De los ritmos literarios y otras malas hierbas

por Gavrí Akhenazi

Soy un tipo que se dedica a la prosa porque se siente más a gusto con el tipo de formato narrativo que con lo que sería escribir un poema o sea, disponer la escritura en frases cortas apiladas.

Creo que la prosa tiene su propio ritmo y lo he sostenido durante muchos años cada vez que surgió la controversia de si ritmo sí o ritmo no, para diferenciar la prosa de la poesía. La prosa tiene su propio ritmo, repito, y los buenos prosistas se lo imprimen a sus textos, cada uno dentro de su propio estilo, porque una prosa sin un ritmo natural que la haga fluyente y atractiva, es un bodoque que al lector le resulta difícil cargar.

Por otro lado, creo que la poesía, como tal, puede abarcar infinitos temas siempre que se encuadren en su denominación, ya que poesía no es poema. Poema es una forma y poesía es un género, del mismo modo que un gato no es un león, a pesar de que los dos son felidae.

Tanto la poesía como la prosa son, por decirlo a mi modo, una «visión» literaria de la expresión humana. Por ende, lo discursivo puede ser poético, aunque es un poco más complejo hacer que «lo poético», concebido como tal, o sea, con el uso del simbolismo, del lenguaje connotativo y de todas esas cosas, resulte apropiado para cierto tipo de discursos, como el discurso científico, aunque haya excelentes científicos que hacen excelentes discursos poéticos en sus exposiciones.

Más allá de lo que digan los manuales, en los intercambios de opiniones lo que prima es el criterio que se emplea.

Soy un escritor que hace pocas citas para amparar lo que dice, porque a mí lo de las citas no me gusta y prefiero manejarme por fuera de lo que otros dicen, ya que llegado a un punto de la carrera, cualquier escritor que se precie de tal puede elaborar desde su experiencia y con más enjundia, lo que otros refieren en los tratados y que nunca han experimentado per sé.

De ahí que diga que el ritmo no creo que defina o diferencie lo que es prosa de lo que sería poesía y que la prosa tiene su propia valencia rítmica casi tan notable como los ritmos métricos que regirían el esquema poemático.

La diferencia no es esa, a mi criterio
ni un poema resulta
de
cortar una prosa
en los suficientes pedazos
como para que
parezca que el autor ha escrito
un poema más o menos
rítmico.

Que se pueda escribir lo que a uno se le antoje con el formato que se le antoje, estoy en un todo de acuerdo. Uno puede hacer lo que quiera y renunciando a mi fobia por las citas, echaré mano de Huidobro: «El autor es el dios de su obra». Justamente por eso, uno puede hacer lo que se le ocurra y pensar también lo que se le ocurra con respecto a lo que escribe, prescindiendo del sentido común y amparándose en las novedades que ofrecen las vidrieras de los cambalaches, donde todo cabe y todo se vende y tirando por la borda el sentido común que mencionaba antes.

Cuando se establece para un poema la definición «prosaico», se está entendiendo que alguna diferencia hay entre lo que es netamente poético y no necesariamente lírico -que es otra cuestión- (ya sea en prosa como en poesía) de lo que parece más un discurso periodístico o un artículo de opinión que el autor cortó en pedazos más o menos rítmicos y apiló con formato de poema. Y eso es porque el sentido común indica que cualquier escrito que se precie de «poético» debe tener algún condimento que lo defina como tal, más allá de una pila de frases cortadas más o menos rítmicas.

Yo creo que si siguiéramos el criterio de que solamente el ritmo diferencia poema de prosa, no valdría la pena hacer distingos de ninguna índole entre poema y prosa propiamente dicha que incluiría a los ensayos, las crónicas periodísticas, los artículos de opinión, las ponencias científicas, los libros de mecánica y todo lo que se te ocurra. Incluso hasta el instructivo de los medicamentos podría ser tanto poema como prosa, de acuerdo al formato que al que diseña el prospecto le parezca más feliz.

Tiene que existir por fuerza alguna otra cosa que diferencie el fondo de lo netamente formal ¿verdad?

Ahora una prosa que rima, como tantas que suelo ver ¿es una prosa?

La rima tampoco define lo poético. La rima, como el ritmo, definen lo estructural. Las prosas no riman. Si rimaran ¿qué serían? Y no estoy hablando de la prosa poética, ya que, como me he cansado decir, no deja de ser prosa con un fuerte condimento poético, hasta el punto en que se ha discutido si el nombre debería ser «prosa poética» o «poema en prosa». Y volvemos al huevo y a la gallina ¿verdad?

No. Porque la definición de poema, poético, poesía, es una definición en sí misma, muy alejada de lo convencional de su formato. Es una visión de la realidad que trabaja diferentes parámetros y que cabe en muchas partes, porque es la sustancia emocional, la otra visión, lo que la diferencia sustancialmente de, por ejemplo, esta exposición que estoy haciendo.

Lo que es poético es poético dentro del formato que se le quiera dar, porque no se trata de contar las sílabas, aplicar el metro correspondiente, trabajar la dinámica rítmica o meter todos los gatos en la misma bolsa, sino de una concepción de la realidad muy por encima de eso.

Y de eso creo que adolecen realmente algunos poemas cuyos autores sostienen solamente la teoría de que si es rítmico, es poema, cuando en realidad parecen un instructivo para medicamentos que un diseñador creativo colocó en frases cortadas que le sonaban más o menos bien, pero que, como todo instructivo, sirve para lo que sirve pero a nadie emociona un instructivo de medicamentos.

Entiendo las defensas y por supuesto, son válidas para mí como cualquier otra defensa que haga alguien convencido de lo suyo, porque yo no discuto opiniones en literatura ya que hay tantas opiniones como escritores. Solamente expongo mi opinión.


El contenido siempre es importante. De hecho, creo que es lo más importante y el continente o formato no debe ser un obstáculo.

El hecho artístico creativo lleva implícitos una serie de resortes que justamente por eso lo transforman en un hecho creativo y un hecho artístico no es una lista de supermercado ni el prospecto de un medicamente, por usar dos cuestiones que ya empleé, si no se las dota de un plus de creatividad, que no es precisamente imponerle un ritmo a lo escrito.

