Idella Esteve – España

Poemas escogidos

Roca

No te hablaré de la tristeza,
no hace falta.
Pero verás mis lágrimas
y sentirás,
como si fuera tuyo,
mi corazón latir despacio
mientras que las palabras
se emitirán a golpes, balbucientes.

No necesitarás
un cielo gris de nubes, ni aguaceros
que te calen el alma,
ni mis negras tormentas
para saber de toda esa empatía
que antaño fui buscando.

Te negaste mil veces a entender mis razones.
Por qué vienes ahora
tratando de mostrarte complaciente.

Se te ha pasado el tiempo.
Ni te quiero conmigo ni me valen enmiendas,
deja mis aflicciones, que sé cómo curarme.
Tengo claro que nunca
me moriré de amores:

No se muere la piedra
aunque se abra y fracture,
y yo soy pura roca que soporta el embate.



Duermevela

En el techo de mis noches
se fundieron las estrellas
como si fueran bombillas.
Está la bóveda negra
y escondida está la luna
entre el tibio duermevela
en que he entrado últimamente
para escribir mis poemas,
nunca llegando a dormir
jamás estando despierta,
querer decir tantas cosas
y tan huidizas mis letras.

Dónde fueron a volar,
por qué se muestran ajenas
a todo mi sentimiento
sea de alegría o pena
que ilumina las pupilas,
que obscurece las ojeras.
En dónde habrá de encontrarlas
mi aspiración quijotesca
de escribir un arco iris
con toda luz en ausencia
y arañándome los ojos
con mis esfuerzos por verla.

Las letras se me fugaron
mas quedan palabras sueltas,
aunque pocas, importantes,
que hablan de amor y de guerra,
de odios y de perdones,
de dulzores y de agrezas,
del ego y de grandes logros,
también de cosas pequeñas.

Buscaré un electricista
que se suba a la escalera
y de la noche en el techo
de estrellas y de cometas
arregle todas las luces
para que las letras vuelvan
y pueda escribir mi arco,
aunque sea en línea recta,
fulgente con sus colores
que ilumine las dehesas,
y los mares y los ríos,
las plazas y las callejas.

Y si no puede arreglarlas
que me encienda mil candelas
y brillen los candelabros
que acaben con mi ceguera.



Los árboles mueren de pie

Sigo en pie,
aguacerado árbol
vertiendo
las cristálicas gotas por mis ramas.

Sigo en pie, ya sin hojas.
Soy un seco madero a pesar de la lluvia
que ha inundado septiembre de nostalgia y recuerdos,
amenaza de otoño, cuando emigran los pájaros.

No ha de haber una lápida que recuerde mi nombre,
ni flores a mis plantas.
No ha de haber epitafio que recuerde mi lucha
si no hay cuerpo yacente.

Sigo en pie.
Porque es así
como mueren los árboles.

María José Quesada – España

Poemas escogidos

Palomas by Syaibatul Hamdi

A Marianela – En memoria de Benito Pérez Galdós

¿Quién te dijo, niña hermosa,
que no vales para nada?
Nadie ha sabido mirarte,
no todo el mundo ve el alma,
como no vemos el aire
ni a los duendes ni a las hadas
ni a la Virgen amorosa
que a ti te cantaba nanas.

Marianela, quien te supo
dentro de su sensación perlada,
te construyó fea y chica,
huerfanita y desgraciada,
para demostrarle al mundo
que la belleza es un ancla
-el cuerpo sólo es la nave-
y en la tempestad te amarra
para que el mar no te arrastre.
Esa eres tú y tus palabras.

Entre dos conchas, la perla,
entre las piedras, el oro,
entre la flores, la tierra,
y en Pablo luz de sus ojos.

Mas no supieron mirarte,
sólo un hombre lo vio todo,
Benito Pérez Galdós
bella te sacó del lodo;

aunque de harapos vistieras,
aunque soñaras descalza,
aunque un mendrugo de pan
en tus manitas llevaras.



Los besos que no te he dado

Se están muriendo en mi boca
los besos que no te he dado
y mira si son valientes,
si son como toros bravos,
que para alcanzar la muerte
lo quieren hacer luchando.

El clavel que hay en la tuya
se los pondré al enterrarlos
porque a la mía, mi niño,
siempre se lo estás negando
y no quiero que se vayan
tristes y desconsolados.

A dónde irán sin tu boca.
Eso me estoy preguntando.

Si van al cielo ¡qué gloria!
pues si arriba estás mirando
como ya no habrá frontera
bajarán hasta tus labios



Hadas

Qué dulces son las hadas,
las de la infancia.
¿Recuerdas cuando niñas
nos abrazaban?
Nos llevaban corriendo
sobre sus alas
alejándonos de ogros
y de las zarzas.
Y ya, ¿por qué no vienen?
¿no quedan hadas?
No llaman a la puerta
de nuestra casa.
¿Qué habremos hecho, dime,
para asustarlas?

