Tendrás que desearme con esta unción de fuego, que entero me arrebata como un tornado enfermo para entender mis ganas de transmutarme en hielo; una escultura helada que no padezca el eco de esta hambre tan brava, perra como el infierno, montaraz que me vuelve un amante esperpéntico.
A ratos, cara Octavia, quiero tornarme invierno, hielo, no hacerte daño, no desvelarte a un tiempo mis cerrojos, mi mundo de Pandora, mis tientos de Lovecraft que envían tu canción a un convento y alejan de mi puerta tu boca de desierto.
De veras, regia Octavia; solo pienso en ser hielo y que algún escultor piadoso de un certero golpe de gracia rompa en pedazos mi cuerpo.
Maldita sea la gracia, lejana Octavia, tengo que exigir a mis dioses romanos ser de hielo.
II
No sé cómo lo hicieron esos novios de sombra de tu antaño, mi Octavia, para bordar tu fronda.
Te estoy enamorando venerando tu boca a bolerazos limpios con el poder de Bola.
Bola de nieve, cálido como este amor que goza bajándote una nube de algodón a tu alcoba y ni Bola, ni Silvio con su luz cegadora y su tiro de nieve pueden hacerle sombra a este Romeo nuevo que corteja tu rosa.
Hay algo en tu voz de fragua, de tallador de infinitos, de burilador de lunas que van hilando en sus filos, las singladuras de luz en el pozo de lo efímero.
¿Acaso tu corazón acaudillador de trinos agitará la alfaguara oscura, donde no hay brillos, que yace dentro de mí y que ahoga a los navíos en derroteros sin mar por un secarral de espíritus?
Me dimensiona tu voz.
Y tus versos aguerridos disparan balas de audacia sobre mi mundo más íntimo, reacio para sembrado, inhóspito por antiguo y sediento por sediento, mientras, profundo, su acuífero, troca en diamantes de trueno al tam tam de tus latidos.
Caminador de este páramo, tu verso en sus intersticios se cuela como si un dios le fuera dando sonidos a las grutas de mi karma para que hablen a tu oído y te guíen, lentamente, a través del laberinto.
Yo jamás he sido Arianna ni hay Teseos en mi abismo.
La minotaura se oculta en su propio maleficio.
Ya no apuesto a los incendios
Hace tiempo, jubilosa, iba inventando fogatas con mis páginas insólitas donde contaba romances como aquel, el de Verona, pero en mis cuentos de amor nunca hubo muertos ni alondras.
Tan solo yo me morí.
Desgajada rama rota en el árbol del milagro de haber nacido escritora, entre historias de novela fue una novela mi historia.
Y me morí, simplemente, arrancándome las hojas.
Mis alas se desplumaron, mi imaginación fue otra y me estrellé contra el suelo en una pirueta tonta escapando a mi destino desde la sima más honda.
Si no pájaro, arañita, lagartija trepadora, vaporcito que se eleva levitando entre las sombras, voz de voz recuperada que no aprende a dar la nota pero que vuelve eco el canto como la sierra pedrosa manda a las voces del viento a salamanquear victorias
así yo, toda de barro, toda yo de piedra indómita, me levanto cada día, desde esa novela sórdida y escribo de puño y letra una página de aroma envuelta en la paz extraña de que me dota estar sola.
Por eso no escribo incendios. Que hablen de incendios las novias y de besos y de amor.
Soy ese pez que dibuja a tinta y con arabescos mujeres de cuello largo corazones y cerebros, máscaras para derrotas de un rufián llamado tiempo, extrañas flores de ámbar y rostros de terciopelo, sangrantes venas y soles deshinchados y violentos; caracolas habitables del color del limonero, alas truncadas, y libres, y metáforas del miedo, azules cielos prohibidos y puertas hacia el infierno, algunos amantes rojos y otros de inocuos besos, telarañas para ilusos, laberintos y burlescos niños que orinan con saña sobre el poder usurero.
