Autores que aparecen en esta edición
Arantza Gonzalo Mondragón
B.Kvekdze.
Enrique Ramos
Eva Lucía Armas
Galefold Gald
Gavrí Akhenazi
Gonzalo Reyes
John Madison
Jorge Ángel Aussel
Juliana Mediavilla
Mar García Romero
Mercedes Carrión
Miguel Palacios
Nesthor Olalla
Orlando Estrella
Rosario Alonso
Silvio Manuel Rodríguez Carrillo
Revista Ultraversal está bajo una licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-Sin-Derivar 4.0 internacional (CC BY-NC-ND 4.0).
Compartir el n.° 6 de Ultraversal en la columna lateral de tu blog
Copia el siguiente código, dirígete a la parte de Diseño, Añadir un gadget, y pégalo en un nuevo elemento HTML/JavaScript:
Revista Ultraversal ed. Nº 6
Compartir el n.° 6 de Ultraversal en una nueva entrada de tu blog
Copia el siguiente código y pégalo en el HTML de tu entrada (junto al botón Redactar):
No te pierdas todo lo que Revista Ultraversal trae para ti en su edición número 6 y léela online o descárgala gratuitamente haciendo clic aquí:
Cuando mis compañeros me cedieron el honor de la palabra para escribir el editorial aniversario de nuestra Revista, lo hicieron creyendo que era la persona más indicada para transmitir a nuestros lectores el proceso de creación y evolución de la misma a lo largo de su primer año de vida. No porque sea más o menos importante que ninguno de ellos, claro está, sino porque me desenvuelvo en un puesto del equipo que estriba de que todos los jugadores de todos los demás puestos hagan su trabajo antes que yo pueda hacer el mío, lo que me proporciona una vista panorámica del juego y sus jugadas, por decirlo de algún modo, privilegiada. Pero como cualquier honor, el que me otorgaron lleva implícita la responsabilidad de estar a la altura de las circunstancias frente al compromiso que asumí y, ante mis múltiples y fracasados intentos de escribir un editorial aniversario a la manera convencional, como pensaba, quería y no pude hacerlo a pesar de haberme empeñado en ello, temo defraudar a las siete personas que dejaron este encargo entre mis dedos. Y es que la tragedia, esa sinvergüenza que no sabe de timbres ni de aldabas ni de puertas, que no pide ni espera el beneplácito de nadie cuando llega dispuesta a entrar en nuestras casas, respira en mi nuca en estos momentos y me recuerda las veces que ha escupido su nombre en nuestras caras en todos estos meses y, testarudo como ella, quiero hacerle saber que no pudo con nosotros; recordarle cómo nos bebimos nuestras propias lágrimas cuando sembró en nuestras almas el desierto, pensando que moriríamos deshidratados.
La tragedia, esa que pasa furiosa con su mirada de ocasos, los labios pintados de negro caótico, la sombra del dalle entre sus falanges de tsunami, envuelta en otoños y calzada en unos borceguíes número cuarenta y siete, punta de duelo y suela de lona para grabar a fuerza de infortunios las huellas de la nada y arrasar con todo lo que se interponga en su paso, desde que iniciáramos esta travesía a fines de dos mil catorce, se ha llevado a varios de nuestros compañeros, amigos y familiares cercanos en complicidad con doña fría, e incluso puso en jaque la vida de más de uno de nosotros, aunque no le permitimos que mate nuestra carne ni mucho menos nuestro espíritu. Eso nunca.
Para el acontecimiento que nos convoca quería escribir en detalle la historia de cuando el foro poético y literario Ultraversal llevaba más de una década de trayectoria en internet formando a escritores y poetas de todas partes del mundo, y la Comunidad Ultraversal en Google Plus acababa de cumplir su primer año de vida, y surgió la idea de crear una revista de escritores para escritores, como la llamaría por primera vez Morgana de Palacios, en la que poder publicar las mejores obras de los autores ultraversales que dieran su consentimiento para dicho fin y, por supuesto, estuvieran comprometidos con el proyecto. Quería escribir de cómo en principio se pretendía que la Revista fuese publicada en un blog como único soporte digital, y Gavrí Akhenazi, conocedor de mi afición por el diseño web, propuso que fuera yo quien me encargara de la realización de la página, a pesar de que por entonces mis estudios me mantenían alejado de Ultraversal. Quería contarles de cómo una vez creado el staff de planta permanente, en el cual me incluyeron como miembro, dicho con toda honestidad, para mi asombro, el primer punto de encuentro del equipo editorial fue el correo electrónico, donde tuvieron lugar diversos debates, acuerdos, desacuerdos y hasta alguna que otra controversia en el apasionamiento generado por alcanzar la excelencia y entregar a quienes serían nuestros lectores un producto digno y de buen gusto, donde la presentación estuviese a la altura del contenido en una mixtura que representara nuestro sello de calidad, puesto que sabíamos que revistas digitales las hay como para forrar una nación sólo con sus portadas, pero también que muy pocas de ellas expresan una imagen profesional o se toman con la seriedad que nosotros nos tomamos cada cosa que hacemos, porque aunque tengamos la capacidad de improvisar sobre la marcha si la situación lo amerita y seamos humanos, tengamos falencias y podamos equivocarnos como cualquiera, no somos unos improvisados. Quería escribir de cuando el dos mil quince asomaba su cabeza como una criatura recién nacida y con mis compañeros nos reunimos en sucesivas ocasiones por Hangouts para repartir democráticamente los cargos en los que se desempeñaría cada uno de nosotros dentro de la Revista y esclarecer el modo en que llevaríamos a cabo nuestro plan. Escribir de cómo si bien el reparto fue sencillo, ya que nos conocemos lo suficiente como para saber cuál es la tarea indicada para las aptitudes de cada cual, organizarnos de tal modo que funcionáramos como una máquina humana con todos sus engranajes perfectamente hermanados, como un auténtico equipo, tal y como trabajamos en la actualidad, fue una labor mucho más compleja que requirió tiempo de adaptación, constancia y firmeza de ánimo en esos momentos en que la meta parecía inalcanzable ante la aparición de nuevos, y cada vez más complejos, obstáculos. Deseaba contarles de cómo teniendo nada más que una vaga noción del modo en que se realiza una revista digital, nos formamos, estudiamos todo lo que teníamos que estudiar, hicimos los deberes que nosotros mismos nos mandamos y desde las ganas mismas, con amor, inteligencia y muchísima voluntad logramos lo que nos propusimos. Quería, como ya dije, contar una historia, y en cierto modo lo hice con estas vagas pinceladas de reminiscencia que acabo de dar, pero no es lo único que tenía ni lo único que tengo para decir.
Cumplir nuestro primer aniversario es un motivo de celebración, no caben dudas de ello, pero ante todo, la oportunidad de reflexionar sobre aquello que celebramos que, desde mi óptica, es mucho más que el simple hecho fortuito e inevitable de que transcurrieron trescientos sesenta y seis días desde el lanzamiento de nuestra Revista hasta la fecha. Detenernos en ese continente cuyo único artífice es el tiempo, sería negarnos la posibilidad de bucear en el contenido con el que nosotros llenamos dicho continente, dándole un sentido más profundo. Porque lo que celebramos este primero de mayo, lo que yo particularmente celebro, no es que llegamos hasta aquí impelidos por la inercia del movimiento de rotación y traslación de la Tierra, sino que lo hicimos de pie, erguidos incluso cuando el agua empetrolada nos mordía las narices y lidiando en simultáneo con circunstancias personales de lo más adversas, pérfidos y un séquito de opositores a los que ya les dediqué suficientes palabras en el primer editorial que escribí para esta Revista como para darles más cámara de la que de por sí roban cada vez que, salvo nobles excepciones, hacen su bufonesca aparición.
Hoy celebro y agradezco la posibilidad de formar parte de un proyecto cultural que es la prueba viviente de que el que quiere, si se esfuerza y sirve para lo que quiere, puede. Celebro pertenecer a un grupo de personas talentosísimas con un nivel literario a la altura de cualquier gran escritor, cuya cualidad preponderante no es el talento, a pesar de tenerlo de sobra, sino su formidable capacidad de resiliencia. Y celebro, además, en un mundo gobernado por el individualismo, que nuestra Revista simbolice una victoria del altruismo frente al egoísmo, que aunque resulte de las dimensiones de una partícula subatómica comparada con las innumerables batallas que gana a diario su antagonista, sumada a un montón de otros pequeños triunfos, nos proporciona el oxígeno necesario para seguir viviendo.
Hoy celebro y agradezco más que nunca ser ultraversal.
Este nudo que tengo, que quiebra mi garganta tan solo con tus voces de vida en el olvido. Este nudo que aprieta tan fuerte y tan perdido, este nudo de lágrima que en tu piel se levanta.
Este nudo que rompe lastimando a quien canta porque no quiso herirme con todo su latido. Este nudo que grita, y que a mi lado ha sido, la pausa de tu pena sobre mi pena tanta.
Este nudo que tengo y que sólo nos deja el cuerpo sin aliento y la mirada ausente. Nudo de compañero, bordando la guadaña.
Este nudo que incide, y que en ti se refleja, que muerde y desbarata tus ganas de presente. Este nudo lo llevo metido en mis entrañas.
Vicente Vives
Poemas de la agonía
La vida en ti dispara sus sagitas compañero del alma y te descubre mamando silencioso de la ubre de la desolación en que palpitas.
La vida en tí aguza los sonidos del más allá que escribes inclemente como si recrearas en la mente la exacta dimensión de sus aullidos.
Si sólo somos carne en las cunetas más negras de la muerte o marionetas que bailan en el filo del espanto,
la vida en ti renace cada día en que le pones voz a la utopía y eres un hombre transmutado en canto.
Mientras mire la vida por tus ojos no los cierres al sol de lo inmediato porque la muerte, por pasar el rato, se disfrace de musa con antojos.
Ya conoces sus mañas, sus enojos, y cómo tergiversa tu arrebato para que trastabille el alegato de la hombría que elude sus cerrojos.
Mientras una ventana sin cortinas de claridad seduzca tus retinas no emprendas ningún vuelo sin escalas
ni siquiera al País de la Belleza. No tiene Carta de Naturaleza la muerte en el reinado de tus alas.
Morgana de Palacios
El decaer jamás, no es permitido en esta gran contienda, en esta lucha en la que el alienígena que achucha ha de ser reducido, ser barrido.
El decaer es darle a ese transido el arma que precisa y que serrucha truncando la moral, su saña es mucha, no es por lo tanto opción ni cometido.
Me he puesto en tu lugar, si bien es duro, tampoco es imposible, y si maduro, aprenderé a afrontar lo que nos mata.
No me es ajeno el Mal que bien conozco por haberlo enfrentado, y reconozco, si bien no fuera en mí do dio la lata.
Y así, como una rata, hace unos treinta años lo he vivido, de experimentación a ser hundido.
Enrique Gutierrez Ísoba
¿Dónde iremos, amigo, cuando la vida cese? ¿Dónde estábamos antes de venir a este mundo? Tengo una teoría que me ayuda bastante: Iremos, justamente, allí donde estuvimos.