De otra forma, todo sería un hecho artístico y cualquier cosa cabría en esa denominación, incluso ese perro que un «supuesto artista plástico» ató a una pared en su exposición y dejó morir de hambre ante la indiferencia de sus seguidores.

La cosa radica en no caer en el simplismo y justamente creo que esa es la base de la historia, ya por fuera de si casa o deja de casar el metro de un poema.

Lo sencillo puede alcanzar un alto vuelo creativo, cosa que no significa que uno deba volverse lírico, pomposo, intraductible o caer en la más lisa planura, sin un solo giro artístico.

Sencillo, Miguel Hernández. Sencillo, Manuel Alcántara. Y no por eso su acto creativo era simple, porque repito, simple no es sencillo y el arte, ya por ser arte, no es una cosa plana, completamente aemocional y que no despierta el mínimo estímulo más allá de un bostezo.

Un hecho artístico es creativo per sé. No es una página de diario donde se relata un óbito intrascendente, aunque hay algunos periodistas que hacen arte al momento de sus notas y entonces, sus notas te llaman la atención justamente por la creatividad discursiva que poseen.

Creo que debe existir algún tipo de diferenciación manifiesta entre la creatividad, que, repito, no se trata de hablar complejizando lo que se dice ni de crear imágenes estrambóticas que no encierren ningún sentido capaz de despertar el estímulo en el símbolo de quien lo lee (porque el sistema del arte es la coexistencia de símbolos entre el emisor el receptor, ya sea por el impacto propio de la idea o por el impacto estético que el símbolo trabaja).

El arte es una expresión íntima y precisa de la creatividad para no caer en la simpleza. Luego, no todo es arte por más que aquellos a los que les falta el plus de la creatividad, quieran que se comulgue con ruedas de molino.

Y así como un poema no es un ensayo, aunque uno en un ensayo pueda incluir deslices poéticos, la sencillez no es simpleza. De otro modo, cualquier cosa sería cualquier otra, más allá de la taxonomía. Un perro sería una mesa, un fusil sería un ramo de flores y dejo a elección del lector los ejemplos de permutación que se le ocurran.

Si cualquier cosa puede ser cualquier otra, nada se definiría por la taxonomía y todo haría de todo, por no decir que todo sería todo, porque por algo las cosas son diferentes entre ellas, más allá de la filosofía.

Pero si no te da el cuero (talento en este caso) para hacer todo el camino y pretendés cambiar todo el sentido real del arte para que lo tuyo encaje, yo diría que mejor el que supone eso intente con el bonsai, porque uno puede escandir bien, regular o mal, pero escribir un poema no es saber escandir.

Escribir un poema es saber escribir y eso, solamente te lo añade el plus de entender el ejercicio del hecho artístico y que no todo es arte, aunque nos empecinemos en que así sea, como el tipo que ató el perro al muro y lo dejó morir de hambre.

«La otra orilla» de Julio Cortázar

por Silvio Rodríguez Carrillo

«La otra orilla» es el primer libro de cuentos compuesto por Cotázar, y que comprende relatos escritos entre 1937 y 1945. El volumen se divide en tres títulos, Plagios y traducciones (que incluye «El hijo del vampiro», «Las manos que crecen», «Llama el teléfono, Delia», «Profunda siesta de Remi», «Puzzle»), Historias de Gabriel Medrano (que incluye «Retorno de la noche», «Bruja», «Mudanza», «Distante espejo») y Prolegómenos a la Astonomía (que incluye «De la simetría interplanetaria», «Los limpiadores de estrellas», «Breve curso de Oceanografía» y «Estación de la mano»). El libro iba a ser publicado en 1946, pero no llegó a concretarse.

Plagios y traducciones: Encontramos algunas descripciones inusualmente perfectas, «… se llamaba Miss Wilkinson y bebía ginebra con una naturalidad emocionante», pasajes en donde brilla la metáfora, «… exaltaba en su recuerdo el sabor de la sangre donde había nadado, goloso, el pez de su lengua». También, el rasgo decidor del pretérito imperfecto «Y la calle estaba lejos, y era mediodía» como la presentación de oposiciones «y la ausencia de Sonny, presente en todas partes como son las ausencias» conformando formas potentísimas.

Historias de Gabriel Medrano: El relato en primera persona se conjuga con el poderío de la imagen: «La mentira se aplastó a mis pies mientras desandaba el camino», en una primera historia de desdoblamiento ; y cuando le toca hablar al demiurgo no teme demorarse en un detalle . «Cuando vierte el té en las finas tazas su gesto tiene algo de triunfante, contenido por un carácter tímido que se rehúye a sí mismo la ostentación de lo logrado» en una historia donde lo fantástico cobra vigor. Se vuelve notable aquí el desarrollo de la estética sobre lo mundano.

Prolegómenos a la Astronomía: El autor plantea la existencia de un dios que, a imitación de Jesús, es asesinado por sus coetáneos , una sociedad dedicada a la limpieza de estrellas , el origen del océano pacífico y la existencia de una mano con vida propia . Es una serie de cuentos en donde lo fantástico domina el argumento, prescindiendo de cualquier contacto con la realidad, salvo al final de «Estación de la mano», en donde el protagonista confiesa vuelve a ser «un habitante correcto».

La otra orilla es una colección de cuentos breves (algunos incluso de sólo dos o tres páginas) en donde ya se puede apreciar el aliento narrativo de Cortázar, con su particular manejo de la metáfora y las oposiciones, el planteamiento de una historia que sin aviso se quiebra abruptamente, o bien, que lenta y cadenciosamente se encamina a una dirección inevitable, aunque el elemento sorpresa siempre esté agazapado, a la espera de dar su zarpazo aun al lector más avisado. Sin dudas, un lujo que abre los cuentos completos publicada por Alfaguara, y que cuenta con un prólogo increíble de Mario Vargas Llosa.