Tan sólo, hemos crecido.
Siente el amor,
y encontrarás la Magia.


Ángeles Hernández Cruz – España

Poemas escogidos

Imagen by Wei Zhu

Falsedad

Que no me engañen
las amapolas mustias que iluminaron prados
a orillas de los surcos de caminos vacíos.

Ni siquiera las losas de viejos camposantos
que quedaron sin tumbas entienden mi secreto.

El sosiego aparente en el que viven
esconde el alboroto del gemido del aire,
del gorjeo del pájaro alegre en primavera,
del clamor de los truenos en días de borrasca.

Yo conozco el silencio.



El cuerpo en el que vivo

El cuerpo en el que vivo ya no llora,
se guarda sus miserias en un bolso
que tejió con madejas de entusiasmo.

La boca de este cuerpo no enmudece,
a veces vocifera si es preciso
pero ha aprendido a hablar con la mirada.

El cuerpo en el que habito abre los ojos
cubriéndose los párpados de flores
que tamizan la luz de cada día.

El cuerpo que me guarda no es perfecto,
le sobran tu silencio y la nostalgia.
le faltan las caricias de tus manos.



Colores

Eliges cada día los colores
que cubran la vergüenza que te asola:
Tono falsa sonrisa en el semblante,
fondo de maquillaje frívolo diversión,
y un turquesa impostada hilaridad
que disfraza tus párpados morados.

Te embadurnas en tinta gris tiniebla
-como el suelo al que miras cuando huyes-
que camufla tu falta de amor propio.

Para la voz ajada de tu autoestima
reservaste un rojizo casi altivo
que insufle bocanadas de potencia.

Con armas de color has intentado
desmoronar al miedo,
sin que puedas dejar de verlo siempre
en el espejo triste de tus ojos.

¿Qué color te pondrás cuando vuelvas a casa
esta noche con él?

Gavrí Akhenazi – Israel

Poemas escogidos

Asesinando a mi madre

¿Qué había en el dolor?

¿Cuál era el artilugio que te agotaba el gesto de mujer
y te volvía esa muñeca víbora?

A veces me pregunto si
–como la mía–
tu vida no era otra cosa que un reproche agresivo
al que había sellado el desamparo.

El desamor te vuelve impenitente
ya sea porque vas de eterno huérfano
haciendo de mendigo
o porque como yo te ponés ácido
como una cosa a la que ganó el moho
e intoxica a cualquiera que la acerca su lengua
con el raro placer de lo querible.

Heredé esa toxicidad de tus efluvios
y esa toxicidad de tus ausencias
y esa toxicidad de lo irredento
que mastica su mundo de enemigos.
Esa faceta de lo imperdonable
y esa dureza de lo despreciado.

La casta del veneno
que obliga a no querer
a nadie que nos quiera.



De historias para no dormir

Finjamos un crepúsculo. Un aquelarre horrendo
donde el coro se eleve con un salmo de espanto
y les cuelguen los sayos a las voces antiguas
Hermanas Promesantes del Perpetuo Sollozo.

Abramos a dos manos el monasterio pulcro
que erradique la vida de los malos rincones
y atienda al panegírico del dios de los pequeños
urbanitas sociables, serenos en su inopia.

Que canten sus romanzas de pájaros y estrellas
las suaves voces húmedas de las tranquilas madres
que no ven como en ciernes, la niebla se hace muerte
y la costumbre acalla lo que nadie murmura.

Maníaco blasfemo, sepultador de cisnes,
hirsuto animal viejo de lengua con espinas
no me dejas soñar con príncipes ni elfos
licántropo del alma, vampiro de la fe.


Canta el coro y eleva sus tan conspicuas voces
y sus buenas costumbres y su moral prestada
de espaldas al desagüe donde todas las vidas
se van a la cloaca religiosa y oscura.

Pecados pecadores de la verdad del clima
que no llueven tomates ni café ni promesas.
Con los monstruos de mundo, el coro del sollozo
tiene para cantar hasta el fin de los tiempos.

Pero con la verdad que raja la postura
nadie se desayuna con mascarpone y fresas.
Masca Escherichias coli o uranio empobrecido,
indignidad, masacres, hambruna,violaciones.

El mundo desarrolla su farsa circunspecta.
Este demonio calla.
Haya paz en los hombres
de buena voluntad.



Vocación de silencio

Yo me caigo en el arte de caerme
como un fractal oscuro siempre huérfano
o como una ecuación que no responde
al alto resultado del silencio.
Yo me arrodillo a veces, no me caigo,
con la boca en la piel del desencuero
para que uses tu látigo de seda
en la sangre copiosa de mi cuerpo.

