Recuerdos, por Leo Zambrano

I

Mi llanto en la piel.
Como corriente intrusa,
tu voz en los barrancos.

II

Su voz aún con fuerza
manó de la luz
en las orillas,
como un instante eterno.

III

El rescate es otra eufonía
y entre ella y yo…
…las piedras suenan.

IV

Deseo encontrar la luz
que la llevó al silencio.

V

Y el silencio es tuyo.
Entre las paredes,
donde duermes descalza.

VI

Las memorias
deshilan el pecho
para encontrar
las grietas del alma.

VII

Hay golpes desmedidos
entre el tiempo y las letras

VIII

La atrapo en mis manos
por un momento,
y la libro del sueño
de las murallas,
para ser mía, sólo mía.

IX

El papel húmedo
no tolera
lo que mis dedos pintan.

X

Esta humedad
que mis ojos derrama
tiene tu nombre.

XI

He caído de rodillas
para buscar las huellas
en su umbral.

XII

Hay ruinas en las soledades,
entre ellas los huertos
de esperanzas.

XIII

No soy soberbio.
Apenas soy humilde
en esta heredad sin paz.

XIV

Cederé mis silencios
de rodillas.

XV

Desvestir los silencios
con las gotas del sol
es gritar al olvido
que no existe el tiempo.

XVI

Tengo sed de tu alma
y de tus ojos ecuménicos.

XVII

Dame luz y sombra
en esta calzada
para caminar despierto,
entre tantas espinas.

XVIII

Dame solo tus labios,
para ser un beso.

XIX

Voy a llorar
el alma sin ella
y caer profundo
en la soledad
del silencio.

Leo Zambrano

Mundo biblios & Metamorfosis, por Eva Lucía Armas

Mundo biblios

Mi mundo siempre tuvo mucho de papel más allá de su fragilidad.

Había muchos libros en mi mundo.

Grandes bibliotecas había en mi mundo que tapizaban las paredes y la forma de ser.

Alguien que tiene tantos, tantos libros, no es como los otros.

Luego, estaban las bibliotecas públicas. Y mi padre con ellas. Era un hombre/ángel diseñado para habitar entre los libros.

En Córdoba, también, toda una habitación era una biblioteca.

En las dos casas, los estantes no daban abasto para sostener tanta afición por el conocimiento y los libros que no encontraban mundo quedaban apilados en la mesa, en el escritorio, en las sillas o en el suelo.

La geografía montañosa de mi vida estuvo hecha de sierras y de libros.

Metamorfosis

Por entonces sobraba en todas partes, inclusive al humor de Tomás que tuvo que prestarme un par de pantalones y una camisa ancha en la que entraba mi cuerpo varias veces.

Arremangaba los pantalones y los metía adentro de las medias porque Tomás me llevaba más de una cabeza. La camisa la dejaba suelta y me disfrazaba de fantasma. Total, tampoco nadie me veía en esa casa.

Nos alojaron en la pieza de atrás que daba sobre el huerto.

La abuela dejó dos juegos de sábanas que  olían a mucho sol, pero que estaban duras, como almidonadas por el agua de pozo y el jabón.

Eran sábanas blancas, poderosamente blancas, de una tela dura, rígida, como la abuela.

Yo hice mi cama. Mi mamá se acostó sobre el colchón y se subió el acolchado hasta los ojos.

Supongo que lloraba debajo. Era lo único que hacía últimamente.

En la habitación, había además una cómoda con un espejo en medialuna, enorme, y un ropero de madera tan oscura que parecía negro. También tenía un espejo en la puerta central.

Yo nos miré ahí, retratadas en ese espejo alto.

Mi mamá era un bulto, una apariencia, cubierta totalmente y aún así, no invisible. Yo, no sé lo que era.

Las trenzas mal atadas dejaban escapar pelos de todos las medidas. Se notaba mucho que mi camisa era la parte de arriba de un pijama que no pegaba con el pantalón. Estaba fea, como un pájaro que no acabó el emplume, todavía con el polvo que entraba por las desvencijadas ventanillas del tren, adherido a mis formas.

No podía imaginar un lugar más polvoriento que aquel en el que estábamos.

Otras veces habíamos llegado igual, como una imposición. Pero era la primera que no llevábamos valija ni bolso ni una muda de algo. Pensé si la gente se habría dado cuenta en el tren que yo viajaba vestida con pijama.

La abuela lo notó.

—Usted… vaya a bañarse —me dijo, desde lejos, apareciendo como una sombra estricta en la suave penumbra del corredor que llevaba a nuestra habitación.

Esperó que pasara junto a ella, sin otro gesto que su dedo señalando el baño. Después se acercó a la puerta para hablar con mi madre que seguía debajo del cubrecama.

—Podrías haber traído ropa —dijo, solamente.

Yo me encerré en el baño.

Pensé en las otras veces de mi tan larga historia de paquete.

Siempre terminaba vestida con la ropa de otro, contribuyendo a mi estilo de adefesio.

La abuela abrió la puerta y me miró todavía sin desvestir, de pie junto al lavabo.

—Báñese rápido, que no se desperdicie nada de agua. Acá tiene.

Dejó sobre el banquito de junto al bidet la ropa de Tomás.

Me tuve que desnudar delante de ella, para que se llevara la mía y la lavaran.

—Su madre tendrá que coserle alguna cosa. No va a andar siempre vestida de varoncito, pidiendo ropa ajena —comentó y volvió a cerrar la puerta mientras yo me metía bajo el agua.

Pero mi madre no salió durante mucho tiempo de debajo del cubrecama. Y yo tuve que andar vestida de Tomás, que tampoco tenía más ropa sobrante que la que me había dado y que le hacía a él tanta falta como a mí.

La abuela le dijo varias veces a mi madre: Ocupate de tu hija, que para eso sos la madre.

Después, le encargó a Tomás que me cuidara.

Cuidar para Tomás era enseñarme a hacer lo que él hacía. Ser mandadero, peón de patio, andar entreverado con los otros peones, un poco acá un poco allá, aprendiendo el oficio de los hombres. También la libertad de andar tan suelto.

Lo fastidiaba hacerme de niñero pero no se animaba a traspasar el límite y transformarme en su propio peón.

Yo, más que su peón, era su perro. Andaba todo el día atrás de él, tratando de no molestar al único que me dirigía muy de vez en cuando la palabra o me compartía una galleta, un pedazo de pan, un mate en el galpón, alguna broma, además de la única ropa que te-nía yo para vestirme.

Cuando le preguntaban los jornaleros quién era yo, él se encogía de hombros. No lo tenía claro. Solamente obedecía el encargo de la patrona. “Una parienta”, murmuraba entre dientes sin conseguir asegurarme un rango de parentesco con los patrones. Y los peones farfullaban: “¿pero es hembra?”

Así fue que le pedí el cuchillo que llevaba cruzado sobre los riñones, una tarde.

Me lo alcanzó sin otro ademán que el de alcanzármelo ni otra recomendación que la de su gesto.

Yo me corté el cabello a cuchilladas delante de un pedazo de espejo que él usaba para afeitarse sus principios de bigote.

—Ya no soy más mujer —le dije a su mirada.

Él, como siempre, se encogió de hombros.

Acerca de Eva Lucía Armas

La vida en blues / Ceguera del agnóstico / Ha pasado un ángel, por Jordana Amorós

La vida en blues

Las lágrimas que esperan ser lloradas
no han de saciar jamás la sed del diablo.

Es más
que una penosa anécdota,
que una tribulación común y cotidiana.

Cuando la piel es dolor,
cuando la carne es dolor,
cuando la sangre es dolor
sin tregua.

Cuando es dolor esa amena polilla
que carcome tus vísceras,
que amedrenta tus huesos
y se vuelve presencia omnipresente
que modula,
tu existencia y su grito.

Cuando no quedan ojos que ofrecer
a los cuervos ansiosos,
cuando no quedan pies
que aplaquen el fervor de las ortigas,
cuando si quedan manos que se agarren,
ya no hay clavos ardiendo.

Cuando ya son todas más una las vueltas de las tuercas
que te atenazan.
Entonces, lo sé,
ha llegado la hora
de mirar a otro lado y simular
que, ya que en lo esencial me desconozco,
me soy desconocida.

¿Veis?
Soy aquella de allí,
la figura imprecisa
que en la acuarela triste de la lluvia
se funde con las sombras de la noche,
y se va diluyendo.
Mientras silba despacio
entre dientes un blues.

Ceguera del agnóstico

Quizás me vio venir.

Una vez más.

Miraba hacia lo lejos
negándose a esperar todo lo que no fuese
señales de sirocos,
rugidores vendavales.
Prohibiendo a su ilusión
a su fe,
a su retina
creer en espejismos de neón que anunciasen
horizontes festivos.

Él
quizás me vio llegar envuelta en humo
y en alucinaciones
por el campo agostado,
yo llevaba
la falda alborotada por la brisa,
en la boca un revuelo
de pájaros rapsodas.
Y en las manos
toda la compasión con que tejerles
sudarios a las flores.

Quizás me vio llegar
como quien ve en el aire
la primera cigüeña
y sigue estando triste pues no escucha
latir su corazón
y no descifra
que aquella primavera inevitable
incluso a los agnósticos concierne.

Quizás quiso decir una palabra
y no encontró en su boca los acentos,
para pedir la lluvia.

