien que se me daban.
En este otoño baldío Isabel, en retirada, sigue intentando expresar lo que le duele con rabia pero se siente incapaz de dar a luz la palabra.
Solange Schiaffino – Chile
De pronto, hasta el cielo arde en rumor estremecido el alma estallando en rojo como recuerdos de niños que en sus rostros atardecen con el llegar del rocío. Es el tiempo en su inminencia alargado en un suspiro, la sombra de un banco viejo donde abracé mi destino.
Hoy son ecos, los Otoños del caminar desprovistos, tan desnudos en las ramas de cuanto pretenda abrigo en lo vano y material. Que no importe si deslizo los residuos del café en los márgenes del libro. Anhelar respiración sin sentir ya que me fijo cada vez que avanzo un paso por temor al amarillo. Simplemente oír descalza cuando el ocre se hace añicos y querer ese perderse de ir muriendo estando vivos.
María José Quesada – España
Las hojas tiernas que un día en los árboles brotaban, compitiendo con el verde de la hierba más lozana, han cambiado de color sin moverse de la rama. El otoño viste al bosque con trajecito de gala hecho de tinte marrón, amarillo y color grana.
Pero queda otra sorpresa: en cajitas bien cerradas el otoño trae tesoros -es un fruto y lleva cáscara- ¿qué será ese gran secreto? ¡Nuececitas y avellanas!
Esta estación cierra pronto las dos cortinas del cielo para que todos los niños también jueguen en sus sueños.
Orlando Estrella – República Dominicana
En un otoño se fue huyendo de los dorados. Se abrazó de los inviernos, prefería suelos blancos esos que inspiran pureza. Se enamoró de los cantos que anunciaban fantasias como de esos reyes magos,
pero el hielo sorprendió su alma tropical, causando malestar en su indefensa dermis de otoño y verano. Cuando quiso regresar era tarde para el salto.
Ana Bella López Biedma – España
Llega el otoño despacio a cubrirme las aceras con su corazón de noche y su abrazo de tristeza. Toca mis sienes de luna y en mis párpados recrea la estatura de los sueños cuando la vida era eterna. Camina el tiempo descalzo sobre mis costuras nuevas, me sepulta entre las hojas, soledad de las afueras. Hay un cansancio de pájaro sobre mis noches en vela. Pero aún en lo profundo me late la primavera.
Milagros Morales – España
Con sigilo y con cuidado vas cambiando los colores: el verde por el dorado. Menos el verdor del pino que te desafía ufano, mirando desde su copa su victoria y tu fracaso.
¡Ay, otoño! ¿ Te creías que tenías en tus manos la destrucción absoluta?
Siempre habrá pinos más altos que harán inútil tu lucha.
Eugenia Díaz Mares – México
Una alfombra azafranada resguarda las experiencias, con horas y con minutos casi como la conciencia. La fina lluvia humedece los recuerdos con urgencia, envueltos en tonos rojos del otoño y su presencia, cuando apenas es verano en mí lo hace por prudencia, para no teñir de oscuro al sol con su diligencia sabe que quiero emigrar lejos de la penitencia, o buscar muy dentro mío manos con independencia suelo mojado al andar descanso de tanta pérdida, besar la tierra en mis pies con la semilla y su esencia ya carente de rastrojo, darle luz a mi existencia.
Raúl Muñoz – España
Escribo sobre la lluvia que decora mi cabeza. Amante de plataneros, esposo de la chopera; al abrigo de las nubes, alimento con promesas las miradas infantiles. De lluvia mi teorema corona melancolías, con otoños de la métrica escribo llenando copas, y los árboles se alegran.
Jorge Ángel Aussel – Argentina
El veintiocho de julio ocurre un suceso insólito: «Han muerto el rey y la reina», se titulan los periódicos.
«¡No es posible! ¡Es imposible!», plañe la plebe en sus tópicos.
En el palacio Versal, la Muerte toca en el órgano Adagio for Strings de Barber, mientras se reza el responso. El clima se torna un túnel tan oscuro y claustrofóbico que comprime las gargantas hasta el mismísimo ahogo. Sin la reina y sin el rey brindando guía y apoyo, el pueblo llora elegías en un reino, ahora, inhóspito.
Algunos autoexiliados se enteran del necrológico e imploran volver al reino, atraídos por el morbo.
Otros vuelven por amor, ese amor de darlo todo.