Yo a veces me arrodillo y nunca en vano,
porque me da la gana; nunca es miedo
de que un día me escupas en la tumba
o te escapes del piélago violento
en una barca inútil de promesas
con quién no sepa jota de sus remos.

Yo agacho la cabeza si tu mano
escribe en mi cabello un manifiesto
donde el sol se haga frágil como un niño
que cree en las promesas y en lo eterno,
porque apuesta a saber que hay en tu idioma
un río metalúrgico y sediento
del agua de mi espada y la victoria
de nuestro amor es cosa del destiempo.

Y vos, entre la duda y la promesa,
vas de la fruta al jugo o al pelecho
si mi boca reclama, intempestiva,
que por fin fructifiquen los anhelos.

Vos sos esa raíz avariciosa
que sostiene en la tierra todo el huerto
y yo soy ese viento que deslinda
la gran docilidad de los desiertos

y un mar…un mar hecho con diques
con arrecifes, pulpos y alfabetos
en que el coral -en púrpura- madura
y escribe que me encallo en los «te quiero»
con esta vocación por lo inaudible,

como un profundo voto de silencio.


Apúrate mujer, ponte bonita,
no te tiñas el pelo
y trae vino tinto y dos cebollas…
Yo cacé dos conejos.

Silvio Rodríguez Carrillo – Paraguay

Poemas escogidos

Cita inesperada by Mc. Millan

Subo hasta tus ojos

Sin que lo espere llegas, invadiendo
el solitario espacio de mi nube,
llenándome de sed con el perfume
parido por tu piel, que huele a cielo.

Sonríes suave, fuera de tu tiempo
venciendo mi tensión, mis hondas cumbres,
con la seguridad de quien sus cruces
supo sobrellevar perdiendo miedos.

Yo me dejo, entregado tomo fuerzas
y subo hasta tus ojos a mirarme,
a extraviar las ausencias anteriores.

Tú dejas que te asalte a tu manera
exigiendo destroce tus pesares
con mis modos de diablo vuelto hombre.

Mañana, nuevamente, nuestros nombres
sabrán que, diferentes, son iguales.



Como un alivio que se escapa

con las distancias insertas
en el debajo de mis párpados solos
erigiendo como un mástil y su bandera
la aridez de los caminos que transité
necesitando de todos y sin pedirle nada a nadie 
encallo sin furia y sin timidez
el borde de mi mirada al límite de sus ojos
que me observan y me juzgan
más allá de las leyes que los normales se permiten

irreverente y de algún modo temeroso
reverencio la estatura de su voz que calla
sentencias
palabras que cualquiera diría
memorias repetidas de manual
los gestos verbales con que impúdicamente
la gente sin rostro me insulta
si acaso naciendo antes que yo
carece de heridas o curas qué ofrecerme

a diferencia de mí
por su costado ella sangra
dos hijos criminales
parientes sin semilla
lo abyecto de varias religiones
y una sonrisa sana como última bandera

me besa boca abajo
su manera de beber mi whisky
de entregarse y pedirme seamos uno
de hacerme pontífice más allá de los sonidos
que no tienen más público que yo
que sí
que escribo para mí
carajo

sonrío
como un alivio que se escapa del agobio que lo define
y de un golpe la desnudo sobre mi historia
en una desesperación tranquila de acantilado
que sabe una sola vez golpeará la roca
una sola vez eterna
una eterna sola vez

cumplido el oleaje
los fractales en un rincón
sus ojos dormidos
me miro las notas que no pulsé
la vez que no apoyé la frente contra el muro



Sobre el límite

En el último segundo, el que separa
la primera de las noches futuras
de todos los anteriores recuerdos,
indefectiblemente uno se mira en las manos
la huella que en los dedos dejaron las cuerdas
cuando la mayoría de edad era una ilusión
y los años vividos ya eran demasiados.

Por un instante hay que ser el adulto
que necesitamos en esa infancia
edificada a cintarazos justicieros
logradores de la excelencia en la puta libreta
¡y qué honor lo del puto pabellón patrio
ahí en el desfile! Entre desconocidos
cuyos rostros todavía persigue mi saliva.

“Jamás con el más chico”, decía el salvaje
y yo le buscaba los ojos a su rabia
cuando alguna tarde me azotaba nervioso,
como derrotado de sí mismo.
Le paseé roturas, después, obediente,
mi puño siempre fue de abajo arriba.
Sediento, insaciable, coseché el llanto ajeno
ganándome el oro de la distancia.

En la precisión de lo efímero, en lo fugaz
no existe la visión periférica,
uno cree ver por el rabillo del ojo, sí,
pero lo que sucede es un oleaje en el corazón;
es uno que intuye lo inmutable
que ha ido construyendo por eones
y que siente, a fuerza de dolor y placer
inicia su brutal y suave trabajo de parto.