La memoria del hombre solo abarca esta vida por lo tanto es inútil querer adivinar el antes y el después de lo que ahora somos. No le compete al hombre interpretar a Dios.
¿Fuimos olvido antes del latido uterino? ¿Es ciencia o es misterio la quiniela vital? Son preguntas al viento, sin respuesta certera.
Pero todos tenemos la necesidad íntima de querer seguir siendo. No queremos perder en el silencio eterno la aventura del alma.
Arantza Gonzalo Mondragón
Si pasto del olvido ha de ser nuestro paso por el breve paréntesis al que llamamos vida, si está ya de antemano la suerte repartida, ¿por qué llamar a Dios, si no nos hace caso?
Si cargamos a cuestas con la cruz del fracaso y en los cuatro costados se nos abre la herida, si lo que fue mañana hoy es tarde aterida y nos despierta el alba esperando el ocaso.
De la nada venimos y a la nada volvemos, aunque el hombre no quiera perderse con su huella, porque nació con sueños y le crecieron alas,
y terca la esperanza, la que nunca perdemos, buscando va en el cielo el brillo de su estrella, mientras la tierra espera con sus mejores galas.
Juliana Mediavilla
Mi querido Vicente, mil perdones por decirte en soneto lo que siento, no existen ni creencias ni argumento, ni males que se curen con razones.
Te habla quien conoce el sufrimiento, mi gran invalidez fueron los dones que hicieron destrozar los corazones de mis pobres papás cada momento.
Yo sé que sigo vivo en este instante, dicen que moriré y no me importa. pues si llego a morir mi mal se acorta.
He sabido sufrir pero no obstante aprendí a sonreír estando enfermo para soñar despierto y cuando duermo.
El contrapunto A instigación del viento entre Eva Lucía Armas y John Madison se inicia a partir de un poema de John cuyo título es El bello arte de la marinería, colgado también actualmente en el Foro de verso libre y verso blanco de Ultraversal, en el que ya ambos intercambian poemas. A instigación del viento aparece por iniciativa de Eva Lucía y con una dedicatoria a John.
Los poemas se cruzan en una especie de viaje misterioso y legendario en el que se crea una atmósfera envolvente que no descuida nunca lo poético. Hay referencias épicas, mitológicas y procedentes del atractivo mundo de los corsarios. Pero la fuerza del contrapunto radica en que en esa epopeya, donde la poesía se nos muestra con todo su poderío y en la que las alas de la fantasía no tienen límites, se desciende también a lo humano, al sentimiento desnudo y es esa cercanía, esa humanidad, la que potencia la aventura y la hace “creíble” desde el vuelo poético de los autores.
He escogido dos poemas que estarían den-tro de esta vertiente humana, en los que el viaje parece detenerse para dar paso a la confesión, al acercamiento en una especie de descenso a lo cotidiano, manteniendo siempre la tensión poética.
(El manzano de Eva)
Ella me dice: usted. Ella me dice usted, que no es lo mismo que: «mister o Don Juan». Ella me habla de usted con la magnificencia y el noble poderío que alberga su palabra sanadora. Ella me reza: usted, y por supuesto, no es un alejamiento, una raya que parte en cien mitades nuestros mundos. Ella me nombra: usted como yo llamo «usted» a lo que es mío. Y entiéndase por mío lo sagrado lo auténtico, algo que sobrepasa lo efímero y carnal entre un macho y su hembra en estado animal y primitivo. Usted: ese barril de ron que emerge de la nada en medio del desastre del naufragio que todo náufrago- hombre soporta alguna vez cuando Neptuno baila.
John Madison
¿Qué voy a hacer con la mujer que lleva
sahumado el cabello con hollín de cebolla
y las manos atadas al ajo y al romero? ¿Qué voy a hacer con la mujer de a pie que no usa zapatos de princesa de tacón elegante ni se pinta las uñas ni se pinta los labios y no se saca el jean ni bajo el agua? ¿Habrá alguna mujer en esta forma andrógina de muchacho prepúber, con la que me confunden por el pelo rapado a lo skinhead? Ya no tengo un cabello majestuoso desangrando sus ondas por mi espalda, ni esa franqueza húmeda en los ojos con que habla el corazón. Mis ojos están mudos de certezas. Guardé las alas en un baúl de trastos en el que nunca guardé muñecas rubias (yo no quise muñecas ni jueguitos de té
porque jugaba al fútbol y a la guerra). ¿Mis amigos? Varones. Manejo una katana Ojo de Tigre y aprendí a usar el Klaukol y pegar azulejos, poner pisos, encolar los muebles, revocar la pared, pintarla luego, arreglar los enchufes, resolver los problemas de pérdida de agua. No me asusta una rata ni un murciélago ni me asusta una víbora ni un sapo. Llevo de maravillas la falta de comida y la falta de luz. No me gusta pescar. Hay que tener paciencia. Me gusta amasar pan. Requiere brío. Y usted, me llega hasta la isla amurallada con su mundo de remos ancestrales, capitán de la voz que no conozco y llama por su nombre a la mujer oculta, prohibida, a aquella que se fue o que no está. Me regala la caja de Pandora una vez ya vaciada sobre el mundo. ¿Ves lo que hay en el fondo? me pregunta. Yo veo la esperanza.
Eva Lucía Armas
El poema de John tiene 27 versos: está encabezado por un heptasílabo suelto y dividido después en 6 estrofas con versos de 2, 3, 4, 2, 7 y 8 versos. Queda bastante espaciado, concentrándose en las dos últimas estrofas. Es un poema polimétrico con versos que van de las 2 a las 17 sílabas, con un predominio claro de heptasílabos. Está escrito en verso blanco, aunque podemos encontrar varias asonancias. El ritmo es endecasilábico.
El tema sería el sentimiento que despierta en el poeta la manera que “Ella” tiene de nombrarlo: “usted”. Es muy curioso porque para el español nuestro sería un tratamiento de cortesía, sin embargo, ese usted argentino, dicho por Ella tiene para el poeta todas las connotaciones del cariño y de la exclusividad.
En la estructura interna vemos cómo ese apelativo va ganando en intensidad, para convertirse en algo en propiedad, en algo suyo, una llamada solo para él:
Ella me dice usted
Ella me habla de usted
Ella me reza: usted
Ella me nombra: usted
El poema está basado en los recursos por repetición como la anáfora Ella, que ya aparece en el primer verso y encabezando las cuatro estrofas que le siguen. La sustitución del nombre por el pronombre tiene un poder enfático y singulariza al personaje. Dentro de las repeticiones estaría también la palabra “usted” que aparece en siete ocasiones y que viene a ser el eje temático del poema, pues ese apelativo y el significado que tiene para el poeta lo consolidan.
Encontramos también la repetición de estructuras morfosintácticas en forma de paralelismos, muchos presididos por la anáfora como hemos visto en los ejemplos anteriores.
Hay también una sustantivación de adjetivos:
entiéndase por mío lo sagrado / lo auténtico
algo que sobrepasa lo efímero y carnal
Puede observarse la antítesis entre las dos primeras adjetivaciones que hablan del valor espiritual, frente al valor material de las segundas.
La última estrofa encabezada por el “usted” incluye una metáfora compleja:
Usted: ese barril de ron que emerge de la nada…
Estrofa que se resuelve muy bien poéticamente y que cierra el poema a modo de conclusión, incluyendo otras metáforas y una personificación:
…en medio del desatre del naufragio que todo náufrago-hombre soporta alguna vez cuando Neptuno baila.
Es un poema ágil, con mucho ritmo, apoyado como hemos visto en los recursos de tipo fónico, pero también en la utilización del verso corto y en la musicalidad que le agregan las rimas, en algún caso palabras-rima, como la repetición de “usted” a final de verso.
Tiene un gran lirismo porque todo él está presidido por el sentimiento del yo poético y lo que supone para él esa “llamada” de “Ella”.
Es también un poema de fácil lectura, que huye del retoricismo y adopta una forma natural en la transmisión de los sentimientos.
El poema de Eva Lucía tiene 40 versos, distribuidos en 12 estrofas, 5 de ellas formadas por solo 2 versos, incluye también dos versos aislados: uno entre la cuarta y la quinta estrofa y otro entre la sexta y la séptima. Está escrito en verso blanco. A pesar de que el poema es polimétrico, tiene bastante regularidad en la extensión de los versos, generalmente endecasílabos, alejandrinos o bien versos más extensos que se componen de unidades afines: 11+7, 7+11, respetando el ritmo endecasilábico. Aunque encontramos también heptasílabos, incluso un verso de tres y otro de cuatro sílabas, la gran mayoría son endecasílabos propios.
El poema no tiene título y se trata de un autorretrato, puesto que en él la autora describe rasgos físicos y rasgos psíquicos, en un ejercicio de desnudez total. Nos encontramos ante una «Eva al desnudo», desde una óptica bastante realista porque en ningún momento se omite la dureza de las circunstancias que conforman la vida de la poeta. No hay paliativos, aunque sí hay una mirada poética y en algunos casos, un distanciamiento a través de la ironía. En el retrato encontramos también cierta valentía y una autorreafirmación. Después de la descripción, las últimas estrofas las dirige la autora a ese «usted», en unos versos de agradecimiento por esa conexión espiritual, por llegar a «la mujer oculta». El poema termina con unos versos preciosos en los que se asoma la esperanza:
¿Ves lo que hay en el fondo? Me pregunta. Yo veo la esperanaza.
En la utilización de recursos destacamos esas tres interrogaciones retóricas que introducen las tres primeras estrofas y que dan pie al desarrollo de la descripción:
¿Qué voy a hacer con la mujer que lleva…
¿Qué voy a hacer con la mujer de a pie…
¿Habrá alguna mujer en esta forma andrógina…
Las dos primeras repiten anáfora y paralelismo.
Como elemento descriptivo se utiliza el recurso de la enumeración, a veces en asíndeton:
poner pisos, encolar muebles, revocar la pared, pintarla luego…
Otras veces la enumeración se hace a través de puntos, lo que le da una mayor rotundidad:
No me gusta pescar. Hay que tener paciencia. Me gusta amasar pan. Requiere brío.
(aquí podríamos señalar también las relaciones de causa-consecuencia que se establecen entre las oraciones, incluso separadas por los puntos).
Otro tipo de enumeraciones aparecen en polisíndeton, unidas por la conjunción «ni»:
No me asusta una rata ni un murciélago ni me asusta una víbora ni un sapo…
Son abundantes los recursos dentro del campo de la metáfora:
…mujer que lleva
sahumado el cabello con hollín de cebolla
y las manos atadas al ajo y al romero…
mujer de a pie… que sería una metáfora estereotipada y hace hincapié en la mujer sencilla. La imagen de esa mujer que deja de lado toda ornamentación femenina se refuerza con expresiones como las siguientes:
…no usa zapatos de princesa de tacón elegante
ni se pinta las uñas ni se pinta los labios
y no se saca el jean ni bajo el agua…
El retrato se perfila muy bien cuando describe «la forma andrógina / de muchacho prepúber / con la que me confunden por el pelo rapado…».