Soy ese pez que en sus genes, en su taíno esqueleto, tiene algo de mambí, de campesino insurrecto; que fue un duende con carencias y ansias de aventurero, al que le faltaba el pan
y le crecían los sueños.
Soy ese pez argonauta que navega lisonjero entre vitrales de Amelia como sacados de un cuento y entre las mestizas Floras de René Portocarrero.
Soy ese pez anodino que describe a fuego lento su catarsis octosílaba como otrora algún aedo; que es carne de poesía que heredó de sus ancestros; que se refracta en Lezama y en sus cóncavos espejos, en sus múltiples imágenes , y en virgilianos conceptos, en el Niágara de Heredia, y en los más «sencillos versos» de aquel de frente serena siempre vestido de negro.
Soy ese pez del Caribe que disecciona momentos como un biólogo curioso desentrañando el misterio de la ausencia que me araña por ser doble de Odiseo. Y por ser pez de vigilia cada noche yo regreso
al cocodrilo varado, en un insomne velero, a recordar ese niño guajiro que llevo dentro, el que pintaba en el aire estando atado en el suelo, al que el duro desarraigo, cuando me lance el anzuelo, no pueda pescar su alma porque sigo siendo isleño.
Soy ese pez en simbiosis de raíz y sentimiento, al que el mar le grita en olas y le sirve de escudero para que salga triunfante ante el molino de viento, y pueda sembrar ocujes y palmares en el pueblo que entre nieves y amapolas habrá de guardar mi cuerpo, y ese día habrá llegado la finitud de mi éxodo.
Octubre llegó a destiempo con vocación de solsticio y entre los verdes y ocres en mí germinó el olvido despojándome de ramas que asombraran los caminos (jamás tuve luminarias que dieran luz a mi exilio).
Octubre con alfileres ornamentó el acerico del corazón que me late a ritmo de petroglifo.
Hoy soy columna de mármol conteniéndose el respiro y aunque el ayer se revuelve entre pátinas de siglos para recordarme siempre todo aquello que yo he sido no me arrepiento de nada ni a los veranos envidio y con mis ojos desnudos azules, cálidos, limpios, espero pacientemente seguir llevando los hilos de las riendas de mi vida y que el instante preciso me encuentre serenamente abrazando el infinito. No doblarán las campanas porque han de morir conmigo.
Nocturnal
Ahora sobre el alero la luna, triste, se alza y dialoga antigüedades con no sé qué voces blancas.
Hay algo extraño en la calle retorcida y solitaria.
Acaso yo no soy yo, tal vez no son mis pisadas éstas que van en la noche rompiendo la oscura calma.
Los versos que voy pensando quizás no son mis palabras.
Algo ha pasado en el tiempo.
¿Es otra edad ya lejana, otra noche y otra luna dialogando con el alba?
Si no les gusta mi gente que desfile en este ritmo para probar su algoritmo echen mano al repelente. Me siento una delincuente invadiendo estos terrenos pero sé que son tan buenos que aplaudirán mi coraje aunque seguro es que raje para salvar sus duodenos.
Silvana Pressacco
Te aplaudo por corajuda, Silvana de mis afectos, tus versos son tan perfectos (que no quepa ni una duda) que ni siquiera Neruda pudo haber hecho mejores, ni con rimas, ni con flores. Pero eso del duodeno resuena pelín obsceno: sugiero que lo elabores.
Gerardo Campani
Cuando amanece en mis ojos la mañana ya es adulta pero enero siempre indulta, duermo mucho y sin enojos. ¿De comer? pan con hinojos pues no morirá mi gente por comida insuficiente ni por gula desmedida, eso sí soy precavida a las doce estoy ausente.
Silvana Pressacco
A la gula, sobriedad. Así suele aconsejarse. Y para despabilarse y entrar a la realidad, la receta es Voluntad. En la virtud está el goce del que la vida conoce. Y la recomendación (esto sí vale un millón) es acostarse a las doce.