Ah…, sí
lo que dije de ella, también
lo que dije de nosotros, igual;
en un concurso justo ganaría algún trofeo, lo sé.
Mas, lo que callé
su nombre
las fechas
constituyen las dagas en las gargantas precisas
lo que soy, que existe, y nadie alcanza.

Sergio Oncina – España

Poemas escogidos

Imagen by Robert Richardson

Despedida a las 12

Como muñeco endeble, rojo hielo,
como lago vertido en una mano
que no logra atraparlo, partisano
incapaz de romper su turbio velo.

Como límite azul de mar y cielo:
indefinido, lánguido y lejano.
Como perfil de luz glauca, liviano
acompaño la senda de tu vuelo.

Revoloteo tras de ti, estornino
sin bandada que insiste en tu camino
pues no hay otro mejor para sus pasos.

Y no reclamo, pero sí me asusto
cuando despierto solo en el injusto
lecho de las derrotas y fracasos.



Frialdad

Hoy no quiero arrastrarme por el suelo
llorando como un cínico payaso,
he obviado alimentar un porsiacaso
que frene con excusas el canguelo.

Hoy toca desgranar, a golpes, hielo
y beber con su frío cada vaso
que sirven anunciándome un fracaso
creyendo que mi piel es terciopelo.

Mi invierno es un favor al mundo ocre
que aunque muda sus hojas cada octubre
no consigue un matiz menos mediocre.

Hoy resisto perenne a cielo abierto,
aguanto la tormenta que nos cubre
y pese a congelarme no estoy muerto.



Tocar la magia

Hay momentos que escapan de la realidad
y se guardan en planos impropios de la física:

Los riesgos de acercarse
a un contacto ficticio.
Los dedos revolviendo mechones de su pelo,
la sonrisa intangible del adiós,
la luz que no ilumina la penumbra
y, sin embargo, es.

La posibilidad latente de fugarse
a otro mundo ajeno,
la incertidumbre exótica de saberse distinto.

Y una lógica sobrevuela el alma
y exige impertinente
resolver los enigmas
del lugar corporal donde contengo
la magia de un quizá.

John Madison – Cuba

Poemas escogidos

Imagen by Shahab Azad

Son montuno

Jamás tuvimos garbo pero aún así danzamos
con la vitalidad de un sentenciado a muerte
salmodiando al perdón frente a su cena.

Danzamos,
y el resto del concurso que nos mal imitaba
nos mostraba su enojo.

Ingrávidos danzamos,
tú amarrada a mi cuerpo
yo al vuelo de tu falda
tú llenando mis manos
yo atado a tu cintura, en breve contrapunto.

Apoyado en tu pecho
sobre mi fe tu voz
danzamos indomables
hasta que la locura,
dejó de intrepretarnos el vals de los amantes
y el tiempo y los silencios,
nos quitaron las fuerzas.



Habana inmaterial

Estoy aquí,
viviendo
con los pies enraizados a esta casa magnífica
minimalista y ancha,
confortable,
con los labios sellados y el corazón penando
los ojos ya desérticos y mudos
ante esta geografía sin límites
con las manos raídas
de tejer al presente direcciones y rostros,
de retener en la memoria turbia
papalotes sangrando tinta china en las nubes
solares bulliciosos habaneros y esquinas,
los autos con sus sones de salseros modernos
boleros sumergidos en tragos de daiquiris.

Estoy aquí
vestido de pasado
mecido por las aguas sin ventura ni suerte
de este mayo europeo nostálgico y sin trópico
mal viviendo, muriendo,
amortajado en ésta habanidad distante
que se me antoja cada vez más rota.



Jack Skeleton

En voto de silencio me declaro
aunque la «verbi gratia» me desborde
que puede mi discurso no ser claro
si mi voz de poeta es monocorde.

Y ya puede mi Sally tras la reja
pedir que rompa en dos mi mandamiento
que no daré cordel a la madeja
de versos sin tener conocimiento

Hay silencios que dictan en su arrastre
una suerte de efecto mariposa
no temas, Sally Persson, si el desastre
alcanza a mi liturgia clamorosa.

Te vuelves por momentos adictiva
a amores que alimenten tu brasero,
yo soy tu Frankenstein y tú la diva
que doma la pasión del romancero.

Y mientras la metáfora resiste
a regalarme su divino encanto
carcelera es la sombra que te asiste
hasta que el verbo anuncie el contracanto.

Orlando Estrella – República Dominicana

Poemas escogidos

Las grietas

Si no puedo sellar mis grietas
que permiten que se inunde mi pensamiento
cuando la lluvia me atrapa
alevosa, y con el sol a la vista,

solo bastará
un ligero tremor
para disgregarme
y servir de alimento
a los poetas que solo han respirado
dentro de sus burbujas de murria.