Dentro de ese realismo, hay versos intensos en los que se da paso a la añoranza:
Ya no tengo un cabello majestuoso desangrando sus ondas por mi espalda ni esa franqueza húmeda en los ojos con que habla el corazón.
Las metáforas y los sentidos figurados adquieren ahora la fuerza de la renuncia:
Mis ojos están llenos de certezas. Guardé las alas en un baúl de trastos en el que nunca guardé muñecas rubias…
La valentía va apareciendo a medida que la protagonista avanza en los rasgos de su carácter y la descripción vuelve otra vez al realismo:
(yo no quise muñecas ni jueguecitos de té
porque jugaba al fútbol y a la guerra)
y aprendí a usar el Klaukol y pegar azulejos,
poner pisos, encolar los muebles,
revocar la pared, pintarla luego, arreglar los enchufes,
resolver los problemas de pérdida de agua.
Con lo que esa mujer de a pie del inicio se nos muestra con el coraje y la fuerza de una mujer excepcional, que contrasta con la fragilidad de la mujer «de forma andrógina de muchacho prepúber», una mujer que toma las riendas y asume todo tipo de trabajos, incluso aquellos que tradicionalmente se adjudicaban a los hombres.
En las últimas estrofas reaparece con fuerza el lenguaje poético para agradecer esa llamada a «la mujer oculta». Las metáforas enlazan aquí con ese mundo mágico que se crea en el contrapunto en el que los personajes adquieren una nueva dimensión:
Y usted, me llega hasta la isla amurallada con su mundo de remos ancestrales, capitán de la voz que no conozco y llama por su nombre a la mujer oculta, prohibida,
Es un poema bellísimo, porque más allá del retrato que refleja a esa mujer tan fuerte den-tro de su aparente fragilidad, está ese agradecimiento final al hombre que ha sabido llegar «a aquella que se fue o que no está» y establecer esa conexión poético-espiritual en la que todo es posible.
Mujer singular y polifacética: poeta fina y aguda crítica literaria, Eva Luz es también una mujer mágica, una especie de heroína como se nos muestra en este contrapunto que comparte con John Madison.
El horizonte, nítida línea entre azules,
muestra la certeza del día que en silencio avanza
indiferente a las constelaciones y las puertas del destino.
El Sol resplandece sobre pueblos que sestean en la orilla del mar inmenso
donde las olas mueren desplomadas sobre sí mismas
bajo el esfuerzo inútil contra la gravedad omnipresente.
La vida bulle dentro y fuera de ese océano impasible.
Nada importa al mundo ni mi vida, ni la tuya,
pues nada somos
y el mundo real, tangible,
no el que inventamos con la razón equívoca y desnortada,
es ajeno a todo.
Sé que me ignora como instrumento superfluo
destinado al vertedero donde el fuego lo purificará.
¿Te das cuenta cómo influyen simples colores en el ánimo?
Afectado por el azul que fascina,
la deslumbrante luz abrasadora,
el rumor indefinido que burla los sentidos y el cerebro controlador,
me siento nada en este universo que se autofagocita.
¿Qué sentido poseen las ciclopeas montañas
formadas por innumerables microcaparazones de seres marinos?
En ellas se lee la historia fugaz de los eones.
Mármoles de sólida blancura precedieron las estatuas
que halló el artista ocultas en su futuro contorno.
Todo es contingente y caduco,
hasta la obra más bella y la más triste,
como gota de lluvia
creadora de círculos evanescentes
en el lago calmo mientras se ahoga.
Al fin desaparecerán las cosas,
todas las cosas,
evaporadas por la expansión de estrellas rojas,
la explosión de supernovas diluyéndose en el espacio ilimitado
o engullidas por esos insaciables y oscuros agujeros puertas de otros mundos.
¡Qué absurda la belleza si no se ve!
¡Qué absurda la vida si carece de sentido!
Y, sin embargo, así se muestra
en la aleatoria evolución de las especies
transformándose, para permanecer,
en la amoralidad perfecta de la Naturaleza.
Si pudiera gritar…,
gritaría con una voz que resonara en los confines del orbe
llamando a maitines en la aurora de un nuevo día;
cantaría un canto de alabanza con la nota,
la única nota que vibra ubicua en el cosmos,
la palabra que ordenó la creación y aún recorre su reino violeta;
«fiat»,
un silbido de la serpiente uróbora,
un dragón electromagnético que contiene el misterio en el que nos encontramos
absortos de luz y fuego entrelazados en el espaciotiempo.
Lo diré:
no soy nada más que un suspiro congelado en el instante de nacer,
un puñado de células armonizadas por la emoción en noches de perplejidad y asombro,
una fugaz emoción capaz de vibrar en resonancia con el universo,
la información acumulada en el alfabeto de la vida,
un recuerdo avanzando hacia el olvido.
Estoy hecho del polvo de la aurora cenital, sonrosado vacío,
sonoridad silenciosa y apagada,
nada al fin,
nada.
No me preguntes.
Sé que no soy sino por la dignidad del que siendo Señor de los ejércitos,
de las miríadas de ángeles que titilan en la bóveda celeste,
de las fluctuaciones cuánticas y de las almas enamoradas,
se abajó hasta ser de mi estatura y me elevó al cielo revelando su señorío.
Sé de mí en cuanto soy en Él, abandonado a su providencia y misericordia,
pues siendo nada
hallaré el sentido último
en la soledad de la profunda umbría de la noche.
El género «culebrón» es también un tipo de novela muy interesante. Como ejemplo de «escritor de culebrones» tenemos el del brasilero Jorge Amado quien lo utilizó (cuando ya no pudo escribir como su idea política le hacía escribir) para plasmar las realidades más crudas del Brasil.
Denostado por los que se la dan de no sé qué culturosa reserva, el culebrón permite contar una realidad como si fuera un cuento de piratas, plasmar costumbres sin acomodarlas a la rigurosa norma de la crítica social y permitirle al autor que los buenos sean extraordinariamente buenos y los villanos denodadamente villanos, sin que por ello se tilde al que escribe de parcialidad.
El culebrón, en general, siempre es una epopeya, una gran epopeya de las pasiones humanas bajas y altas, en las que el bien y el mal pueden combatir a gusto sin que se asombre nadie, relatando como cuestión pintoresca hechos y costumbres sin necesidad de moderarlos. En un culebrón, todo es simpático, porque el género así lo permite, ya que todo en él es grande: el amor, el odio, la nobleza, la furia, el egoísmo.
Así que he aquí el culebrón. El que yo quise escribir alguna vez y que Gavrí Akhenazi gentilmente se ofreció a compartir.
Capítulo 1
De mi abuela
Por Eva Lucía Armas
Mi abuela tenía un don.
Mi abuela predecía la tristeza. La adivinaba. La averiguaba detrás de las sonrisas, de la buena disposición y de las bromas. La desenmascaraba tras la carcajada y le decía a mi madre, como un sutil consejo y si se trataba de alguna de sus amigas “hazle una visita a…” Y me decía a mí: Es que está triste de esa tristeza que ya no se va.
A veces transcurría mucho tiempo antes de que aquella aseveración se confirmara pero siempre era cierta. Nosotras nos preguntábamos como había hecho mi abuela para descubrirla en el mismo momento de su origen. “Es bruja” decía mi padre.
En vano oteaba yo resquicios e intersticios en risas y palabras, en bromas y silencios. No conseguía la misma exactitud de mi abuela, que condescendía accediendo a que sí, del que le hablaba yo estaba triste “pero es un mal pasajero”. Ella era experta en la otra tristeza. La que se lleva con uno para siempre.
En Villarrica, las cosas no pueden ocultarse mucho tiempo, así que siempre se confirmaba lo que ya sabíamos como presunción. La pregunta de ¿cómo hace la abuela? recibía una respuesta más o menos uniforme por parte de mi madre: El diablo sabe por diablo, pero más sabe por viejo.
No fue sino hasta que conocí a Daniel Irala, que tuve la explicación.
Él reunía todas las características de un triste. Y además, era el primer triste desconocido que se cruzaba en mi camino. Alguien que yo no había visto antes. Alguien que no pertenecía a mi pueblo, que no estaba asociado a ningún recuerdo de la infancia ni a ninguna vivencia posterior. Alguien nuevo, sin historias compartidas, sin parientes ni amigos compartidos, sin nada compartido más que aquella primer mirada, una tarde, en el camino polvoriento, al paso de las vacas y que sostuvimos ambos, alambrado por medio, descubriéndonos.
Él, apenas se rozó el borde del sombrero que lo protegía del sol de la intemperie.
Yo, incliné la cabeza.
Ambos decidimos un saludo, a pesar de que no habíamos sido presentados formalmente y en un acto sin premeditación, nos fijamos los ojos en una mezcla de curiosidad y falta de recato.
“Mirar así a un hombre no es de señorita decente” dirían las viejas de mi pueblo.
“Mirar así a una señorita encierra intenciones inconfesables” agregarían después, antes de enviarme al confesionario.
Una opinión similar tuvo mi hermana Josefina cuando le comenté el encuentro, ya que Daniel Irala rozaba en mi pueblo, casi la imaginería.
Había llegado una tarde.
No era un ser social.
Vivía encerrado en la gran casa de sus campos, que se extendían desde donde acaba Villarrica, a donde acaba la mirada. Lo que se sabía de él, era lo que se inventaba.
Pocos lo habían visto personalmente así que podía yo contarme como afortunada. Se había expuesto a mi mirada más de lo necesario y quizás más de lo que se había expuesto desde su llegada a la mirada de los pocos que lo habían visto: el Jefe de Estación del Ferrocarril, el turquito Abú de la proveeduría y don Fausto Mirándola, dueño del Banco, por cuyas hijas había trascendido la comidilla de su fortuna. De cualquier modo, un hombre rico no se comporta como un anacoreta. “Los hombres ricos tienen comportamientos liberales”, decía mi tía Felicitas y agregaba, “les gustan las fiestas, las mujeres, las reuniones donde puedan exponer el poder que les otorga el dinero y de seguro no estarán encerrados en un retiro conventual donde su única compañía sean un perro y una momia”.
Tal la descripción de Daniel Irala.
Un monje recluido en compañía de un perro y una sirvienta vieja que solita había mantenido la casa en pie durante medio siglo, hasta que apareció el heredero de tanta vastedad, de modo que podía considerársela parte del mobiliario.
De ahí en más, el misterio.
—Veo que más allá de lo mítico… causó en ti otra impresión…
Fueron las palabras de mi abuela, cuando le comenté el encuentro. Muchas veces, se habla mejor con mi abuela que con cualquiera de mis hermanas.
—Creo que sí… Es un hombre triste. —aseveré con una convicción que me asombró a mí misma. Me descubrí, estupefacta, ese extraño poder que se le atribuía a mi abuela.
Ella sonrió.
—¿Ah… sí?¿Es triste? Y.. ¿Cómo sabes eso?
—Tiene… un gesto en los ojos… diferente…
—¿Un gesto en los ojos?¿Qué clase de gesto?