«Anotaciones para repetir en silencio», selección de poemas de Ronald Harris

Imagen by Szilárd Szabó

Estoy condenado al travestismo de mi lengua
decir tantas veces lo mismo
amerita camaleones en el alma
camaleones y payasos
y malabaristas ciegos

tantas verdades disfrazadas de predicados sangrientos
ameritan la mentira de estos ropajes
de mi lencería púrpura
de mis peinados artificiales
de todo este maquillaje que devora mi rostro
en una sonrisa negra y vacía

porque hasta llorar aquí
es un espectáculo de geishas
y arlequines

el teatro está lleno
todos me miran con una expresión similar
que va desde el asco hasta el asombro

en este espectro hasta el miedo muestra su cara

comienza entonces la parodia
cae parte del telón al suelo
y me revuelco en él
dibujando sobre el escenario
una mancha grotesca y “sempertina”

parte del público quiere huir despavorido
otra parte está demasiada absorta
para darse cuenta

sólo unos pocos me miran hipnotizados

para terminar el acto
saco una paloma muerta de la manga
y me la trago

muchos a esta altura ya vomitan

entonces
de rodillas y llorando
les leo un poema sobre ellos mismos

los más enfurecidos
suben al escenario y me golpean en la cara
la mayoría se retira murmurando
hablando de cualquier cosa

quedo solo
pero siempre estoy solo

me saco la vestimenta para quedar desnudo y recostado

dentro
todos mis fantasmas susurran al mismo tiempo

estoy cansado muy cansado
quiero levantarme y salir corriendo a ninguna parte
pero ya es tarde

duermo


29 de junio de 2007

Cómo bordar este apetito con la voluntad que no tengo
acomodarlo en algún rincón polvoriento
junto a las fotos prohibidas

vienen sucediéndose las funciones
tarde a tarde
y el papel no me sienta del todo

y no es que los disfraces me incomoden
es sólo esa necesidad de sentir a veces
algo de verdad entre los dedos
algo de pudor en las encías

tanta lucidez a ratos desagrada

realidad sobre realidad

la noche fue larga sin la dosis
un prurito de sombras batalló entre mis sábanas
hasta ese amanecer siempre gélido
siempre desolado

una luz como una espada
se clavó en mi frente
para llamarme a la vigilia

fría luz de Julio para rezar

lejos
bulle la ciudad a la espera
de la somnolencia transeúnte

pronto un café frío y tres galletas
conectarse a los deberes y el ocio
suena “no todo está perdido” en los auriculares
aprieto los dientes y los ojos
para no llorar

igual lloro


3 de julio de 2007

Debo pintarme todos estos los labios
para besar a mis espectros
y dejarlos marcados con esta pena de cabaret
(tan similar a la alegría)

supongo que es mi destino
habituarme a la voluntad de los atrapados
ser fiel al postizo afán que profesa tanta angustia

vestirme de estas sombras
es un juego que bien puede valerme
un pasaje a la trascendencia
o a la condenación

pero ya es miércoles en la derrota

vienen los santos semanales
y un momento para practicar el ostracismo
en la patética compañía de los otros

la muchacha me sirve una bebida
me pregunta mi nombre
obviamente le miento
la miro absorto varios minutos mientras baila
no estoy aquí
no hay nadie aquí

Santiago se desmorona en los callejones

me tocan el hombro para llevarme hacia otra habitación
“son diez mil si la quiere desnuda”
acepto sin pensar

entra la muchacha y se desprende
de los restos de humanidad que nos separan
yo mientras
pretendo no sentir náuseas

voy a decirle que me voy
pero me hace un gesto de silencio
me besa en la única boca que nos queda
algo como la noche me sube por la espalda
algo como el abismo
o la desesperación

la verdad no deseo tocarla

preparo un intento de melancolía
pero suena el celular

me retiro sin cambiar de expresión
la perplejidad es una máscara excelente

me escondo al fondo del teclado y digito estas palabras

hablo con mi hijo por teléfono
y hago promesas que sé
no cumpliré

entro y salgo de la nada buscando fuerzas

voy a baño
orino
vuelvo al teclado y cierro los ojos
vuelvo al baño
me miro largamente en el espejo gigante que lo devora todo
está manchado en las orillas con los dedos
ya no lo soporto

vomito


4 de julio de 2007

Batallamos cada día con toda esta ternura
que llamamos tristemente soledad

abrimos y cerramos nuestros ojos a tanta maravilla diciendo

no gracias
hoy no quiero ser ni parecer

pero nos equivocamos
y caemos arrodillados cada siguiente ocasión
tentados en la posibilidad
de encontrar lo que nos huye

pertenecer no es verbo para moribundos

supongo que no todo obedece
al macabro juego del azar
eso debería incitar una plegaria
pero mi lengua está cansada de pedir

es que quizá
me he metido demasiadas cosas en el alma

o los alvéolos

demasiadas trampas demasiadas pesadillas
he recorrido este infierno demasiadas veces

pero hoy todo me parece demasiado
el horario las luces
el pastoso murmullo de mi respiración

todo me parece innecesario y repugnante
la música que baja de los muros
la sequedad del aire acumulado en la oficina
todos estos papeles llenos de garabatos incomprensibles

si pudiera gritar o llorar
levantarme para destruirlo todo con un alarido
asesinarlos a todos bramando sus nombres
en un sola y aterradora palabra

también
me parecería

demasiado

«Salvador», relato de William Vanders

Imagen by Reimund Bertrans

Conocí a Salvador cuatro años antes de su muerte. Murió de cáncer en la garganta.

Salvador fue un hombre de barba más cenicienta que blanquecina. Fue un servidor de las letras, más por su acendrada imaginación, que por rigurosidad académica.

Autodidacta de la palabra, describió el proceso de desnudez de las piedras. Dijo que las piedras se desnudaron para copular aleatoriamente con la lluvia, el aire, el frío, el calor, la humedad, el líquen, la luz, la oscuridad y el tiempo. Que su desnudez es signo fijo y secular de una memoria múltiple: la memoria de los secretos. Que su desnudez solidificada fue arena, es arena y será arena. Que duerme despierta estando dormida y queda vestida estando desnuda. Que habla sin ojos y mira sin boca. Que camina estando quieta y estando quieta respira. Que desnuda está siempre pero, a veces, se enamora del líquen y se transmuta en agua para viajar al río, ser meandro y beber el mar.

Salvador murió de cáncer en la garganta. Acaso una piedra en la voz de la palabra, acaso una palabra en la voz de la piedra.

Salvador.

Murió.

Manuel Martínez Barcia

Selección de poemas

Origen y exterminio

Necesito idear
un yo interpretativo del amor
sin llave en sus compuertas,

una imagen de ti

que sea irrenunciable cercanía
capaz de ser adverbio,
de modo, de lugar, de negación
si tú fueras apenas, casi, nunca,
el no de lo absoluto.