No sé si podrán digerir
mi sangre sin tipo definido
y las arterias quemadas
por el odio humanista que me corroe,
hacia la claque de humanos sin humanidad.

Podrán nutrirse de verdades y mentiras
que enuncié para salvarme
y salvar a otros
de la soga del cadalso.
Conocerán de la tristeza de muchos
sin nombre ni apellidos
a través de mis células
que podrían horrorizar al peor de los indolentes.

Mientras sigo buscando el mortero
que se adapte a mis cicatrices,
hago el autorretrato que se niega
a plasmarse con exactitud.
Solo la imagen de un Frankenstein
moderno y pesaroso
se vislumbra en el lienzo.



Una fantasía

Pudiste ser la niña que debió estar presente
para tender tus manos cuando corrí directo
hacia ese mar de fuego donde encontré destinos
ocultos en la sombra.

Allí perdido me formé soldado
para vivir en pleitos hasta con mi conciencia.
Hoy no sé cómo abandonar las armas
y hasta mi catre, creo, es mi baluarte
frecuentado de espectros.

Avanzo con el ritmo de alguien que no pasea
sino que trota hacia un carretón
donde estoy atrapado como en las pesadillas
que tenemos de niños.

Voy y zafo las amarras del otro yo más joven
con la esperanza de que vuelva atrás
no para que claudique, sino para que busque
dónde quedó escondido
el espacio de paz que me toca por ley.
Y me declaro inútil para lograrlo hoy.

Sólo espero con calma el resultado
-toda una fantasía-
pero… quién sabe.



La madre que conspira

Miro esa madre conspirando en fugas,
que imagina trepar por las fachadas
como una Gárgola que busca cúspides
y se aleja del mundo terrenal.

Sueña con Ángeles que buscan nido
para esconder lo amargo del destierro,
como si hubiesen profanado al mundo.

Teje en su mente alas de raíces
que va escondiendo en un rincón del cuarto
donde se siente presa de mil monstruos.

Hurta maderas del galpón del fondo
y recoge los clavos que descubre
en sus paseos que mantienen vivas
sus ansias de escapar hacia los mares.

Sueña con una hermosa barca verde
que dirige la proa al infinito.

No sabe si sus fuerzas, que ya merman,
le bastarán para lograr su hazaña.

Una voz la sorprende cuando dice:
¿por qué tu hijo trae un remo aquí?

Jorge Ángel Aussel- Argentina

Sonetos escogidos

A un paso de los treinta

Van veintinueve otoños arrancados
en este abril de labios entreabiertos
que sopla en mí feroces desconciertos
como Jumanji al arrojar los dados.

Pienso tanto en futuros sin pasados
como en pasados todavía inciertos
mientras apilo días como muertos
apilan en las guerras los soldados.

¿Cuándo fue que el reloj tejió las horas
que nunca volverán, si siempre vuelven
y vuelven otra vez y nos envuelven

con su lengua de agujas predadoras
que lograrán matar de todos modos
con tiempo al tiempo y con el tiempo a todos?



Año nuevo, escoba nueva

Se acerca el fin de un año y otro llega
con la ilusión de que serán mejores
los días que vendrán —embajadores
de nuestra devoción a la fe ciega—.

El pensamiento mágico se entrega
a sus propósitos masturbadores
mientras si ajustas los retrovisores
año a año ves más tragedia griega.

En el crepúsculo del mes postrero
apostamos el júbilo a un enero
donde quizá nos tocará la muerte.

La novedad va siempre bien vestida,
mas toda escoba nueva se convierte
y no barre tan bien, es ley vivida.



Medianizados

En este tiempo en que canta cualquiera
lo que primero pasó por su mente,
donde la rima es el ripio inherente
a tanta copla con letra somera,

donde al talento el carisma supera,
donde el estulto es un tipo influyente
en el YouTube del inculto presente
solo por ser un modelo en vidriera,

está mal visto opinar que se iguala
más hacia abajo que arriba en la escala
de unos valores que venden baratos.

Para que nunca lo pongan en duda,
en la igualdad el mediocre se escuda
y pinta pardos a todos los gatos.

Gerardo Campani – Argentina

Poemas escogidos

Artifex vitae artifex sui

No tuve un hijo (pero sí una hija).
No planté ningún árbol
(pero en la escuela germiné judías).

Escribí varios libros aceptables
aunque muy pocos los leyeron.
Y no se culpe a nadie.

Creo que conquisté el promedio
de la mediocridad de esta vida tan rara.
Así que en paz, igual que Amado Nervo.