No supe explicarle. Siquiera estaba segura de que fuera un gesto, porque no solamente se había rozado el sombrero, también me ha-bía sonreído con una sonrisa espléndida y gentil, que, extraída del contexto de su rostro, no podría catalogarse de “sonrisa de hombre triste”. Siquiera su rostro era el de alguien triste, con la boca hacia abajo y esa actitud de cordero a degollar que caracteriza a esas personas. Era un rostro sereno, de rasgos firmes, enérgico, huesudo, más cercano a la crueldad que a la tristeza. Agradable sin belleza. Un rostro personal.
—No es un gesto en los ojos, Luisina —me dijo entonces mi abuela, concediéndome ser partícipe de su sabiduría fabulosa.
—¿Pero, usted lo conoce, abuela? —pregunté, ya que no sabía que alguna vez ella hubiese sido de los pocos que alcanzaron a verlo.
—Sí… por supuesto. Su abuela y yo fuimos grandes amigas, aunque nuestras familias se enemistaran hace mucho… El muchacho vino a saludarme… Su abuela le había hablado de mí… Fue una gran alegría que Oriana me recordara con tanto afecto. Yo también la recuerdo en forma sumamente afectuosa y así se lo dije a Daniel. Y le agradecí que hubiera logrado independizarse del odio familiar para transmitirme un cariño tan caro a mi corazón… ¿Sabes… me preguntaba cuando ibas a descubrir el secreto?.. —y repitió— No es un gesto…
—¿Y qué es, abuela?
Entonces, ella levantó sus dos manos y acarició mi cabello entre sus dedos.
—Es un brillo en la mirada, Luisina. Es “el brillo en la mirada”. Las personas tenemos luz en los ojos, una luz que viene desde el alma. Y no es que los ojos están tristes… sino que se apagó el brillo en la mirada.
Fue como si descubriera algo que íntimamente ya sabía. Aún así le dije a mi abuela que Daniel Irala no era ningún muchacho. —A mi edad ya todos lo son. —respondió ella, sonriendo.
Capítulo 2
Cosas pendientes
Por Gavrí Akhenazi
Alfonsina, que durante un buen rato estuvo mirando por la ventana el atardecer sobre el pueblo y el camino que llevaba desde su lugar al horizonte, comenzó a encender los candiles.
La luminosidad impregnó el ámbito de un amarillento tembloroso en el que el humo de las frituras de cocina tomó el aspecto de un velo impalpable suelto por el aire sobre todas las cosas.
Algunos parroquianos bebían tragos de bebidas fuertes en la penumbra de candiles y humo. Había olor a tabacos, sudores y perfumes. Había algunas voces.
Alfonsina había envejecido muchos más años en el alma que en el cuerpo.
Ya casi no recordaba la risa explosiva de su juventud y su andar cadencioso sobre el que caían todas las miradas.
No era el mismo su cabello negrísimo resbalando como una cascada por su espalda, ni el retintín de sus pulseras que había ido empeñando de a una en una, frente a la codicia infinita de don Fausto hasta que sus brazos perdieron la musicalidad característica.
Pero no se quejaba.
Su padre le había enseñado a no quejarse, mientras iban empobreciendo.
Quizás, había sido tan rápido el proceso que no dio tiempo a la queja y ya consumado, solamente quedó la resignación, porque vuelta atrás no existiría.
Se limitaron a salvar las ruinas que por ruinas no le interesaron a nadie en la rapiña.
Así le había dicho ella alguna vez a Juan Luis Irala y él, que estaba tan golpeado o más que ella le había respondido “La dignidad, niña, no te la puede quitar ningún verdugo así que si te vas a morir, muere de pie sin pedir clemencia y con los ojos bien fijos en los ojos de tu asesino”.
Esas palabras, las únicas de alguien que se acercó cuando todos se alejaron, le signaron la vida.
Recordaba a Juan Luis el día de su muerte.
Lloró junto al féretro como si se tratara de alguno de su propia familia.
Ella, Eleuteria la criada y algún que otro peón que se había quedado junto a él, fueron los únicos.
De los del pueblo, solamente la señora Clarisa y su hija María de los Milagros que se había puesto de luto. Ni su hermanastro Francisco se presentó a acompañar el cortejo al campo santo.
Mejor, porque a ella en especial no le hubiera gustado encontrarse a Francisco.
Le hubiera dicho unas cuantas cosas sobre traiciones y falacias.
La señora Clarisa se ocupó de todos los menesteres del entierro sin cansarse de protestar: “Muchacho… muchacho… tan valiente y tan frágil…” María de los Milagros lloró todo el tiempo y anduvo de negro durante varios meses hasta que se casó.
A los pocos días del entierro de Juan Luis, Francisco enterró también a su mujer.
Alfonsina recordaba como ensoñaciones las fiestas del pueblo en su juventud. Recordaba a todos los actores de su vida.
Aún a veces se soñaba bailando en el gran salón de su casa, cuando cumplió los quince años y sus padres la presentaron en sociedad.
Luego, cuando llegó el desastre, todos se olvidaron de ellos y les dieron la espalda. La echaron a un lado sus antiguas amigas. Sólo María de los Milagros y Felicitas De León continuaron visitándola, viéndola empobrecerse y envejecer día por día. La sostuvieron y apoyaron hasta donde les fue permitido hacerlo.
Juan Luis Irala compró la casa donde ahora vivía porque ni casa les habían dejado. Llegó un día y le puso el acta del notario en las manos a su padre. Pero el padre de Alfonsina había quedado enfermo de tristeza y se moría un poquito todas las mañanas. Ella, que tenía diecisiete años, miró al hombre moreno allí frente al viejo extendiéndole los papeles.
Aquella actitud le valió a él la vindicta pública. Fue un acto de osadía oponerse al despojo consumado.
Ella nunca había comprendido con claridad que cosa había pasado. Nadie se lo había explicado tampoco. Sólo sabía de escuchar conversaciones entre su madre y su padre, en voz baja, de algunos negocios que habían salido mal.
Francisco y Juan Luis no se parecían en nada el uno al otro.
El menor había cargado toda la vida con el mote de “arrimado” porque a pesar de ostentar el apellido y vivir en la casa de los Irala, nadie le perdonaba su origen clandestino. Quizás por eso tenía tanta vocación por arreglar las injusticias de los poderosos.
La voz de Margarita, su ayudante, diciéndole “Doña Alfonsina, un señor pregunta por usted” interrumpió los recuerdos.
Se acercó al salón en el que la luz amarilla y el humo formaban una niebla fantasmal ahora.
Y el Jesús se le murió en los labios, porque se le subió el corazón a la garganta.
“Jesús, María y José” se persignó unas cuantas veces, detenida detrás del mostrador y con los ojos fijos en la figura de pie casi a la entrada.
“Ahí está mi patrona” le indicaba Margarita al hombre de camisa blanca, que avanzó por fin.
—¿Juan Luis? —preguntó Alfonsina entrecortadamente, sin detener la mano que la persignaba una y otra vez automáticamente y agregó como si sollozara— Dios mío… no puede ser usted…
Daniel Irala se apoyó en el mostrador.
—¿Perdón? —preguntó, viendo el efecto que causaba en la mujer.
—No puede ser usted… —le repitió Alfonsina, alargando sus manos para rozar el rostro frente a ella.
Daniel Irala se echó hacia atrás, sorprendido.
—¿Señora Alfonsina Reguera? —insistió.
—Juan Luis Irala… usted está muerto… ¿qué está haciendo aquí, en la tierra de los vivos? —musitaba Alfonsina, luchando por rozar la figura del hombre frente a ella que la miraba azorado.
—Yo soy Daniel… Daniel Irala —replicó él y por si faltara algún dato el dueño de “Las Sombras”.
Alfonsina salió del trance por un instante.
Miró bien al hombre frente a ella y aún se cubrió la boca con ambas manos.
Demoró un largo rato en reponerse y en poder hablar con normalidad.
El corazón era un tumulto asfixiante en su garganta y las lágrimas le caían por las mejillas, incontenibles. Aún así, tomó a Daniel por una mano y lo condujo a la más apartada de las mesas. Pidió para ellos un buen vino “Brindaremos… ¿tiene usted hambre? Hay buena comida hoy, una buena caldereta. Debe hacer frío allí donde está. Siempre me imaginé que hacía frío allí…”
Daniel la acompañó pensando que la pobre no estaba muy en su juicio. Le dijo que sí te-nía un poco de frío porque había caído el rocío de la tarde mientras venía a visitarla.
—Milagros no le ha visto aún ¿verdad? — preguntó Alfonsina de repente, con sobresalto.
— No vaya a darle el susto que me ha dado a mí… Esas cosas no se hacen… de aparecerse así… Y sabe usted, la casaron con Huberto De León así que no le vaya a dar esa serenata que le daba. Aún la recuerdo… Dios mío ¡¿por qué cantaba usted cosas tan tristes?! Allí donde está no se envejece… Mírese, tiene todavía treinta y cuatro años.
—Creo que me está confundiendo con otro Irala, señora. —acabó Daniel con la disquisición de Alfonsina— Yo soy Daniel Irala. Daniel, el último hijo de Francisco.
Se hizo un silencio profundo.
—Beba —murmuró Alfonsina al fin y le ordenó a Margarita un buen plato de la caldereta de cerdo “y trae pan, bastante pan ¿No decía que no había buena caldereta sin bastante pan?.. Le extrañé durante treinta y cuatro años… Y si se ha cambiado el nombre, pues da igual. Este le sienta mejor para lo que le gusta hacer.”
Daniel se echó hacia atrás en la silla.
Miró alrededor. Algunos indiscretos los observaban de soslayo.
Había pensado explicarle a la mujer el motivo de su visita, pero bien se veía que la pobre estaba más anciana de lo que en realidad aparentaba y venirle con esos asuntos que hasta a él le habían resultado siempre confusos de explicar, hubiera empeorado la situación.
En una de esas, la doña se le moría por recibir otra emoción encima de la primera, que aún no se le pasaba del todo, ya que continuaba persignándose de vez en cuando.
—Milagros también ha envejecido. No se la vaya a confundir a usted con Luisina, su cuarta hija. —le dijo de repente Alfonsina, llevándose la copa de vino a los labios— Es muy parecida a ella, así que… yo sólo le digo… porque a veces el tiempo hace que no recordemos con claridad y han pasado treinta y cuatro años. Así que bien puede habérsele desdibujado a usted Milagros y cuando vea a Luisina… pensará…
—Conozco a Luisina —la interrumpió Daniel mientras Margarita situaba frente a su nariz el plato de guisado humeante. Alfonsina lo miró devorar la caldereta.
—¡No ha perdido usted ese buen apetito! —exclamó, satisfecha, reconociendo los detalles de su memoria uno por uno— Mírese qué bonito está… aunque el pelito un poquitín más largo le sentaba a usted mejor… pero bueno… si allá le piden de pelito corto, tendrán sus reglas…
Daniel sonrió entre los bocados.
“Le hubiera mandado los papeles en vez de traerlos yo” pensó entre dientes aunque en el fondo, la situación lo divertía.
Sin duda que se lo había confundido con el otro.