Gerardo Campani
A este juego me han llamado y aunque sea una novata soy una vieja que acata, creo que ya me han junado. Un compañero callado debe dejarnos sus versos porque no soy de reversos ni tampoco de rencores menos con los escritores que no huelen a perversos.
Nunca faltan fanfarrones que se vistan de poetas, se sientan grandes estetas plagiando versos simplones. Claro, tienen sus razones: calzarse de intelectuales, cumpliendo simples rituales de reescribir malos versos: folios huecos sin reversos, simples palabras triviales.
Genes creen tener ellos de Baudelaire y Sabines, pero fácil los defines en patéticos Coelhos, grandes poetas de aquellos, que no tienen parangón, puro poeta chingón; sólo escribiente maldito. Como Bukowski son hito: no tienen comparación.
Les diré con gran zozobra que estos farsantes del verso tienen público diverso, gente devota de sobra; que no distingue una «obra» de cualquier perogrullada, gente que vive engañada por merolicos virtuales, payasos de carnavales, y se conforman con nada.
¡Ay! nuestra pobre poesía, le han mancillado la casa, cualquiera entra y se propasa con su vil bisutería. Y entre tanta porquería lo bueno queda escondido; el talento ahí perdido entre el lodo no se nota; menos lo nota un idiota por las redes confundido.
Corazones
Dicen que los corazones se hicieron para romperse. Es difícil de creerse para cariños simplones de amor sin preocupaciones. Bueno, estoy exagerando, y de amor no estoy hablando; hablo de un cierto cariño, del sentir de cualquier niño que no ve a qué está jugando.
Amorcitos desechables de tequieros inmediatos, tornan cariños ingratos al sentirse indispensables. Amores banalizables de corazones miedosos, sentimientos pudorosos que se dan sin entregarse, no vaya uno a estrellarse bajo cielos tormentosos.
Y mueran las fantasías quebrando los corazones, proveyendo mil razones de prevenir agonías; y enterrar las alegrías antes que se hagan pedazos. Y queden sólo retazos de un corazón indefenso con un temor tan intenso que no puede abrir los brazos.
I La chica se arrodilló frente al altar de aquel hombre, para rezar en su nombre, cuando la noche cayó. Su boca urgida se abrió para pintarse los labios, que pronto se hicieron sabios en eso de confesarse y de la culpa librarse sin importar los resabios.
II Su lengua de fuego eterno enroscaba hasta al demonio cuando daba testimonio de ser reina del infierno. Con ella frente al gobierno ningún mortal se oponía, y el mismo Dios la quería rezándole una plegaria, pues era una perdularia que de oraciones sabía.
III Quería ser bendecida en la pila bautismal del apetito carnal que le da vida a la vida. Quería ser sometida a los deseos y antojos del hombre que con sus ojos la instaba a que prosiguiera y fuera en él y viniera con sus vastos labios rojos.
IV Le gustaba provocar en su papel de inocente, como niña adolescente que le falta madurar. Le gustaba suplicar, con un puchero en la cara, que el profesor le enseñara cómo tenía que hacer para entregarle placer, por más que lo recordara.
V Las puertas de sus capillas se abrieron a los pecados y los lugares sagrados murieron entre comillas. Ella gastó sus rodillas de tanto hincarse en el suelo en pos de llevar al cielo al prójimo venturoso que en su cáliz espumoso ansiaba remontar vuelo.
VI Su rostro se transformaba en el del ángel perverso que ocultaba en su universo de señorita aniñada. Andaba así, disfrazada de la madre superiora y no veía la hora de desgarrarse el vestido para exhibir su tejido de hembra profanadora.
Mordacidad lectora
Cómo me aburro, Ricardo, leyéndote cada día, en esta monotonía de poemario bastardo. Dónde se ha visto que un bardo escriba sin un sentido, por el hecho de hacer ruido y nada más que por eso. Pido un poquito de seso, porque si no… me suicido.