No pudiste escuchar mis oraciones
mientras éramos luz, el pulso creador
de lluvia estéril, pacto perdurable
de algún inexistir
en noches de recursos sin alzada.

Preciso creaciones que sean abstracción
fingiéndote invisible en mi materia,
temblor, ilusionismo, paréntesis que ocupe
este origen febril,

tan ávido ecuador de tu exterminio.


Las formas del aire

Hacia donde orientar
esta cálida luz
que pretende metáforas de ti
sembrando agitación en mis palabras
mientras los versos vuelan
las frágiles ideas de las ensoñaciones.

¿Acaso eres la ruta del amor?

Después de caminar por tu noche mis pasos
me basta con sentir la soledad que despiertan las flores
cuando tú eres mujer y el único atributo
capaz de ser escrito en un poema.

No sabría medir
la distancia que une
ese ir y volver
que atrae los sentimientos
y luego despereza.

Albérgame en tu sombra,
yo seré corazón
y hélice y válvula
y aliento

ese ardor tan fugaz que siempre te ilumina
y es bautismo de ángeles con sexo,
vigilia de tu nombre y la merced
de las formas del aire…


A pluma rota

Porque tú eres la piedra donde yo soy tropiezo

metaforicamente, diríase caer,
a paso cambiado, sin riesgo a fracasar
el límite absoluto, lo que repta el amor
sin huella en las alturas
.

Porque ambos fingimos ser pálpito de luz
mientras sueñan los cuervos
el tiempo de un poema,

porque yo soy guión
y te conozco actriz,
sobreactuando siempre,
veraz a tu manera.

Por estas tan inútiles razones
hoy pretendo extravíos,
la búsqueda de mí
sin que sangren palomas los aires de mi vuelo.


El norte de la rosa

Ayer estaba herido de locuras,
de ilusiones negándose a vivir
los tiempos que más amo.

¿De qué vale un ardor sin alegría,
silenciado en lo estéril que enfebrece
fulgores de la nada?

Gracias por este norte que oloriza
la brújula del sueño,
también la rosa virgen que liberta
lo esclavo del placer
sembrándome en la flor que lo perdura.


Des-atadura

Ya no me pesa el alma,
es como si por fin nos libertasen
de aquella esclavitud,
del abismo tan hondo que labramos
a golpes de insistencia, sin apenas minar
vetas del corazón,
sembrando la espesura en lo infeliz
sin frutos de esperanza.

Ya no duele el dolor,
me deshojo en tu piel, mientras náufrago escucho
el vacío del mar,
la silente inmersión de nuestra nada,

efímera la luz
nos desconvoca,
no hay sales en sus lágrimas
ni amor que las realce.


Pastoral sin nadie

Son mezcla de intuición y de lejura,
de relojes sin horas y mentes enceladas
en la promiscuidad de amoríos sin nadie.

En ellos las pasiones
sueñan que tiempo y luz son compañía
de un lápiz que gravita soledad
sobre un papel en blanco.

No hacen falta razones en su luna de miel,
ni siquiera invitados que engrandezcan
festejos por venir
cuando lo apalabrado ya es memoria.

En los poemas pueden contemplarse
los ecos del silencio cantando lo inmortal,
una sílaba oculta
que emite resplandores en espejos de sol
y a tu sombra sucede.

(así es como te escribo mi temblor cuando eres ausencia)


Sentir lo Ultraversal

Crucé lo imaginario sin saber
qué fuerza me arrastraba con sus brazos
hacia un mundo irreal,
emociones sin mí en la existencia,
con otro corazón alguna vez
latiendo mi sentir
en pulsiones gemelas de un tiempo iluminado.

No es tan fácil hallar
los mágicos instantes de Dios en las palabras,

tan cerca del amor,
tan lejos de extinguirme de lo humano
que podría pecar de incongruencia
fingiendo lo que fui,

-un ángel asombrado en el espejo-

y un verso en la retina
mirándome con luz de mis pestañas,
aunque nadie lo vea,

aunque sean mudez
voces de poesía
tan adentro,

acaso pedernal cuando hay un fuego

(o tan solo palitos…)

«Coitus continuus», relato de Gavrí Akhenazi

Por la tierra resbalo como el gris resbala por el cielo en las tormentas. Una tormenta en gris, que se resbala.

O un pájaro caído, pienso después, mientras giro el cuerpo con el caño del fusil adherido a los labios.

Tengo esa costumbre.

Lo aprieto contra mí y soporto el caño con los labios en un beso de olor picante, frío, contaminado de lubricante y pólvora.

El olor del arma empapa el olfato y tiembla entre las manos como el olor de una mujer que también tiembla entre mis manos, tantas veces feroces, cuando intento acariciar la piel desnuda. Todo lo desnudo está indefenso.

Estoy un rato así, tendido, con el arma-mujer sobre mi cuerpo y su boca en mi boca, sostenida casi sobre el filo de los dientes y la rigidez mordiente de los labios, apretando sus partes que disparar enciende de calor, igual que a un cuerpo encienden los orgasmos.

Respiramos. Jadeamos. Esperamos. Corremos. Resbalamos. Jadeamos. Respiramos.

El olor del arma me intoxica, me droga, me despierta las voces del rugido, igual que una mujer me las despierta con sus olores íntimos y sus sabores bruscos a pelo y a sal, grasa y almizcle, carne cruda y metal, pescado y hambre.

Cierro los ojos y me abandono a la seducción suave, a la succión del juicio por lo que todo mi cuerpo se estimula, mientras ahora giro, suavemente y apoyo el vientre en el olor a tierra que se pega a la sudoración.

Disparo.

El francotirador hace silencio y el silencio es un hábito que rueda por el morbo.

Le hago un gesto a la tropa y continuamos el camino por ese territorio interrumpido por la vida y la muerte de las cosas.

A veces tengo erecciones al matar.

«Alto psicópata» diría alguna gente que no entiende los secretos del ramo.

«Azules sueños», «Armas», poemas de Jordana Amorós

Imagen by Thanh Tuân Ta

Azules sueños

¿Quién no fue alguna vez
un proyecto de pajaro?

¿Quién no trajo de serie
unas alas inquietas,
una avidez sin límites
por exprimirle a un cielo sorprendido
su colección inédita de añiles luminosos
y jugar a esconderse,
camuflada , como un rayo de Sol,
entre sus nubes blancas ?