Ya le había pasado antes con el banquero, que se quedó pasmado allí mirándolo como si hubiese visto alguna aparición poco afortunada, hasta que Daniel consiguió presentarse y estrecharle la mano.
El pobre hombre tenía las palmas empapadas de sudor frío y le temblaba tanto el cuerpo que le contagió a él el movimiento por todo el brazo.
Pero como don Fausto Mirándola era hombre práctico, superada la primera emoción, aceptó que Daniel fuera quién era y no el que él se había imaginado.
Tiempo después, terminaron haciendo negocio.
Don Fausto le dijo en confianza que “la primera vez que lo vi a usted, pensé que era el difunto que me venía con reclamos».
Daniel Irala no opinó sobre los decires de don Fausto. Tampoco opinó sobre “el difunto” que acabó muerto de varias puñaladas “aunque realmente se estaba transformando en un problema, porque le había entrado vocación por defender cosas indefendibles y enfrentarse a nosotros…” le había aclarado don Fausto.
Durante días Eleuteria lo miró revolverse como si se hubiera quedado enjaulado.
Daniel conocía bien los síntomas. Sabía cómo empezaban a aparecer despacio pero inexorablemente y se iban acomodando uno por uno encima de sus días hasta que la fuerza se le soltaba adentro y empezaba la lucha de quién gobernaba a quién.
En el colegio religioso, donde su padre lo internó, seguramente con el afán oculto de salvarlo de aquel mal pernicioso y devorador, enseguida empezaron las curas, porque había llegado con el mote de “endemoniado”, así que cada cual podía probar en él el exorcismo que le viniera en ganas, además de los que ya había probado todo el mundo.
Pero ni todas las fórmulas de la Inquisición pudieron contra la fuerza poderosa de su naturaleza.
Sí, en cambio, lo obligaron, para poder sobrevivir, a manejarla. A que no se estuviera saliendo a cada rato. A controlarla segundo por segundo. A saber sus secretos. A conocerla detallada e íntimamente.
Aún así, pese al esmero furioso que ponía en ocultarla, los curas la descubrían.
Hasta que un día, el padre Benedicto, harto de tanta penitencia y exorcismo y convencido de que tanta agresión era más perjudicial que beneficiosa, lo llamó al Refectorio.
Daniel ya esperaba alguna nueva forma de quitarle el demonio, más sofisticada quizás que las burdas torturas y los interminables rezos. No dijo, en consecuencia, ninguna palabra, porque cada vez que hablaba, lo que decía se le venía en contra.
“Quedan muy pocos de tu especie… Pero el Señor sabe que a cada cual su afán y por eso, todas las criaturas de su Creación tienen un propósito. Si me prometes manejar tus fuerzas yo prometo educarte sin castigos. Y te aseguro que puedo hacer que te parezcas a los demás hasta que el Señor disponga lo contrario.”
El padre Benedicto había cumplido y por eso él había podido regresar a Villarrica.
Mirando a Alfonsina, Daniel acabó la comida y luego de beber un largo sorbo de vino, se puso de pie.
Sobre la mesa le dejó algunos papeles con un apenas murmurado: “Para usted, señora…”
Y esa noche, luego de varias sin hacerlo, durmió como un bendito.
No existía otro aroma
que tirara a mis pies, un cuerpo a tierra,
los signos de tensión acumulados.
Ni siquiera tus ojos.
Mi mente era un imán
que atrapaba trocitos de descanso
y llenaba mi piel con otra piel distinta,
con el agua tapando la impotencia.
Porque yo era una herida en un grito callado
y solamente tú percibías los sismos
de todas las ventanas de mis miedos,
hoy sabes que la lluvia me persigue
para cobrar su deuda.
Los gestos
Cuando murió
me quedé con las manos tan llenas de mis gestos
que le contaba al aire el tacto de su cara,
porque hubo un lenguaje que fui perfeccionando
tan sólo para el rastro de su olvido.
Y toda esa inventiva se quedó entre mi lengua
sin nadie a quién pasarle aquellos códigos.
Cualquiera no era apto.
Tal vez por eso
hoy me cansan los gestos, los estándares
que esconden cortesías a granel
y no van más allá de la mera palabra.
Pero aquí sí consigo
sepultar cada norma.
Casilla en blanco
Te vi a lo lejos
sin sospechar la causa que me abría el instinto
y mi piel se estiró como una duda
haciéndose, sin más, casilla en blanco.
Presentía tu dulce persistencia,
tan firme y tan cercana
que iba resolviendo las incógnitas
clavadas, a la vez, sobre mi cuerpo.
Todo se convirtió en sutura
casando tu verdad como en un puzle
a esa forma tan tuya de vivirme.
Y me quedé mirándote a lo lejos
convertida en sudoku.
Por el margen del río
Salgo de noche al raso y con la brisa
que va peinando el río.
Me cubro con el tacto de tu cuerpo
porque tengo presente el calor de hace un rato.
La senda es un misterio que me acoge
y yo acojo su vida
porque hay pulso de árboles y pájaros
hablando junto a mí
y así descubren
que soy herida dentro de otra herida
cuando echo de menos las manos de mi madre.
Aparece la calma entre los márgenes
que parten la ciudad con su vena de agua
y mojo los pies y empapo los recuerdos
con las sombras cubriendo cada paso.
Sólo espero la luz
que empieza en las farolas cuando pierden su auge.
Sólo quiero que crezca junto a mí la mañana
y me integre en su pecho
Los primeros días de estancia de los reclusos en los penales siempre son complicados, nunca faltan conflictos, cuando no es con los rateros, lo es con los manipuladores en busca de ventajas atento a ser presos viejos.
Si en tu expediente figuras solo, la cosa es más compleja todavía. Eso es un signo de debilidad como lo fue en el mío. Tuve algunos conflictos menores y siempre hay que estar alerta, pues te quedas incluso sin cama, si es que has comprado una.
Una mañana mientras compraba algo en el colmado de Adolfito, un ex preboste de varios años y hablábamos de algunos reclusos que conocíamos, mencioné a un compañero del ala sindical y él reaccionó sorprendido:
— ¿Tú conoces a Nolasco? —me preguntó.
Le contesté que sí, que era mi amigo. Entonces él brincó desde su mostrador (pensé que me iba agredir), se dirigió a mi sitio al otro extremo del pabellón, tomó la cama y la arrastró con violencia al medio del local. Luego la empujó hacia su frente, movió otras camas y la colocó, mientras me decía: «Este es tu sitio. Al que se meta contigo pártelo, no hay problema».
Me explicó que aquel compa que yo le mencioné era su amigo de la infancia, y que se habían criado como hermanos. Luego agregó: «El que es amigo de Nolasco es mi amigo».
Luego señaló la parte de abajo de su cama.
—Ahí dormía él, una vez estuvo preso en el hospital y logré traerlo aquí, tuve que dar algún dinero. Me señaló que en lo único que no estaba de acuerdo con él es en la «maldita política, eso lo va a hundir a todos ustedes más tarde o más temprano».
A partir de ahí mi situación cambió de manera notable.
A la hora de cerrarse las puertas del pabellón, Adolfito colocaba unas latas y otros objetos y comenzaba a tocar y cantar, él era uno de los dos mejores timbaleros del país y había tocado con varias orquestas hasta el día de su problema.
En una ocasión, un director musical visitó el penal a tratar de que las autoridades le facilitaran el músico por dos noches, pero la negociación no fue posible, eso demostró el nivel profesional de este hombre.
Mientras tocaba parecía como poseído por el don musical y había que llamarle la atención para que los reclusos pudiéramos dormir.
Tenía en sus espaldas unas cicatrices de heridas no bien atendidas y, más que cicatrices, parecían cordones de gran grosor, quizás de cortes de cuchillo o machete, lo que le daba una imagen grotesca.
Como buen preso viejo siempre tenía guardadas bebidas, y me preguntaba: «romo o whisky», en son de broma le decía » hasta trementina que sea». Después de dos tragos dentro de un penal comienzas a ver los barrotes como de cartón y a los policías chiquiticos, pero cuidado con eso.
No me imaginé que con la mención de un amigo común mi situación iba a cambiar para bien, lo que demostró que la amistad es un fenómeno que se puede transmitir más allá de lo personal.
Hay algo en común en la siguiente enumeración de sustancias. La cicuta que mató a Sócrates, el ácido cianhídrico que produce algunas intoxicaciones no mortales y que se encuentra en la mandioca, el tremetol de la leche de vaca que dejó huérfano a Abraham Lincoln, la capsaicina que hace que piquen los pimientos y los chiles y que puede producir males graves si no se consume moderadamente y, la solalina de la patata, tóxico fungicida e insecticida que puede resultar venenoso al ingerirlo en la versión silvestre del tubérculo.
Todos estos agentes son naturales. Tan naturales como la vida misma. Se encuentran en abundancia en estado salvaje. En muchas ocasiones anidan en alimentos que consumimos diariamente y si no nos contaminan, intoxican, envenenan o matan es porque hemos diseñado una batería de estrategias artificiales para eliminarlos. La pasteurización, el procesado de alimentos, la fertilización química, la domesticación de animales, la selección genética. Son todas ellas prácticas que no fueron diseñadas por la naturaleza sino por el ingenio del hombre.
Sin embargo, uno de los mayores éxitos de la ideología ecologista contemporánea ha consistido en generalizar la injusta creencia de que lo natural siempre es sinónimo de limpieza, salud, seguridad y bienestar y lo artificial lo es de peligro, toxicidad, mala calidad.
Descubren un “planeta de diamante”, dos veces más grande que la Tierra
«La superficie de este planeta parece estar cubierta de grafito y diamante en vez de agua y granito», señaló el investigador principal, Nikku Madhusudhan, de la Universidad de Yale.
El planeta, llamado 55 Cancri e, es uno de los cinco planetas que orbitan en torno a una estrella similar al Sol en la constelación de Cáncer, a 40 años luz de la Tierra, relativamente cerca, por lo que se puede ver a simple vista.
El planeta orbita tan rápido que un año dura 18 días, frente a los 365 de la Tierra, es además extremadamente caliente ya que, según los investigadores, su temperatura alcanza los 2.148 grados centígrados.
«Parece estar compuesto principalmente de carbono (como el grafito y el diamante), hierro, carburo de silicio, y, posiblemente, algunos silicatos».
Se calcula que al menos un tercio de la masa del planeta, equivalente a tres veces la masa de la Tierra, podría ser diamante. Este descubrimiento significa que «ya no se puede asumir que los planetas rocosos distantes tienen componentes químicos, interiores, ambientes, o biologías similares a las de la Tierra».
Estaba en la mitad de mi plegaria
cuando llegó desde un balcón
—balcón de la certeza y el ensueño—
la imagen de tu rostro en mi delirio.
Llegaron como potros
a la pradera de la fiebre,
a mi desierto de tu carne,
los sueños que produce la heroína
lanzándome a buscar, a perseguir
“La rosa púrpura del Cairo”.
Y saltaste a mis ojos:
surrealismo del lenguaje corporal,
paciencia de segundos en el río,
rayo celeste que descarga
en los dominios del asceta
su anuncio de tormenta y de caricia.
llegó tu luz
palabra que se extingue y se reencarna,
principio y fin, eternidad de un solo instante,
susurro del asombro que a mi asombro
insufla vida, con algunos signos,
la realidad de tu mirada.