Esto se está haciendo largo, más largo que la pandemia, sin una sola paremia que rompa con el letargo. Si no te cae un embargo de nuestra administración, es porque aquí la expresión nunca ha tenido censura. Pido un poquito de altura, una puta reflexión.
No soy ese animal que se levanta y lame sus heridas de postguerra, y luego va arrastrando por la tierra el típico disfraz que le suplanta. Ni menos el iluso que se encanta con visos de pueriles profecías; los rezos, otras «trovas» y utopías dejaron de vibrarme bajo el pecho. Yo sólo soy un hombre algo deshecho que escribe en un papel sus ucronías.
II
No soy el animal que se levanta lamiéndose su herida de postguerra, ni soy la docta lluvia que en la tierra de verde pinta el tallo de la planta. Yo sólo soy el tiempo que agiganta su paso en la clepsidra inapetente; y soy otro pasado, otro presente abierto a los canales del futuro. Agnóstico, socrático, inmaduro, queriendo navegar contracorriente.
Érase una vez en una isla
A Rumpelstiltskin
Tú me dices que vista de utopía, tú, que ayer disfrazabas anatemas; no me quieras tejer estratagemas que hace tiempo que sé de tu herejía. No me vendas ahora la anarquía, ni ilusiones, ni cambios de contrato, que sabemos los dos que en el substrato se camuflan las mismas intenciones. Estoy harto de tantas decepciones, yo ni muerto contigo firmo un trato.
Monólogo de Peter Pan
Me parezco a mi sombra, me parezco a esa negra silueta recortada pues soy un Peter Pan hecho de nada y no sé lo que siento ni padezco. Así vivo, pensando que adolezco de mi carne, mi cuerpo y mi cabeza, y que aislado resisto en la maleza esperando por Wendy ser salvado. Siempre fui como un niño abandonado en medio de un desierto de incerteza.
Historia de un cerdito
Cuando tuve la casa hecha de paja vino el Lobo Feroz y en un soplido derribó la pared, y su rugido hizo trizas la mesa y la tinaja. Entonces con maderas de una caja levanté mi casita estoicamente, pero el Lobo Feroz e impertinente otra vez en soplar puso su empeño. Está claro que aquí mi único sueño no tendrá ni futuro ni presente.
Caperucita Roja
Al vestir Caperuza roja capa se creyó que era joven comunista, y por ello la enviaron de conquista por la isla con la estrella en la solapa. Pero ella constató en cada etapa del periplo (en el campo y la ciudad) que el rojo era el color de la Deidad y la gente vestía de incoloro. Al volver, Caperuza, con decoro, se vistió del color de la verdad.
Yo sé que a veces hinco la rodilla en la tierra y que entierro en el pecho la cabeza afiebrada por imaginar cosas que podría decirte a solas y en la umbra, como alguien sin mañana.
Pero soy un silencio que se remuerde solo con vocación inhóspita. Una bestia esteparia que busca entre las cuevas secretas de tu especie la especie que ha perdido su espíritu de llama.
Aúllo y te reclamo con mordiscos de lumbre, tu acerico de ausencia se me clava en las plantas y soy el caminante que ha extraviado un desierto y rebusca en su sed el agua de la lágrima.
Al fin y al cabo, a solas, sin tantos artilugios asesino entre verbos mis mundos de metralla y, como ves, inclino mi arrogancia señera a la rienda de seda de tus manos extrañas.
No me acaricies, hembra, que la melancolía de no haberte tenido, me llena de nostalgia.
Gavrí Akhenazi
A veces soy sufe si, de repente, le arranco la espoleta a una granada y detona al chocar contra mi boca y me llena de esquirlas la garganta.
Otras veces no soy más que el colapso de la buena intención y su mirada se pervierte en la sádica tortura que quisiera infligirme en la distancia.
Se ha vuelto vulnerable con el tiempo, quizás por sus insólitas jugadas.
Aún prefiere andar bajo mi lluvia sin pedir el cobijo de un paraguas, porque le gusta amanecer mojado cuando son secas otras circunstancias.