Tener tan pocos años
y tanto fuego dentro
predispone a pensar
que se tiene la fuerza suficiente
para alcanzar tus sueños, sin perder
alguna que otra pluma en el intento.

Luego el tiempo se afana
en ir atemperando los impulsos
a base de inclementes vendavales.

Después de tomar tierra, toca hacer
un recuento de daños.

Más que nada
perturba la conciencia de saber de memoria
las múltiples miserias que conlleva
el ser sobreviviente .

Y aun así abrazarte a su rutina
de días grises,
de noches incoloras , sin una mala estrella
que llevarte a los ojos,
que te haga recordar que alguna vez tuviste
celestes ilusiones .

Hoy solamente quiero
vivir , sencillamente.

Vivir serenamente,
sin la necesidad recurrir
a otro paliativo que embriagarme
a base de poemas.

Vivir sin que vivir
me me duela demasiado.

Y morirme también
sin darme apenas cuenta,
al despuntar de alguna madrugada,
silenciosa y tranquila,
mientras sueño
que estoy mirando al mar y que me arrullan
con su canción azul las caracolas.

Que vienen a mirarme
dormir eternamente, como antaño,
nubes encanecidas, que conocen
los secretos que guardo , tan amorosamente,
debajo de mi almohada,
los que habrán de llevarse
con ellas hacia inmensos horizontes turquesa
volando como alegres palomas en bandadas.

Los sueños, sueños son hasta que muere
la última esperanza.


Armas

Lo siento, no me gusta
este oficio oficioso de ser correveidile
de las malas noticias,
pero mucho me temo que aún no han inventado
tiritas para el alma.

Y ya me gustaría…

Aquí, quién más , quién menos,
no hay nadie que no esté muy bien llorado
y quien no se conozca los salitres
de todas sus heridas.

A veces con la ayuda
de algún licor con hielo
y otras embriagándose con unos cuantos tragos
de suave poesía,envenenada
por la pasión salvaje,
todos intentan ir recomponiéndose
y seguir con su vida como pueden.

Y sé lo que me digo…

Soy ese ser doliente que palpita
porque a diario consiente en medir con su dedo
la hondura de su llaga.

Allí dónde reside
la verdad más extrema,
la que ni tan siquiera consigue enmascararse
a base de metáforas.

Solo puedes salvarte y redimirte
haciendo tu armadura
de tu fragilidad,
mostrándote al desnudo sin sonrojo,
convirtiendo tus múltiples miserias
en tus mejores armas.

Admitiendo que nunca
has tenido al alcance de tu mano
gustarle a todo el mundo,
aceptando que eres lo que eres,
otro mono lampiño , parlanchín y curioso,
reidor y desnortado …
perfectible.

Sencillamente humano,
tallado en roca viva,
es decir,
feroz y resiliente sin fisuras
y a la vez sensitivo
y extraordinariamente vulnerable.

Que atesora en secreto, tatuado en su adeene,
la fórmula perfecta de las lágrimas.

«Sobre alas y armas», poemas de Juan Carlos González Caballero

Imagen by Syaibatul Hamdi

Por Akhen, Maestro armero

Por el amor del dios de los dolores,
por la conformidad del hombre acomodado,
por el gorgojo gordo de tanta sangre dulce,
por la queja infantil del roce de un zapato,
por el traje burgués de medias pintas,
por el oro perdido en unas pulcras manos,
por la savia indolente de un bosque de hormigón,
por la omisión que engrosa filas de falsos santos.

Por eso es menester que el mundo vea el horror
con la tinta del luto, piel, desnuda palabra,
que manche con sudor oscuro mentes planas.
Y por eso se os siente, lejos, en las antípodas
de cualquier egoísmo
o cosa parecida.


En el ring

Viniendo de esos ojos no supo conocer
la trampa sensorial unida al pestañeo
que fortalece la mirada helada
–aquilatada al paso de los años
en el club de la lucha–

En la boca del loco enamorado,
directos asestados por un par de alas negras
como abanicos que descubren poco
de la fiereza oculta del deseo;
una cadencia justa
para hacer de los sueños las caídas,
y de su día, el mejor amigo
que le espera en la esquina de la lona
y le trae a la vida sacándolo del KO.

Se hace más fuerte
una víctima que no quiere serlo,
que aprende pronto
y se torna en verdugo alguna vez.

Se profesionaliza hasta que le derriban
con un ascendente al mentón, cruzado,
su vocación de sparring
al que se le enseñan los diez números
que anuncian el final
de los jabs destinados a mantener distancias
entre los aspirantes
al título de rompecorazones.

«Poema a una bala», «Las cargas», poemas de Orlando Estrella

Imagen by Enrique Meseguer

Poema a una bala

Sola y desnuda viajas
libre
por el espacio
a velocidades irreales,
en espera de contactos que suplan tu soledad.

Tu silvido trágico es la canción fúnebre
de un vampiro en vuelo en busca de alimento
para saciar codicias de otros
a tu espalda.

Manipulada eres
sin concesión alguna.
Un ave indefensa sin voluntad,
sin decisión.

Tu éxito depende
del talento criminal del experto
en blancos
y negros augurios.

Te conozco
puedo dar fe de tu beso ardiente

o, quizás fue un aviso para el acto final
y no
tendrás
la culpa.


Las cargas

Salgo a la calle remolcando bloques
que pesan como un mundo, pero siempre sonrío
-más por vergüenza que por propio orgullo-
pues si muestro flaquezas soy carne de pirañas.
No es mi norma la imprudencia, miren,
quizás por eso es que obtuve algunos
años de vida más.

Mostrar el alma no es propicio allí,
además, he encontrado un lugar franco
en donde desnudarme por completo,
sin prejuicios ni miedo a que se noten
las muchas cicatrices que me adornan.

Si me miran escualos (esas bestias
de letras y palabras) creo haber ubicado
el oasis perdido. No tendré que morir
con lágrimas podridas pues ya sé
cómo evacuar fantasmas y dolores ocultos.

«De armas y alas ultraversales», poema de Silvio Rodríguez Carrillo

Imagen by Mehemet Turgut Kirkgoz

El conocimiento conduce al Amor, y el Amor conduce al conocimiento, son inseparables.
Smarc.