Estaba en la mitad de una oración
cuando de pronto recordé
que soy agnóstico.
Monólogo
Sin proponérmelo hice de mí
el gran actor de una triste comedia;
caricatura con alto perfil
que se reencuentra en un verso, un poema.
Mi vocación de payaso es reír
y hacer reír, una cruz que me pesa.
Mas un empeño retoca lo gris:
todo el trabajo que pongo en las letras.
La identidad de anormal y su credo,
del trovador sin canción ni guitarra,
del caballero que halaga a las damas
son solo máscaras, trajes, relleno…
y del conjunto de rostros que atisbas
éste que escribe en tu piel, no es mentira.
Leslie J.
Ella es quien guía a su mamá, ella es sus ojos.
Los pocos años no la frenan en su andar
para salir y aventurarse —sin cerrojos—
a una ciudad con mil enredos por salvar.
Leslie dirige con la mano en el timón,
y el mar se rinde a su niñez, un mar in-gente.
Camina cándida y confiada en su intuición
camina atenta a los obstáculos, valiente.
Sus cinco años son la luz de una mirada,
la madurez y la esperanza, la fortuna
de aquellas luces en lo oscuro de la luna.
Siendo una niña es la paloma no entrenada
que vuela lejos con tres alas en el vuelo.
Hoy su estatura no se mide desde el suelo
sino a partir de dos mujeres y un anhelo:
sumar su crónica, una más, a la memoria
de sol y sombras que se tiñen de victoria.
Soneto al hijo que no tuve
No puedo imaginar cuánto es que dueles, crío
porque me comporté como el mayor cobarde.
Huí de nuestro pacto, sabiendo aquella tarde
que decidí vivir sin ti, con un vacío,
que con el tiempo yo me lo reprocharía.
El día de la siembra se fue durante agosto
y las lunas de octubre decretaron el costo.
En mi río no hay peces, solo piedras y umbría.
Acepto que mi ciclo se agotó y las horas
corrieron sin el gozo de festejar tu santo
y me perdí las noches de consolar tu llanto.
He sido un hombre gris que se privó de auroras;
errante solitario en su egoísmo preso
que no movió montañas por un amor y un beso.
Hoy me hace compañía un fiel sabueso
y añoro de unos labios, su calor, su legado…
un cachito de vientre sonriendo a mi costado.
Gladys llegó a Madrid como el turrón, por Navidad, con su manada de bártulos y esa descarada impertinencia que la hace ser quién es: Gladys Sánchez.
Por el volumen del equipaje deduje que aquella visita iba a durar mucho y que la convivencia sería difícil.
Y camuflados entre los Manolos, los vestidos de Versace, los jeans de Gloria Vanderbilt, los pañuelos de seda, las tenazas del pelo, los rulos, el maquillaje, las pestañas postizas y toda esa marabunta de cosas propias del acicalamiento de mi señora mamá: los santos, porque no existe lugar ni galaxia dentro del universo donde Gladys Sánchez ponga el tacón en el que no estén ellos también.
La verdad es que yo nunca he creído en esas paparruchas. Sí, ya sé, me veo en el deber de explicarles qué son los santos. Verán, hay una larga lista de deidades africanas a las que los cubanos y una buena parte del Caribe rinden culto. Así ha sido desde tiempos inmemoriales. Está Yemanyá, y Obbatalá y Oggún…
Queridos lectores, estoy convencido de que sabrán darle un buen uso a la Wikipedia. Tengo un amigo escritor (escritorazo), de esos que cuentan la vida con auténtico talento y esplendor.
El tipo no es muy partidario de los glosarios ni de las notas a pie de página. Vamos, que no hay que ponérselo en bandeja de plata a los lectores, eso dice. Si alguna palabra extraña despierta su interés sabrán tirar del diccionario.
Culturizando a la peña, que con los tiempos que corren no viene nada mal.
Pues eso, como les decía, no creo que los santos tengan el poder de solucionarme la vida. Sin embargo, allí estaba yo, desesperado, arrodillado (por amor) como un gilipollas ante una ollita sopera de porcelana ¿japonesa? adquirida en un mercadillo de barrio de artículos de segunda mano y colocada en el piso justo en el centro de una esterilla de bambú, rodeada de velas aromáticas, incienso y ofrendas florales, girasolares diría yo, porque lo que allí imperaba era el girasol a punta de pala. Una ollita a la que mi señora mamá –Gladys– llama ampulosa y misteriosamente: «Oshún», que para los cristianos corrientes de toda la vida no es otra que la Santísima Virgen de la Caridad, en este caso del Cobre, esa hermosa localidad santiaguera en la que se encuentra el santuario de la virgen.
Una ollita sopera que, más que un receptáculo-contenedor para deidades, semeja un objeto minimalista japonés de exquisita sobriedad en el grabado floral que eligieron para decorarla.
Ni puñetera idea de la relación entre la cultura nipona y las costumbres que nos dejaron nuestros ancestros: los esclavos africanos.
Y allí estaba yo, rayando el mediodía, ante la ollita sopera. Y en el interior de la ollita sopera: agua. Agua corriente, del grifo, ni siquiera bendita. Y unas cuantas piedras lisas y grises que, según Gladys, recogieron los santeros del sedimento del río donde se llevó a cabo la ceremonia religiosa previa a la entrega de dicho amuleto. Y el río, como todo cubano sabe, es el medio acuático de la Santa en cuestión: Oshún. La versión cubana de Afrodita.
Lo cierto es que se me hizo un cacao monumental sincretizar la ollita, el agua del acueducto madrileño y las piedras con el río y con la virgen mientras formulaba mi pedido especial.
Yo hablo con Dios muy a menudo, pero es un acto mucho más sencillo que hablarle a una ollita japonesa. Y siempre miro al cielo cuando lo invoco, que es siempre el techo de mi cuarto (uno no habla con Dios en plena calle). Sí. Es una estupidez. Según Juan María, el pastor evangelista de mi congregación, Dios está en todas partes, pero a mí me consuela saber que Dios está en mi techo.
Y como ya se sabe, nadie tiene ni zorra idea del rostro que se gasta Dios así que cada cual lo imagina como se le viene en gana. Por regla general viejo, muy viejo, calvo y con las barbas como la cima del Everest, nevadas, mientras uno se lanza a pedir como un desquiciado sin la divina intervención del minimalismo japonés.
—¿Hijo?
—¿Mamá? ¿Es qué no sabes llamar antes de entrar?
—La verdad, es absurdo llamar a la puerta del cuarto de una. Por si no te has dado cuenta, este es mi cuarto, John.
Y claro que me había dado cuenta. Y bien. Existe una diferenciación muy clara entre el cuarto de mi madre y el mío y no me refiero al mobiliario. Mi cuarto siempre huele a ma-ría. Cualquier mortal sería capaz de colocarse sólo con abrir la puerta y dejarse acariciar por la fragancia, que no es precisamente el perfume a santidad que se supone acompaña a la madre de Jesús. De ser esa » María» lo habría escrito con mayúscula.
—Con la de veces que me has dicho que ésto de los santos era una auténtica mamarrachada, John —me soltó Gladys, la sarcástica. Y luego un: ja, ja, ja, kilométrico. De unos tres o cuatro renglones aproximadamente.
Sí, ya sé. Jamás en la vida un escritor debe incurrir en la desfachatez de referir la efusiva alegría de sus personajes con unos escuetos y bochornosos «ja, ja, ja». Hay que ser algo más creativo si se pretende al menos ser digno del oficio. Algo así como: lo agasajó con el desorden de su risa de opereta, el alto voltaje de su risa (puro 220 w) la electrizó hasta enamorarla, su risa era un estruendo de cristales rotos, su risa era la primavera echando a patadas, con su escandaloso apogeo, al invierno de sus penas. O simple y crudamente: se partió el culo de risa, se partió la caja, se meó (de risa) que para mi gusto va al pelo con mi personalidad, porque les advierto: no soy un escritor, simplemente alguien que se lo pasa de puta madre soltando sus paridas estúpidas por la red.
—Vaya, sí que estás metido con esa enfermera —el imperio Gladys contraataca.
—Como un camión en un bache. Y qué —contraataqué yo, el hijo del Imperio.
—No sé yo. A esta muchacha la encuentro poca mujer para un viudo de cuarenta y seis años al que le apasionan los combates nocturnos cuerpo a cuerpo, estás muy al día. Se te va un dineral en putas. Como sigas así no va a quedar ni un solo peso de la herencia de tu padre.
—¡Gladys!
—Con la de veces que le pedí a Oshún que te hiciera sentar la cabeza. Robertico necesita una mamá.
—No digas estupideces. Él ya tiene una madre.
—En el cementerio de Madrid. Desde hace quince años.
—Sí. Quince años de soledad.
—Si no espabilas se te van a convertir en cien como a García Márquez. Hijo, hasta cuándo vas a seguir venerando a una muerta.
—Y mira quién fue a hablar. Tú tampoco has tenido hombre desde que murió papá.
—Es diferente. Tu padre es irremplazable. Con lo feo que era, pero luego era tan especial. Un pedacito de pan. Cantaba de escándalo por Sinatra y bailaba tan bien los boleros. Apretaditos. Ay, era tan romántico. Cada vez que visito el blog de tu amigo me acuerdo de tu papá.
—¿El blog de mi amigo?
—»La maldad aparente», que poemas que escribe ese hombre. Demasiado para este corazón.
—Gladys, no sé qué bicho te habrá picado para que confundas de esa manera tan cruel la velocidad con el tocino. Papá era corredor de apuestas. Sí. Hubiera sido un poeta tremendo. Reconozco que se marcaba unos poemas de amor de campeonato. Pero a excepción de los versos no entiendo la conexión entre un corredor de apuestas neoyorkino y la brillante carrera literaria de un señor de procedencia israelí.
—Bueno sí, sí, lo reconozco, Gavrí Akhenazi es más bueno que papá fabricando versos. Es por esa frase.
—Ah, ya: «porque todos los monstruos somos, en el fondo, románticos»*.
—Sí. Tú papá era un monstruo muy romántico al que echo mucho de menos. Y ya estoy muy mayor para despertarme con esa deprimente visión de una dentadura flotando desfigurada en un vaso de cristal, lavar gayumbos y tomar sopa en compañía.
Pero fíjate qué sorpresa lo tuyo. Va a ser que Oshún ha oído mis rezos, de lo contrario no estarías ahí tan arregladito, arrodilladito y con las manos junticas sobre el regazo y esa carita de “no he roto un plato en toda mi vida”. Pero si vas a embarcarte en esa relación te aconsejo que seas el mismo canalla de siempre.
—¡Gladys, ya está bien de jueguecitos de palabras!