Yo pasé,
tenía que pasar,
sin detenerme
como pasan las nubes,
embarazadas de agua sin saberlo
con rumbo a su destino de diluvio.

Tras de mí
solo dejé un rumor de cañas secas
tañidas por el viento poco antes de quebrarse,
una especie de música sumisa,
inusitadamente melancólica.

Y una mirada oscura
dibujando en silencio la silueta
que hacia el Sur se alejaba pisando la hojarasca.

En soledad de nuevo.

Ha pasado un ángel

Está la casa fría.
Los cristales
atrapan el aliento y lo transforman
en caprichos de escarcha.

Sobre el aire transita un silencio que existe
de espaldas a la música.
Un turbador silencio sin latido
como aquel que se instala sobre el mundo
cuando la nieve cae
con lentitud agónica y suaviza,
copo
a
copo,
nimbado en mansedumbres,
pluma
a
pluma,
el rigor del destierro.

Está la casa fría
y yo he tomado, y es inamovible,
la decisión heroica
de quedarme en la cama un rato más.

Hasta que se disipe el aleteo
del ángel sin sonrisa
que pasa en nuestra vida sembrando glaciaciones.

Acerca de Jordana Amorós

No volveré a ser poeta / Haikúes / A pluma rota / Solus coniuncti, possumus, por Manuel Martínez Barcia z’l

No volveré a ser poeta

No importa que me pienses criminal
o puedas perdonar el salvajismo
cuando todo mi ardor
es casi apología de un culpable
con nadie en su defensa.

Ya no caben en mí
los copos de ceniza que fueron el afán
de los amaneceres al desnudo
que supieron querella
desórdenes de luz
en cárceles sombrías.

Yo solo quiero ser
un soñador,

acaso un no-poeta,

presentir que lo amado
no es llave de un encierro en soledad,

me juzgue quien me juzgue,

sea o no la penuria
la voz de sus lamentos.

Haikúes

No es el haiku,
es Dios quien enmudece
eternidades.

Sucede a veces,
se oxida un corazón
y el verso calla.

Luego, el poema,
busca donde latir
lo ensangrentado.

A pluma rota

Porque tú eres la piedra donde yo soy tropiezo

metafóricamente, diríase caer,
a paso cambiado, sin riesgo a fracasar
el límite absoluto, lo que repta el amor
sin huella en las alturas.

Porque ambos fingimos ser pálpito de luz
mientras sueñan los cuervos
el tiempo de un poema,

porque yo soy guión
y te conozco actriz,
sobreactuando siempre,
veraz a tu manera.

Por estas tan inútiles razones
hoy pretendo extravíos,
la búsqueda de mí
sin que sangren palomas los aires de mi vuelo.

Solus coniuncti, possumus

Hay quienes son razón de lo apropiado
creyéndose destino en certidumbre,
perspectiva de ser antigua ofrenda
en templos de algún dios sin directrices.

Podemos los demás pertenecer
a ese mundo tribal de los guerreros
donde la gloria es un logro fácil
si por ende gobierna la utopía.

Podemos emboscar a los políticos
con urnas de silencio, decidir
qué sacramento es hambre y luego pan,

podemos poseer la transparencia
del tiempo en un cristal, la servitud
y al hombre en una patria sin esclavos.

Acerca de Manuel Martínez Barcia

Relecturas

Por Gerardo Campani

Microensayo

Pedro Abelardo: Historia de mis desventuras
Buenos Aires, CEAL, 1967
Trad. José María Cigüela

Pedro Abelardo (1079-1142) ocupa apenas dos páginas (de las casi cuatro mil) en el Diccionario de Filosofía de José Ferrater Mora. Sin embargo, su papel en la historia del pensamiento occidental es imposible de soslayar. Veamos por qué.

Hay cuestiones de la filosofía que no se agotan jamás, y a cada solución aportada por una escuela (un ismo) le sucede un renacer de la anterior, sea en su forma original o en otra menos ingenua, frecuentemente precedida en su denominación por el prefijo neo.

Es decir, por ejemplo, que la refutación de Platón llevada a cabo por Aristóteles, no podía sino provocar una reacción llamada neoplatonismo.

Justamente en tiempos de Platón y Aristóteles comenzó a tratarse la cuestión de los universales. Para los absolutamente legos en estas cuestiones baste saber que el término universal es asimilable a la idea de general, abstracto, en contraposición a lo individual, concreto. De esta manera, el perro es un universal, y mi perra siberiana, y cada uno de los mastines de Aspide, y la Pitu extraviada en la noche de San Juan, son particulares.

Ahora bien, ¿existen tales universales, o son sólo conceptos sin consistencia ontológica? ¿Conocemos a diversos bichos y luego proponemos el término perro que los contempla (vía inductiva) o reconocemos a cada uno de esos bichos porque están comprendidos previamente en el universal perro (vía deductiva)? Y en caso de que los universales existan verdaderamente, ¿qué tipo de existencia tienen?

No pareciera esta una problemática urgente (casi nada en filosofía lo es), y de hecho estuvo postergada durante siglos, sin embargo aún hoy se la trata entre especialistas, sin llegar a una conclusión unánime.

El punto más interesante de esta polémica es la discusión ocurrida en Francia, en el siglo XII, entre las dos corrientes opuestas que exponían la cuestión.

Por un lado los realistas, defendiendo la existencia plena de los universales, y por el otro los nominalistas, que afirmaban que los universales son solamente palabras.

Hubo un antecedente, editorial, por así llamarlo: la traducción y comentarios hechos por Boecio (480-525) de la Isagoge de Porfirio (233-304), en donde se trata con cierta extensión el concepto de categoría en Aristóteles.

Y seis siglos después, cuando la filosofía seguía siendo pasión, pero bajo la mirada rigurosa de la teología, estalló la controversia.

Abelardo fue discípulo de los dos máximos exponentes de ambas corrientes, y con los dos polemizó.

Roscelino de Compiègne (1050-1120) acuñó el término flatus vocis (pedos de la voz) para referirse a los universales. Argumentaba este canónigo que “un color no es algo distinto del cuerpo coloreado”, negando así la existencia real de un color, más allá de los particulares coloreados que fueren. Así, cada particular es substancia en sí mismo, sin un universal real que los comprenda. No estaba del todo mal el encuadre, pero… el díscolo pensador no pudo dejar de inferir en esta línea que “las tres personas de la Trinidad deben ser substancias distintas”, lo que fue interpretado lógicamente como herejía triteísta en el Concilio de Soissons de 1092, y Roscelino abjuró de su proposición, y todos en paz.

Guillermo de Champeaux (1070-1121), alumno de Roscelino, creía en cambio que “toda individualidad es simple accidente de lo genérico y específico”, de manera que los particulares (individuos) están en esencia en el universal. Por lo tanto, el universal es real (esta postura es la llamada realismo) y no solamente un nombre (nominalismo) como enseñaba su maestro.

Después de una paliza dialéctica recibida por Abelardo, Guillermo rectificó ciertas rigideces de su sistema introduciendo elementos que dejaron menos desprolija su proposición.

Entiendo que estas cuestiones abstrusas no despierten mayor interés que lo anecdótico, y sirva esta brevísima reseña como marco para entender el clima de debates intelectuales en la Edad Media en el seno de la Iglesia, que no fueron precisamente monocordes ni alejados de la lógica más seglar.

La postura de Abelardo fue ciertamente razonable. Los universales no son cosas (res) a la manera de Guillermo, ni voces (vocis) como quería Roscelino; el universal es un nombre (nomen) de una vox significativa. Ni cosa ni voz: concepto. Y de ahí el término conceptualismo con que se conoce hasta hoy esta interpretación. Claro que no es cuestión de cambiar ismos como etiquetas de un frasco, sino llegar al concepto por mecanismos de razonamiento. Los empleados por Abelardo se basaron en la predicabilidad que se estudia en la Lógica y su aplicación a la ontología. Y sentaron precedente para el sistema de Santo Tomás de Aquino (1225-1274) que, agiornamientos mediante, sigue vigente para muchos hasta el día de hoy.

Hasta aquí, el Abelardo pensador, eximio polemista y brillante orador, que atraía discípulos de todos los rincones de Europa. El Abelardo más conocido es el de la historia de amor, a punto tal que es raro que su nombre no vaya junto con el de Eloísa. Abelardo y Eloísa, particulares arquetípicos del universal amor. Del verdadero, del amor que es tanto pasión como entrega, y que sobrevive a la mutilación y a la muerte, y poco tiene que ver con ciertos amores de cabotaje.

A mis amigos ultraversales quiero presentarles también al Abelardo escritor. No al técnico ni al teólogo, sino al íntimo, al que nos cuenta sus desdichas de una manera tan llana y persuasiva que no podemos sino creer en él y amarlo.

Fragmentos

Así comienza. Nótese lo directo de su discurso, sin engolamiento ni falsa modestia.

Soy oriundo de una villa fortificada que fue construida a la entrada de la Bretaña Menor. Tiene por nombre Pallet y según entiendo, dista hacia oriente ocho millas de la ciudad de Nantes.

De la índole de mi tierra y de mi estirpe me viene el ser ligero de corazón; pero también el estar dotado de inteligencia superior para las disciplinas literarias.

(…) Yo, a medida que más avanzaba y más fácilmente aprendía, más me encendía en el amor por los conocimientos. De forma que fui totalmente seducido por la literatura hasta el punto de abandonar la pompa militar y los derechos de la primogenitura en favor de mis hermanos. Abdiqué de la corte de Marte para ser educado en el regazo de Minerva.