Candidatura

Ella me dijo:
—No me gustan los hombres
con pelos en la espalda.
—¡Bien! ¿Por qué? —pregunté.
—Cuestión de gustos. Y tampoco
la barba tipo Valle Inclán.
Y debe ser más alto que yo misma.
—Tiene su lógica…
—Que no le falte un brazo, o una pierna.
—También es razonable.
—Ni tatuajes ni piercings.
—Ajá, voy bien, correcto.
—Que sus besos no sepan a cebolla
cruda, ni a ajo.
—Claro, es muy atendible. ¿Y qué
del cigarrillo?
—Eso no me molesta,
yo soy fan de Marlboro.
—Pues entonces pongámonos
de novios —dije, muy confiadamente.
—Hum, gracias, pero no. Cuestión de gustos.
Justo pasaba un taxi, y lo tomó.



Anas

Tantos poemas, tantos, tan diversos
de todos los poetas que acertaron
tocar mi alma y luego se quedaron
también entre mis versos.

El viejo madrigal de De Cetina,
de mis amores representativo;
el nocturno de Silva, amor prohibido
a un paso de mi esquina.

El soneto a Jesús crucificado,
que es el amor a Dios tal cual lo siento
y el amor cómplice del pensamiento
de un Borges inspirado.

¿Por qué las elegías y las odas
y todos esos cánticos inútiles
siguen poblando mis recuerdos fútiles
si las detesto a todas?

Quizá debiera huir de tanta cáscara
y concentrarme en el carozo mismo
de mi alma, y buscar el paroxismo
oculto tras la máscara.

Ah, la mujer incógnita se oculta
detrás de tantas cosas cotidianas:
la Virgen del rosario y tantas Anas
que ya son turbamulta.

Sólo un poema de un amor cualquiera
me distrae del miedo de la muerte.
Tal vez un día yo también acierte
y escriba mi quimera.

Daniel Adrián Leone – Argentina

Poemas escogidos

Gatos

Ma chère ami

Busco ensimismado
El contorno de una letra
Lamiéndome
La ausencia
Enquistada en mis sílabas balbuceantes.

Regalame una palabra
Ocurrente, dulce e inquieta
Ma chère amie, y ¡lo juro!
Amanezco poeta.



Sobre el odio

¿Acaso es ésta piedra a mitad de camino
que no se decide a ser hija de la inercia
ni esclava del acto
y yace, ahí, como dormida
en un lecho de sueños coagulados?

¿O es aquel horizonte turbio
que se yergue autoritario
sobre todo ojo, sobre toda esperanza
recayendo con la brutalidad de una piedra
capaz de obturarlo todo
con su gravedad aplastante?

Tal vez sea solo una palabra muerta
en unos labios muertos

una expresión torturante
de unas almas torturadas

el punto de fuga
para un ser-a-presión
que se horroriza al imaginar que el otro existe
-más allá y más acá-
de su propia inconsistencia.



Vanidad centrífuga

De vez en cuando me gusta dejarme caer
y deslizarme por palabras puntiagudas
-de esas que atragantan-
desafiándoles el filo
aunque me desgarren el cuero
y no me queden ni los jirones de alguna excusa calentita
con la que cobijarme.

*

Otras veces simplemente me pasa
y soy el recorrido caprichoso de una fuerza inhóspita
que en su vanidad centrífuga insiste con arrojarme fuera
aunque me fuerce, a un mismo tiempo,
a sostener sus incertidumbres centrípetas
con mis balbuceos.

*

Lo más divertido de ser yo
es que puedo ser eje y centro
recorrido e inercia
de las contradicciones que me habitan
y a la vez
un albañil improvisado
jugando a reiventarme ladrillo
ahí donde otros solo ven barro.

Editorial

La educación es un arma de guerra

Por Gavrí Akhenazi

Como estamos todos encerrados, con esa frase que empleo como título para esta editorial, comencé la clínica virtual para mis alumnos de la Universidad. La docencia me vuelve un tanto verborrágico…

«Si hay algo que jamás debe detenerse frente a nada es la educación de un pueblo, porque la educación es creadora de pensamiento y el crear pensamiento es el reaseguro que tiene la libertad.

Un pueblo que piensa es un pueblo que se plantea interrogantes, que tiene búsquedas, que analiza, sopesa, reflexiona. Es un pueblo al que no se puede llevar de la nariz, que siempre hará una pregunta incómoda frente a una duda turbia, que desafiará con su afán por las respuestas, a todas las respuestas.