Yo soy el putching ball que absorbe el golpe cuando su corazón se desbarranca, pero crece en el verso si me nombra y se excita, varón, si medescalza.
Morgana de Palacios
A veces soy así y a veces lento, gravito en tu pasión como la escarcha que te nieva entre enero los azules y desde tus azules desbarranca su ligereza inútil y su nimbo de insospechada claridad humana.
Estás de pie en el mundo como el tiempo recorre el universo y lo equipara y nos volvemos hitos planetarios que van ajusticiando las palabras porque tu boca clara marca el rumbo del que se aleja hostil, mi boca amarga.
Que he cambiado, lo sé. Sé que he cambiado. Que ya no soy aquel que sí mataba al enemigo y luego, victorioso alzaba la cabeza cercenada y la echaba a los pies de tus trofeos en la vieja cuneta de las ansias.
Cambié. Me puse bueno y metafísico, contemporizador y mano blanda, pero si alguien te toca, te aseguro que la bestia me habita aquí en la rabia y me vuelvo aquel malo ingobernable que doblegó tu mano, sana y salva.
Gavrí Akhenazi
En tu mapa vital las cicatrices marcan los aspavientos de la suerte, los dolores y los retorcimientos que tocan las mujeres con dedos temerosos y labios indecisos cuando aún no penetran en tu mente.
Son tantas las grabadas en el tiempo de las escaramuzas en los frentes, que casi no recuerdas ni tú mismo si son un tatuaje en las paredes de la piel maltratada por la vida o es la propia vida quien dibuja vaivenes sobre tu cuerpo enjuto acostumbrado a engañar a la muerte.
Yo que guardo las mías donde nadie las ve, sé que las invisibles en ti son las más fuertes, las que nadie sospecha que puedan existir y las que más te duelen.
No has cambiado tanto, sigues siendo el soldado que camina en la sombra con el alma en los dientes. Sentirte solo es parte de la ferocidad que te nace en el vientre cuando la indiferencia ajena por el mundo se te vuelve un parásito evidente.
Al final no eres ese ni el otro, eres tú, exactamente tú, profundo y breve.
Morgana de Palacios
En el rito vital la coincidencia nos devolvió a rutinas despiadadas y en un desequilibro, desvariadas, nos atrapó su suave incandescencia
Podemos resumir nuestra indecencia en las imaginarias desaladas de dos extravagancias extraviadas al mundo peculiar de su inconciencia.
A veces vos sos fénix, yo soy cobra. Para llevar la identidad del sino: míticos bichos presos en la obra.
Existen, más allá de ese destino con que enfrentan el pecho a la zozobra, tu corazón de miel y mi asesino.
Gavrí Akhenazi
Mala para tus ojos, porque te gusto mala, mala de malitud, de naturalescencia, mala por revolverte, por disparar la bala que te acierta en el centro de la circunferencia.
Mala por alumbrarte, malérrima bengala con fuegos de artificio los días de abstinencia, por no rendirme nunca al Coronel de gala y excitarte los ojos con mi concupiscencia.
Mala por estar viva y provocar tu celo, por servirte en bandeja la erótica del velo que enigmático cubre mi voz que se regala.
Por aguzar tu ingenio para los desvaríos y hacer que de tu boca promiscua fluyan ríos de poesía libre, me has bautizado Mala.
Morgana de Palacios
Después, para tu boca, el vendaval del hambre que te estalle en los senos de prédica madura y que tu vientre curve la fuerza de la sangre sobre el vértice inerme de mi fiera premura.
Cabalgar en el tiempo de la boca sonora como en una marea de ansiedad matutina sobre el sabor antiguo de la primera hora en que la piel se vuelva desnortada y canina.
Que el hambre me revuelve la lengua del deseo y me imagino intensa la curva en la que encallo mi percepción del día verdeciendo en tus ojos
de mar alucinado, de fiera y el desmayo de tu labios lamiendo la sed de mis despojos. Así es como en mis sueños tu corazón poseo.