Y en este pasaje, su voz íntima (refrendada por la Historia) relatando hechos y relatándose él mismo, con una descarnada pluma no muy común entre pensadores de la época.

Llegué finalmente a París, ciudad en que ya hacía tiempo que esta disciplina se cultivaba florecientemente. Allí me establecí al lado de Guillermo, el Capellense, mi preceptor, que por aquel entonces era famoso y realmente eminente en ese magisterio.

Por algún tiempo permanecí escuchándole. Al principio me tenía simpatía, pero después se puso molestísimo conmigo. Esto aconteció cuando me atreví a refutarle algunas de sus sentencias y opiniones, cuando comencé a razonar contra lo que él sostenía y a manifestarme en el curso de las polémicas, algunas veces, superior a él.

(…) Se sumó a esto, el que yo mismo, joven aún, presumiendo de las fuerzas de mi edad y de mi talento más de lo que correspondía, quise tener mis propias escuelas.

(…) Mas al poco tiempo, atacado por una enfermedad (…)

(…) Algunos años me mantuve alejado de Francia.

(…) Yo volví a él, a fin de aprender el arte de la retórica. En esta ocasión, siendo nuestras opiniones tan dispares, se reanudaron los choques entre los dos. Y yo traté de hacer zozobrar o mejor dicho destruir con claras argumentaciones su antigua tesis sobre la comunidad de los universales. Traté de destruirlo a él mismo.

(…) Acosado, corrigió esta opinión modificándola. Vino a sostener que la naturaleza no era una y la misma en los individuos desde el punto de vista esencial; pero afirmó que lo seguía siendo desde el punto de vista de la indiferencia.

¿Y cómo pensar que las cosas fueran distintas de como Abelardo las cuenta?

Vivía en la ciudad de París una jovencita de nombre Eloísa, sobrina de un canónigo llamado Fulberto. Este hombre, que sentía por ella un inmenso amor, había hecho todo lo que estaba de su parte para que ella progresara lo más posible en todas las ramas del saber.

Ella, que no estaba mal físicamente, era maravillosa por los conocimientos que poseía. Y como este don imponderable de las ciencias literarias es raro en las mujeres hacía más recomendable a esta niña. Por esto era famosísima en todo el reino.

Vistas todas las circunstancias que suelen excitar a los amantes, fue a esta a la que pensé me sería más fácil de enamorar. Llevarlo a cabo se me antojó lo más sencillo.

Era yo tan famoso entonces y sobresalía tanto por mi elegancia que no tenía temor alguno de ser rechazado por ninguna mujer a la que hubiera dignificado con la oferta de mi amor.

(…) Como nos encontrábamos separados creí que era conveniente que nos presentáramos por intermedio de cartas. Pensé que muchas cosas las expresaría mejor por escrito, pues es más fácil ser atrevido por escrito que de palabra.

(…) Cuando me vi enteramente inflamado por el amor a esta adolescente, busqué la manera de hacérmela más familiar. Pensé que una íntima conversación y un trato diario la llevarían más fácilmente al consentimiento.

Traté entonces de que el predicho tío abuelo de la joven me recibiera en su casa, que no estaba lejos del lugar de mis clases, en calidad de huésped. Me ofrecí a pagar por ello cualquier precio.

(…) El viejo cedió a la avidez de dinero que lo devoraba, al mismo tiempo que creyó que su sobrina se habría de aprovechar de mis conocimientos.

(…) Había, en verdad, dos circunstancias que me hacían aparecer a los ojos del canónigo como totalmente inofensivo: una era el amor que él sentía por su sobrina; y otra la fama de mi continencia.

¿Qué más pasó?

Primeramente, convivimos bajo el mismo techo. Llegando después a convivir en una sola alma.

Al amparo de la ocasión del estudio, comenzamos a dedicarnos por entero a la ciencia del amor.

Los escondrijos que el amor hambrea nos lo proporcionaba la tarea de la lección. Pero, una vez que los libros se abrían, muchas más palabras de amor que del tema del estudio se proferían.

(…) Ningún grado del amor fue omitido por los ardientes amantes. Y si algo desacostumbrado el amor inventa, ése también fue añadido. Y como éramos novatos en estos goces insistíamos con ardor en ellos, sin que nos aburriesen.

(…) Transcurridos algunos meses, el tío se enteró de nuestras relaciones.

¡Qué infinito fue el dolor que este conocimiento despertó en el tío! ¡Qué inmensa pena recibimos los amantes por la separación! ¡Cómo me confundí de vergüenza! ¡Con qué opresión se ahogaba mi corazón por la aflicción de la niña! ¡Qué ahogos tan grandes le produjo a ella mi abatimiento! Ninguno de los dos se preocupaba de lo que le pasaba a sí mismo, sino de lo que le estaba pasando al otro. (…) La separación de los cuerpos estrechó aún más los lazos que unían nuestros corazones.

Privados de toda satisfacción, más se inflamaba el amor. El pensamiento del escándalo sufrido nos hacía insensibles a todo escándalo. Pequeña nos parecía la pena proveniente del qué dirán ante la dulzura del goce de poseernos.

La historia sigue, pero no sé si con mis apostillas y mi selección de fragmentos consigo transmitir lo que me interesa. Tal vez la continúe, no sé. Ojalá haya despertado alguna curiosidad en quienes no la conocían.

Hay bastante bibliografía. Consigno tres obras:

  • Ottaviano, Carmelo: Pietro Abelardo, la vita, le opere, il pensiero (1930)
  • Casaubon, J. A: El problema de los universales (1984)
  • Pernoud, R: Eloísa y Abelardo (1973)

Acerca de Gerardo Campani

Como por Ella entonces / Sumando en armonía / Donde habita el olvido / Tan fértil, por Mercedes Carrión Masip

Como por Ella entonces

qué grandes las ventanas al jardín
del centro de la plaza y un poco más allá
paraban los tranvías por la noche

su deslizar metálico dejaba en sostenido
una nota precisa que acunaba nostalgias
desatando en nosotras tantos sueños
que quedaron atrás por improbables

qué risueñas
las luces de la calle sobre el cuarto
aquel pequeño mundo tan perfecto
en su especial desorden

y aquel sonido sordo de la lluvia
caricia en el sosiego de la casa
sobre el silencio inerme de las dos

tan quietas
tan solas frente al mudo dolor de nuestro padre
unidas en el nuestro

mis jirones de insomnio
se han estremecido un día más
y el rezo que creía ya olvidado
ahora me reclama

por ti
como por Ella entonces

regreso torpemente
a su regazo

Sumando en armonía

Porque quise detenerme allí, holgazaneando para cantar eso en mis extasiados cantos.
Walt Whitman

la noche va cubriendo y fagocita
la tarde mientras crece
sumiendo en trazo oscuro sus perfiles
vistiéndola de a poco en soledades      
que enmudecen el canto de la tierra

la noche se alimenta de ese abrazo
sobre el mundo sujeto a su apetito
y envuelve sin pudor verdades y misterios
las dudas de los hombres y su fe
el cuerpo y lo intangible
el pálpito animal y el canto de la fronda

hasta que llega el alba
sobre someras luces
y desplaza su aliento

quizás pudiera aún bajo su auspicio
llegar a ser poeta

traductora paciente de los pájaros
del llanto de los vientos cuando pierden
su melena en las ramas de los árboles

del diálogo infinito entre el mar y la luna      

del día y de la noche en alternancia
sumando en armonía sus poderes

y entre todas sus voces

llegar hasta la mía

Donde habita el olvido

No temas, amor mío, si ves que voy cosiendo
con sílabas amargas mis dedos lentamente:
hilvano pensativa retales de una estrofa
que, enhebrada de olvidos, ya no podré escribir.

No me preguntes nada si mis ojos se nublan:
un aura de silencios me ausenta de tu voz
y al observar tu llanto si ves que estoy perdida
presiento en tu dolor más grandes las ventanas.

Hoy creo que podría entretejer
las hojas encarnadas de los arces
perdidas por el tiempo en su camino,

la lluvia desde ayer las vuelve tiernas
y forman un tapete entre mis manos
donde habita el recuerdo por un día.

En el Día Mundial del Alzheimer, 21 sep. 2013

Tan fértil

Desnuda en lo esencial
Manuel Martínez Barcia

mi voz es laberinto

se enreda y se detiene entre la bruma
de una vieja orfandad
asolando la flor amanecida
que preña a los almendros
justo ahora

me pierdo en el jardín de las promesas
que unidas ya cumplimos

donde su paso corto recompone
la imagen de las dos sangrando luto
infancias aparcadas
la vida por vivir

torpe desde mis versos
lúcida en el dolor

ensarto para ella
precuelas de esperanza
apuestas de futuro

y sobre mi tapete

un envite a la fe

Acerca de Mercedes Carrión Masip

Entrevista a Rosario Vecino, por Rosario Alonso

“Yo cuando escribo puedo ser absolutamente quien soy” 

La uruguaya Rosario Vecino siente fascinación por el mar, de hecho es un elemento muy común en su poesía. En este sentido nos comenta que dentro de todo el panorama de preferencias,  el mar y la poesía son las partes más suyas.

Vive rodeada de naturaleza. Desde su ventana puede aspirar el aire libre del campo.  Le gustan las florecillas silvestres por su belleza pura y por el asombro que le causa saber que han nacido sin que nadie las siembre.