A Morgana y a Gavrí.



La palabra correcta en su metro y su rima
se convierte en peligro, en el arma terrible
que sonriente utiliza el poeta de altura
sin mostrar las costuras, los cortes horribles,
el envés de sus versos precisos y bellos.

Exorcista inefable, alfarero de estirpe
el orfebre de letras consigue sus alas
acechando la zarpa dorada del tigre,
releyendo la sombra de todas las nubes
en el antes de Adám y los frutos del crimen.

Transcurridas las horas, los años, los versos,
se conoce el amor, la unidad, los jardines
que florecen azules –hebreos o hispanos–,
los colores, las luces –entonces decibles–,
el valor de las pausas en todos los ríos.

Lo viví, de primera escritura, sin rifles
apuntando mi sien, con ejemplos enormes
presionándome a ser en mi letra sin límites.

«A pesar de las alas», «Arma letal», «…y digo pájaro», «La flor insomne», «El arma del amor», poemas de Morgana de Palacios

Imagen by Stefan Keller

A pesar de las alas


Y para qué nos vamos a engañar
si a pesar de las alas
solemos caminar con pies de plomo
porque sabemos
que el peligro no está en la palabra expuesta
ni en la murmuración que la leyenda amplía
y desfigura rostros imposibles y tensos
tras la verdad oculta por la máscara.

El peligro es abrir las ignoradas puertas
que cada cual mantiene bajo llave
con el afán ingenuo de enterrar los errores
en tierra olvidadiza,
como si la mudez
los desapareciera.

Tú me susurras selvas
yo glaciares
y ambos nos miramos a las letras
como si fueran ojos

-sin bajar la mirada
sin acusar los golpes-

con la fiera fijeza de carnívoros
que se miden los dientes y el talento.

Si he de morirme un día en la palabra
que rompe tus cerrojos
no dudaré en llevarme por delante
tu épica soberbia.

Seguro que serás un muerto hermoso.


Arma letal


Dónde escondes el brillo
cuando cruzas
las calles convertido en muchedumbre.

Con qué disfraz de gato pardo eludes
las miradas ajenas, sus balas asesinas,
para que no descubran
la luz que te desborda el ojo moro.

No me lo explico. Es tanto
el esplendor antiguo de tu boca
y estás tan fisurado, tan roto y transparente,
que el fulgor se te escapa por todas las hendijas
y cualquiera con ojos lo percibe.

Si alguna vez te olvido,
si por ceguera un día no sintiera
en la retina el brillo de tu aura,
su fuerza golpeando en mis cristales,
no te andes con rodeos y dispara.

Dispara al corazón.

De volarme la mente, te descuidas,
que ya me encargo yo.


Y digo pájaro.



Entro en el ascensor
y digo pájaro.

En los largos pasillos
cuajados de denuncias
pienso pájaro.

Con la exigencia muda de los muertos
con su fe inquebrantable

digo pájaro

pájaro

pájaro

y espero
que se llene el Juzgado
de alas ruidosas.

Qué empeño loco el mío
soltar pájaros
en medio de un sarcófago.


La flor insomne.


Yo no busqué volar con estas alas tísicas
ni salvar las distancias entre el quiero y el puedo.

Yo decía jamás si intuía la entrega,
tapándome el escote de mis ojos de estreno,
era una mano arisca que no se sorprendía
de no ansiar la caricia ni el golpe del recuerdo.
Estaba ensimismada deliberadamente
sabiendo que no habría penúltimo regreso.

Si me besó la lluvia en un perdido otoño,
lo olvidé como olvido que un día tuve miedo
de no poder amar tanto como me amaron
los hombres que no amé con suficiente empeño.

Yo no buscaba nada. Estaba aquí, tranquila,
feroz si hacía falta defender algún sueño
que no era el mío nunca, porque yo no soñaba,
era una flor insomne viendo pasar el tiempo.

Tampoco te busqué, pero llegaste
a horcajadas del viento,
como llegan los hombres malheridos,
oscuro y violento.

Ahora, ya lo ves, sería inútil
decir que no te siento.


El arma del amor

Yo no inventé el amor. Estaba escrito
con todos sus misterios y celadas,
con sus filias y fobias, sus miserias,
sus miedos, sus torturas, sus mandalas.

Yo no inventé el amor pero si amo,
si me entrego a lo oscuro de su causa,
me da lo mismo el cielo que el infierno,
suya es la voz y suya la palabra
y es en la palabra que inauguro
cada matiz con que el amor me mata.

Nunca me enamoré como otras muchas
de un espejismo azul de hielo y agua,
si conflictiva soy, por el disturbio
se decanta el amor cuando me atrapa,
pero me ofrece más que a todas ellas,
su mística del mal sólo es un arma
que me vive y desvive, me atormenta,
o me hace reír si se dispara.

Algo de predador tiene su boca
que liberta, clausura y arrebata,
algo de una constrictor sobre el cuerpo
algo de guerra química en el alma.

Yo no inventé el amor. Estaba escrito
que llegaría náufrago a mi playa
y si me hace sufrir es cosa mía
como es suya la herida que declara.

Porque también es animal de láudano
y yo no he sido nunca suave y mansa,
no le dejo caer si se silencia
ni en el silencio deja que me caiga.

Mi enemigo tendrá las manos rotas
de golpear la vida encanallada
pero nadie acaricia como él
ni nadie dice más con la mirada.



«No disparo», «El abuelo», dos relatos de Sergio Oncina

No disparo

Nunca tuve en mis manos un arma de fuego.
A los críos traviesos, desobedientes y caprichosos los justifican: «Es muy inquieto». Extrapolando, yo era un niño quieto, incluso demasiado quieto. Pero también, impulsivo e iracundo.

Mis amigos del pueblo disparaban con escopetas de perdigones y apuntaban igualmente a botes de conservas que a pardales. Esa caza infantil me aburría. Yo observaba a los demás sin hacer ni un solo ademán para unirme a la ronda de tiro.

Recuerdo el ruido metálico del perdigón contra el bote, el aleteo de los pájaros asustados y el sonido seco del impacto en algún tordo o pardal que distraído descansaba sobre el tendido eléctrico.

Después el pajarillo caía al suelo, el infante cazador lo recogía y comprobaba su puntería buscando el orificio de entrada del perdigón.