A esta altura de mi vida –y ya pueden ver el estado en qué he quedado así que mi propio estado da fe de que lo que digo es verdad– he visto toda clase de catástrofes y he presenciado todo tipo de epidemias, desde el Ébola hasta el cólera y algunas que ni nombre tenían. Estoy viejo, así que pocas películas de pandemias me impresionan porque las he conocido en primera persona. Solamente puedo decir que «esto es muy raro», porque todos esos interrogantes de los que les hablaba en un comienzo y que nacen a partir de la educación creadora de pensamiento, no me permiten aceptar lo que los medios masivos de comunicación están imponiendo a nivel planetario. Hay virus de tantísima más letalidad que andan sueltos por el mundo sin que nadie les haga sombra ni los encumbre al podio de «gran virus». Virus comunes, que nos encontramos todos los días, como otro tipo de patógenos comunes de alta contagiosidad que andan haciendo estragos en poblaciones vulnerables (el sarampión en el Congo, sin ir más lejos) y nadie cierra sus fronteras por ellos ni se decretan cuarentenas ni se asaltan los shuks ni te aplican multas. Nadie les aplica el rigor de la ley a los «antivacunas» con el riesgo que conlleva a esta altura de la Humanidad, un tipo de conducta semejante.

La sumisión por el miedo es más antigua que el mundo. Si un pueblo tiene miedo, busca un referente, un pater que lo guíe y le diga qué hacer y cómo comportarse. Elige el mesianismo a la razón. No discute, no opina, no se interroga. Olvida otro tipo de cuestiones importantes, porque nada hay más importante para un ser vivo que seguir vivo. El miedo, entonces, produce una parálisis de las ideas reflexivas y aparece el cerebro primario de los animales de sangre caliente, que obedece al alfa de la manada social casi de manera ciega o responde al instinto de conservación y destruye a lo diferente –o civilizadamente asalta el shuk y termina a puñetazos con otro asaltante de shuks por un rollo de papel higiénico–.

Al miedo caliente se opone la reflexión que otorga la educación. Al miedo infundido y fogoneado por el bombardeo de información catastrófica, se opone el orden en las ideas que otorga la educación. El miedo es el opositor primario de la coherencia y de la razonabilidad y en esta clase de situaciones, juega en contra y no a favor de los hombres.

En estas excepcionales condiciones, este miedo que parece ya inyectado a presión por los profetas de la catástrofe, es el arma de alguna guerra que no es epidemiológica aunque la epidemiológica sea su excusa. Tampoco vamos a restarle importancia, que no va por ahí el discurso, sino tratar de darle la que realmente tiene, comparándola con otra serie de cosas iguales o peores y analizando esa particularidad.

El arma que se opone al miedo y con la que contamos para encontrar o al menos intentar encontrar la verdad es la educación, el conocimiento, el pensamiento lógico y sus interrogantes, sus búsquedas, sus cuestionamientos a la obviedad.

Dos armas para la misma incógnita. El hombre, en el medio».

Ahora, hablemos con Nietzsche y con Chomsky.

Héctor Michivalka – Honduras

Bosque de bonsais

1

Nos dejan los sueños
como un niño abandonado en un supermercado.

Niño que, a su vez, ve con asombro
que ese local está lleno

de otros niños abandonados como él.

2

Con el pasar del tiempo,
la verdad va mostrando sus harapos de indigente:

las bombillas de luz se opacan

y, nos achicamos
tanto,

que ya nos queda grande hasta el concepto
que teníamos de nosotros mismos.

3

Alta y con un corto vestido,
color rojo,
semejaba la opulencia
de un tulipán rebelde

a los destrozos del tiempo.

4

El silbato del tren
sonaba a destierro

y se hundía hiriente en su lejanía.

5

Los tenis que dejaste colgando
en los alambres eléctricos,
fueron una travesura de niño.

Los sueños que cuelgan en pares
en los alambres de tus anhelos fallidos,
son travesuras de la vida.

La vida es una anáfora de renuncias.

Leonardo Zambrano – Ecuador

Poesía minimalista

Toronto by Adrian Lang

Cortados

Hoy, los silencios de mis labios ocultan uñas
en los aullidos, con dedos de otros diseños…


Tú que conoces mis ecos, desnuda la memoria
con juegos entre la jaula y el universo del punto.


¿Cuántas veces son cuántas?
Cuando se niega que hubo labios,
si a veces el beso es un capítulo
y el poema abarca sus acasos.


Hay metal en la platea
y la hiedra tiene llamas claras
tentando al yunque con su fuego
donde el golpe es solo físico.

Fuerza , masa y aceleración…


El punto es único al paso
la llave está en la voz
que ladea indivisa…
…su mundo extraño.