A Rosario, que tiene el mundo por montera, le encanta la gente franca y vivir sin nada que la ate a un lugar. También, y es muy curioso, le fascinan los animales de piel rugosa como los sapos y los árboles viejos pues, según ella, transmiten sensación de sabiduría.

Después de esta pequeña aproximación al mundo de Rosario Vecino vamos a saber más cosas de ella a través de la entrevista.

1. ¿Qué es para ti la literatura?

No puedo contestar con autoridad pero sí desde mi perspectiva personal.

Sin literatura no hubiese tenido el placer de emocionarme hasta el punto de llegar a leer veinte veces los mismos libros, tanto de prosa como de poesía, sencillamente porque estos autores cumplieron con las reglas para que los libros fueran claros y ordenados, y supieran transmitir, digamos.

Hoy, después de tanto luchar en contra de esa idea (yo era totalmente anárquica), me doy cuenta que sin un buen orden (odio esta palabra pero acepto que es necesaria), donde todo esté  bien estructurado, lo escrito pierde su peso. Después decidir si emociona o no queda en manos del lector.

2. ¿Y la poesía?

La poesía es mi eje, mi alivio, y cuando leo un poema y siento la profundidad con que se ha escrito, del impacto he llegado a quedarme sin respiración. Sin embargo, he sonreído con la ironía de otros poemas.

Resumiendo: “Yo amo la poesía, respiro por ella”. Eso puse como cita cuando entré en Google+. Nunca hubiese soñado que iba a tener que demostrarlo desde mis propios textos.

3. ¿Desde cuándo escribes y qué te motiva a continuar?

Escribí desde niña alguna cosa, pero fue en Ultra que me cayó la ficha y sentí la misma necesidad que en ese entonces. Parece que hablo de otra persona cuando digo esto, pero ciertamente no lo recordaba hasta mi entrada en el foro.

Empezó cuando alguien por casualidad leyó alguna “pelu” que publiqué sin darle importancia, así, como jugando, y me comentó: “Sarito, no publiques sin ponerle tu nombre a todo, tenés que venir a un foro donde te van sacar el desbole, y dale, sabés que yo no te mentiría”.

Gavrí Akhenazi nada menos me decía esto. Me llené de terror y pensaba “este hombre está loco”. Me asusté mucho y ahí Morgana, que estaba de acuerdo con él, también me insistió. Esto que digo sucedió siempre en medio de tremendas batallas entre nosotras. Ella me invitó a Ultra.

4. ¿Cómo definirías tu poesía?

Como un gran desahogo, como un sitio interno donde soy invencible. Yo cuando escribo puedo ser absolutamente quien soy. Digo puedo, porque no tenés en la diaria, en un pueblo chico, mucho con quien hablar de poesía. Creo que con mi ahijada de 25 años, profesora de literatura, es con la que más, si no con la única, que intercambio opinión de temas literarios.

En mi casa no me leen, le tienen celos a mi computadora. Esto dicho medio en broma y bastante en serio.

Yo siempre soy yo, sólo que tendría que estar dos años para explicar acá por qué motivo me coarta el tema de que no me tomen en serio. Sólo diré que si lo hicieran creería un poco más en mi potencial. De todas maneras he logrado valorar lo que escribo por la respuesta de los compañeros que considero sinceros, y hay cada uno que te da hasta rabia que no pueda mantenerse con su arte, porque tienen muchísimo para dar, pero primero está el pan. Una pena.

5. Llamas a tus poemas “pelusas”. ¿A qué se debe ese nombre?

Ah jaja, no sé mucho. En realidad tendrían que llamarse nitroglicerina, vómitos o algún nombre así, «dulce». Primero fue porque solo quería sacar mis palabras para que luego volaran lejos de mí.  Después porque hay tantos monstruos escribiendo que, a día de hoy, me siento incómoda si me llaman poeta. Voy a aclarar que no tengo complejos de ningún tipo, ni me tiro abajo, ni me disgusta que me consideren así. Pero el punto es que cuando leo algo que me pega me siento más lectora que poeta, y es de puro egoísmo, probablemente, pero alguien que escribe genial me dijo hace poquito en un comentario que mis “pelus” eran sanadoras. Lo son para mí, obvio, pero  que puedan sanar a otro me emocionó tremendamente.

6. ¿Qué significa para ti ser Ultraversal?

Resurrección, pues surgió el asombro  desde una parte mía que no recordaba. Es una selección campeona en compañerismo y generosidad. Ser Ultraversal es un sueño que nunca tuve pero que se ha cumplido.

Ultraversal me ha hecho sentir que estoy viva y que soy importante para mí, que puedo quererme sin las culpas provocadas por una gran depresión debida a una escasez de serotonina. Todo esto siempre refiriéndome a la parte más importante de mi envase, a mí adentro, a mí espejo.

7. ¿Cuáles son tus influencias poéticas?

Para escribir en verso libre ninguna. Repito, me escribo yo. En lo que sí estuve muy, pero muy influenciada, fue en animarme a mostrarme.

Para los sonetos esos con un poco de yeso que he logrado escribir, Silvio Manuel Rodríguez Carrillo, quien a su vez cuando le conté que me guiaba por sus sonetos, después de agarrarle un poquito la mano, me respondió que él había hecho lo mismo con la poetaza y generosa Isabel Reyes .

8. Según tu punto de vista ¿qué condiciones debe cumplir el poeta para ser considerado como tal?

Hablo por mí, aunque igual de eso va la pregunta. Me tiene que emocionar por fuerte, por dulce, por duro, me tiene que emocionar mucho, en cualquier estilo, pero que vaya con marca registrada.

Condiciones cómo franqueza, talento, valor y hasta un poco de audacia. Decir, escribir literalmente o con metáforas claras lo que le pasa o le pasó en la realidad es lo ideal porque si miente o copia no va a ser leído demasiado.

Quizás sea muy inocente pero creo que en esto de compartir cosas entre quien escribe y quien lee la verdad es el hilo de Ariadna.

9. Dentro de todo el panorama, ¿con qué tipo de poesía te sientes más cómoda?

Con el verso libre, totalmente. Me he impuesto civilizar mis arrebatos y no poco trabajo les he dado a los compañeros, primero porque me resistía, después por lo que me costaba.

Libre con minúsculas y sin puntuación, ese estilo me salvó la vida. Si tuviera que puntuar estaría siempre corrigiendo lo que me indicaran.

10. ¿Cuál es tu proceso creativo? ¿Te sientas a escribir poesía o esperas que la inspiración llegue?

Yo siento la necesidad y tengo que escribir lo que sea, como sea; escribo como otro le pegaría un puñetazo a la pared o compraría un perfume a su pareja, según sea el estado de ánimo.

Quizás me equivoque y lo que cuento sea el significado de inspiración, pero no creo. Yo sólo confío en que te inspire un hecho, la pena, la admiración… y escribas algo sobre eso. No me sentaría a esperar, nunca.

El día que no tenga la necesidad de limpiarme con la ayuda de la reina palabra, seguro no lo haré más.

11. ¿A qué público pretendes llegar?

Es que yo no pretendo llegar cuando escribo, y ahí está lo sabroso. Muchas veces a mí me deja conforme algo que escribí y no le gusta a nadie o viceversa.

Ahí está la prueba de que la poesía tiene vida propia.

Por otra parte yo sé más o menos a que «rubro» pertenezco gracias a los comentarios de unos y otros.

La verdadera satisfacción es el desahogo ¿Y que encima le llegue a alguien? Bueno eso es indescriptible.

12. ¿Piensas que hay mucho egocentrismo en el mundo poético o que, por el contrario, es un mito?

En esta paso. No tengo trato con escritores de otros países, a no ser argentinos, españoles, colombianos, brasileros, mexicanos, cubanos, paraguayos menos, pero con el que tenemos en ultra es suficiente. Y con los mencionados me refiero solamente a leerlos, así pues tampoco los conozco tanto.

Conozco un gran escritor testimonial y poético. Creo que quien siga su obra con atención llega a conocerlo mejor de lo que pueda hacerlo quien lo ve todos los días, y doy fe de eso, que es Akhenazi.

Él no tiene ombligo. No me preocupa que digan que soy «lambeta» porque sólo lo harían quienes no lo leyeron.

13. ¿Crees que la poesía vende?

No lo justo ni a los merecedores. La calidad de la tapa tiene más importancia que el contenido para muchos, pero aún así creo que quién ama leer sabe lo que compra.

Lo que sí observo es la dificultad de correr un poquito a los endiosados. Personalmente tengo los míos y lo admito, pero habría que correrlos un poquito para que entre más oxígeno a los muy buenos de ahora, y que las editoriales les den su oportunidad porque después de todo el que decide es el lector.

14. ¿Cómo ves la poesía en la sociedad actual?

¿Sabés que no sé demasiado de los autores jóvenes? Camilo Blajaquis es por ejemplo un gurí que impresiona por su capacidad y franqueza, por su lucha desde la escritura, por sus ideales y por mostrar los mundos del subsuelo de los nadies. No sé, quizás haya muchos más en el mundo. Yo soy una lectora con pocas posibilidades para comprar libros. Ahí es cuando digo “bendita internet”. He leído muchos autores por acá que ni sabía que existían.

15. ¿Qué opinas del formato digital para la literatura con vistas al futuro?