Los bufones de la corte y sus claques accesorios se asocian ilegalmente deseando el protagónico. Se comenta en el palacio que algunos son alcohólicos de los que beben delirios, como borrachos anónimos. Enmascarando el motín, se fingen fieles devotos mientras queman los jardines, como pirados pirómanos, para encender la discordia y hacerse al fin con el trono.
Los protectores del reino y nobles guardianes cósmicos, se enfrentan a las calumnias que persiguen el oprobio y van reventando egos igual que si fueran globos.
La reina envía señales del más allá a sus custodios y llama a la resistencia para vencer a los monstruos. «¡Solo ha cambiado de forma, pero sigue con nosotros!», los guardianes se convencen en medio de tanto engorro. «¡Mi seudónimo de bruja no es un seudónimo, tonto!», dice la reina a un guardián, desde el propio purgatorio. «¡Y cambien esa del Barber que me va a dar un soponcio!», termina diciendo «ríome», y ríe y llora, psicótico, el guardián que ve su voz de un violeta metamórfico.
El rey desaparecido reaparece ante los ojos de los leales guardianes que lo esperaban ansiosos. «¡El rey es un cuervo fénix que nunca nos deja solos!», grita un loco sin camisa afuera del manicomio. «Que la muerte no me quiere es un hecho categórico», contesta con su humor negro, el rey en un soliloquio.
Al final la luz triunfa contra cualquier despropósito y la Nueva Alejandría, que es el último unicornio, resurge, siempre resurge gracias a aquellos bibliófilos que la salvan de las llamas protegiendo su tesoro.
***
Acabo de comprender, con este relato corto, por qué es tan distinto este otoño de otros otoños.
***
El otoño es la estación donde mi tren se hace polvo cuando marchaba, por hora, a seiscientos tres kilómetros.
Después de un julio fatídico y de un despiadado agosto, en septiembre los planetas se ordenaron en el cosmos de tal forma que formaron varios aspectos armónicos que obraron en nuestro bien, con poderes milagrosos.
Pero el otoño ha llegado a sentarse en mi escritorio para reabrirme las llagas corroídas por el óxido.
¿Se puede salir incólume de la muerte y sus destrozos? ¿Cuando se tuercen los días como los malos negocios? ¿Cuando el mundo se derrumba justo encima de tu dorso y respiras atrapado debajo de tus escombros? Maldito otoño que llega con sus preguntas en ocho y por mucho que me esmero no desentraño el meollo. Giro y giro, giro y giro y giro en mí como un trompo.
Cuando mueren los que amas también te mueres un poco y aunque seas el que eras nunca más verás el rostro del que en otros tiempos fuiste cuando eras con el otro.
Con su marrón y su gris, el otoño es un cronómetro corriendo en contra del tiempo, pintando un lúgubre óleo dedicado al Dios Anubis que, con unos ojos torvos, nos observa y nos cuestiona en el drama tragicómico del funeral de la patria donde es posible lo utópico de dar por amor al arte sin falsedad ni autobombo, a la vez que el egoísmo pretende subirse abordo y actuar como siempre actúa, en su beneficio propio.
Después de un julio nefasto y del más nefasto agosto donde mostraron la piel los corderos y los ogros, las turbulencias siguieron, y a pesar del mal pronóstico, reflotamos nuestra nave descabezando demonios.
Recién entrando en octubre, por mucho que filosofo, no logro desentrañar el sentido filosófico que debe tener la vida en este planeta tosco, donde todo es tan ridículo que resta hacerse filósofo…
Este otoño es más difícil que muchos otros otoños porque de nuevo sentí lo poquitito que somos cuando la vida me hachó una vez más en el tronco; porque aquí los que se quedan se van al fondo del fondo de las cosas que no tienen ni remplazo ni retorno; porque estamos los que estamos, pero ya no estamos todos.
cabe un país es tu madre tu padre y tus hermanos los paseos en bicicleta
¿la bicicleta es otro país?