Me faltan viajes tocando simplezas
un beso en un parroquia desierta
y a veces con sed cerca al silencio…


John Madison – Cuba

Los días de gloria

Ya no soy el tipo de los poemas. Mi divorcio no solo se llevó por delante una parte de mí, también mis versos. Gladys dice que me tenga paciencia. Que algún día de estos volveré a ser el hombre de los cuentos bonitos y que estaré curado del fanatismo enfermo por mi mujer (y al que llamé erróneamente amor), cuando al mirarla sienta lo mismo que se siente al observar un biombo o un armario: nada. Y no hay cosa que la rubita de mi vieja, Gladys, no suelte por esa boca de pitiminí que no acabe por hacerse realidad.

Ahora estoy junto a la cama de hospital de esa mujer a la que Gladys llama celosamente y con desdén «la puta», mi mujer, y a la que agradezco mi visión excepcional del arte, mi profesión de publicista y mánager y mi habilidad poética.

Cierto, Gladys. Ya no siento esas ganas enfermas de comerme a mi mujer a muerdos limpios ni me pongo nervioso en frente suya, ni gageo como los gilipollas mientras ella se parte de la risa. No.

Estoy con mi mujer; con mi mujer medusa toda llena de cables y de tubos. Con mi mujer —transmutada en una reverenda porquería—, pensando en que fue esa misma mujer quien me cagó la vida, y que ahora no se entera, en lo absoluto, de que estoy aquí, de pie, mirándola. Ni se entera, tampoco, de haber sido quién me llevó a escribir bajo un seudónimo, aún más hijo de perra que ella misma, los mejores poemas que escribiré jamás.

Estoy con mi mujer que ya no se da cuenta que de su marido no queda más que el tipo de ficción que un día apareció para salvarlo de la muerte por colapso espiritual: John Madison.

El año pasado era increíble que mi mujer fuera para mí aún mejor que la octava maravilla, pese a tener setenta y uno. Sin embargo, ahora parece como si algún encantamiento de esos que usan las brujas de Perrault para poner la pista de palacio bien caliente hubiera borrado a la mujer narcisa, a la mujer genio que yo amé y puesto en su lugar a ese montón de huesos cenicientos y cabellos podridos.

Quiero que vuelva la meretriz del crack. La yonki del vasuko para ponerme a cien km/hora y cantarle los cuarenta principales y zarandearla y hacer de su papá, de ese papá que siempre le faltó, con una buena cachetada.

Quiero que vuelva la mujer del puterío. La del tequila, la ramera por la que yo lanzaba auténticas riadas de ofensas metafóricas para jodernos la vida y que todo en el maldito cuarto salte por los aires, pero me dura poco ese deseo porque la anciana a la que alimentan a través de la sonda ya le ha dado agua al dominó y comenzado su charla con Ikú.

Acaricio débilmente su mano. Quizás del otro lado, el lado de las almas, recuerde la caricia que el cabrón de su hombre dejó sobre esa palma —siempre le hacía aquel gesto cuando quería follar y estábamos en público— e interceda ante Dios para que me regrese la palabra y la vida cuando él le pida cuentas.

Sí, estoy con mi mujer; con mi mujer que es ahora un despojo, invocando a mis dioses y no, precisamente, para que me revelen el conjuro que traerá a mi vida la curación que aseguraba Gladys para escribir mis versos:

«Olofin, libera a la mujer que fue mi amor del sufrimiento. Libérala de todo pacto sentimental conmigo para que pueda recorrer la senda de los muertos».

Miro a la mujer portadora del espíritu que en la hora del tránsito, del lado irrecordable que antecede a las reencarnaciones, ofreció sus servicios para ser mi enemiga: una enemiga despiadada, cínica, mala madre. Una yonki rebelde. Un despropósito al que quise arreglar sin entender que era yo el único tareco de su mundo que debía arreglar.

La miro inmóvil dentro de esa bata azul de algodón que allí le han puesto y que la hace parecer más pálida y jodida de lo que ya está. Pienso que no guarda, ni de coña, relación con su glamour y pienso, también, en el vuelco que supuso dejarla, en que hace un montón de meses que no me siento a escribir porque escribir es castigarme con el pasado y en que estoy limpio. Y en que hace un año justo que no me meto un pico de cristal ni de coca, desde que dejé a mi mujer.

Ni siquiera en esos días violentos tan cercanos al aniversario de la muerte de mi Manuel.

Me gustaría decirle a esa mujer que siento la manera tan trágica en la que nos amamos, o soltarle cualquiera de esas paridas estúpidas que le tiraba cuando a ella le iba mal en sus conciertos y que la hacían reír, pero no digo nada y sigo allí con mi mujer, mi mujer que es toda del silencio. Y soy ante su hiriente delgadez un hombre témpano. Un tipo sin pasión. Un infeliz al que su puta entre las putas le ha arrancado su humanidad de hombre y la ha arrastrado con ella hacia el submundo oscuro en el que se refugian los enfermos cuando ansían que la ciencia les permita dormir, de una maldita vez, su largo sueño en los albores del Antahkarana.