Bueno, esto lo respondí arriba. Me parece espectacular tener la posibilidad de leer cosas muy buenas y al alcance de todos. Pero claro, esta es una respuesta como lectora. Quizás para los autores que tienen otras expectativas económicas no sea tan bueno.

Muchas gracias, Rosario, por concedernos esta entrevista. Ha sido un placer conversar contigo.

La posibilidad de estar entre maestros y compañeros increíbles es un honor para mí. Yo, que aún creo en las personas, estoy asombrada a la hermandad que hay en ésta especie de oasis de arte y buena gente.

El agradecimiento es mío.

La mínima rebelión de la crisálida: un libro de Mariví González, por Silvio Manuel Rodríguez Carrillo

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Ficha del libro

Título: La mínima rebelión de la crisálida
Autor: Mariví González
Año: 2013
Género: Poesía
Edición: Primera
Editorial: Lulu Editores
Páginas: 52
ISBN: 5800095104233

Ni bien se comienza a recorrer el libro uno tiene la sensación de una extraña calma. Extraña en cuanto es en un estado como de calma que los versos se van dejando entender y sentir. Y no estoy diciendo que vaya de poemas tranquilos o apacibles —más bien lo contrario—, sino que el tratamiento logrado por el autor impone una sensación de serenidad en el lector, aún cuando apenas al llegar al tercer poema ya nos hemos encontrado con el dolor que no se dice, con la «libertad inacabada» y con aquel fantasma «solitario en su miedo y en su hambre».

Esta sensación que menciono, entiendo que proviene de la transparencia, de la fidelidad que el autor sostiene respecto de sí, de lo que siente, piensa, y de lo que finalmente plasma. Y esto no pasa simplemente por la sinceridad y la honestidad, sino por una combinación de talento y de oficio que hacen de cada poema un texto equilibrado, sin fingimientos que amengüen algún juicio («Cómo vas a entender que soy la estrofa/ que se estira y deleita en su verdad/ de absurda incomprendida»), ni exageraciones que sobrepixelen una emoción exacta («Si la quieres,/ toma mi ausencia inú-til/ y abandónala lejos»).

En lo particular, el autor se recorre, se asoma a sí y entonces se asume, en un andar que sentencia como también interroga. En este recorrido intimista no nos encontramos sencillamente con la exposición de lo que el emisor nos deja saber de sí, sino que hallamos la posibilidad de converger con él. Y esto es posible merced a la voz propia, mediante las construcciones únicas que cada autor —siendo único— es capaz de lograr, dado que en esta unicidad es donde gravita lo universal. Así, uno puede si no hacer propia una construcción ajena, empatizar con una arista quizás desconocida.

Por otra parte, y entrando un poco en lo formal, juega muy a favor del lector el ritmo con el que son llevados los poemas. Una cadencia —que llega a ser sello indiscutible del autor— domina todo el libro, haciendo una suerte de gala a la hora de contrastar forma contra fondo. Cada poema se deja leer —y se deja decir— sin sobresaltos ni aceleraciones, sin ninguna acrobacia por demás innecesaria. Los últimos poemas, vestidos de sonetos, nos terminan de explicar aquella parte del oficio que se sospecha desde el principio, y que certifica cuánto de talento se hará siempre necesario.

«La mínima rebelión de la crisálida», es el primer libro que he leído de Mariví González, y ha sido una experiencia gratificante. Espero que los siguientes sean muchos, sobre todo porque sé que la calidad está garantizada y porque me gustan esos libros en los que en cada página hay algo para subrayar, aunque esto ya es cosa mía. Por lo demás, que el libro vaya prologado por Valentín Martín, y que la poeta sea parte de la familia de Ultraversal, ya viene siendo un certificado de un nivel a prueba de fallos. Es animarse y arrimarse a esta «mínima rebelión».

Acerca de Silvio Manuel Rodríguez Carrillo

De mañana / Viento del norte / Recuerdos del Edén, por Javier Garrido Ramos

De mañana

Una, tan sólo una, nada más,
me dijo la persona del espejo.
Y salí de mañana absorto,
lleno de mundos que cantaban
con voz de pergamino:
¡Vive, Javier, tú vive!

Tras el velo del uno estaba el cero.
¿Es mi conciencia concurrente con mi cuerpo…?
Y la voz del espejo, y la voz del camino
disentían: quizás no eres Javier.

Es difícil vivir así,
la incertidumbre impide, paraliza.
Tan solo una, sin sentido,
me dice la razón en la calleja oscura
ante la encrucijada del rumor de la sangre,
de los ojos que buscan la ternura del mundo
y aquellos otros que se cierran
cuando escudriñan mi interior.

Naces, creces,
te reproduces
y oh, Dios, acaba todo.
Nada recordarás, me augura el viento,
salvo un regusto de tus células
disperso por el mundo,
así como el león de diente rojo guarda
un secreto sabor de mariposa.

Una, tan solo una, nada más.
Caen las hojas en el parque
camino del trabajo.

Viento del norte

Tu yo más mentiroso
se levantaba de tu sombra:
quería un trozo de mi carne,
un tercio de mi alma.

Cambiaste de color.
Hubo un momento
en que no te reconocí,
abandonaste tu lenguaje,
el infantil sonido del amor.

Ya no eras permeable,
no te expandías con olor de rosas
moviéndote entre cuerpos
con un pensamiento sencillo.

Surgieron remolinos a tu espalda,
te llenaste de yos
sobre tus rizos.

Para entonces
mi pupila no se posaba como pájaro,
quieta, cantando en rama.

Me encogí en tu ribera,
me pensaste como derecho,
como posesión,
como materia.

Y un frío viento se llevó
todo el calor.

Recuerdos del Edén

Y así pasan los días, reptan,
se enroscan como hiedra a mis latidos
o boca abajo, raudos, hacia atrás,
me arrastran hacia el fondo
donde, asustado, me interpreto.

Recuerdo que hubo tiempos de amanecer colmado,
con sonidos de plata fina entre mis palmas,
pero no los retuve.

¿Cómo no recordar lo jóvenes que éramos?
Allá entre los barquitos
amanecía de otra forma.

Me cuesta respirar

porque percibo el mundo.

Acerca de Javier Garrido Ramos

El “Escalado”, por Luis García Centoira

Ilustración del autor

“Estimado señor Director:

Sigo con atención los tres boletines que diariamente emite su cadena y no puedo menos que manifestarle mi indignación al ver cómo tratan en sus informaciones a los que ustedes, al igual que la policía, llaman “jugueros”, esto es participantes en el Juego de las Seis Escalas.

Desde que el Gobierno prohibió las realidades duplicadas, hace de esto ya seis años, su emisora nos presenta a los jugadores como si fuéramos toxicómanos o, peor aún, como meros delincuentes juveniles. Puede ser cierto que el “Escalado” sea comparable con una droga, en la medida en que permite evadirse de una realidad hostil, o quizá porque todo es comparable con todo, pero de ahí a la delincuencia media un largo camino que jamás recorremos: por causa del juego ni robamos, ni asesinamos. No sé por qué se nos estigmatiza cuando, en todo caso, si a alguien hacemos daño es a nosotros mismos.
¿Tal vez sea porque, gracias al juego, poseemos cierta identidad, cierta conciencia de grupo?

No es ninguna casualidad que apenas haya jugadores en los barrios ricos de Rutaio, en la bahía almantina. Allí la gente nace en clínicas privadas, se cría en casas con piscinas, acude a universidades de pago donde les enseñan a ser ingenieros, o médicos, o biólogos. ¿Para qué pueden necesitar ellos a Dominio?

La realidad virtual que a nosotros nos ofrece el juego, para ellos no es otra cosa que su vida cotidiana. Quizá para ellos así seamos alguna rara especie de delincuentes, pero es fácil entendernos si se sabe lo que supone, como en mi caso, nacer en el cinturón sur de una ciudad como la nuestra.

Cuando tienes cuatro años de edad te empiezas a dar cuenta de cómo está ordenado el mundo y, dentro de esa jerarquía, el nivel exacto en el que estás condenado a existir: tu padre vive de la renta del desempleo la mitad de año y la otra mitad sobrevive ocupando un puesto en una cadena de montaje donde el mercurio, el amianto o la ferralla le carcomen el cerebro, los pulmones o el estómago, de modo que acaba por dejar el empleo y regresar a las rentas del paro; tu madre bebe demasiado y no soporta a sus hijos, y un día se muere con la tripa llena de vino y el hígado destrozado, y a tu padre sólo se le ocurre decir “maldita borracha, ni siquiera había fregado los platos del mediodía”; tienes tres hermanos, y uno va a la universidad pública y se licencia en derecho, y tú lo ves como el tío más listo del mundo pero, al acabar la carrera, los ojos asombrados de tus diez años de edad lo ven tomar posesión de su gran empleo: portero de una casa de vecinos en la parte alta de nuestra bienodiada Ullma: ¡todos esos años estudiando para acabar saludando cada mañana al señor Willson, para acabar portando hasta el contenedor cada noche la basura de la señora Almansa! Tu única distracción, en las faltas al colegio, consiste en pasar los novillos sentado en cualquier muro asardinado, esperando a que ocurra algo en el barrio que atraiga la atención de la policía y, créame, siempre hay algún marido que pega a su mujer, algún comerciante que persigue a un ratero, una riña de verduleras, tráfico de drogas, un ajuste de cuentas, un asesinato. De pronto, un día descubres que has desembarcado en la adolescencia y ya vas dos cursos retrasado en la escuela elemental, y alguien te presta un programa de realidad duplicada, algún sencillo juego que puedes probar en tu propio ordenador: una batalla de naves espaciales, un criadero de conejos, un viaje submarino…

Si a los veinte años todavía sigues vivo, te enteras de que existe una increíble aventura llamada Dominio y que para disfrutarla únicamente necesitas una clave de seguridad, una copia de ti mismo –lo que llamamos un “avatar”, una recreación electrónica de la propia identidad– y una línea abierta de la que colgar tu ordenador.