El primer día que presencié el juego se me ocurrió proponer que disparasen a los pájaros escondidos entre los árboles porque sobre los cables se exponían demasiado.

Me contestó Miche ofreciéndome la escopeta:
—Toma, dispara tú donde quieras.
Lo rechacé diplomáticamente.
—Yo no quiero, no me gusta.
Pero José insistió:
—¿Te dan pena los pájaros? No jodas, seguro que comes pollo.
—No me interesan, ni muertos ni vivos.
—Se nota que eres un pijo de ciudad.

A los diez segundos la escopeta descansaba sobre la hojarasca y un urbanita estampaba repetidamente sus puños contra las mejillas de Miche.

Otra vez perdí el control.


El abuelo



Mi abuelo tampoco era partidario del uso de la escopeta. No me lo dijo, pero en su casa no había armas y nunca lo vi salir de caza.

A los ojos de su nieto se veía como un hombre tranquilo y lleno de las contradicciones que los ancianos no necesitan disimular.


Su medio de transporte habitual era la bicicleta, aunque las carreras de motos televisadas ocupaban todas sus mañanas de domingo.

Le gustaba jugar a la baraja, pero sin contrincantes. Las tardes de domingo escuchaba la radio y jugaba a las cartas en solitario, partidas que no finalizaban hasta que se completasen sin hacer trampas.

En muchas ocasiones sus nietos nos quedábamos a su lado en silencio aprendiendo las reglas de esos juegos contra el azar.

Entre semana cuidaba de su huerta y de un par de canarios y un jilguero. Los trinos nos despertaban cada mañana de verano. A veces él limpiaba sus jaulas mientras los niños desayunábamos.

Una de sus comidas favoritas era el arroz con pichón, un plato típico de los pueblos interiores españoles y muy recurrido en la cocina de la posguerra.

Nuestro vecino, el padre de Miche, intercambiaba palomas por ciruelas o manzanas de nuestra huerta.

El primer recuerdo que tengo de un pájaro muerto por un perdigonazo es que lo desplumaba el abuelo. Él me explicó la causa de la muerte cuando extrajo el balín de la paloma.

La carcasa del ave, una vez limpia, daba sabor al caldo en el que se cocía el arroz. Sobre el otro fuego de la cocina de leña mi abuela sofreía un poco de ajo y pimentón, y en la misma sartén añadía la escasa carne del pichón. Los olores perduran en mi recuerdo.

El plato final era una especie de arroz caldoso con trozos de paloma. En mi infancia se me antojaba desagradable. Hoy pagaría por probarlo.

«Transformación» por María José Quesada – España

Imagen by Enrique López Garre

Mi cama estaba situada junto a la ventana que da a la calle. Desde allí podía escuchar a los niños que jugaban al salir de la escuela, sus risas, gritos y voces, incluso podía ver cómo volaban sus cometas.


Debido a mi frágil salud nunca tuve la oportunidad de hacer esas cosas y por eso no las echaba de menos, pero los envidiaba.


Las armas que yo tenía para correr, saltar, y vivir un sinfín de aventuras eran los libros.


A través de ellos fui mosquetero; estuve en el centro de la tierra; dentro de la tripa de una ballena; en la prisión del castillo de If, …


Pero un día todo cambió. Entré en un profundo sueño y cuando desperté me invadió una gran sensación de libertad y ya no hay cama ni ventana ni he vuelto a escuchar a los niños de la calle.

Ahora vuelo entre montañas, profundos valles y planeo en las corrientes de aire.
Mis armas, ahora, son alas.


Soy Halcón, Rey, Centinela del cielo.

EDITORIAL: «Las alas y las armas» por Eugenia Díaz Mares

Imagen by Maximiliano Estevez

De lo que nos provee Ultraversal

Vagando entre los blogs del ciberespacio intentaba sacar con mis torpes palabras lo que me estaba aniquilando y veía el abecedario en el cual apoyarme sin poder alzar vuelo.


Morgana de Palacios me encontró en mi derrotero. ¡Bendito sea ese día en el que me enseño que había una luz en el camino de las letras para mí, de esas letras que carecían de alas y de voz.


Cuando llegue a Ultraversal me sentí una inmigrante al ir leyendo la excelencia en los trabajos de los ultraversales, me llene de temor volviéndome a sentir tan insignificante como cuando era niña. Eso no me detuvo. Aunque yo sea nerviosa e insegura también soy tenaz para aprender y conocer mas sobre lo que me gusta.


Comencé a compartir lo que solía escribir sabiendo bien que estaba en un taller de crítica literaria. Al principio me sentí avergonzada y muy desanimada al ver tantos errores en mis trabajos principalmente de ortografía. Sobre métrica y estructuras estaba en cero. Más me avergonzaba pensar en cómo me había atrevido a publicar en un blog lo que yo llamaba poesías.


En varias ocasiones quise tirar la toalla y retirarme rendida con la cabeza baja y si no lo hice fue por la generosidad que tenían los administradores y compañeros ultraversales conmigo, por esa ayuda desinteresada que me estaban dando. Siendo yo una persona poco instruída, ellos me estaban dando su tiempo y sus conocimientos para que las palabras en mis trabajos pudieran tener alas y luz.


Me hicieron sentir que yo podía hacerlo, aunque tuviera que corregir una y mil veces mis trabajos para poder captar lo que ellos querían que yo entendiera.

Poco a poco me fueron ayudando a cerrar las cicatrices en mis alas. Sintiéndome segura y apoyada me atreví a confesarles que yo le había hecho la promesa de un libro en memoria de su vida a mi hija Erika Adriana, algo para mí muy difícil de lograr porque no tenia las armas necesarias que se necesitaban.


Fue aquí en Utraversal en donde me brindaron las armas, en donde experimente que existen las diosidencias desde el momento que Morgana de Palacios me encontró y me trajo a esta gran familia de ultraversales, en donde todos han sido una parte importante en el libro «Su corto vuelo» que logre escribir en memoria de mi hija.

No tengo manera de retribuirles.

Queda en el libro para siempre su generoso apoyo y la ayuda que me brindaron y que siguen brindándome.


Escribir el libro para mi hija, tomada de la mano del Taller de perfeccionamiento literario Ultraversal, ha sido una hermosa experiencia en mi vida. Al ver a todos involucrados en el proceso como una gran familia me sentí acompañada y eternamente agradecida.