—Bueno no lo niegues, amor mío y corazón de otra, que tú eres muy canalla. Ahí saliste a tu papá y cada madre sabe qué clase de hijo tiene, pero un canalla atento y super simpático. Y a las mujeres nos vuelve loca esa versión del canallismo. Y si ese hombre está, además, como para hacerle un par de homenajes, así, uno detrás del otro y sin descanso … y tú has nacido de pie, pero sólo porque te pareces a mí en eso de la hermosura y no a tu papá. Gracias le doy a la Santísima Caridad del Cobre. Los feos tienen que emplearse a fondo y muy a fondo en el amor …
—Y las madres métome en todo y lengua larga muy a fondo en el silencio.
—Porque un feo, re-feo, bueno, yo estuve casada cuarenta años con un feo maravilloso, poco creativo en la cama…
—¡Mamá!
—De acuerdo, hijo, no te molesto más. Te dejo para que tengas unos minutos con Oshún. Y ojito. No le prometas a cambio nada que no seas capaz de cumplir. No sea que se ponga brava y se tome la revancha.
—¿Cómo qué?
—Despedirte de las putas y de la marihuana.
N. del A.: *La frase, del escritor argentino Israelí Gavrí Akhenazi, aparece encabezando la presentación de su blog, «La maldad aparente»
Aperi oculum, !abre el ojo!
gritaban las cuencas de la noche,
la telaraña azul del mediodía,
mi guardaespaldas
que cobra su salario cada mes
aunque no haya saldo en mi memoria.
!Abre el ojo!, el pañuelo de seda,
un nido de humedad en el armario,
el carmín que se oxida sin usar,
el pelo que ya roza las clavículas.
!Abre el ojo!, y esa mujer maldice,
como un húngaro ciego,
mientras muerde la rabia,
ortigas, nombres sucios,
y deja que los muertos se sienten en su mesa.
—Hoy he vuelto a soñar
con la franja de sol de tu sonrisa—.
!Abre el ojo!, y el cadáver de mi hermana
se abraza a mí temblando,
descorro los visillos del balcón,
no existe oscuridad ni se ven las estrellas,
y las dos nos reímos,
es verdad.
Soliloquio
Hay una luna nueva que gira en algún sitio,
aquí, sobre el asfalto,
una calima ardiente e invisible
se adueña del paisaje y nos abrasa
los ojos y la tarde.
Mi cabeza cobija un pandemónium
de estridentes sonidos y voces de ceniza
que me asaltan, cual brutos,
en los largos paseos a solas con mi perro.
No pondré por escrito la furia de un canalla
ni el peligroso tour que surge en las aceras,
no diré que he temblado, ni tampoco
que muero de impotencia muchos días.
Atardece,
un sol débil traspasa los álamos y el río,
como un cuadro exquisito de Monet.
Me voy a caminar,
quien sabe en qué momento
no volveré jamás a escribir un poema.
La cárcel
I
Atravesamos puertas y murallas,
un cancerbero triste las protege
con vocación de juez o de verdugo.
No importa cuántas veces, cuántos años,
ellos siguen juzgándonos, canallas,
presuntos asesinos o suicidas.
Este dolor endémico nos hace
carne de muladar para los buitres.
II
Azucenas y lirios mostramos en el pecho
con un nudo gordiano en la palabra.
Una breve visión, y el orbe hostil
nos ilustra la frente de certezas;
tengo una flor de lis en mis pupilas
y el viento que me empuja
abulta sin querer en mis bolsillos.
Cuando nos dejan solos,
nos volvemos un monte que solloza.
Afuera, sobre un pino de hierro, se reúne
una bandada triste de estorninos.
III
He contado seis jueces
y una prenda le arrojo a cada uno.
Mis ojos son dos puntas de alfiler,
hormigas asustadas,
un jadeo sin aire, sin embargo,
de mi rostro la máscara, no ha movido ni un músculo.
He sacado el revólver
del corazón
y los he ejecutado sonriendo;
debí haber dejado uno vivo
todo reo merece escuchar su sentencia.
!Lástima!
Cárcel y poesía, nunca son compatibles…
Esa especie de eunucos adiestrados
confundieron mi angustia con un hacha,
merecían morir
con la garganta llena de ababoles.
Título: La muerte desde el páramo Autor: Gavrí Akhenazi Publicado: 26 de diciembre de 2012 Género: Novela Idioma: Español Páginas: 227 ISBN: 9781300566601 Encuadernado: Libro en rústica con encuadernación americana Tinta interior: Blanco y negro Peso: 0,87 lb Dimensiones en pulgadas: 5.83 de ancho x 8.26 de alto
«Terminé el libro. Voy a enviártelo» fueron sus palabras y pensé: «no, por favor no», porque recordar una guerra como aquella es volver a morir. Pero no me negué. La cobardía es un acto que reservo solo para mí cuando debo enfrentar mi memoria.
Llegó así a mis manos el manuscrito de «Relatos del páramo» y comprobé que mi amigo le había cambiado el título original y puesto en su lugar «La muerte desde el páramo».
Inmediatamente acudieron aquellos momentos a esta cansada mente mía. Las palabras me trajeron olores, gritos, rostros que viajan junto al mío desde aquellos días de 20 años atrás y que no olvidaré porque es necesario mantenerlos vivos luego de que la guerra se los llevara como a un puñado de hojarasca. Los hombres en la guerra no son otra cosa que un puñado de hojarasca.
Luego de leer el manuscrito, me pregunté cómo mi amigo puede hacer poesía con la guerra y cómo puede hacer que la guerra se transforme en un acto de humanidad y de horrenda belleza.
Sexta entrega del estudio de Enrique Ramos publicado en el taller de Ultraversal
Figura del pensamiento con que se manifiesta, expresándolo en forma exclamativa, un movimiento del ánimo o una consideración de la mente. Es la intensificación de la expresión emocionada de un juicio o sentimiento.
Véase el énfasis que imprimen las exclamaciones en estos versos de Garcilaso de la Vega: ¡Oh más dura que mármol a mis quejas, y al encendido fuego en que me quemo, más helada que la nieve, Galatea!
La exclamación como figura tiene mucha relación con la entonación del poema. Una sentencia aseverativa se caracteriza por comenzar con un tono bajo que se eleva hasta un tono medio, para terminar en un tono bajo. La exclamación ofrece una línea melódica marcada por un tono más elevado y con más altibajos en la modulación. Los cambios de modulación afectan al significado del poema, pero más aún al dinamismo que se aprecia en la lectura. Un poema construido a base de frases aseverativas tendrá necesariamente un tono más bajo que otro construido con sentencias exclamativas. Un poema construido en un tono bajo dará una sensación de monotonía, de letanía o de intimidad, mientras que uno construido a base de exclamaciones tendrá un tono mucho más vivo y agitado y un efecto retórico, como el que adopta un orador cuando está ante un oratorio y tiene un público abundante delante de sí.
Las exclamaciones pueden servir para enfatizar el poema en su conjunto o bien para producir pequeñas elevaciones de tono que pueden romper la monotonía de una línea melódica baja. La primera opción no suele ser muy eficaz en la poesía actual, ya que el mantenimiento de un tono elevado durante mucho tiempo termina pareciendo monótono, no menos que el mantenimiento de un tono bajo. Lo que rompe realmente la monotonía son los cambios, no el énfasis, al menos desde un punto de vista de la estética actual. Los poetas románticos, sin duda, no estaban muy de acuerdo con esta afirmación.
En nuestros días, un poema que abusa de la exclamación nos parece pomposo, grandilocuente y hueco, rebuscado y poco natural.
Fijaos en la sensación que produce la lectura de los siguientes versos, del Canto a Teresa, de José de Espronceda:
(…) ¡Oh llama santa!, ¡celestial anhelo! ¡Sentimiento purísimo! ¡memoria acaso triste de un perdido cielo, quizá esperanza de futura gloria! ¡Huyes y dejas llanto y desconsuelo! ¡Oh, mujer!, ¡que en imagen ilusoria tan pura, tan feliz, tan placentera, brindó el amor a mi ilusión primera…! (…)
La utilización de los signos de exclamación para proporcionar un énfasis sobredimensionado a los versos fue un recurso muy utilizado en el romanticismo poético; hoy día la utilización desmedida de este recurso empobrece el poema, pues éste deja de sonar natural, dando una sensación similar a la que dejan unos actores que sobreactúan, es decir, no convence.
Obsérvese cómo en este poema Ángel González utiliza la exclamación con la máxima mesura, a fin de no comprometer la credibilidad del mensaje poético:
La trompeta
(Louis Armstrong) ¡Qué hermoso era el sonido de la trompeta cuando el músico contuvo el aliento y el aire de todo el Universo entró por aquel tubo ya libre de obstáculos! Qué bello resultaba el estremecimiento producido por el roce de los huracanes contra el metal, de los cálidos vientos del Sur, y luego del helado austral, que dio la vuelta al mundo. El viento solano llegó lleno de luz salpicando de sol y de verano. El siroco dejó un poco de arena, y el mistral era casi silencio, igual que los alisios. Pero escuchad, escuchad todavía el ramalazo, la poderosa ráfaga que trae gotas de azul y deja sobre la piel la húmeda caricia del salitre. Un grito agudo interrumpió la melodía. El artista, extrañado, agitó su instrumento, y cayó al suelo, yerta, rota, una brillante y negra golondrina.
Es muy destacable la manera en que el poeta comienza empleando los signos de exclamación en la primera estrofa y cómo el lector, casi sin darse cuenta, continúa exclamando según sigue leyendo, sin necesidad de que exista signo de exclamación alguno, pero siempre sin perder la sensación de honestidad, de naturalidad que tiene el poema.
Aprovecho la ocasión para recordar aquí que los signos de exclamación son dos, uno de apertura y otro de cierre, y que se colocan al principio y al final del enunciado exclamativo. En castellano es obligatorio poner el signo de apertura, a diferencia de lo que sucede en otras lenguas, como el inglés. No ponerlo implicará, además de tratarse de una falta de ortografía, que el lector entonará de forma errónea hasta el momento en que termine de leer la frase, momento en que verá el signo de cierre, por lo que estaremos forzando al lector a releer para volver a entonar correctamente.
“Sigo escribiendo porque cada paso, cada poema,
es un gran premio emocional y estético
y porque me siento parte de algo hermoso”
Mercedes Carrión es licenciada en Geografía e Historia por la Universidad Literaria de Valencia, su ciudad natal. Una vez afincada en Cataluña, dirigió un taller artesano de esmaltado a fuego durante muchos años, razón por la cual pudo enseñar el oficio a muchas mujeres. Se trata de una técnica milenaria que empleaban las civilizaciones egipcia, griega y bizantina para decorar metales preciosos.
Las buenas costumbres no las pierde y tal vez por eso le sigue gustando estudiar y aprender en general. Nos cuenta que es disciplinada para las tareas intelectuales y no le duele el tiempo que les dedica.
Le gusta mucho cantar, incluso ha musicalizado poemas propios acompañada por el guitarrista Kim Serrano. Disfruta de la música, del teatro y de la lectura siempre que puede.
Ha gozado muchísimo del mar con su familia aunque ahora, ella y su marido, son más de tierra adentro. El campo y sus habitantes son la pasión de ambos. Adora las plantas y su cuidado, tanto que se conoce los nombres de cada una.