El día que pagas por tu avatar –es relativamente fácil encontrar en el extrarradio a “cerebritos” capaces de esquivar a cambio de unos pocos billetes las restricciones que las agencias de protección de la identidad legal cuelan en las redes– y, tras cargar en tu ordenador la versión no purgada del programa, das la orden de “juego”, el mundo (todo el Mundo, el de los ricos y el de los pobres, el de los trabajos de mierda, las madres alcohólicas y los hermanos fracasados) se transforma: estás en Dominio, el planeta del Escalado, dentro del cual puedes elegir el escenario donde deseas permanecer, el lugar donde eliges vivir; porque debo aclararle, señor Director, que tú eres tu avatar; efectivamente, no es que “veas” lo que tu clon virtual hace, no, tú eres quien estás haciendo lo que él escenifica en la pantalla.

Mi avatar se llama Arrebato y, como todos los clones digitales, pasó su primer año de existencia virtual en el paraíso denominado Terraza. Le diré que más de la mitad de los jugadores rara vez salen de Terraza. En ese edén no hay, como en el sur de Ullma, prostitutas enganchadas al cristal azul o niños atiborrados de pegamento; es un pequeño paraíso costero: hay una playa de arena fina, el sol luce sin llegar a quemar, los martinis son de balde, y tú te pasas las horas sentado en la terraza (de ahí el nombre), charlando de cualquier tema banal con los avatares de todos los demás jugadores. Te puedes dar un chapuzón si lo deseas, jugar a la pelota, broncearte o pasear por la orilla del mar, aunque lo verdaderamente atractivo de Terraza es, precisamente, poder estar ahí, sin nada que hacer, sentado frente a tu copa, y charlar con gente que siempre tiene algo interesante que decir.

Como puede ver, señor Director, Terraza es un plácido lugar como esos donde usted, seguramente, veraneará cada año. Sólo que nosotros no tenemos dinero para pagarnos un viajecito hasta la costa del Océano Almanto –el desempleo no da para muchos jubileos– y la única forma de obtener siquiera un sucedáneo es la Primera Escala.

Muchos jugadores, además, acuden al Bramadero: el segundo nivel del Escalado. Imagíneselo: un local gigantesco donde la música suena, machacona, a todo volumen, luces de colores que giran y giran, tú estás dopado y no puedes dejar de bailar. Eres el rey del estrépito, ligas lo que quieres y con chicas que, créame, tienen que ver más con una fábula erótica que con la física realidad de aquellas a quienes esos clones femeninos representan. En Bramadero todo es como tú deseas verlo; el mundo es una colosal burbuja de cava, la gente, maravillosa, y tú estás feliz por poder participar de esa inmensa comunidad danzante. Si has deseado que en Bramadero surgiese un plan, entonces te trasladas a la tercera escala, Panal.

Yo soy un tipo enclenque, todo lo contrario de mi apolíneo Arrebato. Por lo general, de Bramadero a Panal voy con Espora, un avatar femenino cuya belleza, me apuesto la vida, nada tiene que ver con la desconocida mujer de carne y hueso a la que representa; y eso lo sé porque las mujeres como Espora, sencillamente, no existen ¿O ha visto usted alguna vez una mujer de pechos perfectamente idénticos? Pues sepa que Espora los tiene, de igual peso, altura y firmeza el diestro y el siniestro. Panal es otro paraíso virtual: la cama es redonda y está cubierta de cojines de colores, la luz provoca sutiles claroscuros, el aire huele a rosas.

Ya ve, mientras en Dominio hubo solamente esos tres paraísos, el Gobierno toleró el juego. Así es, al principio únicamente podía escoger entre mandar a tu clon a holgazanear en Terraza, a bailar o drogarse en Bramadero, o a aparearse en Panal.

Al parecer, no había nada de malo en que todos esos jovencitos de-socupados creyeran que la vida era una tertulia junto al mar, que cada noche se congregasen para bailar frenéticamente antes de copular electrónicamente sin riesgo de embarazos indeseados. No sólo lo toleró, de esto usted tendrá noticia, recordará que la primera versión del Escalado –que entonces se comercializaba con un cursi “Repertorio Virtual de Clímax” como línea explicativa del producto— lo repartió el Servicio de Asistencia Social de Ullma gratuitamente entre los enfermos terminales de las clínicas estatales a fin de hacerles más llevadera su agonía.

Claro que un programa así no puede durar mucho tiempo sin que alguien acceda a su código fuente y lo transforme en un verdadero juego de ordenador, en una auténtica ruta donde escoger entre el bien y el mal, el Edén o el Infierno. Entonces aparecieron, en versiones piratas, las tres nuevas escalas (Utopía, Red y Desafío), y el Ministerio de Orden Público decidió prohibirlo porque aquel aséptico engañabobos se había transformado en un mundo iniciático en el cual podía llegarse a perder la vida o, incluso, la razón. Definitivamente, se les fue de las manos cuando la gente, al pretender acceder al sexto nivel, sufría ataques al corazón o se volvían oligofrénicos. Pero, ¿cómo pararlo, si Dominio se había vuelto la vida misma? A cambio, ¿qué ofrecer? ¿otra vez las calles atestadas de desgraciados? ¿otra forma de morir, la toxicidad de una planta incineradora?

En otro tiempo la gente acudía al Escalado para huir de la realidad; ahora vamos al él para superarla. No todos lo conseguimos, ese es el problema, aunque desenvolverse en Utopía es bastante sencillo: eres el tirano de un país atestado de miserias; tú eres el Rey y vives en la abundancia; mientras tanto, tus súbditos sobreviven en insalubres chozas de arrabales pestilentes. Tres veces al día te traen a un súbdito al cual tú torturas y devoras, hundiendo la cabeza en sus vísceras, degustando su carne cruda, bebiendo su sangre, caliente todavía. Lo bueno –la grandeza de este nivel; su peligro, obviamente– es que eres tú quien eliges a aquellos que deseas devorar: puede tratarse del Director de un canal de noticias en Internet, cualquier Ministro, un policía, o…a tu familia, a tus hermanos, a ti mismo. Comes aquello que odias, y no es nada extraño que uno se odie a sí mismo más que a cualquier otra persona.

De esta forma, hay jugadores que acuden al cuarto nivel exclusivamente para devorarse cada día a sí mismos, y así, destrucción y autodestrucción se convierten en una constante vital que, más allá de la virtualidad del clon, alcanza al hombre de carne y hueso que posee, al fin, el poder de los poderes: comerse, morir y, al concluir la partida, resucitar. Ustedes, los periodistas, tan dados como son a las estadísticas, ¿cuántos jugadores creen que acuden, diariamente, a esta Escala? Si piensa que son miles en Ullma, imagine un número infinitamente abrumador en todo el país, en el planeta entero. Devorar, devorarse. Matar, suicidarse. Y, no obstante, hay otro reino, el del auténtico dolor, que se llama Red ¿Cuántos cree que encaminan allí sus pasos cada vez que se conectan a Internet?

Qué quiere que le diga, yo mismo reconozco que Red y Panal son mis dos niveles preferidos; si en ello hay alguna desviación mental, o no, no lo sé. Voy a concederle el privilegio de que sea usted, señor Director, quien lo decida.

¿Qué es Red? Es una trampa obsesiva, como esos sueños donde uno parece estar a punto de morir –porque cae sin cesar, porque sus perseguidores están a un paso de distancia– pero nunca acaba de morirse del todo –no hay suelo donde quedar aplastado, “ellos” no logran darte caza–. Esos sueños, como Red, se resumen en la agonía, que es su esencia, su explicación, su corolario.

En la quinta Escala estás sujeto a una gran telaraña, rodeado por clones de subespecies humanas –hay quien los prefiere a los colmos de la belleza, como Espora, como yo mismo– que acuden a comer tus entrañas, a defecar en tus vísceras, a revolcarse en tus babas… Es muy de-sagradable, y sé que no dice nada en mi favor afirmar que acudo al menos tres veces por semana a Red, pero lo hago. Y ahora, ¿qué? ¿eso me ha convertido en un delincuente?

Supongo que es el juego mismo de la vida como ustedes la han hecho, señor Director, y aquí no hay nada de delincuencia. Entre ser Rey devorador y víctima devorada algo hace que me quede con el rol de víctima (por eso no tengo esperanzas de abandonar jamás el mísero suburbio en el que me he criado). Pero las verdaderas víctimas, los auténticos jugadores, son aquellos que acuden a Desafío, el sexto nivel. Magnífico: un viaje a tu propia mente, un recorrido por tu corazón tal como es, un tour por tu propio cerebro ¿Le parece poca cosa? No conozco a nadie que, si ha logrado regresar de Desafío, conserve intacto su sano juicio.

De todas formas, lo que yo quería hacerle entender era que Dominio no es una escuela de delincuentes, como ustedes sostienen, sino todo lo contrario, un psicólogo barato para los habitantes de este infierno suburbano, caótico y miserable en el que los jugadores crecemos.