no pero te permite viajar
si Inglaterra es tu corazón qué país somos nosotros
ustedes son mis manos
por qué somos tus manos
porque todo lo hacemos juntos ya ves lo bonita que quedó la escuela
sí mi mamá dice que allí podrá enseñar
pronto vamos a tener una iglesia para alabar a Dios como se debe
yo no quiero una «iglesia» me gustan tus misas en el parque
pero a tus papis no ellos casi no vienen
es que mis papis no tienen campanitas cuando yo sea grande quiero ser viajero
por qué quieres ser viajero
para ser como tú quiero tener países en mi corazón y en mis manos
Alex las personas son como los espejos cuando tú seas grande vas a ver un espejo y ese espejo te va a mostrar tu vida
lo vivido es a veces una suma de muertos
ahora que soy grande y veo espejos y que tengo países en la espalda busco en mi corazón y no encuentro a Inglaterra ni a ese hombre con barba en bicicleta
Las personas no son como los espejos
Soledad que vienes de los días curvos
soledad que vienes de los días curvos y las cuatro calles blancas de la infancia ya no me persigas déjame en el patio de esta vieja casa tan cerca del mar
he vivido un poco lejos de la lluvia rodeado de muertos he nacido mucho y sigo naciendo cada que apareces con un nuevo nombre
nunca pedí un ángel ni tu gran amor
si la tumba es gloria prefiero la sombra
me sobraron luces al fin del camino y sigo despierto
esta esfera es corta para estar contigo y ya estoy muy viejo para continuar arañando el lodo
ha volado el tiempo y hoy tan solo tengo voces de otras vidas
vivir es amar aunque nada vuelva de los días curvos
Palabras sin acentos
lo que nunca se va de tanto querer ir retorna en polvo
cuatro horas son seis si nadie suma o dos si se miran las restas de aquello que no brilla tres segundos al sur o lo que sufre por sobrar al momento en el que cada quien se hace distinto
Una pantera a mitad de salto, me mira desde el último vapor que sudan los espejos de la tarde. Alta, sin peso, en la mirada el enigma de lo que está por ocurrir.
De tristeza gemela, sus ojos son charcos de música intuida. Alguna vez fue suya una vocal de agua.
A veces la escucho en los incendios del sándalo como una canción muda que brota en silencio,
entre las voces que llaman sin cesar en la tibia erudición de mi sangre.
La sigo en tanto se desvanece su ágil simetría, y me hiere la primera sombra de la noche.
Por las negras cascadas del tiempo se desploman los axiomas del crepúsculo.
La lentitud del agua
Las horas perdidas
Porque lo único que no se nos quita es la memoria hubiera querido ser otro, el primer o el último hombre, los que fueron, son, los que están por venir, no este andar prendido en sombras que deshuesan los buitres del ocaso.
Pude haber sido la palabra precisa, el silencio justo, el beso que se da una tarde de oro molido y girasoles, la bondad de una ventana abierta hacia la sed del aire, y allá van mis años, pesarosos, como hojas que arden en la respiración del viento.
(Soñaba una flor abriendo hacia el mañana; ofrendas, claridades, y un simple concurso de acasos llenó mis puños con las horas perdidas).
Libélula fatale
Y vienes y te quedas blanca, casi de mármol, como un escalón puro para subir a Dios. Carlos Sahagún –Cuerpo desnudo
Me sorprende la velocidad de la noche en que viajas al límite del olvido.
Llevo tiempo sin oír de ti, de tus quejas habituales que, al final, no importan mucho, si termino besando las monedas que te alumbran la sonrisa.
Eres siempre otra cuando vienes y exhibes tus dotes de libélula fatale.
Si el humor te alcanza llegas reluciente, el brillo de mil lunas en los ojos;
otras veces decaída, como si fueran tuyos los pesares del mundo;
rubia o morena dorada de sol, la danza del viento en tus cabellos,
generalmente opaca, igual que esos pájaros que solo vuelan en la bruma.
Si supieras que, por acariciarte, se me han hecho las manos relámpagos de hielo.
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Estas paredes sin culpa están llenas de mis culpas. El concreto es áspero como la inocencia de la mano cuando siembra. Intento repintar mi lamento para atenuar el grosor de la grieta. Realmente me esfuerzo, pero cuando la mente se rompe el cuerpo se deshabita, se desarticula, porque el alma vive donde la raíz alguna vez hizo nicho.
Se puede arrancar el árbol y cambiarle de aire, incluso, taparle los ojos para que no memorice el traslado a campo ajeno, se puede, incluso, mimarle, decirle: aquí te replantaré, te cuidaré, te abonaré, te abrazaré para abrigar tu desconsuelo… pero no puedes devolverle aquel salitre, aquel sol, aquel carpintero que lo perforó para acunar a la familia.
Hay resiliencia de hueso, de sangre, de carne, de pensamiento… el alma siempre estará en donde tocaron el rostro de tu ternura.
Perseguido
Inventaste pájaros de agua volando por el fuego; peces, en el corazón de la piedra; árboles, con sequías en el llanto de sus hojas; muecas, borrando el hambre del abatido.
Inventaste el jolgorio del silencio, el caparazón de la pausa, el entresijo de la sospecha, el cansancio sin sueño.