Gavrí Akhenazi
Despedirme de ti no entra en mis cabales. Lo que me das no hay oro que lo pueda pagar. Contigo soy la monja que mira el lupanar con ojos de pecado y lengua de abrojales.
Ríes el tour de forçe en los ceremoniales con que me incitas lúdico para poder llegar a la carta más alta que se pueda jugar en el juego asesino de las reglas morales.
Te empecina saber que no me entrego como tantas, sin lucha. Tu estratego inventa escaramuzas cada día.
Pero yo no claudico ante tu trato pues sé que sale caro lo barato. Lo nuestro es una hermosa guerra fría.
Morgana de Palacios
Y es una guerra al fin y en toda guerra como aquellas que -alzadas en tu nombre de maga impenitente que colecciona a sus amantes muertos en cunetas sin agua- han emprendido viejos caballeros de armaduras inermes (y de lenguas rabiosamente trepadoras), nos debatimos el judío amargo que sobrevivió a Masada porque le resultó una afrenta suicidarse y la hija del vértigo profundo sobre el peñón de Avalon.
Te bulle el África caliente en la saliva y en la sangre hay derbakes milenarios que te agitan el tiempo y la indocilidad y esa hembra chita que camina sola y devora a sus presas con una lengua suave y seductora y unos dientes de presumir sonrisas.
No sé si me elegiste porque no había otro bicho más extraño a la mano -ya que este reino siempre tuvo su colección de fáciles rarezas intentado subirse por tus muslos-
pero yo sigo, perduro, persevero
porque, en realidad,
tengo un espíritu de Cancerbero insobornable, capaz de enfrentar hasta a sus propios muertos si se acercan curiosos a presenciar la historia que vivimos.
Dos, porque somos dos y siempre dos en un único, guerrero y épico país desconocido que ha perdido su nombre de batalla y conserva la esencia de su paz tantísimas veces malograda
igual que un talismán que llevo al cuello como si fuera mi primer medalla.
Gavrí Akhenazi
Te agradezco la noche sin pausa, la escritura, la luna rielando en los mares de arenas cuando sembramos juntos alegrías y penas en el amplio desierto de la literatura.
Te agradezco la luz que alumbró mi ventana, la amenaza de sol de tu lengua de sombras, el sentirte reír cada vez que me nombras y el empecinamiento en besar el mañana.
Nadie podrá decir que haya sido fácil llegar donde tú estás, airoso y grácil, tras avanzar a muerte abriendo brecha.
El objetivo es hoy tu cita con la vida. Vivir en esa tierra prometida todo lo no vivido hasta la fecha.
Más que por depredar, te da por colgar trampas en las que yo me tumbo y te dejo que vengas por un entrelazado de sugerencias cautas, sigilosas y arácnidas que finjo me silencian.
Hago de lo que muestras mi fiel anhelo hilado y en su interior calculo su extensión y su peso para con ese temple fisurarlo de un tajo con el filo que esconden estos hierros de reo.
La cazadora, presa de mi punzante lengua, ahora me suplica que la aguijone a versos pero sin dejar marcas, sin que queden mis huellas. No sabe que callado, mato negando besos.
Mi Tierra Media hasta que llegaste
Me llevaba el placer de la carne espasmódica en mis tiempos de búsqueda fiera de sexo, en un tiempo de odio al querer y a mí mismo, al pequeño que fui, a escribir y a los cuentos, al hurtar con mi trampa de cara de infante los amores sinceros de jóvenes cuerpos.
Y al final apareces y aprendo a quererme como siendo el espejo que enseña lo bueno de cuidar lo importante, el gesto y el hábito al igual que el amor que profeso a los textos. En silencio me das la paz de mis ansias que persiguen renglones por suelos y cielos.
Y regreso hacia ti con la vista cansada y en mi pecho una flor de inmediato recuerdo. Si me atrevo a dudar me despiertas la boca con tu voz que ilumina mi oscuro alfabeto que descubre y recorre tus ojos azules para sólo sentir y besarte un te quiero.