Creo que esta carta va a quedar coja, de todos modos, si no le hablo un poco más acerca de Desafío ¿no? El caso es que el único modo de averiguar algo más acerca del sexto nivel es entrar en él, y yo nunca lo hice.

Espero que todo esto sirva para convencerle de que deje de estigmatizarnos en sus noticiarios: bastante tenemos con vivir en el sur de Ullma ¿no le parece?”

Otro “juguero” muerto. Tenía unos diecinueve años, piel negra, pelo rizado y una barbilla como demasiado huída hacia delante. Lo halló su padre aquella misma noche y decidió enviar, de todos modos, la extraña carta que su hijo había dejado pendiente de envío en el buzón de salida de su correo electrónico.

Sobre su cabeza, animadas en el monitor, se apagaban y se encendían intermitentemente las palabras que conformaban el fin de la partida. Simplemente: GAME OVER.

Acerca de Luis García Centoira

Jorge Ángel Aussel – Argentina

Duelo por piratas

Izaste a media asta las banderas
al dar lo nuestro por finiquitado,
y entre la densa bruma y lo abrumado
no vi las tibias ni las calaveras.

Me costaba creer que concluyeras
el cuento sin haberlo comenzado,
con un final coprotagonizado
por un actor que nunca describieras.

Y sin embargo, al filo traicionero
del garfio en tu muñeca, lo he sentido
justo en mi médula espinal hundido.

En ocasiones no es el bucanero
sino el pirateado quien va cojo
con un parche de tela… en cada ojo.

La fuerza oscura de la Luz

1

Te falta el pinche tirano
que ponga en jaque tu vida,
quien te acuchille en la herida
para cortar por lo insano.
Sin cruz no habría cristiano
y sin un Judas, tampoco,
ni habría mucho sin poco
ni poco sin mucho y nada
ni sería la balada,
sin un cuerdo, para un loco.

2

Te falta la indócil fuerza
del golpe in-justo en la entraña,
la que te estampe su saña,
la que te forje o te tuerza.
Será preciso que ejerza
sobre ti, tu lado opuesto,
la presión de lo funesto,
y si eres de cesio o cromo,

con ese lastre en el lomo
se pondrá de manifiesto

De finales sin principios

La oscuridad se devoró mi mundo
tras el This is the end —y no es ninguna
desmedida metáfora oportuna
que desenvaino para ser rotundo—.

Esa noche con ojos de inframundo
que amamantaba en brazos la infortuna,
no quiso dar la cara ni la luna
en un cielo de humus infecundo.

Me cortaron la luz —lo que faltaba
para encajarle la cereza al plato
de la desolación— y el desconsuelo

se apoderó de un hombre que lloraba
a la luz de las velas de lo ingrato
en el espejo donde hacía el duelo.

Sigo

¿Estos últimos tiempos? Agonía,
muerte, velorio, sepultura, llanto,
resurrección, vivir el desencanto
y morir nuevamente cada día.

Aspereza, esperanza, fantasía,
realidad, desilusión, quebranto
y querer no poder quererte tanto
sabiendo que te quiero todavía.

Cinglar de día por ciar de noche
hasta rayar la aurora del reproche

que como Tom a Jerry me persigue…

Y para resumir, ¿cómo te digo?
No estuve en Disneylandia, pero sigo
porque la vida mata al que no sigue.

Acerca de Jorge Ángel Aussel

Comenzar a escribir

Por Silvio Rodríguez Carrillo

Aprender a escribir poesía es como aprender a ejecutar un instrumento, al menos si la cosa va en serio. Así, lo primero que hay que considerar es el hacerse de un horario, de un tiempo para dedicarse a estudiar y practicar. Sin una rutina fija, muy difícilmente un novato llegará a nivel de experto, salvo, claro, que posea un don y un talento innatos para la escritura.

Por otra parte, al tener una rutina fija, uno puede medir los propios tiempos, cosa fundamental. Es decir, uno va tomando conciencia respecto de cuánto conocimiento teórico es capaz de internalizar en una unidad de tiempo personal. Así, uno va aprendiendo a medir cuánto tiempo le lleva escribir un soneto o un romance.

Luego, al ir probando los diferentes metros y estilos, décimas, gaitas, alejandrinos, uno va descubriendo cuál es el estilo en el que se mueve mejor, el que con más comodidad y celeridad le sirve para expresarse.

Hasta aquí, lo que estoy marcando es que no sólo se trata de estudiar, practicar y corregir, sino también de medir los propios tiempos, dado que escribir es un estilo de vida y no un simple entretenimiento.

Aunque en lo normal el arrebato poético conlleva un gran toque pasional, y por esto deviene en frustración el no conseguir de buenas a primeras un poema correcto en fondo y forma, es preciso aprender a desapasionarse al momento de recibir críticas y asumir la tarea de corrección. Es muy común el deseo de abandono, o por lo menos el dudar de si servimos para este oficio. Estos son los momentos en donde uno da o no da la talla. Es preciso recordar que así como somos tolerantes con los demás, también debemos serlo con nosotros mismos para poder avanzar.

Una vez que hemos adquirido los conocimientos necesarios para poder escribir en cualquier metro y estilo, y una vez que aprendimos a manejar el proceso de frustración/satisfacción, de crisis/crecimiento, es que llegamos al momento en que se desarrolla la propia voz, el personalísimo estilo que cada escritor tiene como marca de fábrica.

Alcanzada la propia voz, con Whitman uno comprende que «la obra no tiene fin» y cada curva y cada recta de cada circuito no son más que pruebas en donde, al menos en parte, uno se realiza.

Como anécdota, dado que esto está dirigido a los que recién comienzan a escribir, dejo constancia de que mi primer soneto me llevó unas 14 horas. Hoy día, escribir un soneto, sea alejandrino, gaita, tridecasílabo u otros metros, me lleva entre 14 y 18 minutos. Pero esto no es nada, he visto escribir sonetos en 7 minutos y justo antes de haber aprendido a escribir ese primero.

Finalmente, como me enseñara Morgana de Palacios, la cosa está en aprender a disfrutar tanto del proceso como del resultado, cosa que yo aprendí a hacerlo conociendo mis propios tiempos. Este es el consejo que puedo dar desde la vivencia.

Acerca de Silvio Manuel Rodríguez Carrillo

Revista Ultraversal edición número 1

Versión PDF

No te pierdas todo lo que Revista Ultraversal trae para ti en su edición número 1 y léela online y/o descárgala gratuitamente haciendo clic aquí:

Editorial » Del escritor hasta el lector » Por Silvio Manuel Rodríguez Carrillo

Sumario

In memoriam » J. L. Jiménez Villena » Por Isabel Reyes Elena
Prosa » Silvestre / Palabras para Ione » Textos y fotografías de Ayla Michelle
Reseña » Diario: un libro de Silvio Manuel Rodríguez Carrillo » Por Gavrí Akhenazi
Poesía » Mujeres en mi carne: Nadjejda / Trópico de Cáncer / Cabirio’s nights » Por Enrique Gutiérrez Isoba
Prosa » La herencia intacta / Anécdotas de una docente: Marcelo » Por Silvana Pressacco
Poesía » Ciudades / Recuerdos del hombre partido / Individuo 12 » Por Joan Casafont Gaspar
Reseña » Barca varada: un libro de Arantza Gonzalo Mondragón » Por Silvio Manuel Rodríguez Carrillo
Prosa » Bacanal » Por Gerardo Campani
Poesía » Milagros I & II / Vos / Siete lunas » Por Daniel P. Ilardi
Artículo » Acentuaciones posibles de la métrica española » Por Alejandro Sahoud
Humanidades » Eufemismos » Por Gildardo López Reyes
Poesía » Ejercicio de noche / Acto multidisciplinario / Fellare / Vocación de silencio » Por Gavrí Akhenazi
Entrevista » Silvana Pressacco » Por Rosario Alonso
Prosa » Sueño invernal / Recuerdos » Por Arantza Gonzalo Mondragón
Reseña » Alegoritmos: un libro de Gavrí Akhenazi » Por Silvio Manuel Rodríguez Carrillo
Poesía » Tinta china / Tinta verde » Por Héctor Michivalka
Artículo » Recursos literarios » Por Enrique Ramos
Poesía » Mariana / Preso de tu ausencia / Me recuerdas a Sabina » Por Gonzalo Reyes
Artículo » El principio era el fin » Por Miguel Palacios
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EDICIÓN NRO. 1 – JULIO 2015
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El ave del destino (para Gavrí Akhenazi)
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Revista Ultraversal ed. nro. 1

Editorial de la edición número 1 de la Revista Ultraversal, por Silvio Rodríguez Carrillo

Del escritor hasta el lector

Más allá del talento natural y del oficio que pueda tener, todo escritor recurre a tres variables: la experiencia, el conocimiento teórico y la imaginación. Hasta aquí, viene a ser la justa combinación de estos tres elementos lo que hace posible redactar no un informe, sino un relato, o bien, un poema.

Ahora, prescindiendo de la imaginación, podemos sopesar la realidad desde una visión dicotómica en donde hay aspectos tanto positivos como negativos, y donde, por ejemplo, lo positivo sería donar órganos y, lo negativo, traficar con ellos en el mercado negro para lucrar sin escrúpulos. Es, entonces, al escritor a quien le toca dar a conocer esta realidad junto con su impresión respecto de ella.