Compusiste sonatas para la ventisca y operetas en la sordera del trueno. Proyectaste sombras azules para atrapar ángeles corruptos escapados del sol.
Pero al reinventar el tiempo, las horas antiguas retrocedieron hasta tu infancia para mostrar el alma muerta, aplastada por la finitud del sosiego y por la guerra.
Finalmente, tatuaste zapatos de ónix en tus pies para ocultar el rastro
¿Quiere ser un poeta indiscutible? No importa si es terrible, si no posee el don de la inventiva, si rima por rimar, si le motiva desperdiciar saliva en hablar sin decir. A ser posible
utilice un lenguaje incognoscible, ambiguo, intraducible, cual petroglifo o lengua alternativa, con nula claridad expositiva, ya que, en definitiva, todo es perfecto y todo es perfectible.
No corrija el poema primigenio aunque el parnaso se lo recomiende, que usted lo que pretende es trascender, por lejos, su milenio.
Conteste a la objeción con un depende, retuerza la sintaxis, gaste ingenio en parecer un genio al que este mundo ingrato no comprende.
2. Esperpentos
Si un soneto le manda hacer Violante ase fuerte el volante y, sin dudarlo, cambie de sentido en dirección opuesta a su pedido, pisando decidido el acelerador en ese instante.
Si ella aún insiste, es importante que siga hacia adelante, se haga el sordomudo, el distraído, el perturbado, el manco o poseído, y huya pavorido, como si lo acechara un asaltante.
Nunca entre en sus albos aposentos ni se conmueva si la dama implora, con su voz seductora, que lo intente, aunque falle en los intentos.
Debe saber que es una acosadora reencarnando desde el mil seiscientos en tantos esperpentos que ya da escalofríos la señora.
3. ¿Para qué?
¿Para qué prescindir de estratagemas, iluminar los temas y construir con elocuencia accesos que den paso al mensaje sin excesos, anidando en los huesos desde la claridad de sus poemas?
¿Para qué decantarse por emblemas que no sean problemas sin solución, sin resolver, de esos que omiten pasos, fuerzan los procesos y retuercen los sesos al presumir de imágenes supremas?
¿Para qué combatir la oscuridad, la niebla y la oquedad, como una antorcha, que la lengua enciende con ángel, musa y duende, en su explosión de creatividad?
¿Para qué desnudarse y ser, por ende, un talento que esplende y un corazón que late su verdad con naturalidad, si aunque nadie lo entienda, usted se entiende?
4. Planos
Ha confundido el plano cenital con plano genital, y ahora vulvas, falos, nalgas, senos… se exhiben frente a cámara sin frenos, en poemas obscenos donde al pan, pan le llama literal.
Existe una premisa sustancial en el plano sexual: el erotismo explora los terrenos que a la pornografía son ajenos, y muestra mucho menos porque insinuando incita a lo carnal.
Uno debe excitar a las neuronas, liberar las hormonas, dejar que la sinapsis se produzca, que el cerebro traduzca y no pintarle imágenes simplonas.
Uno debe observarse desde arriba, convertirse en su criba, ponerse en tela de su propio juicio y honrar el ejercicio de hacer pensar, escriba lo que escriba.
Huyó por la pendiente del temor. Le molestaba mí ropaje pálido manchado de recuerdos conflictivos. No intuyó sobre la bondad oculta entre la opacidad que predomina.
No revisó mi alforja para encontrar las luces que acompañaban los manchones. Se demoró en lo oscuro; el tono que la hizo infeliz, árida.
Yo no esperaba flores, sólo un espacio para sembrar frutos que agregara color a un rincón desteñido.
Nunca aprendí a camuflar mis grises. No ha valido rascarme como culebra vieja y prescindir de la coraza antigua. Pero las cicatrices delatan las lesiones como tatuajes que definen mi sino.
No quiero morir
No quiero morir sin antes ver muertos a los asesinos y a los abusadores, sin manos ni piernas.
No me juzgues. No soy un psicópata.
Si te vas primero lo sufriría. Pero no quiero irme sin ver al pederasta empalado y escuchar sus gritos.
Los únicos lamentos que conozco son los de infantes que ya son adultos y odian las iglesias aún siendo creyentes porque no saben olvidar recuerdos. -Culpa de las sotanas pervertidas-
Quiero vivir pues sólo he visto familiares en ataúdes con la impotencia dibujada en sus rostros. También las últimas miradas de hermanos, miradas que se han quedado conmigo. Son ojos que me rondan y hoy son mis fantasmas.