Nota del Director: Este editorial que firma la poeta mexicana Eugenia Díaz Mares no tiene ánimo de propaganda ni está destinado a seducir lectores para que el producto se compre. Más bien, lo contrario, aunque algún suspicaz, seguramente, intentará llevar la cosa por ese lado.

Ultraversal es un proyecto gratuito, un mecenazgo. No tiene ningún fin de lucro sino que su único fin es solidario.

La solidaridad, sobre todo en el mundo de los egos artísticos (y por qué no, en cualquiera de los demás mundos), es mal vista y peor mirada, porque contraría las normas del «me lo guardo para mí», «si alguien va a destacar, seré yo» y todas esas cosas que vuelven a las artes, en vez de un hecho expresivo que comunique a los hombres entre sí, un hecho mezquino que solamente busque el lustre propio y el preponderar de unos por encima de otros.

Elegí para el Editorial de agosto las palabras de Eugenia, porque para nosotros es un ejemplo de tesón, afán de superación personal y lucha desde la resilencia más extrema, por el logro de un objetivo fundamental en su vida.

Somos nosotros, los ultraversales, los que estamos agradecidos a Eugenia ya que su entrega al aprendizaje, su humildad inveterada, su empuje solidario y sus progresos incalculables, nos han enseñado que a pesar de la mezquindad humana, no todo está perdido.

Las personas necesitan de la solidaridad en todos los aspectos de la vida. Y ser solidario, aún en el arte, donde lo único que prevalece es el ego del artista sobre cualquier otro bien mayor, es una forma de hacer humanidad, una mejor humanidad, y que el arte perdure más allá del hombre.

«Pan quemado», por Gavrí Akhenazi – Israel

Dentro del sueño, el pan tostado se deshace en su boca y el aroma de ese mordisco llega como en la infancia, esculpido con crujidos tibios y untuosos que impregnan la conciencia de una dulce gratitud.  

Trata de encontrar una palabra que defina la consistencia de ese pan que sueña, pero no la consigue. El sueño se la niega y le aproxima, en cambio, palabras que nada tienen que ver con lo que él sueña, mutilado al fin por el cansancio. El sueño insiste con aportaciones caprichosas como: “mordisco fluo, pan volátil, miga desesperada, espuma despanada”.  

El hombre busca angustiosamente la palabra que defina a ese pan de sus sueños como el pan de su infancia, hasta que pierde la palabra y el pan.  

Duerme en un rincón que comparte con la oscuridad y la vigilia. Todo lo sobresalta en los momentos en que no busca el pan.   Allí los hombres reposan como pueden, bajo un constante murmullo de quejumbre que levita insistente, lo mismo que un fantasma usa la noche para alimentarse. Es un mismo tono sostenido en una grave perpetuidad.   A veces, un niño se despierta gritando. Llora y llora, con voces angustiosas. Provoca un remezón del aire, un sobresalto que avasalla al fantasma y sus gemidos, como avasalla al sueño. Entonces, otros niños lloran de igual forma, como una rabiosa reacción en cadena, inconsolable.  

Pero cuando sólo existe la quejumbre sobre todos y el resto está en silencio por afuera, existe, también, un mal presagio. La calma se transforma en un presentimiento que se solaza en la vigilia y nadie duerme, porque el afuera, ese afuera desconocido, oscuro y silente, es una garra pronta que está eligiendo, en soledad, el momento para cerrarse sobre los hombres desprevenidos en sus sueños. Por eso, nadie duerme, realmente. Ni los que están de guardia ni los que aguardan su turno para hacer la guardia.  

El hombre se recoge en una posición aún más fetal. Se enrolla sobre sí, como un ciempiés, para aferrarse al pan con el que sueña o con el que quiere soñar todavía un rato. Evoca desesperadamente al pan. Lo edifica cien veces en su mente vigil, para soñarlo. No pide más que eso. Un sueño en que haya pan.  

Luego ocurren el fuego y el estruendo. Ocurren los gritos y las armas, sobre ese brusco campamento insomne en que los hombres se levantan y buscan posiciones de defensa, atrapados repentinamente por la garra que ha saltado desde la oscuridad y corre libre, incendiando las pocas chozas precarias que persisten en pie, luego de su último asalto hace seis noches, cuando aún no habían llegado los que ahora, con armas, le hacen frente.  

El hombre que soñaba relega el pan, aparta el pan, olvida el pan y se transforma en uno de esos feroces animales del miedo, que dispara sobre otros animales. Los fogonazos van llevándose la noche con incendios.   

—Perdimos un camión —susurra alguien en la oscuridad. Una voz conocida, que jadea detrás de algunos tiestos que la ocultan.  

La corresponsal de la BBC, cámara en mano, intenta rescatar esas secuencias en que los hombres corren y combaten. Toma fotografías compulsivas, apresuradamente instintivas.  

El camión incendiado es una luminaria majestuosa, intrépida, que se eleva en la noche como un fuego sagrado e invencible.  

—Son niños… son niños… —grita alguien, pero el fuego no cesa, aunque los que atacan desde la furia de la garra, sean niños soldado.  

Uno de esos niños se detiene.   

Queda frente al lente de la cámara y a la mujer que lo ha enfocado mientras avanzaba disparando contra el hospital. El niño soldado se detiene allí, mirando a la fotógrafa y de espaldas al fuego del camión. Sonríe. Se acomoda en una pose marcial frente al objetivo, como un niño que se toma una foto. Baja el fusil y simplemente sonríe para su retrato, con una sonrisa ancha y orgullosa.  

Suena el disparo. El niño cae hacia adelante y su cuerpo se desarma sobre el suelo. La fotoperiodista observa al hombre que ha disparado y se acerca hacia ella.  

—¿Está usted bien? —pregunta él— ¡No haga estupideces, mujer! ¡Póngase a cubierto!   

Ella escucha la orden y mira al hombre que le obliga con gestos apremiantes a que busque reparo.  

—Él sólo quería una fotografía —musita la mujer—. Sólo quería un retrato.  

Sabe que el hombre ya no la escucha porque se ha alejado a cubrir otro flanco.  

La periodista permanece allí, junto al cadáver del niño soldado, que aún le sonríe.