Es así que un poema o una prosa se constituye en un testimonio, en la manifestación de lo que el escritor ve y siente sobre lo que le ocurre, sea esto una bala que pasa zumbando al lado de la oreja, el diagnóstico terrible que dicta el médico de cabecera, o la imperturbable fortaleza de la vida que diariamente se escribe con el rocío y el sereno.

Y entonces apareces tú, lector, supremo juez, para considerar cada uno de los testimonios de este número de la Revista Ultraversal, en el que encontrarás un caleidoscopio de manifestaciones con las que habrás de converger o discrepar, pero que no te dejarán indiferente y que, quizás, te impulsen a escribir —o a continuar escribiendo— la manera en la que captas eso que llaman existencia.

Acerca de Silvio Manuel Rodríguez Carrillo

J. L. Jiménez Villena, in memoriam, por Isabel Reyes Elena

Leer la poesía de J. L. Jiménez Villena es viajar de las luces del norte a la claridad del sur, su lugar de nacimiento.

Poeta y maestro. Una armonía sutilmente clásica, bañada cada día en el presente al que Villena fue fiel y además le divertía: sonrió sin rupturas ante la mujer, el amor y el deseo.

Sus poemas llevan implícitos tintes filosóficos y  sutiles con un léxico extremadamente refinado,  que se muestra  en todo tipo de composiciones poéticas. Un profundo desasosiego metafísico enmarca su obra y todo ello definido por un acendrado sentimiento humanístico de su tiempo.

Tuvo una idea clara acerca del rumbo de su andadura literaria. Fue el Albert Camus de su primera etapa de felicidad terrena, el invencible dichoso. Pero también mostró una claridad humana fuera de lo común cuando vio acercarse el final de su vida. Sus atardeceres no  fueron finales; es más, su poesía transcurrió en un constante amanecer tomando  la mayor cantidad de alegría y hermandad que este mundo agrio le permitió.

Huya el tiempo

A veces el pasado es el destino
del humo de la vida, de la farsa
del amor que, sin serlo, nunca fragua,
como nunca es el agua un espejismo.

Dejaré en la tristeza un verso escrito,
desamor, esperanza huera o vana
e igual que su sentencia el reo acata
yo quiero que después cunda el olvido.

Huya el tiempo también y su premura
por caminos o vientos muy lejanos,
que yo quiero de nuevo la dulzura

de tener el amor entre mis labios
como el sediento que abre dulces frutas
y se come la pulpa muy despacio.

El espejo

Tras el frío bruñido del espejo
de alinde en que te miro,
en el eco del silencio estás llorando
y lloras lágrimas de cristal molido
y lloras penas que son de hielo seco
y lloras como un desterrado
en el espejismo de tu dolor secreto.

Vives en una ciudad de vidrio y viento
que tintinea en mi cabeza,
casi rompiéndose cada día,
pero yo no sé quién eres tú
y tú no sabes por qué lloras.

Y yo que venía desarrimado
a averiguarte la esencia del alma,
héroe efímero de los escaparates…
y yo que deseaba beber el aliento
de cristal envenenado de tus labios,
amor cercano e intocable…

y yo que quería preguntarte mi nombre…

La mujer del secreto

La mujer que me lleva a la otra orilla
es un puente de sombras deshiladas,
un atajo a la gloria o al infierno
de un querer que me quiere a vida o muerte.
La mujer que me mata y me desea
es la maga que embruja mis sentidos,
la razón que se pierde con ungüentos
aplicados de noche y a escondidas.
La mujer que me guarda y que me aleja
trae un río de ayeres altaneros,
desaguando en las dudas del ahora
lo cierto y lo seguido de su estirpe,
y es un brote de piedra en el futuro.
La mujer del secreto que ella sabe,
lo desvela en las noches del instinto
y fía ciegamente a mi vigilia
su vida, que hace tiempo que es la mía.
Hay dos firmas de amor al pie de un trato
avalando la sangre y su bullicio
en los frágiles días que nos sueñan.

Nocturno

La noche se abre en una flor de brea
que naciera del tallo de lo oscuro
y derrama su efluvio misterioso
bajo una lluvia de marfil eléctrico,
de una luz que quizás sea de luna.
Camino en la quietud de las aceras
buscando una guarida que me ampare
y un bar es un lugar donde esconderse
para encontrar sosiego en una copa
y suponer tu cara entre las caras
que me miran mirando lo que miro.
No sabe nadie que te busco a tientas,
que me parece verte en algún rostro
o en el cristal narcótico de un beso
que me devuelve a ti,
a la derrota absurda de quererte
en unos labios de carmín postizo.
No estás y a la intemperie,
cuando las putas vuelven del infierno,
en esa hora turbia en que el delirio
tiene un aroma de flor del trasmundo,
sin aliento ni ruido vuela un ángel
que desangra en palabras su agonía
y un poeta se bebe los silencios
del amargo licor de los crepúsculos.
Nunca hubo un amor tan imposible.

In the road

Dejé que el coche fuera despacio y sin destino
hacia la noche albada del neón y el desvelo,
igual que un ángel roto volando al ras del suelo
la gloria me pillaba muy lejos del camino.

Por las calles oscuras, por las sombras opacas,
la gente de la noche peleaba su esquina
con la sed insaciable del vicio y la ruina
que, al hervir de la niebla, bullía en las cloacas.

Yo, que buscaba el rastro y el perdón del olvido,
devoraba kilómetros huyendo de lo inmundo
y drogado de pánico, conduciendo errabundo,
maldecía la suerte que tiene el forajido.

Repartía el semáforo en tres luces el mundo
y en la duda del ámbar me quedé detenido.

21 gramos

El alma huele al humo y la ceniza
de los hombres, que inmolan su conciencia
para hacer de la pura inconsistencia
algo eterno sin linde fronteriza.

Un alma es como un arma arrojadiza
contra el miedo, pirueta de la urgencia,
un mecanismo astral de nuestra esencia
para fijar la vida, tan huidiza.

Espíritu de seda incorruptible,
parece lo divino en cautiverio,
la materia en la luz de lo invisible.

Veintiuno son los gramos del misterio
fluyendo de un ahora imprevisible
que anhela de lo eterno magisterio,

un mágico criterio
que hiciera del soñar algo preciso
para trocar la nada en paraíso.

Noviembre

La tarde, una más, se diluye en lo ausente,
y esa vieja friolera está bordando un tul
parecido a la noche. Un rescoldo de luz,
de lumbre rubia, huye como huye el oeste.

Y parece que el aire, furioso, mal esconda
la mórbida soberbia de un relámpago oculto,
por las venas de luz de azafrán, el crepúsculo,
sutil, se desvanece en un pozo de sombra.

Agua turbia de viento, la humedad de las nubes
desemboca en la lenta serenidad del valle,
llueve sobre los casi desnudos abedules,

y lloverá esta noche de aguacero y derrame,
y caerá la lluvia con peso transparente,
cuando, cerca del fuego, yo mire cómo llueve.

Adiós

Vengo a decirte adiós
con un idioma de epitafio y mármol
con el mal del silencio
alambrando de miedo mis palabras
y de ácido la boca y la saliva.

La ley inexorable de los nómadas
sin compasión me rige y me sentencia
a la innoble condena del traidor,
a los fieros destierros del apátrida
que conducen al sur de ningún sitio.

Me voy con lo mejor de tus secretos,
desparejo me voy, fugaz y múltiple,
por la mansa costumbre de la ausencia,
y te diré adiós
mientras la culpa arde en los carbones
y se deshila en humo.

Contigo lloraré los funerales
junto al tierno cadáver de nosotros
expuesto a la oración y a la piedad
de los desconocidos.

Ni el dolor ni el consuelo son de aquí,
aquí no queda nada,
aquí no queda nadie que nos sepa,
sólo yo que he robado lo que había
y he enterrado el botín tras la derrota.

Las esperas de Bukowski

los tratos que hemos cerrado
los hemos
mantenido…
Charles Bukowski

eres un mamón, Chinaski,
te guardaste
las palabras de amor
para hacerte viejo,
para morir apostado
en todas las carreras
y con el sabor de lo bueno
en los labios.

alguien me dijo de ti
que escondías el orden
de la soledad
debajo de la cama,
al lado
de las zapatillas
y
las revistas guarras:
te felicito, tío,
no es mal
sitio
para estuchar el botín
de lo inesperado.

y más
si eres escritor y
poeta de puros huevos
hasta el trago aquel
de romperse
el páncreas:
eso
es
talento.
lo tuyo es
talento.

talento, man:
has ganado.

has podido esperar,
a la muerte
sin que nadie,
nadie,
te reviente los cojones.

eso querías:
esperarla vivo
mientras te follabas
a bebedoras de vino barato
tan desesperadamente vivas
como
tú,
tan ávidamente lúcidas
del resplandor
como
tú.

sí, amigo,
te las tiraste a todas,
y fuiste un cabrón con ellas,
cuando el infierno era
un apartamento
para dos.

en la radio
suena Mahler a tu manera y
he bebido por ti
mientras leía
“victoria”,
un poema de gente
con
palabra.

a tu salud, socio,
aquí ando:
cumpliendo con lo mío.
aunque sé
que nada de esta mierda
te interesa.

a mí también me da igual,
pero
bebo por ti, Hank,
por lo bello,
por lo suciamente bello,
por lo ciertamente bello
que
ha sido leerte:

a cara de perro, tío,
a cara de perro.

Acerca de Isabel Reyes Elena