No quiero morir sin ver al traidor sin lengua ahogado en su sangre.
¿Crees que es demasiado odio? Es posible.
Pero no todo en mí es oscuro, nunca herí ni con palabras al inocente o al indefenso.
Un poeta judío que no conozco me dijo un día: «Uno es lo que la vida ha hecho de uno»
Esta mañana bronca y desabrida tras la sarta de truenos de ayer noche vuelve conmigo sin ningún reproche cauterizada ya la vieja herida.
Volví a las teclas con la amanecida tras las horas de insomnio y el derroche que siempre va conmigo y el fantoche de la muerte anunciada del suicida.
Vengo embargado por la eterna ausencia de los que ya no están ni son presencia acostumbrada, vida hoy sepultura.
Vuelvo hecho trizas, polvo, desencanto, sin expresiones como «flor de acanto», que tanto prodigó Literatura.
Vengo en el sura de no rendirme más a la evidencia de esa voraz y atroz clarividencia.
Dónde estarás ahora, amiga mía, dónde tu pronto raudo y tu palabra, y aquel bronco y veloz que descalabra al más pintado, Mor, tu diafanía.
No sé cómo me atrevo en mi osadía, la tozudez innata de la cabra que no se aviene a nada y hoy me labra estos palabros en mi mediodía.
Sé que desbarro lenguaraz al cabo entre estos sentimientos donde cavo mi tumba al fin y al cabo en mi herejía.
Me agarro a un clavo ardiendo sin remedio, no derrapar tratando en este predio que tantas indulgencias me cedía.
Yo ahora moriría igual que un Quevedón en su quimera e igual que en su poema nos decía: «Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra que me llevare el blanco día».
Si a toda elocución, solucionando me voy poquito a poco en la baldía vendré como un raposo por la umbría rumiando el tedio por seguir vagando.
No cataréis mi voz si estoy llorando o arrañando asadura, alevosía tramando hastiado tras la celosía de este crudo penar que voy rumiando.
Vengo arrasado y ruco tanta pena y es tanta decepción la que me inspira que un bledo es harto el tedio en esta escena
donde amalgamo el caldo de la ira y el cáncer negro que me meto en vena para poder cantar a esta mentira.
Quizás, para ella, siempre fui un animal herido que llevar en los brazos. Un animal que desafiaba su capacidad de acariciar y que, sin embargo, desesperaba en silencio por sus caricias.
De ahí que, tan maduros ambos y tan lejanos a los ímpetus de nuestros años jóvenes, seguíamos haciendo sexo de nuestro mejor idioma.
Era en ese momento que a ella todas las caricias le estaban permitidas y yo me rendía. Siempre me rendía. Aprendí a rendirme frente a lo lacustre de sus ojos que me ofrecían una ternura líquida y compasiva y frente a sus labios, que murmuraban mi nombre como algo cabalístico que solo es capaz de cosas buenas.
Ella no era como yo, pero estoy seguro, como lo estoy de mí, que amaba a esta mujer como ella me amaba cuando se enzarzaba conmigo en retozos inverosímiles y siempre encontraba un nuevo juego que proponerle a la piel del pensamiento.
Yo era más bien de los después. De esos después de abrazo y calor en que quedarnos pausados y serenos, el animal y la caricia que lo ha domesticado.
Esta mujer, ahora, se representa en mí como una caricia que me sabe, que podría andar por mis ciclones sin perder el norte y por mi oscuridad, solo dejándose llevar por el poder enorme de su tacto.
Permanezco en aquel después que se transforma en el siempre del amor, dentro de esta habitación hecha con agua de lluvias infinitas, así, respirando en esa sensación de su cabeza sobre mi pecho y mi brazo rodeándola como una zarpa quieta y amorosa.
Nunca preguntó ni dónde estuve ni qué hice ni por qué acabé así. Solo se dedicó a curarme las secuelas sin hablar demasiado, ofreciendo sus palmas a mi olfato de dramática bestia acorralada.
Así, podíamos hacer el amor diez veces en un día si fuera necesario, hasta que, al fin, ella obtuviera una palabra o, como tantas veces, una lágrima.
Porque ella fue y será la única capaz de volverme un animal que llora.
Un animal que aprendió a llorar entre los dedos de esa mujer que me ofrecía el mar infinito de sus ojos y se recostaba a mi lado mientras sus manos atrapaban mis dos manos, como si fuéramos niños todavía, capaces de jugar.