La luz creadora no precisa de soles, ni las sombras de obstáculos para prolongarse. A veces, las manos pintan silencios y la voz edifica ruinas sordas.
Probable es volver a tus huellas, como imposible deshacer la vocación del río para surcar al destino.
A veces, las estrellas son largas porque están lejos, o el amor acorta espacios como ensayando la serigrafía de la proximidad para volverse huraño en el ego, y despertar sobre el asombro de ser dos sin almas rotas.
Mujer
La luz es un arma innecesaria cuando traes en el pecho el coraje de la mujer primigenia.
Te basta el ademán: ese universo de mutismos ajustando la tuerca del injusto.
Y no es que se te antoje el matriarcado por sobre el abominable patriarca, no es que acuses al hombre por el hombre en su inequidad idiotizante, no, no es eso, es que naciste con un entrecejo de mil astros, viniste al mundo alfabeta de emociones y aunque tu odio derribe titanes, tu amor es imán sobre la vena de los defectos ferrosos.
Ultraversal y nosotros, los ultraversales. Los sectarios, los elitistas, los perfeccionistas, los que deseamos que la literatura no termine siendo un arte menor en la que no importen ni el fondo ni la forma y todavía, menos aún, el contenido. Los que no deseamos que la técnica literaria que defendemos, se transforme en un montón de escombros sobre la que cualquier gallina pone un huevo y lo llama «obra».
De la mano de su mecenas, Morgana de Palacios, quien fundara este proyecto cultural virtual y gratuito en 2003, cuando aún el potencial de internet estaba inexplorado, Ultraversal se ha mantenido constante en sus ideas y firme en el camino de sus objetivos: un Taller de Perfeccionamiento y Crítica Literaria, responsable y honesta, hecho por escritores para escritores.
Por nuestro espacio han pasado, durante estos dieciocho años de trayectoria, una cantidad innumerable de poetas y narradores que ahora pueden verse en las librerías y en las plataformas virtuales.
Pero Ultraversal es algo más que unTaller de Perfeccionamientoen las reglas del arte. Es un trabajo intenso y solidario, en el que cada miembro de la plataforma colabora desinteresadamente con sus compañeros desde su conocimiento o desde su óptica. Es un lugar en el que la generosidad priva sobre el ego natural del artista y en el que la única exigencia es «ayudar al compañero, en la medida de nuestras posibilidades».
Cito las palabras del escritor y poeta cubano, John Madison:
«Ultraversal es una herramienta de rescate.
Ser un ultra es la pasión que más placer y orgullo me ha dado a mis 51 años. Ser un ultra requiere valor extremo, vas a mirarte desde todos los puntos, vas a viajar a zonas de ti que ni siquiera sabías que existían y vas a dejar que otros te miren, te cuestionen, te señalen, te guíen…
Los mayores descubrimientos sobre mí los he hecho mientras trabajaba en mis versos. Ultraversal te ubica como parte del todo. Es la manera en que este lugar dimensional te enfrenta a ti mismo.
Alguien me preguntó una vez porqué volvía siempre.
Bueno, uno siempre regresa a los lugares donde fue feliz.»
Nuestro fin jamás fue ni será el lucro. Solo la excelencia.
El tiempo posiciona la flor sobre el almendro, el agua sobre el cauce, la vida sobre el dueño, el ancla sobre el fondo, el polvo sobre el cierzo y todo queda en orden. Incluso el sentimiento.
El tiempo va imprimiendo su inexorable huella, el paso se hace corto y la ilusión pequeña, el cáliz de los sueños comulga con la ausencia y sobran las palabras cuando ya el alma tiembla.
El tiempo va marcando, lo marca todo él solo, el cuerpo, los cabellos, las manos y los ojos mas, deja estelas vivas, como este amor tan hondo que doy por bien hallado si me quisiste un poco.