Le gustan todos los días, con lluvia o sin ella. Para Mercedes cada jornada es un estrenar la vida: no le gusta hacer planes sino a muy corto plazo y espera a ver qué iniciativas tomará la propia vida.
Tiene, dicen quienes han probado sus manjares, buena mano para la cocina. Le gusta inventar y combinar todo, desde las sobras hasta los alimentos más exóticos, probar cosas nuevas y desde luego la cocina familiar de toda la vida que su gente valora. De hecho tiene más de un poema gastronómico.
Asiste los jueves a un taller de poesía (Metáfora) desde 2009. Allí conoció a la poeta Juliana Mediavilla que afortunadamente la trajo a Ultraversal. Esa reunión semanal es irrenunciable para Mercedes como lo son las páginas que comparte con los compañeros.
Ha sido muy viajera pero ahora ya no siente esa inquietud. Se ha vuelto más contemplativa, menos curiosa y atrevida que años atrás.
Dejó el deporte por el baile flamenco y el conocimiento de los palos y sus compases le ha aportado mucho. Toca además el cajón y los palillos y se le dan muy bien las palmas, nos dice.
Colecciona abanicos y pequeños objetos variados, bagatelas generalmente viejas. Muchos de ellos son recuerdos de sus viajes.
Le gustan mucho las muñecas, las peinetas, los pastilleros y conserva algunas piezas esmaltadas de su taller con mucho cariño.
Reconoce que la vida le ha cundido mucho. Sus escenarios han sido tantos que cree que en ninguno ha llegado a aprender lo suficiente. No importa, nos dice, el tiempo sigue ahí, abierto a tantas posibilidades.
1. ¿Qué es para ti la literatura?
La entiendo como parte necesaria de la vida pues a través de la palabra escrita se accede a todo conocimiento, a las diversas ciencias que lo contienen, incluida la estructura y la historia del propio pensamiento humano. También la vida del hombre en la tierra comienza a ser considerada como historia, precisamente, desde la aparición de los primeros textos que la acreditan.
La literatura es compendio pero también es una infinita posibilidad para la creación artística a través del lenguaje en sus diversas manifestaciones. En este sentido la literatura es, también, comunicación y oficio.
2. ¿Y la poesía?
La poesía es la proyección literaria de una manera específica de sentir el entorno, los acontecimientos y el propio bagaje cultural y espiritual de quien la escribe, sujetándose a unas características y normas predeterminadas que la definen como tal.
Personalmente la poesía me brinda una nueva mirada sobre mi mundo y lo que me concierne del mundo de los otros. Y es también una disciplina intelectual que modera mi voz y la conduce en busca de los más precisos matices del lenguaje.
3. ¿Desde cuándo escribes y qué motivación te impulsa a continuar escribiendo?
Escribo desde que sentí una especial necesidad de introspección. Fue algo casual e inexplicable, en unos momentos en que pasaba por problemas de salud y las noches eran interminables. Llegué a creer que eran otras voces en mí. Hace poco más de cinco años que ocurrió.
Me sentí bien escribiendo por intuición y enseguida quise aprender, pues los recuerdos de mis estudios de Literatura comenzaron a aflorar claros y altos. Me informé y me interesé por las actividades de un grupo de poetas de Barcelona (Metáfora), con espacio propio en la biblioteca Mercé Rodoreda, especializada en poesía. Fueron generosos conmigo, me hicieron hueco de aprendiza y con ellos sigo, aprendiendo.
Sigo escribiendo porque cada paso, cada poema, es un gran premio emocional y estético y porque me siento parte de algo hermoso. Sigo escribiendo por lo que descubro de mí y de los demás. Porque atrapo la vida en un papel. Por compartirlo.
Porque sigo en la investigación poética de todo lo que me rodea y siempre me parece que acabo de empezar.
4. ¿Qué influencias literarias han marcado tu poesía?
Técnicamente ya tenía conocimientos aunque archivados en la memoria desde mucho tiempo. Tuve una profesora en enseñanza media que marcó mi amor por el idioma y el cuidado del lenguaje, Doña Rosario… He sido hasta hace unos años una gran lectora, sobre todo una apasionada lectora juvenil. Toda literatura que haya pasado por mis manos ha dejado poso, sin duda. Ahora que puedo leer menos, la poesía es mi campo de lectura. Supongo que hay un currículum misceláneo entre muchos estilos, pero sobre todo creo que la etapa clásica, la de formación, digamos la más académica, es la que más me ha marcado.
5. ¿Cómo definirías tu poesía?
Creo que es una poesía sencilla, intimista, muy apegada a la naturaleza, muy espontánea también aunque me gusta cuidar el detalle y ceñirme a las normas en cuanto a estructura y sintaxis se refiere. En este sentido tengo la impresión de que cada vez es más fluida, menos encorsetada. Es difícil opinar sobre algo que me cuesta creer que de verdad
es mío, por lo que me sorprende.
6. ¿A qué público pretendes llegar?
Me siento valorada por mis compañeros, tanto de Metáfora como de Ultraversal. Es algo que me da mucha vida, los hace mis cómplices y me anima a ser yo misma. Con nadie más comparto mis poemas (la familia no cuenta, son incondicionales). No me imagino cómo serán otras lecturas por parte de otras personas y no pretendo nada al respecto. De hecho estoy empezando a imprimirlos, ahora, luego de cinco años de camino…y casi me asusto cuando los veo sobre el papel, como queriendo emprender vuelo.
7. Según tu punto de vista ¿qué condiciones debe cumplir el poeta para ser considerado como tal?
Creo que el poeta debe alcanzar su propia voz a través de su propia mirada: ser capaz de reconocerse y aceptarse en sus diferencias, incluso en sus carencias. E intentar paliarlas mediante el estudio y la caligrafía poética: romper papeles y aceptar las críticas y correcciones de aquellos poetas a quienes tiene la suerte de tener cerca y se interesan por él, como ocurre en Ultraversal. Conmigo, en esta casa, todo ha sido generosidad desde el comienzo.
También creo que hay una condición innata para llegar a eso: la poesía es también una manera de vivir y entender. Y de escuchar.
8. Si las hubiera, ¿cuáles son tus influencias poéticas?
Yo siento que mi evolución en poesía está presidida mayormente por los autores de Ultraversal y por los poetas clásicos, latinos, catalanes y castellanos que he tenido la oportunidad de estudiar en Metáfora, dentro de la disciplina del grupo.
Mis lecturas poéticas son variadas y casi siempre vienen dadas por las tareas de las que debo responder ante dicho grupo y mi propia exigencia para responder al ritmo y nivel de trabajo de Ultraversal.
9. Dentro de todo el panorama ¿con qué tipo de poesía te sientes más cómoda?
Me escribo mejor en verso blanco y suelo partir siempre de lugar, experiencia o sensación ligados a la naturaleza porque siento que todo está contenido en ella, todo está explicado, retratado en ella. Nosotros también. Yo también. Los sentimientos encuentran en ella un perfecto paralelismo.
10. Cuál es tu proceso creativo, ¿te sientas a escribir poesía o esperas que la inspiración llegue?
En ocasiones me siento a escribir poesía siguiendo inspiración previa o simplemente por disciplina y gusto, pero reconozco que tengo una actitud más bien voluntariosa. En ocasiones los versos me despiertan y aunque sea de madrugada me levanto para intentar hilvanarlos: me duele mucho olvidarlos, aunque luego yo misma acabe desechándolos.
11. Tus poemas también los has cantado. Háblanos un poco de tu faceta como cantante.
Es complicado. Me gusta mucho cantar, me limpia el alma. Hubiera deseado aprender música para llegar a componer mejores canciones con mis letras o las de otros autores. Hubo una etapa en que las circunstancias me permitieron abordarlo y aprendí mucho en cuanto a técnica de voz y grabación, pero hube de dejar atrás el intento que ha quedado como una experiencia incompleta pero gratificante, aunque sea tan solo por el hecho de haberla llevado a cabo y compartirla.
Mis canciones no han tenido difusión ni lo pretendo, pero me encanta que reposen entre las páginas de Ultraversal: realmente son su origen ya que las letras también andan perdidas entre algunos de mis poemas. Pero canto, en público o en privado, siempre que puedo. Y con el tiempo se ha afianzado mi voz, la disfruto más.
12. ¿Piensas que hay mucho egocentrismo en el mundo poético o que por el contrario es un mito?
Creo que todo poeta tiene una carga de egocentrismo en mayor o menor medida, porque se erige en voz abierta a los demás, a quienes quieran escucharle. Otra cosa es la vanidad, la egolatría que a veces subyace en algunas actitudes. Por mi experiencia me atrevo a decir que tampoco es tanta, que se ve venir de lejos y eso desarma su espoleta…
En parte es mito: se ha de comprender que la poesía nace de una necesidad subjetiva de compartirse y si no hay algo de amor propio, pues la voz se queda en nada…
13. ¿Crees que la poesía vende?
No creo que venda en el aspecto material, pero vende en el sentido de que se recurre a ella en muchas ocasiones, como expresión que supera a la prosa, en los medios públicos de comunicación, en las celebraciones… Se la protege poco desde los estamentos oficiales, se le da poca difusión entre los jóvenes. No es materia de enseñanza oficial. De hecho está ocurriendo lo mismo en cualquier manifestación de lo que se entiende por Humanidades. Solo hay que consultar los premios que se publican: son pocos e insuficientemente dotados. A excepción de las grandes convocatorias estatales que suelen tener, además, poca repercusión editorial.
14. ¿Cómo ves la poesía en la sociedad actual?
La veo muy diversa pero con una tendencia centrífuga respecto de la normativa. Creo que se abusa desconsideradamente del verso libre por desconocimiento de sus elementos esenciales. Se cae así con demasiada frecuencia en una prosa entrecortada y demasiadas veces carente de musicalidad, precisamente la característica por antonomasia de la poesía.
15. ¿Qué opinas del formato digital con vistas al futuro?
Pues que vamos cada vez más hacia ese inevitable futuro.
Bendito sea como elemento de salvación de selvas y bosques, aunque el libro en su formato tradicional sea para tantos de nosotros vehículo indispensable y materia de culto justificadísimo. Y en parte lo seguirá siendo.
Se impondrá el formato digital, es lo razonable.
16. ¿Hay alguna pregunta que no te hice y te gustaría que te formulara?
Sí. ¿Consideras que el comentario sobre los poemas de los compañeros ultraversales puede llegar a ser una buena manera de mejorar tu expresión literaria también en prosa?
La respuesta es sí. Y deseo agradecer la oportunidad que tal escenario supone. Disfruto de explicar y explicarme, de dirigirme a los compañeros como si de una correspondencia personal se tratara, en tantas ocasiones. Disfruto de la cercanía que también se desprende de muchos de sus escritos. Lo considero una oportunidad irrenunciable para conocerse, apreciarse y remover a veces el baúl de los recuerdos, aprendiendo siempre.
Mercedes, ya hemos llegado al final. Se me ha hecho muy corta la entrevista. Agradezco mucho tu atención.
Admiro tu disposición para la revista Rosario y te agradezco el esfuerzo.