La mar se lleva a los niños
Dijeron que la mar se llevó a los niños, que las golondrinas no saben luchar, que ella es centinela, cela su camino doblando la guardia con espuma y sal.
Dicen que las olas llegaron con fuerza a cobrar un precio por la libertad llevándose al débil, culmen de inocencia, para en los abismos poderlo arrullar.
No es del agua el crimen ni hay culpa en los brazos que fueron más suaves que un golpe mortal. No fueron las olas que se los llevaron ¡es la guerra que echa niños a la mar!
Es tanta la alopecia de mi lengua que ya no sé qué hacer para enmendarla, le pone trabas a cualquier dictado y expeditas le salen las palabras; se ha vuelto descarada y lenguaraz y no se calla ni «debajo el agua».
Tal vez debiera hallar una peluca que pudiera servirle de pantalla, de filtro en que colar las opiniones y no decir lo que le viene en gana.
Enseñarle a contar será preciso hasta diez, o hasta más, antes del habla, implantarle quizás algunos pelos que enmarañen el fluir de su alfaguara, que corren como un río sus ideas y vuelan al salir desaforadas con alas que han crecido con los años, libres de vestimentas y corazas.
Qué incordio de esta lengua tan desnuda acostumbrada a no pararse en nada.
Aun cuando un punto yo me dé en la boca en cuanto me despisto se me escapa sacando entre los huecos de los labios aquello que le está quemando el alma.
Idella Esteve
Parece, compañera, que tenemos un problema común con nuestras lenguas, un gen será quizás, que predispone a decir siempre aquello que se piensa y a veces me pregunto si tal cosa no debería ser lo que rigiera las conductas del hombre en todo tiempo y debatir de frente las propuestas.
Y sin embargo, no. La gente calla, oculta, modifica, omite, niega aquello que querría volver grito. Prefiere ser política y correcta, disfrazar pensamientos y verdades, acomodar la aguja y la respuesta, y luego el dije Diego aunque hubo digo, «me has entendido mal», «no es lo que piensas».
Tengo la boca floja, aunque de viejo uno aprende a leer en las tormentas y expone la verdad con raciocinio y le quita pasión a sus ideas para volverse claro, siempre firme en que su convicción es su bandera.
Mi lengua sigue igual, mis rebeliones la mantienen activa y alopécica.
Mira los crucifijos, todas las negaciones pulcras y desvirgadas, mira los desperdicios faltos de carestías, aptos y preparados para las sensaciones simples y sin estilo.
Si me observas en medio de la mierda que me envuelve sin lástima el hastío, y te ríes sin ganas o con asco del dolor que mi vientre endurecido convirtió sin apuro en el altar en que sangran las putas de mi niño…
es posible que entiendas la fatiga, la escena que relato mordiendo con mis pies el camino señalado a distancia por la sed de apareo que te nubla la boca con saliva de grito.
Yo me pauso, tranquilo, indetenible, sosteniendo las bridas de mi sino que humedece los fondos de tus bragas, esquilando almanaques enemigos, apurando mi vaso sin errores despeñando mis nombres en tu ombligo.
Por
Me conozco las sendas, las trampas y atajos que conducen al duelo terrible del hombre escapando del sino que busca su cuello, por captar con mis ojos y manos la noche renegando del día que exhibe su estrella y entender en la guerra el amor de los dioses.
Por sacarme los callos en clave de fa le adivino al poeta sus gestos mayores y al prosista sus tics de manual; lo de siempre, caminar a la sombra, en la luz, sin razones ni verdades, me tiñe el mirar de distancia que me acercan al solo y a todos sus golpes.
Por querer sin querer, tropezar y erigirme, saboreo el abismo que viven los pobres que pretenden cercar mis modales, mis formas, reclamando les mire el ombligo -las dotes- que suponen precioso, bellísimo… ¡mierda!
Yo me miro los modos, reviso mis bordes y mastico, ignorante y brutal, los vacíos que no pude llenar descollando en amores que regalo a las putas sedientas de huellas.